Yanko Molina Brizuela Desde la década de los 90 del pasado siglo cobró auge, en Cuba, la
perspectiva de género y los estudios relacionados a esta especialidad, enfocados
sobre todo en la construcción de la feminidad y masculinidad, en un proceso no
exento de contradicciones ni de polémicas en el cual se debió vencer tabúes y
prejuicios de una educación sexista y de un fuerte, aunque muchas veces sutil,
imaginario patriarcal en la sociedad cubana contemporánea. Esto se debe al hecho de que nuestra sociedad, como el resto de las sociedades
humanas, ha estado marcada por la existencia de una asimetría de poder donde el
sexo masculino ha sido el privilegiado. Se trata de una construcción cultural
que pretende, apoyándose en las diferencias, establecer una desigualdad que se
articula a una dicotómica jerarquización y poder, acentuando la supremacía de lo
masculino como valor. De esta manera algo es considerado como lo legítimo y
superior: la masculinidad.
Dayrón Oliva
Maestría en Estudios de Género
jorgegp@ult.edu.cu
Masculinidad entendida como el conjunto de atributos asociados al rol tradicional de la categoría hombre. Algunos ejemplos de esos atributos son la fuerza, la valentía, la virilidad, el triunfo, la competición, la seguridad, el no mostrar afectividad. De manera que a lo largo de la historia de (al menos) los países occidentales, y todavía hoy día, las personas consideradas hombres han sufrido una gran presión social para responder con comportamientos asociados a esos atributos.
En su uso moderno el término masculinidad asume que la propia conducta es resultado del tipo de persona que se es. Es decir, una persona no-masculina se comportaría diferentemente: sería pacífica en lugar de violenta, conciliatoria en lugar de dominante, casi incapaz de dar un puntapié a una pelota de fútbol, indiferente en la conquista sexual, y así sucesivamente.
Esta concepción presupone una creencia en las diferencias individuales y en la acción personal. Pero el concepto es también inherentemente relacional. La masculinidad existe sólo en contraste con la femineidad. Una cultura que no trata a las mujeres y hombres como portadores de tipos de carácter polarizados, por lo menos en principio, no tiene un concepto de masculinidad en el sentido de la cultura moderna.
Es por eso que la construcción del universo simbólico femenino y masculino esta permeada de representaciones, imágenes sociales, estereotipos que se asumen de manera irreflexiva, sin un basamento científico, contentivas de un conjunto de características que se imponen por igual a una generalidad de individuos, de acuerdo con su pertenencia a una clase, raza y sexo.
Dichas contentivas se convierten en patrones de conducta que guían y orientan el ejercicio de cada una de las actividades sociales desarrolladas por las personas, aprendidas a través del proceso de socialización. Procesos que van incorporándose a las configuraciones de las y los sujetos, influyendo de forma decisiva en la formación de sus identidades desde una perspectiva de género.
Ser hombre constituye una condición importante en la sociedad pero a la vez supone privilegios que se sustentan en altos costos personales y sociales que crean no pocos malestares, ansiedades e incertidumbres. Los individuos socializados bajo las definiciones dominantes tienen que incorporar características de ese ideal y reprimir los rasgos que se desvían de este modelo porque tiende a lo femenino, como expresa Lozaya, J. A.: ¨los privilegios cuestan caros y en el campo de los sentimientos, todo lo que ganamos en poder lo pagamos en represión emocional¨
La capacidad para expresar emociones en los hombres es limitada, ha sido reprimida, se les enseña que los hombres no lloran, de modo que si alguno se le escapa alguna lagrimilla es frecuente verlo disculparse por haberse mostrado descontrolado, algo que no le es permitido, ya que están entrenados para el dominio propio, hasta en situaciones peligrosas se les ha vetado la posibilidad de mostrar miedo, deben sentir y demostrar valor siempre. Las muestras de cariño, ternura y amor entre sus compañeros varones, las expresan a través de la rudeza: apretones de mano, palmadas en la espalda, abrazos distanciados. El compañerismo masculino está mediado por normas estrictas, basadas en tendencias homofóbicas, por lo que la intimidad entre los hombres suele tener más reglas que entre las mujeres.
