Elizabeth López Mir (CV)
elopez@fh.uho.edu.cu
Resumen: El presente trabajo aborda los fenómenos del caudillismo y del caciquismo, desde la óptica conceptual. A pesar de ser procesos ocurridos en Latinoamérica, se le dedica especial atención a Cuba, donde se realiza un detallado análisis de lo referente a esta problemática. Muy ligado a los términos anteriores se entrelaza el vocablo clientelismo, siendo este el elemento que los hace común. El texto permite que el lector comprenda las semejanzas y diferencias de tales términos, que en ocasiones son utilizados en un mismo contexto. Posee una bibliografía actualizada, mayormente enmarcada en autores que han polemizado sobre este tema.
Palabras claves: caudillismo, caciquismo, clientelismo, regionalismo, redes clientelares, clientelas políticas.
En América Latina desde el final de las guerras de emancipación latinoamericanas —o de Independencia— hacia 1826, hasta el afianzamiento de los estados nacionales, en la segunda mitad del siglo XIX, se generó un término que distinguió a los jefes en los sucesos libertarios: caudillo. Vocablo que en su concepción más generalizada aparece relacionado a la jefatura militar.
En la Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa-Calpe se define al caudillo como:
[…] el que como cabeza y superior guía y manda a la gente de guerra/ El que es cabeza o director de algún gremio, comunidad o cuerpo. Al cacique: señor de vasallos o superior de alguna provincia o pueblo de indios/ Cualquiera de las personas principales de un pueblo, que ejerce excesiva influencia en los asuntos políticos o administrativos.
Con el mismo objetivo, el término se extendió más allá de las fronteras latinoamericanas utilizándose en regiones de centro América y el Caribe. En Cuba, los caudillos cobraron auge en la medida que se desarrollaban las guerras independentistas durante los años comprendidos entre 1868 y 1898.
Como un fenómeno social de su tiempo, el caudillismo mostró aspectos, tanto positivos como negativos. Fue objeto de crítica por las indisciplinas en las que incurrieron buena parte de los hombres que lo nutrieron, otorgándole autoridad y permitiéndoles influenciar en otros asuntos, más allá de la índole militar. José Martí, refiriéndose al poder adquirido por los caudillos, expresó:
"(...) la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levanten el espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presenten a capitanear la guerra (…) porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de Gloria o poder (…) las repúblicas han pagado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos."
Un elemento favorecedor de su existencia fue el regionalismo, que unido al desinterés, caracterizaron el accionar de los caudillos. Un regionalismo que va más allá de límites fronterizos u órdenes de superiores, yace sobre conductas personales de pertenencia sobre un territorio o localidad, incluye a las personas que allí se forman y actúa en respuesta de intereses propios de esa zona.
Ilustrando un poco lo anterior, durante la Guerra de los Diez Años, se evidenció el favoritismo de ciertos jefes militares por determinadas regiones del país, y viceversa.
“En las Villas, sin un mando único para las operaciones como en Camagüey, los jefes villareños dividieron su territorio en seis jurisdicciones, que actuaban independientemente. En Cienfuegos la jefatura correspondió a Adolfo Cavada; en Colón, adscripta militarmente a Las Villas, a Antonio de Armas; en Trinidad a Federico Cavada y a Juan Spottorno; en Santi Spíritus a Honorato del Castillo y posteriormente a Ángel del Castillo; en Santa Clara, Remedios y Sagua, al general Carlos Roloff. En Oriente el mando único centralizado, igualmente, estaba muy lejos de ser una realidad, cada jefe regional hacía lo que estimase.”
Gracias a la labor desarrollada por Martí, la Guerra del 95 se mostró más organizada, pero engendró al caudillismo igual a la anterior contienda, y superó la influencia de los jefes militares en sus territorios.
Según el historiador Francisco Pérez Guzmán, el propio carácter localista le permitió a la Guerra del 95 ser peculiar, con respecto a la Guerra de los Diez Años, porque “las regiones y localidades aportaron un nuevo tipo de caudillo (…) no solo como resultado del poder económico y de influencias en la sociedad, sino que la mayoría emergió de la propia lucha armada.”
Un ejemplo lo constituye el día del alzamiento; estos hombres estaban ya designados para comenzar la lucha en diferentes regiones del país con la garantía de que sus partidarios los seguirían. Los jefes, más allá de ser nombrados por alguna junta o asignados por un superior, no eran más que los líderes de la pasada contienda despuntados como caudillos. Cabe mencionar a los jefes de mayor categoría en Oriente: los Mayores Generales Guillermo Guillermón Moncada; quien tenía a cargo el reconocimiento del movimiento en el sudeste de la provincia y el de mayor prestigio en ausencia de Antonio Maceo, y Bartolomé Masó; quien contaba con la gloria de haberse levantado junto a Céspedes en la Demajagua y haber participado en la guerra grande, tenía el mando de la parte noroeste de la provincia. “Estos Generales eran obedecidos por los jefes de las poblaciones cercanas al lugar de sus residencias: a Guillermón, los de Santiago de Cuba; a Masó, los de Manzanillo.”
