Mauro Beltrami
Universidad Argentina de la Empresa (UADE), Argentina
maurobeltrami@gmail.com
INTRODUCCIÓN
Un aspecto de los más interesantes dentro de la historia de los viajes y que, hasta el momento, ha sido muy poco abordado desde la turismología es el análisis de aquellos viajes que se establecieron durante las situaciones de dominación colonial. Los sistemas de dominación económica dentro de los que se encuentra enmarcado éste tipo de viajes no se limitaron concretamente a un medio geográfico y un tiempo determinado. Aparatos de opresión colonial se observan dentro de distintas sociedades históricas, dado que el colonialismo no ha sido patrimonio de ninguna época o período en particular. Así como tampoco ha sido monopolio de una nación, estado, país, imperio o continente.
El viaje colonial que se analiza en el presente trabajo, se centra en las relaciones de dominación particulares en donde el colonialismo representó un hecho físico, visible y concreto, tomándose como fuente fundamental el Portrait du colonisé, obra del franco-tunecino Albert Memmi.
En su trabajo, Memmi realiza un excelente tratado acerca de la situación colonial en conjunto, tomando el sistema colonial –el hecho colonial- como una cuestión objetiva, y centrándose en los efectos que éste produce en las figuras del colonizador y del colonizado. Plantea su obra haciendo referencia particular al colonialismo ejercido por Francia sobre Túnez (y África del Norte); no obstante, la obra puede tranquilamente aplicarse a cualquier situación colonial que se haya desarrollado independientemente del tiempo y del espacio. Estados que alcanzaron su independencia formal continuaron sufriendo relaciones jerárquicas respecto a las antiguas metrópolis. Es así que podría llegar a considerarse análogamente, bajo la categoría de viaje colonial, a aquel desplazamiento de carácter temporal que se realice desde un estado metrópoli hacia otro estado considerado periférico. De este modo, ingresarían aquí los flujos de turismo internacional que se dirigen desde el primer mundo hacia el tercer mundo.
En el presente trabajo se analiza particularmente el viaje colonial que se desarrolla desde mediados del siglo XIX (Francia ocupó Argelia en 1830 y acabó por vencer a la resistencia argelina en 1845) hasta inicios de la década del ’60 del siglo XX, entre el África del Norte francesa y el estado francés. El objetivo final del trabajo es observar el modo como la situación colonial genera imágenes de tipo ideal en las mentes de las sociedades, tanto respecto del colonizador teniendo a la metrópoli como destino, como del ciudadano de la metrópoli que decide trasladarse hacia el sitio colonial. Y como entre esta representación ideal del destino y la situación objetiva real existía una brecha enorme. Y, finalmente, realizar un análisis comparativo en lo que sucede durante la era turística respecto a la imagen y las relaciones entre los antiguos estados coloniales y su metrópoli.
Los inicios del aparato colonial de Francia dentro de África del Norte se originan durante el siglo XIX, tomándose como referencia el inicio de la colonización de Argelia en 1830. Los colonizadores se apropiaron entonces de las mejores tierras, pero fundamentalmente se encargaron de destruir la conciencia de una identidad propia entre la población. Fue 1881 el año durante el cual Francia declara a Argelia parte de la metrópoli francesa. Concretamente, Memmi escribe para graficar la naturaleza de las relaciones existentes dentro de la colonia que “la relación colonizador-colonizado, de pueblo a pueblo, en el seno de las naciones, puede recordar, en efecto, la relación burguesía-proletariado en el seno de una nación”. La identidad argelina acabó por crearse recién durante la guerra colonial librada tras la segunda guerra mundial. Por su parte, Túnez, lugar de origen de Memmi, también fue colonizado en el siglo XIX y alcanzó su independencia durante la segunda posguerra. Aunque jurídicamente las condiciones de dominación hayan sido distintas, ambos estados comparten un pasado común colonial, por lo que se los analiza aquí indistintamente en lo relacionado al viaje.
Hablando concretamente del sistema colonial, que tiene su origen en el imperialismo del siglo XIX, “la desproporción en los “tempos” y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad no solamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa interdependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferente”. Precisamente, la explotación de las naciones sirvió como complemento –y acabó por potenciar- a la explotación de las clases.
El sistema colonial engendra dentro de la colonia, básicamente, dos tipos de individuos: el colonizador y el colonizado. El colonizador es aquel individuo que en condiciones ventajosas ejerce un dominio real y concreto sobre el colonizado. El dominio ejercido por el colonizador, beneficiario directo de la situación colonial, radica en las dimensiones legales, políticas, culturales y económicas. Son precisamente de este último tipo las que han dado origen y han fomentado el desarrollo de la empresa y de la situación colonial, dado que es económica la razón predominante en toda relación opresiva. Por su parte, el colonizado es un individuo inferior en cuanto a derechos, utilizado en provecho de la empresa colonial y del colonizador.
