Contribuciones a las Ciencias Sociales
Septiembre 2010

EN TORNO AL PAPEL DEL INDIVIDUO EN LA HISTORIA Y JULIO ANTONIO MELLA COMO PERSONALIDAD HISTÓRICA

 

Edmundo de Jesús de la Torre Blanco (CV)
edmundodlt54@yahoo.com 

 

INTRODUCCIÓN

Como se sabe, Carlos Marx rompió con las concepciones filosóficas precedentes sobre el hombre, de marcado carácter especulativo, sustentadas en un humanismo abstracto, en una antropología que consideraba la esencia humana como algo dado de una vez y para siempre en cada uno de los individuos. De ahí que el hombre fuese concebido como una individualidad abstracta, fuera de la historia.

Marx sustituyó a ese hombre abstracto por el hombre real, al entender la esencia humana como el conjunto de sus relaciones sociales, por lo que la historia de los hombres es la historia de su propia actividad en la interacción que establecen con el mundo natural- social. Esta concepción, claramente expuesta en la sexta de sus tesis sobre Feuerbach, destaca que las relaciones sociales se establecen, en primer lugar, en el proceso de producción de bienes materiales.

Es precisamente su condición de ser sujeto de la actividad lo que distingue o diferencia al hombre del resto de los sujetos y fenómenos del universo. A esa condición se refieren explícitamente las profesoras Lissete Mendoza Portales y Olga Santos Hedman al abordar el carácter sistémico de la concepción del hombre en el marxismo, que debe partir de una visión total integradora a la que denominan aspecto cosmovisivo del hombre o idea del hombre, entendida como un aspecto clave para la determinación y solución de los restantes componentes del sistema. Al respecto destacan:

“… la idea del hombre se refiere a la cuestión del hombre en el mundo, es decir, la actitud del hombre hacia el mundo y su lugar en él. Tal interpretación en la filosofía se presenta como el problema del sujeto y su actitud ante el objeto…” (1: 21)
 



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
de la Torre Blanco, E.J.: En torno al papel del individuo en la historia y Julio Antonio Mella como personalidad histórica, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, septiembre 2010, www.eumed.net/rev/cccss/09/ 


Y añaden:

“La oposición del hombre al mundo es relativa y no absoluta, ya que el hombre es independiente con respecto al mundo. El hombre es sujeto con respecto al objeto, en tanto que domina una parte del mundo, es decir, lo atrae a la esfera de su actividad.” (2: 21)

El mundo es toda la realidad- material y espiritual- existente en su relación con el hombre.

De modo que los conceptos mundo y objeto se correlacionan en tanto el mundo es objeto de la actividad del sujeto, es decir, del hombre que tiene la condición de transformar y conocer el mundo, precisamente a través de su actividad.

La actividad del sujeto comprende “… tanto la actividad sensorial, objetiva, productiva, transformadora, como la actividad ideal del hombre” (3: 23)

Ahora bien, si la historia de los hombres es la historia de su propia actividad en la interacción que establecen con el mundo natural- social, entonces son los hombres quienes hacen la historia.

Entendida como proceso, la historia es el devenir de la sociedad desde sus orígenes, expresado en la sucesión de formaciones económico- sociales, en la sucesión de hechos y acontecimientos que se asocian a diversas manifestaciones económicas, políticas y sociales, que han tenido lugar en determinado contexto espacio- temporal y bajo la acción de leyes objetivas, que no existen al margen de la actividad humana, pero- al mismo tiempo- actúan con independencia de la voluntad de los hombres.

Los hombres hacen su historia, pero bajo determinadas relaciones sociales- contradictorias y cambiantes- y bajo un determinado nivel de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas, la ciencia y las formas sociales de comunicación y actividad racional.

Por ello Federico Engels, en su conocida carta a José Bloch, escrita en septiembre de 1890, señalaba que somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero con arreglo a premisas y condiciones muy concretas, entre las cuales son las económicas las que deciden en última instancia, lo que no niega el papel que también desempeñan- aunque no decisivo- las condiciones políticas y hasta la tradición, “que merodea como un duende en la cabeza de los hombres” (4: 9)

Al explicar la concepción materialista de la historia, Engels afirmaba con razón que la situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y priman en muchos casos sobre su forma.

En la propia carta, Engels destaca que “… la historia se hace de tal modo, que el resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales, a su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones especiales de vida; son, pues, innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas con las otras, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas , de las que surge una resultante- acontecimiento histórico-, que a su vez, puede considerarse producto de una fuerza única, que, como un todo, actúa sin conciencia y voluntad. Pues lo que uno quiere tropieza con la resistencia que le opone el otro, y lo que resulta de todo ello es algo que nadie ha querido” (5: 9)

A partir del razonamiento anterior, Engels añade que la historia discurre como un proceso natural, sometida también, sustancialmente, a las mismas leyes dinámicas. O sea, la identifica como un proceso que- como ocurre en la naturaleza- está regido por leyes objetivas.

Sin embargo, aclara que del hecho de que las distintas voluntades individuales no alcancen lo que desean, sino que se fundan todas en una media total, en una resultante común, no debe inferirse que estas voluntades sean = 0. Todas contribuyen a la resultante y se hallan incluidas en esta.

En consecuencia, no puede ser desconocido el papel del individuo en la Historia.

De ello se trata en el presente trabajo, en el que a la luz de la concepción materialista de la historia y a partir del análisis sistémico del concepto hombre se aborda especialmente el papel que desempeñan aquellos individuos que por sus cualidades y capacidades excepcionales devienen grandes personalidades.

