Palabras clave: patrimonio histórico, valor de cambio, valor de uso, economicismo, capital cultural.
Ignacio Casado Galván (CV)
dphicg@yahoo.es
El patrimonio es una construcción social, es decir no es algo natural, ni siquiera un fenómeno social universal, ya que no se produce en todas las sociedades humanas ni en todos los periodos históricos, se trata de un artificio que ha sido creado por alguien en algún lugar y momento, para unos determinados fines y que por lo tanto es cambiante de acuerdo con nuevos criterios o intereses en unas nuevas circunstancias. Se trata de una invención, en el sentido sobre todo de descontextualización y recontextualización de los elementos extraídos de la realidad (es habitual por ejemplo la idealización de héroes y episodios de la Edad Media y la silenciación de otros) pero que tiene que arraigar y perpetuarse, alcanzar un mínimo nivel de consenso.
Como ha observado Llorenç Prats (1997) el patrimonio histórico se basa en su eficacia simbólica, en él se condensan atributos y significados, y así tiene la capacidad de transformar las concepciones y creencias en emociones, de encarnarse, y de condensarlas y hacerlas, por tanto, mucho más intensas. Esa capacidad de condensación y de emotivación se ve reforzada cuando se da además una condensación de los atributos que los legitiman. Los referentes patrimoniales son activados así por versiones ideológicas de la identidad, es decir, el patrimonio es una representación simbólica de las distintas versiones de la identidad: esta es siempre ideológica, responde a unas ideas y valores previos subsidiarios de unos determinados intereses que coexiste con otras identidades o versiones de la misma identidad.
Desde ese punto de considera que las activaciones patrimoniales son estrategias políticas: se basan en una correlación entre ideas y valores, de tal forma que los valores (el ethos) parecen emanar directamente de las ideas (la visión del mundo) y ser su mera consecuencia. Siempre han sido elaboradas por alguien concreto con nombres y apellidos y al servicio más o menos consciente de ideas, valores e intereses concretos (aunque luego la sociedad pueda adherirse u oponerse a ellas y siempre en forma variable según los individuos). Está por ello directamente vinculado al poder político que es quien puede construir el patrimonio, pero no solo se trata del poder político legalmente constituido también el poder político informal, alternativo puede llegar a hacerlo . El patrimonio en la medida en que pretende representar una identidad constituye una campo de confrontación simbólica inevitable.
¿Cómo se valora socialmente el patrimonio histórico?
El término sugiere (los bienes que poseemos) que estamos ante algo de valor, pero el valor es un concepto relativo sometido a los vaivenes de la percepción y del comportamiento humanos y, por lo tanto, dependiente de un marco de referencias intelectuales, históricas y culturales y psicológicas que varía con las personas y los grupos. Por eso ha habido y hay diferentes criterios de valoración del patrimonio histórico.
Por eso siguiendo a Ballart (1997) podemos citar varias valoraciones del patrimonio:
El valor de uso o utilidad: Se refiere a la cualidad que permite a algo hacer alguna cosa o satisfacer necesidades humanas. Hay tendencias del comportamiento humano que recuperan cosas y objetos antiguos y les otorgan un valor nuevo. Hoy día se habla de una moda del consumo de patrimonio histórico que de hecho tiene importantes repercusiones sobre la conservación del legado y particularmente consecuencias sobre económicas de amplio alcance social.
Además también responde a una utilidad de conocimiento: un objeto que ha acumulado teoría, práctica, experiencia e investigación, en definitiva es el resultado del conocimiento humano acumulado. Este conocimiento se trasmite en forma de información que puede ser captada por el observador total o parcialmente. La información es un activo potencialmente útil en cualquier momento y no solo desde el punto de vista intelectual o científico o incluso político, sino también en lo económico: la utilización creativa de la información generada puede añadir valor a los objetos nuevos que se pondrán a disposición de la sociedad. Se trata de un proceso acumulativo que proporciona una ganancia intelectual y tecnológica y además un beneficio económico .
