El historicismo supone la idea de que lo que ha sucedido en el pasado, con
atención prioritaria a su ubicación espacio temporal, aclara y justifica los
hechos históricos y, sobre todo, explica el presente al considerarse a éste como
el último eslabón de ese largo proceso evolutivo. De esa manera la coherencia
interna de cada civilización y de cada sociedad es total: no hay desarmonía
entre las prácticas espirituales y sus modelos políticos, ideológicos y
religiosos, pero también es punto de referencia para un desarrollo posterior de
la historia. En su versión minoritaria es una propuesta reaccionaria de vuelta a
la sociedad del Antiguo Régimen, de vuelta a una resacralización de la sociedad
. Y en su versión dominante supone la consolidación del proyecto burgués, una
estrategia contrarrevolucionaria de la burguesía que busca un nuevo consenso
para cimentar el orden social, asustada tras 1815 por el avance de las ideas
revolucionarias en las clases populares.
Ignacio Casado Galván (CV)
dphicg@yahoo.es
El concepto de patrimonio es producto de la aparición de la Historia como
disciplina autónoma en la primera mitad del siglo XIX. Su origen, se remonta al
siglo anterior, cuando se desarrolla una nueva filosofía de la historia
(posibilitada por los ataques de los filósofos empiristas a las concepciones
cartesianas). La Ilustración continuó profundizando en la renovación de la
ciencia histórica, dotándola al mismo tiempo de sus contenidos más
característicos como el desprecio por algunas épocas consideradas oscuras y una
concepción uniforme de la naturaleza humana. Serán Rousseau y Herder los
encargados de relativizar esos conceptos y, de esa manera, sentar las bases del
nuevo edificio histórico del romanticismo cuya más completa configuración es la
filosofía de la historia de Hegel y cuyos dos pilares fundamentales serán el
historicismo y el nacionalismo ( Hernando, 1995).
De esa manera la noción de patrimonio, ésta viene a ser un instrumento más en esa búsqueda de identidad nacional, los Monumentos se constituyen en símbolos del espíritu del pueblo, en ejemplos de la manifestación de éste a lo largo de la historia, que ahora se encarna indisolublemente en el estado liberal burgués.
Las raíces de la cultura de la conservación, se encuentran, por tanto, en la sociedad occidental ilustrada, y en su inmediato producto, el Romanticismo, vinculadas al ya citado historicismo. Surge la conciencia social de que se vive en una época de transformación, que supone un corte radical respecto al pasado. Es esta conciencia de ruptura y discontinuidad la que estimula la aparición de una cultura de la preservación, que busca mantener la memoria del pasado común, convertido en referencia cultural de la propia sociedad moderna. Como afirma Marc Gosse (1997): "la noción de patrimonio en el sentido moderno del término, es una invención de la Revolución francesa. Se trataba de proteger los testimonios de un tiempo cumplido, amenazado de destrucción y desaparición por la violencia revolucionaria, y de sacralizar las obras de substitución de la misma".
Se va a comenzar a restaurar los edificios, lo que no solo supone mejorar su estado físico, sino que supone darle además un contenido ideológico: una catedral gótica es un símbolo del pasado pero al intervenir sobre ella entra en la sociedad del futuro (del Antiguo Régimen a la nueva sociedad), se valora no objetivamente sino como símbolo de la nación unido al surgimiento del nacionalismo en ese momento, lo que lleva a reconstruir una imagen ideal que no tiene una correspondencia real con el pasado, sino con la ideología nacionalista burguesa: símbolo de la armonía de ese pueblo, que trabajaba conjuntamente en la construcción de la catedral. Por razones distintas, éticas, estéticas, científicas y otras, surge y se desarrolla un movimiento social que valora el legado o herencia transmitido por las sociedades precedentes y que alimenta un discurso nuevo sobre ese legado, identificado como patrimonio cultural.
