Contribuciones a las Ciencias Sociales
Diciembre 2011

LA EXPLOTACIÓN CAPITALISTA

José López
jose.lopez.sanchez@hotmail.com




 Resumen
¿Por qué somos explotados en el sistema capitalista? No podemos luchar contra el capitalismo si primero no somos conscientes de que somos explotados. Quien no siente las cadenas no busca cortarlas. El capitalismo es la cumbre evolutiva del esclavismo, del totalitarismo.

Palabras claves: capitalistas,explotación, pueblo, revolución.



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Lopez, J: "La explotación capitalista", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, diciembre 2011, www.eumed.net/rev/cccss/16/

¿Qué significa ser explotado? Según el diccionario de la Real Academia Española explotar es “utilizar en provecho propio, por lo general de un modo abusivo, las cualidades o sentimientos de una persona, de un suceso o de una circunstancia cualquiera”. En el sistema capitalista cualquier trabajador de cualquier sector de la economía es explotado, de una u otra forma, en mayor o menor medida, porque, entre otros motivos: 1) trabaja más horas de las necesarias para su sustento (dedica unas cuantas horas de su jornada laboral no para él mismo, sino que para producir beneficios a los capitalistas para los que trabaja); 2) trabaja en condiciones que perjudican su salud física y/o mental, el trabajo le consume (el simple hecho de trabajar más de lo necesario, aun suponiendo el resto de condiciones idóneas, lo cual ya es mucho suponer, ya es problemático pues el sobreesfuerzo, tarde o pronto, pasa factura); 3) apenas tiene tiempo libre para disfrutar de la vida pues trabaja demasiadas horas, pues vive para trabajar, en vez de al revés. El poco tiempo libre del que dispone debe dedicarlo, mayormente, además de a las labores propias del mantenimiento suyo y de su familia, cada vez más, a medida que pasan los años, simplemente a descansar, a reponerse para volver de nuevo a trabajar, pues el cansancio se va acumulando en el tiempo; 4) el dinero que gana apenas le permite, la mayor parte de las veces, satisfacer sus necesidades más básicas, cada vez menos, lo cual le obliga a estar endeudado gran parte de su vida, lo cual le hace ser poseído por los bancos, además de por los empresarios para los que trabaja.
Si recordamos la definición del diccionario no podemos llamar más que explotación a las relaciones laborales existentes en el capitalismo. Los proletarios trabajan para los capitalistas, se someten a sus condiciones, las cuales son siempre abusivas (pues, como mínimo, los trabajadores trabajan demasiado), las cuales son, de nuevo, en los últimos tiempos, cada vez más abusivas. Los capitalistas utilizan a los proletarios, ahora llamados recursos humanos, de la manera más abusiva posible, y se deshacen de ellos cuando ya no los necesitan o cuando ya no les producen suficiente plusvalía. Dicho abuso disminuyó en cierta época, fue limitado, cuando los trabajadores se unieron, cuando lucharon para amortiguar su explotación, pero en cuanto los proletarios se acomodaron, en cuanto se volvieron a dividir, en cuanto sucumbieron a la falsa conciencia de clase, en cuanto perdieron su conciencia proletaria, el capital volvió a las andadas. La hoja de ruta del capitalismo, su razón de ser, es aumentar a toda costa los beneficios de los dueños de las empresas, de los dueños de la sociedad. No hay capitalismo sin explotación. La explotación es el acaparamiento de la riqueza, generada socialmente, por unos pocos, es la privatización de las ganancias al mismo tiempo que la socialización del esfuerzo y de las pérdidas (y esto lo estamos comprobando en toda su plenitud en la presente crisis, que, como toda crisis, nos permite conocer el verdadero rostro de las personas, así como del sistema). La explotación es la utilización abusiva del conjunto de los trabajadores, es decir, de la mayoría, por parte de unos pocos en provecho propio. La economía capitalista está al servicio de unos pocos, de los propietarios de los grandes medios de producción y financiación, en vez de estarlo al servicio del conjunto de la ciudadanía. La sociedad entera es explotada por dichos propietarios. La economía capitalista se rige por el interés particular de ciertas minorías, en vez de por el interés general, es decir, de la mayoría. En definitiva, el capitalismo es un sistema donde la mayoría se somete a ciertas minorías. En esto el capitalismo no es nada original, nada nuevo en el fondo, pero sí lo es en las formas en que se lleva a cabo dicho sometimiento.
