Korstanje E. Maximiliano
MKorstanje@milletrentacar.com.ar
Escuché con atención sus intervenciones en el programa 6,7,8 que se emite por
Canal 7 con respecto al juicio llevado a cabo en Córdoba sobre varios ex
funcionarios de facto. Luego de ver sus intervenciones, me siento en el deber de
escribirle esta carta con el fin de redondear su explicación. El problema de los
círculos castrenses y el poder no se remite lamentablemente a la última
dictadura del 76, sino que viene de la época de Julio Cesar incluso antes. En
esa época, aristócratas que defendían la República pero también las
desigualdades que experimentaba el pueblo romano, se veían enfrentados a los
populares-imperiales quienes promovían una distribución de la riqueza pero
intentaban abolir las instituciones republicanas. Los primeros acusaban a los
segundos de autoritarios, mientras los segundos se esmeraban por entregarse en
los brazos románticos de un “supuesto pueblo al cual juraban defender”. Un
pueblo que en ocasiones incluso llegó hasta odiarlos. Todos sabemos que la
verdadera democracia de los antiguos ha muerto en la guerra de Peloponesso entre
Atenas y Esparta como también sabemos que ha sido una vieja costumbre latina de
los ejércitos tomar huéspedes.
El huésped no era un pasajero de un hotel como cree el imaginario colectivo, sino el hijo del enemigo ajusticiado o tomado prisionero. Era extendida la creencia que tomar los hijos de los prisioneros aumentaba el poder del caudillo militar. Desde África hasta América Latina somos testigos como los ejércitos disponen del derecho de huésped y ejecución sobre los “enemigos”. En Latinoamérica, históricamente, y legado del régimen español (recordemos que Hispania había sido la provincia más romanizada de todo el Imperio incluso llegándole a dar 4 Emperadores), el ejercito se sentía en el deber moral de ejercer su autoridad sobre las instituciones de la República si percibe que el orden no puede ser garantizado POR EL SENADO. Eso explica, en parte, la propensión de los militares argentinos y algunos civiles por los golpes de Estado. Lo mismo no se observa en la cultura anglo-sajona ni en la céltica por la sencilla razón que el caudillo militar era el mismo funcionario. El rey y sus caballeros (que peleaban a caballo valga la redundancia) eran soldados en la guerra a la vez que funcionarios comerciales en épocas de paz. Oddin o Wottan para los Godos era tanto el Dios de la guerra como del Comercio.
No obstante, los tiempos han cambiado y bajo código militar está expresamente prohibido que el Prisionero de guerra sufra un trato inhumano. Cuando escucho a gente como Videla reivindicar una “supuesta guerra” que puede ser objetable o no, no puedo dejar de pensar los derechos de los enemigos que el Estado Argentino ha abolido y por el cual deben pagar un pena justa (según el derecho griego). Empero también no puedo olvidarme de Aristóteles de Estagira y la Escuela Peripatética cuando afirmaban que los extremos no llevan a nada más que a la cobardía total o la muerte (ver Cap III ética nicomaquea). Por lo pronto, es sumamente peligroso traer la historia según los ojos de la ideología política porque se cae en el peligro de perpetuar el espíritu del odio dormido pero siempre presente en la especie humana. Cuando observo, al Dr. Feinmann acertadamente llamar la atención a los periodistas de 6/7/8 sobre una supuesta vinculación de Balbín que éstos periodistas hacían con la Dictadura del 76, no puedo dejar de asustarme porque veo el espíritu del totalitarismo presente en ese discurso. Alimentando aquellos que el joven Marx ejemplificara muy bien en el 18 Brumario de Luis Bonaparte existe una dialéctica por la cual dominadores y dominados se transforman y cambian de roles. La revolución francesa termina haciendo aquellos que denunciaba que hacia la Monarquía etc. Dos buenos libros que ejemplifica esta dinámica es VIOLENCIA DE S. ZIZEK Y NARRAR EL MAL DE PIA LARA. Examinemos estos dos valiosos textos.
