Cintia B. Pérez Lanza
clanza@ucf.edu.cu
Todas las sociedades humanas han buscado dotarse de valores y criterios para garantizar su reproducción, organizar la producción, tomar sus decisiones y regular sus intercambios. Una de las clasificaciones que ha sido más determinante en la organización social de todos los pueblos, comenzando por la división sexual del trabajo, ha sido la parcelación entre lo femenino y lo masculino, clasificación que ha tomado como referencia las diferencias sexuales entre hombres y mujeres.
Quedó arraigada la convicción de que era la naturaleza quien las dictaba y no se distinguió aquello que era producto de procesos, relaciones humanas y condicionamientos culturales. Precisamente, el enfoque de género comienza por distinguir las diferencias biológicas entre hombres y mujeres (sexo) de aquellas construidas social y culturalmente (género).
Los estudios sobre género se han enriquecido en los últimos tiempos con la finalidad de explicar comportamientos, ideologías, interpretaciones de la realidad, relaciones de poder, entre otras. La cultura no sólo es un producto de las relaciones sociales que se establecen en todos los ámbitos de la sociedad sino también un elemento que matiza todos los procesos de comunicación del ser humano a partir de su manifestación como un conjunto de símbolos, expectativas, atribuciones, normas, que influyen sobre los comportamientos sociales.
La cultura forma parte de los fenómenos sociales, explicándolos a partir de la
unificación de las diferentes ramas del conocimiento, las ciencias sociales y
las diversas disciplinas. Es por esto que los Estudios de Ciencia Tecnología y
Sociedad (CTS) manifiesten una de sus aristas al tema de la mujer y sus
preocupantes ante el escenario científico en que se desenvuelve.
Desde una perspectiva teórica la CTS caracteriza los estudios de la ciencia y la tecnología tomando como punto de partida los factores sociales y la manera en que estos influyen en su desarrollo. Desde la visión práctica implica la forma en que esos factores se ponen de manifiesto en una realidad social dada y si se referencia la acción educativa posibilita cambios y transformaciones en las mentalidades de los actores sociales implicados en determinados temas.
Especificar y explicitar, es decir, hacer visible el problema de los roles que debe desempeñar las mujeres en la sociedad, contribuye a poner en marcha mecanismos para superarlos, de este postulado la necesidad de entender el papel que le ha correspondido jugar a la mujer en la historia de la humanidad y el que debe desempeñar hoy, a la sombra de más de dos, milenios de sociedad patriarcal.
La mujer ha sido desvalorizada por la sociedad patriarcal, debido a las propias características que la definen, por lo que es etiquetada y relegada a una serie de funciones y actividades que solo tienen cabida en el espacio privado, lo que define el rol que debe asumir en la sociedad en la que se encuentra.
Si se habla de la situación de subordinación de la mujer, se puede dividir la historia en tres tendencias fundamentales. La primera a la que pertenecen pensadores como: Aguste Comte, Herbert Spencer, Emile Durkheim, Talcott Pearson y Max Weber que no consideran al género como una construcción social, abordando la situación de las mujeres desde una posición acrítica y tradicional que tiene su centro en la cultura patriarcal, el papel que juega el hombre como centro de poder y consecuentemente el que le pertenece a la mujer, el rol de madre y esposa, razones para identificar el comportamiento humano e intelectual en el que la división sexual del trabajo establece un status inferior para la mujer en dependencia de las diferencias biológicas e intelectuales, así como la identidad pasiva construida en el marco familiar, desvalorizando el rol de éstas.
En un segundo momento se encuentran los discursos cercanos a la cuestión de lo femenino, pronunciados por hombres: Carlos Marx, Federico Engels y John Stuart Mill, los que visualizan la posición real de subordinación a las que son condenadas las mujeres en los inicios del mundo moderno, para lo que proponen la igualdad entre hombres y mujeres como la clave para superar las relaciones de dominación. La idea de la mujer como trabajadora y ser autónomo de la vida privada es planteada en esta tendencia que aboga por revitalizar los modelos educativos que se encuentran estereotipados y validados socialmente.
