Alexis Sebastián García Somodevilla (CV)
alexissgs@ucm.cfg.sld.cu
Resumen:
Se discute acerca de las consecuencias de la irrupción de las nuevas tecnologías en la Cuba socialista de hoy, donde los medios masivos de comunicación pertenecen al Estado, y existe una política del buen camino para aquellas manifestaciones que no se avengan a las directivas oficiales. Más allá de estar de acuerdo o no con esos productos culturales, el artículo pretende llamar la atención sobre el carácter obsoleto del artículo 53 de la Constitución cubana para manejar una realidad social cada vez más alejada de las llamadas audiencias cautivas.
Palabras claves: Medios de Comunicación de Masas, Socialismo, Nuevas Tecnologías, Ciencia, Tecnología y Sociedad, Derecho Constitucional
En un trabajo publicado en el número de julio de La calle del medio, la periodista Vladia Rubio (2011) se refiere a una sesión parlamentaria de los diputados de la Comisión de atención a la juventud, la niñez y la igualdad de derechos de la mujer, donde después de poner algunos fragmentos de videoclips seleccionados por la doctora en Ciencias de la Comunicación Isabel Moya, directora de la Editorial de la Mujer, se estableció un debate sobre el papel rector de los medios en la creación de valores y lo que esto significa en un contexto despojado de las llamadas audiencias cautivas.
La periodista dedica, además, una parte del artículo a reproducir las palabras de Orlando Vistel, presidente del Instituto de la Música, palabras que según se indica, fueron muy aplaudidas, y que entre otras cosas dice: «El reguetón llega hoy con la tecnología del mp3, mp4, y se ha convertido en un boom artístico en el mercado cultural, algo entre una intención del mercado del ocio y de las grandes transnacionales, que elimina hasta el disco». También, refiriéndose a las prohibiciones agrega: «A la palabra censura no le tengo miedo y el poder que tiene este país es que los medios son nuestros, y además, no son solo del ICRT; los artistas profesionales son trabajadores del Estado, las instituciones culturales lo son, y el movimiento de artistas aficionados es una fuerza del Estado también. Entonces, no es posible que nosotros no podamos, aunque sea lentamente, conducirlos».
Desde la óptica de los Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad hay dos puntos muy claros en el texto. Primero, la irrupción de la tecnología, portadora en este caso del reguetón, y segundo, la posibilidad jurídico-política de un Estado de ser el dueño de los medios masivos de comunicación. Sin embargo, hasta qué punto se puede detener la avalancha de información alternativa que ofrece esta época, amén de la potestad que brinda el artículo 53 de la Constitución cubana a quienes pretenden hacer frente al fenómeno.
A su vez, en la tradición de comunicación, lo alternativo se define básicamente en dos vertientes: la primera relacionada con los contenidos (Kaplún, 2011), es decir, lo alternativo expresa algo que los medios oficiales no dicen. La segunda, los medios para hacer no están en manos de las grandes transnacionales, o como en nuestro caso, no son propiedad estatal. Quien prepara la información es dueño del medio, aunque esto no garantice luego una visibilidad adecuada. Siguiendo esta lógica podemos decir que Telesur es un canal alternativo porque tiene puntos de vista diferentes a los de CNN. Pero también podemos decir que Telesur es una gran empresa, que tiene dueño (varios estados), defiende determinados intereses (de izquierda), y que alguien fuera de su sombra resulta alternativo si, por supuesto, no lo acoge CNN.
Llamar entonces «alternativa» a una tecnología quizás no es muy exacto, pues cualquiera la puede tener con un poco de dinero, máxime cuando los costos de estas siguen cayendo, en la misma medida que sus capacidades se incrementan. Pero si nos centramos en lo que producen lo podemos definir como concepto y enfrentarnos a las consecuencias de intereses ajenos a la voluntad hegemónica. La televisión sabe muy bien (como los creadores de videoclips) que todo lo que enriquece nuestra conciencia y nuestro espíritu es bastante aburrido (Betto, 2011), y que fabricar entretenimiento es la única manera de sobrevivir como empresa. Cuando se mira un videoclip se usan de manera real solo dos sentidos: el oído y la vista. Se le puede mirar como una manera de huir de la dura realidad para refugiarse en un mundo onírico. De ahí la fuerza que tome como hipnosis colectiva. El reto sería cambiar el contenido sin que las personas se aburran o perciban un manejo sospechoso. Es más, tiene que ser algo bueno, sincero, que no implique manipulación alguna. Pero quién lo haría. Cómo lo haría. Sobre todo si de la otra parte existe un discurso alternativo que visualiza las falencias del hegemónico.
