Contribuciones a las Ciencias Sociales
Junio 2012

EL PROCESO DE FORMACIÓN NACIONAL CUBANO: PECULIARIDADES DE SU DESARROLLO HISTÓRICO HASTA 1925.

 

Tania Machado Martínez (CV)
taniam@ahp.vcl.cu
Archivo Histórico Provincial

 

 

Resumen
Para realizar un estudio histórico del proceso de formación nacional cubano, se deberá tener en cuenta que los primeros destellos del sentimiento de patria tuvieron su aparición en las comunidades criollas hasta el inicio de las luchas por la independencia, en 1868, lo cual implica el examen de las tendencias profundas que alientan la evolución histórica de aquellos elementos integrantes de la sociedad criolla, a partir de su toma de conciencia, de sus intereses propios frente al Estado colonial hasta el inicio de la lucha independentista. Ese despertar de la conciencia de sí y para sí, solo comenzará a tomar forma en las condiciones del siglo XIX. De esa manera, se verifica un proceso de aparición y desarrollo de nuevas estructuras sociales, grupos y clases sociales, con independencia del contexto histórico, cuya máxima expresión ocurrió a partir de la instauración de la República en 1902, que impuso una forma de gobierno que otorgaba una soberanía limitada.

Palabras claves: proceso de formación nacional cubano, sociedad criolla, estructuras sociales.




Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Machado Martínez, T.: "El proceso de formación nacional cubano: peculiaridades de su desarrollo histórico hasta 1925", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Junio 2012, www.eumed.net/rev/cccss/20/

