Jesús Armando Martínez Gómez (CV)
RESUMEN: En el trabajo se analiza en síntesis la evolución del pensamiento
axiológico a partir de la antigüedad clásica, para desde él definir sus dos
conceptos más importantes: valor y valoración, deslindando su contenido en sí de
una de su manifestación específica en los valores morales, y significando el
aporte dado por exponentes fundamentales de este pensamiento con el objeto de
ayudar a interpretarlos y contribuir a su definición, para facilitar su
comprensión mediante el esclarecimiento de sus significados, que son los que en
última instancia dan las claves para poder desentrañar el universo simbólico que
en ellos se funda.
PALABRAS CLAVES: Axiología, valores, estimación, valoración.
jesusamg@fcm.ssp.sld.cu
El análisis filosófico de los valores es vital para poder tomar conciencia de la llamada “crisis de los valores” y de los incontables problemas que acompañan a las decisiones humanas en condiciones límites en las que no todo lo que se puede hacer se debe hacer. A pesar de los innumerables logros de la razón y del humanismo, la mayoría de las sociedades se siguen plegando al poder y no al deber, y esto es altamente preocupante. Por ello incursionaremos brevemente en la axiología para, desde ella, poder iluminar el horizonte de nuestras valoraciones.
La palabra axiología (del griego axia-valor, y logos-estudio) es de origen reciente, pues su introducción se produce a principios del siglo XX . No obstante, ya los antiguos griegos dedicaban una parte de la reflexión filosófica a los llamados problemas de valor, tratándolos dentro de la llamada “filosofía práctica” o “conciencia práctica”. Ellos, como casi siempre ocurre, comenzaron por constatar intuitivamente la existencia de los valores, y sólo después se ocuparon de su análisis filosófico. En la vida real el hombre aprende primero a estimar y a desestimar, a evaluar y a devaluar, en fin, a valorar, antes de tomar conciencia plena de qué es en sí el valor o determinado tipo de valor, e indagar acerca del camino de su conocimiento o aprehensión espiritual y exposición teórica. De la misma manera procedieron los griegos, con la especificidad de que la moral fue el objeto por excelencia de sus meditaciones axiológicas.
En la incipiente sociedad esclavista griega, el poder estaba en manos de la aristocracia. Era una sociedad basada sobre todo en la agricultura y la ganadería, y en una esclavitud más bien patriarcal en la que comenzaban a gestarse los primeros oficios. Por tanto, estamos en presencia de una economía natural en la que los aristoi –literalmente “mejor gente”- fomentaban valores exclusivistas que se concretizaban en el concepto de areté. Para los antiguos griegos, la areté significó excelencia o virtud humana superior, propia de los aristoi o nobles, y no de cualquier otro ciudadano ; y la consideraban integrada por: el plutos (éxito material), el olbo (riqueza y felicidad), la euthymia (paz y serenidad del espíritu), el kalón (la hermosura física y moral), el cleos (la gloria), y la doxa (opinión pública favorable) . Pero los valores que encarnaba la Areté no se podían adquirir a través de la observación de determinada conducta. La Areté era algo exclusivo del Aristócrata, y éste lo era por herencia. Quiere esto decir, que la Areté era tan hereditaria como la condición nobiliaria. Por tanto, era algo que no se ganaba ni se obtenía mediante la práctica de un catálogo de virtudes; se recibía por herencia y esa herencia estaba vinculada a la condición nobiliaria que encarnaban los propietarios terratenientes esclavistas.
Pero este estado de cosas comenzó a cambiar una vez que una nueva clase esclavista, la de los comerciantes, empezó a regir la vida económica y política. El comercio es una actividad que sólo puede tener lugar cuando hay ciertos mínimos de igualdad y de libertad entre las partes, y en las condiciones descritas esto era muy poco posible o probable; por eso se impuso el cambio del orden de cosas, y las monarquías esclavistas comenzaron a ser sustituidas, no sin incansables luchas, por formas de gobierno democráticas. Desde entonces los asuntos públicos empezaron a resolverse en asambleas populares, y el ágora devino recinto por excelencia para tomar las grandes decisiones. En semejante forma de organización social, el discurso y la conducta de los oradores llegaron a ser en muchas ocasiones prácticamente determinantes a la hora de decidir un litigio.