Personalidades de ese tipo han existido en las diferentes etapas del proceso histórico cubano. Una de ellas es Julio Antonio Mella (1903- 1929), fruto necesario de las peculiares circunstancias históricas existentes en Cuba en los inicios de la década del 20 del pasado siglo.

Sobre la base de los fundamentos teórico- metodológicos expresados, que suponen tener en cuenta el vínculo existente entre las grandes personalidades y las masas populares como sujeto real de la historia, el autor se propone revelar algunos aspectos significativos de Mella como personalidad histórica.

DESARROLLO

En tanto especie, el hombre se concreta en seres singulares, en individuos. De ahí que el nivel singular o individual en el análisis del concepto hombre se identifique con el individuo como unidad del género humano. Este nivel abarca las condiciones físicas individuales de la persona, pero no excluye la condición del hombre como ser social. Por tanto, el individuo es el “…hombre concreto, específico, que siente, actúa y piensa, que tiene características propias y es portador de determinadas relaciones sociales” (6: 226)

Lo individual específico de cada hombre y los rasgos humanos generales que definen al sujeto de la actividad se sintetizan en el nivel particular del análisis del concepto, que al decir de las profesoras Lissete Mendoza y Olga Santos, penetra en la esencia social del hombre en su manifestación histórico- concreta. A este nivel se refiere la definición del hombre como personalidad, que lo designa en la unidad de sus cualidades naturales y sociales, lo revela como sistema autónomo y- en su concreción histórica- como el hombre real, que pertenece a una clase, a un grupo social y mantiene una actitud ante el mundo en correspondencia con su posición socio- clasista.

Puede afirmarse entonces que los individuos no nacen con una personalidad, que esta se forma como resultado de su interacción con el medio, y en la medida que asimilan sus condiciones sociales, la ciencia y la cultura desarrolladas por la sociedad, es decir, en la medida que asimilan las conquistas culturales de la humanidad y se destaquen como unidades irrepetibles.

La personalidad es sujeto y producto del desarrollo social, es la socialización del individuo que pertenece a una clase o grupo social, a un pueblo o nación y que asume como suyos los intereses y aspiraciones de tales colectivos en determinado momento histórico.

Ahora bien, las autoras mencionadas se refieren igualmente al nivel universal en el análisis del concepto hombre con un enfoque sistémico. Con razón afirman que en ese nivel el sujeto de la actividad lo constituye también la humanidad en su conjunto, identificando el proceso de aprehensión de la esencia genérica del hombre en el conjunto de las relaciones esenciales. Pero destacan que en este nivel el concepto se relaciona con el de individualidad, entendida como “…la unidad de lo diverso eternamente desarrollado como integridad” (7: 28)

Y es precisamente la integridad lo que marca la diferencia entre individualidad y personalidad.

Todo individuo, en tanto ser individual e irrepetible, que de cierta forma concreta en sí toda la experiencia anterior, puede ser considerado una individualidad.

Sin embargo, sólo aquellos individuos que poseen capacidades excepcionales pueden ser considerados socialmente individualidades.

De modo que individualidades son aquellos “que poseen la capacidad de concentrar en sí todo el desarrollo de la humanidad en un esfera dada, resumiendo el conocimiento filosófico que refleja el nivel logrado por la sociedad a través de toda su práctica. Así entendida, la actividad individual puede considerarse, según Marx, trabajo universal que sirve como ideal normativo de una época” (8: 28)

Dicho de otra forma, las individualidades pueden ser identificadas como grandes personalidades o personalidades destacadas, que lo son precisamente porque reflejan con mayor profundidad su entorno social, la necesidad histórica, las demandas esenciales de su época y son capaces de actuar en consecuencia para contribuir al progreso de la sociedad.

A ese tipo de individualidades se refirió explícitamente Jorge V. Plejanov en su conocida obra “El papel del individuo en la historia”, en la que con sólidos argumentos criticó las posiciones extremas en el análisis de los factores incidentes en el movimiento histórico. Al respecto apuntaba:

“…la reacción contra el subjetivismo condujo a muchos de sus adversarios al extremo opuesto. Mientras algunos de los subjetivistas, tratando de atribuir al “individuo” un papel en la Historia lo más amplio posible, se negaban a reconocer el movimiento histórico de la humanidad como un proceso regido por leyes, algunos de sus más recalcitrantes adversarios, tratando de recalcar lo mejor posible ese carácter regular del movimiento, estaban prontos, por lo visto, a olvidar que la Historia la hacen los hombres y que, por lo tanto, la actividad de los individuos no puede dejar de tener su importancia en ella” (9: 18)

Y señalaba que este extremismo es tan inadmisible como aquél al que habían llegado los más celosos subjetivistas.

V.I. Lenin también se refirió a esta importante cuestión en sus obras. Tómese como ejemplo su ensayo ¿Quiénes son los amigos del pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas? , en el que expresó:

“Del mismo modo, tampoco la idea de la necesidad histórica menoscaba en nada el papel del individuo en la historia: Toda la historia se compone precisamente de acciones de individuos que son indudablemente personalidades. La cuestión real que surge al valorar la actuación social del individuo consiste en saber en qué condiciones se asegura el éxito a esta actuación” (10: 16)

Por otra parte, en la obra antes referida, Plejánov afirmaba también que “…gracias a las peculiaridades singulares de su carácter, los individuos pueden influir en los destinos de la sociedad. A veces, su influencia llega a ser muy considerable, pero tanto la posibilidad misma de esta influencia como sus proporciones son determinadas por la organización de la sociedad, por la correlación de las fuerzas que en ella actúan. El carácter del individuo constituye un “factor” del desarrollo social sólo allí, sólo entonces y sólo en el grado en que lo permiten las relaciones sociales” (11: 33- 34).