La situación colonial obviamente da vida a varios tipos de viajes, de los cuales forman parte grupos sociales diferentes, metropolitanos o coloniales. Los viajes que se analizan aquí son aquellos circulares, de carácter voluntario y cuya motivación individual se incluye dentro de los viajes de tipo turístico. Los dos tipos fundamentales que se analizan son:
o El viaje del colonizador, desde la colonia hacia la metrópoli;
o El viaje del ciudadano de la metrópoli hacia la colonia.
El trabajo aborda el análisis de los viajes históricos que se llevaron a cabo en las situaciones de dominación colonial desde una perspectiva histórica, situándose teóricamente dentro de los estudios sobre la naturaleza de los fenómenos históricos. Se recurre a hechos históricos para analizarlos y aplicarlos en una propuesta perteneciente al campo de confluencia entre turismología e historia. Se analiza, por un lado, la representación que se produce en la mente del individuo respecto al destino como algo deliberadamente creado para justificar una situación de dominación económica. Y, por otro, cuál es el efecto producido en el individuo –y dentro de su núcleo social- tras la contrastación de la imagen ideal con la experiencia particular. “Sobre las diversas formas de propiedad y sobre las condiciones sociales de existencia, se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos, plasmados de un modo peculiar”. Así, pueden encontrarse aplicados al destino del viaje manifestaciones de esta superestructura que menciona Marx, y lo interesante es observar y analizarlas desde la teoría del turismo. El análisis buscado parte de la contextualización de lo general para ir desgranando cada cuestión importante en particular, en este caso, referido al viaje colonial y a la imagen del destino, vinculando luego las representaciones durante la situación colonial con aquellas producidas tras la independencia formal de la colonia.
Se trabaja en las interrelaciones entre viaje, sistema colonial y fenómeno turístico. No se analizan específicamente ni la opresión del colonizador, ni las motivaciones de la empresa colonial, ni la situación del colonizado. Tampoco, se analizan los cambios históricos dentro de las formas de comercialización del viaje turístico (turismo alternativo , sustentable) relacionadas con la imagen en las sociedades, ni consideraciones sobre el comportamiento particular de algún tipo de turista. Se pretende no caer en el simplismo de considerar los impactos del turismo como positivos o negativos, lo cual surge de considerar únicamente al turismo como fuerza exógena -pues no es éste el espíritu del trabajo-, ni tampoco olvidar la consideración de que el turismo es únicamente uno más de los flujos globales que tienen influencia para afectar las actitudes y valores de las personas en una sociedad dada. El alcance histórico del viaje colonial aquí considerado, acaba tras la independencia formal de los estados coloniales, ejemplificados fundamentalmente en Argelia y Túnez. Precisamente, la independencia en estos dos países ocurrió de manera distinta y, una vez lograda ésta, también fue distinto el modo de organización estatal. En ambos casos la descolonización no estuvo exenta de contradicciones y de nuevas luchas internas. Túnez se mantuvo naturalmente vinculado a Francia mediante convenios especiales, lo cual se convirtió en el principio de la política tunecina. Argelia también, aunque dentro de su política intentó vincular al nacionalismo, al islamismo y al socialismo.
Finalmente, puede afirmarse, reinterpretando a Braudel , que el análisis turismológico-histórico no deja de ser una historia total del mundo, pero vista desde un cierto observatorio, el de la turismología. La metodología de análisis de los hechos históricos se realiza, por lo tanto, mediante una interpretación de la historia desde la teoría turismológica.
EL CARÁCTER DEL VIAJE COLONIAL EN RELACIÓN AL TURISMO
El punto de inicio fundamental es analizar si los viajes coloniales pueden englobarse dentro de los viajes considerados turísticos. Para ver el carácter turístico o no turístico del viaje, en relación a una determinada sociedad histórica como la que se analiza, se deben observar variados aspectos.
En primer lugar, debe decirse que básicamente se identifica el viaje circular (viaje de ida y vuelta) como el elemento fundamental para examinar la naturaleza turística o no de un desplazamiento, independientemente de las motivaciones.
No obstante, aquí podrían incluirse viajes cuya naturaleza no reviste el carácter de turística, como los viajes comerciales, los diplomáticos, determinados viajes religiosos, etc. El carácter turístico del viaje se encuentra determinado por la demanda, por lo tanto, el viaje turístico es un tipo particular de viaje circular.