Con el avance de la informática y las comunicaciones las culturas de los pueblos están obligadas a una coexistencia permanente. El concepto, que en aras de la síntesis comunicativa se convierte en símbolo —comúnmente un sistema de símbolos que incluyen figura u objeto y palabras— que apela a la identificación del destinatario con el mensaje, y generalmente utilizan los elementos que con más facilidad puedan decodificarse por su valor simbólico, significa escoger los que correspondan al concepto o a la idea que representa nuestra identidad, sin tomar las corrientes más vulgares de la moda internacional, sin hacer concesiones a un sectarismo disfrazado de arte (Muñiz, 2003). La interfertilización de culturas cuando se ponen en contacto es inevitable, pero una cosa es la interfertilización y otra la asunción acrítica del sistema de símbolos foráneos. Los símbolos como síntesis de procesos comerciales y culturales que se insertan en nuestras vidas llegan en ocasiones a una fuerza de mando abrumadora en nuestras acciones y creencias. En esta transculturación de símbolos solo sobreviviremos si nos preparamos lo suficiente en nuestras ideas y conceptos.
Hay quienes piensan que el control absoluto de los medios por el Estado es algo bueno, y que si se analiza desde una perspectiva histórica es imposible soslayar el hecho de que estos medios vayan por el camino de convertirse en los más educativos y menos enajenados del planeta (Taladrid, 2002), al no existir presiones comerciales ni de rating de por medio. El Estado lucha porque lo que se divulgue sea lo mejor para el ser humano, y así dotarlo de una cultura integral, lejos de la chabacanería y el mal gusto. Es cierto también que el proyecto político y de desarrollo social cubano se contrapone a las prácticas neoliberales extendidas al planeta. Se comprende por muchos que el «capitalismo salvaje» es absolutamente insostenible como proyecto global y reclaman la urgencia de ofrecerle alternativas prácticas y conceptuales. El orden mundial vigente pretende consolidarse a través de lo que Jackes Chirac llamó el «pensamiento único», una concepción de la economía y la sociedad que nos invita, en esencia, a aceptar el orden y las tendencias actuales como las únicas viables.
La cultura es un proceso lento, de años, y se crea por sedimentos, por capas que descansan unas sobre otras. Resultado de un indescriptible sistema de influencias impredecibles. No es el trabajo de un día, o el chispazo de un acuerdo partidista. Suponer que la Isla ha abandonado todo rastro de estalinismo (Arango, 2010) y que nos conformamos con la crítica del quinquenio gris y la reivindicación de sus víctimas por parte del Estado, es un error. Por el contrario, en los años más recientes se está retomando aquella noción del compromiso intelectual prevaleciente en los años 60, el del papel público del intelectual. Que en palabras de Edward Said (2003) tiene el sentido de,
parte de lo que hacemos como intelectuales es no solo definir la situación, sino también discernir las posibilidades para la intervención activa, sea que después las realicemos nosotros mismos o las reconozcamos en otros que nos han precedido o ya están trabajando: el intelectual como centinela.
En semejante contexto cualquier discurso hegemónico, o por lo menos inclinado a defender posiciones de fuerza, está condenado al fracaso. La necesidad de adaptarse a esta nueva situación hace obligatorio recurrir a una flexibilidad de la que se carecía, y aborrecer la represión como práctica cotidiana. En una situación así, los que han optado por incidir de manera directa sobre las estructuras sociales y afirmarse en su ámbito no tardarán en reclamar la abolición de lo que signifique un obstáculo, y la cultura, en su entramado conciliador, es la esfera en la que se puede encontrar la forma más evolucionada de estructura momentánea y paralela. Pero acaso esta tendencia confirma un viraje hacia el hombre concreto, ajeno a cualquier demagogia. Las estructuras paralelas son el resultado de las intenciones de la vida y de las necesidades auténticas de los hombres (Havel, 1990). Los cambios en cualquier sistema siempre han sido engendrados desde abajo, en cuanto a que era la vida quien los imponía y no que ellos la precedían, orientándole a priori en cualquier dirección.