Las anteriores transformaciones condicionaron que la filosofía griega cambiara el objeto de reflexión, que anteriormente era la naturaleza, por el hombre y su vida en la polis. En este contexto el tema de las virtudes o valores morales y políticos devino fundamental. Ya en los Sofistas (siglo V a.n.e) y en Sócrates (470-399 a.n.e) encontramos valoraciones interesantes en materia axiológica, y Platón (428-347 a.n.e) en sus Diálogos nos muestra amenas reflexiones de gran trascendencia estimativa. La Ética Nicomáquea de Aristóteles (384-322 a.n.e.) es tal vez la obra axiológica de mayor envergadura del mundo antiguo. En ella el estagirita no sólo reflexiona acerca de la compleja esencia de la virtud, sino que también ofrece interesantes consejos y sugerencias para ayudar a la solución de los conflictos de valor.
Pero los griegos no llegaron a establecer una disciplina específica para el estudio de los valores, y su reflexión se dirigió sobre todo al análisis de un tipo específico de valor: el moral; y la razón de lo anterior puede estar dada por el hecho de que para ellos el bien y los valores vinieron a ser prácticamente lo mismo. Otro tanto ocurrió en la edad media, donde las virtudes morales y teologales siguieron siendo parte central de la reflexión axiológica. Los modernos no pudieron superar tampoco esta forma de pensamiento. Enmamuel Kant (1724-1804) aún identifica los valores y el bien moral, del cual excluye lo placentero y lo bello, y Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873) los reducen a lo útil, que para ellos viene a ser la maximización del placer o máxima felicidad para el mayor número y, por tanto, el bien definido a través de una fórmula cuasi-aritmética.
La axiología, como reflexión filosófica acerca de los valores –no sólo morales-, se desarrolló sobre todo en el siglo XX. Desde entonces han estado a la orden del día las definiciones de “valor” y “valoración”.
Uno de los fundamentales exponentes de la línea axiológica en la filosofía fue Wilhelm Windelband (1848-1915). Windelband atribuye a la filosofía la tarea de buscar los principios que garantizan la solidez del conocimiento, que para él no son otros que los valores. Según Windelband, la filosofía no tiene por objeto juicios de hecho, sino juicios valorativos de la clase: “esta cosa es verdad”, “esta cosa es buena” y “esta cosa es bella”. Considera que la validez de los valores es normativa, mientras que la de las leyes naturales se sustenta en hechos -es empírica- y, por tanto, en la imposibilidad de ser de otra manera; de ahí que entienda que nos encontremos ante dos tipos diferentes de realidades: una ontológica (del ser), propia del mundo de la ciencia, y otra deontológico (del deber ser), inherente a los valores. Su conclusión es que los hechos se aprenden, pero los valores se aprueban o se desaprueban.
En la primera mitad del siglo XX se insistió mucho en la diferenciación entre hechos y valores. Los hechos son neutrales desde el punto de vista axiológico, pues no son ni buenos ni malos. Un médico puede curarnos, pero no es quien podrá determinar si vale la pena vivir o no, pues la ciencia nunca nos dirá que es lo que debemos hacer.
Max Scheller (1875-1928) llevó las precisiones hasta el punto de diferenciar el bien y el valor. El criticó a Kant por no haber logrado hacer esto y señaló que los bienes son cosas que poseen valor, mientras que los valores son esencias en sentido husserliano, es decir, son aquellas cualidades gracias a las cuales las cosas se convierten en bienes. Así, por ejemplo, una máquina es un bien, y el valor es su utilidad; una pintura es un bien causado por el valor de la belleza, de la misma manera que una ley es un bien gracias al valor de la justicia. De esta forma, los bienes son hechos, mientras que los valores son esencias.
Scheller piensa que el hombre vive rodeado de valores, y que éstos, en tanto esencias, no pueden ser objeto de análisis teórico, sino de intuición sentimental o emocional. Mediante la intuición sentimental el hombre es capaz de captar tanto los valores como la jerarquía existente entre ellos, que son a su vez encarnados por una persona o modelo (tipos). Para ilustrar mejor sus ideas, nos propone el siguiente modelo de jerarquización axiológica :
Tipos de valores Persona o modelo
1. Valores sensibles (alegría-pena; placer-dolor) --------- Vividor.
2. Valores de la civilización (útil - perjudicial) ------------- Técnico.
3. Valores vitales (noble – vulgar) ---------------------------- Héroe.
4. Valores culturales o espirituales --------------------------- Genio.
a) estéticos (bello - feo) ------------------------------------- Artista.
b) Ético – jurídicos (justo - injusto) ------------------------Legislador.
c) Especulativos (verdadero – falso) -----------------------Sabio.
5. Valores religiosos (sagrado – profano) -------------------- Santo.
Esta jerarquía le es dada al hombre a través de la intuición emocional. La concepción de Scheller es un tanto irracionalista por cuanto niega que los valores puedan ser captados por la razón, aunque reconoce que el carácter objetivo de estos resulta evidente a la intuición emocional. Su propuesta jerárquica es muy rígida: los valores sensibles son considerados siempre inferiores a los religiosos, de manera absoluta .
