Leirys Monzón Linares (CV)
leirys@isch.edu.cu
Universidad Agraria de La Habana
Resumen
En las últimas décadas de los estudios de género se ha visualizado una necesaria indagación en y sobre los procesos de construcción simbólica de ambos géneros como figuras diferentes, más allá del ámbito de la relación de poder que se establece entre ellos. Sin embargo, aún son insuficientes las miradas desprejuiciadas sobre el hombre, como figura también afectada por imposiciones simbólicas emanadas de un sistema sociocultural, que le predispone o le reclama un comportamiento que no le es inherente; y en consecuencia, le depara una representación social condicionada por esa relación de conflicto histórica, que va muchas veces en detrimento de las expectativas de los propios hombres. ¿Hasta qué punto los hombres (re)conocen necesario trascender la construcción sociocultural de la identidad masculina actual?. La respuesta a esta interrogante es a lo que pretende acercarse este estudio con el objetivo de valorar casuísticamente elementos simbólicos expresados por hombres profesionales del entorno universitario, respecto a su nivel de concienciación sobre la construcción de su identidad masculina.
Palabras clave: masculinidades, identidad, género, reconstrucción, símbolo, varón.
Durante las últimas décadas del siglo XX los estudios sobre el género, y en particular sobre la mujer, marcan un espacio de conquista sin precedentes en el ámbito de las Ciencias Sociales, y del conocimiento científico en general. Con ellos se fortalece al mismo tiempo, la diversidad de variables, aristas y enfoques teórico-metodológicos comprendidos en el análisis de la identidad de género. En este tema, donde hasta hace solo unos pocos años se privilegiaba ampliamente la mirada al modo de vida femenino, comienza a prestársele atención sistemática a la construcción de la masculinidad.
De ahí que la permanente pregunta ¿Quién soy?, haya sobrepasado ya los momentos más inciertos de interrogarse la existencia humana desde la subjetividad, y detenida ahora en cuestionarse la construcción sociocultural hecha sobre el cimiento de determinaciones biológicas, suscite nuevas interrogantes, que esta vez dejan de concernir únicamente a la figura femenina, en tanto penetran ese conjunto de características sociales, corporales y subjetivas, que conforman de manera real y simbólica la masculinidad.
Para las mujeres, ya pasó la etapa de reconocimiento, por lo que identifican con un mayor o menor nivel de objetividad según sus individualidades psicosociales y culturales, los presupuestos, mitos y realidades que caracterizan y fomentan su status de subordinación histórico-social. Por ello los cuestionamientos y retos, confluyen hoy en una segunda pregunta: ¿Cómo puedo dejar de ser quien soy?.
Pero en ese proceso histórico de reconocer los factores determinantes y asociados a su sometimiento simbólico, las mujeres han nutrido de manera creciente un sistema de relaciones de conflicto con los hombres, al responsabilizarlos como figura de dominación conciente.
Ello ha condicionado que los estudios de género estén esencialmente encaminados a la búsqueda de alternativas de emancipación para las mujeres, entendida en muchos casos como desafío y rebeldía frente a los hombres. Por tanto resulta evidente el reducido espacio que se le ha otorgado a la necesaria indagación ante todo, de los procesos de construcción simbólica de ambos géneros como figuras diferentes, más allá del ámbito de la relación de poder que se establece entre ellos.
Aún son insuficientes las miradas desprejuiciadas en el tratamiento de la figura masculina, también afectada por imposiciones simbólicas emanadas de un sistema sociocultural, que le predispone o le reclama un comportamiento que no le es inherente; y en consecuencia, le depara una representación social condicionada y en detrimento de las expectativas de los propios hombres.
Michael Kimmel (1997, p. 53) destaca que “la identidad masculina nace de la renuncia a lo femenino, no de la afirmación directa de lo masculino, lo cual deja a la identidad de género masculino tenue y frágil”. La construcción de la masculinidad, entonces, supone en su materialización un rechazo al conjunto de símbolos que determinan la identidad femenina. Pero, actualmente, ¿hasta qué punto los hombres (re)conocen como una necesidad sentida el trascender la construcción sociocultural del símbolo varón en la conformación de la identidad masculina?
En esta temática, se reconocen a nivel internacional una serie de teóricos y estudiosos en general, como Joseph-Vicent Marques, Michael S. Kimmel, R. W. Connell, Michael Kaufman, Julio César Gonzáles Pagés. Ellos resultan de consulta obligatoria para valorar casuísticamente elementos simbólicos de la masculinidad expresados por hombres profesionales. Este análisis, objetivo que persigue la presente investigación exploratoria, muestra algunos indicadores del nivel de concienciación, en el que se encuentran estos sujetos, sobre la construcción transgredida de su identidad masculina.