Como puede apreciarse, la posición del autor concuerda con la concepción materialista de la historia, que asume claramente cuando destaca que la influencia social de los individuos no contradice la idea del desarrollo de la sociedad conforme a leyes determinadas. Por el contrario, esa influencia constituye una demostración de tal idea.

La concordancia expresada se manifiesta igualmente cuando Plejánov refiere ideas tales como:

“Sabemos ahora que los individuos ejercen frecuentemente una gran influencia en el destino de la sociedad, pero que esta influencia está determinada por la estructura interna de aquella y por su relación con otras sociedades” (12: 36)

“Cualesquiera que sean las particularidades de un determinado individuo, este no puede eliminar unas determinadas relaciones económicas cuando estas corresponden a un determinado estado de las fuerzas productivas. Pero las particularidades individuales de la personalidad la hacen más o menos apta para satisfacer las necesidades sociales que surgen en virtud de unas relaciones económicas determinadas o para oponerse a esta satisfacción” (13: 37)

Por ello reconoce al desarrollo de las fuerzas productivas- que condiciona los cambios sucesivos en las relaciones sociales de los hombres- como la causa determinante y más general del movimiento histórico de la humanidad. Junto a esta actúan causas particulares, asociadas a la situación histórica en la que tiene lugar el desarrollo de las fuerzas productivas de un pueblo dado, situación condicionada a su vez, y en última instancia, por el desarrollo de esas mismas fuerzas productivas en otros pueblos, es decir, por la misma causa general. Y la influencia de esas causas particulares es completada por las causas singulares, a saber:

- Las particularidades individuales de los hombres públicos.

- Otras “casualidades”, en virtud de las cuales los acontecimientos adquieren, en fin de cuentas, su aspecto individual.

Plejánov puntualiza asimismo cuáles son, a su juicio, las condiciones necesarias para que el hombre dotado de cierto talento ejerza, gracias a él, una gran influencia sobre el curso de los acontecimientos:

1.- Que ese talento corresponda mejor que los demás a las necesidades sociales de una época determinada

2.- Que el régimen social vigente no obstaculice el camino al individuo dotado de un determinado talento, necesario y útil justamente en el momento de que se trate.

Estas ideas entroncan con su apreciación sobre el papel de las grandes personalidades. Al respecto destaca:

“El gran hombre lo es no porque sus particularidades individuales imprimen una fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado de particularidades que le hacen el individuo más capaz de servir a las grandes necesidades de su época, surgidas bajo la influencia de causas generales y particulares” (14: 50)

Coincide con el escritor e historiador inglés Tomás Carlyle (1795- 1881) en la identificación de los grandes hombres como iniciadores y señala:

“El gran hombre es, precisamente, un iniciador porque ve más lejos que otros y desea más fuertemente que otros. Resuelve los problemas científicos planteados por el curso anterior del desarrollo intelectual de la sociedad; señala las nuevas necesidades sociales, creadas por el anterior desarrollo de las relaciones sociales; toma la iniciativa de satisfacer estas necesidades. Es un héroe. No en el sentido de que puede detener o modificar el curso natural de las cosas, sino en el sentido de que su actividad constituye una expresión consciente y libre de este curso necesario e inconsciente. En esto reside toda su importancia y toda su fuerza. Pero esta importancia colosal y esta fuerza es tremenda” (15: 51)

Esta apreciación de Plejánov se corresponde también con la concepción dialéctico materialista sobre las grandes personalidades históricas, que atribuye a estas un papel significativo, extraordinario en determinadas circunstancias, aunque- como ya se dijo- ningún individuo puede hacer la historia a su capricho, detener o acelerar a su antojo la marcha del desarrollo social.

Las grandes personalidades no son resultado de una simple casualidad, son producto de la propia historia, surgen en virtud de una necesidad histórica cuando maduran para ello las condiciones objetivas y subjetivas correspondientes.

La historia evidencia que cuando existe la necesidad objetiva de que aparezcan personalidades insignes, esa necesidad estimula su aparición.

Sin embargo, el hecho de que en determinadas condiciones esa personalidad sea un individuo u otro constituye una casualidad. Así lo señalaba Engels en carta escrita a W. Borgius el 25 de enero de 1894:

“El hecho de que surja uno de éstos, precisamente éste y en un momento y un país determinado, es, naturalmente, una pura casualidad. Pero si lo suprimimos, se planteará la necesidad de reemplazarlo, y aparecerá un sustituto, más o menos bueno, pero a la larga aparecerá. Que fuese Napoleón, precisamente este corso, el dictador militar que exigía la República francesa, agotada por su propia guerra, fue una casualidad; pero que si no hubiese habido un Napoleón habría venido otro a ocupar su puesto, lo demuestra el hecho de que siempre que ha sido necesario un hombre: César, Augusto, Cromwell, etc., este hombre ha surgido” (16: 27)

Marx se había referido igualmente a este asunto en la carta escrita a L. Kugelman el 17 de abril de 1871, en la que abordó el papel de las casualidades en la historia, destacando que estas forman parte del curso general del desarrollo y son compensadas por otras casualidades. Y apuntaba que “… la aceleración o la lentitud del desarrollo dependen en grado considerable de estas “casualidades”, entre las que figura el carácter de los hombres que encabezan al movimiento al iniciarse éste” (17: 466)

En la lucha de clases, en los movimientos de masas y otros procesos históricos de cada época concreta, siempre ha surgido la necesidad de hombres que formulen las tareas de las clases, dirijan su lucha, sean líderes de unos u otros movimientos, etc. Tales hombres surgen merced a sus cualidades, se destacan entre las masas e influyen en la actuación de éstas, a partir de la comprensión de sus necesidades e intereses.