El viaje turístico y los flujos turísticos no surgen aislados del contexto general de desplazamientos voluntarios y temporales, por lo que deben mostrarse en relación con una serie de elementos que permiten y facilitan la realización -o no- de aquellos. Pueden mencionarse aquí elementos de carácter socio-político, económicos, comunicacionales, psicológicos y, sobre todo, facilitadores del turismo: los servicios de hospitalidad, entendidos éstos como aquellos que permiten la estancia temporal del forastero en un determinado destino. Mostrando, además, aquellos elementos que incentivan la realización del viaje.
Sin embargo, no es así que se analiza la existencia de ese fenómeno social que denominamos turismo. La existencia de turismo no puede constatarse a partir de la existencia de viajeros que ingresen dentro de la categoría de turista únicamente. Es decir que el turismo no se prueba a partir de la existencia del turista, dado que se trata de un fenómeno social que no se prueba a partir de la existencia de lo individual. El turismo, considerado como fenómeno social de carácter masivo y transformador del ambiente, la sociedad y la economía, necesita de la existencia de flujos turísticos. Es a partir del concepto de turismo, y de la constatación de su existencia en determinada sociedad, que debe analizarse el carácter turístico del viajero. Cabe aclarar que turismo y turista son conceptos inseparables, dado que sin la existencia de uno no existiría el otro. Pero es el concepto general (turismo) el que permite comprender si los viajes son turísticos o no-turísticos, en determinada sociedad histórica.
Tras lo mencionado, se pasará al análisis concreto de los viajes coloniales desde la turismología. En primer lugar, debe marcarse que existieron viajes circulares entre colonia y metrópoli. El viaje turístico se diferencia de otros tipos de viajes circulares a partir de las motivaciones de la demanda. Es así que si se realiza un análisis en este sentido, pueden encontrarse claramente motivaciones de tipo turístico en la realización de viajes coloniales. Las vacaciones de las clases dirigentes de la colonia eran causa de viajes hacia la metrópoli para un reencuentro con la patria. Del mismo modo, había viajeros que individualmente decidían realizar viajes hacia la colonia con motivaciones que, a priori, podrían ser incluidas dentro de éstas características.
Tras observar si el tipo de viajero que se está examinando puede ingresar dentro de la categoría de turista, es que se pueden analizar la masividad y la representatividad social del viaje. Sin embargo, la existencia de viajeros con características de tipo turísticas no presupone por sí misma la existencia de turismo. El turismo, como fenómeno social, nace en Europa Occidental en el transcurso del siglo XIX como consecuencia de la doble revolución francesa e industrial; se manifiesta no en todas las sociedades históricas, sino en este tipo particular de sociedad burguesa-industrial. Es así que no se registra en las colonias, ni entre las colonias y la metrópoli.
Por lo tanto, no debe confundirse al turismo con sus antecedentes formales. La ley de desarrollo desigual marxista puede ser forzada para intentar una explicación del desarrollo del turismo, observándose que a lo largo de la historia las sociedades, respecto a este fenómeno social, han tenido desarrollos que difieren tanto temporalmente como en las etapas en que se han llevado a cabo. Hay sociedades que han saltado etapas que otras han experimentado; mientras que algunas han permanecido más tiempo que otras en alguna determinada. Debe decirse que el turismo en las sociedades de tipo colonial se manifiesta tardíamente, ya entrado el siglo XX –tras la segunda posguerra-, y no desde el siglo XIX como pueden sí observarse en determinados estados europeos.
EL VIAJE HACIA LA COLONIA
El primer viaje que se analiza es el que lleva a cabo el ciudadano residente en la metrópoli que se traslada hacia la colonia. La colonia es el destino del viaje, de aquel tipo de migración temporal que representa el viaje circular. Y así como el viaje se lleva a cabo hacia un lugar real, se lo lleva a cabo pensando en una representación mental del destino. Es decir, se busca el destino ideal viajando hacia el destino real.