Por término medio (pues siempre hay excepciones), al abusar del trabajo, al trabajar en condiciones nada idóneas (cada vez menos, una vez superado el peligro “comunista” el capitalismo reemprendió su dinámica de empeorar las condiciones de vida de los proletarios, de cuyo trabajo viven y se enriquecen los capitalistas, especialmente los grandes capitalistas, los auténticos señores de la sociedad contemporánea), cada trabajador poco a poco se va desmotivando. El trabajo le aliena, en vez de realizarlo como persona. Todo trabajador va descubriendo con los años que su esfuerzo no es recompensado. Al contrario, en cualquier momento todo el esfuerzo realizado a lo largo de toda su vida laboral puede ser tirado repentinamente por la borda, a veces por causas ajenas a su voluntad, a veces por cometer él mismo un solo error, si se le ocurre hablar más de la cuenta, si se le ocurre decir algo políticamente incorrecto, si se le ocurre incumplir alguna de las normas no escritas del mundo laboral capitalista, si se le ocurre mostrar cierta actitud rebelde (la sentencia de “muerte” de todo trabajador). Los trabajadores, que pasan gran parte de su tiempo en el trabajo, cuyas vidas giran en torno al trabajo, no tienen ni voz ni voto en sus puestos de trabajo. ¿Cómo puede decirse en tales condiciones que los trabajadores somos libres? ¿Cómo podemos ser libres siendo sometidos gran parte de nuestra vida a las dictaduras más férreas habidas y por haber, dictaduras que no necesitan reprimirnos explícitamente puesto que nosotros nos autorreprimimos?
Los trabajadores sólo pueden tomar ciertas decisiones “técnicas” secundarias, en el mejor de los casos. Pero las grandes decisiones estratégicas son tomadas muy “arriba”. Los trabajadores, en cualquier puesto de la escala jerárquica de cualquier empresa, deben simplemente obedecer, someterse a las dictaduras imperantes en sus empresas. Bien es cierto que, a diferencia de las dictaduras políticas, nadie es encarcelado o ejecutado en un paredón, pero sí que es expulsado de la empresa si osa levantar la voz, si osa salirse del guión no escrito. Y, como cualquier trabajador sabe perfectamente, ser despedido es un trauma difícil de superar (cada vez más a medida que uno se hace mayor). No tener trabajo es no poder ganarse el sustento. ¿Qué libertad es ésta donde uno sólo puede ganarse el sustento si se somete a las dictaduras empresariales? ¿Dónde está la democracia en la mayor parte de las empresas? ¿Cómo puede llamarse un sistema así democrático cuando sus ciudadanos pasan la mayor parte de su tiempo viviendo en dictaduras?  ¿Cómo puede autodenominarse una sociedad como democrática cuando su centro de gravedad, la economía, funciona de forma totalitaria?