Sin lugar a dudas, las palabras genocidio y desastre moral han sido acuñadas en el devenir del siglo XX luego de los crímenes perpetrados por el nacionalsocialismo alemán en la Segunda Gran Guerra. El impacto moral de lo ocurrido no sólo sacudió la consciencia de Occidente sino despertó el silencio de muchas instituciones que con su silencio permitieron el “Holocausto”. Es por ese motivo que uno puede suponer que el mal puede ser narrado por medio de los testimonios de aquellos que han sobrevivido y lo han padecido, pero esa no es la única forma de comprender el mal. Los imaginarios sociales tejen diferentes discursos alrededor de lo que podemos llamar “el mal”, todos ellos sujetos no sólo a la propia interpretación sino también a los juicios políticos que se hacen de catástrofes como Auschwitz o incluso las sangrientas dictaduras militares en América Latina. En este contexto, el libro de María Pia-Lara titulado Narrar el mal se constituye como un valiente intento de retornar al juicio ético que los intelectuales deben hacer cuando se está en presencia de regimenes totalitarios. Basada en las contribuciones de filósofos de primera línea como Arendt, Habermas, Adorno o Levi, Pia-Lara afirma que el mal es descrito como la convergencia entre la necesidad de justicia, la reparación y la postura moral de los involucrados. Ciertamente, la actual interpretación del impacto que implican los genocidios es posible gracias a la articulación de filtros morales que buscan en el lenguaje una nueva palabra para aquello que por su crueldad no puede ser narrado. Es exactamente el caso de términos como genocidio (Lemkin) o totalitarismo (Arendt), en los que se busca la significación semántica tanto de aquellos que han sufrido los crímenes de lesa humanidad perpetrados en Latinoamérica como también aquellos que en su silencio no pueden hablar. Los seres humanos tendemos a intelectualizar la contingencia de manera tal que proyectamos nuestras propias características. El proceso de antropormofización tiene como objetivo hacer creer a uno que tiene la posibilidad de evitar aquello que está encriptado en el destino, sobre todo la crueldad de otros.
Pia-Lara examina como los regímenes totalitarios se hacen eco del sufrimiento humano para construir un enemigo externo o interno en el cual lavar y expiar sus propias culpas. La figura del enemigo es construida por medio de un proceso de semantización por el cual se le atribuyen estereotipos negativos que van desde una seria amenaza para el estilo de vida o el Estado hasta su sub-humanización. Desprovisto el grupo minoritario de las categorías que le dan su humanidad, su exterminación puede sólo ser una cuestión de tiempo y de mera formalidad. La exterminación existencial deviene luego de la anulación de la personería jurídica de la víctima. Nacen de esta manera las “limpiezas étnicas”. La tergiversación del discurso ético y de la moral es posible gracias al ejercicio de un poder-total que transforma prácticas no éticas en éticas simplemente en aras de legitimar su ideología. El papel del intelectual es mantenerse alejado del poder político y ejercer un pensamiento crítico.
Desde esta novedosa perspectiva, Pía-Lara llama a la reconstrucción del imaginario colectivo, enraizado en la historia, como una forma de recordar nuestra propia propensión al mal. Después de todo, la “banalidad del mal” (Arendt) se refiere a la posibilidad de que cualquiera en cualquier momento pueda ser un arquetipo superficial del mal. Dadas estas condiciones, los intelectuales latinoamericanos están siendo llamados a construir la historia como algo más que historiadores, simplemente como observadores morales de la historia. Tal vez una de las cuestiones que hace más terrorífica la violación de derechos humanos es la complicidad de aquellos que han silenciado el sufrimiento de “los otros”.
La autora reconoce que la crueldad es un elemento importante de la identidad y la naturaleza humana, del cual nadie puede deslindarse. No obstante, los intelectuales tienen el deber de ejercer un juicio moral que no sólo describa los eventos sino que permita a la sociedad un aprendizaje moral de las catástrofes. Para ello, nuestra autora habla de “juicio reflexionante” como aquella capacidad humana por comprender el espectro del mal según la posición moral. Cada juicio reflexionante debe ajustarse a los hechos particulares y no a leyes universales. Si partimos de la base que los filósofos han estudiado históricamente al mal desde una posición universalista (juicio determinante), como Arendt ha demostrado, es necesario zambullirse en el complejo mundo de las significaciones y las narrativas para llegar a un juicio particular. Ello ha sido precisamente lo que llevo a intelectuales de gran renombre como C. Schmitt o M. Heidegger a afiliarse a regimenes totalitarios. La amoralidad o carencia de juicio moral que caracterizó a la generación alemana de 1930-45 posibilitó el advenimiento de Hitler al poder. Es por ese motivo, admite Pia-Lara, que ningún intelectual que se precie de tal debe mantenerse indiferente al juicio moral de los eventos políticos. Como sea el caso, también me pregunto que hubiera pasado si Videla hubiera dicho SI, realmente estoy arrepentido y no se como reparar lo que he hecho!. Tiene derecho al perdón?. Donde ubicamos al Perdón en este caso?. La respuesta podría ser si, no o no se.