El ciudadano medio de la metrópoli, influido por una visión etnocentrista de la realidad, básicamente veía en la colonia un lugar pintoresco habitado por salvajes –los nativos- y por nobles aventureros –los colonizadores-. La visión era, básicamente, la de “un país, pues, a propósito para emigrantes desesperados o colonos, pero de ningún modo un país del cual pudiera esperarse un aliciente intelectual”. Por lo tanto, podría decirse que la imagen de la colonia se encontraba estrechamente ligada a la aventura y al exotismo. Pero dicha representación mental no surge como algo desinteresado. La imagen se generó deliberadamente para justificar la razón económica del sistema colonial bajo el ropaje de la misión cultural. Marx observaba que “así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas, hay que distinguir todavía más entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que, en realidad, son”; en este caso en particular, debe agregarse que del mismo modo, hay que distinguir entre el significado aparente de una creación y el fin real que ésta persigue. Es así como el propio colonizador era representado como “un noble aventurero, un pionero” ; mientras que el colonizado era un salvaje. Rosseau en el siglo XVIII –un siglo antes del inicio de la dominación francesa violenta sobre el norte de África- mencionaba que “tal es, todavía hoy, el grado de previsión del Caribe: vende por la mañana su lecho de algodón y por la noche viene a llorar para comprarlo de nuevo, por no haber previsto que lo necesitaría para la noche siguiente”. Rosseau no hace más que graficar la imagen que se tuvo del colonizado durante los años del sistema colonial. Imagen a partir de la cual pasará a justificarse el hecho de que el colonizador tenía una misión cultural y moral para con aquellas comunidades. Sin embargo, cabe mencionar, que Rosseau enfoca su descripción desde la perspectiva del buen salvaje, y dicha perspectiva cambia con el transcurso del tiempo: el colonizado ya no es salvaje y bueno como lo era según Rosseau, sino que pasa a ser, según Memmi, “como un cobarde que teme sufrir y como un bruto al que no detienen ninguna de las inhibiciones de la civilización”. Por lo tanto, la imagen que puede tenerse de esta sociedad, por parte de los metropolitanos, no es sino la de un pueblo atrasado, con tradiciones extrañas y en un medio geográfico perjudicial, a quién el colonizador intenta inculcarle los valores de la civilización; pero a su vez un lugar para visitar y ver en su propio medio a la cultura de aquellos salvajes.
El escenario en el que se llevaba a cabo la estadía temporal del viajero que provenía de la metrópoli no había experimentado un alto grado de desarrollo para dicha residencia. No se acostumbraba, dentro de la colonia, a trabajar demasiado en aspectos urbanísticos y arquitectónicos, transformándose de este modo la ciudad en un lugar, relativamente, sin grandes atractivos a los ojos del colonizador. La causa de esto se la encuentra en el racismo y en la situación propia que engendra cada situación colonial, y que hace que el colonizador rechace abiertamente el medio en el que se desarrolla, no concediendo ningún mérito, tampoco, a la ciudad colonial. Así, “el colonialista no hace coincidir su porvenir con el de la colonia, no está aquí sino de paso, no invierte sino en lo que reditúa a plazo fijo”. Sin embargo, cabe mencionar que el colonizador organizó parte de la ciudad colonial en base a una importación de las costumbres de la metrópoli; por lo tanto, acabaron por existir dos ciudades: una propia del colonizador, europea; y otra característica del colonizado, nativa. Para el colonizador, como se verá más adelante, el ideal estaba en la metrópoli, “como si la metrópoli fuera un componente esencial del superyó colectivo de los colonizadores, sus características objetivas devienen cualidades cuasi-éticas”.
Es así que a la llegada del viajero metropolitano a la colonia se manifiesta una diferencia importante entre aquella representación mental de la colonia y la realidad objetiva. De hecho, se observa una brecha importante entre la situación ideal y la situación real. Es importante remarcar aquí el tema de la construcción de la imagen ligada al destino, es decir, de la creación de una representación ideal de la colonia para los ciudadanos de la metrópoli. La construcción de dicha representación mental de la colonia era una política prioritaria para lograr mantener, en la opinión pública, un concepto positivo del colonialismo, generando artificialmente un escenario mental que permitía justificar el esquema de dominación, y que podía condecirse –o no- con aquello que sucedía en la realidad. Y en la construcción de la imagen de destino, ingresaba obviamente la imagen que el colonizador construyó del colonizado “(…) impuesta por sus exigencias, generalizada en la colonia y a menudo en el mundo gracias a sus periódicos, a su literatura, termina de repercutir en cierto modo sobre la conducta del colonizado y, en consecuencia, sobre su fisonomía definitiva”.
Zweig narra una experiencia que le sucedió en su viaje hacia Brasil durante los años ’30 del siglo XX, que si bien no era un país colonial, sí presentaba similitudes con ellos desde el punto de vista de la imagen del mismo, que se encontraba presente en amplias capas de las sociedades industrializadas: “Tenía yo la presuntuosa idea media del europeo o del norteamericano respecto al Brasil (…): cualquiera de las repúblicas sudamericanas, que no se distinguen claramente una de otra, con un clima cálido y malsano, (…) y solo medianamente civilizada en las ciudades costeras, pero de muy hermoso paisaje (…)”. La imagen de Zweig puede claramente trasladarse a la imagen de cualquier lugar económico periférico, independientemente de las situaciones de opresión en la que se encuentre. Memmi utiliza el término pintoresco para referirse a la visión que tenía el europeo de la cultura nativa, y considera que éste puede interesarse solamente como turista por estas culturas: “[Por la cultura nativa] Uno puede interesarse como turista, puede apasionarlo por un tiempo, pero termina por fatigarse, por defenderse de ello”.
