David Rubio Méndez (CV)
david@fcs.cug.co.cu
Universidad de Oriente
Vivian Vera Vergara (CV)
vvera@unimed.gtm.sld.cu
Universidad de Ciencias Médicas de Guantánamo
Resumen:
El presente trabajo, titulado: “Comunidad y Participación Social. Un debate teórico desde la Cultura”, aborda el tema de La Participación Social, en su relación dinámica con La Comunidad y La Cultura, desde el enfoque de la teoría sociológica; permitiendo comprender este proceso a partir de nuevas posiciones teóricas, y su reconceptualización desde una dimensión sociocultural integrada.
Se valora la dimensión estructurada, de la participación social, en tanto indicador de estratificación social con respecto a las normas culturalmente institucionalizadas, sea en los niveles macro o micro sociales, donde los individuos actúan constreñidos en consecuencia a los imperativos externos e impersonales de las estructuras de las normas culturales conformadas en un proceso histórico social.
Desde la dimensión de la acción social, se valora la participación social como proceso subjetivo de interacción social, en el que los individuos reconocen sus disposiciones de necesidad, dentro del contexto grupal, incorporando, desde la autonomía, las normas estructuradas y homogéneas por lo que actúan conscientemente en correspondencia con su libertad individual.
Por último se interpreta la participación social desde una dimensión integrada, lo que implica una relación dinámica entre las dimensiones socioculturales de la estructura y la acción, valorando que todo grupo social, aun cuando actúe siempre bajo condiciones socioculturales estructuradas, las que le son históricamente heredadas, poseen, incluso a nivel individual, una capacidad endógena para ejercer el control, tomar decisiones, y emprender acciones de cambio, favorables al desarrollo social y cultural de la comunidad, logrando desde la acción colectiva la modificación oportuna de aquellas normas culturales estructuradas en los niveles social (macro) o comunitario ( micro) según sea en caso.
Palabras clave: Participación social, socialización, comunidad, cultura participativa, estructura social, acción social.
La comprensión de la Participación Social en sus diferentes interpretaciones y alcances, indica que estamos ante un problema complejo y en extremo abarcador, de profunda ambigüedad conceptual, con distintas significaciones en dependencia de las orientaciones teóricas de quienes intentan definirla y los objetivos de aquellos interesados en aplicarla. El debate teórico, en los espacios académicos, en ocasiones no logra salvar las distancias, ni resolver a tiempo las limitaciones que la diversa y cambiante realidad impone a los planificadores o promotores de proyectos de desarrollo comunitarios en su quehacer cotidiano.
La participación como fenómeno complejo implica una dimensión conceptual abstracta, distinguiéndose de sus propias expresiones concretas, las que ocurren ligadas a procesos determinados, con mayor nivel de especificidad: Político, Económico, Cultural, Laboral, Desarrollo local, etc. En tanto acción social, ha sido abordada por diferentes autores, entre los que se destacan: Ezequiel Ander-Egg, Carlos De Medina, Marco Marchioni, entre otros; quienes enfatizan en la participación social dentro de los procesos de transformación y desarrollo de comunidades.
En su contextualización cultural, como especificidad teórico-metodológica o en la observación e interpretación de su praxis, su estudio resulta insuficiente; lo cual se debe en gran medida a la dimensión holística de la Cultura y de la generalidad y complejidad de la participación social como proceso.
Cecilia Linares Fleites (2004) asume la relación cultura-sociedad desde un enfoque más integrador. Sin llegar a observar el carácter estructural de la cultura y su influencia coercitiva sobre el individuo. Interpreta la participación social en relación con la diversidad y riqueza cultural comunitaria y analiza los diferentes niveles de participación que genera esta diversidad y conflictividad de las estructuras socioculturales, no obstante no rebasa los límites de la acción contextual al tratar la dinámica interna del proceso en cuestión.
