Amalia Carrique
Edgardo Adrián López
liacarri@uolsinectis.com.ar
edadrianlopez@yahoo.com
“… Maestría … sutil, que consiste en reforzar las marcas por medio del juego interno de sus diferencias … : la ‘lengua volátil’ permite a la clase en el poder ejercer su dominio sin amo aparente. No deja sin embargo de servir a su amo ... ”
Françoise Gadet y Michel Pêcheux
“… (No) tengo más que una lengua y no es la mía, mi lengua ‘propia’ es una lengua inasimilable para mí. Mi lengua, la única que me escucho hablar y me las arreglo para hablar, es la lengua del otro”
Jacques Derrida
Se nos invita a problematizarnos acerca de cómo se vinculan la identidad, la cultura y la subjetividad. Pero en el temario sugerido es perceptible una exclusión que es ausencia, curiosa omisión y desplazamiento. Todos sabemos que el archidiscurso massmediático transversaliza los discursos sociales y que, por ende, modificó nuestro sí mismo, las relaciones intra e ínter culturales y cambió las formas de subjetividad. La alteridad incómoda de lo mediático resulta así elidida en una expresión general, en un “axioma” que, por su misma característica de anticipación, se “defiende” de un otro que todavía no logra ingresar en los análisis “clásicos” de la crítica cultural. Por ejemplo, en el estudio de la lengua materna no se tiene en cuenta que los nuevos instrumentos de escritura mediática ponen en conflicto sus reglas (cf. infra). Por otra parte, el contexto cognitivo/perceptivo del capitalismo tardío (Jameson 1995 b: 12) nos impone existir dentro de una mediosfera(1) que, no por conocida, es re-conocida o aceptada en las instituciones educativas que son las encargadas de asimilar tales variantes. Todavía persistimos con la desgastada costumbre de establecer un rígido binarismo entre tecnología y “cultura”, olvidando que las técnicas de creación juegan un papel fundamental en la génesis de riqueza inmaterial (acerca de estos últimos lexemas, ver Marx 1985).
Ciertamente, la videosfera ha suscitado una interface entre prácticas/discursos/regímenes semióticos y tecnología que, no sólo se modificó de acuerdo al ritmo de los nuevos motores (Virilio 1996), sino que la matriz mediática participa activamente en el proceso de producción de cualquier “objeto” cultural. Al respecto, Arlindo Machado (1996: 11) sostiene que
“… ninguna lectura de los objetos culturales … puede ser completa si no se consideran relevantes … la ‘lógica’ intrínseca del material y los procedimientos técnicos que le dan forma. Tales mediadores, lejos de configurar dispositivos de enunciación neutros o inocentes, … desencadenan mutaciones sensoriales e intelectuales …” (lo destacado es nuestro). Esto es, que la multiplicidad cultural se corresponde con una complejidad creciente de las condiciones tecnológicas de expresión.
Por lo anterior, es viable afirmar que el desarrollo mediático del capitalismo global(2) disolvió las clásicas fronteras entre arte, ciencia y tecnología. Un ejemplo significativo sería el descubrimiento de la geometría fractal por Benôit Mandelbrot, en donde la ciencia es “traducida” a imagen y lo visual es “recodificado” en fórmulas matemáticas. Lo cual viene a confirmar que tal geometría repercute tanto en el campo de las artes en general, como en el de la “racionalidad” científica. Cada vez es más problemático efectuar diferenciaciones taxonómicas entre lo que proviene de la imaginación científica, de la creación estética y de la invención tecno-industrial.
Puesto que la interface sociedad/tecnología diluyó “fronteras” que se consideraban más o menos fijas, cabría interrogarse por lo que hoy llamamos “sistema de la lengua” y de la literatura. En efecto, el tecno-arte (poemas musicales, video/poemas, “bancos” combinables de imágenes-sonidos/lenguaje, entre otros) pondría en crisis la Literatura-institución, que se definiría a sí misma a partir de cierta estética de la lengua escrita u oral y que, por consiguiente, se correspondería con textos(3) exclusivamente lingüísticos.
Por otra parte, la “lingüicidad” de la lengua estaría fisurada por una escritura tele/tecno-mediática que genera (in)certidumbres que debieran ser abordadas por su urgente actualidad. Hay una imagen de la escritura con bolígrafo que fue invaginada por el teclado de los ordenadores. Bisagra que traza umbrales en la historia.
