Yenny Sosa Castillo (CV)
Universidad de Cienfuegos , “Carlos Rafael Rodríguez”
FCSH: Departamento de Marxismo
ysosa@ucf.edu.cu
RESUMEN
Un “Imperio en decadencia” intenta explicar, indirectamente a través de sus líneas, cómo la burguesía ha provocado desde su nacimiento, según su necesidad de desarrollo tecnológico, la exclusión de la subjetividad del hombre dentro de su proceso cognitivo sobre la realidad. Hecho que te hace comprender, por qué, es sólo hasta la segunda mitad del siglo XX que esta exclusión se toma en cuenta como objeto de reflexión. Sin embargo, ya desde la segunda mitad del siglo XIX, dentro del pensamiento filosófico la idea de trabajar la sensoriedad humana desde un enfoque relacionar de la materia implicaba ya la reflexión de la subjetividad humana en el proceso de su objetividad, pero desde un punto de vista más bien de los límites socioculturales del conocimiento humano y no exactamente dentro del propio conocimiento científico. Sólo el desarrollo posterior de la cibernética, las matemáticas y demás condujo a una visión más compleja sobre el mundo que se encuentra en interacción con seres humanos no solamente de carácter biológico, sino también social.
Dicha conclusión muestra en sí la importancia de la investigación presente, que se trazó como objetivo principal analizar las ideas elementales que rompen con la racionalidad clásica presente en la modernidad. Con singular explicación se abordan diferentes aspectos específicos que fundamentan más el objetivo principal de la indagación. Entre ellos se encuentra: explicar cómo la necesidad de incluir las categorías morales del sujeto en su proceso de cognición influyó tanto en la transcisión de un ideal simplificista del mundo a uno más complejo. Además de exponer el desarrollo ulterior del ideal de complejidad a partir del pensamiento filosófico y científico anterior.
Palabras claves: Racionalidad, Categorías, Materia, Subjetividad, Objetividad, Epistemología
Introducción
Un imperio en decadencia no es más que la caducidad de una visión simple del mundo con el nacimiento de nuevas ideas para el conocimiento humano en su interacción con la realidad. Lo cual le viene muy bien como título a la investigación que se ha planteado como problema a investigar: ¿Por qué es inevitable un cambio en la visión del mundo para la segunda mitad del siglo XX? Como objetivo principal se ha trazado analizar las ideas elementales que rompen con la racionalidad clásica presente en la modernidad.
Con singular explicación se abordan diferentes aspectos específicos que fundamentan más el objetivo principal de la indagación. Entre ellos se encuentra: explicar cómo la necesidad de incluir las categorías morales del sujeto en su proceso de cognición influyó tanto en la transcisión de un ideal simplificista del mundo a uno más complejo. Además de exponer el desarrollo ulterior del ideal de complejidad a partir del pensamiento filosófico y científico anterior.
De cierta manera, a modo de reflexión, se buscó darle un pequeño matiz moral a la investigación dado a que esta nueva visión del mundo ha traído junto a ella el despertar ante el sufrimiento de la tierra.
UN IMPERIO EN DECADENCIA
En el curso de la historia, el hombre como ser conciente ha luchado por entender sus dudas y contradicciones para de alguna manera hacer realidad sus deseos, necesidades e intereses. En cada una de esas épocas históricas, en las cuales se basa su largo proceso de vida, ha cambiado su modo de producir y comprender el conocimiento.
La revolución científica a mediados del siglo XX es una de esas épocas. Gracias a los nuevos conocimientos adquiridos en ella, se ha considerado definitivamente que la realidad es una construcción del conocimiento humano y que la naturaleza no es un ente determinado y simple, sino en íntima relación con la vida material y espiritual del hombre.
Para entender la afirmación anterior es necesario comenzar por predecesoras épocas, como por ejemplo la modernidad. En la misma, desde un enfoque más antropológico hablando en términos más modernos, el hombre con la razón podía conocer, predecir y conducir con exactitud la naturaleza en pos de sus beneficios, dejando escapar la relación orgánica existente entre subjetividad y objetividad. Para obtener el conocimiento científico, el sujeto sólo tenía el derecho de interactuar con el objeto desde lo racional y gnoseológico, dejando fuera su subjetividad.
Una vez alcanzada la legitimación de la ciencia, demostrada en los beneficios que traen consigo los adelantos científicos en la vida humana, no importaba nada más que seguir hacia delante sin mirar consecuencias. Concediendo, para el futuro, una humanidad sin rescate por convertirla cada día más en una sociedad que enfoca sus manifestaciones espirituales en el bienestar material. Fenómeno que se manifiesta hoy con la homogeneización global de un modelo consumista, avaricioso, excluyente y ávido de poder que ha conllevado a la crisis de valores y falsedad moral de los individuos en la sociedad.