Se trata de un proceso de “legitimación de unos referentes simbólicos a partir de unas fuentes de autoridad extraculturales, esenciales y, por tanto inmutables” (Llorenç, 1997, 22) que tiene su origen en el romanticismo. Estas fuentes de autoridad son la naturaleza, la historia y la inspiración creativa (el genio) cuya “fuerza para legitimar la realidad social proviene de que están más allá del orden social y sus leyes” (Prats, 1997, 23):
- la naturaleza concebida idealmente, no maleada por el hombre, sus fuerzas desatadas y peligros escapa al control humano y revela la existencia de unos poderes que no se pliegan al orden social
- la historia, el pasado (pero también el futuro) también escapa a nuestro control al estar más allá de nuestro presente inmediato, “poblado de hechos y personajes, magnificados en la oscuridad, que encarnan el bien y el mal, nuestras esperanzas y nuestros temores, mitificados en suma y, por tanto inalcazables para nuestras leyes; pero y de ahí su influencia unidos a nosotros por una dependencia unidireccional de filiación que les convierte en nuestros ancestros y a los testimonios de sus vidas y de sus gestas en nuestras reliquias”
- la inspiración creativa, el genio, representa la excepcionalidad cultural, la individualidad que trasciende y por tanto transgrede las reglas que rigen para el común de los mortales
Su origen divino o no importa, lo decisivo es su ubicación más allá de los límites de la cultura y de la capacidad de control social que les confiere el principio de autoridad absoluta. Este es el mecanismo que la burguesía utiliza para legitimar su irresistible ascenso, la ideología romántica que ennoblece las políticas burguesas: “una política liberal que no imponga trabas a los negocios urbi et orbe; una ciencia que pueda evolucionar sin obstáculos de ninguna clase [...]; una expansión colonial que permita explotar nuevas fuentes de materias primas y abrir nuevos mercados; y una ideología favorable a la libertad, a la iniciativa, a la creatividad, a la afirmación –siempre en esta misma dirección- del espíritu de los pueblos y a la legitimación de la expansión de la civilización europea por todo el mundo” ( Prats, 1997, 24).
Es interesante observar, siguiendo a José Ortega Valcárcel (1997), que el interés por el patrimonio histórico en Europa surge de manera paralela al desarrollo en Estados Unidos del interés por el patrimonio natural. Las circunstancias históricas hacen comprensible éste distinto objetivo (las ciudades históricas europeas frente a los grandes espacios naturales vírgenes norteamericanos), pero ambos responden a estímulos equivalentes, como reacción frente a las amenazas de destrucción que el desarrollo de la sociedad capitalista industrial cierne sobre el entorno natural y sobre el entorno humano. Se trata de una paradoja de la cultura moderna "que, de una parte, destruye y sustituye la materialidad de esas sociedades preexistentes, y, por otra, se vuelca en la preservación de lo que no son sino restos obsoletos de las mismas, o manifestaciones en proceso de desaparición".
La eclosión del maquinismo y de las formas de producción del XIX hicieron patentes los cambios en la vida cotidiana y en el entorno de la existencia de las personas que habitaban en las ciudades, provocando un sentimiento de desconcierto, incomodidad o admirada resignación. En particular la noción del tiempo cambió, de un tiempo laxo, basado en los ciclos naturales se pasó a un tiempo fijo, obsesivamente recordado por el reloj que regula la vida de las personas con sus señales auditivas características. A la vez que pasaban las horas, pasaban las cosas con el aumento de ritmo, muchas cosas se quedan anacrónicas. Ante esos cambios se reacciona mediante la evocación nostálgica de la tierra natal, la idealización de la vida del mundo rural, la revalorización del trabajo manual, y las críticas a la destrucción de la arquitectura tradicional y de los monumentos y restos arqueológicos. El desarrollo del concepto de patrimonio está así ligado a una actitud crítica hacia la industria en la que participaba la propia burguesía enriquecida gracias a ella .
Evolución y ampliación del concepto de patrimonio
La inicial visión del Patrimonio va a ser muy reducida, limitada al campo estético, a la obra de arte singular, es el concepto de monumento (que equivale a lo "excepcional" en la naturaleza, donde reconocemos los conceptos de lo pintoresco o lo sublime).
La primera característica que define a los objetos patrimoniales será la de objeto bello, asociada a la concepción del arte definida en el siglo XVII en Francia, como consecuencia de la importancia que las artes plásticas habían adquirido desde el Renacimiento que separa al artista de los artesanos. La obra de arte se conserva a través del coleccionismo y del interés por lo clásico (griego y romano).
La otra gran característica para definir a los objetos patrimoniales es el concepto de antigüedad que surge de la conciencia de estar en una época nueva, con el desarrollo de la industrialización. Son estos dos conceptos los que se usan para definir el patrimonio a finales del XVIII y a principios del XIX, el concepto de antigüedad se asoció a los objetos de los imperios mediterráneos de la Antigüedad que se añadía al supuesto valor estético. (Se constituyen ahora las grandes colecciones creadas en función a este criterio y como consecuencia de la expansión colonial de las naciones industrializadas y que serán la base de los principales museos europeos).