A partir de los elementos conceptuales, que ubican al fenómeno de la participación social en su dimensión cultural, relacionado fundamentalmente con el micro contexto comunitario, logramos definir las interrogantes iniciales para este trabajo; teniendo en cuenta, además, todos aquellos factores que condicionan la conflictividad en que se manifiesta como practica social, que se complementan a partir de la introducción del concepto de desarrollo endógeno (o carácter endógeno del desarrollo) y que plantea la necesidad del control y la organización del proceso desde la perspectiva de los actores sociales directamente implicados, no desde los promotores externos.
Si la legitimidad de los procesos de intervención comunitaria, cuya única finalidad es el cambio y el desarrollo, se logra introduciendo una dimensión más participativa, respetuosa de las culturas locales, entonces:
¿El desarrollo comunitario, valorado como fenómeno sociocultural, implica el principio de que la participación social tiene como base una construcción cultural?
¿La incorporación de los saberes populares a los procesos de intervención comunitaria conduce al desarrollo sostenido, sin obviar la incorporación selectiva de las tecnologías exógenas?
¿Cómo hacer verdadera y efectiva la acción comunitaria en la elaboración de las decisiones, y no sólo en la ejecución de las opciones propuestas desde posiciones verticales y externas?
En Cuba la década de los 90 del siglo XX se presenta como un contexto favorable para el estudio y el trabajo con las comunidades. Así aparecen importantes trabajos que, trascendiendo las perspectivas descriptivas iniciales, intentan sistematizar experiencias desde el análisis teórico, destacándose los estudios realizados por Haroldo Dila(1996) y Roberto Dávalos (1998) y Cecilia linares Fleites (2004), destinados a explicar este proceso en las estructuras sociopolíticas y de gobierno, en diferentes niveles territoriales: circunscripciones, consejos populares y municipios, sin llegar a observar la participación social en su relación dinámica con la cultura como macro fenómeno.
El debate contemporáneo entre las políticas institucionales y las Ciencias Sociales, ha estado centrado en las bases que deben sustentar las estrategias comunitarias y las acciones que conduzcan, desde las perspectivas de la sociedad socialista cubana actual, a la autogestión como vía de transformación y desarrollo comunitario.; ello implica reflexionar en torno a:
¿Cómo aplicar de modo coherente y dinámico las decisiones centrales del Estado teniendo en cuenta las diversidades regionales, socioeconómicas y socioculturales?
¿Cómo articular de manera adecuada los recursos humanos, internos y externos al medio comunitario, en función de los procesos de desarrollo local?
Según los autores que abordan la participación social, la misma está sujeta a un proceso subjetivo de “toma de conciencia”, y ello solo se logra mediante un proceso de motivación hacia la acción, de reconocimiento de la necesidad del cambio, de identificación de los problemas o demandas comunitarias.
En este sentido “el querer y el saber participar” parecen constituir los principios básicos de la participación social comunitaria. Este modo de interpretar la participación social, nos conduce a la inevitable construcción teórica de un proceso, cuyos cimientos se apoyarían únicamente en la acción consciente. No obstante cabria cuestionarse si la participación social es únicamente un proceso de interacción sociocultural, implica también, desde su fenomenología un hecho sociocultural. ¿Es la voluntad individual la que, en última instancia, condiciona la situación de participación en que se define el sujeto como actor?
¿Querer participar constituye un pasaje directo a la acción o Poder participar es la condicionante básica del proceso en cuestión?
¿Qué define “el poder participar”?, ¿La voluntad de los otros, que permitan o estimulen al sujeto a involucrarse en la acción, o está condicionada por las estructuras sociales y culturales, que definen los roles del individuo dentro de un contexto determinado?
Estas interrogantes son las encargadas de guiar el estudio hacia la comprensión global del problema, a partir de las díadas analíticas que tipifican la teoría sociológica, a saber la relación: Estructura Social - Acción Social; y Niveles Micro y Macro Sociales de la Estructura y la Acción social:
La Cultura es un macro fenómeno que influye sobre los actores, por tanto la participación social está condicionada culturalmente por las estructuras no por la acción. Los procesos de intervención social comunitarios, aún cuando en apariencia resuelvan problemas comunitarios y se realicen con enfoque endógeno, solo generan un espejismo participativo, si los supuestos beneficiarios continúan en desventaja, en condiciones de marginación, con respecto a las normas estandarizadas culturalmente.
