Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@fibertel.com.ar
Universidad de Palermo Argentina
Globalización, terrorismo, desastre y ecología cuatro de los vocablos que hoy interesan a la mayoría de los intelectuales. Todos esos temas, están en mayor o menor medida, tratados en el excelente libro titulado Violencia en el mundo, una compilación de dos textos (conferencias) de dos de los pensadores más polémicos y prestigiosos del mundo, Jean Baudrillard (con su difícil estilo) y Edgar Morin. Ambos, desde sus perspectivas, han contribuido a elaborar una tesis sobre el futuro del capitalismo y los vicios de la teoría económico-racional del desarrollo como así también en los procesos y contra-procesos de la dominación humana sobre el planeta.
En la sección inicial, Baudrillard considera que el 11 de Septiembre ha sido un acontecimiento que interpela a lo simbólico. Las torres gemelas, además de ser un símbolo del poder comercial de los Estados Unidos, eran idénticas. En el mundo de la clonación, como forma de hacer entes idénticos, el terrorismo despierta en mensaje de singularidad. Lejos han quedado las estructuras arquitectónicas jerárquicas ya que hoy día la competencia se ha ensanchado de tal manera que se presenta como homogénea. El mensaje oculto del terrorismo, explica Baudrillard, puede ser comparable al cuento de Nasreddin un pastor que diariamente pasaba sus ovejas con sacos por la frontera hasta que un buen día, un guardia pregunta a Nasreddin Ud. está pasando cosas de contrabando?, el pastor responde yo sólo estoy pasando ovejas. El intercambio simétrico que plantea el mundo moderno es no solo desafiado sino alterado por “el intercambio imposible de la muerte”. Dicho intercambio imposibilitado por el suicidio “del terrorista” produce un acontecimiento en un sistema plagado de sentido. En consecuencia, se trata de desafiar al sistema por medio de una táctica imposible de responder si no es por la propia destrucción. El poder no puede hacer absolutamente nada contra la voluntad de suicidio el cual es suficiente para restablecer la singularidad alterando el intercambio binario generalizado.
En este sentido, admite Baudrillard “el terror no posee un fin, es un fenómeno extremo, es decir que está más allá de su finalidad, de alguna manera es más violento que la violencia. Cualquier violencia tradicional, hoy, regenera el sistema, siempre y cuando esta tenga algún sentido y no conlleva ninguna alternativa ideológica. Ahora, el terrorismo no implica, esto es evidente, ninguna alternativa ideológica y política (Baudrillard, 2011: 29).
Por su parte, E Morin analiza el concepto de crisis (desde la perspectiva griega) como el antepaso para la concreción de un diagnóstico. Precisamente en un mundo complejo, lo que falta o mejor dicho aquello que falla es un diagnostico exacto de la situación. Para Morin es preferible hablar de “planetarización” en vez de globalización y nuestro autor aclara, este proceso comenzó con los viajes marítimos y la “conquista de América” mucho antes de lo que algunos analistas asumen. Surge entonces de la expansión y el deseo de colonización una dinámica por demás interesante, el proceso dominante alberga otro contra-proceso que lo “parasita” despojándolo de sus partes más crueles. De esta forma, los colonizados comienzan progresivamente a reivindicar ciertos derechos a las doctrinas de sus colonizadores. Luego de los 90 y la caída de la URSS, el mundo experimentó un nuevo cambio con el advenimiento del mercado capitalista que mercantilizó no solo a las relaciones humanas sino el cuerpo mismo. La globalización se expande y con ella los valores occidentales hasta el punto de chocar con una contra-globalización basada en lo cultural y religioso. Nace un principio de paradoja, admite Morin. “De la misma manera, la industria permite producir objetos en serie accesibles a capas cada vez más numerosas de personas. Y, sin embargo, ha sido probado que quienes trabajan en el seno de estas empresas son esclavizados por su trabajo” (p. 41). Los particularismos, y características del Estado-nación: cultura, ley, regulación, soberanía han entrado en crisis pues la globalización las ha homogenizado. Para Morin, el 11 de Septiembre representa evidencia que a la sociedad globalizada le falta un software que genera una emergencia insoslayable. La globalización en parte, ha creado las condiciones para la instauración de una infra-estructura (hardware) conectiva entre las naciones, pero el terrorismo parece ser una red subterránea que excede a las naciones. Declarar la guerra al terrorismo, es un término incorrecto, ya que guerra ha sido históricamente aplicada para otro Estado-nación visible y palpable. Al-Qaeda, no solo no es un Estado sino se hospeda en muchos de ellos, incluso en los Occidentales. Una policía mundial con una ley única atacaría los síntomas, pero no las causas del terrorismo. Por desgracia, no existe un soft-ware, o política (policy) que corrija el problema de la desigualdad material pero por sobre todo moral. Morin está preocupado por la frágil situación humanitaria en Palestina desde donde la situación y el discurso fundamentalista pueden agravarse. Si por un lado, el Occidentalismo ha intentado ser el portavoz de la humanidad, el desarrollo económico y su desprecio por lo que no es calculable, han disociado la práctica del pensamiento. Por regla general, tendemos a asociar el desarrollo con los derechos humanos, la responsabilidad, y la democracia pensando que son valores incompatibles con las dictaduras. ¿Pero lo son?. En este sentido, Morin advierte que si el avance técnico es admirable porque “cura el cáncer” no hay por ello que subestimar sus alcances destructivos. “El desarrollo, cuyo modelo es el occidental, ignora que esta escalada conlleva algunos inconvenientes. Su bienestar genera malestar, su individualismo incluye una dosis de egocentrismo y de soledad, sus plenitudes urbanísticas crean estrés y ruido ambiental, y sus fuerzas desencadenadas conducen a la muerte nuclear. ¿Qué significa todo esto?. Seguramente, que no hay que continuar por esta ruta y que debemos dejar de señalar el camino que hemos seguido como el indicado: se requiere un cambio de rumbo” (Morin, 2011: 47).
Lo que Morin dice, es que el avance técnico genera (en igual proporción) un retroceso moral. Dada la urgencia planetaria, la creación de un Parlamento mundial dentro de la esfera de las Naciones Unidas se presenta como una solución viable para torcer el rumbo (problema ecológico). El destino común de la humanidad como especie se encuentra determinado por sus emociones, habilidades y sentimientos que deviene de la misma evolución biológica. Una última madre-patria que una a todos los seres humanos. Si la madre nos ama y el padre nos impone sus normas, esta madre-patria haría las dos cosas a la vez. Dar legitimidad universal por medio de una autoridad común y consenso. ¿Puede esto ser viable?.
Para Morin la reforma moral es la pieza clave para la reconversión de la humanidad y la eliminación del estado constante de crisis. Aquí se da un problema de difícil solución ¿Cómo comprender que el sistema mismo que genera el problema será parte de la solución?, no es el odio acaso tan humano como el amor?. Morin, en sus propias palabras, dice “cuando un sistema no es capaz de resolver los problemas que encuentra, no tiene más que morir, o bien, y es lo que sucede, crea un meta-sistema, un sistema más rico, más poderoso, mediante una suerte de metamorfosis” (p. 51). Esta suerte de “tragedia” no es el fin de sino un nuevo comienzo para, así ha decidido presentar Morin su argumento (junto a Baudrillard) en este fantástico libro, que es sin lugar a dudas, una radiografía de nuestro tiempo, por parte de dos de los mejores humanistas que ha visto el siglo XX.