Contribuciones a las Ciencias Sociales
Noviembre 2011

REFLEXIÓN SOBRE LOS SISTEMAS PARTIDISTAS, LA ESTABILIDAD DE LAS POLÍTICAS Y EL DESARROLLO ECONÓMICO



Javier Mejía Cubillos (CV)
Universidad de Antioquia
javiermejiacubillos8a@yahoo.com



Resumen: Este trabajo emplea un nuevo esquema analítico para estudiar la relación entre el desarrollo económico y los sistemas de partidos políticos. Basándose en la significativa correlación entre la estabilidad de las políticas públicas y el desarrollo económico, se intenta establecer si algunos tipos de sistemas partidistas procuran políticas particularmente estables y, hasta qué punto, eso determina el nivel de desarrollo de una nación. Esto se hace a través de una clasificación de tipos de sistemas partidistas propia y una detenida revisión bibliográfica.

Palabras clave: Sistemas de partidos políticos, crecimiento económico, estabilidad de las políticas públicas, bienestar económico, ideología política.

Abstract: This paper undertakes a new approach for analyzing the relationship between economic development and party systems. Understanding that a significant correlation between policy stability and development exists, I look for determining which type of partisan systems have stable policies, and until what point that determines the development stage of a nation. All this is doing through our own classification of party systems types and an aware bibliographic survey.

Key words: Party systems, economic growth, policy stability, economic welfare, political ideology.

JEL: D72, D74, D78, O29, O43.


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Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Mejía Cubillos, J.: "Reflexión sobre los sistemas partidistas, la estabilidad de las políticas y el desarrollo económico", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, noviembre 2011, www.eumed.net/rev/cccss/15/
  • Introducción

    La efectividad de una política gubernamental radica, antes que en su contenido, en las características de su ejecución, ésta es una apreciación que reivindica el estudio de los procesos políticos como elemento fundamental del desempeño del Estado, la cual rechaza la concepción de políticos maximizadores de utilidad social,  y enfatiza su comportamiento como actores racionales con intereses propios. La gran intuición de este trabajo, gira alrededor de ello, de la comprensión de que sin importar cuán “buena” sea una medida estatal, su utilidad depende de la capacidad política para ponerla en práctica debidamente (ver Banco Interamericano de Desarrollo, 2006).
    Este ensayo pretende reconocer cómo el sistema de partidos afecta, vía la estabilidad en las políticas públicas, el desempeñó económico de largo plazo. De esta manera, luego de introducir teóricamente el tema, se establecerán y analizarán 5 tipos de sistemas partidistas, que se denominarán así: competencia dual en el centro, competencia dual polarizada, competencia polarizada estable, competencia repartida y partido dominante.
    La idea no es construir una nueva taxonomía acerca de los sistemas de partidos, simplemente es un método para reconocer qué tipos de sistemas partidistas son adecuados para el desarrollo. Es necesario mencionar además, que éste no es un reporte de las condiciones políticas mundiales, los ejemplos concretos utilizados simplemente pretenden  argumentar la validez de las hipótesis presentadas. Además, el documento se caracteriza por su enfoque histórico en su aproximación empírica, ya que lo realmente, entendiendo que el desarrollo económico es un fenómeno de largo plazo, es la tradición de la estructura política, no su situación coyuntural.

    Marco Teórico

    Conceptualización Política

    Para empezar, es menester dejar de lado elementos que definen importantemente la estructura política de un Estado, pero que dificultan bastante un análisis general; es así que, de no decir algo distinto, se supondrá que los partidos políticos ofrecen, en elecciones periódicas, una ideología específica; que los votantes eligen de manera legítima aquel partido que representa la ideología con la que desean ser gobernados, sin importar mayormente sus motivaciones o las características del sistema electoral; que las políticas estatales se deben en todo momento al balance de fuerzas (porcentaje de votos) entre los distintos partidos, ya sea porque el gobierno debe poner en consideración sus políticas al poder legislativo, como en los sistemas de gobierno presidencialistas o porque el ejecutivo se debe al respaldo del parlamento o senado, tal como sucede en los sistemas parlamentarios; y quizá, para muchos el supuesto menos realista de todos: que los políticos son honestos y que la ideología que ofrecen es realmente aquella de su predilección.
    Dejando los supuestos básicos y entrando más en contexto; este trabajo es esencialmente una disertación enmarcada en lo que se conoce como economía política neoclásica. Se acepta entonces el concepto de políticas públicas endógenas, resultado de la interacción de distintos agentes racionales, con intereses particulares dentro del sistema; en contraposición a la percepción de políticas exógenas, establecidas por tecnócratas sabios y benevolentes. Todo esto bajo un marco institucional definido.