El proceso de formación nacional cubano es el resultado, a largo plazo, del fenómeno de desigualdad y segregación de los cabildos criollos del Estado colonial español, desde principios del siglo XVII hasta la mitad del XIX, cuyo efecto más inmediato fue la formación de una identidad criolla y una conciencia de patria local. “Las interpretaciones del proceso de formación nacional cubano han supuesto que los rasgos definitorios de la nacionalidad cubana se plasmaron como resultado de un proceso histórico natural, no deliberado, en el cual fuerzas sociales obrando espontáneamente contribuyeron a la constitución de una comunidad estable de cultura, lengua, psicología, territorio y economía”.1 La toma de conciencia de sí, de “nosotros” frente a “los otros”, expuesta por estas clases y sectores criollos durante el prolongado conflicto contra el Estado colonial constituye un factor dinámico, consciente, del proceso de formación nacional. Es este un momento donde se da una resistencia determinada por la desobediencia civil al poder colonial. Viéndolo de esa manera, se pudiera plantear que, ya desde los primeros destellos de criollismo y sentimientos hacia la patria local, se ponen de manifiesto los antecedentes más remotos de una cultura de resistencia, o sea, “un proceso de elaboración ideológica transmitida como herencia a determinados agentes sociales que la asumen en forma de rechazo a lo artificialmente impuesto, de asimilación de lo extraño cuando sea compatible con lo propio y, por consiguiente, de desarrollo cultural, de creación de lo nuevo por encima de lo heredado”.2 Véase que esta resistencia solo se pone de manifiesto en el intento del patriciado de los cabildos criollos por imponer el poder local, por medio de enfrentamientos en oposición a la intrusión de la Corona, y de los gobernadores, al poder colonial, en general. Estas relaciones de poder fueron las que se mantuvieron por más largo tiempo en la historia de Cuba y, probablemente, tuvieron un mayor efecto en la conformación del carácter del criollo.
Ahora bien, en esta multitud de enfrentamientos se revelan otras formas de lucha que, en definitiva, determinaron la aparición de dos patrias distintas: la patria del criollo blanco y la patria del criollo negro, el patriotismo de los criollos blancos y el patriotismo de los criollos negros y mulatos. Cada uno proyectará su patriotismo a partir de su pertenencia a una u otra comunidad étnica: la confrontación del patriciado con las autoridades coloniales sentó las bases para la formación del patriotismo blanco; asimismo, las luchas y alzamientos que protagonizaron los negros y mulatos libres, contra el régimen esclavista, crearon las condiciones para la formación del patriotismo negro. De esta manera, el sentimiento de pertenencia étnica prevaleció en las amplias capas de la población criolla sobre el sentimiento nacional. 3
El estudio de las relaciones étnicas es vital para conocer hasta qué punto estas pudieron ser obstáculo o fuerza impulsora dentro del proceso de formación nacional cubano. En este caso, actúan, no como una condición ajena a la nacionalidad, sino como un elemento más dentro de ella. El fundamento más común de la discriminación étnica ha sido el condicionante social, lo cual fue consolidado e institucionalizado por el sistema colonial español para la “necesaria” división de la sociedad cubana. “El racismo se convirtió en una necesidad de la dominación y fue generalizado e impuesto por medios legales e informales; trata, esclavitud, opresión racial y racismo formaron parte de la política y la ideología de las élites de Cuba, y de la metrópoli hacia la Isla, con las variantes de sus intereses”. 4 La conciencia de sí, de “nosotros” frente a “los otros”, entrañaba un concepto de patria en sí, que enseñó a sus integrantes a exigir los derechos inherentes a ellos como grupo étnico diferente al “otro”, como una forma de identificación auténtica con la patria chica. La nacionalidad cubana será, ante todo, el resultado de un prolongado diferendo entre el patriciado criollo y la política colonial española, por una parte, y las comunidades negras y mulatas libres contra el Estado colonial español y el poder del patriciado criollo, por otra. Solo la constitución del Estado nacional plenamente soberano, capaz de promover la inclusión e integración etno-cultural de los estamentos constitutivos de las comunidades criollas podía coronar el proceso de formación nacional. No será sino hasta la Revolución de 1868 que comienza a tomar forma la patria común.5
En el siglo XIX, en Cuba, se estaba formando un grupo social, los terratenientes criollos, que constituía a la vez una comunidad colonial y una clase privilegiada, estaban económicamente sometidos y explotados, aunque también eran esenciales para la permanencia del imperio colonial. Su aparición originó el florecimiento de una corriente de pensamiento liberal reformista, que demandaba iguales derechos para las comunidades criollas y autonomía regional frente al Estado colonial. En contraposición, existe otro sector de esta aristocracia, que, a diferencia de aquella, mantiene cierto poder económico y representación social, por lo que revela una postura integrista. La radicalización de los conflictos entre estos dos grupos sociales provocó la aparición de una conciencia nacional, defensora de la independencia de España, que tendrá su consumación en los movimientos separatistas de la década de 1820.6
Asimismo, Félix Varela, desde una filosofía electiva, sentó las bases del pensamiento independentista, no solo del cubano o del americano, sino del hombre, en general, como ser universal. Abre el camino a los estudios científicos, sociales y políticos cubanos sobre fundamentos éticos. Predicó la necesidad de la revolución a partir de la unidad de los elementos nacionales, dentro de los cuales inserta al negro, rasgo indispensable en la conformación patriótica cubana. Estructuró el proceso de conformación de una visión cubana de la cultura y la política norteamericana, pues además de realizar el estudio de esa nación como referente comparativo, utilizó sus vivencias en esa sociedad para construir un pensamiento cubano, basado en la profunda conciencia de identidad propia del cubano, así como las capacidades afectivas y gnoseológicas que posee para entender disímiles modos de vida y culturas, que, a la vez, no le resultan ajenas. Lo anterior fue comprendido, y llevado a un plano superior en la cosmovisión martiana, única por su profundidad y riqueza conceptual.7