La explotación en la sociedad contemporánea, como en cualquier sociedad, se produce fundamentalmente por la falta de libertad, es decir, por la desigualdad en las relaciones sociales. La “libertad” capitalista se olvida de la igualdad, cuando en la vida en sociedad la una no puede existir sin la otra. En el capitalismo la esclavitud real se disfraza de libertad formal. La explotación surge cuando la libertad se contrapone a la igualdad, hiriendo así de muerte a la primera. La “libertad de mercado” es en esencia la libertad de explotar: todo el mundo es libre de explotar a todo el mundo, aunque con ciertos límites (los cuales varían en el tiempo dependiendo de quien lleve la iniciativa en la lucha de clases). Y aquí es dónde reside la trampa ideológica del liberalismo, pues si todo el mundo pudiera igualmente explotar en vez de ser explotado, si todo el mundo pudiera elegir estar de un lado o del otro, nadie sería explotado, pues nadie desea serlo, es decir, no habría capitalismo. Así como en la jungla se impone el animal más fuerte, en la “selva” con apariencias de civilización, como así es fundamentalmente el capitalismo, el más fuerte es el que domina. Donde hay dominio no hay libertad posible. Donde no hay igualdad en las relaciones hay dominio, es decir, explotación. La “libertad” capitalista es la libertad del fuerte de dominar, o sea, de explotar. La libertad del fuerte en detrimento de la libertad del débil no es libertad, es libertinaje. El capitalismo, por consiguiente, se sustenta en el libertinaje, en la explotación, pero se dota de un disfraz de libertad. El liberalismo, la supuesta ideología del capitalismo, es en realidad la sutil institucionalización de la ley del más fuerte. El capitalismo dista mucho todavía de la auténtica civilización, la cual sólo puede sustentarse en el binomio libertad-igualdad. La peculiaridad del capitalismo reside en la manera de ejercer la coerción, en que camufla, como ningún otro sistema hasta ahora, la falta de libertad. El capitalismo se diferencia de otros sistemas anteriores en las formas, más que en el fondo. En dicho sistema sigue existiendo la esclavitud, a pesar de ciertos logros sociales, a pesar de ciertas virtudes (el capitalismo ha logrado crear más riqueza que ningún otro sistema hasta el presente, aunque no ha sido capaz de distribuirla; el desarrollo científico y tecnológico alcanzado con dicho sistema no tiene parangón en la historia, si bien empieza a ser frenado por las contradicciones sociales profundas e irresolubles, inherentes al propio capitalismo). Una esclavitud no tan agresiva y descarada como antaño sino que mucho más disimulada, y por consiguiente mucho más peligrosa, en este sentido, por cuanto es más difícil combatir contra lo que casi no se ve. Los capitalistas tienen un papel radicalmente diferente al de los trabajadores en el modo productivo de la sociedad capitalista. Los primeros poseen los grandes medios de producción y dicha posesión les permite jugar con ventaja, tener la sartén por el mango. En esa ventaja está la clave. No por casualidad los capitalistas son los explotadores y los proletarios los explotados.
Vivir para trabajar, para enriquecer a otros, en las condiciones que ellos nos imponen, es ser explotado. Dar mucho más que lo recibido, esforzarse y no recoger (o recoger poco) los frutos de dicho esfuerzo, puesto que mayormente los recogen otros, es ser explotado. No tener control sobre las propias condiciones laborales conduce inevitablemente a la explotación. Los proletarios pasamos gran parte de nuestra vida trabajando, nuestra vida gira (demasiado) en torno al trabajo, y trabajamos en condiciones que nos son impuestas, ajenas a nuestra voluntad. Es decir, los proletarios somos poco libres, apenas tenemos control sobre nuestras propias vidas. No tener libertad es ser explotado. La desigualdad en las relaciones sociales (fundamentalmente en las relaciones laborales, pues la economía es la base de la sociedad), es la causa matriz de la explotación. Ser explotado no es sólo trabajar en condiciones adversas, sino que sobre todo trabajar, además de con otros, para otros (que, lógicamente, dada su posición de dominio, harán que nuestras condiciones laborales, como mínimo, no sean las idóneas, incluso que empeoren en cuanto se den las circunstancias favorables para empeorar). Los frutos del esfuerzo común son primordialmente recogidos por unos pocos, que se enriquecen a costa del trabajo ajeno.