Joseph-Vicent Marqués (1997, p. 18) plantea que “se trata de fomentarle unos comportamientos, de reprimirle otros y de transmitirle ciertas convicciones sobre lo que significa ser varón”. En tal sentido, el hombre como género es la construcción social del varón, que supone el aumento de las diferencias respecto a las mujeres, y la legitimación, de un ideal de masculinidad, que incluye cualidades y valores masculinos construidos y asignados históricamente según aspectos sociales, étnicos, geográficos, de clases y/o inclinación sexual.
La masculinidad “es al mismo tiempo la posición en las relaciones de género, las prácticas por las cuales los hombres y las mujeres se comprometen con esa posición de género, y los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y en la cultura”. (Connel, 1997, p.35)
R. W. Connell en su artículo La organización social de la masculinidad distingue cuatro tipos de masculinidad: hegemónica, subordinada, cómplice y marginada. Desde su perspectiva estos criterios de clasificación no se refieren a las identidades de género, sino a paradigmas de comportamientos que se desarrollan históricamente.
Estas tipologías coexisten en un ordenamiento jerárquico cultural, con el modelo hegemónico como prototipo de comportamiento masculino que domina las relaciones de poder en el sistema de género y a partir del cual se establecen y posicionan el resto de los tipos de masculinidades. En tal sentido:
Por su parte Michael S. Kimmel incluye en el análisis de la masculinidad, las variables raza, clase, edad, etnia y orientación sexual. Pero él considera que estas no condicionan el significado presupuesto de que ser un hombre significa no ser como las mujeres. (Kimmel, 1997).Sin embargo, cada vez son más los casos donde esas variables inciden e incluso condicionan la autorrepresentación de ser hombre o mujer, principalmente cuando se toma como marco referencial al otro del mismo género.
La figura central de la corriente del Psicoanálisis, Sigmund Freud, otorga un valor inestimable al papel de la sexualidad en la red de determinaciones alrededor de la masculinidad. Esta visión marca indiscutiblemente un enfoque paradigmático dentro de la teoría de la construcción social del varón. Un ejemplo es el propio Kimmel quien ve la identidad masculina ligada a la construcción simbólica de la virilidad.
A tono con esta concepción, para él “…la hombría llega a ser una búsqueda de toda la vida para demostrar su logro, como si probáramos lo improbable a los demás, por que nos sentimos tan inseguros de nosotros mismos”. (Kimmel, 1997, p.54) Mientras que por el contrario, según este mismo autor “las mujeres no se sienten frecuentemente forzadas a probar su condición de mujer, la propia frase resulta ridícula. Ellas tienen otro tipo de crisis de identidad de género; su enojo y frustración, y sus propios síntomas de depresión, se deben más al hecho de ser excluidas que al cuestionamiento de si son lo suficientemente femeninas”. (Kimmel, 1997, p.54).
Sucesor de los teóricos traídos al debate en este estudio, el especialista cubano Julio César González Pagéz visualiza que “la masculinidad no es una categoría esencialista ni estática, sino una construcción socio-histórica que se encuentra estrechamente vinculada a otras categorías como la raza, la nacionalidad, la clase social o la opción sexual. (…) Al hablar de masculinidad, no podemos obviar la existencia de múltiples tipologías de esta, de ahí que muchos académicos/as deben utilizar el término en plural: masculinidades”. (González, 2010, p. 13-14)
Para realizar esta investigación se aplicaron entrevistas individuales a 8 profesionales masculinos de distintas especialidades, edad, y que laboran como profesores en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas y en la Facultad de Medicina Veterinaria, en la Universidad Agraria de La Habana1 .
Previo a la entrevista, se puso a la consideración individual el siguiente fragmento de Joseph-Vicent Marqués, plasmado en su artículo Varón y patriarcado:
“Solo soy una persona, de sexo masculino, pero simplemente una persona; pedidme como persona lo que creáis que deba dar de mí, pero no me pidáis nada como varón; yo no tengo nada que ver con el selecto círculo de sabios y asesinos, de héroes y de explotadores, de dioses y de demonios con el que queréis emparentarme por el solo hecho de tener el mismo tipo de genitales; no tengo nada en contra de las mujeres, yo mismo hubiera podido ser mujer sino hubiera sido por el azar genético, ni las temo ni deseo que me; no vengáis diciéndome como tengo que actuar por ser varón…”
Las interrogantes anteriores constituyeron una guía para conducir el intercambio con los profesores entrevistados.
La única crítica que hace a su proceso de socialización como varón, es que no le permitieron ser lo suficientemente extrovertido como él desearía, porque en su familia, fundamentalmente su padre, le trasmitió todo el tiempo que “el hombre no se mete en nada, y así evita verse enredado en chusmerías y enredos propios de hembras”.