Por tanto, el papel de las grandes personalidades en la historia no puede examinarse al margen de su interrelación con el accionar de las masas populares, aspecto que prácticamente no se aborda en la obra de Plejánov citada en este trabajo. Sólo es mencionado indirectamente cuando el autor señala que después de los grandes acontecimientos de finales del siglo XVIII era ya en absoluto imposible considerar la Historia como obra de personalidades más o menos eminentes, más o menos nobles e ilustradas, que inculcaran sentimientos e ideas a una masa ignorante y sumisa. Hacía esa reflexión para destacar- refiriéndose a la Gran Revolución Burguesa acaecida en Francia- que las tempestades que habían sacudido a ese país europeo- demostraban claramente que la marcha de los acontecimientos históricos no era determinada exclusivamente por la actividad consciente de los hombres.

La concepción materialista de la Historia, confirmada por la práctica social, atribuye a las masas el papel decisivo en los procesos históricos, en el devenir de la vida social.

Las masas populares son las auténticas creadoras de la historia, la fuerza decisiva del desarrollo histórico- social, en tanto constituyen la fuerza motriz fundamental del progreso de la producción material y representan la fuerza productiva y creadora más importante. Constituyen también el elemento determinante de las transformaciones socio políticas, la fuerza motriz principal de las revoluciones sociales, así como la fuente principal del progreso espiritual de la humanidad, del desarrollo de la ciencia, el arte, etc.

De modo que el indiscutible papel que desempeñan las grandes personalidades se realiza mediante el vínculo de estas con las masas populares, de cuyo seno surgen, a través de la influencia y de la capacidad movilizativa que puedan tener sobre el pueblo, que es el sujeto real de la historia, de las transformaciones que se producen en la sociedad y condicionan su desarrollo. Por ello el Che, en su conocido texto “El Socialismo y el Hombre en Cuba” (1965), al manifestar su intención de explicar el papel que juega la personalidad en la Revolución Cubana, la identifica con el hombre como individuo de las masas que hacen la historia. A partir de su experiencia vivencial como protagonista y testigo de los primeros años de esa revolución, destaca la creciente intensidad del diálogo establecido entre Fidel y el pueblo y, sobre esa base, la estrecha unidad dialéctica entre el individuo y la masa

En ese texto, escrito en forma de carta, señalaba entre las conclusiones expresadas a su destinatario, Carlos Quijano:

“La personalidad juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.” (18: 214)

Son las condiciones históricas las que determinan, a fin de cuentas, los límites de actividad del individuo. Por lo general los grandes hombres han surgido y surgen en épocas cruciales de la historia, en condiciones que han sido propicias para manifestarse y realizar su contribución, en correspondencia con el genio y las dotes de cada cual.

Las grandes personalidades dejan la impronta de su individualidad, de su carácter, en la marcha de los acontecimientos históricos y se convierten por su pensamiento y acción en fuente de inspiración, no sólo para su generación y época, sino también para las posteriores.

De lo expresado es ejemplo la historia patria, rica en acontecimientos heroicos protagonizados por nuestro pueblo y sus figuras más representativas, sobre todo en las diferentes etapas del proceso revolucionario cubano, que ha contado desde sus inicios con el aporte valioso e imperecedero de personalidades relevantes.

Tal es el caso de Julio Antonio Mella (1903- 1929), de vida breve, pero intensa, conmovedora y fecunda, cuyo pensamiento y acción revolucionarios, coincidentes con los intereses y aspiraciones de las grandes mayorías, no solo repercutieron en su momento histórico y en la generación de su época, sino que devinieron fuente de inspiración para las posteriores generaciones, proyectando su influencia hacia el futuro.

Mella fue el líder indiscutible del movimiento revolucionario cubano en la década del 20 del pasado siglo. Su multifacética personalidad ha sido objeto de análisis y valoración por diversos autores, que han destacado la significación de su obra como dirigente político de proyección nacional y continental.

El Movimiento Estudiantil por la Reforma Universitaria fue el escenario donde descolló como líder. Orientado a erradicar las lacras y males que en las condiciones de la República neocolonial agobiaban al máximo centro de estudios del país, este movimiento se planteaba el propósito de una reforma radical de la Universidad, a fin de ponerla a tono con las normas que regulaban el funcionamiento de instituciones similares en otros países y, sobre todo, con las funciones que debía cumplir como centro de preparación intelectual y cívica.

Pronto supo Mella- cuya rápida y pasmosa evolución ideológica está estrechamente ligada al papel que desempeñaron figuras como Carlos Baliño y Alfredo López en su formación- que una verdadera reforma universitaria no era posible en una república que mucho distaba de aquella que había soñado el Apóstol. No era factible transformar la Universidad sin el cambio profundo de la realidad económica, social y política que caracterizaba a esa república, marcada por la dominación neocolonial del imperialismo norteamericano y la existencia de gobiernos como el de Alfredo Zayas, que eran instrumentos de esa dominación.