En el capitalismo el trabajo es social (cada vez más) pero sus frutos no son disfrutados socialmente porque los medios de producción no son sociales. Ésta es la principal contradicción del capitalismo, la madre de todas las contradicciones, de la cual emanan el resto: Trabajo social vs. Medios de producción privados. Teniendo en cuenta esta contradicción no es muy difícil comprender por qué el desempleo se vuelve un mal crónico: porque beneficia a quienes poseen dichos medios de producción. Lo lógico sería repartir el trabajo, reducir drásticamente la jornada laboral, prohibir las horas extraordinarias, adelantar la edad de jubilación, todo ello sin reducción de salarios. Lo lógico si tuviésemos un sistema económico al servicio de la sociedad, es decir, de la mayoría. Pero la lógica del capitalismo es distinta, ella sirve a unos pocos, y no por casualidad a quienes poseen los medios de producción, a quienes acaparan las “máquinas” generadoras de riqueza. Tampoco es muy difícil comprender que estando los grandes medios generadores de riqueza acaparados por unos pocos (los cuales son cada vez menos en términos relativos), las desigualdades sociales, tarde o pronto, aumenten, tiendan inexorablemente a dispararse. La dinámica capitalista conduce inevitablemente a la acumulación del capital en cada vez menos manos, por tanto al aumento de las desigualdades sociales. A no ser que esa dinámica natural del capitalismo, esa tendencia inevitable, sea contrarrestada, a no ser que los explotados obliguen a los explotadores a ceder algo, a no explotar tanto.
Indudablemente hay muchas formas y grados de explotación. El sistema capitalista es el esclavismo más sofisticado “inventado” hasta la fecha. En él el trabajador es aparentemente libre, pero en verdad que no lo es, por lo menos no tanto como aparenta serlo. En dicho sistema las cadenas están más camufladas. En este hecho, en el disfraz de libertad de que se provee este moderno esclavismo, radica el mayor peligro. Quien no siente las cadenas, no intenta liberarse de ellas. El capitalismo ha logrado hacer dichas cadenas más invisibles que en ningún otro sistema. Es un esclavismo mucho más sutil que cualquier otro, por tanto mucho más eficaz. Indudablemente, ahora no nos azotan con el látigo, ahora no pertenecemos formalmente a nuestros amos, ni falta que hace. A pesar de todo, sin duda, algo hemos avanzado con respecto a épocas anteriores (si bien la historia no es lineal, tan pronto se producen avances como retrocesos, en la actualidad estamos de nuevo retrocediendo). Sin embargo, todavía estamos lejos de una sociedad emancipada, de una sociedad verdaderamente libre. El problema es que ahora es más difícil, aunque no imposible, reconocer nuestro estado de esclavitud. Por consiguiente, ahora tendemos a aceptarlo más que antaño. Aquí radica el verdadero peligro. Éste es el gran triunfo del capitalismo: ha logrado esclavizar a gran parte de la humanidad casi sin que ella se percate, con su complicidad, incluso con su participación.
Muchas cosas dichas en este artículo les pueden parecer muy obvias a muchos lectores, los cuales forman parte de la vanguardia proletaria, pues este artículo se publica en medios de la prensa alternativa (siendo consciente su autor de que no tiene ninguna posibilidad de ser publicado en los medios más difundidos), pero basta con salir de nuestros círculos más concienciados, más revolucionarios, para ver cómo la gran mayoría de nuestros compañeros trabajadores sucumben ante las falacias del capitalismo, como aquellas que proclaman que capitalismo es democracia, que se sustenta en la libertad, que es el mejor de los sistemas posibles, que no hay alternativas. Quienes estamos más concienciados debemos hacer todo lo posible por concienciar también a quienes todavía no lo están, o a quienes lo están insuficientemente, con toda humildad, pero con contundencia e insistencia también. Debemos romper el monopolio ideológico burgués, aunque sea mediante el boca a boca, tradicional y digital.