Los grupos sociales, las comunidades, e incluso los individuos, muestran una relativa independencia y autonomía frente a las normas sociales y culturales institucionalizadas, lo cual les permite, no solo decidir libremente su conducta frente a un conflicto o situación de cambio, sino también influir en la transformación de las normas institucionalizadas que definen las condiciones de marginación o participación social, en su propio contexto y en otros.
La participación social es co-extensiva al hecho social: toda persona, lo quiera o no, interactúa con otros y concurre, aunque sea con su pasividad y su sumisión, a un cierto modo de ser social. Sin embargo, con el concepto "participación", en cuanto fenómeno analizado por la Sociología y por otras Ciencias Sociales, se intenta evidenciar la implicación de la persona o del grupo en la vida social en formas y modalidades diversas. Se considera a la persona en su condición de sujeto de la vida social, de su organización y de su proyecto.
Poder experimentar la participación es el mejor modo de aprenderla.
La capacidad real de participación se conforma en el proceso de socialización generado desde la familia, y otras instituciones con funciones educativas, que entran en relación con el individuo, desde la infancia hasta la adultez formando una cultura participativa, como derecho y deber de la persona, en su relación con el medio social al cual pertenece.
Suelen ser más efectivas las funciones educativas en aquellas instituciones donde la participación misma es un estilo conductual sistemático. Al referirnos a la participación social como fenómeno de mayor jerarquía, no debemos interpretarlo como la mera posibilidad de acceso al poder o la toma de decisiones, pues esta pretensión no rebasa los límites de la utopía en la práctica social actual, en cualquier contexto o latitud; sino como un proceso de equilibrio entre las normas sociales institucionalizadas y las disposiciones de necesidad de los diferentes grupos, capas o clases sociales.
En este sentido entendemos la participación social en contraposición al fenómeno de la marginación social, el cual no es más que la negación de toda forma de participación. Las normas sociales institucionalizadas resultan medidas estandarizadas para la segregación o exclusión social de acciones o estilos de vidas, propias de personas o grupos sociales, que no se adecuen a sus patrones centralizados.
La mayor parte de los procesos participativos micro localizados, emprendidas desde instituciones sociales externas o desde el propio seno comunitario, aun cuando resulte evidente su éxito, no rebasan los límites de la participación contextual, en tanto sus condiciones de marginación con respecto a la macro estructura, solo quedaría resuelta con la modificación de aquellas normas sociales o culturales que los excluyen de los patrones de éxito estandarizados; en tales casos solo se genera con éxito el espejismo de la participación social.
La participación es un proceso que está vinculado a las necesidades y motivaciones de los distintos grupos y sectores, así como la dinámica de las relaciones establecidas entre ellos en distintos momentos, condiciones y espacios, lo que va conformando todo un conjunto de redes que estimulan u obstaculizan procesos participativos...¨ (Dávalos, 1997).
El enfoque endógeno del desarrollo comunitario, muy aceptado entre estudiosos y promotores, presupone la existencia de una dinámica interna participativa; que en la comunidad exista una capacidad y estilos participativos propios.
La pretensión actual por desarrollar estilos de vida participativos, o lo que es lo mismo promover una determinada cultura participativa es similar a la idea de E. Durkheim sobre una estructura integradora que incluya una moralidad común. No obstante esta idea puede resultar contradictoria puesto que la cultura participativa en tanto moralidad común posee una naturaleza objetiva, externa al individuo, mientras que la intención por promover cambios o modificar los estilos participativos sugiere un elemento subjetivo de adaptación, educación y valoración consciente, de internalización subjetiva. El reconocimiento, interiorización y expresión de una voluntad y necesidad de participar, no solo es activa en el sentido personal sino también está condicionada por la moralidad colectiva.