Sin embargo, se mostraron fieles a los ideales de la independencia y defensores de una porción del territorio del país que hicieron como suya. “Existió un sentimiento muy fuerte hacia la patria local que se anteponía a la patria nacional, de ahí el hecho de su oposición a participar en operaciones militares que lo alejaran de su tierra natal.”
Los caudillos –aunque muy sutilmente— también ejercieron su función política, a pesar de destacarse como militares. Gracias al carisma y al prestigio alcanzado durante la guerra, eran los retransmisores de las ideas del pueblo hacia los líderes del gobierno, funcionando como un intermediario civil, pero sin ocupar puestos públicos ni obtener cargos administrativos o gubernamentales, desempeñándose meramente en sus funciones militares. El pueblo confiaba más en sus líderes individuales, legítimos defensores de sus intereses, que en los planteamientos de una determinada institución.
Por tal condición los cuadillos serán:
“quienes ejercen un liderazgo especial por sus condiciones personales; que surge cuando la sociedad deja de tener confianza en las instituciones (...) su temeridad guerrera, sus habilidades organizativas, su capacidad para tomar decisiones drásticas, lo convierten en los hombres del momento (...) los caudillos vienen del cuerpo militar y descansan principalmente en los militares para su apoyo y sostenimiento.”
De este modo se desarrollarían los caudillos como un prototipo político y social que regían el entorno donde vivían, nacidos del amparo de las guerras.
A los años posteriores a las luchas emancipadoras en el continente siguió un período marcado por el establecimiento de las repúblicas, donde la forma de gobierno cambiaría, pero los líderes políticos surgirían como herederos del legado caudillista.
En Cuba, el 20 de mayo de 1902 se estableció la República, bajo dominio de los Estados Unidos. A partir de este momento, el país estaba inmerso en una recuperación económica, un reordenamiento social y un nuevo status político, muy diferente al ejercido por España en años anteriores. El caudillismo sería desplazado por una nueva tendencia política: el caciquismo y un vocablo distinto pasaría a ocupar el espacio dejado por los caudillos; los caciques. Más allá de ser los líderes políticos de la etapa republicana, serían los máximos representantes políticos e inversionistas económicos de una región determinada, con fuerte influencia y respaldo social.
“Los caciques reflejan una dialéctica singular a raíz de que su legitimidad pública se construye mediante acciones privadas. Estos comprenden desde la figura del jefe militar nacional o regional, hasta la del terrateniente local y comparten su capacidad de ejercer un fuerte poder paternalista sobre un grupo territorial específico, los caudillos encarnan la defensa del principio según el cual las comunidades exigen ser gobernadas por los líderes que tradicionalmente han ejercido el poder en su entorno. (…) Los caciques son figuras con alto poder discrecional sobre las personas y los recursos que se encuentran en una esfera precisa de dominación. Sus capacidades les permiten manipular leyes y normas para alcanzar sus objetivos.”
El vocablo cacique nos muestra al hombre que jerarquiza el orden político y social. Sin embargo, también lo involucra en cuestiones económicas, porque posee una cierta suma de dinero –obtenida como pago de guerra— que le permite su conversión en terrateniente, hacendado o ganadero.
A pesar de las diferencias que puedan presentar los caudillos y los caciques –tanto entre los términos como en su actuación— muestran semejanzas permitiéndoles relacionarse entre sí, teniendo en cuenta el grado de autoridad que ejercieron dentro de la comunidad en la cual se desarrollaron.
En primer lugar, ambos son un modelo de enriquecimiento económico que emplearon en beneficio propio, adquirido antes, durante o después del ejercicio del poder realizado, ya fuese militar o político.
Esto les permitió ingresar en la burguesía naciente –en el caso de Cuba, bien fuera nacional o regional— en dependencia del área abarcada y de acuerdo al poder político alcanzado individualmente.
Por el carácter que su apellido les otorgó en otros tiempos son autores de linajes políticos, semejante a la aristocracia. “Los apellidos sirven como identificación y carta de crédito de la influencia política. Esta se prolonga durante generaciones políticas, parlamentarias, de gobierno o combinadas”.
También, podemos afirmar que ambos, aunque surgidos en épocas diferentes, “son categorías sociales”. El respaldo popular los llevaba a incursionar en disímiles actividades políticas, al ser hombres con un mérito adquirido por sus triunfos, que inspiraban a sus partidarios.
Sin embargo, y pese a todo lo anteriormente dicho, el clientelismo es el factor que los une en busca de seguidores y contribuyentes. La influencia política del cacique depende –en gran medida— del carisma alcanzado como caudillo, de su poderío financiero y de las redes clientelares que ha formado y lo une con las masas. Por ello, el clientelismo o redes clientelares alcanzadas es el elemento que viabilizó el desarrollo del caudillismo y del caciquismo.
