David Rubio Méndez (CV)
david@fcs.cug.co.cu
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Guantánamo
Resumen:
En la actualidad la problemática de los desplazamientos poblacionales sostiene significación sociológica, en tanto constituye uno de los factores esenciales en el crecimiento demográfico de las ciudades, específicamente de sus áreas periféricas, propiciando el engrosamiento de un grupo social cuya tipología no ha sido suficientemente esclarecida o abordada por las Ciencias Sociales en Cuba. No obstante, son reconocidos desde la práctica institucional como grupos socialmente vulnerables, a partir de la marginalidad física, socio-estructural y socio-cultural que opera alrededor de la periferia urbana y los inmigrantes.
Dada la presente investigación se impone una aproximación conceptual al proceso de la inserción social, aplicable a la inmigración urbana como objeto, tomando como eje fundamental los aportes de la teoría social de Pierre Bourdieu. Se realiza un análisis desde la incidencia que tiene en la inserción social de inmigrantes urbanos y otros desplazados periféricos el uso y consumo de los espacios públicos de la ciudad y su relación con las prácticas culturales asumidas desde los contextos de origen y las asignadas a partir del nuevo contexto de interacción sociocultural.
Palabras clave: inserción, inmigrantes, capital simbólico, espacios públicos, prácticas culturales, conflicto social.
Las ciudades suelen ser atractivas para los desplazamientos poblacionales y en particular para los inmigrantes porque en ellas se concentran generalmente las principales o más importantes instituciones, centros económicos, culturales y de servicios sociales. Es por ello que la ciudad ofrece oportunidades no existentes en las áreas rurales en todas las esferas de la vida social.
El crecimiento demográfico urbano ocurre en mayor medida a partir de las migraciones sostenidas, procedentes de las regiones de mayor desventaja socioeconómica y sociocultural, fundamentalmente desde las zonas rurales con poblaciones más pequeñas. Pero este crecimiento no ocurre, como tendencia, hacia lo que se considera como centro urbano, sino preferentemente hacia la periferia, dando lugar a la conformación desordenada de barrios en condiciones de marginación física, económica y sociocultural.
Estos barrios periféricos son engrosados también por individuos o familias provenientes de diferentes puntos de la ciudad cuyas desventajas socioeconómicas no les permiten estabilidad residencial en los centros urbanos. Gran número de personas sin residencia propia prefieren asentarse en la periferia para constituir una familia, aun en condiciones de precariedad, pero con relativa independencia y autonomía. Si bien no contribuyen significativamente al crecimiento urbano, sí constituyen un factor a considerar en la expansión de los barrios periféricos. Estos, a los efectos estructurales y simbólicos, enfrentan obstáculos similares para su inserción social que los inmigrantes urbanos.
La presencia de inmigrantes se hace visible a partir de comportamientos socioculturales correspondientes a sus lugares de procedencia; su heterogeneidad identitaria es configurada desde los diferentes grupos sociales que en ella coexisten, con sus respectivos modos de simbolizar y reproducir los espacios y redes de interacciones sociales, donde fluyen todo tipo de manifestaciones de libertades individuales. Es precisamente esta diversidad simbólica uno de los mayores atractivos de la ciudad, convirtiéndose desde el imaginario social en escenario idóneo, en lugar de destino, la meta del éxito para el inmigrante.
Una parte considerable de los inmigrantes en la ciudad provienen de áreas rurales y se desplazan, por lo general, en grupos familiares, dirigiéndose hacia las áreas poblacionales donde ya están establecidos otros familiares o antiguos vecinos y amigos. Esta red de apoyo es configurada como garantía para el éxito en el cambio emprendido, no solo desde el punto de vista psicológico al satisfacer necesidades de seguridad, sino también en el orden sociológico al proveerlos de las relaciones y coordenadas imprescindibles para su inclusión en el entramado urbano.
No obstante un elemento definitorio que viabiliza el éxito, es sin dudas, el lugar de destino escogido para asentarse. Los inmigrantes que provienen de áreas rurales escogen preferentemente aquellos espacios de la ciudad con posibilidades para el cultivo y la cría de animales domésticos, que puedan garantizar el autoconsumo y la subsistencia a partir de las ventas; esto además les permite reproducir su sistema simbólico sin grandes riesgos, con mecanismos de subsistencia ya conocidos.