    Teoría de los Ciclos Político Económicos

    Para analizar la estabilidad de las políticas públicas, es necesario aproximarse inicialmente a la discusión acerca de los ciclos político económicos. Esta discusión, de gran prolijidad, se ha interesado en analizar cómo los cambios de gobierno podrían incorporar traumatismos en la actividad económica, esto, luego de aceptar cierto trade-off entre inflación y desempleo. La discusión es básicamente desarrollada desde dos frentes; el de los modelos oportunistas es el primero de ellos. Estos modelos, originados en los setenta a partir de las tesis de Nordhaus (1975), hablan de gobiernos que buscan ser reelegidos, por lo que escogen entre inflación o desempleo según la etapa electoral en la que se encuentren, generando así, ciclos económicos, por lo general de expansión en época preelectoral y restrictivos después de los comicios.
    Más vinculado a nuestro análisis se encuentra el otro frente de debate, es el de los modelos partidistas, herederos de la tradición hibbsiana (Hibbs, 1977). Estos hablan de políticos ideologizados, que no están interesados exclusivamente en perpetuarse en el gobierno, sino que desean ejecutar cierto tipo de medidas de su predilección. De tal forma, a grandes rasgos, se reconoce que los gobiernos de izquierda se interesan especialmente por altas tasas de empleo, mientras que los de derecha se preocupan por un bajo nivel de inflación. De esta manera, existirían ciclos económicos relacionados con la ideología del gobierno de turno y no con la época electoral . Este enfoque que concibe políticos ideologizados es conocido como policy seeking y será el empleado en este trabajo.
    La teoría del ciclo político económico ha concentrado su atención en analizar los efectos, en las principales variables macroeconómicas, de los procesos políticos nacionales, sin interesarse mayormente por la explicación de dichos procesos. Esta labor se ha desarrollado en otros círculos académicos eventualmente vinculados al de los “ciclos”. Es por esto que el primer componente de nuestra argumentación general, referente a la estructura y dinámica política, se sustentará, primordialmente, no en la teoría de los ciclos (cuya lógica nos será útil en su momento) sino en modelos formales de la teoría de coaliciones y la teoría espacial del voto.

    Teoría de Coaliciones

    Con el desarrollo de la teoría de juegos a mediados del siglo pasado, se empezó a comprender el papel de la interdependencia estratégica en la conducta de los agentes en distintos ámbitos. Este nuevo método analítico encontró un fértil terreno de aplicación en el estudio del comportamiento político. Se dejó de pensar ya en candidatos u organizaciones dowsianos, es decir maximizadores individuales de votos (ver Downs, 1957); y se comenzó a desarrollar lo que hoy llamamos teoría de las coaliciones. A estos primeros trabajos acerca de las coaliciones políticas basados en la teoría de juegos, se les conocen como los “modelos formales”.
    Estos modelos interpretan el proceso político como un juego (cooperativo) coalicional, donde las recompensas son las “carteras ministeriales”, un premio fijo que debe ser repartido proporcionalmente entre los ganadores. De valiosa mención es el concepto minimal winning coalitions (MWC), el cual se refiere a una coalición en la que si un miembro se sale, la coalición pierde su status de ganadora (en el sentido de que deja de controlar la mayoría absoluta de las curules legislativas) (Bäck, 2001). Aquellas combinaciones de MWC serían soluciones del juego según los primeros teóricos. Los posteriores avances en esta etapa inicial de los modelos formales han sido, básicamente, formulaciones que incluían pautas que reducen el conjunto de combinaciones generadas por el criterio del MWC, permitiendo así predicciones más precisas (ver Renui, 2001).

    Teoría Espacial del Voto

    Aquellos modelos formales recibieron severos cuestionamientos, sobre todo porque desconocían el papel de variables esenciales en el proceso coalicional, fundamentalmente de carácter institucional (Diermeier, 2005). Una de las explicaciones nacidas de estas críticas parte de la teoría espacial del voto. Esta teoría concibe los partidos como oferentes de políticas, ubicándose en un espacio euclidiano ideológico. Esta idea quizá se comprenda mejor pensando en el espectro izquierda-derecha; si lo imaginamos como un segmento de recta (donde en los extremos encontramos la izquierda y la derecha en sus concepciones más radicales, mientras que en el centro están las posiciones moderadas) tendremos un espacio unidimensional (R) en el que se situarían partidos y votantes según sus preferencias. Cuando hablamos de este espectro izquierda-derecha nos referimos entonces a un análisis en una dimensión .
    La mayor parte de la literatura de la teoría espacial, en esencia de tradición downsiana, se ha interesado en pronosticar la ubicación óptima de los distintos partidos, dadas las preferencias de los votantes; es decir, el lugar en donde los partidos tienen mayor probabilidad de ser elegidos. La primera explicación a esto es lo que se conoce como el teorema del votante mediano, el cual sugiere, en pocas palabras, que en un análisis unidimensional, los partidos se ubicarán en la mediana del espectro, porque, dadas ciertas condiciones, ese será el punto preferido por la mayor parte de los votantes (Bäck, 2001). La tesis del votante mediano ha sido bastante cuestionada desde su primera formulación, realizada por Duncan Black en 1958 , pero es definitivamente un elemento, que como veremos, bajo ciertas circunstancias tiene bastante aplicabilidad.
    Sin embargo, lo que verdaderamente nos interesa de la teoría espacial no es el teorema del votante mediano, sino sus desarrollos posteriores acerca de las coaliciones, aquellos que emplean un enfoque policy seeking. Estos modelos ya no nos hablan de partidos desenraizados ideológicamente, que pueden ubicarse donde más les convenga electoralmente. De tal forma, la pregunta ahora es: ¿dada su ubicación, qué posibles coaliciones existirán?
    Los primeros trabajos al respecto, muy ligados a la primera generación de teóricos formales de las coaliciones, propusieron MWC cercanas ideológicamente (De Swann, 1973 y Axelrod, 1970). Esto lo que hace es reducir ampliamente el número de alternativas de coalición, recurriendo a la intuitiva consideración de que coaliciones de partidos con preferencias distantes serán poco probables.
    En la mayor parte de nuestro análisis acerca de coaliciones bastará con esta idea de cercanía ideológica, pero en cierto momento, para reportar un resultado más riguroso, se empleará el modelo desarrollado por David Baron (1991). Él asume una legislatura compuesta de m partidos, en la que cada uno es un actor unitario; tales partidos, de ser parte del gobierno, elegirán una política x  Rn. De esta manera, propone un juego no cooperativo de negociación, con información completa y perfecta, en el que bajo determinado orden , cada partido hace una propuesta de política y los otros deciden si aceptarla o no. Si ninguno acepta alguna de las propuestas, el proceso se reanuda de forma idéntica. Baron establece las preferencias de los partidos en relación a la distancia euclidiana de la política a su punto ideal t, en otras palabras, él nos dice que un partido político recibirá una menor utilidad entre más lejos de su origen ideológico (t) se encuentre su propuesta x, formalmente se puede expresar la función objetivo del partido i así:
    Un partido i aceptará la política x propuesta por el partido j, si su utilidad recibida es al menos igual al valor de continuación Vi, valor que representa las expectativas de rendimientos asociadas al subjuego (la negociación) comenzada con el rechazo de la propuesta inicial. Luego de desarrollar el modelo (ver Baron, 1991) esto se muestra así:
    Donde  es la proporción entre la distancia de tj y ti, que puede ser expresada (si se quiere un equilibrio perfecto del subjuego) de la manera siguiente:
    Donde  es la distancia entre tj y ti. Ésta es la condición para que la propuesta xji atraiga el voto del partido i.  
    Los equilibrios perfectos del subjuego se encuentran en el proceso de votación cuando los partidos votantes, de cumplirse la ecuación 2, aceptan, o de no cumplirse, rechazan la propuesta política, y dada la oportunidad para intentar formar el gobierno, cuando el partido hace una propuesta óptima (caracterizada por la ecuación 3) dadas la estrategias de los subsiguientes subjuegos.
    Para terminar con lo referente al proceso político, el interés de las teorías que se han mencionado acerca del posicionamiento político de los partidos no ha ido más allá de su relevancia en el proceso de formación coalicional. La teoría del jugador con veto sí lo hace, sugiere que este posicionamiento determina ciertas “capacidades estatales” (Tsebelis, 2002). Las capacidades hacen referencia al potencial de los gobernantes para establecer políticas públicas de calidad. Berkman, Scartascini, Stein y Tommasi (2008) consideran 6 capacidades básicas: la adaptabilidad, la estabilidad, la orientación al interés público, la coordinación y coherencia, la eficiencia, y la implementación y efectiva aplicación.

