Adriana Mejía Alcauter (CV)
alcauter@nuyoo.utm.mx
Víctor R. Escalante Jarero
viresc@nuyoo.utm.mx
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades. UTM
Resumen
Todo constructivismo, ya sea etiquetado de epistemológico, sociológico, pedagógico, psicológico, o con cualquier otra designación disciplinar, comparte con las restantes formulaciones constructivistas, al margen de las diferencias existentes y posibles, conclusiones prácticas y éticas afines. Tales conclusiones se derivan de un punto de partida filosófico compartido, que aunque no sea explícito o consciente, es fácil rastrear en todas las formulaciones constructivistas. El punto de partida apuntado es el alejamiento de, o incluso la negativa a aceptar, la metafísica filosófica occidental. En lo que sigue, se presenta una disquisición filosófica, entre las muchas posibles, que da cuenta del alejamiento señalado con respecto de la metafísica.
Palabras clave: Conocimiento, constructivismo, lenguaje, realidad.
Introducción
Por más de dos mil años Occidente ha vivido en la tradición filosófica de los dualismos metafísicos (nomos y physis, real y apariencial, conocimiento y error, discurso de la Verdad y discurso de la opinión). Siendo parte de una tradición tan añeja, resulta comprensible que los occidentales modernos típicos percibamos y entendamos a las dualidades metafísicas como intuiciones básicas y correctas, y no como una manera entre otras posibles de construir nuestro entendimiento del mundo.
Muy probablemente tales distinciones no habrían visto la luz si en lugar de la concepción dominante del conocimiento, según la cual “la función del conocimiento es poner al descubierto lo antecedentemente real”,1 dominara la idea del pragmatismo de que la función del conocimiento es exclusivamente la de “obtener, tal como ocurre en el caso de nuestros juicios prácticos, el tipo de comprensión necesaria para lidiar con los problemas a medida que surgen”.2
Componente filosófico del constructivismo
Si se concibe la existencia de “lo antecedentemente real”, el conocimiento se entiende como la aproximación o captación absolutamente objetiva de lo dado. Pero esta posición es difícil de defender, dado que la realidad no puede de ninguna manera ser lo dado, lo preexistente, la famosa cosa en sí, pues carecería de sentido. No podríamos darle significado alguno, en tanto los humanos somos seres concretados en una estructura relacionante finita, y por lo tanto somos incapaces de percibir una realidad desnuda, sin los atributos derivados de las determinaciones humanas (biológicas, físicas, culturales, sicológicas…).
En cuanto concebimos a la realidad como el dato absoluto, como la cosa en sí kantiana, formulamos para ella unos límites ontológicos y epistemológicos que la distinguen como un todo. Pero ocurre que no forma parte de nuestra constitución el atributo de percibir los límites de lo real. Ser capaces de percibir los límites de lo real equivaldría a disfrutar del atributo divino de la contemplación de lo real desde “ningún lugar”, esto es, desde la eternidad.
Otro problema igualmente insuperable aparece. En cuanto existen límites, surgen las distinciones. Y los límites de lo real indefectiblemente formulan la aparición en la escena de lo irreal. ¿Pero qué clase de entidad puede ser lo irreal, si se trata justamente de lo irreal? Lo que se halla más allá de lo real es impensable, carece de sentido. “Lo que no podemos pensar no podemos pensarlo. Tampoco, pues, podemos decir lo que no podemos pensar”. 3 Lo irreal es imposible humanamente pues es inimaginable e inexpresable. La realidad, como el lenguaje, es continua y sin límites.
Todo esto demuestra la inviabilidad de postular la existencia de una realidad absolutamente objetiva, esto es, independiente de las determinaciones de cualquier sujeto cognitivo.
Es claro entonces, la realidad no pre-existe, sino que existe en, desde, por y para la experiencia del mundo. Sobra decir que esta experiencia del mundo constituye una actuación en lo real y no sólo una contemplación distanciada.
Nuestra percepción obedece necesariamente a una perspectiva. “Todo lo que nosotros vemos podría ser de otro modo. Todo lo que nosotros podemos describir podría también ser de otro modo. No hay ningún a priori de las cosas.”4 Es justamente de la experiencia de la vida y desde la vida misma de donde puede emerger lo real humano.