Por ello el flujo migratorio hacia las ciudades contribuye considerablemente al crecimiento de la densidad poblacional en áreas periféricas, las cuales están desprovistas, en su mayoría, de la infraestructura urbana necesaria para garantizar un mínimo de calidad de vida. Con frecuencia estas comunidades periféricas constituyen extensiones “no legales” de la ciudad cuya situación residencial se caracteriza por el déficit o ausencia de las infraestructuras básicas. No poseer vivienda dificulta las posibilidades de inserción, al igual que la posesión o edificación ilegal de las mismas, usualmente con estados constructivos deficientes.
En la medida que el asentamiento se va haciendo legal y estable, al ser reconocido por las instituciones gubernamentales encargadas de normar u orientar el planeamiento físico de la ciudad, al contar con los servicios básicos de electricidad y acueducto, con centros educacionales y de salud, son removidas las condiciones estructurales que los marginan.
El inmigrante pasa por un período necesario de aprendizaje y aculturación para poder lograr la inserción en las redes de socialización urbanas, pero no siempre posee ni el bagaje cultural ni las competencias necesarias para insertarse socialmente en el entramado urbano, fundamentalmente en el mercado laboral que ofrecen empresas e instituciones gubernamentales de la ciudad. Esto lo conduce al uso de la economía de subsistencia como estrategia de inserción, muchas veces en condiciones de ilegalidad. Así, reproduce formas de organización rurales en el medio urbano, lo que favorece un proceso de rurbanización que avanza desde la periferia hacia el centro urbano, conforme crece la densidad poblacional como consecuencia de los continuos flujos migratorios.
Los estudios relacionados con la inmigración urbana y su integración a las redes de socialización urbanas han encontrado espacio en los campos de la antropología y la sociología urbanas. Los antropólogos urbanos han estudiado exhaustivamente la emigración rural a la ciudad; no obstante en las investigaciones sobre inmigración urbana son escasas las aproximaciones que ponen el acento en la redefinición simbólica como punto de inicio para la inserción social.
Los trabajos consultados que abordan de alguna manera la temática de la inserción social en inmigrantes concentran su atención en las migraciones internacionales, quedando postergada la explicación del mismo proceso en el contexto de las migraciones internas. No obstante aportan nociones teóricas y metodológicas que bien pudieran ser valoradas en el contexto que nos ocupa.
En su mayoría los estudios de referencia abordan los procesos de integración de los inmigrantes y el peligro potencial para la cohesión interior de las sociedades europeas. En el centro del debate se analizan los principales ámbitos de la política social de integración en perspectiva: la integración educativa, cultural, económica y laboral, aprovechando plenamente el potencial de la inmigración. En este contexto se sostiene por algunos autores que en el ámbito de la educación y el mercado laboral a veces existen diferencias marcadas entre el rendimiento de los inmigrantes urbanos y el de la población originaria, lo que resulta especialmente problemático para la inserción social de los primeros.
En Cuba no se constatan antecedentes, según la bibliografía consultada, de estudios referidos específicamente a la inserción social de inmigrantes urbanos, no obstante existen antecedentes importantes que nos aproximan a su comprensión sociológica. Los principales estudios tomados como antecedentes para esta investigación han centrado su atención en el comportamiento de los desplazamientos poblacionales, atendiendo a las diferencias y desproporciones territoriales y del sistema de asentamiento, prevaleciendo los enfoques geográficos y demográficos, y en menor medida los enfoques antropológicos y sociológicos.
Los principales estudios tomados como antecedentes para esta investigación han centrado su atención en el comportamiento de las migraciones poblacionales, atendiendo a las diferencias y desproporciones territoriales, y del sistema de asentamiento, observadas en el nivel de vida, prevaleciendo los enfoques geográficos y demográficos.
Al respecto se destacan los estudios realizados por las investigadoras del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de la Habana, Norma Montes Rodríguez y Blanca Morejón Seijas, quienes aportan informaciones valiosas en torno a la evolución histórica y las principales tendencias de la migración interna en el país, el comportamiento migratorio territorial de la población y las características que distinguen a los migrantes internos en Cuba, atendiendo a dos escalas territoriales: provincial y municipal.