Las desigualdades sociales existentes en el sistema capitalista no pueden justificarse en base sólo al obvio hecho de que no todos tenemos las mismas capacidades o necesidades. Esta última desigualdad natural no se corresponde con aquellas desigualdades sociales, las cuales son artificiales. Nadie tiene miles de veces la capacidad (o necesidad) de otras personas, sin embargo, hay personas que acumulan una riqueza como la de muchos millones de personas. Esto sólo puede comprenderse si se comprende que el juego social está viciado, que sus reglas no son justas, que posibilitan que algunos hagan trampas. La trampa de la sociedad actual consiste en que unos tengan más opciones que otros, en la gran desigualdad de oportunidades existente. Ésta es verdaderamente la raíz de fondo del problema de nuestra sociedad capitalista. La tan proclamada libertad del capitalismo es falsa, está acaparada de manera desigual, es en verdad libertinaje. Unos son mucho más libres que otros, tienen muchas más opciones que otros. Uno es más libre cuantas más opciones tenga. Unos someten a otros, es decir, explotan a otros, porque poseen los medios de producción, porque los acaparan. El trabajador es “libre” de vender su fuerza de trabajo o no, pero si no lo hace no puede sobrevivir. ¿Qué libertad es esa que nos da una sola opción a elegir? El trabajador es “libre” de convertirse en capitalista, pero si no tiene dinero no puede hacerlo. ¿Qué libertad es esa que nos imposibilita elegir? ¿Qué libertad es esa que está hipotecada a las condiciones iniciales de nuestra existencia, las cuales no dependen de nosotros? ¿Qué libertad es esa que es “poseída” por la suerte? El trabajador puede elegir dónde ser explotado, pero no puede huir de la explotación. Puede minimizarla, puede acotarla, pero no eliminarla. Al menos así les ocurre a muchos trabajadores, a cada vez más trabajadores, a la inmensa mayoría. Incluso ya el ser explotado se convierte en un bien, en un lujo. Ahora mismo el poder trabajar, aunque sea por un sueldo mísero, aunque sea sin tener casi tiempo libre, es a lo máximo a que pueden aspirar muchos y muchos trabajadores, empezando por los jóvenes, a los cuales se les roba su futuro. ¡Bienvenida sea la explotación! Proclaman los desempleados, ese ejército de reserva del capitalismo, como así los llamaba Marx.
La explotación en la sociedad se da cuando algunos individuos juegan con ventaja respecto a otros, cuando en la carrera de la vida unos salen de posiciones mucho más ventajosas que otros. En la sociedad capitalista la ventaja proviene del hecho fortuito de que se posea dinero al nacer, de que se nazca en tal o cual familia, en tal o cual clase social, en tal o cual país, incluso con tal o cual capacidad. Muy “civilizado” este sistema donde el individuo casi sólo puede prosperar cuando nace en un sitio que ya es próspero. Muy “civilizado” este sistema donde el individuo depende casi por completo de la suerte, de haber nacido aquí o allí, o, así o asá. Muy “civilizado” este sistema que se sustenta en unas relaciones desiguales entre los individuos que lo componen, una sociedad basada en la guerra de todos contra todos, en el dominio de unas clases sobre otras. ¿Cómo va a haber paz social en tal tipo de sociedad? Nos dicen que los conflictos entre los humanos son inevitables, que son una cosa “natural”, y, sin embargo, tenemos un sistema sustentado en relaciones tramposas, donde unos dominan a otros. Tenemos una sociedad que no combate la posibilidad de conflictos, sino que la fomenta. ¿No influirá la manera en que nos organizamos en el estado permanente de guerra en que está sumida la sociedad humana? Si, precisamente, los seres humanos no somos perfectos, si tenemos nuestras miserias, ¿no es imperativo organizarnos de tal manera que dichas miserias puedan minimizarse, en vez de avivarse?, ¿no es imprescindible para ello construir una sociedad en base a unas reglas donde todos los individuos puedan relacionarse entre sí de la manera más igualitaria posible? Las respuestas son obvias.
