Josefa Caridad López Ferrera (CV) Enfoque de género desde una perspectiva educativa
El enfoque de género nace de la idea de que la mujer había quedado fuera de los
procesos de desarrollo, siendo necesario reconocer que lejos de esto, la mujer
había sido parte invisible e indispensable de dicho proceso. De ahí que el
abordaje del concepto género surgiera a reconocer la construcción socio cultural
que define lo masculino y lo femenino, a partir de los sexos biológicos, y
posteriormente las relaciones de poder entre los mismos.
Las definiciones de género y sexo son realizadas desde una concepción
multidimensional, aunque en la literatura más recientemente publicada en
diversos países como España los estudiosos coinciden en la necesidad de que el
género se entienda como una construcción simbólica que alude al conjunto de
atributos socioculturales asignados a las personas a partir del sexo y que
convierten la diferencia sexual en desigualdad social. Para ellos, la diferencia
de género no es un rasgo biológico, sino una construcción mental y sociocultural
que se ha elaborado históricamente.
En la literatura se reconoce que el género a nivel individual es resultado de la
subjetivización de las exigencias sociales de la raza, la clase que se
construyen en cada persona a partir de su cuerpo y de sus experiencias. Y a
nivel social, se construye a través de un proceso de comunicación e intercambio
entre las personas acerca de los contenidos asignados y asumidos al mismo, a lo
que se denomina representación social de género que está condicionado por el
contexto socio histórico y la individualidad. El género se asume individualmente
cuando se alcanza la identidad de género y se construye socialmente a través de
la representación social de género.
Los españoles Enrique Díez, Eloína Terrón y Rocío Anguita (2006) han abordado
esta cuestión en uno de sus libros y el contenido de su trabajo está dirigido al
análisis de la cultura de género en las organizaciones escolares,
particularmente en lo referido a las motivaciones y obstáculos para el acceso de
las mujeres a los puestos de dirección y la necesidad de lograr lo anterior como
parte de una verdadera democracia. Ellos se plantean la contradicción existente
en los centros educativos, en los que, por un lado, hay un elevado número de
profesoras que ejercen sus funciones en las tareas docentes y, por otro lado,
las estadísticas son tan persistentes en demostrar que el número de mujeres en
puestos directivos en centros educativos es mucho menor de lo que correspondería
en proporción a su presencia en esta profesión.
Esta situación, según ellos, supone que, aunque en la teoría o en las leyes
hablemos de igualdad entre hombres y mujeres, el modelo de educación que
transmitimos en la práctica real en nuestras organizaciones contribuye a
desarrollar una cultura, unas “formas de hacer”, unas costumbres y unas
prácticas implícitas contrarias a los planteamientos de la igualdad de
oportunidades entre mujeres y hombres. Esto es importante porque lo que las
futuras generaciones de hombres y mujeres aprenden en la escuela, no es sólo lo
que les transmitimos, sino también lo que ven y viven en la organización, en la
comunidad y la familia.
Lo que permite comprender que la redimensión que está adquiriendo el concepto de
cultura de género a partir del siglo XX, determinado por las transformaciones
que se han experimentado en el papel y lugar de la mujer en la sociedad. No
implica la desaparición de las dicotomías desde el género persisten en gran
medida la dominación masculina se renueva, más allá de las transformaciones
históricas, particularmente en el contexto doméstico e individual.
Coincidiendo con la Doctora Muñiz en las condiciones actuales se está en
presencia de una cultura de género, conformada por una diversidad de
representaciones de lo femenino, y por tanto como ella expresa se puede hablar
de “…una cultura de género de diferente cuño, en las que es más difícil
descubrir las trampas del poder en un contexto en el que el propio poder se ha
vuelto más diversificado y omnipresente”. Por consiguiente la cultura de género
es una construcción cultural que se distingue de la definición biológica entre
hombres y mujeres, que no sólo alude a estos últimos sino también a la relación
entre ellos.
Las relaciones que se han establecido entre hombres y mujeres se manifiestan a
partir las desigualdades o inequidades en que esta se han expresado
históricamente. La inequidad se refiere a las diferencias innecesarias,
evitables e injustas que pueden ser disminuidas, evitadas o eliminadas. La
equidad es el reflejo de la imparcialidad y justicia en la distribución de
beneficios y responsabilidades entre mujeres y hombres., por lo que el género es
considerado una construcción cultural, de ahí la importancia que este tiene para
los legitimadores que se expresan en el terreno de la cultura, y por otra parte
la importancia metodológica de este enfoque para el análisis de las
problemáticas que por diversas razones se estudian, sin obviar que toda cultura
de género es expresión de una relación de poder, es decir de esta y el poder
político. De ahí, que se pueda inferir, la significación que tiene en cualquier
análisis el cómo los organismos e instituciones políticas, estatales y sociales
conciben, producen y divulgan formas culturalmente apropiadas, respecto al
comportamiento o modos de actuación de los hambres y mujeres en una sociedad
históricamente dada o en cualquiera de sus contexto, dígase el escolar.