Entre los autores cubanos de obligada referencia en la temática se encuentra el Doctor en Ciencias Geográficas René González Rego, quien aborda la problemática del medio ambiente social de la provincia Ciudad de La Habana, determinando unidades socio-ambientales y evaluando la existencia o no de niveles de riesgo social, así como sus efectos en el comportamiento de los diferentes grupos poblacionales en el territorio que ocupa la actual provincia Ciudad de La Habana y un sector de espacio urbano del municipio Playa.
De manera general, los estudios sociológicos relacionados con el tema han estado dirigidos a contextualizar los procesos históricos de construcción de desigualdades e inequidades en Cuba antes de 1959 y en el período revolucionario. Por ello se impone la urgente necesidad de argumentar, desde la lectura espacial y territorial de los actuales procesos migratorios, la importancia de la perspectiva de análisis cultural para la comprensión de las desigualdades y reconfiguraciones simbólicas en los espacios de inserción.
Se consideran de gran valor, en el orden teórico metodológico, los estudios realizados en Santiago de Cuba por la Doctora en Ciencias Sociológicas Ofelia Pérez Montero, quien muestra la dinámica de los movimientos de desplazamientos desde comunidades aledañas a la ciudad de Santiago de Cuba y los movimientos que tienen lugar entre comunidades de la propia ciudad, valora el papel de la inmigración urbana en el crecimiento poblacional y en las transformaciones socioculturales que pueden ser considerables para las ciudades. Además introduce el término de movimientos de desplazamientos poblacionales no registrados en los enfoques micro y macro.
Los resultados que en el orden práctico y teórico que ofrece Pérez Montero son importantes para la implementación de estudios socio-demográficos. El enfoque sociológico está centrado en el análisis de los cambios sociales que son derivados de dichos movimientos, contemplando el papel regulador de la Cultura en el proceso. No obstante sus aportes se enmarcan dentro de la Sociología urbana.
Por ello se considera que para formular un concepto de inserción social de inmigrantes urbanos es necesario comprender la realidad cultural en que se ve inmerso el inmigrante, y por consiguiente percibir la inmigración urbana como parte integrante de las sociedades de destino, con consecuencias importantes para los procesos sociales, económicos y culturales de la ciudad.
El proceso de inserción social de inmigrantes urbanos y otros desplazados periféricos, no solo está asociado a factores socio-estructurales y socio-económicos, sino también está asociado al capital simbólico portado por los grupos sociales involucrados en dicho proceso - sea a partir de situaciones de conflicto, integración o interactuación social -, configurando los roles y el status del individuo dentro de un contexto social determinado.
Implica además la participación activa, integral y pluridimensional de los individuos y grupos sociales en el complejo proceso de construcción, expresión y práctica cultural de su vida cotidiana; de esta forma la inserción social denota la plena expresión y desenvolvimiento de los grupos sociales y los individuos a través de un conjunto de vínculos culturales mediadores que posibilitan compartir los espacios de interacción.
¿Por qué detenernos a reflexionar sobre la inserción social de inmigrantes urbanos?
Para la comprensión del proceso de inserción social tomamos como punto de partida la noción de marginación o de desigualdad social y cultural, Es obvio que esta necesidad parte de la exclusión que experimentan individuos y grupos de inmigrantes con respecto a determinadas estructuras o redes sociales, siendo el conflicto el factor detonante para la acción de cambio de las estructuras marginantes o del consenso de intereses divergentes entre los grupos sociales de referencias simbólicas diversas.
¿Con quién está en conflicto el inmigrante urbano?
El conflicto que surge durante el proceso de inserción entre grupos de inmigrantes y la población autóctona puede constituirse en fuerza o poder simbólico marcando las pautas culturales que median en el proceso de la inserción social. Los mecanismos de acción social se basan en una tendencia a la integración, pero dicha tendencia no está exenta de oposición y conflicto.