Entonces, ¿qué ocurre? Ocurre que quienes son dueños de la economía, lo son también de la política, de la ideología. Controlan la información y la opinión de tal manera que controlan la manera de pensar y de actuar de la gente (hasta cierto punto, por supuesto, pero en sumo grado, en demasiado grado). Ocurre que su dominio, material e inmaterial, junto con una sabia política de ceder un mínimo, especialmente cuando el orden establecido corre peligro (entre otras cosas, muy resumidamente, y de manera un poco simplificada, pero no mucho), impide que la sociedad pueda organizarse de otra manera, impide la revolución social, que no es más que la reorganización de la sociedad, que no es más que el establecimiento de unas nuevas reglas de funcionamiento. Ocurre así que lo lógico no es lo normal. Ocurre así que el sentido común se vuelve el menos común de los sentidos. Ocurre así que la sociedad se vuelve del revés. El individuo está al servicio de la economía, en vez de al revés. Los medios se transforman en fines y viceversa. El dinero se convierte así en el verdadero dueño de la sociedad. Ocurre que la sociedad humana no pivota alrededor del ser humano, sino alrededor del vil metal. Ocurre que la sociedad humana se deshumaniza cada vez más. Etc., etc., etc.
La acumulación de dinero por parte de unos pocos, la cual conlleva su dominio político e ideológico, es decir, su dominio de la sociedad entera, proviene del hecho de que ellos posean los medios de producción. La propiedad privada de los medios de producción, formal o real, teórica y sobre todo práctica, es el origen del mal, de la sociedad basada en la explotación. Expropiar a la gran burguesía, a los expropiadores, es un “pequeño” paso, un primer paso primordial, pero no es el único necesario. La propiedad de dichos medios debe ser, además de formal, real. En los regímenes basados en la dictadura del proletariado fue esencialmente formal, fue “sólo” formal. Esto supuso, en este sentido, un paso adelante respecto del capitalismo, donde dicha posesión no es ni siquiera formal, pero supuso un paso claramente insuficiente. En la URSS se sustituyó una minoría dominante por otra. Incluso la democracia retrocedió en vez de avanzar. La manera de que los medios de producción sean realmente sociales es mediante la democracia, política y económica. Cuando los trabajadores son quienes los gestionan (no sólo en cuanto a las decisiones técnicas, secundarias, sino que también, sobre todo, en cuanto a las decisiones más importantes), junto con el Estado, controlado verdaderamente por el pueblo, entonces es cuando realmente es posible superar la sociedad explotadora, es cuando realmente se ponen los cimientos de una nueva sociedad no clasista, de una sociedad más armónica, más pacífica, más estable, más lógica, más ética,... Sólo es posible cambiar la esencia de la sociedad si se cambia radicalmente su modo de producción, lo cual no significa que sólo pueda empezarse por cambiar éste. Mientras el proletariado no tenga el poder político no será posible iniciar la transformación del modo de producción.
Sólo es posible gestionar en conjunto, construir el futuro en conjunto, cuando se aplica la democracia a todos los niveles. Sólo es posible empezar a transformar el modo de producción cuando se empieza a gestionarlo. Lo primero de todo es que la sociedad tome el control político, y lo segundo, lo antes posible, el control económico. En paralelo debe tomar también el control ideológico. Pero que la sociedad tome el control ideológico, al contrario de lo que significa cuando así lo hace cualquier minoría, supone en verdad posibilitar la libre circulación de las ideas, su enfrentamiento igualitario. La toma del control ideológico, la democratización de las ideas, equivale a posibilitar el método científico para las ciencias sociales, para comprender y transformar la propia sociedad humana. No es posible comprender la sociedad, ni cambiarla (a mejor, conscientemente), sin dicho método. La ciencia de esta manera no sólo le sirve al ser humano para combatir las inclemencias del clima, para comer mejor, para desplazarse más rápido, o para entretenerse, sino que le sirve, ¡por fin!, para vivir más dignamente, para liberarse, para poder ser más feliz. Una vez tomado el control de la sociedad por el conjunto de ella misma, para lo cual primero habrá que despojar del mismo a las élites que actualmente lo ostentan, será posible administrarla de acuerdo con el interés general, para ir gradualmente transformándola. La clave está pues en la toma del control por parte del conjunto de la sociedad, por parte de las clases populares, de la mayoría. Esta toma del control equivale a la conquista de la democracia.