Recuérdese lo que pasó no hace mucho en Cuba con la música rock: quienes se acercaban a ella, en su mayoría, tenían conflictos con la visión ideológica del «joven correcto». En otros lugares esto podría representar una ruptura con la tradición, con una retórica de la familia o la comunidad; pero en Cuba se le vinculó a los Estados Unidos. Se llegó al extremo de considerar contaminante toda la producción proveniente de esa sociedad, incluyendo la alternativa al mismo poder metropolitano (Rensoli, 2010). La música en inglés y muchas otras experiencias culturales cayeron en ese saco. La rectificación de esta concepción ha ocurrido en fecha reciente, aunque la tensión continúa. ¿Qué seguridad puede haber con el reguetón o cualquier otra música que suene a impropia? ¿No correríamos el mismo riesgo? En cuanto a políticas culturales el Estado puede promover, apoya, estimular, pero no guiar. Ya tuvo la oportunidad de hacerlo.
El progreso tecnológico es fundamental para la creación y desarrollo de la cultura, y por esa misma razón, es además un medio para la creación de espacios y medios libres que en algún momento pueden ser capaces de alterar el orden establecido. El reto sería convertir en beneficio ese torrente de adelantos que se nos avecina sin poner cotos, sin controlar por omisión; el acelerado paso de semejante penetración no deja opciones. Estrategias culturales tenemos para enfrentar el futuro. Los países subdesarrollados no pueden hacer otra cosa que apropiarse de las tecnologías y usarlas a su favor. Aunque estas infraestructuras son caras, los costos de la inacción son mucho más altos (Urra, 2002). El desarrollo de medios cada vez más potentes marca las bases de una revolución que plantea desafíos económicos, políticos, sociales y éticos más trascendentes que los propios problemas de la tecnología.
Aunque los medios masivos de comunicación no son instituciones políticas en el sentido que lo puede ser, por ejemplo, un partido, su función de informar y entretener lleva implícito canales en los que se articulan demandas y manifestaciones de apoyo al sistema que pertenecen (Dickerson, 1986). Un viejo adagio dice, «La libertad de prensa es para aquel que es dueño de una», y que funciona perfectamente en un tema tan controversial como el de la cultura, donde existe un flujo de información constante entre una urdimbre de actores. El totalitarismo está siendo borrado por la tecnología, aniquilado en su propia esencia por una infinidad de posibilidades creativas. El único camino que le queda al Estado sería incidir en espacios auténticos de discusión en los que prime la libertad de las partes involucradas. Espacios democratizados que puedan garantizar un desenvolvimiento futuro que respete las dinámicas internas de cualquier manifestación cultural. Nunca bastará decir que somos bienintencionados, pues por principio lo es cualquiera, ni aún cuando lo plasmemos en la carta magna, las circunstancias dirán siempre la última palabra.
Referencias bibliográficas
Arango, Arturo (2010). Cuba, los intelectuales ante un futuro que ya es presente. Temas. 64, 80-90.
Betto, Frei (2011). Comunicación alternativa en Internet: Aproximaciones. La jiribilla de papel. 90, 9.
Dickerson, Mark O., and Flanagan, Thomas. (1986). Communications media. In An introduction to goverment and politics. A conceptual approach, (2da ed.). Toronto: Methuen Publications. pp. 250-5.
Havel, Václac (1990). El poder de los sin poder. Madrid, España: Ediciones Encuentro. pp. 130-5.
Kaplún, Gabriel (2011). Comunicación alternativa en Internet: Aproximaciones. La jiribilla de papel. 90, 8-9.
Muñiz, Mirta (2003). La publicidad en Cuba: mito y realidad. La Habana: Ediciones Logos. pp. 171-3.
Rensoli, Rodolfo (2010). ¿Tribus urbanas? Temas. 64, 75.
Rubio, Vladia (2011). Audiencias críticas para el videoclip cubano. La calle del medio: publicación mensual de opinión y debate. Julio 2011, 2-3.
Said, Edward (2003). El papel público de los escritores y los intelectuales. Criterios. 34, 178.
Taladrid Herrero, Reinaldo (2002). En: Castro Díaz-Balart, Fidel (coord. y edit.). Cuba. Amanecer del Tercer Milenio. España: Editorial Debate. pp. 203-20.
Urra González, Pedro (2002). Ibídem. pp. 221-33.