La tercera tendencia enmarca el momento culminante y el paso definitivo de las mujeres en la inclusión hacia mundo público. La preocupación de las mujeres por la posición que le corresponde históricamente y el espacio que ha hecho suyo por años hace necesaria la pronunciación de discursos cercanos al feminismo, pero esta vez pronunciados por mujeres, tomándose como referencia a Simone de Beauvoir con su libro “El segundo sexo”(1949), con el que se inicia el movimiento feminista del siglo XX, lo que permite un cuestionamiento de lo establecido “patriarcalmente” y muestra la relevancia que tiene la interacción humana con el contexto social para la construcción del género, contribuye a esta labor Betty Friedan en “La mística de la feminidad”. A partir de este cuestionamiento comenzará una nueva etapa en la vida de las mujeres, cuestión que irá abarcando los diferentes ámbitos de la vida social y que tiene como centro el género como construcción social en las determinadas sociedades.
La cuestión feminista.
Si el mundo estaba listo o no para la inclusión de las mujeres en la sociedad, no era relevante en estos momentos, era necesario hacer sentir que tanto mujeres como hombres debían tener igual peso en la balanza, a partir de este momento se hacen referencias a oleadas del feminismo, movimiento social heterogéneo que busca una trasformación dentro del sistema de poder, cuestiona la identidad de la actual sociedad, pretende un enfrentamiento con los dogmas establecidos, que tienden a decaer; pero que las tradiciones, los sistemas ideológicos, así como las barreras sociales y culturales se empeñan en mantener.
La historia del movimiento feminista ha tenido varios momentos en los que las mujeres indistintamente reclamaban reconocimiento social y una postura no siempre asociada al rol de esposa y madre. La incorporación al espacio público, al trabajo, resultan ser los modos de llenar el vacío que experimentaban las mujeres. El patriarcado se considera un sistema de dominación masculina que se encontraba no solo mediando, sino que era el problema fundamental que marcaba la subordinación de la mujer, por lo que se hizo necesaria la creación de una organización que represente los interese de las mujeres y que a la vez fuera dirigida por la mujer.
Para esto en 1966 crea la Organización Nacional de Mujeres que pasó a ser la organización más influyente de la época. Consideraban que si las mujeres ejercían los derechos adquiridos, los ampliaban y se incorporaban activamente a la vida pública, laboral y política, sus problemas tendrían solución.
El sistema construido hasta entonces dejar en claro el lugar que había ocupado la mujer en la sociedad, determinada por la producción social y el sistema de relaciones que lleva implícito este, así como, la diferencia de la posición social de mujeres y hombres y su prestigio, trae consigo lo relativo a la identidad. Este término asociado con el papel relegado de la mujer, que buscaba reconocimiento y convertirse en “la protagonista” de la sociedad en la que se encontraba.
Es cierta la necesidad de las mujeres por ocupar el lugar que les había sido vedado por tantos años, pero existe una contrapartida de este fenómeno y que es la manera en que los hombres lo interpretan. ¿En qué medida las mujeres podrían sentirse protagonistas de esta sociedad? O más preocupante aún ¿hasta dónde los permitiría el hombre? Estas son las interrogantes que han trascendido hasta nuestros días.
El contexto de los años 70 y 80 transformaron en cierta medida la situación de la mujer con la aparición del enfoque Mujeres en Desarrollo (MED), que con las nuevas posibilidades que ofrecía el mercado y el mundo laboral, más que una posibilidad era una necesidad que la mujer se incorporara a la vida laboral.
La realidad es que la idea MED fue teóricamente bien concebida, pero en su aplicación independientemente de la apertura en el ámbito laboral, la diversificación llegó primero a los hombres, por lo que las oportunidades de las que se hablaba se dirigieron a reforzar los roles genéricos, históricamente establecidos, esta vez sin cuestionar la división social del trabajo.
Los que se consideró un paso de avance desde el mundo de las féminas, que infería la preocupación de la sociedad por lograr la inclusión y que se pensó que iba encaminado a la igualdad, resultó ser la manera en que los hombres justificaron su rol patriarcal. No obstante, el enfoque MED mostró el contexto social y el status en que no se encontraba la mujer.
A mediados de los 80 surge un nuevo enfoque, esta vez con el nombre de Género en Desarrollo (GED).