La cultura participativa indica una conducta socialmente activa frente al conflicto, demanda o problema, que afecte a las personas en su cotidianeidad; indica un nivel sostenido y coherente de acciones concretas. Es la capacidad o potencialidad endógena de los grupos para ejercer el control, tomar decisiones y emprender acciones de cambio, favorables al desarrollo social y cultural de la comunidad.
Con este concepto se comprende que la participación social, más que un medio es un fin, una meta del desarrollo, y que los estilos de vida participativos constituyen ingredientes esenciales para el logro de una mayor calidad de vida. No obstante debemos detenernos en una cuestión importante para este análisis:
Si la cultura participativa, como estilo de vida, es el resultado de un proceso de aprendizaje individual y colectivo, entonces presupone la carencia o inexistencia de dichos estilos o de la actividad en sí misma, dentro del contexto comunitario. Ello indica la existencia de un proceso previo de adaptación al cambio; que bien pudiera interpretarse como un enfoque exógeno de la participación social y del desarrollo comunitario, si tomamos en cuenta la hipótesis de que la cultura participativa es incorporada por el individuo y los grupos sociales a partir de la mediación de las instituciones sociales y culturales, estructuralmente ajenas al medio comunitario.
¿Cómo explicar entonces la esencia de aquellos procesos participativos comunitarios que se generan de manera espontánea, autónoma, sin que medie intervención institucional alguna?
Hemos asistido a la férrea crítica de algunos autores a las practicas exógenas con motivos del desarrollo comunitario, alegando su inconsistencia en el contexto sociocultural comunitario; en tal sentido la concepción de cultura participativa también en dicho contexto o al menos su suerte estaría en dependencia de la reacción que provoque en los individuos, los grupos sociales y en el medio comunitario en general las propuestas de cambio exógenas.
La definición política de la educación popular plantea como punto de partida la acción organizativa a través de un proceso de internalización o toma de conciencia. Paulo Freire concibe la educación popular como un esfuerzo de las masas populares, a favor de la movilización popular, o un esfuerzo incluso dentro del propio proceso de movilización y organización popular con miras a la transformación popular. Según la concepción de Freire los educadores deben comenzar desde el nivel de percepción que poseen lo educandos, lo que no significa que los primeros se queden al nivel de los segundos, sino elevar sus niveles de percepción de la realidad mediante la promoción, la organización y la sistematización de sus propios saberes.
Los proyectos de educación popular, requieren de participación social para lograr sus objetivos, no solo como materia prima sino también como producto resultante. Se trata no solo de educar sobre la base del reconocimiento o percepción de la realidad, sino enseñar las maneras de organizarse para actuar sobre esa realidad. La experiencia y el pensamiento de Paulo Freire en la década de los 60, marcó un punto fundamental de referencia en los planteamientos de la participación social como proceso de de “cambio de conciencia”; desde la educación liberadora orientada a la transformación social.
El enfoque endógeno del desarrollo comunitario, al ser aplicado al fenómeno de la participación social, nos conduce a la observación de una dinámica interna participativa, ello implica reconocer la existencia de una capacidad, voluntad y maneras propias de los grupos sociales para dirigir con autonomía sus acciones de cambio.
La dinámica interna de la participación social es portadora de los estilos de vida participativos, o lo que es lo mismo, de la cultura participativa, por lo que el proceso de aprendizaje y socialización no parte de la intervención externa sino que nace del afianzamiento y sistematización de las estructuras socioculturales internas, que al mismo tiempo, significan la interpretación y contextualización de las macro estructuras. Esta valoración resulta nuestra concepción endógena de la participación social.
La cultura participativa es también una manera de manifestarse la identidad cultural
La cultura participativa no solo es el resultado de un proceso de socialización llevado a cabo, con métodos de educación popular, por las sedes decisionales externas al medio comunitario, sino que también existe como potencialidad interna y es aprendida, reproducida, como un conjunto de estereotipos culturales heredados, por medio de los canales y espacios tradicionales de socialización: la moralidad colectiva en la familia y otros grupos sociales de pertenencia, por tanto sería acertado hablar de diversidad de culturas participativas en dependencia de los diferentes escenarios o contextos culturales comunitarios.
