La Constitución española de 1978, en su artículo 14, puso fin a la desigualdad
de género igualando jurídicamente al hombre y a la mujer. Sin embargo, las
desigualdades de género siguen patentes en nuestra sociedad debido a que ciertos
estereotipos insisten en clasificar al hombre y a la mujer como dos seres
desiguales en papeles, roles, características… La reivindicación por la igualdad
de género ha puesto en el punto de mira el papel de la escuela como agente
educador en valores. La escuela puede y debe erigirse como una de las
principales entidades para encabezar la lucha por el cambio social.
Desde un punto de vista biológico si es posible distinguir entre dos sexos, pero
cuando distinguimos entre ambos de forma psicosocial estamos cayendo en la
discriminación por género. El género es únicamente una realidad cultural. Los
objetos (silla, coche, libro…) tienen género femenino o masculino debido a una
designación puramente sociocultural, que depende de la visión de cada sociedad.
Lo grave es cuando también de manera sociocultural asignamos roles a las
personas en razón de su género, y tachamos de “sentimental” a las mujeres y de
“duros” a los hombres. Esto lleva a que las mujeres adopten un rol más sumiso y
los hombres, desde niños, asuman un papel más inflexible, menos tierno y más
violento, que incluso podría no corresponderse con su verdadera personalidad
pero con la que estarían socialmente obligados a identificarse. Estamos, pues,
alterando la personalidad de estas personas y su rol social.
Eva María Rodríguez Cobos
jmariohv@yahoo.es
Las desigualdades de género siguen presentes en nuestra sociedad y parecen
heredarse de generación en generación. Se han dado pasos hacia la plena igualdad
pero el camino que queda por recorrer aún es largo y difícil debido a que el
alcanzar dicha igualdad depende a su vez de otros factores sociales, económicos
y culturales.
Hoy en día, la equidad de oportunidades no es una realidad social y para llegar a dicha igualdad no es suficiente con una educación mixta, pues muchas desigualdades escapan a lo meramente formal o aparente para ocultarse tras pensamientos fuertemente asentados en nuestra forma de ver el mundo, como por ejemplo que sexo y género son una misma cosa.
La coeducación debe comenzar desde que los alumnos/as son pequeños, por ello utilizaremos las actividades en grupo, el juego y el deporte. Los seres humanos a medida que interactuamos con seres de nuestra misma edad vamos desarrollando una serie de actitudes y comportamientos que con el paso de no mucho tiempo se asientan para siempre en nuestra personalidad, de ahí que el tipo de educación que comencemos a recibir marque nuestro desarrollo personal y social. Cuando trabajamos con niños/as desde pequeños debemos pues:
Usar el “juego” para ayudar a fomentar la interacción social de ambos sexos, sin ningún tipo de discriminación en los juguetes seleccionados para cada persona, la selección de compañeros/as como parte de nuestro grupo de juego ni en el tipo de juego o actividad a realizar por cada participante.
Usar el “trabajo en grupo” para poner un práctica una dinámica de clase en la que chicos y chicas se valoren por igual, se les asigne roles sin estereotipos y se espere lo mismo de ambos.
Cuidar la discriminación en el lenguaje y en los materiales y libros de textos.
Usar el “deporte” como vehículo para fomentar valores, actitudes y normas, ya que al practicar deporte y hacer ejercicio físico fomentamos la importancia de tomar en serio nuestra salud mental y física, establecemos normas de respeto hacia los demás como no usar la violencia, respetar turnos… y ponemos en práctica una interactuación unisex. Ya pasó de moda el que los chicos juegan al fútbol, el deporte masculino por excelencia, y las chicas al voleibol, por poner un ejemplo, pues de esta manera seguimos fomentando diferencias que provienen de hechos socioculturales como que el fútbol es un deporte de chicos por su dureza. De esta manera, asociamos dureza o violencia con chicos, de tal forma que cuando estos chicos crecen llevan consigo una carga violenta que a veces se manifiesta en “maltrato físico” hacia las mujeres, a las que ven más débiles e inferiores.
A veces la práctica de juegos o de deporte de manera discriminatoria crea hábitos de conducta discriminatorios y agresivos. Parte de estos problemas podrían evitarse con una mejor coeducación desde pequeños en el seno familiar y en el ámbito escolar. La escuela y la familia constituyen la base de nuestra educación y de ellas debemos extraer una idea clara: “Nuestros valores y patrones de comportamiento no dependen de nuestro sexo sino de la educación recibida a lo largo de nuestra vida”.
Los padres podrían optar por:
Tratar de manera igualitaria a hijos e hijas con respeto a las tareas domésticas.
Comprarle juguetes que no fomenten la desigualdad de género.
No usar un lenguaje discriminatorio en casa.
Poner en práctica juegos mixtos entre hermanos y hermanas o amigos y amigas.