“El enfoque GED se fundamenta en los aspectos sociales, económicos, políticos y culturales que determinan la forma en que mujeres y hombres participan, se benefician y controlan los recursos de los proyectos y actividades de manera diferenciada. Este enfoque transfiere la atención sobre las mujeres como grupo potenciador del desarrollo en igualdad de oportunidades que los hombres.” (Género en Desarrollo)
La balanza inclinada desfavorablemente sobre la tendencia masculina comienza a reconocer las potencialidades de desarrollo existentes si ambos sexos trabajaban bajo un fin común. El cuestionamiento ahora sería qué propone el enfoque GED y cómo sitúa tanto a hombres como a mujeres en el contexto social y la concepción de las estrategias de inclusión de ambos sexos, partiendo del reconocimiento de la relación subordinada de las mujeres como consecuencia del análisis de las relaciones entre mujeres y hombres en situaciones determinadas y teniendo en cuenta otras posiciones vitales tales como la pertenencia a un grupo social, étnico, de edad, etc (¿Cómo ha evolucionado el enfoque de Mujeres en el Desarrollo (MED) a Género en el Desarrollo (GED)?)
Lo cierto es que el feminismo de los años 80 se encaminó hacia acciones individuales llevadas a cabo con distintos intereses, por lo que podría decirse que el objetivo global que tenía el movimiento feminista se había dispersado y tomado esferas diferentes en los distintos países.
Definitivamente el enfoque MED no resuelve los problemas de la inclusión de las mujeres en la esfera pública. El enfoque GED fue la base para los nuevos cambios que se avecinaran a los largo de la década de los 90. Las reuniones de las mujeres, la tendencia de nuevos grupos que buscan la identificación con las cuestiones feministas pasadas, que aún tienen lugar en el contexto social, así como, las nuevas ideas que proponen la igualdad entre hombres y mujeres son un significativo paso de avance en lo que la equidad de género confiere.
Con los ochenta llega el fenómeno conocido como el “techo de cristal” (*) que se pone de manifiesto en las diferentes escalas jerárquicas y organizacionales, en el que el tema de la visibilidad de la mujer, que se convirtió en el objetivo fundamental y toma como herramienta el sistema de cuotas, lo que permite asegurar la presencia y visibilidad de la mujer en todas las ramas de la esfera pública. ¿Pero fue esto del todo cierto? ¿Y la ciencia, que rol ha reservado la ciencia para las mujeres?
Mujer y ciencia
La Ciencia y la tecnología son productos intelectuales de la sociedad de la que surgen y a la que sirven. Una sociedad con desigualdades de género produce necesariamente una cultura, una ciencia y una tecnología impregnadas de sesgos de género: los condicionantes culturales, los estereotipos y los prejuicios de género de la sociedad influyen, tanto en el contenido de la ciencia que se produce, como en la selección de las personas que van a participar en el proceso de generación de conocimiento científico.
Los estudios realizados sobre la situación de la mujer en la ciencia y la tecnología han demostrado, que prácticamente en ningún país occidental, existe discriminación por razón de sexo y por consiguiente las mujeres pueden acceder a las diferentes instituciones en igualdad de condiciones que los hombres.
Quizás no existan discriminaciones tangibles, pero la realidad y la práctica han demostrado que coexisten factores territoriales y jerárquicos en la producción de la ciencia y la tecnología, con un basamento en la parcelación de las ciencias y las carreras que estudian las mujeres en mayor medida por ser especialidades tradicionalmente femeninas.
En la discriminación jerárquica, mujeres brillantes y capaces son mantenidas en los niveles inferiores del escalafón o topan con un “techo de cristal” que no pueden traspasar en su profesión, es decir, soportan formas encubiertas de discriminación, siguen pautas muy sutiles y, en muchos casos, inconscientes y ocultas para quienes ejercen la discriminación (Baute Rosales, 2010).
Estos elementos reflejan que, aunque hayan desaparecido tangiblemente las huellas del sexismo explícito, el discurso científico con pretensiones de neutralidad que apunta a la desigualdad de los géneros se ha impregnado fuertemente en la cultura moderna. El paradigma de la ciencia moderna -positivista, racional, analítico y neutral- otorga cualidades netamente “masculinas”, en oposición a la subjetividad, intuición e irracionalidad atribuidas a las mujeres.
El caso cubano.
A partir de 1959 en Cuba la mujer irrumpió en el espacio público siendo beneficiadas por todas las transformaciones del proceso revolucionario, así como la participación social en las esferas inexploradas, por lo que forma parte activa de la sociedad que se construye y en la que jugaría un papel fundamental.
Ejemplo de estas alternativas tiene fruto en lo que hoy se conoce como la Campaña de Alfabetización, la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y otras instituciones y organizaciones en las que las mujeres han podido desarrollarse como profesionales.