Fueron las propias contradicciones del sistema colonial las que contribuyeron a la destrucción del mismo y a un cambio en la opinión pública en la metrópoli, que acabó por derivar en la liquidación de la dominación colonial de hecho cuando los beneficios económicos ya no fueron los esperados. Así, la identificación de la colonia como destino de viaje con los conceptos de aventura y exotismo eran coincidentes con el objeto de dominación del aparato colonial puesto en práctica. Es este el argumento particular desarrollado por Francia durante el siglo XIX en su relación con algunos países del norte de África. Aquel lugar ideal, que no guardaba relación con la realidad, no era sino un medio más premeditadamente creado para intentar camuflar la finalidad plenamente económica de la dominación.
EL VIAJE DESDE LA COLONIA
El medio geográfico en el que desarrollaba su vida el colonizador –es decir, el europeo- era precisamente la colonia. Allí residía permanentemente, trabajaba y formaba su propio núcleo social, en donde recogía los frutos de su situación objetivamente privilegiada en comparación con la del colonizado, porque “si su nivel de vida es alto, es porque el del colonizado es bajo”. Aquí no se discute el hecho de si el individuo rechaza o acepta su condición de privilegio . Objetivamente se trataba de un grupo privilegiado dentro de la sociedad, pues aunque algún miembro rechace su situación, al vivir en la colonia participa y goza de los privilegios que denuncia. En referencia a esta situación de privilegio, vinculada a la posibilidad de realizar viajes, Memmi se pregunta sobre el colonizador que rechaza su situación si: “¿No se beneficia acaso de las mismas facilidades para viajar?”. El colonizador permanecía con la mirada fija en aquel lugar del que se sentía parte, y que no era precisamente la colonia. De hecho, el colonizador se sentía parte de la metrópoli. Según observa Memmi, habitualmente, el colonialista pasaba sus vacaciones en la metrópoli; pues era de allí que se sentía parte y hacia allí buscaba regresar anualmente. Sin embargo, al transformarse en un residente de la colonia, su viaje de vuelta a la metrópoli no es un viaje de únicamente de regreso; sino que, por el contrario, el regreso a la nación de origen es ahora un viaje de ida y vuelta, circular, pues la ida hacia la metrópoli implica regresar a la colonia, su lugar de residencia habitual.
La nación de origen existía en la mente del colonizador de modo idealizado, análogamente a la imagen idealizada que tenía el residente de la metrópoli de la colonia. La idealización de la metrópoli no tuvo su gestación como un hecho meramente inocente y romántico, producto de la expatriación, o al menos no sucedió así en su totalidad. En realidad, su nacimiento tenía causas profundamente económico-políticas: era el medio a partir del cual se justificaba el colonialismo. Precisamente, la creación de la imagen ideal se encaminaba al “aumento de prestigio de la sociedad en cuestión [la metrópoli], ante sí misma o ante las deidades, y lleva a la incorporación más o menos violenta de otros grupos humanos”. A través de la idealización se mostraba al colonizado que la razón por la que estaba en esa situación, radicaba en la superioridad de la sociedad y la cultura del colonizador. Es de aquel lugar ideal, cargado de grandeza, de donde provenía el colonialista; mientras que la imagen que tenía el colonizador del país del colonizado era la de un lugar muy inferior en todos los aspectos, ya sean geográficos o urbanísticos. Casi podría decirse que el colonialista despreciaba a su propia ciudad de residencia, al no concederle ningún mérito, mientras exaltaba la ciudad metropolitana, es decir, la ciudad de destino. Como consecuencia, era lógico que la imagen generada por el colonizador de la metrópoli sirviese marcadamente a los fines de la dominación. Con esa imagen en particular, se lograba el fin de exaltar al colonialista.
Si se hace referencia a las motivaciones concretas que llevaban al colonizador a utilizar sus vacaciones como un medio de vuelta a la metrópoli, debe mencionarse que la causa principal es más profunda que lo que aparentaba. En un primer momento, podría decirse que la motivación fundamental radicaba en el reencuentro con el propio origen, en el redescubrimiento de la propia cultura, en la reunión con las viejas amistades. La nostalgia por la patria, provocada por la expatriación, se subsanaba con el regreso. Sin embargo, el verdadero motivo no se encontraba en dichas razones de carácter romántico, sino en otras vinculadas íntimamente a cuestiones económicas y de pertenencia a una clase social. El objetivo principal que perseguía el colonizador, y que buscaba alcanzar con el viaje como medio, era tanto observar la situación política y económica en que se encontraba la metrópoli como la búsqueda de reconocimiento social. La búsqueda del reconocimiento social tan anhelada de parte de los interlocutores de la metrópoli, en el propio territorio de la nación, era el fin principal de este viaje. Dado que los contactos culturales son un producto colateral de otros procesos sociales, en este caso, el viaje permitía al colonialista demostrar su superioridad sobre el colonizado, tanto frente a éste último como frente a otros grupos sociales. Aunque también el viaje le permitió al colonialista poder ampliar su conocimiento sobre sí mismo y comprender los cambios políticos que iban sucediendo dentro de la metrópoli, especialmente, tras la segunda guerra mundial.