Una carta fechada en Camagüey el 3 de enero de 1924 y dirigida a su amigo Araoz Alfaro, refleja claramente su convicción cuando expresa:

“Creo que la Reforma Universitaria no podrá ser definitiva con este régimen social, ni que los estudiantes podrán, ellos solos, obtener todos los fines. Creo (…) desde luego, que la Reforma Universitaria es parte de una gran cuestión social, por esta causa, hasta que la gran cuestión social no quede completamente resuelta no podrá haber Nueva Universidad” (19: 56)

Por tanto, su condición de líder está asociada en primer lugar al profundo estudio y conocimiento de la realidad económica, política y social no solo de Cuba, sino también de Latinoamérica y otras regiones del mundo. Ello le permitió comprender con extraordinaria rapidez cuáles eran las principales necesidades sociales de su tiempo histórico, a cuya satisfacción se consagró como combatiente revolucionario.

Numerosos textos escritos por Mella avalan lo expresado anteriormente. Baste citar, a modo de ejemplos, el folleto “Cuba: Un pueblo que jamás ha sido libre”, texto sin fecha, publicado posiblemente en abril de 1925, que contiene un importante y valioso análisis marxista de la realidad cubana y latinoamericana, especialmente de lo que había significado para Cuba y los demás pueblos de la región la dominación imperialista de Estados Unidos; el artículo “¿Hacia dónde va Cuba?”, escrito en México, publicado en mayo de 1928 por ¡CUBA LIBRE! (para los trabajadores), órgano de la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC), que contiene un análisis de la situación política y económica prevaleciente en Cuba, en momentos en que una “Asamblea Constituyente” estaba reunida para dar carácter legal a la llamada prórroga de poderes del régimen machadista; y “Ante la farsa electoral”, texto escrito y publicado también en México, por el ya mencionado órgano de la ANERC, en noviembre de 1928. En este artículo periodístico Mella profundiza en el análisis de la situación cubana bajo la dictadura de Machado, al que acusa de haber establecido un régimen de fascismo tropical.

Destacan en el primero de los textos referidos:

• Las ideas sobre la historia de las ambiciones norteamericanas respecto a Cuba y la postura asumida por el gobierno de Estados Unidos en torno a su independencia.

• La referencia a la situación creada a partir de la “protección norteamericana” de Cuba.

• Un análisis de la soberanía e independencia de Cuba a la luz de las teorías políticas universalmente aceptadas en la época. Análisis que posibilita demostrar la ausencia de soberanía, independencia absoluta y exclusividad como atributos del estado cubano, a partir de las implicaciones de los artículos 1, 2 y 7 de lo que Mella denomina “parte norteamericana de nuestra Constitución” : La Enmienda Platt. Sobre esa base, concluye:

“No es necesario demostrar con ejemplos eruditos y basados en la ciencia política y económica la dependencia de Cuba al Estado capitalista del gringo Sam. Todo ser con sentido común ve y palpa esta dependencia, este coloniaje económico y por consiguiente político” (20: 176)

• La referencia a la situación, en mayor o menor grado similar, existente en la América Latina.

• Una exposición sobre otras manifestaciones del dominio yanqui en Cuba, que vincula a la actuación de los gobiernos cubanos de turno y a la ingerencia de “procónsules” norteamericanos como Enoch. H. Crowder.

Llama la atención igualmente una entrevista concedida por Mella al periodista mexicano Ernesto Robles, en junio de 1928, en la que respondiendo a una pregunta sobre los problemas fundamentales de Cuba, expresaba:

“Los problemas fundamentales de Cuba no se pueden considerar aislados. El más agudo, del cual dependen todos los otros, es la penetración del imperialismo. Es Cuba el país de la América Latina donde existen mayores inversiones en dólares. (…). Este presidente ha sido el que más facilidades ha dado al capital imperialista. El mal de Cuba consiste en que hay una sola gran industria, el azúcar. Los Estados Unidos controlan casi toda la producción, luego controla casi todo el resto de las actividades del país. La Enmienda Platt no es la mayor de las intervenciones sino la económica (…)” (21: 434- 435)

Pero Mella no se limitó al análisis, caracterización y denuncia de los males prevalecientes en Cuba o Latinoamérica. Expuso también sus puntos de vista sobre las soluciones que esos males exigían, soluciones que se correspondían con las necesidades y demandas sociales, con los intereses mayoritarios de las clases, capas y sectores populares. Como antes se dijo, había comprendido tempranamente que el camino era la revolución.

Así, por ejemplo el folleto “Cuba: Un pueblo que jamás ha sido libre”, contiene una fundamentación certera y precisa de la necesidad e inevitabilidad de la revolución social como única salida, no sólo para Cuba sino para toda la América. De ahí que expresara:

“Luchar por la Revolución Social en la América, no es una utopía de locos o fanáticos, es luchar por el próximo paso de avance en la historia” (22: 182)

Con un claro enfoque marxista, Mella puntualizaba: “La Revolución Social es un hecho fatal (necesario) e histórico, independiente de la voluntad de los visionarios propagandistas” (23: 182). Hecho estimulado por las nuevas condiciones que había generado para el movimiento revolucionario internacional el triunfo de la Revolución Rusa.

Y concluía con un llamado a la lucha: “Contra el Imperialismo; por la Justicia social de América” (24: 183).

De igual modo, el artículo ¿Hacia dónde va Cuba? refiere que existían en el país fuerzas capaces de llevarla “por el camino de una necesaria revolución democrática, liberal y nacionalista, ya latente en los hechos” (25: 410).