    Conceptualización Económica

    Hablando ya del segundo componente argumentativo del trabajo, concerniente al desarrollo económico, se debe decir que casi toda la literatura moderna acerca del desarrollo o crecimiento reconoce la importancia que al respecto tienen los partidos políticos; pero esto se ha limitado a un análisis institucional en el que se concibe la estabilidad política como otro tanto de los requisitos institucionales para que el crecimiento sea posible (Shirley, s.f. y Scartascini, Stein & Tommasi, 2008). La pregunta precisa de cómo afecta la ideología de los gobiernos el desarrollo no ha sido mayormente tratada más allá del análisis de los procesos cíclicos, e incluso en éstos no se ha pasado del interés por mostrar qué posturas ideológicas son más o menos apropiadas para el crecimiento (ej. Bjørnskov, 2005; Scruggs, 2001 y Midtbø, 1999).
    Entiendo que el crecimiento económico está determinado por múltiples factores, pero reconociendo que las intenciones de este artículo se limitan a analizar aquello que puede hacer un gobierno por el desarrollo, se partirá de que éste solo se puede lograr a través de una política coherente a largo plazo, es decir una política estable , sin importar sus rasgos ideológicos (se habla entonces de la estabilidad como una condición necesaria, mas no suficiente para el desarrollo). Apoyándose en el hecho, ya mencionado, de que se reconocen gobiernos que establecen sus políticas basados primordialmente en su ideología, es razonable pensar que la política económica observada al largo plazo en una nación está determinada por la relación de pesos electorales y la composición ideológica del sistema de partidos; en qué tipos de sistemas será esta política estable y cómo determina esto su nivel de desarrollo es lo que se mostrará en el diagnóstico.

    Clasificación de los sistemas partidistas

    Como se verá, la variable fundamental en nuestro análisis es la estabilidad de las políticas públicas, es ésta la que vincula nuestra argumentación acerca de las formaciones políticas con el desarrollo económico. Stein y Tommasi (2006) y Scartascini et al. (2008) encuentran significativas correlaciones positivas entre la estabilidad de las políticas y distintas medidas de desarrollo, tanto para los países desarrollados como para aquellos que no lo son.
    Con respecto al vínculo entre el sistema de partidos y la estabilidad, la evidencia mundial es poco esclarecedora. Algunos estudios, tomando ciertas características del sistema partidista (pocas de ellas referentes a su composición ideológica), reconocen algunas correlaciones al respecto, pero no parece haber una relación inequívoca de posible generalización. Es por esto que este trabajo, a través de una clasificación y análisis de los distintos tipos de sistemas partidistas, incorpora los condicionamientos suficientes para poder reconocer una relación significativa entre el posicionamiento ideológico de los políticos y su capacidad para crear políticas estables.
    La ciencia política se ha interesado bastante por la clasificación de los sistemas de partidos, aquí no se entrará en discusiones al respecto, simplemente se reconocen algunos grupos categorizados por la distribución de los partidos significativos en un espectro ideológico izquierda-derecha .