Es interesante observar las expectativas del viaje en cuanto al destino en sí, de donde se deriva el grado de satisfacción alcanzado respecto de las necesidades que llevaron al colonialista a la realización del viaje. La imagen que tenia el colonialista de su país de origen se encontraba, como se ha mencionado, netamente idealizada. No debe soslayarse el hecho de que este destino había sido, en algún momento, un punto de partida, el punto desde el cual se había llegado a la colonia, y que podía ser tanto individual como familiar pues también viajaban hacia la metrópoli nacidos en la colonia de origen europeo. “La metrópoli no reúne así sino positividades, el clima correcto y la armonía de los paisajes, la disciplina social y una exquisita libertad, la belleza, la moral y la lógica”. Las expectativas que se encuentran puestas en este destino son, por lo tanto, altamente significativas. Ahora bien, al momento del desplazamiento físico, cuando aquella percepción psicológica del propio lugar de origen se enfrentaba a la realidad objetiva del ahora destino, aparecían entonces las contradicciones entre el grupo colonizador y los residentes de la metrópoli. Es válido mencionar que sin haber sido forastero en su nación de origen, jamás el colonizador hubiera podido confrontar su visión ideal con la visión real. Aquello que se había idealizado, que se consideraba como el lugar ideal a alcanzar, se encontró puesto a prueba personalmente por el colonizador como viajero. Aquellas expectativas sin duda conspiraron contra el grado de satisfacción alcanzado por el individuo durante el viaje, pues la realidad con la que se encontraba distaba de ser aquella realidad imaginada. La evaluación realizada por el colonizador durante su visita era de carácter holístico, es decir que desde la propia vivencia individual, desde la propia cosmovisión, se buscaba el análisis de toda la realidad social.
Y, precisamente, este tipo de análisis realizado a partir de la propia vivencia tenía sus consecuencias. El colonialista ya formaba parte de otra sociedad marcadamente distinta a aquella metrópoli que había conocido, y que para entonces ya había evolucionado en otro sentido histórico. El contacto cultural que se establecía ahora entre colonia y metrópoli, a partir del viaje del colonialista, se encontraba cargado de sorpresa y desconocimiento. Fue la visión del colonialista acerca de la metrópoli la que se encontró anclada en el tiempo, en aquel estado de idealización que ya ha sido mencionado. La realización del viaje y la visita de la metrópoli, le permitieron al colonizador observar en persona los cambios sociopolíticos que se iban gestando conforme al paso del tiempo, particularmente a partir de que comienza a darse, tras la segunda posguerra mundial, el proceso de descolonización (puede tomarse, como fecha representativa de inicio de este proceso, la independencia de India en 1947). Ya no era visto por la sociedad de la metrópoli como un aventurero que llevaba a cabo una noble tarea. Ahora, el colonizador era visto como un oportunista que obtenía rendimiento a partir del sometimiento de los nativos, aunque se lo trataba, sin embargo, con miramientos: “(…) en cada viaje [a la metrópoli] se ve rodeado de una desconfianza entre envidiosa y condescendiente (…). Pero se sugiere que se trata de un habilidoso que ha sabido sacar partido de una situación particular, cuyos recursos serían, en resumen, de una discutible moralidad”. A partir de esta nueva imagen que se tenía de él, contraria al reconocimiento social buscado, la vivencia del viaje derivó en una experiencia negativa, provocando el desencanto del colonialista respecto a la metrópoli. Es así que regresaba desencantado de su viaje anual, “perturbado, descontento de sí mismo y furioso contra el metropolitano”. El colonizador “navega entre una sociedad lejana que quiere suya pero que se torna en alguna medida mítica, y una sociedad presente, a la que rechaza y mantiene de tal modo en la abstracción”. Y es así que su visión política se fue corriendo cada vez más hacia el fascismo, alentando las represiones dentro del territorio colonial ya durante las luchas de liberación.