El conflicto es un aspecto básico del cambio social, en tanto permite resolver las divergencias de grupos sociales para alcanzar la integración o la inserción social de grupos e individuos. Los tipos de conflicto son difíciles de clasificar, debido a la cantidad de situaciones sociales antagónicas que requieren resolución, entre los más frecuentes se encuentran aquellos relacionados con la familia, las clases sociales, el poder, la ideología, la religión, el género, los intereses profesionales y económicos, la diversidad lingüística, racial y cultural en sentido general.
Los factores que intervienen en el conflicto social del inmigrante urbano se debaten en dos direcciones fundamentales:
El conflicto social que enfrenta el inmigrante con los factores endógenos y exógenos puede desembocar en una necesaria redefinición del capital simbólico propio y el perteneciente a los grupos sociales de obligada interacción, al tiempo que contribuye al consenso de intereses o la modificación de estructuras y sistemas de relaciones socioculturales (perfeccionamiento y reordenamiento del sistema de interacción simbólica).
Debe considerarse que la solución al conflicto en que se ve inmerso el inmigrante urbano puede operar a partir de la internalización o asimilación de los componentes simbólicos de los grupos sociales que resultan mayoría al interior del barrio, o de aquellos que en su relación con los recursos económicos y/o culturales denoten una posición de poder con respecto a la mayoría de los residentes - entre ellos pueden ser incluidos los propios inmigrantes urbanos. No obstante, la relación con los factores exógenos contribuye, en la dinámica conflicto-consenso-inserción, a la reconfiguración y adaptación estructural-cultural, pues en ello puede incidir la relación de poder centro-periferia, integración-marginación.
El origen del conflicto al que se enfrenta el inmigrante urbano - y la solución del mismo sea por consenso o por inserción social-, puede estar relacionado con el poder simbólico (empoderamiento y subordinación), lo que resulta del hecho de tomar el control del sistema de relaciones, subordinarse o en consecuencia redefinir una nueva estructura de poder.
No debe obviarse la intervención en este proceso de interacción de las representaciones sociales predominantes sobre el inmigrante o del propio inmigrante sobre sí; estas pueden convertirse en expresión del capital simbólico como fuente del poder que ejercen determinados individuos o grupos sobre la base de su posicionamiento estructural, si contribuyen a la marginación de individuos y grupos a partir de referentes ideológicos, lingüísticos, raciales, religiosos, de género o de estratificación social.
Las representaciones sociales, como contribuyente del capital simbólico, pueden condicionar el status de cada grupo social que interviene en el sistema de relaciones e interacción sociocultural, siempre que cualifiquen las relaciones de dominación al interior o al exterior de la comunidad.
Determinadas representaciones sociales sobre el inmigrante se estructuran en los grupos sociales residentes en las áreas urbanas de atracción, en forma de concepciones identitario localistas, limitando la dinámica del proceso de inserción al excluir posibilidades participativas de grupos sociales inmigrantes.
Desde este planteamiento la inserción social constituye un proceso donde se “encuentran” en una dinámica compleja la vivencia subjetiva y la producción-reproducción de las estructuras sociales. Es en el contexto de las prácticas culturales, de la vivencia cotidiana en el complejo sistema de relaciones e interacciones socioculturales, donde se pone en juego la continuidad o ruptura del ordenamiento social que indica inserción social.
En el caso que nos ocupa el capital simbólico en relación con la noción de inserción social se comprende, no sólo como la afirmación de lo propio sino también el rechazo y la fobia al otro diferente (agorafobia urbana). Este modo de interpretar la inserción social, nos conduce a la inevitable construcción teórica de un proceso, cuyos cimientos no se apoyarían únicamente en la acción consciente.
Por ello se considera pertinente demostrar la existencia de una relación dinámica entre las nociones de inserción social y estratificación social
¿Es la voluntad individual la que determina, en última instancia, la situación de inserción social en que se define el sujeto como actor?
El proceso de inserción implica, desde lo individual y lo grupal, el desarrollo de estrategias de asimilación, de internalización de normas, de adaptación al cambio. Implica el uso de mecanismos mediadores, dinámicos, adaptativos y creativos para lograr el éxito en el proceso de inserción social en los inmigrantes u otros desplazados periféricos.
El capital simbólico de los diferentes grupos sociales que confluyen en el proceso de integración permite orientar, no solo las coordenadas sociales para la inserción satisfactoria, sino también los niveles de sensibilidad del barrio frente a los problemas sociales del inmigrante y la percepción de su contribución al proceso de socialización.