    Competencia Dual en el Centro

    Comencemos con el caso más sencillo; una nación donde sus grandes partidos estén ubicados en el centro, sean dos o más, gane quien gane las elecciones, no hay razón para pensar en grandes cambios en la política gubernamental debido a choques políticos, porque de hecho no hay mayores choques políticos (ya que todos los candidatos tienen preferencias similares). Hablamos de una competencia central porque es un caso particularmente estable y con una evidencia relativamente robusta, todo el análisis acerca del modelo del votante mediano lo demuestra (Congleton, 2003); pero realmente este raciocinio es correcto en el caso general donde todos los partidos tuvieran una estrecha cercanía ideológica en cualquier sector del espectro; aunque lejos del centro este caso es poco probable, y no dejaría de ser una acontecimiento particular, por lo menos al largo plazo y en un espectro izquierda-derecha que sintetiza preferencias bastante diversas.
    La teoría del votante mediano analiza, especialmente, sistemas de dos partidos; realmente, una amplia tradición de estudios sugiere que solo los sistemas bipartidistas tienden a este tipo de competencia central (Andrew & Money, 2006). Lo que sucede es que son realmente poco comunes los sistemas de dos partidos en el mundo, de hecho, solo se suelen considerar cuatro naciones tradicionalmente bipartidistas: EE.UU., Nueva Zelanda, Reino Unido y Colombia (Ware, 2004).
    Si bien todos los sistemas bipartidistas no desencadenan necesariamente una competencia central, asunto que analizaremos más adelante, Meisel (1997) considera que por ejemplo para el caso colombiano, la dominación casi exclusiva de los partidos Conservador y Liberal durante cerca de 150 años, fue uno de los principales determinantes de la relativa estabilidad de las políticas en el país. Colombia, a pesar de aparecer con un indicador de 2,69 (medio bajo) en el índice de estabilidad de Berkman et al. (2008) , resultando ser la cuarta economía sudamericana en el escalafón, luego de Chile, Brasil y Uruguay , presenta un privilegiado historial de estable manejo macroeconómico. Incluso, en estudios como los de Pereira y Singh (2007) se muestra como el segundo país con políticas más estables de Latinoamérica, con el mismo puntaje de Brasil y apenas por debajo de Chile. Miremos con mayor detenimiento esto.
    En la última década el panorama político colombiano ha cambiado dramáticamente. Más que equivocado sería hablar de la Colombia actual como una nación bipartidista, pero hasta finales de la década pasada sí lo era, y de carácter “ideológicamente convergente” , además, como lo señala Meisel (1997), desde 1905 hasta 1998, la inflación en Colombia pocas veces superó el 30%, e incluso en esos casos, no alcanzó el 35%, cifras mucho menores a las presenciadas por buena parte de Latinoamérica en la segunda parte del siglo pasado. En este mismo periodo jamás se presenció un déficit fiscal público superior al 5% del PIB, en contraste a números cercanos al 15% de países como México, Chile, Perú o Argentina. Meisel (1997) considera además, la evolución del PIB per cápita como otra evidencia de la estabilidad de la economía colombiana así:
    Otra variable que hace evidente que la estabilidad económica de Colombia es un fenómeno de larga trayectoria es la tasa de crecimiento del PIB per cápita. Desde 1925, es decir, desde que existen datos sobre el PIB, no se han presentado recesiones severas. Solamente durante la Segunda Guerra Mundial, a causa de las restricciones en el suministro de materias primas y bienes industriales importados, el PIB per cápita cayó durante tres años consecutivos (1941-1943)…entre los países latinoamericanos, Colombia experimentó la menor baja en el PIB durante la Gran Depresión (p. 110)
    Esta descripción de Meisel se puede resume en la poca varianza de la tasa de crecimiento de la economía colombiana durante el siglo XX, siendo la más baja de Latinoamérica (GRECO). Si bien el hecho de que la economía crezca o no, no es una muestra indiscutible de un gobierno que aplica políticas estables , esta información sí sugiere una saga de gobiernos no propensos a actitudes partidistas o populistas, sobre todo si le sumamos el comportamiento del resto de las variables macroeconómicas a las que hemos hecho referencia.
    Evidentemente Colombia no es un buen ejemplo de desarrollo económico, ocupaba en 2010, el puesto 79 dentro del índice de desarrollo humano (IDH), reportando además, desde por lo menos 1980, un PIB per cápita significativamente menor al medio del Hemisferio Occidental, aunque la brecha entre éstos se ha mantenido más o menos constante (World Economic Forum, 2010). Sin embargo no hay razones para pensar que su atraso se deba, en particular, a sus capacidades para establecer políticas correctamente .

    Las otras tres naciones sí son un ejemplo de progreso económico. Todas ubicadas entre las 30 naciones más desarrolladas del mundo (según IDH), con rentas per cápita anual próximas a los US$30.000 y con índices de estabilidad y de capacidades políticas altos (ver tabla 1). Nueva Zelanda y Reino Unido poco polarizadas según mis cálculos parecen tener una competencia dual central . En cambio, EE.UU. reporta altos niveles de polarización para su último par de elecciones, razón por la que será tratado en el siguiente apartado.
    Encontramos entonces que aunque la cercanía ideológica de los partidos no implica niveles de desarrollo altos, bastando para ello ver la amplísima diferencia entre los indicadores de bienestar del Reino Unido o Nueva Zelanda y Colombia, sí parece reportar la estabilidad requerida para lograrlos, ejemplo de esto es cómo Colombia resulta siendo en la región uno de los países más estables.