Respecto a los nacidos en la colonia, pero descendientes de europeos, el viaje a la metrópoli produjo que, en algunos casos, se originara una emigración en búsqueda de nuevas oportunidades hacia el continente europeo. Algunos consideraron que la vida en la colonia coartaba sus propias posibilidades, pues el éxito se obtenía a partir de las ventajas del origen europeo, y es por ello que hubo quiénes prefirieron continuar sus carreras en otras tierras. La imagen de la metrópoli del colonizador nacido en la colonia también se encontraba altamente idealizada, del mismo modo que la del resto de su grupo social. “(…) incluso para los colonizadores nacidos en la colonia, es decir, amoldados carnalmente, adaptados al sol, al calor, a la tierra seca, el paisaje de referencia sigue siendo brumoso, húmedo y verde”. El viaje desde la colonia a la metrópoli fue lo que les permitió realizar este otro tipo de viaje, aunque de naturaleza marcadamente distinta. Pues mientras que los que se han tratado aquí han sido viajes de ida y vuelta o circulares, que podrían considerarse desde el punto de vista formal como turísticos, los recién mencionados se tratan lisa y llanamente de un cambio de residencia.
LA IMAGEN EN EL VIAJE COLONIAL: CONSIDERACIONES SOBRE EL TURISMO
En el viaje colonial, considerándolo tanto desde la perspectiva del colonizador que realizaba un viaje circular hacia la metrópoli, como del residente metropolitano que se trasladaba temporariamente a la colonia, existía una representación mental del destino, una imagen ideal. Ésta es la primera similitud que se observa entre ambos tipos de viajeros.
La imagen ideal del destino en ambos es producto de una creación deliberada, que actúa como medio para mantener el esquema de dominación económica presente en el sistema colonial. Y ambos tipos de viajeros, durante la estancia en el destino, contrastaron aquella imagen ideal con la realidad objetiva inmediata. Y dado que la realidad se encontraba intencionadamente distorsionada, el grado de adecuación de la realidad a la imagen ideal era pobre. Ésta es la segunda semejanza que se manifiesta en ambos.
Tras la crisis del sistema colonial y las independencias nacionales de los estados, continuaron existiendo imágenes ideales de la sociedad metropolitana respecto a la colonial, considerándola como destino; del mismo modo, que en la antigua colonia sucedía un hecho similar con la metrópoli. De esta manera, tanto en la mente de los miembros de los nuevos estados independientes, como en la de los integrantes de las antiguas metrópolis coloniales, se encontraban imágenes de la otredad, independientemente de si éstas se encontrasen ajustadas -o no- a la realidad. Y así puede observarse que, del mismo modo que sucedía durante la opresión del aparato colonial, entre las sociedades continuaron existiendo vínculos de interdependencia.
La aparición del turismo dentro del esquema de las relaciones entre sociedades tuvo consecuencias respecto a la representación mental del otro: dentro de la sociedad con menor grado de desarrollo económico comenzó a buscarse que se acortara la brecha entre el ideal y la realidad inmediata, con el fin de satisfacer las necesidades y expectativas de los miembros de la sociedad dominante que emprendiesen el viaje hacia allí. Se crea por entonces un modelo turístico en el que las relaciones teóricas entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado se encuentran forzada e interesadamente desprovistas de contradicciones, en un sistema de intereses complementarios, en donde a la demanda se la identifica con los países desarrollados –la metrópoli- y a la oferta con los países subdesarrollados –la colonia-.
Este modelo acabó por ser un medio por el cual la política turística de un país se centra en la satisfacción primaria de las necesidades y expectativas de la demanda para la toma de decisiones nacionales; es decir que los planes de desarrollo de estas sociedades se encontraron condicionados por la demanda de ocio de las poblaciones más ricas. Los países desarrollados continúan sosteniendo una relación desigual con los países subdesarrollados, basada precisamente en la dominación imperial y el ejercicio de autoridad sobre los vínculos comerciales.
De este modo, se producen cambios dentro del patrimonio de las sociedades huéspedes, “nace un nuevo tipo de activaciones patrimoniales cuya motivación no es ya de carácter identitario, sino abiertamente turístico y comercial, para lo cual, los referentes activados y los significados conferidos no responden ya a los diversos nosotros del nosotros que pueden representar las distintas versiones ideológicas de la identidad, sino al (sin los) nosotros de los otros, es decir, a la imagen externa, y a menudo estereotipada que se tiene de nuestra identidad (de los protagonistas) desde los centros emisores del turismo”. . Es así que, finalmente, el escenario se transforma en la búsqueda de que el turismo provoque consecuencias positivas en la dimensión económico-social, producto de la obtención de un grado de satisfacción mayor del turista; la que es lograda a partir de la adecuación del atractivo o atractivos –que generaron en él una determinada propensión al viaje- hacia la imagen ideal de la demanda. Un ejemplo de éste tipo de planes, lo representó el Masterplan touristique du Maroc (1975), firmado conjuntamente por Marruecos y la Alemania Federal. Fundamentalmente, esta postura formó parte de los años inmediatos tras la descolonización, pues los países creyeron ver en el turismo la salvación de sus problemas económicos.
