Jorge Eduardo Padula Perkins
jopa52@yahoo.com.ar
La constante preocupación de los responsables de políticas y gestiones
culturales por mejorar la oferta cuantitativa y cualitativa en la materia no
siempre se condice con la realidad de la demanda emergente del “habitus” de los
individuos.
Cultura – gestión – cultural – demanda – oferta – gusto – “habitus”
The constant concern of policy makers and cultural efforts to improve quantity
and quality of supply in this area do not always fit with the reality of the
emerging demand of "habitus" of individuals.
Culture - management - cultural - demand - offer - like - "habitus"
Es común que las organizaciones y las personas vinculadas al quehacer y la promoción artística y cultural orienten sus esfuerzos en orden al incremento de la calidad y/o la cantidad de la oferta en tal sentido.
También es dable observar la preocupación generalizada por los grados de accesibilidad que los diferentes sectores poblacionales tengan respecto de las propuestas de expresión cultural o, dicho de otra manera, las cuestiones socioeconómicas o culturales que pudieran general niveles de exclusión en relación con el tema.
No obstante, una perspectiva opuesta, conduce a preguntarse sobre la eventual existencia en los individuos de una predisposición negativa, de ignorada magnitud, hacia el hecho cultural.
Si nos posicionamos en la aceptación a priori de la afirmación de Escudero Méndez (2009) de que “cuanto mejor es la predisposición al hecho cultural, más posibilidades de superar el resto de las barreras de acceso a la cultura”, también debemos concurrir con su aseveración respecto a que “una de las mayores barreras de acceso a la cultura es la falta de predisposición al hecho cultural, que influye de manera fundamental en nuestras elecciones personales” (ibídem).
Asumimos que “la actividad cultural es una infinitamente diversa ruta hacia el desarrollo personal de individuos de todas las edades, que lleva a incrementar las habilidades, la confianza y la creatividad” (Matarasso, 1999) y en tal sentido la visualizamos como un derecho. Como tal, debe poder ser ejercido, pero no obliga a su práctica por parte del individuo que lo detenta.
Resulta válido entonces tener presente las formas manifiestas o implícitas de lo que Pierre Bourdieu denomina el “habitus”, concepto sociológico traducible como “un sistema de disposiciones durables y transferibles a partir del cual un grupo social produce esquemas prácticos de percepción” (Escudero Méndez, 2009), en tanto que en ese “habitus” se encarnaría esa particular barrera de acceso a la cultura, cual sería “la falta de predisposición al hecho cultural”, en tanto “no se reduce a las condiciones económicas de los individuos, sino al modo y a la capacidad de apropiación legítima de la cultura” (ibídem) .
En concordancia con esa mirada aparece también el concepto de “gusto” como “mediación valiosa en el conjunto de operaciones de análisis e interpretación conducentes a conceptos de mayor alcance heurístico” (Miceli, 2008), en tanto elemento vinculado a “las preferencias de una determinada categoría social en los diferentes dominios del consumo y de la expresión simbólica” (ibídem).
Siguiendo a León y Olabarría (1993), convenimos en que “el proceso de la percepción y su resultado final que es la atribución de significado dependerá de la combinación de dos entes: el propio estímulo…y de la propia persona que percibe, cuyas características personales condicionarán su capacidad perceptiva desde dos puntos de vista: por un lado su agudeza sensorial, en cuanto se refiere a la capacidad de los cinco sentidos físicos…y por otro en cuanto se refiere al propio bagaje de conocimientos y preconceptos que esa persona porta consigo, es decir su vida mental”.
De ello deviene que para iguales estímulos, como significaría en nuestro argumento la diversidad de oferta cultural, podrá variar ampliamente el modo como serán percibidos por las diferentes personas.
La palabra motivo –señala Newcomb (1981)- “como los términos no técnicos ‘necesidad’ y ‘deseo’, apunta hacia adentro y hacia afuera a la vez. Esos términos se refieren al mismo tiempo a un estado interno de insatisfacción (o inquietud, tensión o desequilibrio) y hacia algo del ambiente ….que sirve para acabar con el estado de insatisfacción”. En otros términos,”la motivación implica la movilización de un energía destinada, por decirlo así, a la consecución de una meta específica”. De ahí que podamos suponer que, de no existir esa movilización, de confirmarse la presencia en ciertas personas de un “habitus” de no predisposición al hecho cultural, las ofertas en tal sentido no constituirían estímulos suficientes dado que “las actitudes tienen a persistir cuando los individuos continúan percibiendo los objetos en un marco de referencia más o menos estable” (ibídem).