Sólo el saber científico era legitimado, excluyendo al resto de los saberes humanos. De esta manera no se daba respuesta a todas las incógnitas con las que el hombre choca al enfrentar el mundo. Era hora de tomar la realidad no desde pensamientos y valores asertivos, sino integradores para superar las dicotomías del pensamiento científico clásico. Además, de romper con sus barreras de simplificidad para obtener un pensamiento más complejo de la realidad.
Estas nuevas ideas, a pesar de que su semilla ya se había insertado en el pensamiento científico y filosófico, encuentra su mayor aceptación en la mencionada revolución epistemológica de la segunda mitad del siglo XX. Nuevas teorías nacían de estas reflexiones epistemológicas y complejas con la intención de unir la obtención del conocimiento científico a las categorías morales que le condicionaban y, de esta forma reconocer a la naturaleza como un ser creativo en sí misma.
Retomando a la modernidad, es preciso puntualizar que esta irrumpió con un nuevo principio de unificación y legitimidad: la razón. A ella quedaba reducido el sujeto al desechar el resto de sus conocimientos, sentimientos y necesidades cuando interactuaba con el objeto. Sin embargo, en el pensamiento antiguo - donde también existió una jerarquización de los saberes pero sin legitimar uno en específico mediante la exclusión del resto - estos conocimientos, sentimientos y necesidades se encontraban en mutua relación con el objeto. Para ellos el camino a seguir en busca del conocimiento verdadero, se hallaba en la unificación de la multiplicidad de todos los saberes. Sucede que la legitimación absoluta de un saber, específicamente el conocimiento científico, en la modernidad tiene mucho que ver con el saber trascendente espiritualizado, tan legitimado en el Medioevo. Esa primera legitimación absoluta de un saber, en culto cognitivo a lo exacto y trascendente, quedó implantada como característica de la cultura Occidental. Para la modernidad, dicha legitimación no se basa en el principio de espiritualización, sino en el de razón.
Basados en ese principio, sólo mediante la ciencia se descubría el camino que les guiara con certeza al dominio de la naturaleza y, de esta forma alcanzar el bienestar humano. En efecto, la realidad existía para el sujeto externamente, quien es capaz de dominarla y corregirla mediante los descubrimientos científicos. Situando así al sujeto fuera de la naturaleza como un ente dominador que todo lo puede. La necesidad de encontrar un método conceptual, mediador y de justificación concreta para el conocimiento alcanzado se fundamentó en las matemáticas, la geometría y la lógica expresándose como método de intelección y método experimental.
Es preciso aclarar que la relación del hombre con la realidad racional es también desde una índole política. La necesidad de libertad para la actividad del sujeto que ya no recurría a lo trascendental para entender su realidad respondía a los intereses de la nueva clase burguesa que nacía.
En seguimiento de la modernidad, muchos continuaron la línea de un método racional, sin embargo otros, como los empiristas ingleses, buscaron la confianza del conocimiento sobre la realidad en la experiencia. Pero ambos siguen la línea dicotómica entre conocimiento y moral. Los empiristas demostraron los límites de la razón dentro de la naturaleza humana, por lo cual en la obtención del conocimiento era necesaria la ayuda de la experiencia, dejando fuera el dominio de la moral.
Con la llegada del pensamiento filosófico de Kant y su fe impuesta para el conocimiento del hombre en una razón a priori comienza esta a perder su legitimación. El sujeto ya no se reduce a la razón de manera prepotente e incondicionada en el momento de objetivar el conocimiento, sino que todo conocimiento existe por y a través de su actividad gnoseológica dentro de los límites de su razón. El sujeto pensante no estará aislado dirigiendo como un todo poderoso el mundo, sino que examinará sus propios límites para reconocer la realidad exponiéndose humildemente ante el tribunal de la razón que se vuelve en sí misma. Mencionados límites de la razón humana, en tanto conocimiento, no van a escapar de las categorías morales que tienen un espacio subjetivo y una validez objetiva en el sujeto. Por primogénita vez con Kant se construye un conocimiento dentro de los límites de la experiencia humana que hace suyo todas las categorías de la realidad en su espacio y tiempo. Aunque Kant, por tal de no caer en la contradicción, se fue más allá de límites de la experiencia humana. De igual manera supera la separación del sujeto y el objeto. Comprende que todo conocimiento no es dado, sino construido por el propio sujeto cognoscente.