La estructura y el peculiar modo de organización e interacción sociocultural de los barrios periféricos conformados a partir de inmigración urbana u otro tipo de desplazamiento poblacional periférico puede estimular el conflicto, no solo en el plano de las relaciones individuales –interpersonales- sino también en el orden estructural-cultural, entre grupos sociales de diversos referentes simbólicos y estratificación social. No obstante para el análisis en curso concebimos el conflicto como punto de partida para la inserción social, si tenemos en cuenta la idea de Lewis Coser de que ciertas formas de conflicto son necesarias para el mantenimiento de la identidad, la cohesión y la delimitación de un grupo social.
La inserción social se concibe entonces no solo como un acto de subordinación a las normas establecidas en el contexto de destino sino como una relación dual, de intercambios, de aportes mutuos. La adaptación al cambio por estos motivos no resulta un hecho inmediato, mecánico, sino un proceso paulatino, donde debe resolverse la contradicción entre lo que se debe cambiar y lo que se desea mantener. Si este proceso de adaptación se logra, los grupos de inmigrantes estarán en condiciones de inserción social, en caso contrario quedan en situación de marginación.
En las ciudades con mayores niveles de interacción social cotidiana y espacios de socialización, se facilitan los procesos de inserción: el individuo o los grupos sociales actúan con mayor independencia, con más autonomía o libertad con respecto a los cambios operados en la propia dinámica conflicto-inserción, con más libertad para la adaptación o la resistencia, según sea el caso; pudieran actuar, incluso con mayor indiferencia, en tanto que solo estructural y formalmente pertenecen a una estructura pequeña por sus límites espaciales o culturales, mientras que funcionalmente, por sus posibilidades de interacción, no poseen pertenencia específica, restringida.
Aunque parezca contradictorio, este proceso de socialización abierta ubica al inmigrante en mejores condiciones de inserción social, o lo que es lo mismo reduce al mínimo sus condiciones de marginación social; ya que la socialización abierta hacia las relaciones sociales extra comunitarias favorece las posibilidades de solución de conflictos, interacción y adaptación al cambio tanto en los residentes autóctonos como en los propios inmigrantes. Sin embargo los procesos de socialización cerrada, no librarían al individuo de la marginación social con respecto a las normas institucionalizadas externas, pues, básicamente limita su interacción con procesos sociales extra barriales y por ende el desarrollo de habilidades adaptativas.
El inmigrante se enfrenta a las contradicciones entre las representaciones sociales que asume desde su propia condición de desplazado residencial, muchas veces arrastrado desde el contexto sociocultural de origen, y los que persisten en el contexto sociocultural de destino. El proceso de interacción entre representaciones sociales, así como las prácticas culturales de origen y de destino, constituye un prerrequisito funcional para lograr la inserción social como meta, sin obviar la incidencia de determinadas variables que median en el proceso según las características diferenciales de los inmigrantes: nivel escolar, raza, género, competencias laborales, residencia, habilidades sociales, salud física y mental, redes de apoyo a partir del parentesco u otras formas de relaciones sociales, religión y capacidad para la adaptación al cambio.
La observación del proceso de interacción e integración de sistemas simbólicos provenientes de espacios de socialización deferentes, que inevitablemente experimenta el inmigrante desde el momento del desplazamiento y asentamiento en el nuevo barrio, nos conduce a la introducción de las nociones de habitus y campo aportadas por Pierre Bourdieu.
Para Bourdieu los campos tienen leyes de funcionamiento invariables además que cada uno de éstos tiene su especificidad. Existen diversos tipos de estos espacios sociales y, al menos, cada uno aporta elementos para el conocimiento de otros campos. Supone una relación dialéctica mediante la cual se descubren generalidades que permiten establecer un conocimiento previo respecto a los otros, al tiempo que la especificidad de cada uno se suma a un conocimiento general sobre el conjunto de los campos.