    Competencia Dual Polarizada

    Esta categoría hace referencia a sistemas en los que tradicionalmente ha existido una competencia centrífuga que hace tender a los partidos mayoritarios a extremos del espectro ideológico. Este tipo de competencia representa problemas para la estructuración de políticas públicas, ya que cada uno de los partidos (o bloques) buscará ejercer la política de su predilección, rehusándose a formar una coalición con el otro, porque, justamente, son sus preferencias muy distantes y ambos tienen altas posibilidades de llegar al poder solos; resultando entonces, que en algunos momentos triunfen las políticas de un partido y en otros las del otro. La distribución de los votos totales entre los partidos definirá la frecuencia con que esto suceda, mientras que la magnitud de la inestabilidad generada dependerá del grado de distanciamiento ideológico. Esto suponiendo que la balanza se inclinara a alguno de los lados, pero como sucede eventualmente en “gobiernos divididos” con alta polarización, ni el gobierno ni la oposición tiene el suficiente poder para cambiar las políticas, generando ya no inestabilidad, sino inadaptabilidad.

    Polarización Bipartidista

    Como se ha señalado ya, los sistemas de dos partidos no suelen ser propensos a este tipo de comportamiento, sin embargo, EE.UU. rompe con la tendencia centrípeta característica de las naciones bipartidistas, y nos reporta un interesante ejemplo de los efectos de la polarización en el bienestar económico de un país. En EE.UU. se evidencia una polarización con tendencia no monótona, creciente desde la última década del siglo pasado, llegando, en las elecciones presidenciales de 2008, a los niveles más altos desde 1892 (gráfico 1).
    A su vez, si miráramos el crecimiento medio anual del PIB per cápita real, veríamos que fue significativamente menor en los periodos de alta polarización partidista. De 1892 a 1925 y de 1995 a 2008, periodos en los que la distancia ideológica entre los demócratas y los republicanos estuvo por encima de 0.8, el PIB per cápita real creció anualmente en promedio 1.23% y 1.85% respectivamente, mientras que de 1940 a 1970, cuando la polarización fue mínima (oscilando alrededor de 0.5), el aumento medio fue del 3.2% anual (Johnston & Williamson, 2008).
    Podría llegar a pensarse que precisamente en respuesta al mal desempeño económico, la oferta política se distanció, es decir, que la oposición en los periodos de bajo crecimiento buscó distinguirse del gobierno tanto como pudiera para que el electorado la reconociese como una propuesta distinta y pudiera aprovechar los brotes de insatisfacción. A pesar de ser ese un razonamiento correcto, y de hecho la competencia centrífuga es generada por una dinámica de este tipo (Babones & Pelizzo, 2007), no es éste el caso. Murakami (2009) justamente demuestra cómo el creciente distanciamiento partidista estadounidense está asociado a una relación más débil entre el crecimiento económico y el porcentaje de sillas ganadas o perdidas por el partido del gobierno. En otras palabras, nos dice que los aumentos en la polarización del país hacen que pierda importancia el tema del crecimiento para los votantes. Esto debido, al parecer, a que los procesos de polarización se caracterizan por la generación de motivos y argumentos de carácter visceral, donde se recurre fundamentalmente a sentimientos de pertenencia partidista, racial, social, religiosa etc. Así, Murakami encontró que en épocas de alta polarización, variables como la edad, el color de piel o el nivel educativo, parecen explicar mejor la decisión de voto que el crecimiento económico.
    Estas cifras de crecimiento, no se deben exclusivamente a la estructura partidista, pero basta recordar los inconvenientes generados por el “gobierno dividido” en la última etapa de presidencia de George W. Bush, o la polémica de techo de la deuda durante el gobierno Obama, para reconocer los obstáculos que representan una significativa polarización para el ejercicio de un gobernante. Edwars et al. (1996) encuentran para EE.UU. que las probabilidades que tiene una política de ley importante de no ser aprobada en el Senado son considerablemente mayores en “gobiernos divididos”. Esto parece coherente con el hecho de que el único indicador de capacidad política de Berkman et al. (2008) no alto para EE.UU. es el de adaptabilidad (es medio alto), siendo, además, uno de los más bajos entre los países desarrollados (superior solamente al de Italia), estando por debajo, incluso, de naciones como Colombia, Namibia, Mozambique y Uganda.