Entre 1820 y 1868 el debate ideológico de los intelectuales cubanos tuvo disímiles puntos de vistas: los anhelos independentistas, la convicción reivindicativa de los derechos políticos eliminados en 1837, con la exclusión de los diputados cubanos de las Cortes españolas, y los intentos de anexión a los Estados Unidos. No obstante, todos ellos, en general, coincidieron, definitivamente, en la necesidad de alcanzar, por cualquier medio posible, la caída del dominio español, el fin del despotismo, o sea, a tal punto no deseaba Cuba seguir siendo colonia española, que prefería obtener este propósito anexándose a los Estados Unidos. Sobre este asunto, plantea Ana Cairo Ballester: “A partir de 1837, la hostilidad de los intelectuales cubanos hacia la dominación española se acrecentó. Por lo mismo, una parte de ellos abrazó la alternativa de defender una posible anexión, porque no confiaban en la posibilidad de una opción reformista promovida desde la metrópoli”.8
Muchos son los intelectuales cubanos que expresaron la necesidad de cambiar, no solo el atraso de algunas regiones cubanas, sino la situación cubana en general. Tales pretensiones, intentaban variaciones en la agricultura y en la manera de producir azúcar, también iban más allá: reformas en la población, tanto en su incremento como en composición étnica. El ideario de estos reformistas era crear una capa media de campesinos o colonos blancos, sobre todo familias españolas, lo cual complejizaría aún más la cuestión social de la Isla a partir de la preocupación del gobierno colonial, puesta de manifiesto desde inicios del siglo XIX, de blanquear la sociedad cubana. En 1812 en Cuba se creó la Comisión de Población Blanca, dentro de la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1818 se convirtió en Junta, su función esencial fue estimular la introducción de colonos blancos a Cuba. Parte importante de este proceso constituyó la aprobación de la Real Cédula del 21 de octubre de 1817, que oficializó el fomento de la importación de la población blanca. Por consiguiente, se produjo una apertura de nuevos centros urbanos en las zonas portuarias como forma de atraer a la población blanca, Caibarién en 1819, Mariel en 1820, Guantánamo en 1822 y Manzanillo en 1827, son los más destacados. Asimismo, surgieron nuevos centros rurales producto del movimiento poblacionaly la expansión agrícola. En general, a partir de la primera mitad del siglo XIX se manifiesta una explosión demográfica en la colonia, tanto en la población blanca, europea y americana, como la esclava, negra y amarilla. Según el Censo, en 1899, el total de la población cubana alcanzó la cifra de 1.572.797, o sea el 577,6% más que en 1792. (Ver Anexo 1.2.1)
Las principales figuras de reformismo propugnaron proyectos sociales y económicos con el fin de estimular aún más la inmigración blanca, sobre todo en el sector agrícola. Se trataba de vincular los nuevos conocimientos científicos y tecnológicos a la industria azucarera, a la par del desarrollo de una política de diversificación agrícola que separase a la agricultura cubana del sistema de producción esclavista y de plantación sostenido hasta el momento. “Los discursos de José Antonio Saco, Ramón de La Sagra y Francisco Frías y Jacott atacaban al mismo tiempo al monocultivo azucarero, a la esclavitud y a los modos anticuados de cultivar y producir azúcar”.9
El primero de ellos, José Antonio Saco, mantuvo una postura contraria a la esclavitud africana, asiática o india por considerar a estas razas inferiores a la blanca por ser factores que, según él, entorpecerían el futuro desarrollo económico y cultural de Cuba, retrasando las reformas indispensables para el progreso de la Isla, lo cual no es parte de un proyecto puramente humanitario, sino todo lo contrario. 10 Plantea la necesidad del blanqueamiento de la población cubana para el reconocimiento de Cuba como nación ante la metrópoli, de lo cual dependía la prosperidad cubana en todos los renglones socioeconómicos. Previno a los productores y hacendados azucareros acerca de la necesidad de la remodelación de la agricultura cubana a partir de la separación del trabajo manual del fabril en la producción de la caña para la obtención de mayores dividendos. Igualmente, propuso la introducción de trabajadores libres. Con su proyecto antiesclavista Saco demuestra su preocupación ante el crecimiento de la población de color y la herencia racial que esta dejaría en la sociedad cubana, puesto que, para él, la nacionalidad cubana es exclusiva de la raza blanca, descendiente de la española.
Estas ideas eran mantenidas, igualmente, por Gaspar Betancourt Cisneros, quien a la vez fuera uno de sus más fervientes adversarios en la polémica en torno a la anexión a los Estados Unidos, junto a José Luis Alfonso, José Aniceto Iznaga y Cirilo Villaverde. En el marco de la polémica con los anexionistas Saco define su concepto de nacionalidad cubana. Es justamente ahí donde adquiere verdadera trascendencia histórica. Asimismo, la anexión era el primer paso hacia la desaparición de la nacionalidad cubana, la cual rápidamente sería asimilada y disuelta en la nueva civilización. Saco fue el primero en ampliar los límites de la patria que incluía a toda la Isla, o sea, la misma nacionalidad la compartían los habitantes de un solo territorio, con una historia común, con un origen, un idioma, una religión y costumbres similares. Entendido de esa manera, la cubanidad está conformada por varios elementos propios de los cubanos y contrarios a los de España y Estados Unidos. 11
Una característica fundamental del sistema colonial hispanoamericano, cuya prolongada y profunda incidencia resulta particularmente notable en el proceso de formación nacional cubano, es el régimen de plantación esclavista, bajo cuya fórmula, la economía cubana se orienta hacia una especialización productiva, basada en la producción azucarera, característica esta que definirá la estructura económica, política y social del país. Ya desde el siglo XVI, la hacienda patriarcal esclavista constituyó la relación de producción predominante en la Isla, la cual fue reemplazada por la plantación, proceso transcurrido de manera diferente temporal y espacialmente: en el occidente a partir de la década de 1740, y en la región centro-oriental a mediados del siglo XIX. En la época de predominio absoluto de la hacienda ganadera en toda la Isla, desde el siglo XVI hasta mediados del XVIII, pequeños trapiches eran implantados en algunas haciendas, como un medio de incrementar el patrimonio terrateniente y mantener su consumo, “sin que tuvieran lugar transformaciones en la mentalidad ni en la manera de ser del terrateniente”. 12 La forma que adquirió el sistema de plantación en Cuba tuvo una base netamente mercantilista, cuyo producto, convertido en mercancía, se destinaba al mercado mundial capitalista.