Parto de la siguiente observación. Los derechos humanos pueden ser una formidable arma política de miedo y adoctrinamiento interno en todo el mundo. Los mimos EEUU que denunciaban Auschwitz, olvidaban Hiroshima. Los mismos EEUU que le critican a China su violación a los derechos humanos crean GUANTANAMO. Zizek no se equivoca cuando sugiere que una de las cuestiones más paradójicas de la historia es ver como las víctimas evocan y replican el discurso legitimante de sus victimarios o simplemente como buscando frenéticamente el bien encontramos el mal. No obstante la teoría de Zizek tiene un pequeño problema, heredado del existencialismo nietzscheano.
Esto no significa de ninguna forma que las prácticas de los gobernantes actuales sean comparables a aquellas que tiñeron de sangre la década del setenta como así tampoco se puede afirmar que las políticas actuales del Estado de Israel sean estrictamente equiparable a los crímenes sistemáticos de Auschwitz (tal vez esta es una de las exageraciones en las que incurre Zizek); no obstante, la relación dialéctica amo/esclavo explica como se acuña la fina frontera moral entre perdonar o hacer aquello que nos hacen con el riesgo de repetir la tragedia; un punto en donde la teoría de Zizek es débil (Zizek, 2009b). Desde una perspectiva nietzscheana, Zizek asume (en varios de sus trabajos) que una de las cuestiones más siniestras del cristianismo han sido la expiación sin pena de los pecados. Nuestro autor sugiere que la moral judeocristiana que “todo lo perdona” tiende a expandir la ofensa pues quien siempre es perdonado tiene licencia para seguir pecando. De esta forma, el crimen se ha convertido en uno de los valores culturales de Occidente (Zizek, 1989) (Zizek, 2003) (Zizek, 2009b). Partiendo de la base que toda ofensa viene acompañada por un sentimiento de culpa (el cual puede ser aceptado o rechazado) que permite no solo redimir la falta sino reforzar el lazo de solidaridad, Zizek olvida que el “verdadero” arrepentimiento no comienza con la purgación de la pena sino con la reconversión moral del arrepentido, quien en su proceso de culpabilización se compromete a no cometer la misma falta nuevamente a la vez que resarce a la víctima por voluntad propia. El caso Mandela en Sudáfrica explica la forma en que el perdón puede ser políticamente transformado de manera positiva. El problema, precisamente, con las causas de crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura 76/82 en Argentina es que no existe un sentimiento genuino de arrepentimiento. Como resultado, tanto víctimas como victimarios caen en un sentido negativo de la reciprocidad que traba la evolución moral de la cual nos habla Pía-Lara.
Precisamente, en el odio de todo lo que el enemigo representa, implícitamente se termina reforzando su espíritu. Casi en forma idéntica a una posesión espiritual. El espíritu del victimario pasa de dominador a dominado con mucha facilidad. Si bien cambian los actores, en el fondo, el problema parece ser el mismo. Cuando escucho a Cristiana Kirchner decir que el periodismo no comprende, o que tal o cual no comprende, me asusto. Cuando escucho a Bonafini decir que hay que entrar y apretar a la corte, me asusto. Cuando escucho a Alimverti decir que nadie tiene derecho a tener miedo porque se chupaba gente me asusto, cuando escucho decir a Moreno que ACA no se VOTA!, me asusto. De a poco veo como un buen sueño se transforma en una real pesadilla. Por favor, no seamos presa del fanatismo porque si es así el espíritu de quien queremos desterrar habrá ganado.
SEAMOS JUSTOS, ABIERTOS Y PONGAMONOS EN LA PIEL DEL HERMANO. ESA ES LA UNICA FORMA DE NO SER PRESAS DEL ESPIRITU TOTALITARIO. EL POWER-WILL O VOLUNTAD DE PODER NIETZCHEANO EMPIEZA EN EL “YO TENGO RAZON!”. QUE LA RAZON DEL JUSTO NO SEA SILENCIADA POR LA EFFICIENCIA. ACASO PUEDE EL ASISTENCIALISMO A LOS TRABAJADORES SOLUCIONAR SUS PROPIAS MISERIAS EN EL REGIMEN DEL CAPITALISMO TARDIO. DARLE MAS DINERO A LOS TRABAJADORES ES PARTE DEL PROBLEMA O DE LA SOLUCION?. NO ES FUNCIONAL ESTA ESTRATEGIA, QUE ALGUNOS LLAMAN POPULISMO, A REPRODUCIR LA LOGICA DE LA PLUSVALIA Y LA EXCLUSION DEL PROPIO CAPITALISMO Y EN CONSEQUENCIA DEL SISTEMA DE PROPIEDAD?.
Si bien en muchas cosas, profesor Feinmann no concuerdo con ud, sobre todo la posición con respecto a los Kirchner y el Peronismo, lo felicito simplemente por hacer uso de una cualidad poco ejercida en los tiempos que nos tocan vivir, EL PENSAMIENTO.
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