Ya entrado el siglo XIX con el desarrollo del historicismo y la ampliación del concepto de belleza se valoraron también los objetos de la prehistoria y luego los de la edad media, lo que no impidió que se destruyeran una cantidad importante de bienes en este siglo. Es el momento de las restauraciones en estilo, en las que se reconstruye un edificio ideal, de las que ya hemos hablado, pero también de la valoración de la ruina, de la sacralización de la obra a la que no se puede tocar. Esta última concepción desarrollada en Inglaterra por Ruskin es solo aparentemente contradictoria con la reconstrucción en estilo, ya que responde en realidad a la misma ideología burguesa nacionalista, que convierte al gótico en símbolo nacional.
Posteriormente se van a añadir otras dos características al concepto de patrimonio (importantes para la apreciación del Patrimonio Industrial). La primera es la de objeto testimonio de una época, que procede de la etnología que comenzó a valorar los objetos no artísticos de las sociedades no industriales. Y la otra es la de bien histórico como objeto de estudio, con la finalidad de comprender las sociedades del pasado, aportada por la arqueología, cuando ésta dejó de buscar solamente piezas de valor y empezó a usar los restos del pasado para estudiarlos e interpretarlos.
Pero será, sobre todo, en la segunda mitad del siglo XX, cuando el concepto de patrimonio histórico supere la idea del monumento del pasado, como obra de arte del genio humano, y se refiera a todo el conjunto de bienes que se refieren a la actividad humana. A partir de entonces ya no va a ser sólo el monumento el objeto central de atención de la conservación del Patrimonio y tampoco será la práctica restauratoria el eje de toda política de intervención, como todavía se desprende de la carta de Atenas de 1931 y de la Carta de Venecia de 1964.
Es a partir de los años 60 y 70 cuando se produce en el ámbito internacional un vuelco en esta apreciación. Para Félix Benito Martín (1997) dicho cambio proviene en gran parte de los colectivos ciudadanos, profesionales y políticos cercanos al urbanismo y conocedores de la realidad y graves problemas que estaban surgiendo en los centros históricos de las principales ciudades. Tiende a romperse el aislacionismo clásico de la actividad de conservación del patrimonio y a integrarlo en las demás estrategias encaminadas al bienestar social y cultural de sus habitantes. Del mismo modo el interés se amplía del monumento al conjunto, donde se refleja de un modo más completo la huella de las civilizaciones humanas. Esto queda plasmado en la Carta de Amsterdam de 1975, donde se habla por primera vez de "Conservación Integrada", considerando inseparables la restauración material y la rehabilitación funcional, y el la Recomendación de Nairobi de 1976, verdadero código en materia de tratamiento de los conjuntos históricos en el que se apuesta por una visión moderna e integral del problema sobre la base del planeamiento urbanístico como instrumento técnico.
Recientemente el concepto se ha enriquecido aún más gracias a la aportación de zonas del planeta alejadas de la perspectiva occidental, en la conciencia creciente de que es la diversidad cultural del mundo el principal objeto del patrimonio cultural. Actualmente en la línea de lo ocurrido en los años 60 se amplía el concepto de bien cultural, hacia un concepto más comprensivo del mismo, menos ligado a lo estrictamente arquitectónico y más a lo antropológico. Interesan aspectos como la arquitectura popular, el patrimonio industrial, rutas de comunicación e intercambios...
Esta ampliación conceptual conlleva una espacial: el ámbito de percepción del patrimonio sobrepasa el conjunto histórico (se habla ahora de rutas, canales o paisajes culturales), es decir una dimensión territorial. Esto no significa que todo haya de ser protegido y que, por tanto, no se puedan transformar los usos del territorio, sino que se debe planificar a escala territorial, analizando cual debe ser la estrategia de revitalización y cuáles son los respectivos niveles de protección (según el papel que desempeñan cada uno de los elementos en el funcionamiento general). Lo importante es que no se puede comprender el verdadero significado de los bienes culturales sino tenemos en cuenta el medio en el que están integrados.
