José Mario Horcas Villarreal
jmariohv@yahoo.es
En parte a causa de su posible pertenencia a campos de estudio de disciplinas
distintas ( etnología, sociología, historia literaria…), en parte debido a las
dificultades de documentación propias de su material ( a veces perdido, a veces
mutilado, estilizado o reelaborado en documentos “cultos” ), existen graves
dificultades en la delimitación de los conceptos enunciados en el epígrafe,
indudablemente relacionados entre sí, vertebrados en la ambigua “cultura popular”
netamente opuesta a otras formas más intelectuales de cultura.
A pesar que desde principios del siglo XIX se viene realizando una importante
labor de lo folclórico-tradicional, que ha traído a la luz una importante serie
de aspectos, se carece todavía, bajo el paraguas de los especialistas, de una
visión íntegra y sistematizada del fenómeno, que viene siendo interpretado
contradictoriamente.
Subsisten problemas terminológicos que también son problemas conceptuales graves.
El término folclore etimológicamente significa “conocimiento del pueblo”, se extiende también a sus costumbres, acabó por contaminarse a lo largo de su historia de otros valores, para, finalmente, remitir en el momento actual a un concepto difícilmente precisable, que en palabras de P. Zumthor, a menudo se limita a ofrecer vagas características regionales más o menos turísticas.
La denominación global “cultura popular” no resuelve las mencionadas indeterminaciones.
Hay, pues, una diferencia de criterios a la hora de delimitar la oposición entre lo “popular” y lo “culto”. La oralidad se distingue nítidamente de la escritura como vía que contagia sus propios caracteres específicos a aquello que transmite; pero sin embargo, la trasmisión oral no es sinónimo de tradicionalismo cultural: debe, en este sentido, diferenciarse entre difusión popular y creación popular y no llegar a olvidar tampoco, el constante juego de influencia recíproca entre lo individual y lo anónimo-tradicional.
Así, muchas composiciones poéticas populares poseen un origen culto, documentable, al tiempo que los autores literarios, con grandísima frecuencia, acuden al canon popular-tradicional para tomar inspiración o materiales.
Por todo ello, y a pesar de que el criterio de la “falta de artificio” sea uno de los más usuales en el mencionado deslinde, no siempre están claras las fronteras entre lo
uno y lo otro.
Muchos de estos problemas en último término remiten, en opinión de Zumthor, al hecho de la definición de la cultura popular mediante el término “literatura”, lo cual no deja de ser paradójico si se atiende a la etimología de la palabra. La ambigüedad de la expresión “literatura oral” ha terminado por hacer sentir ajeno, tanto al historiador de la literatura como al folclorista, un corpus extenso de producciones que no son plenamente ni folclore ni literatura, sino una integración de ambas cosas.
Con todo, Zumthor, confiere primacía al medio privilegiado y característico de trasmisión de la cultura folclórica: la oralidad, la voz. Este fenómeno, que singulariza la cultura popular frente a la predominancia de la escritura en la cultura oficial, es denominado con la palabra inglesa performance , aludiendo a la interacción de los elementos verbales con los corporales y convencionales a la tradición oral.
De esta manera, la narración de sucesos legendarios por parte del “juglar” combina posiblemente la recitación con determinados ademanes o gestos, los espectáculos teatrales combinan la música con la palabra y se insertan en manifestaciones religiosas o sociales.
Los refranes, por su parte, dependen en muchas ocasiones de una pequeña facecia o cuentecillo del que constituyen el apunte más gracioso o la sintética conclusión final.
Todo ello debe, en resumen, llamar la atención sobre la mutilación que supone transplantar una serie de elementos verbales de su entorno vivo a una transcripción en la que desaparece totalmete un inseparable contexto
. En la notación de los textos de la cultura popular queda necesariamente difuminados o perdidos elementos extraverbales en los que a veces reside una gran parte de su sentido.