El sistema de plantación, como tal, no es capitalista. Sustentado en relaciones de producción esclavista, a pesar de la orientación capitalista que guiaba a los plantadores, este sistema no les permitió realizarse como burgueses dado el contexto colonial en que se desarrollaron. El capital comercial español en la plantación contribuye tan solo a la formación de una mentalidad empresarial entre los plantadores cubanos, que no cristaliza en una orientación capitalista. La formación de esta clase proviene de la transformación del terrateniente, como vía del tránsito hacia la plantación, a ciertos sectores de los señores de haciendas de Cuba, en un proceso que duró desde el siglo XVII hasta principios del XIX. En la medida en que la clase señorial criolla que detentaba las posiciones claves del patriciado mantuvo una actitud más susceptible a todo tipo de abusos de poder por parte de las autoridades coloniales, asimismo propició la apropiación de una psicología que, con el transcurso de los años, acrecentó su oposición a las represiones y disposiciones venidas de la metrópoli. Tales enfrentamientos no tuvieron una incidencia fuerte en la creación del movimiento emancipador de 1868, no obstante marcaron una gran separación entre criollos y autoridades españolas, contribuyendo definitivamente a la formación de una identidad criolla y un sentido de patria local desde el siglo XVIII.13
La hacienda ganadera, integrada al trapiche azucarero o ingenio, sobrevivió en las regiones centro-orientales hasta la segunda mitad del siglo XIX. Mientras, en la región occidental, la plantación se definiría desde la segunda mitad del siglo XVIII, de tal modo será absorbida por el capital comercial español más rápidamente. Lo anterior condicionaría “marcadas diferencias regionales, en tanto la plantación y la hacienda propician la creación de sociedades distintas”.14 De esta manera, las regiones centro-orientales sufrieron más profundamente el atraso y el inmovilismo, sus dotaciones de esclavos estaban constituidas en lo fundamental por negros criollos aculturados, que trabajaban menor cantidad de tiempo que los esclavos de las grandes plantaciones dotadas de máquina de vapor en la región occidental. Por lo general, eran propietarios de conucos o pequeñas parcelas de tierra, que les asignaban sus amos para que vendiesen los productos que cultivaban, “esta costumbre perduró en numerosos ingenios hasta la abolición de la esclavitud”.15
Los hechos referidos contribuyeron decisivamente a que la clase señorial de las regiones centro-orientales se sintiera más inclinada a tomar las armas para resolver sus conflictos con el poder colonial que los plantadores occidentales. Estos últimos, más identificados cultural, económica y políticamente con España, en sus enfrentamientos con los criollos, no podían arriesgarse a insurreccionar a sus dotaciones de esclavos africanos. La posición adoptada por la oligarquía criolla occidental, frente a los acontecimientos políticos que siguieron a 1868, en la búsqueda de la protección necesaria para garantizar sus privilegios hasta convertirse en una de las bases de sustentación del poder colonial en la Isla, será la particularidad ideológica que caracterizará a esta clase social durante los procesos nacionalistas posteriores. Las figuras más sobresalientes del comercio y la plantación de La Habana, Santiago, Cienfuegos, Cárdenas y Matanzas constituyeron el sostén político-económico del colonialismo español.
La creación del Cuerpo de Voluntarios españoles y del Casino Español de La Habana, centros políticos fundamentales del integrismo a partir de 1869, constan como armas imprescindibles para el encauzamiento ideológico de los que actuaron casi instintivamente en contra del independentismo cubano. Estas instituciones aglutinaron a los más altos representantes de la élite integrista, prominentes hombres de negocios y figuras políticas de la sociedad colonial cubana. Su tendencia esclavista, de acuerdo al modelo colonial impuesto por el capital comercial español, obstaculizó la capacidad de adaptación de la oligarquía criolla al sistema capitalista y, por consiguiente, al avance de la industrialización y la utilización de mano de obra asalariada.
El ulterior desarrollo de los acontecimientos a escala mundial, y nacional, hicieron insostenible el sistema esclavista insular. En tal contexto se desarrolló un movimiento abolicionista dentro de la intelectualidad criolla, cuyas primeras manifestaciones tuvieron lugar durante la primera mitad del siglo XIX, constituyendo “el corolario a los derechos esenciales del hombre enunciados por los revolucionarios franceses”. 16 Sus reclamos aportaron cierta connotación patriótica a la situación, ya de por sí difícil por la excesiva confrontación entre el gobierno español y la clase dominante nativa, aumentando las tensiones políticas dentro de la sociedad criolla. La radicalización de algunas figuras dentro de esta clase repercutió en la formación de la conciencia nacional cubana. De lo que se trataba era de luchar por la independencia del país y la abolición de la esclavitud para formar la nación. Estas exigencias económico-sociales les brindaron una dimensión y alcance universales a la consolidación del ideal nacional cubano, que alcanzó su clímax el 10 de octubre de 1868. De ese modo, el pensamiento político-cultural cubano se abrió a una nueva fase, a partir de la emergencia de nuevas estructuras sociales con independencia al contexto histórico, cuyo ideal nacionalista marcaría la historia posterior del país.