Como afirma Salvador Forner "la tendencia es en este caso manifiestamente favorable: desde concepciones fundamentalmente artísticas -y en consecuencia enormemente subjetivas- del patrimonio como elemento-símbolo del pasado, que en su día dio origen a la política de protección y conservación de los monumentos nacionales, hemos desembocado en una extensión del contenido del concepto mucho más acorde con los intereses generales de una sociedad y con la responsabilidad de la misma, en tanto que transmisora de una herencia histórica que no puede dilapidarse" (1989,18).
Desde esta perspectiva se pueden estudiar todos los elementos que configuran la red urbana, tanto los monumentos singulares, como todo el patrimonio residencial y productivo (también el natural más o menos antropizado). Y, por tanto, también el patrimonio industrial.
Para Forner el patrimonio industrial adquiere su verdadero valor contemplado como una parte integrante del patrimonio urbano , "entendiendo como tal el conjunto de elementos, edificios, paisajes urbanos y estructuras espaciales que poseen un valor documental de los procesos históricos que los generaron" (1989, 19). El patrimonio industrial supone cuestionar la concepción trradicional del territorio como elemento singular, aislado, para concebir una estructura histórica del territorio (Borsi, 1978).
En ese sentido podemos decir que solo cuando el concepto de Patrimonio pierde sus prejuicios ideológicos románticos, de legitimación de la burguesía , puede incluir al patrimonio industrial. No es casual que el primer concepto de patrimonio separara al monumento del resto de objetos o lugares no patrimoniales : al ampliarse el concepto de patrimonio tanto en lo conceptual como en lo territorial, pasará de centrarse solo en monumentos "excepcionales" y vinculados a la burguesía, o a las clases dirigentes anteriores de las que la burguesía pretende mostrarse como sucesora (palacios, catedrales...) para incluir también otros espacios tanto residenciales como productivos, más habituales pero no por ello menos significativos de una sociedad, ya que reflejan la vida de la mayoría de la población. Es decir se hacen visibles, de pronto, las clases subalternas, en el caso del patrimonio industrial la clase obrera.
El patrimonio industrial se nos presenta por tanto, no ello, en forma de monumentos que testimonian “el progreso” en sentido positivista , sino, como afirma Franco Borsi, como espacios, paisajes que nos muestran la dialéctica social, la lucha de clases, la suma de sacrificios humanos que han tenido su desarrollo en la fábrica, en la construcción de las redes de comunicaciones, etc. (Borsi, 1975, 15).
Aún hay que relativizar otro aspecto de la concepción tradicional de Patrimonio para acercarnos al patrimonio industrial, se trata de la idea de antigüedad, ya que muchos objetos de la época industrial se pueden considerar conceptualmente antiguos, aunque no lo sean en al tiempo, debido a la "obsolescencia" característica de la sociedad industrial, por lo que objetos, edificios, espacios... pierden, de repente, su función, son sustituidos por oros nuevos continuamente. "Hemos de ser conscientes de que somos la primera generación que hemos de considerar como bienes patrimoniales objetos que nosotros mismos, al menos los que tenemos más edad, hemos usado en años pasados" (Casanelles, 1998, 13).
Conclusión.
Se ha producido una ampliación del concepto de patrimonio, tanto física, ya que desde el monumento aislado se ha pasado al territorio: paisajes y centros urbanos, como, sobre todo, semántica: todo lo que nos rodea puede ser objeto del patrimonio: desde lo individual hasta lo colectivo y de lo concreto a lo intangible.
Bibliografía
Ballart, Josep, (1997) El patrimonio histórico como recurso: valor y uso, Ariel.
Borsi, Franco, Introduzione alla Archeologia Industriale, Officina Ed., Firenze 1978.
Gosse, Marc (1997) Introducción a la mesa: El territorio como periferia, en AAVV. Conferencia Internacional sobre Conservación de Centros Históricos y del Patrimonio Edificado, Universidad de Valladolid.
Hernando Carrasco, Francisco Javier, (1995) El pensamiento romántico y el arte en España, Cátedra, Madrid, 1995.
Prats Canals, Llorenç (1997) Antropología y patrimonio, Ariel.
Ortega Valcárcel, José, (1997) El patrimonio territorial: el territorio como recurso cultural y económico, en AAVV. Conferencia Internacional sobre Conservación de Centros Históricos y del Patrimonio Edificado, Universidad de Valladolid.
Roch, Fernando (1997), El territorio como recurso, en AAVV. Conferencia Internacional sobre Conservación de Centros Históricos y del Patrimonio Edificado, Universidad de Valladolid.
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