Una verdadera cultura de género solo se logrará mediante un profundo proceso de
democratización cultural que desde una perspectiva de género desafíe los
sistemas de prestigio y valores, las estructuras simbólicas y psíquicas que se
van resignificando, reproduciendo o cambiando en relación a las representaciones
de lo femenino y masculino. Esto también implica el respeto a la diversidad de
género y el reconocimiento de que cada personalidad se identifica de manera
peculiar con su género.
La identidad de género, es entendida como “…la forma particular en que la
personalidad asume su pertenencia a determinado sexo y actúa en correspondencia
con este, en condiciones concretas de existencia, según las expectativas
sociales trasmitidas de generación en generación…”
Se reconoce que la identidad de género se logra tras un complejo proceso de
aprendizaje y consolidación que comienza desde los primeros años de la vida y
concluye en la adolescencia temprana y que su proyección individual ante la vida
está dada por la forma de pensar y de comportarse, así como las actividades o
roles a desempeñar por el individuo, de acuerdo a la forma en que ha asumido la
feminidad o la masculinidad.
La identificación de su género por el individuo no sólo es resultado de un
proceso de individualización sino también de su socialización. Esta última
contribuye a establecer lo que se considera importante para cada uno de los
sexos, lo que condiciona, en gran medida, su autovaloración es decir, la imagen
que tienen hombres y mujeres de sí. Los hombres se realizan generalmente en
función de ellos mismos, pendientes de su rendimiento social y sexual; las
mujeres en dependencia de lo que son capaces de dar a los otros.
Por lo general, las sociedades esperan que los hombres se manifiesten de forma
independiente, con imagen de dominio y de poder, lo que garantiza las relaciones
jerárquicas de género.
Algunos autores han abordado el problema de la identidad de género desde la
perspectiva de la identidad personal y en particular de la psicosexual y en tal
sentido señala que no basta que un individuo sepa que existe como ser individual
y que se diferencia de los otros seres, sino que es conveniente y necesario que
asuma su papel masculino o femenino, identificándose con los de su propio sexo y
diferenciándose con los de otro sexo.
La importancia de esta concepción del concepto de género radica en que la misma
hace visible el supuesto ideológico que equipara las diferencias biológicas con
la adscripción a determinados roles sociales y a través de la misma se pone de
manifiesto la relación desigual entre los géneros (mujeres y hombres, entendidos
como sujetos sociales y no como seres biológicos). Esta concepción se ha
centrado en el papel social que se le ha atribuido y se le atribuye a las
mujeres sino también en el de los hombres como género.
Se asume, que género es un concepto cultural relacionado con dos categorías: lo
masculino y lo femenino. Y que en tal sentido este se construye a partir de
significados, que integran aspectos sociales, psicológicos y culturales de
feminidad y masculinidad. Y en esta construcción cultural tiene un papel
determinante la sociedad pues ella incide en la formación de conductas, y en la
determinación de las acciones, el quehacer y la responsabilidad que recae tanto
en hombres como en mujeres con diferentes patrones, así como en el cumplimiento
de los roles que les son socialmente asignados.
Los antecedentes del concepto género se encuentran en el proceso de construcción
social que define lo masculino y lo femenino determinado históricamente, sobre
las características biológicas establecidas por el sexo, sin obviar que este
término posee aspectos subjetivos como los rasgos de la personalidad, las
actitudes, los valores y aspectos objetivos o fenomenológicos como las conductas
y las actividades que diferencian a hombres y mujeres y que por tanto como
categoría de análisis, el género, posibilita explicar los factores que conducen
a las desigualdades entre mujeres y hombres; pone al descubierto el carácter
jerarquizado de las relaciones entre los sexos, construidos en cada cultura, y
por tanto facilita el cambio de esa realidad. A partir de su adecuada definición
es posible la realización de acciones tendientes a su eliminación o disminución.
Conclusiones
Otro aspecto teórico a tener en cuenta en esta investigación es el referido a
los elementos que posibilitan medir las diferencias de género en el contexto
social cubano y en tal sentido en la literatura consultada se constató la
existencia de de indicadores sintéticos que conforman lo que se denomina como
Índice de Potenciación de Género (IPG) que explora diferencias entre los sexos
en cuanto a decisión y participación en políticas, el Índice de Desarrollo de
Género (IDG) que está compuesto por la relación entre mujeres y hombres en
cuanto a la esperanza de vida al nacer, la alfabetización en adultos, la
matrícula a nivel medio y superior, el producto interno bruto, los salarios y la
población económicamente activa y el Índice de Inequidad Básica de Género (IBG)
que resume de manera relacionada entre mujeres y hombres el acceso a los bienes
básicos de educación, empleo y poder. Sin embargo, la autora se acoge a los
resultados expuestos por la Doctora Ileana Elena Castañeda Abascal (2005) la
cual realizó una valiosa investigación acerca de los indicadores, _ que ella
denomina como “Índices de Igualdad”_ que permiten medir no sólo cualitativa sino
cuantitativamente las diferencias de género, en el contexto social cubano.
