Hoy en día es frecuente presenciar actos violentos llevados a cabo por
adolescentes en los centros escolares, en espacios destinados a la educación.
Casos de maltratos físicos, psíquicos, amenazas, coacciones, insultos,
vejaciones… A priori, se podría pensar que son “cosas” de chicos, actos
espontáneos consecuencia de una convivencia diaria entre adolescentes de
distinta índole que no llevan una carga violenta, ni una premeditación, que no
son más que pequeñas y espontáneas desavenencias entre adolescentes. Pero en
muchos casos, desafortunadamente, no es así y dichos actos violentos son
verdaderamente agresivos, premeditados y continuados.
La violencia ha ido y sigue aumentando entre los jóvenes de hoy en día. Tanto es
así que se ha convertido en un verdadero problema en el entorno escolar. Hay
distintas teorías que estudian las causas y los factores que fomentan la
violencia juvenil:
Las teorías genéticas afirman que un niño es violento debido a sus
características innatas, a su genética. Un niño violento lo es desde que nace y
por eso responde violentamente a los estímulos que le rodean.
Eva María Rodríguez Cobos
jmariohv@yahoo.es
Otras teorías adoptan una posición intermedia, es decir, un niño es violento debido a su carga genética pero también a factores sociales, familiares… Quizás es ésta la teoría con la que los docentes estamos más de acuerdo debido a que nosotros somos testigos de cómo alumnos algo violentos se pueden reconducir hacia una actitud menos violenta, hasta incluso erradicarla, y como otros alumnos nada violentos se dejan influenciar por el ambiente y se vuelven algo violentos. Esa es la prueba que nos indica que los factores ambientales influyen de manera decisiva en la conducta de los adolescentes, aunque no hay que olvidar su carga genética. La violencia proveniente de la carga genética es mucho más difícil de tratar, pero la violencia de procedencia ambiental es misión de todos acabar con ella.
Partiendo pues de esta perspectiva, la educación es fundamental para el desarrollo de la personalidad de los adolescentes y para el asentamiento de una conducta no agresiva, basada en el respeto y en el diálogo como medio de resolver los distintos conflictos que surgen de la convivencia en sociedad. Sin duda, la educación en valores es una de las mejores herramientas para trabajar valores y actitudes, y principalmente la educación para la paz, mediante la cual enseñamos a nuestros alumnos que “paz” no es sólo ausencia de guerra sino ausencia de violencia. La escuela es un lugar donde se produce una convivencia de chicos y chicas de distinta raza, sexo, creencia…, por ello, es el sitio ideal para trabajar aspectos como la tolerancia, la solidaridad, la igualdad, el respeto y la resolución de conflictos mediante el diálogo.
Los docentes para ayudar a erradicar comportamientos violentos dentro del recinto escolar tratamos de analizar los factores que influyen en el desarrollo y expansión de la violencia. Nos planteamos cuestiones claves con respeto a los alumnos violentos tales como:
¿Son conscientes los padres de la carga agresiva de sus hijos?
¿Cómo influyen los padres en la conducta de sus hijos?
¿Cómo influyen sus compañeros de clase y amigos en el desarrollo de actitudes violentas y antisociales?
¿Cómo debemos actuar los docentes ante situaciones de violencia en las aulas?
¿Qué factores favorecen el desarrollo de la agresividad?
¿Cómo podemos reforzar conductas positivas?
Lo que está claro es que si en la carga violenta de un chico o una chica influye su genética, dicha conducta violenta se puede modular a través de la educación y el aprendizaje. El alumno puede y debe aprender a controlar su conducta agresiva y a sustituir la violencia por la comunicación.
No obstante, dicho aprendizaje debe comenzar en el enclave familiar, pues si un niño ve conductas violentas o agresivas en casa, rápidamente las incorpora a su patrón de comportamiento habitual en cualquier situación o sentimiento de amenaza. Los padres no deben aprobar o incentivar conductas agresivas, pues este hecho refuerza y afirma dicha conducta y la hace más patente en el día a día del niño.
Aceptar o pensar que no podemos hacer nada para evitar que la violencia se propague es un error, al igual que es un error restarle importancia a una agresión en respuesta o otra o aconsejar a nuestros hijos que peguen únicamente si antes les han pegado a ellos. De esta manera, el mensaje que les llega a los adolescentes es que está justificado pegar si te han pegado antes y que uno no es violento, sólo se defiende. Esta actitud es similar a la que adoptan cuando en los medios de comunicación ven una pelea y piensan: el agresivo, el violento o el asesino es que el empieza una pelea no el que la termina. Así pues, la sociedad en general y los medios de comunicación en particular son también responsables directos del aumento de la violencia juvenil.