El análisis en este sentido pudiera conducir a una interpretación contradictoria en cuanto a la relación conceptual entre la cultura participativa y la participación social propiamente dicha.
Teniendo en cuenta que de hecho la participación es contrapuesta a la idea de exclusión o discriminación sea por motivos políticos, raciales, religiosos, de género, generación, etc.
La cultura participativa bien pudiera incluir como fenómeno identitario indicadores de reactividad, es decir, puede ser observado en determinados contextos socioculturales una cultura participativa de exclusión que limita la participación misma. No obstante sería ingenuo considerar como “simple” su delimitación conceptual, no debe reducirse metodológicamente lo que en la práctica sociológica se muestra sumamente complejo, pues desde las interioridades individuales el fenómeno pudiera mostrar matices insospechados.
Al análisis de la cultura participativa pudieran aplicarse algunas reflexiones de Espronceda (2003), que aun cuando esté destinada a la explicación del parentesco como forma de vínculo social, bien pudieran orientar la explicación de la cultura participativa como manifestación de la identidad cultural. Dicha autora enfatiza en a cada sujeto le son inherentes determinadas coordenadas culturales, en ellas tienen gran peso costumbres y tradiciones aceptadas o impuestas cuya permanencia y cambio produce un incesante flujo de patrones en franco debate: entre lo que desde siempre se asume y lo nuevo que se asigna, para obtener como resultante cualidades sui géneris.
La observación y aceptación de la diversidad de la cultura participativa, como fenómeno identitario, en dependencia del contexto cultural comunitario, constituye no sólo una expresión de democracia cultural sino también una práctica ventajosa para el logro del éxito de cualquier proyecto de desarrollo comunitario. No debe obviarse que la cultura participativa, como fenómeno de identidad implica un proceso de aprendizaje de códigos y normas de conducta, regulando la actuación del individuo y los grupos sociales dentro de un entorno sociocultural delimitado, ya sea de manera consciente o inconsciente, voluntaria o impuesta, espontánea o dirigida.
En comunidades con estructuras socioculturales tendientes a la tradicionalidad (fundamentalmente rurales) pueden ser observadas manifestaciones de culturas participativas localistas y reactivas, en este caso pudieran clasificarse como cerradas, impermeables a la intervención institucional externa, con subordinación reactiva a las estructuras sociales externas. En cambio en las ciudades, con mayor tendencia hacia la asimilación de lo moderno por la influencia constante de la la globalización tecnológica y donde la composición socialmente heterogénea implica un amplio espectro de interacción social, la dinámica cotidiana debilita el sentido estricto de la identidad permitiendo una cultura participativa más abierta a la subordinación pasiva frente a las estructuras sociales externas.
“La participación social es un proceso vinculado a las necesidades y motivaciones de los diferentes grupos, así como la dinámica de las relaciones establecidas entre ellos en distintos momentos condiciones y espacios, lo que va conformando un conjunto de redes que estimulan u obstaculizan el desarrollo de auténticos procesos participativos” (Dávalos,1997).
Debe tenerse en cuenta que las necesidades y motivaciones referidas a grupos sociales, aun cuando constituyan manifestaciones socio psicológicas, están condicionadas culturalmente. Las acciones que son impuestas desde el exterior al medio comunitario provocan un cambio mecánico e impersonal y la tendencia social es al rechazo; por otra parte las acciones que son propuestas desde el interior del medio comunitario provocan un cambio dinámico y propio (internalizado por los individuos y los grupos sociales) y la tendencia social es la aceptación, enriquecimiento y sostenibilidad.
En cualquiera de los casos la cultura participativa requiere un proceso de aprendizaje, internalización y socialización. Aun cuando los cambios sean propuestos desde dentro, por alguna asociación, grupo gestor o líder determinados, si no logran representar los intereses, motivaciones y necesidades de los diferentes grupos sociales, si la importancia del cambio no es reconocida por los actores sociales, entonces la cultura participativa, condicionada por las estructuras socioculturales internas, pudiera obstaculizar el proceso. El cambio propuesto desde adentro también pudiera ser considerado por el actor como mecánico e impersonal.