La guerra de independencia iniciada el 10 de octubre de 1868 fue encabezada por un sector minoritario de la burguesía terrateniente criolla, exponente de un pensamiento liberal radicalizado, que incluyó la abolición de la esclavitud y la instauración de una República democrática. El manifiesto de la Junta Revolucionaria del 10 de Octubre de 1868 afirmará: “sólo queremos ser libres e iguales como hizo el Creador a todos los hombres (...) emancipación gradual y bajo indemnización”. 17 De ese modo, se establecía una nación de hombres libres con iguales derechos ciudadanos, creando las bases para la formación del pueblo nación cubano. Asimismo, la condición de ciudadanos extendida, tanto a esclavos y campesinos, como a la clase señorial, o sea a la sociedad en general, estrechó los vínculos de solidaridad entre los elementos constitutivos del pueblo nación emergente. En el ideal nacionalista de hombres libres “se reconocían por primera vez como cubanos, más allá de cualquier connotación social, racial, regional o ideológica”.18
El regionalismo, el racismo y el caudillismo imposibilitaron la consumación de los objetivos trazados. La inexistencia de una dirección política y militar centralizada, el inconveniente de concentrar la lucha en la región centro-oriental, producto del papel contrarrevolucionario de la burguesía esclavista criolla occidental y los conflictos clasistas resultantes del ascenso de figuras de las masas populares a la dirección de las tropas mambisas. De esa manera claudicó la revolución. No obstante, la primera revolución independentista cubana creó las bases para la fragua de la nacionalidad cubana, propiciado por la ascendencia al plano político nacional de figuras provenientes de las masas populares, que establecen un nuevo liderazgo revolucionario y el ímpetu independentista asimilado por la mayoría del pueblo cubano. A ello se sumó la abolición de la esclavitud, decretada poco después de culminar la lucha, en 1880, haciéndose efectiva en 1886.
Un aspecto esencial en la situación sociopolítica de la Isla durante este período, es el avance del movimiento obrero, iniciado a partir de la introducción de la máquina de vapor en los ingenios cubanos, en 1819. Con la abolición de la esclavitud aumentó el número de obreros asalariados que antes estaban empleados como esclavos, que engrosaron en su mayor parte las filas del proletariado agrícola. No obstante, las primeras organizaciones obreras no surgen entre los trabajadores azucareros, sino entre los tabacaleros, que, reunidos en gremios, cooperativas y sociedades de socorros mutuos, imprimirían un nuevo matiz a la fisonomía de la naciente clase obrera cubana, ganando tanto en calidad como en cantidad.
Desde 1865, es posible identificar una presencia organizativa específica, a partir de la aparición de un ideario típicamente reformista en el periódico La Aurora, dirigido por Saturnino Martínez, primer periódico dedicado a los artesanos. Las ideas expresadas por este periódico eran típicamente socialistas, con ciertos elementos humanistas, derivados de las prédicas del Evangelio. En sus páginas se denuncian las condiciones infrahumanas a que estaban sometidos los obreros, pero no llama al enfrentamiento o a la oposición, sino que apela a los sentimientos cristianos de los patronos. No obstante sus prédicas reformistas, contribuiría a popularizar entre los obreros la conciencia de la unidad y el cooperativismo, planteamientos hasta ese momento inéditos en las luchas sociales del país. 19
En la década de 1880 el movimiento obrero cubano avanza hacia posiciones anarquistas, representado por Enrique Roig San Martín y su periódico El Productor, el cual realizó una extraordinaria labor de divulgación de las ideas y logros del movimiento obrero mundial, contribuyendo decisivamente al avance, tanto ideológico como organizativo, de los obreros cubanos. Los dirigentes anarquistas, opuestos a toda actividad política, trataban de convencer a los obreros de que la lucha por la independencia era un interés solo de la burguesía, y hacían lo posible para apartarlos de esa lucha, así como de la necesidad del Estado. Gracias a la prédica y acción martianas tales ideas dentro del movimiento obrero no proliferaron. Tanto así que, en el primer Congreso Obrero Nacional, celebrado en La Habana en enero de 1892, plantearon la necesidad de la lucha por la libertad del individuo y la emancipación del pueblo sometido a la dominación extranjera. A partir de entonces, el movimiento dentro de la Isla se sumó al de la emigración en la lucha independentista.
Tal fue la situación del período entreguerras, en que emerge José Martí como organizador de las fuerzas nacionales encargadas de llevar a cabo la guerra independentista, confiriéndole una dimensión antiimperialista que no había tenido nunca antes. Concibió la Revolución como un proceso de profundas transformaciones sociales que trascendían la liberación del colonialismo vinculada a un ideal de República, con ello le otorgaba a la Revolución un cuerpo representativo, de lo contrario, no sería más que una revuelta sin otro gobierno que el poder de los caudillos militares. El modelo de Martí se encamina al logro de la independencia y posterior reordenamiento socioeconómico de Cuba, como parte del proceso de consolidación de la independencia.
La síntesis que José Martí elaboró respecto al significado de la nación cubana y las formas de llegar a ella, parte de su idea de la existencia del todo como un nivel más alto de realidad y unidad de cada una de sus partes, no obstante estas deben mantenerse preferentemente en total equilibrio, armónico y equitativo. Es el caso, por ejemplo, de sus programas sociales y políticos con respecto al lugar de Cuba en América, teniendo siempre en cuenta que estos no son fines en sí mismos, sino que, como él afirmara, son parte de una visión cósmica que va más allá de América hasta alcanzar a toda la humanidad. En el discurso “Con todos y para el bien de todos”, Martí esbozó los principios morales y políticos que él consideraba rectores para la lucha por la liberación nacional, la necesidad de la unidad de los cubanos por un bien común, a pesar de las diversidad de opiniones políticas de los cubanos, incluso reconoce los criterios opuestos; por lo cual es obvio que escogiera un principio que, vinculando la ética y la política, le permitiera fundamentar su visión de la unidad. “Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.20 Así planteado, queda como una máxima universal, un bien que se extienda a todo ser humano. Martí denuncia al colonialismo, el racismo, la esclavitud, y toda forma de inhumanidad del hombre contra el hombre. Reconoce en el culto a la “dignidad plena del hombre”, la piedra fundacional no solo de la nación cubana, sino en un sentido más amplio, que traspasa fronteras, o sea, la lucha en favor de los oprimidos de todo el mundo. 21