Y el texto “Ante la farsa electoral”, declaraba en uno de sus últimos párrafos:

“Reconocemos que habiendo el régimen imperante abolido todas las libertades públicas y persiguiendo sañudamente a todos los elementos de la oposición, tan sólo queda reconquistar las libertades por el mismo camino que la obtuvieron los Libertadores y Emigrados del 95. Quien crea en la oposición legal (?) está desempeñando el mismo papel que frente a la lucha contra el Imperio Español representaban “los autonomistas” (26: 490)

Palabras muy parecidas expresaría el joven abogado Fidel Castro Ruz 27 años después, en declaraciones publicadas por la revista Bohemia poco antes de partir a su también obligado exilio en México, cuando destacó que ante el cierre de todas las puertas para la lucha cívica, no quedaba más solución que la del 68 y el 95.

Particular importancia tenía para Mella la unidad de estudiantes y trabajadores y, en consecuencia, la estrecha vinculación del movimiento estudiantil y el movimiento obrero en la lucha revolucionaria. Ello se apreció en las proyecciones del Primer Congreso Nacional Revolucionario de Estudiantes, organizado por el joven líder y desarrollado en octubre de 1923, en el que, entre otros acuerdos, se aprobó la Declaración de derechos y deberes del estudiante, que destacaba como primer deber “…el de divulgar sus conocimientos entre la Sociedad, principalmente entre el proletariado manual, por ser este el elemento más afín del proletariado intelectual, debiendo así hermanarse los hombres de Trabajo, para fomentar una nueva sociedad, libre de parásitos y tiranos, donde nadie viva sino en virtud del propio esfuerzo” (27: 47)

Mella sabía asimismo que en las condiciones histórico- concretas de Cuba- que había transitado de la dominación colonial española a la dominación neocolonial del imperialismo norteamericano- no era posible plantearse como meta inmediata una revolución socialista. Esta debía ser precedida por una revolución nacional liberadora que pusiera fin a esa dominación e hiciera realidad el postergado “sueño de mármol” de Martí. Ello demandaba, como en tiempos del Apóstol, la más amplia unidad, no sólo del movimiento estudiantil y el movimiento obrero, sino también con la intelectualidad progresista y otros sectores sociales interesados y dispuestos a participar activamente en el movimiento emancipador.

A la realización de ese sueño consagró su vida el joven dirigente revolucionario, consciente de la necesidad de darle continuidad en un nuevo tiempo histórico. De ahí que en el texto “Glosas al pensamiento de José Martí” expresara su marcado interés en escribir un libro sobre el Maestro, tarea que asumiría él u otro compañero, porque la consideraba necesaria, indispensable. Pero debía ser emprendida por un representante de la nueva generación, por una voz libre de prejuicios y compenetrada con la clase revolucionaria del momento, a fin de “…dar un alto, y si no quieren obedecer, un bofetón, a tanto canalla, tanto mercachifle, tanto patriota, tanto adulón, tanto hipócrita… que escribe o habla sobre José Martí” (28: 267- 268)

Mella planteaba la necesidad de rescatar y retomar la obra revolucionaria de Martí, que debía ser analizada por un crítico serio, capaz de revelar su valor considerando el momento histórico en que actuó, haciéndolo no con el fetichismo de quienes adoraban el pasado estérilmente, sino por el que sabe apreciar los hechos históricos y su importancia para el porvenir, es decir, para el presente de esa nueva generación.

Se aprecia en este texto un enfoque acertado de la historia, sustentado en el nexo pasado- presente- futuro, que rechaza tanto la absolutización del tributo supremo al pasado como la absoluta negación de éste, desconociendo su significación. Por ello se llama a ver el interés económico- social que “creó” al Apóstol, su acción continental y revolucionaria, estudiando el “juego fatal de las fuerzas históricas”. Estudio que debía terminar con un análisis de los principios generales revolucionarios de Martí, a la luz de los hechos que acaecían en la Cuba de los años 20. Porque Martí- dicho con palabras de Mella- “…orgánicamente revolucionario, fue el intérprete de una necesidad social de transformación en un momento dado. Hoy, igualmente revolucionario, habría sido quizás el intérprete de la necesidad social del momento” (29: 269)

Es evidente, por tanto, la vigencia que Mella atribuía a la obra del Apóstol, cuyo ideario se entrelazó con el pensamiento marxista que ya poseía el joven líder, en su interpretación de la realidad social y en sus proyecciones para transformarla.

Con razón Gustavo Aldereguía, compañero de lucha, amigo y médico personal del joven líder, al participar en una Mesa Redonda efectuada el 25 de marzo de 1966 en el teatro Manuel Sanguily de la Universidad de La Habana, respaldaba a quienes habían dicho que Mella era la continuidad de Martí, el puente entre Martí y Fidel.

El autor coincide con esta opinión, sustentada en el estudio que sobre esta figura han realizado numerosos investigadores de su vida y obra. De ahí el acertado criterio del historiador Felipe de J. Pérez Cruz cuando afirma que Mella halló el camino de articulación- camino de unidad y ruptura dialéctica- vislumbrado por Baliño y por el que transitarían los más preclaros revolucionarios cubanos del siglo XX: de Martí a Marx y Lenin; de Marx y Lenin, con más pasión aún, a Martí.