El campo es también el espacio sociocultural en el cual se asienta una red de relaciones objetivas entre posiciones, de tal manera que supone una relación de poder definida a partir del dominio simbólico establecido en el escenario donde debe ocurrir el proceso de inserción del recién llegado, además de la capacidad de adaptación, modificación, asimilación e inserción del individuo o los grupos sociales sobre el contexto sociocultural de dominación que da forma al campo.
Para Bourdieu, el habitus es un conjunto de técnicas, referencias, creencias que definen las posiciones de los agentes o instituciones que se reproducen en un campo. A los efectos del presente estudio los habitus constituyen los prerrequisitos funcionales para la inserción social de inmigrantes urbanos.
Es a partir del capital simbólico que los campos económico, cultural y social esconden las relaciones de dominación y, por tanto, minimizan los riesgos de conflictos que ponen en peligro la inserción social del inmigrante urbano en el nuevo contexto sociocultural (campo) de relaciones.
Por otra parte, el habitus, según el sentido que le imprime Bourdieu, es un sistema de disposiciones adquiridas por medio del aprendizaje, lo cual genera estrategias que pueden estar objetivamente conformes o no con el sistema de relaciones establecidas en un nuevo contexto sociocultural de relaciones, a partir de los intereses de los actores sociales ya establecidos.
Al tiempo que el campo se define por el conjunto de técnicas, referencias y creencias, es decir, "condiciones" aprendidas, se articula de forma coherente con la noción de habitus, pues las disposiciones que le dan forma también son producto del aprendizaje. En ese sentido, campo, habitus y capital simbólico representan expresiones específicas del sistema de interacción sociocultural en el que se implican los inmigrantes urbanos.
El habitus es un espacio socialmente construido a partir de disposiciones estructuradas y estructurantes antes aprendidas mediante la práctica y siempre orientadas hacia funciones prácticas. Esta interpretación de la noción de habitus de Bourdieu es aplicable al proceso de reconfiguración simbólica que sufre el inmigrante urbano luego del desplazamiento, partiendo de la renuncia de referentes identitarios y de prácticas culturales provenientes del “campo” de rechazo y la incorporación o adaptación de otros referentes culturales propios del “campo” de atracción.
En la observación de la inmigración urbana o desplazamiento periférico de grupos sociales, que ocurren fundamentalmente sobre la base de las relaciones de parentesco, se denota una relación de dominación desfavorable para estos últimos con respecto a las estructuras constitutivas del escenario de inserción; se advierte en éstos carencia de recursos culturales – habitus - para equiparar las relaciones de poder, minimizar la asimilación y dominación cultural que impone el nuevo contexto de interacción sociocultural.
Los grupos sociales en proceso de inserción -inmigrantes u otros desplazados hacia la periferia- comparten intereses con los residentes autóctonos del barrio, y en mayor escala con los residentes de la ciudad, mediante los usos de los espacios públicos, independientemente de la heterogeneidad que caracteriza a la población urbana. Esto garantiza la reestructuración y reconfiguración simbólica, por ende la existencia del campo, de ahí que surja una complicidad que subyace entre las partes antagónicas.
No obstante debe tenerse en cuenta que los grupos sociales establecidos tradicionalmente en el campo son, por lo general, poseedores de los recursos económicos y culturales de poder, y suelen imponer, atendiendo a intereses, su sistema de ideas y creencias, sobre los que están en desventaja por no poseer dichos recursos.
Esto supone un conocimiento práctico tanto de los integrantes tradicionales del campo como de los recién llegados, quienes también hacen uso de su capital para insertarse en el espacio de interacción, con un determinado status, según los recursos que posea. Se admite entonces una perspectiva común acerca de cómo funciona la dinámica estructural del campo.
Los recién llegados aprenden cuáles son las reglas de intercambio material y simbólico, la forma en que funciona el campo. Su inserción presupone compartir un sistema simbólico, del cual es portador, asimilar los referentes culturales ya establecidos en el campo o reestructurar las relaciones en el campo a partir de los recursos que posee, definiendo un status en el contexto de inserción.
El interés es lo que posibilita advertir la existencia de un componente simbólico que reviste cierto valor entre los miembros, permitiendo referirnos a la inserción social a partir de la noción de capital. Definir la pertenencia a un campo es, entonces, un interés cuyo significado refleja una inversión específica en el proceso de inserción.