La libertad y autonomía con respecto a las estructuras externas no necesariamente implica una subordinación a las estructuras sociales internas, máxime si estas últimas no son consecuentes con las normas socioculturales macro sociales La cultura participativa, endógena en esencia, desarrolla mecanismos dinámicos, adaptativos y creativos para poder existir y manifestarse, por lo que necesita un proceso de educación y socialización mediante los cuales los individuos aprendan las maneras de participar de un determinado grupo o comunidad, adquieren los códigos, símbolos y herramientas morales fundamentales para actuar (o no) en uno u otro proceso.
La cultura participativa convertida en moralidad colectiva, de alguna manera constriñe al individuo y ejerce un determinado nivel de influencia sobre la motivación y la voluntad del mismo, haciendo que este se sienta obligado a aceptar determinadas reglas, signos y estereotipos. Cuando determinadas formas participativas se convierten en preceptos morales el individuo se ve controlado por la opinión pública.
Sean internas o externas, al medio comunitario, las acciones derivadas de un proyecto de cambio, solo podrán generar verdadera participación si actúan mediante la moralidad colectiva sobre el actor; solo de esta manera se puede condicionar y controlar las acciones de los individuos.
No debe obviarse el carácter subjetivo de este proceso de internalización, pues los individuos no asumen de manera tácita o mecánica las disposiciones colectivas, indudablemente el ejercicio de la libertad individual debe tenerse en cuenta en el análisis del proceso de socialización de la cultura participativa.
En el caso que nos ocupa pudiera interpretarse que las disposiciones de necesidad, tal como las plantea T. Parsons, solo pueden ser internalizadas en el proceso de socialización de la cultura participativa endógena. Esta emerge desde la propia dinámica interna participativa de las comunidades, lo cual no deriva en una respuesta mecánica a esta influencia, que de cualquier manera es externa al individuo, sino que ello implica un proceso innovador, de aportes individuales, en dependencia de la diversidad de motivaciones, interpretaciones y orientaciones de necesidades. Aunque la cultura participativa sea incorporada por el individuo con determinada independencia, hasta el punto de enriquecerla desde sus experiencias cotidianas, siempre condiciona su actuación dentro y fuera de su contexto comunitario.
La observación sistemática de la práctica de intervención comunitaria demuestra que los grupos sociales implicados en cualquier proceso participativo suelen ser más eficaces cuando basan sus acciones en valores tradicionales. Cuando la actividad socioeconómica se organiza en base a grupos de parentesco u otros unidos por lazos tradicionales, con redes de socialización y liderazgo, con determinado nivel de filiación, se pueden alcanzar altos niveles de rentabilidad en cuanto a producción y distribución de los bienes y utilidades, pues la filiación y los lazos tradicionales comunes posibilitan la percepción del cambio de manera flexible, consiguiendo la participación y el compromiso por el bien colectivo.
Los cambios sociales, políticos, económicos y culturales que tienen lugar a niveles macro sociales, afectan inevitablemente las estructuras locales, a pesar de toda resistencia al cambio generado a partir de la relativa autonomía simbólica comunitaria. Durkheim consideraba que los cambios en el nivel de los macro fenómenos sociales producen cambios en el nivel de la acción y la interacción individual.
No obstante la drástica verticalidad del cambio, tiende en muchos casos a desestabilizar el orden autónomo logrado a partir del conjunto de signos culturales, que definen los estilos de vida comunitarios, los códigos de comunicación grupal los espacios de sociabilidad y las formas de socialización de valores consuetudinarios.
Los cambios externos desorientan a los grupos sociales con respecto a las nuevas normas sociales y culturales impuestas desde la macro estructura; esta situación conduce inevitablemente a la marginación de grupos o comunidades enteras, aun cuando los efectos de esa marginación no resulten evidentes, por la aparente estabilidad del orden interno comunitario.