Como se apuntó arriba, el signo de las relaciones entre las formas de tradición oral y la literatura es de influencia recíproca: lo popular y lo culto constituyen dos polos extremos del circuito comunicativo social que se fecundan el uno al otro.
El conocimiento riquísimo del material folclórico presente en nuestra literatura culta es trabajo que, según Chevalier, está lejos de haber quedado concluído. No son ajenas a este problema las enormes dificultades de recopilación de material folclórico, ya disperso en recopilaciones antiguas, ya en menor o mayor grado refundido en textos de índole diversa, en momentos y géneros muy distantes entre sí.
Chevalier ha sugerido una serie de caminos de recopilación, ciñéndose a una de las formas de más rico cultivo en la literatura: el cuento tradicional. Estas orientaciones se vertebran en una metodología doble, que conjuga lo diacrónico con lo sincrónico.
Además de la recopilación , se podrían establecer dos mnaneras diferentes de relación o incorporación y acercamiento de las formas tradicionales a las obras de autor: la imitación y el engaste.
No obstante, debe advertirse que resulta complejo diferenciar entre una y otra, por tratarse de modalidades hasta cierto punto compatibles.
A las anteriores dificultades se contrapone la posibilidad de recuperación moderna del folclore antiguo transmitido oralmente hasta nuestro tiempo, vía en la que ahondaron Menéndez Pidal y su escuela.
Volviendo a las relaciones entre folclore y literatura, apuntaremos que ya los formalistas rusos y los semiólogos Mukarovski y Bajtin, se ha interpretado la relación entre la cultura tradicional y la literatura “culta” como resultado del proceso de oposición entre dos normas, lenguajes o géneros inscritos en los códigos semióticos de la sociedad: por un lado, los altos, intelectuales y artificiosos, y por otro los bajos, populares y más instintivos.
Bajtin ha interpretado el entrecruzamiento de estos diferentes discursos y géneros como el nacimiento de la novela, basada en el hibridismo e ironización de una serie de tipos de discursos, armonizados en la voz del narrador. En el nacimiento del género tiene un lugar determinante la cultura popular, basada en la reivindicación de los valores corporales, el principio del cuerpo y sus funciones primarias, cristalizadas en las imágenes del carnaval.
En palabras de Bajtin: “A partir de la segunda mitad del siglo XVII el carnaval deja de ser casi por completo la fuente inmediata de la carnavalización, cediendo su lugar a la influencia de la literatura ya carnavalizada anteriormente; de este modo, la carnavalización llega a ser una tradición puramente literaria. [...] Por consiguiente, la carnavalización se convierte ya en una tradición de género literario. Bajtin reconoce que el traslado al campo de la tradición literaria implica variaciones en el plano del significado de los elementos carnavalescos: «En esta literatura ya separada de la fuente inmediata que fue el carnaval, los elementos carnavalescos se transforman y cobran así un nuevo significado.
Si bien este crítico propone la segunda mitad del siglo XVII como inicio de la tradición literaria de la carnavalización, cabe anotar que desde el periodo clásico ella ha pasado normalmente a integrar el sistema de la tradición literaria. Este es un fenómeno que el mismo Bajtin ha documentado en sus trabajos de poética histórica acerca de los géneros cómico-serios en la Antigüedad.
Entre los componentes del carnaval que interesan especialmente con relación al problema de la carnavalización nos encontramos con el concepto de familiarización, que «ha contribuido a la destrucción de la distancia épica y trágica y a la trasposición de todo lo representado a la zona del contacto familiar, se ha reflejado significativamente en la organización del argumento y de sus situaciones, ha determinado una específica familiaridad de la posición del autor con respecto a los personajes (imposibles en los géneros altos), ha aportado la lógica de disparidades y de rebajamientos profanatorios y, finalmente, ha influido poderosamente en el mismo estilo verbal de la literatura»
Aunque el folclore puede contener elementos religiosos y mitológicos, se preocupa también con tradiciones a veces mundanas de la vida cotidiana. El folclore relaciona con frecuencia lo práctico y lo esotérico en un mismo bloque narrativo. Ha sido a menudo confundido con la mitología, y viceversa, porque se ha asumido que cualquier historia figurativa que no pertenezca a las creencias dominantes de la época no tiene el mismo estatus que dichas creencias dominantes. Así, la religión romana es calificada de «mitología» por los cristianos.