La Doctora Castañeda Abascal (2005) expone que la relación entre hombres y
mujeres se realiza a partir las desigualdades o inequidades en que esta se
manifiesta históricamente. La inequidad se refiere a las diferencias
innecesarias, evitables e injustas que pueden ser disminuidas, evitadas o
eliminadas. Y la equidad es el reflejo de la imparcialidad y justicia en la
distribución de beneficios y responsabilidades entre mujeres y hombres;
constituye, por tanto, un imperativo de carácter ético y moral asociado a los
principios de los derechos humanos y de la justicia social. En correspondencia
con lo anterior la autora anteriormente citada precisa cuales son los siguientes
aspectos de la vida (subjetivos, sociales y de comportamiento) donde se
manifiestan diferencias de género:
Los roles de género. Se desarrollan en la vida cotidiana relacionados
íntimamente con la división sexual del trabajo. Se han descrito tres tipos de
roles: Rol Reproductivo, Rol Productivo, Rol de Gestión Comunitaria.
El estereotipo: las características físicas, psicológicas, positivas y/o
negativas que son representativas de una persona o grupo social. Constituyen
ideas fijas sobre los comportamientos "típicos" que caracterizan a determinados
grupos. Y a través de los cuales se proyecta su masculinidad o la feminidad.
El nivel de instrucción o escolarización. Tal y como indica la Doctora
Castañeda, los estudios sobre la educación plantean que las niñas tienen un
mejor aprovechamiento que los varones para algunas áreas del saber, son más
disciplinadas, requieren de menos atención de los maestros y se mueven en
espacios escolares específicos más limitados por su tendencia a desarrollar los
juegos en un menor espacio físico que los varones.
El poder está presente en la vida social en general y en las relaciones de
género y casi siempre se encuentra en manos masculinas.
El acceso a cargos de dirección. Históricamente los hombres acceden más a los
cargos de poder que las mujeres en determinados niveles, esferas de la sociedad
y organizaciones políticas, sociales y de masas.
En la ocupación. En una investigación como esta, hay que tener presente que
existen sectores que evidencian una alta feminización de la fuerza laboral, como
los de la educación, esta última con mayor representación de mujeres en las
enseñanzas primaria y media, y por tanto en el ingreso a las carreras
pedagógicas.
La salud sexual y reproductiva. La Doctora Castañeda al explicar este indicador,
reconoce que las mujeres tienen más dificultades para acceder al ejercicio pleno
de su sexualidad, pues para ellas, se presenta una limitación considerable en el
contacto y manipulación de su cuerpo y resulta alarmante el desconocimiento del
mismo, como fuente de placer, todo lo cual, influye en la salud y la calidad de
vida.
La utilización del tiempo. Una creciente incorporación de la mujer al mundo
productivo, es un fenómeno que va acompañado de un abandono de las tareas del
hogar, y que ha obligado al sexo femenino a llevar una doble jornada de trabajo,
en detrimento de la dedicación a actividades de tipo personal, cultural o de
ocio.
La administración del dinero dentro del hogar. Existe un dinero destinado al
consumo cotidiano y al mantenimiento de la estructura familiar o de una pareja
en caso de que no sean un matrimonio, su administración suele estar a veces en
manos de la mujer. La administración de este dinero implica un trabajo físico y
psíquico (una sobrecarga) que demanda tiempo y esfuerzo.
El cuerpo legal. En Cuba mejora sustancialmente la situación de la mujer como
resultado de la aprobación de leyes como la de Maternidad, la de Protección e
Higiene del Trabajo, la de Seguridad Social, el Código de la Familia, el Código
Penal y el Código del Trabajo. Según nuestra Constitución, se asegura, que todos
los ciudadanos gocen de iguales derechos legales y estén sujetos a iguales
deberes. La discriminación por motivos de raza, color, sexo y origen nacional
está proscrita y es penada por la ley.
Aunque estos son indicadores generales, los mismos no sólo son aplicables en el
nivel macrosocial, sino también en el contexto escolar, pero para ello requieren
de un ajuste acorde con las actividades que allí se desarrollan y las
particularidades de los sujetos que actúan en el mismo.
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MAYOBE RODRÍGUEZ, Purificación. La construcción de una identidad personal en una
cultura de género. Universidad de Vigo. En:
http://webs.uvigo.es/pmayobre/indicedearticulos.htm (Extraído el 20 de abril de
2010).
ferrera@ucp.sc.rimed.cu
Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato:
López Ferrara, J.C.:
Enfoque de género desde una perspectiva educativa, en
Contribuciones a las Ciencias Sociales,
mayo 2011,
www.eumed.net/rev/cccss/12/
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