En Cuba, el índice de participación femenina en el ámbito de la ciencia es uno de los más altos de América Latina y el Caribe. De más de 30 000 cubanos dedicados sólo a la investigación, el 52% son mujeres, el 32 posee categoría principal y una de cada cuatro ostenta el título de Doctora. Las mujeres dirigen el 23% de los 4 000 proyectos del Sistema de Ciencia e Innovación Tecnológica y constituyen casi la mitad de quienes integran los polos científicos del país (Álvarez, 2004).
Ha sido significativo el esfuerzo y los resultados alcanzados en la formación de doctores en ciencia. En esta década obtuvieron grados científicos algo más del 60% del total de profesores e investigadores de la Educación Superior, sin embargo, las mujeres solo constituyen el 37% del total de doctores en el país. (Baute Rosales, 2010)
Se observa que muchas mujeres que en la actualidad ostentan este nivel académico lo hayan alcanzado en especialidades que eran consideradas especialmente para hombres como es el caso de las disciplinas de Física y Matemática, donde actualmente encontramos 49 mujeres doctoras, de las cuales el 32% ocupa cargos de dirección en centros científicos y universidades. (Simeón, 2004).
Cuba tiene 210 Centros de Investigaciones que agrupan a 31 mil trabajadores de la actividad científica. Aunque las estadísticas indican una creciente participación de las cubanas en el mundo de la ciencia, todavía pervive cierta segregación horizontal y vertical, con desventajas para ellas, según diversos estudios parciales (Álvarez, 2004).
Independientemente de que las mujeres representan más del 60% en la rama científica apenas son el 15% entre las que dirigen. Tampoco se destacan por igual en todas las ramas ni suelen tener una representación notable entre los grados científicos más altos (Fernández., 2009).
Las cifras que presenta Cuba, en pleno subdesarrollo son favorables para las mujeres independientemente del largo camino que queda por recorrer. Dentro de los objetivos del milenio aparece promover la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer. (Objetivos del milenio).
El gobierno cubano ha dotado tanto a hombres como mujeres de herramientas que permitan desarrollar las profesiones en las que laboran y la constante superación. La peculiaridad que tiene Cuba y los países de América Latina es la fuerte carga “machista” que se socializa y reproduce en la sociedad.
Existe otra realidad y es hoy se enfatiza en la igualdad de géneros en las posibilidades de acceso al poder, la voz de las mujeres se pronuncia en su propio beneficio, pero se encuentran mujeres que se auto-limitan y auto-excluyen, unas veces producto de las relaciones de poder con los hombres y otras por la propia subjetividad, carga y herencia genérica de los roles tradicionales para los que fue “diseñada” la mujer.
Bibliografía
Álvarez, M. (2004). Mujeres Latinoamericanas en las Ciencias Exactas y de la Vida. . La Habana: CITMA.
¿Cómo ha evolucionado el enfoque de Mujeres en el Desarrollo (MED) a Género en el Desarrollo (GED)? (2010, de enero de 6). . Retrieved from http://guiagenero.mzc.org.es/GuiaGeneroCache/Pagina_Pobreza_000189.html.
Fernández, L. (2009). El desafío de la transgresión. Ponencia presentada al VII Taller Internacional Mujeres en el siglo XXI. Convocado por la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana y la Federación de Mujeres Cubanas, del 18 al 22 de mayo.
Género en desarrollo. (2010, de enero de 6). . Retrieved from http://generodesarrollolocal.inmujeres.gob.mx/glosario/termino/G%C3%A9nero%20en%20el%20Desarrollo%20%28GED%29.
Historia del movimiento feminista. (2010, de enero de 10). . Retrieved from http://www.tesisymonografias.net/FEMINISMO-E-HISTORIA/3.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio en Cuba. (2010, de enero de 18). . Retrieved from http://www.undp.org.cu/odm_cuba.html.
Marco histórico del enfoque de género. (2010, February 24). . Retrieved from http://www.es.genderandwater.org/page/3501.
Proveyer Cervantes, Clotilde. (2005). Selección de lecturas de Sociología y Política de Género. Félix Varela.
Simeón, R. E. (2004): Mujer, Ciencia y Tecnología para América Latina. Ciencia, Innovación y Desarrollo. Revista de Información Científica y Tecnológica, Volumen 9 (2), 26-31.
* Según Mabel Burin se denomina techo de cristal a la superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar y que les impide seguir avanzando. Su invisibilidad está dada por el hecho de que no existen lugares ni dispositivos sociales establecidos, ni códigos visibles que impidan a las mujeres semejante condición, sino que está construido sobre la base de otros rasgos que, por ser invisibles, son difíciles de detectar.
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