A diferencia de Scheller, José Ortega y Gasset (1883-1955) no cree que los valores puedan percibirse. Según el filósofo español, los valores son “cualidades de tipo irreal” , por eso no pueden ser directamente perceptivos. Se perciben los objetos, pero no los valores. Así, por ejemplo, en un cuadro el lienzo, la línea, los colores, la forma, etc., son los elementos reales que pueden percibirse, en cambio la belleza, la armonía y la gracia, que son elementos irreales, no se pueden percibir porque son valores. En tanto que cualidades de tipo irreal, según él, los valores sólo se pueden estimar. “El estimar es a los valores lo que el ver a los colores y el oír a los sonidos” , nos dice Ortega. Y agrega: “Estas dos experiencias –la sensible y la estimativa- avanzan independientemente una de otra (…) La facultad estimativa – que nos hace “ver” los valores- es, pues, completamente independiente de la perspicacia sensible o intelectual” .
Esta es la razón por la que “hay genios en el estimar, como los hay del pensamiento” . Según Ortega y Gasset, Jesús descubre la humildad soportando dócilmente una bofetada, y con esto enriquece con un nuevo valor la experiencia de nuestras estimaciones. La capacidad estimativa nos permite estimar o desestimar los valores. Los hechos son datos preceptivos y, en cuanto tales, irrebatibles, pero los valores no. Los valores positivos se estiman, en tanto que los negativos se desestiman. “La justicia –nos dice- es un valor positivo: una misma cosa es advertirlo y estimarlo. La injusticia, en cambio, es un valor, pero negativo; nuestra percepción de él consiste en desestimarlo” .
Además, a juicio de Ortega, “todo valor positivo es siempre superior, equivalente o inferior a otros valores. Todos los valores están en diferentes rangos, y eso lo notamos a través de la preferencia. Esta extraña cualidad de nuestro espíritu que llamamos “preferir”, nos revela que los valores constituyen una rigurosa jerarquía de rangos fijos e inmutables” .
Podemos equivocarnos en nuestra preferencia, anteponiendo lo inferior a lo superior, “subvirtiendo los rangos objetivos de los valores”, pero cuando esto se hace constitutivo de una persona, y “cierto error de las preferencias llega a serle habitual”, entonces estamos ante “una perversión” o “una enfermedad estimativa” .
Para los autores que hemos visto, los valores son entidades irreales y objetivas, y, como tales, no pueden ser captadas mediante la razón. La objetividad es garantía de la inmutabilidad de los valores y del carácter absoluto de su jerarquía, en tanto que su irrealidad lo es de la diversidad estimativa, que puede ser correcta, errónea o perversa. Vistas así las cosas, los valores no tienen la categoría de ser, propia de los objetos reales y del pensamiento, sino que valen, como dijera Rudolph Hermann Lotze (1817-1881); o simplemente pertenecen al grupo ontológico que Edmund Husserl (1859-1938) llama, siguiendo al psicólogo Stumpf, objetos no independientes, es decir, objetos que no son, sino que se adhieren. El valor no es un objeto, sino que siempre es algo que se adhiere a la cosa. Es una cualidad irreal.
El Neopositivismo siguió desarrollando estas tesis, las cuales le sirvieron de base para profundizar en un importante aspecto: el lógico. Desde su punto de vista, a los juicios de valor le es ajeno el contenido fáctico, propio de los juicios de hecho, pues las valoraciones no añaden ni sustraen nada al ser del objeto. Según Stevenson, los juicios de valor utilizan palabras con significado emotivo, capaz de reproducir respuestas afectivas en los destinatarios, y esa es la razón por la que resulte prácticamente imposible que las personas puedan ponerse de acuerdo respecto a lo que es bueno o malo. Esta tesis es llevada aún más lejos por A. J. Ayer, quien llega a señalar que los juicios de valor se limitan a expresar los sentimientos del hablante. Las mencionadas teorías tuvieron un gran impacto en su momento, llegando a sustentar las bases del enfoque subjetivista y relativista de los valores y su jerarquía.