    Polarización Pluralista

    Hasta ahora hemos hablado exclusivamente de naciones bipartidistas, que generan por lo regular gobiernos de un solo partido. Pero al empezar a hablar de países multipartidistas, la posibilidad de coaliciones, con el fin de llegar al poder, aparece. La determinación de gobiernos unipartidistas o de coalición tiene importantes implicaciones, los primeros son más propensos a generar ciclos partidistas pero aseguran  una reacción pronta a distintos tipos de shocks; mientras los segundos, si bien evitan los ciclos partidistas y logran moderación, son especialmente menos capaces de reaccionar ante shocks, es decir que suelen ser menos adaptables (Alesina et al., 1997). En el siguiente apartado ahondaremos un poco más al respecto.
    Por ahora analicemos el caso de sistemas multipartidistas polarizados, también conocido como two-bloc. Aunque iniciamos tratando el caso de EE.UU., aquel no es el arquetipo de polarización partidista, una ejemplificación más clara de los grandísimos riesgos que constituye este tipo de sistema la encontramos observando casos como los de la República de Weimar en su última etapa. Este caso, semejable a otros como la Segunda República Española, fue de carácter multipartidista y presentó niveles de polarización e inestabilidad tan altos que terminaron por representar la destrucción de su sistema mismo.
    La República de Weimar fue el término con el que se conoció al régimen que tuvo lugar en Alemania luego de la Primera Guerra Mundial hasta la instauración del Tercer Reich en 1933. Además de la hiperinflación acontecida entre 1921 y 1923, durante la República de Weimar, hubo eventos bastante llamativos como el creciente apoyo electoral a los partidos radicales, que terminó con la ascensión al poder del Partido Nacionalsocialista Obrero (el Partido Nazi) y la prohibición de los demás partidos políticos.
    Cuando miramos la distribución del voto entre los partidos en las elecciones de noviembre de 1932, no aparenta ser una situación de polarización, después de todo el voto parece muy bien distribuido en todo el espectro (gráfico 2). Pero debemos tener en cuenta que los partidos que encontramos en los extremos, el partido Comunista (K.R.D.) y el Nazi (N.S.D.A.P.) son partidos antisistema y representan una proporción del voto singularmente alta. Esto nos dice que una gran parte del electorado prefería una alternativa a favor de cambios radicales en el régimen .

    Lo único realmente claro es que el desempeño económico durante la República fue bastante malo, de 1920 a 1932 el PIB per cápita apenas creció en 566 dólares internacionales de 1990, mientras que en el periodo nazi hasta el comienzo de la guerra (1933-1938) lo hizo en 1.438 (Johnston & Williamson, 2008). Pero especialmente malos fueron los resultados de la economía durante el periodo crítico de Weimar (1925-1932), allí el aumento medio anual de la renta per cápita fue de 0,83% , muy inferior al del periodo anterior (1920-1924) de 5,06% y al de la etapa nazi a la que hemos hecho referencia, donde fue de 6,82%.
    El papel del sistema partidista, quizá se observe mejor al comparar algunos resultados del primer año de Alemania como régimen unipartidista, es decir, el primer año del mandato nazi; solo durante este lapso, el crecimiento de la producción por persona fue superior al 8%, la inversión pública se vio duplicada, el desempleo se redujo en más de un 45% y aunque los salarios fueron congelados, la reactivación económica permitió salir de las disputas salariales presentes durante la República (van Riel & Scharm, 1993). Se percibe así, cómo el cambio de sistema político (del cual fue el cambio de sistema partidista una característica esencial) representó para Alemania un viraje inmediato en la política económica; caracterizado por una decidida y coherente intervención estatal, difícilmente pensable en la inestabilidad presente durante la última etapa republicana.
    Finalmente, es necesario decir que no todas las naciones polarizadas son vinculables a procesos con resultados tan deficientes en términos de estabilidad y bienestar económico, este es el caso de polarizaciones extremas que favorecen, precisamente, inestabilidades extremas. Existe de hecho, un tipo de polarización que por el contrario, podría representar un suelo fértil para el progreso económico. Éste será analizado en seguida.

    Competencia Polarizada Estable

    Este caso se caracteriza por un gran porcentaje del voto en los extremos, y un partido(s) relevante(s) en el centro, aclarando que los extremos no deben ser partidos antisistema, porque como señala Sartori (1966), muy seguramente esto desencadenará una polarización radical.
    La polarización estable es del tipo de la que encontramos, recientemente, en países como Suiza, Dinamarca, Suecia, Estonia o incluso Bélgica, que erróneamente suele ser considerada poseedora de un sistema multipartidista no polarizado (ver gráficos 3, 4 y 5).
    El fenómeno presenciado acá consiste en que a pesar de que la mayor parte de los votos están en los extremos, ninguno de ellos tiene una mayoría absoluta. Como es de suponer, los partidos de los extremos no se unirán para formar un gobierno, lo cual hace al grupo céntrico necesario para llegar al poder, a través de una coalición formal o un apoyo tácito.
    Esto se puede demostrar, incluso en el caso de 2 dimensiones, apelando al modelo de Baron (1991). Suponiendo tres partidos (o bloques), donde el partido 3 está en la mitad de la línea de contrato del 1 y el 2 (3 es entonces un partido céntrico) y donde existe un orden fijo para proponer una coalición, empezando 1 y siguiendo 2 (el partido 3 no propone). Existirán múltiples equilibrios perfectos del subjuego, pero todos con la propiedad de que el partido 1 forma el gobierno con el partido 3. En el caso en que el partido 3 fuesen equidistantes al 1 y al 2, la propuesta política realizada por el partido 1 se aproxima al punto ideal del partido 3 (Ver el desarrollo en anexos), lo cual quiere decir que la política gubernamental de la coalición será de tendencia céntrica.

    Este caso es, entonces, de especial estabilidad, debido a que el grupo céntrico le reporta moderación a las políticas sin importar el partido grande que suba al poder. Esto es completamente compatible con la evidencia encontrada por Alesina et al. (1997), la cual señala cómo las naciones con gobiernos de coalición suelen tener políticas más estables que las de gobiernos de partido único. Bélgica, Dinamarca, Suecia y Suiza son, efectivamente, de los países con mejores índices de capacidades estatales, teniendo todos índices de estabilidad altos (ver tabla 1), y aunque ello ha de deberse, principalmente, a los fundamentales de sus estructuras económicas; la consideración del sistema político, y en especial del sistema de partidos, debe ser considerada y estudiada un poco más a fondo.