Son socializados en la competencia y el aislamiento como dicta la sentencia: ¨el hombre es esclavo de lo que dice y dueño de lo que calla¨. Frases como esta reflejan la lógica masculina de asumir solo sus problemas, dudas y ansiedades, los hombres en todo momento deben mostrar su racionalidad al saber que hacer ante determinadas situaciones, de esta forma son menos vulnerables y responden socialmente a una integridad de género esperada.
Su función social como proveedor es central para el reforzamiento de su masculinidad, se espera de ellos que sean una especie de superhombres capaces de brindar seguridad, cuidado y protección. La mayoría de las parejas siempre quieren que su primer descendiente sea varón, entre otras razones, para que defienda a la futura hermana y a su mamá. Las mujeres por lo general prefieren aquellos hombres que pueden aportarle, no solo desde el punto de vista intelectual, también en el plano de la sexualidad en cuanto a todo lo que puedan enseñarle; respondiendo a la dualidad hombre activo/mujer pasiva, aunque en la actualidad esta dicotomía no es tan nítida, y por supuesto, en lo económico. Esta última es una de las exigencias más agobiantes para los hombres, es uno de los indicadores más importantes para alcanzar el éxito de la vida.
Las concepciones sobre la masculinidad distorsionan la percepción de los hombres sobre sí mismos, al presentarse estas características como propias de su naturaleza. Se iguala hombre biológico hombre masculino, estableciéndose una relación directamente proporcional, se es mucho más hombre mientras más características del ideal masculino hegemónico incorporen a su identidad de género, con lo que se disminuye, a fuerza de imposiciones, su yo interno, al reprimir una amplia gama de necesidades, sentimientos y formas de expresión humanas.
Esto trae como consecuencia la imposibilidad de conocer y conocerse a sí mismos de otras maneras, a través de sus emociones, experiencias corporales, que les permitan conciliar de una forma menos traumática sus malestares e incertidumbres con su construcción genérica. De forma que puedan acortar la distancia entre lo que quieren ser y lo que son en realidad. En el campo del conocimiento se pierde conocer e dimensiones importantes de la vida de los hombres que se relacionan con su construcción como sujetos genéricos, al quedar excluidos por involucrar saberes que socialmente son objeto de represión y desvalorización, por tanto permanecen fuera del conocimiento "objetivo", en relación con los hombres.
Los pilares tradicionales de la masculinidad se encuentran muy asociados a la fortaleza tanto física como espiritual. Estas incluyen la rudeza corporal y gestual, la agresividad, la violencia, la eficacia, el buen desempeño, la excelencia, la competencia así como el ejercicio del poder, la dirección, la definición de reglas, la prepotencia, valentía, invulnerabilidad y la homofobia.
La independencia, seguridad y capacidad de deci¬sión son también expresión de fortaleza espiritual, unido a la racionalidad y autocontrol emocional. Los hombres, a quienes se les asigna de modo predominante la masculinidad, no deben doblegarse ante el dolor, ni pedir ayuda aunque estén experimentando soledad. Por eso se le prescribe, por lo general, alejarse de la ternura, de los compromisos afectivos muy profundos y complejos, de la expresión de los sentimientos.
En los hombres la sexualidad está muy vinculada a su rol social. Así, en este plano, deben desplegar también la carrera por la excelencia y estar siempre listos sexualmente, "siempre erectos", tener buen desempeño y rendimiento, variadas relaciones, ser activos en el coito y responsables del orgasmo femenino. Requieren a su vez, de la constante admiración femenina como el nutriente básico e indispensable de su autoestima, esforzándose más por la demostración de su masculinidad que por su propio crecimiento. La masculinidad para los hombres se convierte finalmente en algo que hay que demostrar, de lo que hay que convencer y viven perennemente esta compulsión a reafirmarse día a día como varones.
