Roide Orlando Alfaro Velázquez
ralfaro@uclv.edu.cu
Francisco de Arango y Parreño, constituye el vocero y principal representante de
la denominada Generación de 1792, y de la Ilustración Reformista Cubana. El paso
dentro de la economía colonial del capitalismo dependiente hacendatario al
capitalismo colonial dependiente de la plantación, la concentración territorial
de la riqueza por la creación en 1740 de la Real Compañía de Comercio de La
Habana , la creación de nuevas instituciones como la Real y Pontificia
Universidad de San Jerónimo de la Habana (1728) y del Seminario de San Carlos
(1769), la toma de la Habana por los Ingleses (1762) y la apertura comercial con
el ventajoso mercado de las Trece Colonias, el Despotismo Ilustrado derivado del
cambio político experimentado por España tras la recuperación del control de
Cuba, la Revolución Francesa (1789), la creación del Papel Periódico de la
Habana (1790), La Revolución de Haití (1791) y la creación de la Sociedad Cubana
de Amigos del País (1792), son algunos sucesos que darán como resultado la
aparición de una clase ideológicamente aburguesada que trata de abrirse camino y
de insertar a Cuba en el mercado internacional a cualquier precio.
Estos intereses de clase van a delimitar sus consideraciones con relación al término nación y patria, teniendo en cuenta que hasta el momento la metrópoli había procurado otorgar en la generalidad de los casos, las demandas formuladas. Esto se concibe por el uso dado al vocablo patria, entre mediados del siglo XVIII y principio del XIX, haciendo alusión al lugar, ciudad o país donde se ha nacido. Esta idea nos indica que para el reformismo cubano en esta etapa, la patria representa solamente el lugar de nacimiento, no su nacionalidad. “Esta ha sido siempre mi profesión de fe en la presente materia: defender con todo vigor los derechos de la Isla y sostener con el mismo su unión con la Madre Patria.”
La nación coincidía con lo que él mismo denominara madre patria, o sea, España.
Las peticiones a la metrópoli no serán más que reformas para consolidar los
intereses económicos acorde a las particularidades del contexto que se vive, las
que en materia económica constituyen móviles por los que transitó la ilustración
criolla en estos años. Su Discurso sobre la Agricultura en La Habana y medios
para fomentarla (1792), constituye la memoria escrita de las aspiraciones
económicas del reformismo cubano en su primera versión en busca de su expansión
económica, y a su vez, la negación, en algunos de sus acápites, al proceso de
formación de la nación y la nacionalidad cubana.
“El reformismo colonialista, como todo colonialismo, era una tendencia corporativa que anteponía los intereses esclavistas vinculados al poder colonial al amplio movimiento democrático, que se proponía coronar el proceso histórico de la formación nacional con la forja de la independencia.”
Este reformismo encerraba en sí mismo una contradicción central: mientras la clase plantacionista cubana fomentaba la introducción de la más moderna técnica y el desarrollo de las Ciencias Sociales en busca de un pensamiento acorde a los intereses económicos insulares, obstaculiza el paso a la solidaridad nacional, por el fantasma del miedo al negro que rondaba tras la Revolución Haitiana, al segregar y discriminar aún más al negro africano y sus aportes culturales. Este elemento será una regularidad en el pensamiento reformista y anexionista de la época.
En el citado discurso, uno de los puntos fundamentales era el fomento de la colonización blanca que permitiera la creación de poblados en todo el interior del país, los cuales “situados convenientemente serían un poderoso freno para las ideas sediciosas de los esclavos campestres.” Esta medida tenía dos objetivos implícitos muy bien definidos: la creación de un campesinado que produzca otros renglones agrícolas no plantacionistas y crear las bases de la mezcla de razas que debía “borrar llegado el momento, la memoria de la esclavitud.”
El desconocimiento del aporte africano a la formación de la nacionalidad cubana, constituyó un legado de Parreño a José Antonio Saco, quien, (este último) desde la década del 30 del siglo XIX, consideraba que la patria cubana distaba de ser una realidad. Se hacía imperiosa para este objetivo, la implementación de una serie de medidas encaminadas a forjar el destino colectivo de la Isla.