La nueva teoría de Kant que impuso en el campo del conocimiento científico los límites de la razón humana no podía ser aceptada por los materialistas e ideólogos burgueses de la época. Ella era la única arma para dominar la naturaleza y de esta manera lograr el bien de la humanidad, legitimándose socialmente. Su forma más concreta de dominación fue el método experimental. En el mismo, se complementaba más la separación entre los objetos del conocimiento y el mundo exterior, al igual que su imparcialidad en tanto las complejidades del mundo. Nuevos criterios formales y metodológicos surgirían apoyados en este método y en el saber hecho teoría sustituyendo a la razón como principio generador. Siempre ratificando, aún más fuerte, el ideal de racionalidad clásica.
Uno de los aspectos de igual importancia en la confirmación de las dicotomías del ideal de racionalidad clásico en la vida humana, es la exclusión del sentido común como criterio al conocimiento científico. De esta manera, la vida cotidiana pierde su valides para reflexionar ante las consecuencias que puede traer este conocimiento a la humanidad. La ciencia, gracias a los beneficios de los adelantos científicos en el bienestar público, estaba muy bien legitimada socialmente. La marginación de la vida cotidiana ante los progresos de la ciencia colocó en una posición favorecida a los poseedores del conocimiento.
A través de toda esta historia se concluye que la ciencia moderna siempre se erigió sobre las bases de una racionalidad clásica que comprende la naturaleza como un ser dado, pasivo, sin creatividad e investigada para complacer sus más disímiles deseos. Una racionalidad para la que solo es posible conocer al mundo mediante la única relación existente entre el orden racional del mismo y el de la mente humana: el conocimiento científico. Orden del mundo que comienza en unas partículas indivisibles e inmutables: los átomos. Un mundo semejante a sí mismo que sólo mediante leyes simples es explicado para el hombre.
En toda esta historia aún hay más que contar: la realidad del mundo devino que el ideal clásico de racionalidad traspasara sus fronteras en el conocimiento científico con una proyección hacia el hombre común. Retomando así al sujeto real no sólo desde el plano teórico, sino en la práctica del hombre en relación con la naturaleza y consigo mismo. Esta relación sólo era pensada en el hombre desde una visión instrumental de la naturaleza.
La inclusión de la razón en la vida cotidiana, con el maquillaje del bienestar humano mediante los adelantos científicos constatados en la naturaleza, se implantó como verdad legitimada. En el proceso cognitivo del hombre, conocimiento y moral continuaban separados. La pertenencia de lo moral en ciencia se asoció no a lo cognoscitivo, sino a lo social.
Con el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la nueva globalización se maduraron las formas de pensar y producir el conocimiento en el hombre. La única vía de solución a los turbulentos cambios que enfrenta la humanidad desde la segunda mitad del siglo XX se complementaban rebasando las dicotomías entre pensamiento y moral, sujeto y objeto conocido. Mediante el cambio de la idea del mundo y el ideal de racionalidad clásico simple por uno más complejo. Las nuevas ideas para fundamentar el conocimiento sobre la realidad conducían hacia un saber de holismo ambientalista fundamentado luego en la bioética.
En el camino hacia esa una nueva revolución epistemológica en batalla contra el positivismo – en el cual se dio continuidad al ideal de racionalidad clásica – se encuentran otras manifestaciones del pensamiento con el objetivo de introducir al sujeto en relación con el mundo exterior, la historicidad y el carácter cultural que le corresponde. Progresivamente se afirma y comprende que todo acto y producción cognoscitiva es una construcción humana.
El pensamiento dialéctico es una de las manifestaciones que tiene lugar en la revolución epistemológica del siglo XX. Comprender al mundo en constante desarrollo se explica mediante un aparato categorial – encontrar las estructuras de posibilidad del conocimiento – que halla su mayor constatación en la vida social. A inicios del siglo XX se intenta reconocer en el conocimiento científico al sujeto en todas sus manifestaciones puesto que se establece en él un enfoque relacionar de la materia. Asimismo, colocan en el centro de atención filosófica el problema de la artificialidad al entender el concepto de práctica como categoría esencial en su explicación de la cognición humana.
En dicho pensamiento dialéctico – a pesar de mantenerse en torno a los problemas de la ciencia y la cognición científica – primaron en él los elementos de ruptura con el ideal de racionalidad clásico.
La escuela historicista en la filosofía de la ciencia fue otra de las manifestaciones del pensamiento en la revolución epistemológica en siglo XX. Sus pensadores comprenden el conocimiento científico más allá de lo empírico y lo teórico, desde un enfoque más valorativo para el sujeto cognoscente en el momento de construir su conocimiento. Reafirmando su incongruencia con la separación del conocimiento y las categorías morales que están dentro del sujeto.