Esperar lo mismo de hijos e hijas.
Actuar punitivamente ante hechos negativos los lleven a cabo los chicos o las chicas.
Fomentar la lectura de libros infantiles o juveniles que promuevan la igualdad de género.
Dar ejemplo como adultos de una convivencia basada en el respeto, la ayuda, el compartir tareas, la comprensión, la tolerancia…
De esta manera sus hijos, varones, se convertirán en adultos que no fomentarán la continuidad de un pensamiento machista que, como ahora, considere que:
Las mujeres no pueden desempeñar cargos importantes porque carecen de la autoridad necesaria. Únicamente los hombres tienen ese carácter “agresivo” para llegar a ser buenos empresarios.
Las mujeres dedican menos tiempo a su trabajo porque son madres y todo su tiempo lo dedican a sus hijos.
Las mujeres faltan más al trabajo: permisos de maternidad, enfermedades de sus hijos/as…
Hoy en día, por muy injusto que nos parezca, muchas personas y muchos empresarios piensan de esta manera.
Con respecto al alumnado en la alta-adolescencia (16-18 años), la escuela debe considerar como imprescindible en su educación a esta edad:
Una igualdad a la hora de escoger asignaturas.
Una motivación hacia los estudios superiores sin discriminación de tipo laboral.
Una visión del mundo laboral sin discriminaciones de género.
Un asesoramiento académico y laboral sin discriminación de género, basado en las habilidades y destrezas de cada alumno/a.
Podemos asumir, pues, que la coeducación debe empezar cuando nacemos y debe irse ampliando a medida que crecemos y nos encaminamos hacia la madurez intelectual, una vez alcanzada dicha madurez no será imposible desechar ciertos malos hábitos pero sí muy difícil pues se habrán arraigado en nuestra personalidad. La coeducación acentúa la necesidad de que:
Chicos y chicas compartan unos valores y actitudes que coexistan y que sean asumidos por ambos sexos por igual.
Chicos y chicas tengan un desarrollo personal donde no se arraigue ningún tipo de discriminación social.
La educación corrija actos sociales discriminatorios asentados en nuestra sociedad.
La sociedad gire hacia una visión más igualitaria de las personas.
Todas y cada una de las áreas o materias que se imparten en los centros escolares dé la relevancia que merece al tratamiento de los temas transversales.
Chicos y chicas andaluces conozcan y valoren su herencia cultural pero también sean capaces de cambiar aquella parte de nuestra cultura que facilita o hace posible la discriminación social.
Pero el profesorado también debe asumir ciertos cambios de actuación tales como:
1)Escoger materiales y libros de clase que no favorezcan la discriminación de género, a de cualquier otra clase.
2)Tratar por igual a chicos y chicas.
3)Evitar el lenguaje sexista, ya que cuando nos dirigimos a la clase en general decimos “chicos”, de tal manera que estamos favoreciendo la persistencia del liderazgo de los chicos por el mero hecho de ser chicos.
4)Adoptar una actitud continuada de rechazo a la discriminación de género y no sólo cuando tratemos directamente este tema transversal.
Este tipo de discriminación llega hasta tal punto en nuestra sociedad que no nos resulta raro o discriminatorio el pensar de la siguiente manera:
La “alcaldesa” es: 1. LA MUJER DEL ALCALDE.
2. PERSONA QUE DIRIGE O GOBIERNA UN PUEBLO.
En cambio, el “alcalde” es exclusivamente: LA PERSONA, HOMBRE, QUE DIRIGE O GOBIERNA UN PUEBLO.
Es este tipo de visión social lo que nos lleva a plantearnos un cambio urgente en nuestra manera de actuación y podríamos empezar por:
Dirigirnos a las personas como “personas” o “seres humanos” y no como “hombres”, o hacer mención implícita de ambos sexos: señoras y señores, profesores y profesoras, padres y madres, amigos y amigas, alumnos y alumnas… No cuesta trabajo alguno cuando nos habituamos a ello y en cambio podemos corregir parte de la discriminación que aún padecemos. Es mayor el beneficio que el sacrificio, sacrificio en pro de una sociedad más justa.
BIBLIOGRAFÍA
BARRAGÁN, F.; GUERRA, M.I. y JIMÉNEZ, B.(1996): La construcción colectiva de la igualdad. Sevilla: Dirección General de Promoción y Evaluación Educativa.
BISQUERRA, R. (1989): Métodos de investigación educativa. Guía práctica. Barcelona: CEAC.
BUSQUETS, M. D. y otros (1992): Los temas transversales. Claves de la formación integral. Madrid: Santillana.
MEC (1993). Temas transversales y desarrollo curricular. Anaya. Madrid.
YUS, R. (1996). Temas transversales: hacia una nueva escuela. Grao. Barcelona.
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