Mientras no se ataque a la madre de todas las causas de la pobreza o de las escandalosas desigualdades, seguiremos en esencia igual. Atacar a dicha madre de todas las causas equivale a atacar al núcleo del capitalismo. En la vida en sociedad una libertad sin igualdad (de oportunidades, de derechos), es una libertad vacía de contenido, es una libertad formal pero no real, que se queda en papel mojado. Luchar por la igualdad, formal y real, es luchar contra el capitalismo. Luchar por la igualdad en la política equivale a luchar por la democracia, en contra de la oligocracia, la forma política del capitalismo, la manera que tiene la oligarquía de gobernar, de controlar al Estado y a toda la sociedad engañando al pueblo, creándole la falsa ilusión de que él gobierna. La democracia económica, es decir, la igualdad de oportunidades económica, supone el fin del sistema económico capitalista, de la dictadura económica. ¿Es posible (viable a medio/largo plazo) una democracia política conviviendo con la dictadura económica, o viceversa? ¿Es posible gestionar lo que no se posee? Obviamente, una sociedad realmente democrática será aquella en la cual tanto en la política como en la economía se lleve a la práctica el elemental principio de igualdad. Obviamente, la posesión social de los principales medios de producción (la cual no tiene nada que ver con la legítima propiedad privada de los bienes personales, de los frutos del trabajo de cada uno) es condición sine qua non para poder tener una economía democrática, una condición necesaria pero insuficiente.
Y quien dice democracia económica, dice socialismo (a no confundir con el trágico esperpento que existió en los países del mal llamado “socialismo real”). El socialismo no puede prosperar sin su ingrediente fundamental: la democracia, la libertad, en su sentido más amplio y profundo. Así como el capitalismo democrático es un contrasentido, el socialismo autoritario también lo es, o, dicho de otra manera, el socialismo democrático es una redundancia, pues el socialismo no puede ser realmente socialismo sin democracia. El socialismo sólo puede construirse con la participación activa y libre del pueblo. No es posible la democracia económica si no se ve acompañada de la democracia política. Las experiencias históricas nos han hablado con contundencia. ¡Aprendamos de ellas! Sólo podremos saber si el socialismo, en general cualquier sistema alternativo al capitalismo, puede funcionar, si primero nos proveemos de la infraestructura necesaria para construirlo, si primero conseguimos el contexto político adecuado para experimentar libremente en la práctica distintas maneras de organizarnos económicamente, si nos dotamos del vehículo adecuado para el viaje de la transformación radical de la sociedad. Dicha infraestructura, dicho vehículo, no puede ser otra, otro, que la democracia real.