Muchos fueron los discursos filosóficos y científicos que revelaron sus elementos de ruptura con el ideal de racionalidad clásica; como es el caso de los análisis de teorías científicas de nuevo tipo muy relacionadas al nuevo ideal de complejidad que nacía.
De estas nuevas teorías nace la reflexión inherente a la cognición: la epistemología de segundo orden. Implica que en todo acto cognitivo del sujeto, como resultado de su propia actividad, comprende un grado de reflexividad y artificialidad. Ello trae consigo que el sujeto reflexione acerca de por qué surge y que consecuencias trae para la realidad. Inmiscuyendo así, en su proceder cognitivo, un ápice de responsabilidad.
La epistemología de segundo orden, desde su punto de vista constructivista, obtiene un enfoque relacional de la cognición desviándose aún más del modelo simplista del mundo. Confirmando su ruptura con el ideal de racionalidad clásico y sus concepciones dicotómicas: de un mundo igual en sí mismo como realidad independiente al sujeto donde el proceso cognitivo sólo es seguro desde el conocimiento científico exacto que no tiene límites epistemológicos. En consecuencia dicho enfoque relacional toma en cuenta las limitaciones epistemológicas del sujeto, no excluye la relación condicionante del mismo con el objeto. La relación que guarda el sujeto con la realidad no es mecánica, sino práctica.
Una de los mayores cambios que se retoman en la epistemología de segundo orden es la reflexividad. La misma permite ver la relación entre el sujeto y el objeto desde dos puntos de vista: la del sujeto que intenta objetivizar y la de la realidad que se intenta objetivizar. Explica que todo objeto creado gracias a la actividad del sujeto es objetivado en la realidad, pero que a su vez la objetividad de esta actividad en la realidad va intervenir subjetivamente en el sujeto. Superándose una vez más la dicotomía entre conocimiento y moral asumiéndose un nuevo modo de comprensión coexistente entre sujeto y objeto.
La autorreflexividad es otro aspecto de suma importancia en reconocimiento de los límites epistemológicos en el proceso cognitivo. No es más que un grado mayor de reflexividad donde el sistema objeto no solo se objetiva, sino que va influir más en la subjetividad del sujeto. Este último va a comparar su propia actividad objetivizadora con la del sistema objeto adoptando las mismas características idénticas.
Tomando en cuenta la reflexividad y la autorreflexividad en la artificialidad de la realidad humana es un gran paso de avance y a la vez complejo. Se le da un lugar a la subjetividad del sujeto que ya no mira el mundo como algo externo y objetivable sino en interacción con él. Una interacción de responsabilidad en sus acciones sobre el mismo principalmente por aquellas que puedan provocar sus instrumentos en relación con los sistemas vivos, sociales y en el propio plano científico. No quiere decir que toda reflexividad sea por motivos negativos, sino también positivos.
Es en la epistemología de segundo orden donde la revolución epistemológica del siglo XX toma sus mayores ventajas para romper con la dicotomía existente entre el sujeto y el objeto en la modificación del ideal clásico de racionalidad. En ella el conocer no sólo es objetivación, sino también comprensión, autoorganización y reflexividad. Además, se toma en cuenta lo valorativo como interno a la producción de saber y ciencia.
El pensamiento dialéctico, la escuela historicista de la filosofía de la ciencia y fundamentalmente la revolución epistemológica finalmente contribuyeron al tránsito de un ideal de simplificidad a uno mas complejo. Los dos primeros, en cuanto a un cambio epistemológico filosófico, aportaron los límites socioculturales en el proceso cognitivo y científico del hombre, sin derrocar aún en ellos las reglas del pensamiento clásico. Por su parte, el conocimiento científico expuesto en la física, a pesar del nuevo pensamiento cuántico relativista a inicios del siglo XX, aún no rompe la simplificidad del estudio de la realidad en la racionalidad clásica. Las más importantes ideas complejas sobre el pensamiento o conocimiento de la realidad – para un cambio epistemológico radical en pos de terminar con la objetividad, determinismo y exactitud del mundo con el fin de entregarle al sujeto instrumentos y condiciones de observación nuevas dentro del proceso cognitivo – se dan a partir de la segunda mitad del siglo XX en el plano científico gracias a los adelantos de la cibernética, las matemáticas y la revolución científico - técnica. Todo ello propició una nueva reflexión epistemológica de elevado vuelo filosófico y cosmovisivo. En otras palabras más entendibles: una mirada más compleja para sí y con respecto a la realidad. Desde todos los diversos saberes de dominio cognoscible se comienza a adoptar la nueva visión sobre el mundo y sus componentes.
