Javier Figueroa Ledón (CV) La plantación azucarera comienza su expansión en Cuba a mediados de la
década del ’60 del siglo XVIII. El aumento de la demanda y, por consiguiente, de
los precios del azúcar en el mercado internacional favoreció el auge de esa rama
de la economía nacional.
Pero, no fue hasta los últimos 10 años de esa centuria que experimentó un
ascenso vertiginoso debido, en parte, a la inestabilidad política y
socioeconómica en un número considerable de países consumidores y de algunos
productores.
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La Revolución de las Trece Colonias (1775-1783), la Revolución Francesa (1789-1799), y la Revolución Haitiana (1791-1804), sirvieron de combustible a la industria azucarera de la Mayor de las Antillas, lo que propició el empleo de nuevas técnicas para aumentar la producción.
Sin embargo, desde 1700 se fundan ingenios y trapiches en zonas donde no existían hasta entonces, y se acentúa la presencia de otros ingenios en regiones productoras de azúcar .
La estructura de estas fábricas era sencilla y cuando decrecían las ganancias, se desmontaban e inutilizaban hasta la llegada de tiempos mejores.
En diciembre de 1740, la Real Compañía de Comercio de La Habana decía que había un abandono casi completo de la elaboración de azúcar en la Isla. Puede que ciertas regulaciones arancelarias hayan incidido en esa baja productiva posterior a 1720.
Julio Le Riverend comenta en su Historia Económica de Cuba que a causa de un alza de precios en el mercado mundial hacia fines de los años ’40 del propio siglo XVIII, aumentó el número de ingenios y, por consiguiente, la producción azucarera. Entre los años 1748 y 1753 se exportaron unos 170 mil quintales, un promedio de 113 mil arrobas cada año, y según datos de la Real Compañía, en 1760 se montaron 80 nuevas fábricas de azúcar. Veinte años después Cuba contaba con el doble del total de ingenios que existían en 1763.
En el país había, por esa época, unas 481 fábricas, de ellas, 150 en La Habana, 127 en la región central, 60 en Santiago de Cuba, y 50 en Puerto Príncipe, según datos de Urrutia .
La producción de esos ingenios dependía del número de esclavos que tenían y de la extensión de caña sembrada, pues no poseían una técnica de avanzada. A inicios y mediados de siglo, la estructura de los molinos era vertical y de madera, aunque a finales de la centuria resultaba frecuente la presencia de molinos de hierro.
La llegada de negros esclavos a la Isla se incrementó desde el 27 de agosto de 1701, debido a un acuerdo con la Real Compañía de Guinea, encargada del comercio de seres humanos desde las costas de África. A raíz del contrato entrarían a Cuba, durante una década, un total de 4 800 esclavos como promedio cada año. Pero, la demanda de negros africanos no fue intensa en el primer cuarto de siglo, ya que el desarrollo de la industria azucarera estaba semiparalizado.
En 1740, la Real Compañía de La Habana se responsabilizó con el abastecimiento de esclavos, y a partir de ese año, por breve tiempo, los comerciantes compraron directamente en Jamaica, amparados por los propios ingleses.
Desde 1770, según el historiador cubano Julio Le Riverend, “coincidiendo con el movimiento general de alza de la economía cubana –resultante de la nueva política comercial de diversificación-, se produce un aumento grande de las importaciones de esclavos. Este incremento supone, como es lógico, la intensificación de la producción. Quizás a partir de entonces fueron más frecuentes los ingenios de 100 ó 200 esclavos…” .
La Real Cédula del 28 de febrero de 1789, a instancias de hacendados criollos liderados por Francisco de Arango y Parreño, acordó una liberalización en la entrada de negros africanos a la Isla. Esto constituyó un intento tardío de España para transformar sus colonias antillanas en enormes plantaciones.
En este período (1764-1790), según Humboldt y Saco, se introdujeron un total de 33 409 esclavos en el país. Durante el siglo XVIII la importación de siervos africanos en Cuba dependió de los vaivenes de la industria azucarera. Si los precios en el mercado mundial eran favorables a los productores de azúcar, se incrementaba la cosecha, y para ello resultaba de vital importancia la mano de obra esclava. De esta forma el negro y el azúcar quedaron ligados por siempre en la Historia de Cuba.
Las continuas revoluciones y guerras de independencia en esta etapa incidieron favorablemente en el desarrollo económico que experimentó la Isla desde 1765. El alza de las exportaciones, debido al incremento de la demanda y a la liberalización del comercio, contribuyó a un mejoramiento de las condiciones de vida de muchos de los habitantes del país.
En 1790 se exportaron 77 896 cajas de azúcar, en 1794 se llegó a la increíble cifra de 103 629 cajas, y en 1795 se vendieron unas
70 437. El intercambio de productos con Estados Unidos durante estos años se produjo bajo un régimen de excepción denominado “comercio con neutrales”, una situación momentánea y inestable.
El continuo ascenso de los niveles de exportación de la colonia propició que a partir de 1790 comenzara una profunda transformación de la estructura de la propiedad agraria. Desde 1765 ya se manifestaban los primeros cambios en esta estructura, pues aparecieron los potreros especializados en la ceba de ganado y la expansión del cultivo de la caña.
La ofensiva de la agricultura comercial durante la última década del siglo XVIII influyó en el aumento del número de ingenios, sobretodo en la zona de La Habana, donde hacia 1796 existían unas 305 fábricas de azúcar.
Por esta época, a instancias de los hacendados criollos, se realizan los primeros esfuerzos para introducir nuevas técnicas de cultivo que incrementaran la producción. En su Discurso sobre la Agricultura en La Habana, Arango y Parreño, se refiere al atraso de las plantaciones de caña y de la necesidad de mejorar las tierras.
Nadie, en ese entonces, regaba ni abonaba los sembrados. Mediante el Papel Periódico y las Memorias de la Sociedad Económica se divulgaban algunos de los avances científico-técnicos del momento, aunque muy pocos lo llevaban a la práctica.
La introducción de la caña conocida como de “Otahiti” en 1795, resultó un bálsamo para las aspiraciones productivas de los dueños de grandes plantaciones. Tres años más tarde llegaron, desde la isla danesa de Santa Cruz, unos 100 mil trozos de esa variedad para distribuir en los ingenios cubanos.
El azúcar se convirtió entonces en el producto por excelencia de la economía colonial. Las condiciones de vida de los habitantes del país dependió estrechamente de las variaciones de ese producto, y además influyó en la composición racial de lo que después se conocería como cubano.
BIBLIOGRAFÍA
Guerra, Ramiro: Manual de Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971.
Le Riverend, Julio: Historia Económica de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1965.
Pichardo, Hortensia: Documentos para la Historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986.
Urrutia y Montoya, Ignacio José de: Obras. 2 ts. La Habana, 1931
Saco, José Antonio: Memorias sobre caminos en la Isla de Cuba.
http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/1621.htm
http://www.monografias.com/trabajos16/cuba-origenes/cuba-origenes.shtml
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