De tal forma la posesión del capital simbólico adecuado confiere a los inmigrantes urbanos y otros grupos sociales desplazados hacia la periferia de la ciudad el status y el rol a desempeñar en ese espacio sociocultural de interacción: ciudad, barrio, espacios urbanos públicos. El capital aparece, entonces, como el elemento relacional que define la posición de los inmigrantes urbanos y otros grupos sociales respecto al poder.
La competencia por el capital hace que los participantes procuren diferenciarse con el objeto de establecer un claro monopolio sobre algún sector del campo; de manera que quien domina un campo está en condiciones de hacerlo funcionar en su beneficio, aunque, según Bourdieu, tenga que considerar las demandas, resistencias y protestas de los dominados.
El capital simbólico se encarga de transmutar las relaciones de intercambio y adaptación que impone el proceso de inserción social en las relaciones de conflicto y reciprocidad, como es el caso de las relaciones de parentesco y su correspondencia con el proceso de inserción social de inmigrantes urbanos.
De este modo comparando bienes simbólicos y económicos, resulta que los primeros no son reconocidos como capital, aunque sea indudable su utilidad como arma de negociación que confiere a las partes el status requerido para obtener mayores beneficios en el proceso de interacción sociocultural.
La inserción social implica no solo la redefinición del habitus, entendido como sistema simbólico sino también la restructuración del “campo” como escenario de interacción sociocultural, donde debe resolverse el conflicto que surge a partir de la interacción entre grupos sociales de variados referentes simbólicos, que orientan al inmigrante hacia los modos o estilos de actuación cotidianos, individuales y colectivos, propios del contexto sociocultural de inserción; por lo que la noción de “habitus” aportada por Pierre Bourdieu, constituye un prerrequisito funcional para su inserción a las redes de socialización.
Un punto interesante en el análisis es el de los espacios públicos y las prácticas culturales. En el espacio público es donde se manifiesta con más fuerza la crisis de interacciones (prácticas de intercambios, asimilación y adaptación simbólicas) ante los cambios que imponen los flujos migratorios. Por tanto, parece que es el punto sensible para la comprensión de los procesos de inserción social de los inmigrantes urbanos como grupos socialmente vulnerables.
Las nuevas realidades urbanas, especialmente las que se manifiestan en la periferia de la ciudad, impulsan, de manera casi espontánea, la reconfiguración de los usos del espacio público, con amplia movilidad individual, implicando la multiplicación y especialización de las "nuevas centralidades”, con rupturas y continuidades en lo formal y lo simbólico.
El distanciamiento total o parcial de los círculos sociales de consumo cultural constituye el principal indicador disfuncional de la inserción social urbana en los inmigrantes urbanos grupales, como grupos sociales periféricos, pertenecientes a estratos sociales más desfavorecidos con bajos niveles educacionales y de acceso al mercado laboral de la ciudad, cuyo consumo de bienes simbólicos está centrado en límites periféricos.
¿Esto obliga a prácticas culturales alternativas con las cuales estos grupos se encuentran identificados, y donde se sienten representados o no se les invisibiliza?
¿Esas prácticas culturales alternativas están relacionadas con una identidad o configuración simbólica de la propia marginalidad estructural del inmigrante en la periferia urbana?
¿En este sentido las prácticas culturales alternativas estarían encaminadas a crear o consolidar un espacio identitario y participativo propio desde la periferia urbana?
¿Constituyen los barrios periféricos espacios públicos para la ciudad como nuevas centralidades?
Para este análisis se impone una mirada hacia la orientación teórica de algunos representantes de la Escuela de Chicago, como Robert Park, quien desarrolla una aproximación denominada ecología urbana en la que concibe, dentro de la libertad propia de la ciudad, un orden y un control social equivalentes a "áreas naturales de segregación".
También son válidas las ideas de W.I. Thomas, quien a partir del estudio y publicación en 1918 de “El campesino polaco en Europa y los Estados Unidos de América”, introduce el muy conocido y manejado “teorema de Thomas”: “si los hombres definen las situaciones como reales, sus consecuencias serán reales“. Dicha propuesta es aplicable a la reconfiguración de la nueva realidad que hace el inmigrante urbano para mantenerse en aparente equilibrio con su situación de marginación. En este punto del análisis, deben ser distinguidos los significados relativos que se reasignan a ciertos espacios públicos dentro del conjunto de una ciudad, “sentido de los lugares urbanos”, para comprender las representaciones sociales que se encuentran en procesos de formación, como identidades urbanas periféricas.