    Competencia Repartida

    Esta es una categoría algo peculiar, ya que además de ser poco frecuente (sobre todo en sistemas electorales mayoritarios), de presentarse, genera serios inconvenientes de gobernabilidad, relacionados particularmente con la estabilidad de las políticas a largo plazo.  La competencia repartida hace referencia a una situación en la que hay un amplio número de partidos (4 o más) con similares apoyos electorales y dispersos en todo el espectro ideológico. Decimos que este caso es poco probable porque un extenso número de trabajos señalan que los sistemas multipartidistas incorporan un conjunto de incentivos que los llevan a una competencia centrífuga (Andrew & Money, 2007). El raciocinio detrás de esto es que un sistema con dichas características implica que ninguno de los partidos tiene una mayoría significativa con la que pueda llegar al gobierno, y de existir la posibilidad legal de alianzas, la teoría de las coaliciones nos sugiere que seguramente se empezarán a dar, ya que las intenciones de los políticos son precisamente llegar al poder. Saber exactamente qué coaliciones se formarán, sin conocer las especificidades de cada nación, es prácticamente imposible, pero lo que sí podemos saber es que muy probablemente serán realizadas entre los vecinos ideológicos, creando así, un conjunto de bloques, los cuales redefinirían el panorama del sistema como alguna de las otras categorías a las que hemos hecho mención aquí.
    Si hay amplia insatisfacción con el sistema, lo más posible es que se desarrolle una polarización dual, como la señalada en la República de Weimar; el grado de radicalización lo determinará substancialmente el grado de insatisfacción. De hecho, fue justamente un proceso de estas características el que se presenció en la Alemania de Weimar. Luego del fin de la Primera Guerra Mundial y del establecimiento de la nueva constitución, la competencia partidista alemana era de carácter repartido, ninguno de los partidos alcanzaba el 20% de los votos (incluso durante toda la República el gobierno fue de coalición) y los extremos radicales tenían un respaldo insignificante (van Riel & Scharm, 1993).
    Si por el contrario la población no presenta estos sentimientos de insatisfacción, lo más factible es que resulte un caso de competencia central, muy seguramente de carácter bipartidista. Y finalmente, si existen inconformidades de pequeña dimensión, terminaría presenciándose una competencia polarizada estable.
    En la actualidad son pocos los países poseedores de sistemas de competencia repartida, entre ellos encontramos a Italia . Este país, desde la Segunda Guerra Mundial ha tenido un sistema político bastante volátil, con muchos partidos de todo tipo de ideologías, sin una clara tendencia mayoritaria, eso se ha reflejado en sus capacidades políticas; es el país desarrollado con el índice político de Berkman más bajo. Está incluso por debajo de países como Ruanda, Jordania, Namibia y Túnez, por mencionar solo algunos.
    Italia es la séptima economía más grande del mundo, y goza de niveles de bienestar significativamente altos, su IDH para 2005 era de 0,945;  y su renta per cápita en 2007 era de US$ 35,872. Pero es además una nación con un conjunto de instituciones políticas de bajísima calidad, aparte de sus incapacidades incorporadas en el índice Berkman, el manejo de sus finanzas públicas ha sido bastante insatisfactorio, el déficit del gobierno central para 2009, representaba el 3,9% del PIB, la deuda bruta del gobierno italiano es una de las mayores del planeta, siendo del 115,8% del PIB, y parece ser uno de los Estados más derrochadores del mundo (World Economic Forum, 2010), esto sin contar sus otras tantas debilidades institucionales, como sus altos niveles de corrupción, de crimen organizado y de falta de independencia judicial (World Economic Forum, 2010). Hasta qué punto sus potencialidades, relacionadas fundamentalmente con la sofisticación de su estructura productiva, podrán seguir contrarrestando sus deficiencias institucionales no es fácil de determinar, pero desde comienzos de los noventa Italia ha presentado un PIB per cápita cada vez menor a la media de los países de la OCDE, y dicha tendencia parece irse acentuando con el tiempo.
    En esta categoría también podrían ubicarse naciones como Eslovaquia, Croacia y Letonia, poseedoras de sistemas partidistas con las características que hemos ya mencionado, y quienes junto a Ucrania son los países menos estables de Europa. Sus calificaciones en estabilidad de las políticas son bajas, notablemente menores al del resto de sus capacidades (Berkman et al. 2008), ubicándose, incluso, entre las peores del mundo.

    Partido Dominante

    Si bien el concepto de partido dominante en las ciencias políticas hace referencia exclusiva a regímenes competitivos en los que existe una clara predilección del electorado por uno de los partidos, se analizará acá también un caso semejable de los regímenes autocráticos, el llamado sistema de partido único.