Con esta visión reafirma la necesidad de sentirse alejado de todo lo relativo al concepto de mujer, en aras de situarse en un plano más varonil ante la sociedad, a pesar de reconocer que para llegar a disfrutar de ciertas consideraciones en la jerarquía institucional de su centro de trabajo, necesitaría poseer una cualidad que sabe tradicionalmente asignada al género del cual se quiere mantener bien diferenciado.
Su criterio sobre la masculinidad, resultado de su proceso de socialización, es totalmente positivo y la principal razón que expone está relacionada con el símbolo de que socialmente no puede permitirse nada que al hombre y a la mujer, por que biológicamente son diferentes. Luego cierra esa opinión, afirmando como un ejemplo de su manera de compartir el paradigma hegemónico de la masculinidad, con la expresión “estoy seguro de que soy hombre por que me encantan las mujeres”, y se declara como buen conocedor de ellas, en tanto sabe lo que esperan escuchar de un hombre.
Otro aspecto interesante en este caso es el marco referencial de figuras históricas tenidas por él como paradigmáticas; todas las citadas son hombres, valorados por su condición de sabios o eruditos.
A este elemento se une la definición sexista, y condicionada por relaciones de poder, sobre la condición simbólica de ser masculino: “tener órganos genitales masculinos y sentir por el sexo opuesto”, con esto priva del derecho de considerase masculino a los hombres con una orientación no heterosexual.
En relación con esto, y a pesar de declararse conciente de todos los prejuicios que marcan la construcción y la socialización de la masculinidad, denota una posición escéptica en cuanto a la posibilidad de imponerse a las exigencias y presiones sociales: “quiéralo o no vas a estar perneado por el hecho de ser varón, porque como seres sexuados, se espera de nosotros que la visión del mundo sea diferente a la de la mujer por la anatomía; por mucho que uno quiera desprenderse de cosas no puede, se las reprime”.
A pesar de no haber ahondado en los elementos desfavorables del proceso de la construcción de la masculinidad, este joven es el caso que más se acerca a la perspectiva de romper con la concepción impuesta socialmente de el ser hombre por oposición al ser mujer.
Contradictoriamente al reclamo permanente de este joven por derribar los estereotipos sexistas alrededor de la masculinidad, él niega la posibilidad de que un hombre heterosexual pueda identificarse con una posición de rebeldía frente a los patrones de una sociedad patriarcal. Además resulta evidente en su discurso, el reflejo de una identidad de género subordinada, pues valora dentro especialmente dentro de personalidad un rasgo que él mismo tipifica de femenino: su sensibilidad, aspecto que generalmente no se reconoce por quienes manifiestan una masculinidad dominante, como representativo de su grupo.
Reflexiones conclusivas:
Lejos de centrarse en una comprensión del mensaje expresado en el fragmento, en todos los casos primó la búsqueda inmediata de caracterizar la orientación sexual del emisor de esas palabras. Esto está relacionado con el impacto que produce en hombres identificados, o afectados por la institucionalización de una masculinidad hegemónica, el escuchar una voz masculina transgresora de esos patrones socioculturales.
En los casos analizados no se percibe un tipo de masculinidad, sino en una o otra forma la presencia de las cuatro modalidades teorizadas por Connell: hegemónica, subordinada, cómplice y marginada. En el caso de la última, más específicamente se constatan indicadores de un proceso de automarginación por parte del propio sujeto que se considera a sí mismo asexuado y no aceptable como figura masculina dentro de los grupos de una u otra orientación sexual.
La mayoría de los casos reconocen su condición masculina, en tanto, esta se conforma por oposición a la femineidad, desde el punto de vista sexual y como sistema de símbolos; no se aprecia la búsqueda de argumentos desde el propio reconocimiento individual de ser sujetos masculinos. Es decir, su discurso denota más un conocimiento de lo que no son, que de lo que realmente los caracteriza. Incluso en un caso se afirma categóricamente que se es hombre porque no se es “maricón”, lo cual constituye una construcción hegemónica del símbolo varón.
Aunque es un estudio exploratoriamente, permite inferir el nivel primario en el que aún se encuentra el debate desde la subjetividad masculina que contribuya a la transformación de modelos de masculinidades que laceran el comportamiento pleno de los hombres.
Bibliografía
1 La Universidad Agraria de la Habana es una de las principales instituciones de educación superior cubana en la esfera agropecuaria. Actualmente 13 carreras y facultades que incluyen las Ciencias Agropecuarias, Sociales y Humanísticas, Económicas y Cultura Física.