Para 1898, la precaria situación política de Cuba es evidente, las personalidades decisivas para la radicalización del proceso, José Martí, Antonio Maceo, habían muerto, la nación se encontraba sin figuras capaces de asumir el liderazgo político, y tomar como suyo el modelo martiano nacional radical, ahora transformado en revolución nacionalista moderada: “La revolución de Martí estaba frustrada: había muerto en el propio transcurso de la insurrección, y a manos del propio Gobierno de la revolución”.22 El final de la contienda fue, sin embargo, precipitado y sobredeterminado por la intervención de Estados Unidos, que alteró definitivamente las estrategias y actuaciones de los diferentes grupos sociales, y afectó a la situación en su conjunto”. 23 El primero de enero de 1899 se estableció el gobierno interventor norteamericano en Cuba, prolongación, más o menos, renovada de lo que había sido el colonialismo español, cuyas gestiones se concentraron más en la política que en la economía: desmantelamiento del Ejército Libertador y demás instituciones revolucionarias. En fin, “la coyuntura cubana de fines del siglo XIX demostró un suficiente desarrollo de las fuerzas nacional y extranacional (…), como para no hacer ya viable, por sí sola, la moderada aspiración transformadora de una burguesía cubana políticamente nacionalista y potencialmente sustentadora de una estructura productora equilibrada”.24
De esta manera se estableció el neocolonialismo en Cuba, por la imposición de una forma de gobierno que otorgaba una soberanía limitada impuesta a partir de la creencia de la incapacidad de los cubanos a autogobernarse. En ese sentido, el efecto más inmediato a esa restricción de independencia y libertad fue la tendencia de la sociedad neocolonial cubana a proclamar sentimientos de rechazo a la penetración norteamericana que, durante los primeros veinte años del siglo XX, conformaría los gérmenes de una cultura de la resistencia, la cual tendría “en el antinjerencismo y el antiimperialismo de corte liberal positivista las líneas políticas representativas, luego de la frustración del proyecto martiano”. 25 O sea, la República surgida tras la ocupación norteamericana frustró toda posibilidad real de desarrollar un capitalismo portador del ideal nacional cubano.
La influencia ideológica durante las primeras décadas de la República recayó en las clases medias frente a la penetración norteamericana, encabezadas por la intelectualidad cubana, muchos de los cuales provenían de las fuerzas independentistas, vinculados, de una forma u otra, a José Martí. Personalidades como Diego Vicente Tejera, Manuel Sanguily, Enrique José Varona, Juan Gualberto Gómez y Salvador Cisneros Betancourt expresaron su rechazo a la dependencia norteamericana. “Entre los intelectuales liberales, la evolución del antianexionismo al antiimperialismo partió de las denuncias de las violaciones jurídico-políticas como la propia Enmienda Platt, a la constatación de las consecuencias económicas del Tratado de Reciprocidad Comercial y a los intentos por analizar el fenómeno imperialista desde una óptica sociofilosófica”. 26 No obstante, se mostraron incapaces de ofrecer un modelo alternativo sustentable que enfrentase los afanes hegemónicos norteamericano, en cuyas manos se encontraba el grueso de la economía nacional.
En ese sentido, se expresa Diego Vicente Tejera, quien, en una entrevista realizada por un reportero de El Mundo, acerca de la Enmienda Platt, expresó su rechazo por la limitación que esta imponía a la independencia nacional, impuesta de manera brutal por el gobierno de los Estados Unidos a Cuba. Esa misma connotación tienen los votos particulares contra la Enmienda Platt de Salvador Cisneros Betancourt y Juan Gualberto Gómez, el análisis que inicia Enrique José Varona sobre el imperialismo con su obra El imperialismo a la luz de la Sociología, junto a los estudios realizados por Julio César Gandarilla, Contra el yanqui y Deslumbrados por la fuerza, justicia, justicia, y justicia, entre otros, son “…manifestaciones concretas de esta línea que sin, llegar al marxismo, supo ver el lugar central que ocupaban los Estados Unidos en la solución del problema cubano… 27 Con relación a este aspecto, este último expresó: “No se trata de entregar a Cuba al extranjero que mejor la administre, se trata de recabar la independencia absoluta, que implica la verdadera libertad y la soberanía sin vituperio.”28
Enrique José Varona, desde un pensamiento político consecuente con la clase proletaria a la cual representó ideológicamente, formado en el liberalismo republicano de la burguesía camagüeyana, comprendió esta problemática nacional cubana. Así se constata en su ensayo El imperialismo a la luz de la Sociología, de 1905, donde hace un análisis actualizado del imperialismo, que no es más que “un fenómeno muy antiguo al que se ha dado un nombre nuevo”,29 o sea, la exégesis del colonialismo español, para el caso de Cuba, en las nuevas condiciones impuestas por el predominio del capital financiero norteamericano. De esa manera, Varona alerta a la conciencia social del país sobre los peligros que podían significar para la existencia de sectores propietarios cubanos y hasta para la propia nacionalidad cubana la dependencia hacia Estados Unidos: “… nosotros necesitamos mantener nuestra unidad política y étnica, frente a fuerzas tremendas que están en acción”. 30 No obstante, esta previsión la hace sin apreciar a profundidad las diferencias entre el colonialismo y el neocolonialismo, entre la dominación política directa y la indirecta mediante el control económico, es precisamente ahí donde demuestra su pensamiento influenciado por ideas nacionalistas burguesas. O sea, se ve afectado por la dominación del neocolonialismo azucarero, sector social que pretendía movilizar en torno a sus intereses particulares a los demás sectores dominados del país, puesto que no intenta movilizar el pensamiento hacia la situación que, en esos momentos, está atravesando el desarrollo social del país, sino que lo plantea como una previsión hacia una futura pérdida de la nacionalidad cubana. Más tarde, en 1922,31 reconoce la desaparición de la burguesía nacional agraria ante el empuje de la dependencia agroexportadora azucarera y latifundista, del capital norteamericano, acelerando su proletarización “en las declinantes mazas de sus trapiches de acero se está triturando la personalidad cubana”. 32 Así Varona expresa un sentido de frustración ante el presente republicano, y la persistencia ilusoria de sus planes de solución reformista sobre las funciones de un Estado dominado por la burguesía dependiente, o sea, desde sus limitaciones, propias de la ideología económica de la burguesía nacional, comprende el final del papel protagónico que debió desempeñar esta clase, y la progresiva admiración que sintió por el proletariado, a cuyo lado se mantuvo hasta al final de su vida.33