Los jóvenes no suelen pensar que muchas veces para que haya una pelea dos tienen que querer pelear. En vez de esto, ellos piensan que si no pelean son unos cobardes y que los demás se reirán de ellos.
Los adolescentes por su edad y características, se agrupan y forman grupos de iguales que se refuerzan tanto en los aspectos positivos como en los negativos. Por ello, cuando la responsabilidad de una conducta agresiva recae en un grupo o miembro del mismo, el castigo deben asumirlo por separado y nunca en grupo, pues el grupo reforzará la conducta negativa a pesar del castigo. Eso sí, cuando hablamos de “castigo” hablamos de medidas educativas. Incluso cuando se trata de los padres del adolescente, está comprobado que el castigo físico es contraproducente y que sólo enseña a los niños que es mejor pegar a que te peguen, con lo cual no están consiguiendo influir positivamente en su hijo o hija.
Los padres deberían:
a) Fomentar un diálogo fluido y comprensivo con sus hijos.
b) Alimentar una relación y complicidad con sus hijos que les permita compartir más situaciones y pasar más tiempo con ellos, de tal manera que además de ejercer su función de padres también pueden influenciar a éstos de manera positiva.
c) Dar ejemplo y no usar vocabulario o conductas violentas delante de sus hijos.
d) Controlar lo que sus hijos ven en la tele y a lo que juegan en el ordenador.
e) No aminar nunca a sus hijos a resolver conflictos mediante la violencia, ni dentro ni fuera del recinto escolar.
f) Intentar eliminar del vocabulario de sus hijos palabras que inciten a la violencia, el maltrato, la falta de respeto, la desigualdad de género, el racismo…
g) Fomentar en sus hijos actitudes de tolerancia, respeto, igualdad y paz.
h) Usar estrategias educativas para “castigar” una mala acción o comportamiento, como por ejemplo charlar con ellos y hacerles ver los aspectos negativos de sus hechos.
i) Elogiar hechos o conductas positivas de sus hijos.
j) Reforzar diariamente las relaciones con sus hijos.
Parece un hecho probado que el entorno familiar es el que más influye en la conducta de los adolescentes, de ahí la importancia que padres y madres juegan en el desarrollo de la personalidad de sus hijos.
Los adolescentes deben entender que en la sociedad existen unas normas que hay que cumplir y que hay cosas que no se pueden hacer, y que incumplir estas normas o hacer algo que no está permitido o no está bien lleva consigo unas consecuencias que debemos asumir. Todos los adultos tenemos nuestra dosis de responsabilidad en el desarrollo de la violencia juvenil pues decimos que las conductas violentas o agresivas son reprochables pero muchas veces las castigamos con violencia o agresividad y no contentos con esto las difundimos a través de los medios de comunicación y les restamos importancia cuando nos sentamos delante del televisor a ver un película que fomenta y justifica la violencia.
Los docentes aportamos nuestro grano de arena para ayudar a erradicar la violencia en las aulas. Nuestra principal herramienta de trabajo en este caso se llama “temas transversales”. Hoy en día, educar es socializar, preparar al individuo para vivir en sociedad. Camps (1990) nos dice que la educación no debe ser neutral sino ideológica, es decir, que debe estar basada en valores y normas. Nosotros los docentes formamos con el fin de ayudar a nuestro alumnado a convertirse en seres dialogantes. Solemos decirles cosas tales como:
No les hagas a tus compañeros lo que no te gustaría que ellos te hiciesen a ti.
Trata de convencer, nunca de imponer.
No uses métodos violentos o agresivos pues éstos sólo generan más violencia.
No tiene más razón quien más grita sino quien más argumenta.
Negociar nos lleva a conseguir lo que se quiere, en cambio discutir o pelear sólo a pelear más.
Se trata de educar a los jóvenes en el diálogo, la negociación de significado, el consenso, la toma compartida de decisiones y el respeto ante distintas actitudes o puntos de vista. Los temas transversales nos permiten acercarnos a nuestros alumnos desde otro punto de vista que no es el meramente académico, sino ese otro que nos permite influir y potenciar el desarrollo integral de su personalidad.
BIBLIOGRAFIA
MEC (1993). Temas transversales y desarrollo curricular. Anaya. Madrid.
BUSQUETS, Mª. D. Y OTROS (1993). Los temas transversales. Claves de la formación integral. Santillana. Madrid.
LUCINI, F. G. (1994). Temas transversales y educación en valores. Anaya. Madrid.
YUS, R. (1996). Temas transversales: hacia una nueva escuela. Grao. Barcelona.
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