El valor formal del patrimonio: en la antigüedad se valoraba mucho el material en que estaban realizados los objetos generalmente de materias que apelan a los sentidos como el mármol, el oro o el marfil por sus cualidades (dureza, brillo...) y por su escasez. La singularidad y el exotismo están también en la base del mito del Unicornio medieval o de las Cámaras de las Maravillas Renacentistas. Pero es sobre todo la cualidad de obra de arte lo que más ha constituido a lo largo de la historia ese valor especial: une a la belleza la excepcionalidad del acto humano de la creación, imitador del supremo acto divino. Generalmente remite a algo hecho por artesanos o artistas, a unos conocimientos y destrezas de manos humanas, la obra de arte personal con tintes de genialidad necesitó siglos para valorarse en símisma. También el paso del tiempo es valorado, la pátina las cualidades que adquiere el objeto con el paso de los años pueden adquirir valor formal.
El poder del estímulo estético ha sido muy fuerte en la conservación del patrimonio, quizá excesivo, pero tampoco sería lícito despreciar el poder de la belleza para resaltar otras dimensiones de los bienes culturales.
El valor histórico. El patrimonio también es un vehículo de comunicación. Los objetos del pasado operan como signos, adquieren un sentido, ocupan el lugar de esa abstracción que llamamos pasado: el objeto es para nosotros signo del pasado, de la historia. Son un lenguaje social (equivalente a la memoria oral y los restos escritos). La dificultad de su uso estriba, en primer lugar, en que los restos del pasado son tan numerosos que resultan inabarcables, por tanto es necesaria la selección: hay un pasado para cada lugar y cada grupo humano con unos restos correspondientes limitados. El segundo problema es lo errático del proceso de conservación de los mismos: el azar y lo que los seres humanos han querido conservar expresamente, explican lo que conservamos del pasado. En tercer lugar se ha hablado de que los restos son mudos, es decir no tienen suficiente autonomía significativa en si mismos por lo que se debe acudir a otro tipo de fuentes secundarias. En cuarto lugar está el problema de cómo mostrar el cambio valiéndose de cosas que permanecen físicamente inalterables de manera que parece que la sociedad que los produjo no evolucionaba como si estuviese congelada, detenido el tiempo como en una fotografía.
Pero también tienen alguna ventajas evidentes. En primer lugar, los objetos del pasado comportan un menor riesgo de intencionalidad en sí mismos que los documentos escritos, así en ocasiones un análisis crítico de los objetos da elementos que sirven para poner a prueba conclusiones interpretativas sacadas anteriormente por medios más convencionales. Los objetos del pasado contienen información codificada única que podemos y debemos obtener ya que refleja como ningún otro documento como eran las personas y la sociedad que crearon y utilizaron tales objetos. Por otra parte, su presencia en los museos puede servir para la democratización del conocimiento de la historia al referirse no solo a las formas de vida de los poderosos y los reyes, sino también a los más comunes de los mortales, de los campesinos, de los obreros, de las mujeres y los niños, de todos aquellos que pocas veces tuvieron la oportunidad de dejar testimonios escritos de sus vivencias; y sobre todo porque los restos físicos son más accesibles para la mayoría del público que los libros y pueden ser más atractivos y digeribles y porque al pertenecer a la vez al pasado y al presente añaden una dimensión especial de inmediatez y autenticidad .
El valor simbólico: con el tiempo los objetos del patrimonio se van asociando a nuevos significados con los que ya no se puede decir que exista una relación de carácter intrínseco (si es que de alguno se puede decir), los nuevos significados tienen un carácter por tanto simbólico. Los objetos del pasado operan también entonces como símbolos cuando se los relaciona, por razón de alguna analogía percibida o de forma arbitraria con cosas respecto a las cuales ya no mantienen una relación intrínseca. La interpretación simbólica del patrimonio se puede asociar a una extensísima gama de ideas, presunciones y figuraciones. Pero ese es también su punto débil: la distancia temporal entre objeto y simbolización es causa inevitable de interferencias y mixtificaciones, como también la distancia física. Cuando alguien contacta con un bien patrimonial la visión del pasado que saca depende de los conocimientos y de las experiencias que tenga. Estos bienes evocan para una mayoría ciertamente imágenes seductoras de un tiempo que no es el suyo como signos y símbolos que son. Pero la riqueza de esta simbolización están en función del bagaje cultural que el individuo aporta. Por eso el patrimonio es una materia delicada ya que fácilmente puede ser usado de forma tendenciosa, a la vista de la fragilidad de la conexión simbólica , no es extraño que los bienes patrimoniales sean objeto en ocasiones de manipulaciones interesadas de carácter ideológico.