El rol que, a través de la historia, han desempeñado los hombres de proveedor económico y rey del espacio público, los ha situado en posición de ventaja, pero en este caso, vemos como ya este papel cobra cada vez menor importancia en la relación hombre-mujer. No obstante, el mundo doméstico no es aún un espacio en el que los hombres se sientan cómodos. No se evidencia a nivel social la necesidad sentida de estos de responsabilizarse con las tareas del hogar y no se trata de convertirlas en masculinas, sino de dejarlas a opción de la dinámica familiar y que no sean “naturalmente femeninas “.
Este caso, estamos en presencia de un campo representacional que defiende la ideas tradicionales y estereotipadas acerca de lo masculino. Pudiéramos pensar en que, efectivamente, estos dos roles expresados (proveedor económico y rey del espacio público) son los que históricamente han definido la identidad masculina y además las relaciones entre hombre y mujeres. Se constatan límites más difusos en cuanto a la definición de los roles femeninos, las mujeres son protagonistas del mundo público y sostén económico de muchas familias; sin embargo, con respecto a los hombres, estos límites aparecen más rígidos, su entrada al espacio doméstico ha sido lenta. No obstante, percatarnos de cambios importantes, es alentador para futuras transformaciones.
Los hombres, aunque sepan que pueden ser vulnerables ante tanta exigencia social, económica y sexual, deben ostentar fortaleza. Apresados por la perfección, están impedidos de expresar debilidad y fracaso. Están más expuestos al distanciamiento emocional con los demás, a la inseguridad y al estrés. Al gratificar su autoestima desde lo tradicional, sacrifican lo más humano de su existencia.
Lo expuesto hasta el momento nos muestra que lo primero que aprendemos de la masculinidad es que no se trata de un hecho derivado de la naturaleza, de la biología, de los atributos corporales relacionados con cierta configuración de los genitales. En efecto, la masculinidad “se adquiere”, “se aprende”, “se gana”.
El aprendizaje de la verdadera hombría tiene que ser, sobre todo, un alejamiento radical de lo que no es hombría, de lo que no es masculino. La constante que se puede seguir en prácticamente todos los rituales de masculinización es esta definición negativa, y la negación de todo aquello que vincule a los varones con la feminidad.
Pero, en el caso de los hombres los malestares afectivos se entienden no solo como consecuencia de las desventajas económicas, sino que están vinculados con una construcción de la masculinidad como exigencia de la demostración de capacidades de manutención y superioridad económica, de seguridad y protección a la familia en tanto figura de autoridad. Esto implica la negación de temores y malestares, por concebirse éstos como signos de debilidad asociados con la condición femenina. (Jiménez, L.:2009)
A los varones se les enseña que para ser hombres deben controlar el mundo y lo primero que deben controlarse son ellos mismos y a las mujeres que los rodean. Todo lo que los rodea va encaminado a reforzar el modelo de masculinidad, tanto la familia, la escuela, la radio, la televisión, los vecinos como los amigos. (González, J.: s/f)
La normativa genérica presenta a los varones como "naturalmente" machistas, narcisistas, omnipotentes, impenetrables, arriesgados, omitiendo que ellos al igual que las mujeres están sometidos al lugar asignado desde un discurso social de características patriarcales.
Dicha normativa promueve que "ser hombre" es saber, poder y tener; cuanto más, más hombre. Debe ser un héroe, es decir, realizar grandes hazañas, vencer a todos, expresarse con la acción y los genitales, sin emocionarse ni estar afectado por nada, con un cuerpo resistente a todo y con una mujer esperándole, y si no quiere o no puede ceñirse a estos rasgos será débil, fracasado o lo peor un homosexual.
Así por ejemplo, Elisabetta Leslie Leonelli (1987) en su libro "Las raíces de la virilidad" plantea que el hombre se ve sometido desde su infancia a intentar demostrarse ante sí mismo y los demás lo que no es más que lo que verdaderamente es: "no dependo de nadie", "no soy un fracasado", "no soy un perdedor", "no soy un impotente" y sobre todo "no soy un afeminado". Ello implica una serie de prohibiciones, que desde lo cultural son impuestas a los hombres. Estas prohibiciones interfieren en la satisfacción de sus necesidades, ponen en peligro a veces su vida, y en ocasiones, la de los demás.