    Sistemas de Partido Dominante Competitivo

    Estos son, en los regímenes democráticos, los sistemas en los que un solo partido tiene la mayoría absoluta de los votos en un lapso de tiempo considerable (se consideran por lo general 3 periodos electorales consecutivos). Este tipo de sistema debería ser aquel más conveniente para el desarrollo económico, ya que, por un lado, al tener una sola postura ideológica el respaldo mayoritario de la población, los choques políticos deberían ser mínimos (limitándose a pequeñas escisiones dentro del partido), permitiendo así una política ideológicamente estable a largo plazo. Por el otro lado, el mismo hecho de tener la mayoría absoluta dentro del legislativo, le daría la capacidad de reaccionar prontamente a eventuales shocks económicos. En principio este tipo de sistemas tiene una combinación envidiable de estabilidad y adaptabilidad.
    Posiblemente, el mejor ejemplo de partido dominante se encuentre en Japón, donde durante prácticamente toda la segunda mitad del siglo XX, el Partido Liberal Democrático (PLD) controló el Gobierno (Japan Statistic Bureau, s.f.). Durante este mismo lapso se presenció allí uno de los mayores éxitos económicos de la Historia reciente. A ese espectacular progreso se le llamó “el milagro japonés” y se le han encontrado muchas explicaciones, pero de singular atención siempre ha sido el papel que jugó el Gobierno, en especial el apoyo del Ministerio de Exterior e Industria (MITI) a las firmas nacionales, el cual consistió, básicamente, en una dirección y coordinación muy cercana de la actividad productiva (ver Johnson, 1989). Sin entrar en el debate y análisis de su éxito o fracaso como sistema de estimulación económica, basta con reconocer que el crecimiento anual del PIB per cápita real japonés de 1958-1993 (periodo de dominación del PLD) , exceptuando en 1974, fue siempre positivo, siendo en promedio de 5,43%, (el de EE.UU. fue mientras tanto de 2,21%) ¿Acaso este tipo de políticas hubiese sido posible al largo plazo en otro tipo de sistema partidista? Seguramente no, por lo menos no en una competencia repartida o en una dual polarizada. Y es que una política intervencionista tan decidida como ésta, de no contar con un apoyo electoral mayoritario (durante más de un periodo) como el presenciado en el Japón de la época, es bastante susceptible a ser reversada o alterada por partidos de otra ideología.
    Luego de las elecciones de 1993, se generó una fuerte convulsión de la competencia política japonesa, el PLD perdió su posición dominante, y aunque existió un gran fortalecimiento de los demás partidos, no lograron estructurar coaliciones duraderas . Seguramente pueda esto explicar que sea actualmente el segundo país con políticas menos estables de la OCDE (Berkman et al., 2008).

    Sistemas Unipartidistas

    Un partido puede dominar la política nacional ganándoles legalmente las elecciones a sus competidores, o simplemente prohibiendo la aparición de competencia. Este último es el caso de los sistemas unipartidistas. Si bien no representa exactamente una situación de dictadura, hasta qué punto sea una situación democrática es un asunto discutible. Para nuestros intereses es suficiente aceptar que emplea instrumentos legales o fácticos para ser el único oferente de políticas, estableciendo por lo regular regímenes autocráticos.
    El tema del crecimiento y los regímenes políticos ha recibido una considerable atención en los últimos años, pero ni siquiera los trabajos más juiciosos reportan algún tipo de consenso (Easterly, 2011; Tavares, 2001; Rock, 2006; Tiruneh, 2006 y Przeworski, 1993). Entre ellos, un enfoque similar al nuestro, que vincula el desarrollo a la estabilidad política, es empleado por Campbell (2007), quien afirma que el crecimiento económico no sigue a las dictaduras en sí, sino a la capacidad del régimen para lograr estabilidad. Esto es compatible con la idea que hemos presentado de los partidos dominantes competitivos. Así vemos países unipartidistas como Cuba, China y Vietnam que tienen indicadores bastante buenos de estabilidad. Pero también hay otros con índices muy malos como Corea del Norte y Siria (ver Berkman et al., 2008). En buena medida, esto se puede deber a que a diferencia del sistema de partido dominante competitivo, aquí existe la posibilidad de “enajenación ideológica del partido”, esto es, entendiendo que la competencia partidista deja de existir, el partido como oferente de ideologías políticas pierde sentido, convirtiéndose en un partido que simplemente busca mantenerse en el gobierno, a través no de las elecciones, sino de la represión. Podríamos llamar a esto un comportamiento office keeping, así se evidencia cómo los jefes de gobierno en estos sistemas, a diferencia de por ejemplo el caso japonés, tienen periodos considerablemente largos, prácticamente vitalicios ; estando además, ajenos de responsabilidades concretas acerca del cumplimiento de la ideología ofrecida en campaña.

    Conclusiones

    La idea de este trabajo era mostrar que si bien no existe una correlación simple generalizable a nivel mundial entre alguna de las variables que componen la estructura ideológica del sistema de partidos y el desarrollo, bajo un marco clasificatorio específico, enfocado en la estabilidad de las políticas públicas, las relaciones causales entre ellos se hacen reconocibles. Es importante entender que los escenarios políticos son muy cambiantes en el corto plazo, mientras que el desarrollo económico es un fenómeno de largo plazo. Por tanto, este trabajo afronta la discusión desde un enfoque histórico, pretendiendo evitar que se identifiquen eventos políticos coyunturales como explicaciones a la situación actual en el bienestar material de una nación. Encontramos entonces, que naciones con larga tradición en sistemas de competencia dual central, competencia polarizada estable y partido dominante competitivo suelen tener políticas bastante estables. Por el contrario sistemas de competencia repartida y competencia dual polarizada parecen generar políticas poco estables. En los casos de polarización, niveles muy amplios de distanciamiento entre los partidos grandes pueden generar, además, problemas de adaptabilidad. Hasta qué punto estas relaciones con las capacidades políticas determinan el desarrollo específico de un país depende del resto de su estructura institucional y productiva, por lo que trabajos que continúen el análisis hecho aquí deben estar siempre acompañados de un análisis económico tradicional que les evite caer en argumentaciones sesgadas y juicios a priori.

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