“Se trataría más bien de otra historia de la mano, … la historia de una escritura dominada por la mano, aún cuando … la función de la mano se desplace lentamente” (Derrida 1999: 14, 21). A su vez, las máquinas/estilete crean otro cuerpo, “no solamente un vínculo abstracto, técnico y mecánico, sino otro escenario, … otro impulso”, toda una tecnología del cuerpo-máquina (op. cit. 1999: 11).
Asimismo, en las computadoras la distinción entre lengua oral y lengua escrita, dos sistemas que sabemos pautados por reglas disímiles, comienza a desdibujarse (tal es el caso del Global/chat, del E-mail y del “voice direct”). ¿Es lengua oral o lengua escrita?, ¿oralidad transpuesta en escritura o escritura oralizada? Cuando el ordenador “re/produce” en cadena significante lo que, según los parámetros de un soft reciente (“voice direct”), se le dicta por medio de la voz humana, la borradura de la lengua escrita y oral llega a su máximo: el usuario debe hablar como si estuviera escribiendo, lo cual supone un proceso mental que se eleva por encima de los rasgos asignables a cada modalidad del lenguaje(4).
Podría argumentarse que en la “literatura” ya fueron mixturados ambos sistemas con una finalidad estética, mas no debe ignorarse que el ciberespacio establece hipertextos que operan con otra materialidad. La página virtual del “chateo” y del E-mail suspende a veces, los indicios paratextuales (fechas, encabezamientos, destinatarios, firma, etc.); funciona con otra disposición espacial (la que, con frecuencia, es modificada en el momento de la llegada a “puerto”); y altera la puntuación y separación en sílabas, ya que dependen de los “caprichos” de la máquina. La ausencia de acentos, comillas, signos de expresión, paréntesis, etc., suscita una lengua “extranjera” en el sistema. Esta escritura cibernética nos empuja a alterar la gramática y la ortografía en algunas ocasiones, en razón de que el teclado carece de determinados símbolos (como la “ñ” del castellano), o porque en la rapidez de esa comunicación (cuyo propósito es desplazar bits) no importan los llamados “errores”. Incluso los significantes mismos se vuelven una palabra imagen “enviada” desde un lugar “lejano”, como proveniente de un Otro inconsciente maquinal (Derrida 1999: 24). Acaso ello se deba a que la escritura informática sea un registro “abstracto”, en donde las huellas del proceso de producción (borrones, tachaduras, ampliaciones, remisiones al margen, etc.) no permanecen a modo de una “cicatriz” en el papel o de una “resistencia” del tiempo (op. cit. 1999: 25).
Adviene otra experiencia de lo temporal y del ritmo del cuerpo, de los cuerpos tele-tecno/texto-mediáticos. En tal medida, aparece a manera de un lenguaje “sin” lengua y un habla particular que, no obstante, es universal por estar “absuelta” de las exigencias del sistema lingüístico perteneciente a cada Estado/nación. Esa comunicación “por defecto” presupone una “enciclopedia” tácita que no sólo se vincula con las “competencias” de habla, sino con las que requiere el lenguaje computacional que, paradójicamente, es tanto más dúctil cuanto más “limitado” asoma. Los márgenes, aparentemente inexistentes, existen virtualmente en el entretejido textual y se los puede inscribir en cualquier punto de esa red. Por ende, es factible “leer” las marcas ausentes y asignarlas a los rizos del ciberespacio. Insiste entonces, una doble virtualidad en ese “esperanto maquínico”: de un lado, la página “es” una lluvia de electrones, un “plano” de desmaterialización o desterritorialización que hace visible su espectralidad a través del dispositivo técnico; del otro, se sobreentiende lo que está ausente. Un fenómeno análogo surgió con el telégrafo, ya que su “estructura” inmaterial para la significación fue situada, por los sistemas lingüísticos, con sus especificidades en torno a la puntuación, gramática, coherencia, etc.
A propósito, otras de las nociones debilitadas o transmutadas en esta hiperescritura son las de “coherencia” y “cohesión”. El proceso de génesis de un texto argumentativo en un ordenador, ya no es “lineal” como lo era antes de:
a) las posibilidades de “ventanas” abiertas al mismo tiempo;
b) los “documentos” bajados de Internet para su posterior inserción;
c) las funciones de “cortar”, “pegar”, “importar”; etc.