Toda reflexión nos instala en un círculo: nos encontramos en un mundo que parece estar antes de que comience la reflexión, pero ocurre que ese mundo no está separado de nosotros porque nos es entregado (por nosotros mismos) en la reflexión. Dicho de otro modo, mundo y sujeto ocurren uno por el otro. Para decirlo desde el pragmatismo rortyano:
El antiesencialista no pone en duda que ha habido árboles y estrellas antes de que hubiera enunciados acerca de los árboles y las estrellas. Pero el hecho de la existencia anterior no sirve para dar sentido a la pregunta <<¿qué son los árboles y las estrellas aparte de sus relaciones con otras cosas, aparte de nuestros enunciados acerca de ellos? 5
Por mucho que nos alejemos y corramos en busca de una “visión desde ningún lugar”, una atalaya desde la que podamos contemplar el escenario total de lo existente “tal como éste es en sí,” es claro que jamás alcanzaremos semejante estado. No es posible salir del círculo, pues su fuente es el lenguaje. Y no hay por qué ni para qué intentarlo, que la circularidad no es viciosa sino realizadora del mundo humano.
Característico de todo lo vivo, mejor aún, condición, ciertamente no única pero sí fundamental, es la de la acción. Todo lo vivo actúa. Y es en su actuación que las propiedades del mundo emergen, se constituyen y hacen presentes a lo vivo, es decir, se vuelven parte de la realidad.6
Algunos bichos actúan colectivamente, para lo cual sus comportamientos deben coordinarse mutuamente. Cuando esto ocurre decimos que existe comunicación, lingüística si es aprendida y no innata, o sea coordinación de comportamiento a través del establecimiento de interacciones mutuas recurrentes. Hasta aquí nada que sea todavía lenguaje. Éste cobra existencia en cuanto aparece en la comunicación lingüística la propiedad emergente que permite convertir a la propia comunicación lingüística en objeto de la comunicación lingüística, es decir, cuando aparece la recursividad. En el ámbito del lenguaje, las palabras, además de que permiten la coordinación lingüística de acciones, dado que son y sostienen distinciones, posibilitan la creación nocional de objetos (distinciones de distinciones) y la aparición de nociones abstractas (conceptos, símbolos, es decir, distinciones de distinciones de distinciones). Es el lenguaje lo que le permite al humano simbolizar, esto es, ser capaz de distinguir, separando de sus actos reflejos y del flujo indiferenciado de todo lo existente, algo para convertirlo en objeto de su lenguaje, de su pensamiento y de su comunicación. Así pues, la función del lenguaje no es, no podría ser, dado que no podemos percibir nada sub specie aeternatis, nombrar lo dado, lo preexistente, sino aparecer un mundo humano a los humanos. Toda la realidad del mundo nos viene dada en el lenguaje.
Aquí, tal como ocurre en la concepción wittgensteiniana del lenguaje, es claro que usar el lenguaje se encuentra inextricablemente unido al resto de las prácticas humanas; usar el lenguaje es consustancial al actuar humano. La acción humana sólo puede ocurrir gracias al lenguaje. Todo: discurso, palabras, objetos, acciones, sensaciones, pensamientos, emociones, deseos... son la vida, conforman su trama. En el mundo humano no está primero, o por un lado, lo material, y después, o por otro lado, el discurso (ficticio o no). Todo lo material posee en la realidad humana valor simbólico y todo lo simbólico posee valor material.