Los nuevos sucesos conllevan a la complejidad a tomar partida como ciencia, en rompimiento con la causalidad lineal, como un nuevo método en el pensamiento. Con el objetivo de trabajar el conocimiento de manera relacional, contextual y con una mirada al mundo y al mismo conocimiento desde las ideas emergentes del pensamiento sistémico. No es la idea de trabajar mejor con los objetos como en Aristóteles, ni el camino a seguir como en Descartes, ni tampoco una regla como en el pensamiento Kantiano.
Nuevas teorías complejas surgen para refutar los presupuesto del ideal de simplificidad y de esta manera establecer una mejor comprensión de la vida en la tierra. Dentro de las teorías o elementos de conocimiento se encuentran: los de sistemas dinámicos como los autorregulados y adaptativos, la informática, la cibernética, la autoorganización (que mira la causalidad no sólo externa sino también interna). Todas estas teorías comparten principios (de relaciones no lineales, de orden, desorden, organización, el todo en las partes, de contrariedad a la exactitud y a los determinismos) emergentes en todos los sistemas investigados al interactuar con su medio y la cognición humana.
Al comienzo de la investigación se plantea que el hombre a través de la historia ha tratado de superar las contradicciones que le impone la vida en todos los planos de su conocimiento. Con esta nueva dialéctica de la interacción implicada en la complejidad se enriquece la dialéctica de la contradicción. Ello implica que se de un nuevo lugar a la intersubjetividad no respondiendo a un espíritu absoluto como en Hegel, ni al ser social como en Marx, sino en toda las esferas del conocimiento humano en relación con el mundo y los objetos dentro de él.
La razón en su debido momento dotó de poder al hombre para alcanzar su bienestar en la tierra, hecho que la legitimó como un dios que todo lo puede. Fue el instrumento de los más inteligentes y dichosos en el mundo. Los que no corrieron con la misma suerte reclaman hoy su derecho. Todos en general están comprendiendo el mundo con una nueva visión en pos de enmendar los errores de la razón.
No se puede negar que gracias a la misma se obtuvo un conocimiento científico que sacó a la humanidad de la oscuridad, presente en la Edad Media, deslumbrando a todos con grandes beneficios. Pero a la misma vez ha empobrecido espiritualmente debido a disímiles fenómenos que haría perder la coherencia del tema si se tiene la intención de debatirse. Dejó fuera la subjetividad humana en el proceso de conocimiento, se puso de un lado inferior a los valores humanos sin dejar paso a la reflexión. Como resultado, de un lado superior se ha enriquecido el espíritu humano en los interese materiales, sin mirar consecuencias.
CONCLUSIONES
Una vez concluida la investigación y en respuesta a sus objetivos, se comprende que en la complejidad no se tipifica al mundo como un ente apartado, dado, determinado y exacto que sólo es dominado por el hombre mediante la ciencia. Entiende la naturaleza como un ser creativo en sí misma en mutua relación con la actividad del sujeto dado que es el mismo quien construye su realidad. En dicha relación, que es donde se plasma el conocimiento científico, no pueden excluirse las categorías morales que condicionan tal actividad. La propia artificialidad objetivizada de la realidad provoca en el sujeto la reflexión. En consecuencia, sujeto y objeto no se pueden separar, están unidos orgánicamente por la actividad humana que hace ver los límites socioculturales del conocimiento. En última instancia, el mundo es una red de conexión y como tal hay que estudiarlo.
Científicamente muchos han sido los que con sus nuevas teorías han revolucionado las bases epistemológicas del conocimiento. En la epistemología de segundo orden existe un mundo en constante desarrollo a partir de principios emergentes dentro de él. Tanto los sistemas vivos, los sociales y los artificiales ya no se estudian desde los puntos de vista de causalidad y linealidad. Hoy orden, desorden y organización complementan todos los sistemas.
La vida cotidiana guarda una relación instrumental con el conocimiento. En el camino recorrido se ha tratado de superar esto influyendo en el conocimiento de la humanidad mediante la reflexión, tanto en el plano filosófico como científico de la realidad. Para entender esta última no se puede excluir la subjetividad del sujeto.
En una última conclusión se puede decir que el espíritu humano en la búsqueda de su esencia se ha encontrado con el más profundo dolor y sufrimiento. El antídoto para salvarse es la responsabilidad ¿Se podrá salvar algún día el mundo?
Bibliografía
Delgado Díaz, Carlos. J:
Morín, Edgar, La cabeza bien puesta. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento, Buenos Aires: Nueva Visión, 2002.