Cuando todas las ideas tengan las mismas opciones de ser desarrolladas, conocidas, comprendidas, cuestionadas y probadas, casi seguro que la humanidad logrará dar con las soluciones adecuadas para resolver los grandes problemas crónicos de su sociedad, por lo menos existirá realmente dicha posibilidad. Un científico no puede realmente experimentar si no tiene cierto contexto que se lo permita. El método científico se basa fundamentalmente en contrastar libremente entre sí todas las teorías y éstas con la práctica. Si aplicamos este método para comprender y transformar la sociedad humana, entonces se nos abren las puertas de un mundo mejor. Esto no es posible en las condiciones actuales donde las ideas anticapitalistas son sistemáticamente censuradas por los grandes medios de comunicación controlados, directa o indirectamente, por el capital. Deberemos, entre otras cosas, imperativamente, democratizar todo lo posible la prensa. Por otro lado, un científico sabe perfectamente que rara vez un experimento sale bien a la primera. Que los recientes intentos históricos de superar el capitalismo hayan fracasado no significa que no podamos o debamos seguir intentándolo. ¡Pero deberemos aprender de los errores cometidos! Y sólo podremos superar nuestros errores si practicamos el librepensamiento, si por lo menos lo intentamos fervientemente, si nos desprendemos de prejuicios, si nos atrevemos a cuestionar lo aparentemente incuestionable, si nos atrevemos a estudiar aquellas ideologías demonizadas por el actual sistema, pero de manera crítica, si nos liberamos también de los estúpidos sectarismos, de esa manía de empaquetar las ideas, como si la verdad estuviera recluida y aislada en tal o cual lugar. La verdad no es poseída por completo por nadie, está distribuida, aunque no uniformemente, deberemos buscarla aquí y allá, deberemos explorar más allá de nuestros círculos habituales. Esto quiere decir que tan equivocado está quien desdeña, por ejemplo, al marxismo, o al anarquismo, como quien hace lo propio con las ideas de la Ilustración. La ciencia, pero no la “fría” ciencia que sólo se preocupa de estudiar el universo objeto de su estudio (en este caso la sociedad humana) desde la distancia de quien contempla pero no se involucra, sino la ciencia “cálida” que se preocupa también, sobre todo, de la transformación práctica del universo estudiado, en la cual el científico comprende, no como fin en sí mismo, sino como medio para intentar cambiar la realidad estudiada; dicha ciencia, como decía, es la herramienta intelectual que nos permitirá construir una nueva sociedad. Una ciencia en la que todos los ciudadanos seremos científicos, en la que todos podremos participar en la construcción de una sociedad alternativa. La sociedad humana, a diferencia del Cosmos en el que vivimos, la hacen los humanos, aunque no de una manera completamente libre y consciente. El destino de la sociedad humana está sobre todo en manos de los humanos. Al menos potencialmente. Lo estará realmente cuando la humanidad en conjunto se provea de la herramienta necesaria para ello: la democracia. Quien dice democracia dice método científico aplicado a la sociedad humana. El método científico se sustenta en la libertad y en la igualdad, en la libertad de experimentar, en el enfrentamiento igualitario de unas teorías con otras, de todas ellas con la práctica, la juez suprema de toda teoría.
El capitalismo y su falsa libertad impiden siquiera el intentar superarlo, y no por casualidad, pues quienes esclavizan a la mayoría, como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, no desean cambiar el sistema gracias al cual ellos viven mucho mejor que los demás, a costa de los demás. Los trabajadores, de toda índole, practicando la necesaria unidad proletaria, somos quienes deberemos liberarnos de nuestras cadenas, para lo cual, lo primero, lo más esencial, pero no lo único, no lo último, es ser conscientes de las cadenas que nos aprisionan, es moverlas. Cuando la mayoría seamos conscientes de que somos explotados, y de que podemos dejar de serlo (desarrollando la democracia), es cuando será realmente posible superar el capitalismo, el esclavismo más sofisticado e inteligente, es decir, el más perfecto (aunque, por fortuna, no completamente perfecto, pues la perfección absoluta no existe) desarrollado hasta el presente, la cumbre evolutiva del totalitarismo. La concienciación es el primer paso, un paso elemental, crítico, para la emancipación. Nuestra primera labor, la más inmediata, la más prioritaria, debe ser concienciarnos y concienciar. La concienciación debe expandirse por la sociedad como la gota de aceite en el agua.

Nota: gran parte de este texto se ha extraído del libro ¿Reforma o Revolución? Democracia