De la misma manera, Manuel Sanguily, representante de la línea antiimperialista y uno de los más fuertes opositores al Tratado de Reciprocidad Comercial con los Estados Unidos, en su discurso ante el Senado advirtió las consecuencias que podrían traer, para la nacionalidad cubana, la dependencia de Estados Unidos como mercado único para el azúcar, puesto que este tratado implicaría “una política comercial por parte de los Estados Unidos, en relación con el porvenir de la Isla de Cuba”.34 Sanguily presentó al Senado su proyecto de ley para impedir nuevas ventas de tierras a extranjeros, la cual entendía como un golpe contra la propia nacionalidad.
Refiriéndose al trust azucarero norteamericano, expresa: “No hay un solo día en que no adquieran el dominio de extensas zonas. Constantemente levantan fábricas, establecen ingenios de azúcar (…), esas enormes aglomeraciones de tierras y de dinero en pocas manos lo desnaturalizan todo, la vida económica y la vida política, y aquí, (…), han pervertido y pervierten la esencia misma de la democracia”.35 Esa misma preocupación la había formulado antes, en 1897, en el artículo Sobre la anexión, que más tarde desborda en un desoído proyecto de ley contra la venta de tierras a extranjeros. En este último alerta sobre los peligros que puede acarrear la adquisición de tierras por parte de capitalistas norteamericanos, especialmente del sector azucarero, para la independencia económica y política de Cuba.
  Los cambios ocurridos en el terreno político-económico, no fueron asimilados con igual rapidez por la conciencia social cubana, salvo algunos casos; sino con el decursar de los años, tras los eventos que provocarían la crisis de 1920-1921, la ruina de los sectores nacionales y el ascenso del capital norteamericano. Es el caso de lo ocurrido después de la aprobación de la Tarifa Fordney, en 1921, por el Congreso norteamericano, por la cual se incrementaban los derechos arancelarios de Estados Unidos al nivel más alto alcanzado hasta ese momento, dificultando aún más la situación económica de Cuba. A raíz de este suceso se suscitaron declaraciones de varias figuras de la política cubana, con vistas a la concertación de un nuevo Tratado de Reciprocidad entre Estados Unidos y Cuba,  por el cual los azúcares y el tabaco cubanos se venderían a un precio favorable en el mercado norteamericano, mientras que en la Isla los productos provenientes de ese país dominarían el mercado interno, en detrimento de la industria nacional. A la cabeza de este movimiento se encontraba Orestes Ferrara, “…haciéndose eco de numerosos acuerdos tomados en distintas asambleas de los hacendados y colonos”. 36
De la misma manera sucedió durante el año 1923, al calor de la promoción del proyecto de ley impulsado por Coronel José M. Tarafa, hacendado y empresario del ferrocarril público, cuyo objetivo era asegurar la transportación azucarera hacia los puertos, utilizando solamente los ferrocarriles públicos, lo que afectaba sobremanera los intereses azucareros, ferrocarrileros y comerciales a nivel nacional, sobre todo en Las Villas, Camagüey y Oriente, por el establecimiento del monopolio ferroviario en Cuba. A partir de ese momento, las contradicciones de las empresas extranjeras que dominaban en el azúcar y los ferrocarriles manifestaron el carácter explotador y monopolista, causa principal de las irregularidades de la estructura económica del país.
Las declaraciones realizadas en contra de la aprobación de, lo que después se denominara Ley Tarafa, así como otros hechos históricos acontecidos, son parte del proceso de despertar de la conciencia nacional, llevado a cabo por grupos de intelectuales y personalidades representativas del nacionalismo, integrantes del Movimiento de Veteranos y Patriotas, el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, en 1923, la instauración de la Universidad Popular José Martí, la Protesta de los Trece, la fundación de la Confederación Nacional Obrera de Cuba y del primer Partido Comunista de Cuba, en 1925, entre otros. “Todo ello tuvo lugar en una década en la que se consuma el proceso de absorción imperialista que da inicio a la denominada «crisis permanente de la economía nacional» y que culmina con la revolución antineocolonial de 1933 y su fracaso”. 37
Julio Antonio Mella es una de las figuras que simbolizan ese despertar nacional y democrático en la década de 1920, muestra su preocupación por la forma en la que se reconstruía el pasado de Cuba, que atentaba contra la verdad histórica, distorsionándola, para cubrir determinados intereses. Abrazó la ideología del marxismo y fue capaz de aportar un grupo de ideas al proceso de formación de la conciencia revolucionaria. Así lo demuestra su obra Cuba, un país que jamás ha sido libre, a través de la cual realiza un análisis histórico acerca del interés marcado del capitalismo norteamericano por poseer a Cuba. En este artículo, como en tantos otros, se entrelazan lo renovador de su carácter visionario y la ideología marxista más elevada de su tiempo. Según él: “El dominio yanqui en la América no es como el antiguo dominio romano de conquista militar, ni como el inglés, dominio imperial comercial disfrazado de Home rule, es de absoluta dominación económica con garantías políticas cuando son necesarias”.38 Este escrito constituye un trascendental paso de avance del pensamiento revolucionario cubano, heredero de las posiciones más revolucionarias que existieron en Cuba desde finales del siglo XIX, y portador de una gran riqueza para el desarrollo del pensamiento antiimperialista radical en Cuba durante las décadas de 1930 y 1950.