Los teóricos de formación marxista reivindicaron la ontología a los valores, planteando que el valor es la expresión del contenido social del objeto. Según José Ramón Fabelo, el valor es “la significación socialmente positiva” de los objetos y fenómenos de la realidad , mientras que la valoración no es más que el “reflejo subjetivo en la conciencia del hombre de la significación que para él poseen los objetos y fenómenos de la realidad” . El papel determinante en el proceso de la “socialización” de los objetos lo constituye la actividad práctica , que hace posible las plasmación de las cualidades sociales en ellos. Esto determina, según Fabelo, que el objeto del reflejo valorativo sea “el ser social de los fenómenos y no su ser natural” . Para el filósofo cubano, sólo lo que tiene un significado positivo para la sociedad es valor, mientras que lo opuesto es un anti-valor; en cambio las valoraciones pueden ser positivas y negativas .
Para los la mayoría de los filósofos marxistas, los “valores son objetivos porque objetiva es la actividad práctico material en la que surgen” y porque son expresión de las necesidades sociales . Esto los lleva a la diferenciación de los valores en materiales y espirituales y al reconocimiento del condicionamiento de los segundos por los primeros en el proceso socio-histórico.
Es un mérito indiscutible de los teóricos del marxismo haber insistido en el contenido socio-histórico de los valores y la jerarquía de valores. Sin embargo, nos parece oportuno hacer algunas precisiones en este sentido. A nuestro modo de ver, no se debe ver a los valores como algo puramente objetivo-material, pues en la actividad práctica humana también está presente el elemento subjetivo-ideal que se materializa o cosifica en los objetos transformados por el hombre, para satisfacer las necesidades sociales imperantes. Lo social adquiere un significado en relación con un determinado sujeto histórico, heterogéneo y no homogéneo, por cierto, como lo es el todo social en el que vive. Por eso, lo que para unos hombres es valioso, para otros puede no serlo. No se puede construir un sujeto histórico al margen de la estructura social, y sobre todo clasista, existente en una determinada época.
Entendemos que los valores, al igual que las valoraciones, son la unidad de lo objetivo y lo subjetivo. Son objetivos y relativos por el contenido (lo social-concreto) y abstractos y absolutos por su forma. Es importante diferenciar entre el qué y el cómo cuando se habla de valores. Es un hecho que mientras más universales y abstractos resultan los valores, menos dificultades existen en reconocerlos . Nadie se cuestionaría que debemos hacer el bien y no el mal, el problema empieza cuando tenemos que concretizar cuál es en el plano concreto el bien que se debe hacer y el mal que debemos evitar. Todos estamos más o menos de acuerdo, al menos formalmente, en que el amor es bueno y el odio es malo, que la justicia es buena y, su opuesto, la injusticia, mala; que ser fraternos, solidarios y amigables es positivo, y que lo contrario es negativo; que la igualdad es preferible a la desigualdad, y que ser libre es mejor que no serlo. En abstracto lo podemos admitir, la cuestión es a la hora de concretizar esto, porque el bien y el mal, como valores más generales, son abstracciones, y el problema aparece en la medida en que éstas van tomando una determinada concreción. Todos amamos la libertad pero diferimos en las distintas maneras en que estimamos qué se nos debe permitir hacer y qué no, al igual que estamos de acuerdo en que la vida debe ser protegida, pero diferimos o no nos ponemos de acuerdo muchas veces respecto a qué vidas son las que se deben proteger y cómo debemos hacerlo. De ahí que las concreciones del principio “no matarás”, que se fundan en el valor de toda vida humana, hayan diferido tanto de una época y pueblo a otros.
Por otra parte, entendemos que definir la valoración como reflejo subjetivo de los valores no nos aporta gran cosa. El reflejo subjetivo de la realidad reviste disímiles formas, entre las que se encuentran las emociones, los sentimientos, la intuición, los conceptos, los juicios, etc., por lo que habría que entrar a especificar lo distintivo de esa valoración subjetiva. Y en esto es necesario diferenciar la valoración en sí del fenómeno de la preferencia. Preferir es algo que hacemos guiados por el sentimiento de agrado o desagrado, al mostrar nuestra inclinación o aversión con relación a algo. Sin embargo, en la elección que hagamos, expresa o tácita, suele estar más o menos comprometida nuestra razón. No siempre se elige lo que se prefiere, ni se prefiere lo que es objeto de elección, y es porque en la elección solemos guiarnos mucho más por nuestro juicio que por los sentimientos que en un determinado momento nos asisten. Ambos procesos quedan integrados en la estimación, que no es más que la conducta con que solemos expresar el valor que reconocemos en las cosas o en las personas.
En cambio, a través de la valoración lo que hacemos es dar cuenta racional sobre el fenómeno de la estimación. Por eso la valoración, a nuestro modo de ver, no puede expresarse de otra forma que no sea el juicio; es el juicio con el cual nos expresamos de manera crítica sobre el valor de las cosas o las personas.
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