Como dirigente político, consciente del protagonismo decisivo de las masas en la lucha revolucionaria, Mella otorgó gran importancia a la educación y concientización de estas, especialmente de los trabajadores, a quienes consideraba actores principales de ese proceso. A ese propósito obedeció la creación, por acuerdo del Primer Congreso Nacional Revolucionario de Estudiantes, de la Universidad Popular “José Martí”, que inició sus labores el 3 de noviembre de 1923.

El objetivo de la institución, en la que laboraron estudiantes y algunos docentes comprometidos con la Reforma Universitaria, era el de formar en la clase obrera y en cuantos acudieran a sus aulas, una mentalidad culta, completamente nueva y revolucionaria. Buscaba, por tanto, la formación cultural y político- ideológica de quienes se incorporaran a sus actividades.

Refiriéndose a este objetivo, Mella destacó:

“El proletariado instruido ha de marchar a la vanguardia (…) No hay ideal más alto que la emancipación de los proletarios por la cultura y por la acción revolucionaria”

(30: 37)

De modo que en el objetivo señalado se expresaba la idea del conocimiento como fuente de la libertad.

Era indispensable, por tanto, contribuir al logro de ese ideal, responsabilidad que correspondía a quienes tuviesen los conocimientos necesarios. Transmitirlos era un deber de los que tenían el privilegio del saber. Así lo explicaba Mella:

“El tener pensamientos nuevos y no predicarlos es una traición. El sentir una honda inquietud espiritual y no descender hasta las masas populares para templar esa inquietud en las luchas diarias de la actual sociedad, es una estupidez nociva”

(31: 37)

Por supuesto, no fue esta la única vía utilizada por el joven líder para desarrollar esa labor de concientización, dirigida a la preparación, movilización y organización de las masas para la lucha. Tanto en Cuba (1921- 1925) como durante su obligado exilio en México (1926- 1929), donde rápidamente se revela como personalidad de dimensiones latinoamericanas, desarrolló una intensa actividad movilizativa, realizada desde las diferentes organizaciones e instituciones de las que fue creador o destacado participante: Grupo Renovación, FEU, Liga Anticlerical, Confederación de Estudiantes de Cuba, Sección cubana de la Liga Antiimperialista, primer Partido Comunista de Cuba, ANERC, Partido Comunista de México y otras.

No menos importante fue- como ya se ha revelado en el presente trabajo- la utilización de folletos, revistas y órganos de prensa de la época para exponer y difundir las ideas que consideraba necesarias para movilizar a las masas, educándolas: Alma Mater, Juventud, Lucha de Clases, Cuba Libre para los Trabajadores, Tren Blindado, El Machete y otros (incluyendo, cuando fue posible, órganos de la prensa burguesa como El Heraldo, El Mundo y la revista Carteles)

De igual modo, su intervención directa en mítines, actos de protesta y otras actividades públicas, en las que con palabra fluida y sincera brillaba por su claridad profunda y orientadora. Así como su habitual intercambio de ideas con interlocutores diversos (estudiantes, obreros, intelectuales y otros)

Los contemporáneos de Mella resaltaron sus virtudes como dirigente político y, dentro de estas, su capacidad par comunicar, educar, captar voluntades y movilizar. Así, por ejemplo. Loló de la Torriente refirió que “…charlaba y andaba de un lado para otro, con aquellas pisadas fuertes, dejando oír aquella su voz meridional y vibrante, que era inconfundible. Más que pronunciar las palabras, parecía como que las escupía, preguntando, oyendo, asimilando todo género de conocimiento, y ganándose la voluntad y hasta la simpatía de los que le eran adversos en procedimiento e ideas, porque al cabo Mella tenía aquello que llaman “ángel”, madera de líder …” (32: 268)

Y añadía:

“… su palabra elocuente, su gesto viril, su figura apuesta, y sobre todo, la fuerza con que forjaba el hierro vivo y ardiente, los dejaba a todos atónitos. Sus razonamientos, en lo íntimo, los ganaba a todos, que sentían gravitar en el ambiente aquella cosa terrible y grandiosa que se llama una revolución.”

“… en los sindicatos, en las redacciones de los periódicos, en los cafés, Mella ponía el color y el sabor, porque dejaban de ser lugares donde se charla, se escribe o se bebe, para convertirse en escuelas.” (33: 269)

Ilustrativas y valiosas son también las opiniones expresadas por su camarada y amigo, Alfonso Bernal del Riesgo, reflejadas en las ideas siguientes:

“Prefería argumentar a emocionar, aunque emocionaba sin proponérselo, por virtud de su sinceridad casi tangible y de eso que llaman efecto carismático, sustancia sutil del liderismo auténtico” (34: 249)

Como puede apreciarse, ambos testimonios refieren características de la personalidad de Mella, que mucho contribuyeron a su quehacer como dirigente revolucionario.

A las expresadas pueden añadirse otras como su indiscutible inteligencia, que rebasaba la cifra normal según Bernal del Riesgo, su carácter equilibrado y una conducta que correspondía al llamado temperamento sanguíneo, expresado en una fuerza emocional y volitiva que no rebasaba los límites de la serenidad y el aplomo, por lo que ni caía en la cólera visible, ni padecía de miedos o de cambios frecuentes en sus estados de ánimo. Por supuesto, sufría con las contrariedades, en ocasiones podía desesperarse y podía tener igualmente raptos momentáneos de justa cólera. Pero no se le veía triste, melancólico, malhumorado o pesimista.