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Notas y referencias


1 J. Ibarra: Patria, etnia y nación, p. 6.

2 M. González: La Cultura de la Resistencia en el pensamientopolítico de la intelectualidad cubana en las dos primerasdécadas del siglo XX en Cuba, p. 17.

3 Ver Ob. cit., pp. 8-29.

4 F. Martínez: Andando en la historia, p. 92.

5 Ver Ob. cit., pp. 10-30.

6 Desde la última década del siglo XVIII, y fundamentalmente a partir de 1815, en Cuba, se viene gestando una conciencia filosófica y política más inflexible que la reinante en Europa durante ese mismo periodo, tras la superación de la herencia reaccionaria de determinadas corrientes escolasticistas. La intelectualidad cubana forjadora en nuestro país de la modernidad europea, estuvo asentada en el pensamiento científico más riguroso e inspirada en una espiritualidad de raíces éticas y culturales cristianas, o, al decir de Armando Hart Dávalos, “el pensar filosófico cubano promovió el lado activo en favor de la justicia en su forma radicalmente universal y lo hizo con métodos de investigación científica de la naturaleza. Esto es lo que nos ha ayudado a ser revolucionarios.” Ver A. Hart: Ob. cit, p. 104.

7 Ver: A. Cairo: Mirar el Niágara. La construcción del pensamiento cubano en el siglo XIX, pp. 11-17.

8 A. Cairo: Contra el panhispanismo. De José Martí a Fernando Ortiz, p. 97.

9 C. Naranjo: La otra Cuba, colonización blanca y diversificación agrícola, p. 7.

10 Ver J. Saco: Colección de Papeles Científicos, Históricos, Políticos y de otros ramos sobre la Isla de Cuba, ya publicados, ya inéditos. t. 2, págs. 70-94.

11 Ver C. Naranjo: Ob. cit., p.  15-20.

12 J. Ibarra: Marx y los historiadores ante la hacienda y la plantación esclavistas, p. 10.

13 Ver Ob. cit., pp. 7-8.

14 Ob. cit., p. 80.

15 M. Moreno: El ingenio complejo económico social cubano del azúcar, t. II, p. 66.

16 Ob. cit., p. 81.

17 F. Portuondo y H. Pichardo: Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, t. I, pp. 106-112.

18 J. Ibarra: Patria, etnia y nación, p. 82.

19 Ver F. Grobart: Orígenes y formación del movimiento sindical cubano, en El movimiento obrero cubano. Documentos y artículos, t. 1, pp. 17-26.

20 J. Martí: Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 noviembre 1891, t. 4, p. 270.

21 Ver O. Schutte: La independencia del colonialismo: José Martí y los basamentos de la nación cubana, p. 160.

22 R. de Armas: La revolución pospuesta, p. 208.

23 F. Martínez: Andando en la historia, p. 94

24 R. de Armas: Ob. cit., pp. 228-229.

25 M. González: Ob. cit., pp. 29-30.

26 O. Miranda: El marxismo en el ideal emancipador cubano durante la República, p. 47.

27 M. González: Ob. cit., p. 59.

28 J. C. Gandarilla: Deslumbrados por la fuerza, justicia, justicia, y justicia, en El antimperialismo en la Historia de Cuba, p. 111.

29 E. José Varona. El imperialismo a la luz de la Sociología, en Enrique José Varona. Política y Sociedad, p. 225.

30 Ob. cit., p. 233.

31 Ver E. José Varona. El imperialismo yanquee en Cuba, en Ob. cit., pp. 263-269.

32 Ob. cit., p. 266.

33 Ver P. Pablo Rodríguez: La ideología económica de Enrique José Varona, Ob. cit., pp. 97- 129.

34 M. Sanguily: El Tratado de Reciprocidad, en Documentos para la Historia de Cuba, t. 2, p. 225.

35 Ob. cit., pp. 227-228

36 J. Ibarra: Cuba: 1898-1921 Partidos políticos y clases sociales, p. 361.

37 O. Miranda: Ob. cit., p. 48.

38 J. A. Mella: Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre, en El antimperialismo en la Historia de Cuba, p. 140.