Como parte de la polémica que se suscita alrededor de la anexión de Cuba a los Estados Unidos, le preocuparía a Saco el tema de la integración nacional. El temor a que una intervención armada de los Estados Unidos trajera consigo la abolición de la esclavitud y se pusiera en peligro la hegemonía blanca, provocó que Saco fuera un enemigo a ultranza del anexionismo. En la polémica con Gaspar Betancourt Cisneros, referente a la posible anexión de Cuba por los Estados Unidos sostendría: “no inclinaría mi frente ante las estrellas del pabellón norteamericano; porque si he podido soportar mi existencia siendo extranjero en el extranjero, vivir extranjero en mi propia tierra sería para mí el más terrible de los sacrificios.”
Con la entrada del siglo XIX, se observa en el pensamiento de Saco la aprehensión de los postulados provenientes de la burguesía europea, especialmente de Rosseau, lo que va conformando sus ideas de nacionalidad, aún cuando pudiéramos decir que en su concepto encontramos todavía un nacionalismo limitado por el miedo a la insurrección esclavista, pero proyectándose por la superación de las contradicciones esclavistas como impedimento para la instauración de las relaciones capitalistas de producción. De esta manera, Saco no podía erigirse en el defensor de la comunidad de la cultura nacional, la cual presuponía no solamente la asimilación del aporte cultural africano, sino también la identificación de las distintas nacionalidades africanas dentro de la nacionalidad cubana en formación y con sus aspiraciones comunes.
Saco pensaba que la prédica reformista, la abolición de la trata y la lucha por la exclusión del negro de la nacionalidad, consolidarían la patria hegemónica de los blancos, por lo cual excluía de su patria a los representantes de su clase que se desentendían de la cuestión política y social para ocuparse solo de sus intereses corporativos. A partir de estos años se va consolidando a nivel étnico los sentimientos para con la patria, de “los blancos” y de “los negros”, aspiraciones que van a estar delimitadas por la posición de cada etnia en la pirámide social y del rumbo y alcance de los postulados que irá tomando el proceso independentista iniciado el 10 de Octubre.
“La nacionalidad cubana de la que yo hablé, y de la única que puede ocuparse todo hombre sensato es la formada por la raza blanca, que solo se eleva a poco más de 40 000 individuos.”
Saco, se opone también a la vía independentista por razones puntuales, acordes con la esencia clasita que representa. La fragmentación y heterogeneidad ideológica y social de las clases dominantes, el temor a un proceso abolicionista y el repudio a las experiencias gestadas en los procesos sudamericanos, son elementos con demasiado peso como para aceptar y apoyar la vía emancipatoria. Sobre su posición con relación a la idea de la independencia, en carta del 30 de enero de 1845 a José Luis Alfonso, le hace saber:
“Yo sé que en Cuba nadie piensa en independencia; y si hubiesen algunos pocos que pensasen, estos no serían otra cosa que tontos o pícaros (…) Tú sabes que me han calumniado como independiente furioso, pues te juro que si a mi noticia llegase, que se trataba de la independencia, de la isla sería el primero o unos de los primeros que combatiría tan funesto proyecto.”
Las concepciones de Saco, aún limitadas, superan las ideas de Arango y Parreño, referentes a la nacionalidad cubana. Todavía el sentimiento con la Madre patria era muy fuerte, lo que unido a la nacionalidad excluyente para con la cultura africana en busca de una patria hegemónicamente blanca, el ataque constante a la opción independentista y la evolución de su pensamiento, hace que el bayamés constituya de las personalidades históricas más controvertidas de la historia de la nación. Si bien es cierto que no aceptaba la impronta de la cultura africana, tampoco manifestaba la necesidad de la conformación nacional a partir de los aportes provenientes de otras culturas como resultado de la vía anexionista, idea defendida por otros pensadores de la época.