Conclusión
Construimos la realidad que habitamos, y la construimos a través del propio proceso de habitarla, en y con el lenguaje y nuestras prácticas sociales. Tenemos la idea de que el modo como vemos el mundo refleja el mundo en su objetivo ser así, y no nos damos cuenta de que somos nosotros los que le atribuimos una significación a ese mundo, tal como lo evidencia Heisenberg cuando dice que:
La realidad de la que podemos hablar jamás es la realidad en sí, sino una realidad sabida o incluso, en muchos casos una realidad configurada por nosotros mismos. Cuando se objeta contra esta última formulación diciendo que, a fin de cuentas, existe un mundo independiente por completo de nuestro pensamiento, un mundo que sigue su curso sin necesidad de nosotros y al que nos referimos propiamente con la investigación, hay que replicar a esa objeción, esclarecedora en un primer momento, diciendo que ya el vocablo “existe” proviene del lenguaje humano y, por consiguiente, difícilmente puede significar algo que no esté referido a nuestra capacidad cognitiva. Precisamente, para nosotros se da sólo el mundo en el que el concepto “existe” tiene sentido.7
Lo que hacemos los humanos es sólo ponerle un cierto orden al mundo, como diría Giambattista Vico poner las cosas en un bello orden, a través del lenguaje y de nuestras propias acciones en tanto seres vivos que habitamos el mundo. Creemos que el mundo nos “habla”, pensamos que lo que tenemos que hacer es encontrar la(s) manera(s) de descifrar lo que “nos quiere decir”, y no entendemos que, precisamente, la(s) manera(s) que tenemos (lenguaje), que inventamos, (acciones, teorías, principios, postulados, etc.) son los instrumentos que funcionan para poner sentido a ese mundo que literalmente vamos construyendo, tal como lo evidencia Heisenberg: “Lo que observamos, no es la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de observación”.8 El método de observación que el humano crea es el que funciona para interpretar y comprender el mundo de una manera determinada, de tal modo que el mundo, entonces, puede ser entendido y comprendido de tantas maneras diversas como métodos de observación sea el humano capaz de crear. En este sentido, las realidades son construcciones realizadas por los seres humanos, y como afirma Paul Watzlawick, la consecuencia de tal afirmación supondría la posesión de ciertas cualidades en aquellos hombres que partieran de tal principio:
Primero serían libres, pues el que se sabe constructor de su propia realidad también puede crearla con otra forma en todo instante. Segundo, ese hombre sería responsable en el más profundo sentido ético, pues, quien ha comprendido de hecho que él es el constructor de su propia realidad, no cuenta ya con la opción de evadirse a la cómoda excusa de la coacción ejercida por las cosas ni con la de echar la culpa a otros. Tercero, un hombre de esas características sería conciliador en el sentido más profundo del término.9
Entre a las conclusiones prácticas y éticas que se derivan del componente filosófico común a todas las formulaciones constructivistas, están las de entender y tratar a los seres humanos en consideración a su dignidad de sujetos autónomos, capaces de ofrecer interpretaciones diversas y válidas del mundo y lo real, que si bien no todas serán igualmente válidas, su validez no provendrá de ningún supuesto ajuste con una esencial y absoluta forma de ser de lo real, sino de su habilidad para ofrecer conocimiento útil para los humanos.
Notas
Dewey citado por Rorty. Rorty, R. ¿Esperanza o conocimiento? Una introducción al pragmatismo, p. 18.
2 Ibíd.
3Wittgenstein L. Tractatus Lógico-Philosophicus, p.163.
4Ibíd., p.165.
5Rorty, R. Loc.cit., p. 60.
6Las consideraciones que siguen en torno al lenguaje se apoyan en los trabajos de Humberto Maturana y Francisco Varela, El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del conocimiento humano, y de Francisco Varela, Evan Thompson y Eleanor Rosch, De cuerpo presente. Las ciencias cognitivas y la experiencia humana.
7Heisenberg citado por Paul Watzlawick. Watzawick, J. El sinsentido del sentido o el sentido del sinsentido, p. 58.
8Heisenberg citado por Fritjof Capra. Capra, F. La trama de la vida, p. 60.
9Loc. cit., pp. 82 y 83.
Bibliografía
CAPRA, Frijot. (1996), La trama de la vida, trad. David Sempau, Barcelona, (Colección Argumentos 204). Anagrama.
MATURANA, Humberto y Francisco Varela. (1996), El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del conocimiento humano, Madrid, Debate-Pensamiento.
RORTY, Richard. (1997), ¿Esperanza o conocimiento? Una introducción al pragmatismo, trad. Eduardo Rabossi, Buenos Aires, (Sección de obras de filosofía), Fondo de Cultura Económica.
VARELA, Francisco, et al. (1997), De cuerpo presente. Las ciencias cognitivas y la experiencia humana, trad. Carlos Gardini, Barcelona, (Ciencias cognitivas), Gedisa.
WATZLAWICK, Paul. (1995), El sinsentido del sentido o el sentido del sinsentido, trad. Víctor A. Martínez de Lapera, Barcelona, Herder.
WITTGENSTEIN, Ludwig. (1973), Tractatus Logico-Philosophicus, trad. Enrique Tierno Galván, Madrid, (Alianza Universidad, 50), Alianza Editorial.