Desde la perspectiva del interaccionismo simbólico tendríamos personas que “actúan respecto de las cosas, e incluso respecto de las otras personas, sobre la base de los significados que estas cosas tienen para ellas” (Taylor y
Bogdan, 2000), debido a lo cual la oferta cultural por si misma no alteraría a los individuos en tanto “no responden simplemente a estímulos o exteriorizan guiones culturales” sino que es “el significado lo que determina la acción” (ibídem).
Consecuentemente, las acciones en materia de gestión o política cultural que pretendiesen modificar esa hipotética situación, no podrían de modo alguno limitarse al mejoramiento de la oferta y accesibilidad, sino que deberían orientarse al cambio de actitudes de indiferencia o rechazo por actitudes proactivas en la búsqueda de expresiones culturales. “Si las actitudes de una persona no cambian, esto no significa que no existan influencias que operen sobre ella tendiendo a producir un cambio. Quiere decir, más bien, que ella ha mantenido un estado constante de equilibrio…” (Newcomb, 1981) y será ese equilibrio y no la deficiencia de oferta cultural la que, eventualmente, la mantendría en un lugar marginal al respecto.
Volviendo a Escudero Méndez (2009) presumimos que “si apreciamos altamente el teatro, la pintura y la lectura, nuestra disposición será un factor clave de accesibilidad a la cultura que nos servirá para superar posibles barreras y aprovechar mejor la oferta”, mientras que sin ese aprecio “se es inmune a las políticas culturales y a todos los esfuerzos por disminuir las barreras”
Estamos entones ante la presencia de un desafío. Estamos ante un problema. “Que un problema sea legítimo -afirma Mancuso, 2001- implica que para quien lo investiga sea realmente un problema, es decir que realmente lo perturbe (quizá en primera persona), que sea una duda auténtica, que trasformará en sistemática y metódica en el momento de procesarla metodológicamente” y la confirmación o no de la existencia de un “habitus” de indisposición de las personas hacia los temas culturales, constituye sin duda alguna una cuestión perturbadora, tanto en lo individual como en lo colectivo para quienes de una u otra forma nos sentimos comprometidos o particularmente sensibles a la cultura.
El problema, por lo tanto, es saber en qué medida las políticas y gestiones culturales podrían tener resultado nulo si no existe un mínimo de predisposición positiva al hecho cultural en los individuos.
Ello genera la necesidad de indagar cuál es el grado de responsabilidad personal, por opción, que algunas personas tienen respecto de su exclusión de las manifestaciones culturales, más allá de que las asista el derecho de acceso a las mismas. Conocer la predisposición de los individuos al hecho cultural, como información indispensable para el eventual replanteo de las acciones de política y gestión que asimilen a la nueva situación que de ello se derivaría.
“…la teorización de Bourdieu –señala Portantiero (2008)- asume que si bien el ‘habitus’ tiende a reproducir las condiciones históricas que lo produjeron, en su confrontación con otros aspectos de la realidad que vive el sujeto queda lugar para la aparición de prácticas transformadoras.”
A partir de esa realidad conocida y reconocida se podrá estimular la propia identificación de los actores como sujetos participantes de la cultura. Se podrán poner en juego mecanismos de empatía y motivación tendientes a incentivar su participación en vivencias culturales novedosas que los enfrenten con situaciones hasta entonces ocultas en la negación y la ignorancia.
Bibliografía:
• Escudero Méndez, Juana –Coordinadora- (2009): Guía para la evaluación de las políticas culturales locales, FEMP, Madrid. Versión en línea: www.oei.es/noticias/spip.php?article4994 [Consulta: 20-agosto-2009]
• León, José L. y Olabarría, Elena (1993): Conducta del Consumidor y Marketing, Deusto, Buenos Aires.
• Mancuso, Hugo R. (2001): Metodología de la investigación en ciencias sociales. Lineamientos teóricos y prácticos de semioespitemología, Paidós Educador, Buenos Aires.
• Matarasso F. (1999): Towards a Local Cultural Index. Measuring the Cultural Vitality of Communities, Comedia. Versión en línea: www.comedia.org.uk/pages/pub_download.htm [Consulta: 20-agosto-2009]
• Miceli, Sergio (2008), voz “Gusto”, en Altamirano, Carlos: Términos críticos de sociología de la cultura, Paidós, Buenos Aires.
• Newcomb, Theodore M. (1981): Manual de psicología social, tomo I, EUDEBA. Buenos Aires.
• Portantiero, Juan Carlos (2008), voz “Hegemonía”, en Altamirano, Carlos: Términos críticos de sociología de la cultura, Paidós, Buenos Aires.
• Taylor, S. y Bogdan, R. (2000): Introducción a los métodos cualitativos de investigación, Paidós, México. Versión en línea: www.insp.mx/cambio/curso_corto/priv/material/AqWs/22-10TAYLOR-S-J-BOGDAN-R-Metodologia-cualitativa.pdf [Consulta: 04-diciembre-2009]
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