El anexionismo es otra corriente política que da a luz los inicios del siglo XIX. Fue la expresión de los sectores más reaccionarios de la sociedad cubana, que perseguían construir una nación a partir de las ventajas económicas que les ofertaba el mercado norteamericano, además de las aspiraciones de los círculos de poder estadounidenses por apoderarse de Cuba. Su aceptación, constituía un total desconocimiento y negación de la nación cubana aún en construcción, independientemente de la identificación de las posibilidades que brindaba por ese entonces Estados Unidos como metrópoli por encima de la decadencia económica manifiesta bajo el yugo español. El portavoz del ala más progresista del anexionismo, lo constituía el camagüeyano Gaspar Betancourt Cisneros, que en lo concerniente a la nacionalidad cubana y su programa racial, le escribía en una de las tantas cartas que intercambió con Saco:
“Españoles somos y españoles seremos, engendraditos y cagaditos por ellos, oliendo a guachinangos sambos, gauchos, negros, Paredes, Santa Ana, Flores, etc., etc., etc. ¡Qué dolor, Saco mío! ¡Qué semilla! ¡No me digas que deseas para tu país esa nacionalidad! ¡No, hombre! Dame turcos, árabes, rusos; dame demonios, pero no me des el producto de españoles, congos, mandingas y hoy (pero por fortuna ya frustrado el proyecto) malayos para completar el mosaico de población, ideas, costumbres, instituciones, hábitos, ideas, costumbres, instituciones, hábitos y sentimientos de hombres esclavos.”
Este anexionismo ideológico del Lugareño estaba sustentado en el presupuesto de que los estados esclavistas del sur de los Estados Unidos garantizarían la existencia del sistema plantacionista una vez anexada la Isla a la potencia del Norte. Esto provocaría una absorción de la nacionalidad cubana, imponiéndonos su cultura, tradiciones y modo de vida. Sobre este particular, dando continuidad a los postulados de Saco, desde la óptica anexionista, escribiría Betancourt Cisneros: “en muy pocos años y en una progresión incalculable, Cuba tendría en su suelo quinientos mil blancos (norteamericanos) que no se absorberían, sino que se injertarían en otros quinientos mil que tiene Cuba; y ellos con ellos, harían otros quinientos mil que, mal que le pesase a Saco, serían cubanos.”
El Lugareño también destacaba la opinión de que los grandes propietarios y esclavistas criollos en Cuba, no tenían otra patria que sus intereses. Esto serán postulados que además de él, sustentó José Antonio Saco y el mismo Félix Varela, cuando hace alusión al amor que se siente en Cuba por los cajas de azúcar y los sacos de café, por encima de los sentimientos identitarios con el destino de la nación.
En la época histórica en la que se ubica el anexionismo, se hace evidente las posibilidades económicas para la clase adinerada cubana que representaba la absorción de Cuba por los Estados Unidos (como diría Saco), pero constituye un atentado directo a la formación de la nación cubana. Betancourt Cisneros renegaba este proceso de transculturación que se estaba gestando en el interior de la sociedad cubana, y era partidario de desterrar a la población negra de Cuba para poblarla con una diversidad de nacionalidades europeas, entre las que pudieran resumirse alemanes, franceses, ingleses, las cuales conformarían una nacionalidad que negaba totalmente el mestizaje cultural que se operaba en la isla.
Esto, unido a la idea que toma fuerza en la época y que será utilizada incluso hasta finales del siglo XIX, concerniente a “la incapacidad de los cubanos para gobernarse y decidir su destino”, marcará una de las coincidencias que se pueden identificar entre reformistas y anexionistas. Los conceptos de Patria y nacionalidad, no superarán todavía meras cuestiones raciales e intereses de clase, a partir del desconocimiento del futuro de las amplias masas populares y la cada vez más antagónica diferenciación entre patria de los blancos y los negros. Las revoluciones independentistas que se produjeron, asentarían un duro golpe a estas ansias discriminatorias, cuya transformación en busca de una nacionalidad incluyente comenzaría con los postulados de Félix Varela.