Quienes lo conocieron resaltaron su apego a la racionalidad y a la verdad, su optimismo, su capacidad para discutir y dialogar- sin alterarse, sin alzar la voz, sin gesticular en demasía y sin interrumpir a su interlocutor, aunque no compartiera sus puntos de vista.

No era habitualmente expresivo, pero tampoco estirado y frío. Por el contrario, su trato personal era cordial, natural, amplio y abierto. También era un joven alegre, que aceptaba y hacía bromas, aunque rechazaba la burla, el sarcasmo y la ironía.

Caracterizaron igualmente su conducta cotidiana la ausencia de hábitos como el de fumar y el consumo de bebidas alcohólicas.

No menos importantes eran cualidades como la sinceridad y la nobleza de sus sentimientos, que impresionaban en el acto a quienes lo conocían.

Pero el impacto de Mella como líder político se asocia, además, a su dinamismo, a la intensidad de su actividad revolucionaria, que sus contemporáneos compararon a la desarrollada por Martí para preparar y organizar la guerra necesaria. A esto se refiere claramente Alfonso Bernal del Riesgo, cuando señala que para Mella siempre había tiempo, que las horas se multiplicaban en sus manos y daban a luz más y más horas.

Y añade:

“Mella produjo discursos, folletos y revistas; actos de fundación y de protesta; organizó, publicó y gestionó… en condiciones muy adversas.” (35: 251)

A todo lo expresado se sumaba, cual complemento extraordinario, su físico: Cuerpo atlético, de estatura que llegaba a los seis pies, entre 170 y 180 libras de peso, que no guardaba grasa alguna y no tenía parte desproporcionada. Tórax amplio y ancho, cuello musculoso y cabeza angulosa, de oscura y ondulada cabellera, completaban la imagen de aquel “Apolo revolucionario”, que cautivaba y encantaba con inmediatez, tanto en el diálogo y la conversación informal, como en la tribuna política, atrayendo tanto a mujeres como a hombres por la virilidad y la fuerza proyectadas desde su figura.

No en balde la periodista y narradora Graciella Garbalosa, en la Mesa Redonda antes mencionada, lo definió como la más atractiva personificación de la virtud masculina, destacando que Mella “… reunía todas las condiciones físicas, morales e intelectuales de un verdadero predestinado. Porque sus condiciones de pensamiento y sentimientos eran las que requieren los grandes hombres de la historia” (36: 272)

Juan Marinello, otro de sus contemporáneos, coincidió con el criterio anterior al expresar en 1949:

“Mella fue una rara y hermosa fusión de lo físico y lo moral. Su perfil anunciaba su carácter, como su presencia el dinamismo generoso en que tradujo su existencia (…) Pocas veces, y ninguna tan plenamente, el soporte físico fue impulso y complemento de la acción valerosa, el pensamiento limpio y la penetración magnánima…” (37: 211)

Idea que Marinello reitera en 1963 cuando señala:

“Quien vio de cerca de Mella conoció una de las personalidades más sugestivas y atrayentes que hayan alentado en nuestra tierra. La estampa física conmovía a maravilla con su naturaleza y su misión” (38: 217)

CONCLUSIONES

Los aspectos abordados sobre la personalidad de Mella evidencian la certeza de la concepción materialista de la historia en lo referido al papel de aquellos individuos dotados de capacidades y cualidades excepcionales, que a partir de una acertada comprensión de las demandas sociales y de la identificación con las necesidades e intereses de las masas, contribuyen con su pensamiento y acción revolucionarios al progreso de la sociedad.

Resultado de las condiciones prevalecientes en las primeras décadas de la república neocolonial, el surgimiento y quehacer de Julio Antonio Mella como personalidad fue la respuesta a la necesidad histórica de un líder revolucionario que contribuyera a sentar las bases para el desarrollo y continuidad de la lucha emancipadora del pueblo cubano.

Mella encarnó las más altas virtudes y aspiraciones de su pueblo en la década del 20 del pasado siglo. Su extraordinario talento e inteligencia, evidenciados en una rápida evolución ideológica, sustentada en una vasta cultura histórica y política, en la que se entrelazan el ideario martiano, las tradiciones patrióticas cubanas y latinoamericanas y el marxismo- leninismo, le permitieron interpretar acertadamente las necesidades sociales de su tiempo histórico y señalar las vías correctas para satisfacerlas a través de una transformación radical de la vida económica, política y social, es decir, de una revolución nacional- liberadora que, en las condiciones histórico- concretas de la época, marcadas por la creciente dominación del imperialismo norteamericano sobre Cuba y otros países de Latinoamérica, debía preceder a la revolución socialista.

Cualidades como la ejemplaridad de su conducta revolucionaria, una profunda sensibilidad humana, un intenso dinamismo y sus excelentes dotes como comunicador, que se revelaron en su indiscutible capacidad orientadora y movilizativa posibilitaron su conversión en educador social y en líder de proyección nacional y continental, cuyo pensamiento y acción rebasaron los límites de su generación para trascender hasta hoy.

Su vida fue tronchada cuando aún no había cumplido los 26 años. De ahí que sus capacidades como líder no pudiesen desplegarse en toda su magnitud. Sin embargo, por la obra realizada en tan breve tiempo y por la trascendencia de esa obra, puede ser considerado como la personalidad histórica cubana más significativa del período 1902- 1930, y en consecuencia, una de las más relevantes personalidades de la historia patria.

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2.- Ibídem- p. 21.

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12.- Ibidem- p. 36.

13.- Ibidem- p. 37.

14.- Ibidem- p. 50.

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Editor:
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