El valor de cambio del patrimonio. La concepción economicista dominante considera el arte y la cultura en general como una esfera improductiva y por tanto no susceptible de valoración económica en tanto tal. El valor de los bienes culturales se sitúa así fuera de la economía, en un orden superior irreducible a pura cuestión de cifras, es decir la cultura se concibe con una autonomía irreducible. Pero ese orden presuntamente superior no vale nada en un mundo en que el único que determina el valor es el mercado. Por eso, en general, los economistas han tendido a valorar el patrimonio sólo en relación al valor de cambio, es decir, a la cantidad de dinero que alguien está dispuesto a pagar para poderlo disfrutar. Hay una parte del patrimonio fácilmente susceptible de valoración económica por el mercado, por ejemplo, el comercio de objetos artísticos y anticuarios, la obligación de asegurar los objetos de las exposiciones o el valor inmobiliario de los centros históricos. Pero hay otros bienes que están fuera del mercado y, por tanto, no pueden valorase por este procedimiento, como los bienes especialmente declarados (por ejemplo el Partenón, La Alhambra, los cuadros del Prado...). Esto pone de manifiesto que a pesar de que una parte de los bienes del patrimonio puedan ser valorados por el mercado se trata de un conjunto de bienes especiales que comportan un valor en sí independiente de la valoración en dinero que en un momento dado pueda adjudicarles el mercado.
Conclusión: el mercado no puede ser el criterio de valoración del patrimonio histórico.
Sin embargo habría otras formas de valorar económicamente los bienes producidos por el hombre y en este caso los bienes del patrimonio, que puede ser un importante recurso económico. Esto es especialmente visible en el patrimonio industrial que es un excepcional ejemplo de capital fijo: “Edificios, espacios productivos, caminos, infraestructuras hidráulicas, instalaciones mineras, instalaciones industriales, vías férreas, canales, cercados, aterrazamientos, entre otros muchos elementos, integran estos activos inmovilizados. En unos casos representan trabajo invertido y capitalizado. En otros capital directo. Son el elemento material, tangible, de la dimensión económica del territorio”(Ortega Valcárcel, 1997, 18).
Pero además hay que añadir un componente intangible que corresponde al diseño y que es un valor de fondo cultural y que otorga un valor añadido al estricto valor de uso y valor de cambio, es precisamente su carácter de patrimonio el que contribuye a esta revalorización, al ser un recurso escaso y no renovable. La escasez de un bien fortalece su valoración social, crea por tanto una demanda social de ese patrimonio y adquiere así de nuevo valor de uso: tanto directo (residencial, productivo, recreativo o de otro tipo) como indirecto (como consecuencia de la valoración social del patrimonio en cuanto tal, convertido este en objeto de consumo).
En el segundo caso la explotación económica proviene directamente de su carácter cultural, es decir el patrimonio se explota en tanto bien cultural del que existe una demanda social colectiva. El ejemplo paradigmático lo constituyen los ecomuseos donde el territorio se promociona como bien cultural: la demanda social de carácter cultural aseguraría la posibilidad de una explotación económica rentable, a la vez que permitiría una preservación del territorio como patrimonio.
Bibliografía.
- Ballart, Josep (2003) El patrimonio histórico como recurso: valor y uso, Ariel.
- Gosse, Marc (1997) Introducción a la mesa: El territorio como periferia, en AAVV. Conferencia Internacional sobre Conservación de Centros Históricos y del Patrimonio Edificado, Universidad de Valladolid.
- Poulot, Dominique (éd.) (1998) Patrimoine et modernité, Paris: L’Harmattan.
- Ortega Valcárcel, José,
(1998) Los frenos sociales a la modernización en Castilla y León (siglo XIX) en Estudios sobre historia de la ciancia y la tecnología, Esteban Piñeiro et alii., Junta deCastilla y León, 1998.
(1997) El patrimonio territorial: el territorio como recurso cultural y económico, en AAVV. Conferencia Internacional sobre Conservación de Centros Históricos y del Patrimonio Edificado, Universidad de Valladolid.
- Roch, Fernando (1997), El territorio como recurso, en AAVV. Conferencia Internacional sobre Conservación de Centros Históricos y del Patrimonio
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