Con Varela, por primera vez, se rompe la regularidad y unidad teórica al analizar los conceptos de patria y nación, que provenían de la Revolución Francesa y la Ilustración. Es cierto que la nación para Varela era España, pero también, que Varela antes de ser independentista, rozó el reformismo como delegado a las cortes españolas, y que el sentido que le daba al vocablo patria, llevaba implícito los destinos futuros de todos para con la nacionalidad cubana. Sus conceptos de patriotismo y de patria, trascendía la jerga popular y el discurso político de reformistas y anexionistas, como muestra de la autoconciencia nacional que desarrollaría en la década del 20 en el exilio.
Muestra de la maduración del pensamiento de Varela, lo constituye el propio término patriota. En 1810, hacía alusión a aquel que amaba el lugar donde se había nacido y deseaba su prosperidad, pero en sus Lecciones de Filosofía, publicadas en 1826, para ser considerado de este modo se debían cumplir determinadas condiciones. Bajo estas circunstancias, los presuntos exponentes del reformismo y el anexionismo de la nacionalidad cubana, escasamente pueden ser entendidos como patriotas según la terminología de Varela, a quien sí puede considerarse como precursor de la nacionalidad cubana, basada en la igualdad jurídica, la confraternidad étnica y la libertad política que encierra en su ideario. La superación filosófica de la escolástica, le permitió comprender el papel activo del hombre en la transformación de la sociedad.
“El patriotismo en Varela es el compromiso con el destino colectivo de sus iguales, el cual se expresa en el destino colectivo no de la nación, sino del pueblo. El aliado extranjero del pensamiento vareliano, el pensamiento de la emancipación burguesa europea, le permitió, de nuevo, elegir; y en la elección buscó la que expresaba la unidad del pueblo en búsqueda del deber ser de su sociedad. La elección fue acertada. Y solo cambió, en el transcurso de nuestra historia, en la interioridad de su permanencia. “
De ahí que Varela utilice su arsenal ideológico y filosófico con fines patrióticos y no nacionalistas, dado que la opresión colonial y las corrientes anteriormente analizadas, constituyen la constante opresión a los elementos culturales autóctonos. Para crear la patria en términos de Varela, que implicaba la creación de una nación independiente, había que superar y concientizar las desavenencias y diferencias entre los componentes sociales de la sociedad.
La Patria, estableciendo analogías con el postulado martiano, como exponente máximo de universalidad dentro del concepto, y que la entiende como “comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísimo y consoladora de amores y esperanzas” , debía ser el resultado de un alto grado de integración etnosocial y cultural, que se proyectara por encima de la sociedad plantacionista, compartimentada en castas y clases. La patria es, y así también lo entiende Varela, “la negación de la sociedad esclavista, colonial. La patria solo podía emerger, de acuerdo con la definición martiana – que fue incipientemente defendida también por Varela, salvando las diferencias temporales- en el curso de una lucha que se planteara la constitución de un Estado-nación.”
A diferencia de los estrechos límites de los reformistas, el pensamiento independentista de Varela significó una revolución no solo en el universo filosófico, sino también en el político, ideológico, moral y espiritual de la época. Con sus consideraciones acordes a la construcción de una nacionalidad incluyente, se proclamaba la ideología abolicionista e independentista de la nación cubana, a partir de la imbricación de ambas tendencias. No podía existir abolición de la esclavitud, sin independencia, como tampoco podía encausarse un proceso enfocado a la soberanía nacional sin tener entre sus postulados centrales el problema de la esclavitud. Vale destacar la influencia que tuvo en esta maduración ideológica los procesos independentistas gestados en América Latina, cuyos aires marcan un antes y un después en los escritos de Varela en el periódico El Habanero.
El ideario vareliano encontró terreno fértil en los terratenientes orientales, que bajo condiciones específicas, decidieron encaminar la Revolución de 1868, precisamente con dos objetivos delimitados como muestra de las enseñanzas del presbítero cubano: la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. Desde este momento, bajo la única vía posible de subvertir la situación existente, habrá que sortear numerosos obstáculos para lograr la constitución del Estado-nación cubano, que necesariamente debía ser gestado desde abajo y no construido desde arriba.
Bibliografía Consultada:
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• Ibarra Cuesta, Jorge: Varela el precursor. Un estudio de época, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.
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• Martínez Heredia, Fernando: Andando en la Historia, RUTH Casa Editorial, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2009.
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