La adaptación al cambio, por estos motivos no resulta un hecho inmediato, mecánico, sino un proceso paulatino, donde debe resolverse la contradicción entre lo que se debe cambiar y lo que se desea mantener. Si este proceso de adaptación se logra, la pequeña estructura estará en condiciones de participación social, en caso contrario queda es situación de marginación.
La subordinación a un proyecto impuesto, externo o ajeno a la comunidad puede generar rechazo, pues implica un condicionamiento impersonal, limita la capacidad de influencia o decisión endógena, en cambio la subordinación a un grupo o líder interno es más personal.
Sin embargo aunque la subordinación a un grupo, a un estimulo interno sea más efectiva que la subordinación a las estructura objetivas, sí existe una marcada influencia de los estímulos externos, como la moral colectiva, establecidas a partir de la internalización de normas y estereotipos sociales por el individuo, de alguna manera lo constriñe, condicionando y controlando su libertad de acción.
La subordinación bajo una pluralidad puede tener efectos desiguales; por un lado , la objetividad del mando de una colectividad puede servir para fortalecer la unidad del grupo, más que el dominio arbitrario de un individuo; por otro lado, es probable que se engendre hostilidad entre los subordinados si no reciben la atención personal del líder.
En una comunidad con mayor nivel de socialización el individuo o los grupos sociales actúan con mayor independencia, con más autonomía o libertad con respecto a los cambios propuestos verticalmente desde la macro estructura externa o desde la propia estructura comunitaria. Entendida esta socialización como mayor vinculación comunitaria con el medio social externo, donde la mayor parte de sus miembros ejerzan funciones laborales fuera de los límites comunitarios, o simplemente tengan la posibilidad de satisfacer necesidades sociales y culturales fuera de la comunidad.
Con liderazgo individual o colectivo, con más libertad para adaptación o la resistencia, según sea el caso; pudieran actuar, incluso con mayor indiferencia, en tanto que solo estructural y formalmente pertenecen a una estructura pequeña por sus límites espaciales o culturales, mientras que funcionalmente, por sus posibilidades de interacción, no posen pertenencia específica, restringida.
Es el caso en que los individuos desarrollan solo una pequeña parte de sus vidas cotidianas dentro de los límites comunitarios; cualquier cambio o problema social que afecte en esencia el equilibrio sociocultural comunitario, no necesariamente afectaría sus intereses individuales, aun cuando las estructuras intra o extra comunitaria, con una marcada influencia moral, coercitiva, no lograran motivarlos o constreñirlos lo suficiente.
Aunque parezca contradictorio, este proceso de socialización abierta ubica al individuo en mejores condiciones de participación social con respecto a las normas institucionalizadas externas, o a tales efectos reduce al mínimo sus condiciones de marginación social; si sostenemos la hipótesis de que la socialización abierta hacia las relaciones sociales extra comunitarias favorece las posibilidades de adaptación al cambio.
En comunidades rurales, distantes de los centros urbanos, donde mayor cantidad de personas estén involucradas en un proceso de interacción comunitaria, aun cuando su tamaño poblacional sea mayor que en los casos anteriores, un proceso de cambio externo o interno afectaría en mayor grado a mayor cantidad de personas.
En estos casos los niveles de libertad o autonomía en las acciones estarán determinados por el liderazgo o por un sistema simbólico favorable o no a la subordinación o a la independencia de acción. En este contexto cualquier proceso de intervención comunitaria que genere participación contextual pudiera tener relativo éxito; sin embargo el proceso de socialización cerrada, no libraría al individuo de la marginación social con respecto a las normas institucionalizadas externas, pues, básicamente limita su interacción con procesos sociales extra comunitarias y por ende limita el desarrollado de habilidades adaptativas.
Si el actor no reconoce la necesidad del cambio por no corresponderse con sus disposiciones de necesidad, la cual está condicionada por la estructura sociocultural de la comunidad o grupo a que pertenece, entonces el proceso se obstaculiza.
Esto sucede porque las personas construyen en la cotidianeidad, tipificaciones de la posible acción de los otros, incluyendo entre los “otros” no solo a los de fuera de su micro medio comunitario, sino también a los de adentro.
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