De esa forma, tanto la mitología como el folclore se han convertido en términos clasificatorios para todos los relatos figurativos que no se corresponden con la estructura de creencias dominante. A veces el folclore es de naturaleza religiosa, como las historias del Mabinogion galés o las de la poesía escáldica islandesa.
Muchos de los relatos de La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine también plasman elementos folclóricos en un contexto cristiano: ejemplos de dicha mitología cristiana son los temas desarrollados en torno a San Jorge o San Cristóbal. En este caso, el término «folclore» se usa en un sentido peyorativo, es decir, mientras las historias del trotamundos Odín tienen un valor religioso para los nórdicos que compusieron las historias, debido a que no encajan en las creencias cristianas no son consideradas «religiosas» sino «folclóricas» por los cristianos.
Los cuentos populares son término general para diversas variedades de la narrativa tradicional. La narración de historias parece ser un universal cultural, común por igual a las sociedades básicas y las complejas. Incluso las formas que adoptan las historias populares son ciertamente parecidas de una cultura a otra, y los estudios comparativos de temas y formas narrativas han tenido éxito al demostrar estas relaciones.
Por otra parte, el folclore puede usarse para describir precisamente una narrativa figurada, que no tiene contenido sagrado o religioso alguno.
Desde el punto de vista jungiano, que no es más que un método de análisis, puede en su lugar corresponder a patrones psicológicos inconscientes, instintos o arquetipos de la mente. Este saber puede o no tener componentes fantásticos (tales como magia, seres etéreos o personificaciones de objetos inanimados).
Estas historias populares pueden surgir de una tradición religiosa, pero sin embargo habla de asuntos psicológicos profundos. El folclore familiar, como Hansel y Gretel, es un ejemplo de esta sutil línea.
El propósito manifiesto del cuento puede ser primordialmente una enseñanza mundana sobre la seguridad en el bosque o secundariamente un cuento cautelar sobre los peligros del hambre en las familias grandes, pero su significado latente puede evocar una fuerte respuesta emocional debido a los ampliamente comprendidos temas y motivos tales como «la madre terrible», «la muerte» y «la expiación con el padre».
Puede haber un alcance tanto moral como psicológico en la obra, así como un valor lúdico, dependiendo de la naturaleza del narrador, el estilo de la historia, la edad media de la audiencia y el contexto general de la actuación. Los folcloristas se suelen resistir a las interpretaciones universales de los relatos y, donde sea posible, analizan las versiones orales de historias en contextos específicos, más que en fuentes impresas, que a menudo muestran el efecto del sesgo del escritor o editor.
Los relatos contemporáneos comunes en Occidente incluyen la leyenda urbana. Hay muchas formas de folclore que son tan comunes, sin embargo, que la mayoría de la gente no advierte que son folclore, tales como acertijos, rimas infantiles y cuentos de fantasmas, rumores (incluyendo teorías conspirativas), chismes, estereotipos étnicos, costumbres festivas y ritos del ciclo vital (bautizos, funerales, etcétera).
Los relatos de abducciones por OVNIs pueden ser consideradas, en un cierto sentido, como actualizaciones de los cuentos de la Europa precristiana o incluso de historias de la Biblia tales como la ascensión al cielo de Elías. Adrienne Mayor, al presentar una bibliografía sobre este tema, señaló que la mayoría de los folcloristas modernos desconocen en gran medida los paralelos y precedentes clásicos, en materiales que están solo parcialmente representado por la familiar etiqueta de «esópicos»: La literatura clásica grecorromana contiene ricos tesoros ocultos de folclore y creencias populares, muchas de ellas con equivalentes en las leyendas contemporáneas modernas.
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