La apropiación de espacios públicos, más centrada en el plano de lo socio-simbólico, apunta a lo que se llamaría el devenir de una época de cambios en la subjetividad colectiva - a partir de trasformaciones objetivas en el plano socio estructural - e implica la reevaluación y redefinición simbólica del status social de este estrato poblacional - no tan minoritario ni tradicional, como estigmatizado - en el entramado sociocultural urbano.
El espacio público también tiene una dimensión sociocultural. Es un lugar de relación y de identificación, de contactos individuales y grupales, formales e informales, de animación urbana, de expresión comunitaria, en sentido general.
En todo caso lo que define la naturaleza del espacio público es el uso cultural y no el estatuto jurídico. Supone pues dominio público, uso social colectivo y multifuncionalidad. Se caracteriza físicamente por su accesibilidad, lo que le hace un factor de centralidad clave en los procesos se socialización de los nuevos inmigrantes, aunque en muchos casos pueden convertirse en espacios reactivos, de agorafobia urbana.
La calidad del espacio público se podrá evaluar sobre todo por la intensidad y la calidad de las relaciones sociales que facilita, por su incidencia en los comportamientos de grupos sociales y por su capacidad de estimular la identificación simbólica, la expresión y la integración cultural.
El espacio público es, así mismo, el mecanismo idóneo para garantizar la cualidad relacional de un proyecto urbano, tanto para los residentes, como para inmigrantes. En este sentido las prácticas culturales de los grupos sociales suburbanos, conformados en su mayoría por inmigrantes periféricos se proyectan hacia la apropiación y adaptación de espacios públicos. No ha de obviarse el vínculo limitado de los inmigrantes periféricos con los circuitos de consumo de bienes culturales que promueve la ciudad, lo que es vital para la sociabilidad y en última instancia resulta un indicador funcional de inserción social, no menos importante, para el incremento del capital simbólico de los propios sujetos. Dicho capital los distingue, los dota de reconocimiento social y, de cierto modo, los legitima; mas la realidad observada nos conduce a comprender el proceso desde su disfuncionalidad, explorando las características de dichas prácticas en un contexto de exclusión.
El espacio público es uno de los escenarios fundamentales donde se cataliza el proceso de redefinición del sistema simbólico e inserción social de inmigrantes urbanos y otros grupos sociales desplazados hacia la periferia de la ciudad, no solo al propiciar el uso y consumo de bienes culturales que promueve la ciudad, sino al facilitar las relaciones interpersonales y la creatividad en pos de la inserción social.
En un primer sentido de la relación centro-periferia puede valorarse la reconfiguración de los usos tradicionales de los espacios públicos en los centros urbanos -cascos históricos de la ciudad- por la participación creciente en ellos de grupos sociales periféricos con referentes simbólicos diversos. Por otra parte los barrios periféricos, como espacios públicos, también constituyen escenarios de interacción simbólica y de socialización, donde se forjan valores, modos de comunicación y pautas normativas para la conducta social, a partir de la coexistencia de grupos sociales con diversos referentes simbólicos.
Puede considerarse, en un segundo sentido de la relación centro-periferia, que los inmigrantes urbanos y otros grupos sociales desplazados desde la ciudad recrean de manera simbólica, al interior de los barrios periféricos, las estructuras, los usos y las dinámicas de los espacios públicos de mayor significación en la ciudad: parques, mercados, plazas, iglesias o centros religiosos, por citar algunos ejemplos; rompiendo en alguna medida con la desigual relación centro-periferia, al desplazar la noción de “centralidades” de los espacios públicos como escenarios de interacción sociocultural, en las que pueden incluso participar los residentes habituales del centro de la ciudad.
A modo de conclusión se puede plantear que el espacio público constituye un factor dinámico en el conflicto y el consenso de sistemas simbólicos entre la ciudad y los barrios periféricos, entre inmigrantes y población autóctona.
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