Así, la Economist Intelligence Unit Ltd –a pedido de la UIOOT/OMT- presentó en 1975 un informe titulado Las repercusiones del turismo internacional en el desarrollo económico de los países en vías de desarrollo. Precisamente allí se analiza y describe la noción de dependencia de los países receptores en relación con los países emisores, pero fundamentalmente se precisa que no es posible indicar de modo preciso en qué medida el turismo internacional contribuye en la balanza de pagos de los países subdesarrollados. “Hubo que esperar más de 20 años para que los organismos internacionales y ciertos ministerios de Turismo (principalmente en los países en vías de desarrollo) percibieran que el turismo internacional está lejos de ser la panacea universal (…). Antes de examinar la clave de la distribución de estos aparentes beneficios entre los diferentes socios involucrados habría que saber si efectivamente hay beneficios, cuándo los hay y cuál es el monto de dichos beneficios”. La imagen del residente del centro emisivo de turistas –antigua metrópoli- de la antigua colonia no ha variado, independientemente de la obtención formal de la independencia: continúa siendo un lugar exótico, de aventura, con una masa nativa atrasada económica y culturalmente.
Las relaciones de dependencia turística, que generaron cambios en el escenario turístico a partir fundamentalmente de una escenificación patrimonial, con el fin último de la satisfacción del turista internacional, no acabaron por generar los beneficios esperados y, menos aún, la distribución equitativa de los ingresos pretendida.
CONCLUSIÓN
Las imágenes de ambos viajeros coloniales con respecto al destino presentan claras similitudes en cuanto a la idealización del escenario. Ambos tipos de viajeros buscan en un lugar real, tangible, aquello que en realidad es una construcción mental generada a partir de una influencia deliberada, concebida para la justificación de una situación y de un privilegio: el sistema y el privilegio colonial. La creación de representaciones mentales del otro, tanto en los ciudadanos de la metrópoli como de los colonizadores, respondía a causas económicas –fundamentalmente de este tipo- y sociales propias del sistema colonial. Es así que la distancia entre la representación mental del otro y la realidad objetiva era enorme, siendo esto algo lógico, pues la imagen se encontraba construida deliberadamente para la justificación del imperialismo y, concretamente, del sistema colonial. Algo similar sucede con los modernos viajes turísticos internacionales, cuya aparición marca precisamente el advenimiento de un esquema turístico que presenta cuestiones de tipo colonial, a pesar de la independencia formal adquirida por la colonia. Es así que tiene su aparición el privilegio turístico.
La independencia de las colonias no significó la liquidación completa de la situación económica colonial, que resultaba producto del imperialismo; del mismo modo que tampoco acabó con la creación de imágenes distorsionadas de los lugares de destino de los viajeros, pues continuaron existiendo tanto representaciones ideales del otro como situaciones de contactos reales, hechos que se producen en toda relación turística. Se observa, en el período inmediato a las independencias nacionales del norte de África, una situación de interdependencia turística que es similar a la que se daba económicamente por medio del aparato colonial.
Persiste dentro de los grandes centros emisores de turistas la creación de una imagen de los países subdesarrollados como destino, que no es distinta a aquella que se generaba durante la época colonial. La diferencia es que tras la independencia se observa dentro de las antiguas colonias una búsqueda de adaptar la realidad a aquellas imágenes que el mundo desarrollado tienen sobre ellos como destino, para así de este modo lograr satisfacer las necesidades y expectativas de los turistas, y, finalmente, encontrar un modelo de desarrollo turístico que permita, precisamente, el desarrollo económico. Hecho que no se encuentra exento de contradicciones y cuyos resultados, incluso todavía hoy, no han cubierto las expectativas generadas
Pero independientemente del hecho geopolítico, la creación de representaciones del otro que se encuentran distorsionadas con respecto a la realidad, es un común denominador del fenómeno turístico. Así, las sociedades subdesarrolladas acabaron por realizar sus productos turísticos adaptados a la imagen predominante de la propia sociedad existente dentro de las sociedades desarrolladas, escenificándose el patrimonio según los requisitos de la demanda.
Finalmente, la imagen ideal del otro, perteneciente a la demanda potencial metropolitana en el esquema del turismo internacional, no es más que una extensión de aquella representación colonial. Pero hay una diferencia fundamental que se da en la sociedad receptora, comparando lo que sucedía durante la antigua colonia y tras la independencia, es una búsqueda que no se produjo dentro del sistema colonial, y que sí se produjo en el esquema turístico internacional tras la independencia. Ni más ni menos que la adecuación de la oferta de los países receptores-subdesarrollados a la imagen ideal de la demanda de los países emisores-desarrollados.
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