El historiador Michael Zeuske, al referirse a las clientelas, plantea:
“Se pueden distinguir dos niveles de clientelas: uno dentro de las unidades militares, que más tarde formará los niveles local y regional (…) y otro nivel formado por altos oficiales de mando, que después constituirá el nivel provincial de las clientelas. Básicamente estos dos niveles se interrelacionaban a través de los coroneles, comandantes y capitanes del Ejército Libertador, convertidos posteriormente en caciques políticos locales y regionales. (…) La relación entre el nivel provincial de las clientelas y los niveles local y regional se mantuvieron intactas hasta 1906-1907. En este último año se hicieron visibles las primeras rupturas entre las clientelas regionales, tanto movidas por conflictos raciales (comenzó la formación del Partido Independientes de Color), como por diferencias en las líneas políticas (entre miguelistas y zayistas, en el seno del Partido Liberal).”
Podemos inferir entonces, que la problemática de las redes clientelares es variable porque se adapta al hecho que se persigue. Si en Cuba, durante los primeros años republicanos, la intensión de las clientelas era mantener a los caudillos devenidos en caciques regionales en los puestos políticos del gobierno y que funcionaran como retransmisores de las ideas nacionales, luego de la segunda intervención norteamericana y con la entrada a la segunda década, la intensión era representar los intereses específicos de un grupo o partido al establecerlo en el poder.
Esa estructura funciona de la siguiente forma: el caudillo o cacique se muestra benefactor de los habitantes de una región y estos lo legitiman otorgándole un respaldo a su accionar político, de esta manera siente el apoyo de las élites y se muestra comprometido con los grupos sociales que los apoyan.
“Las prácticas clientelares se dan a menudo en condiciones sociales en las que el poderoso ejerce algún grado de coerción sobre sus subordinados, forzados a actuar de una u otra forma bajo la amenaza de perder sus medios de vida. (…) Lo ideal para los caciques era mantener el control político con el menor esfuerzo organizativo, pero la naturaleza de su labor, en la que destacaban los trabajos electorales, obligaba a introducir dentro del sistema a una gran cantidad de individuos. Para hacerlo disponían de sus propios medios, y por ello la riqueza ayudaba a la hora de convertirse en patrón, pero sobre todo manejaban los de la administración.”
Tanto en la zona rural como en la urbana, el cacique defendía los intereses colectivos, aunque coincidieran o no con los suyos, porque así legitimaba su condición de dirigente.
Si durante las guerras de independencia se les dio legitimidad al caudillo militar y sus relaciones eran basadas en el intercambio con las redes clientelares que le mantenían su status, donde el regionalismo y el carisma alcanzado, eran los elementos que propiciaron tales hechos; ya en la época republicana, el cacique pasa a jugar el papel principal dentro de las mismas relaciones antes establecidas con sus seguidores, aunque en esta ocasión basadas en un poderío económico ya adquirido, permitiéndoles una mayor movilidad en el escenario regional político donde se desarrollen.
“Los coroneles-alcaldes-terratenientes explotaban sus relaciones carismáticas de amiguismo o populismo con sus ex subordinados mambises. (…) las relaciones patrón-cliente no fueron una simple continuación del clientelismo aristocrático patrón-esclavo y señor-sirviente de antes. Los patrones de las nuevas clientelas en la mayoría de los casos provinieron de las clases medias criollas rurales o urbanas (…) era más bien clientelas democrático y populista; que formaba parte de la cultura política cubana de amistad.”
La relación caudillo-clientelas-caciques ha acompañado a la historiografía cuando se hace referencia a algún líder político influyente. Una estructura clientelar generada sobre la base del accionar político generó, en los años republicanos en Cuba, un sistema de gobierno peculiar de cada región o localidad respondiendo a intereses particulares, así se alejaba de la movilización masiva y le otorgaba un carácter localista y particularista.
BIBLIOGRAFÍA
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- Lariza Pizano: Caudillismo y clientelismo: expresiones de una misma lógica. El Fracaso del modelo liberal en Latinoamérica, en Revista Estudios Sociales, Junio, 2001.
- Michael Zeuske: Los negros hicimos la independencia: aspectos de la movilización afrocubana en el hinterland cubano. Cienfuegos entre colonia y república, en Espacios, silencios y los sentidos de la libertad. Cuba entre 1878 y 1912,
- Javier Moreno Luzón: Teoría del clientelismo y estudios de la política caciquil,en Revista de Estudios Políticos (Nueva Época) Núm. 89, Julio-Septiembre, 1995
- En Internet: http://www.monografias.com/trabajos66/marti-contra-caudillismo/marti-contra-caudillismo2.shtml
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