Levant (1992) sistematiza una serie de características y normas tradicionales masculinas que son: trabajador, buen proveedor, fuerte, callado, valiente, que no exprese ternura, ni vulnerabilidad en sus emociones, que evite cualquier cosa que parezca femenina, que llegue a ser un buen solucionador de problemas, que enfatice el valor del pensamiento lógico, que asuma riesgos, que mantenga la calma en momentos de peligro, que sea agresivo y asertivo, que no sea dependiente, que logre una sexualidad separada del afecto.
Desde la perspectiva de la salud y el bienestar, la situación de los hombres de este fin de siglo presenta un panorama preocupante. Por un lado, la mortalidad de los hombres menores de 65 años se ha incrementado, siendo muy alto el fallecimiento por accidentes y por causas relacionadas con el estilo de vida (infartos, violencias, cáncer sobre todo de pulmón y cirrosis). La incapacidad por estas causas es muy alta. Gran cantidad de jóvenes varones mueren en accidentes y ellos representan el mayor porcentaje de personas drogo-dependientes. La mayoría de los abusadores sexuales y gran parte de los alcohólicos también son varones.
Los hombres a su vez mueren un promedio de siete años antes que las mujeres. En cuanto al suicidio los hombres logran suicidarse en una proporción tres veces superior a la de las mujeres que lo intentan. Cuando llega a la idea del suicidio se disponen a morir "como un hombre" utilizando para la autodestrucción los métodos más letales. Los niños varones por otra parte también sufren accidentes con mayor frecuencia que las niñas.
Estos datos son la expresión de las llamadas "patologías de la omnipotencia", las cuales están relacionadas con los modos en que los hombres intentan, desde lo asignado, resolver habitualmente el malestar al que se enfrentan en su vivir cotidiano: negación, evacuación en el afuera, o intentando resolverlo todo a través de la acción.
Paradójicamente y pese a la importancia de estas situaciones que les incumben, los varones de todas las edades hablan muy poco de ellas por razones que ya hemos comentado. El tener que asumir lo asignado para los hombres ha significado un conjunto de expropiaciones que pasan inadvertidas de forma consciente, sin embargo, producen altos costos de salud. Superar la crisis de identidad masculina promoviendo alternativas de cambio, no a partir de estereotipos sexuales, sino de las propias potencialidades individuales y personológicas de cada cual.
Que el hombre recupere creativamente acorde a sus características personológicas lo que la cultura le expropió, no asumiendo un estereotipo o tipificación nueva, sino sobre la base de una libertad individual y no a base de normativas opresivas que permitan desplegar su sí mismo, incorporando un espectro de actitudes y comportamientos funcionales a las situaciones que vive independientemente que sean culturalmente femeninas o masculinas.
Está demostrado que el atenerse demasiado rígidamente a estereotipos culturales, restringe nuestra capacidad de hacer frente a ciertos aspectos importantes de la vida, lo que nos hace más vulnerables a crisis de diversa índole. Se impone por tanto seguir de cerca una alternativa de cambio: la perspectiva de género, sin distorsionar su verdadera esencia y sin promover mimetismos confusionales de la identidad femenina y masculina.
Bibliografía consultada:
Bourdieu, P: La dominación masculina. Barcelona: Anagrama, 1999
González Pagés, J. C.: Macho, varón, masculino: estudios de masculinidades en Cuba. La Habana: Editorial de la Mujer, 2011
Lozaya Gómez, José Angel. Mesa Redonda: Cómo se construye la identidad masculina. En: http://www.hombresigualdad.com/jornadas-mujersalud.htm
Leslie Leonelli, Elisabetta: "Las raíces de la virilidad". Editorial Noguer, 1987, pág. 84.
Levant, J.: "Men without models". Networker, 1992.
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