Estas operaciones conllevan una “fragmentación” en el trabajo de la escritura y del pensamiento, por cuanto, a pesar de continuar empleando los conceptos según un orden lógico, la dinámica es más rizomática, “transversal”, veloz(5). Los giros que la actualidad “electromediática” provoca al pensamiento argumentativo, ocasionan que los efectos de verosimilitud sean logrados a través de recursos más lábiles en el movimiento de enunciación silogística. No se trataría ya de un “giro lingüístico” (Rorty 1998) puro, sino de “vórtices” de múltiples interfaces que suscitan otros modos de efectuar marcas en la lengua, de habitarla y de ser (tele)transportados por su crepúsculo. No obstante, bien se podría opinar que el proceso de argumentación siempre tuvo componentes de transversalidad (fichas, anotaciones al margen, consulta simultánea de varios textos, etc.). Pero lo que aquí interesa es que la materialidad “desterritorializada”, fantasmática del documento-bit nos exige otros procesos cognitivos, porque no tenemos más que fragmentos desasidos que “transcurren” en la “carretera” de la pantalla.
Situaciones análogas a lo descrito acaecen con el “attachment” y el E-mail, dado que el primero implica la existencia virtual de un texto que es, no obstante, suplementario respecto al “correo” que lo anticipa (una especie de “deixis” catafórica espectralizada). Cuando el “attach” es abierto, la semiosis queda “completa”. Sin embargo, la máquina puede codificar el texto de tal modo que no pueda ser decodificado por otra que no tenga un dispositivo análogo: hay una preeminencia del lenguaje de máquina sobre y contra un lenguaje intersubjetivo. En este caso los aparatos se “comunican” entre sí, dejando “afuera” a los operadores. Es oportuno aclarar que no sostenemos que el E/mail o el “attach” por separados carezcan de coherencia en sí mismos, sino que su relación de palimpsesto mantiene en suspenso o expectación los efectos de sentido.
Ahora bien, las incisiones mediáticas en la lengua y en la literatura ponen igualmente en crisis la categoría “texto”. Los poemas musicales y los video-poemas, a los cuales ya hicimos referencia, son una significancia que va más allá de la lógica de lo pensable; es una lógica de lo imposible, del sueño (Kristeva 1998: 194 y ss.). Al ser una semiosis que no se constriñe al régimen significante y a procesos de enunciación dominados sólo por sujetos, dada la interfaz hombre-máquina, es una significancia que rebasa lo textual. Kristeva dirá que se trata de una semiosis del a/pensamiento. Esta “extraña” semiosis implica que lo textual es apenas su forma más “disciplinada”, incluso teniendo en cuenta las múltiples lecturas sugeridas por las teorías de Barthes, Bajtin, el grupo Tel Quel y otros. Queda la alternativa de significancias que sean diseminaciones en “paralelo” respecto a la textualidad y a su enunciación anclada en sujetos. La escritura mediática pone en escena enunciaciones “paragramáticas” que, sin enunciador o enunciatario, igual “dicen”, indican, etc. En lo audiovisual todo enuncia (el color, el sonido, los planos, los puntos de vista de la cámara, el encuadre, entre otros aspectos) y, por ende, existe una “red” de enunciaciones simultáneas(6) que es necesario aprender a “leer” allende la configuración-poder hegemónica del “textum”(7).
Teniendo en cuenta el estado de cosas enunciado hasta aquí, sería interesante abrir un espacio de discusión en donde se interrogue cómo “enseñar”(8) lengua desde una didáctica alternativa que incluya aquello desplazado/aplazado, cuya ausencia en el temario del Congreso no deja de ser sintomática. Nuestros alumnos, incluso los que no poseen ordenador, “leen” textos audiovisuales y redactan con la “gramática” de la “archiescritura” mediática. De acuerdo a nuestra experiencia (Carrique y López 1995), lo audiovisual modula en los estudiantes formas de percepción-interpretación/cognición y un nuevo tipo de lectura que entran en conflicto con las asociadas a la lengua-institución y a la literatura/canon, como así también al modo de procesamiento de los signos. A su vez, la deconstrucción de los “textos” pertenecientes a esa dromosfera es imprescindible para una crítica cultural; paradójicamente, la operatoria deconstructiva requiere de competencias desarrolladas en lo lingüístico. Es así que, si bien lo tele-mediático es parte de los saberes previos, lo lingüístico es necesario como metalenguaje para decodificarlo, pero conscientes de que hay herramientas múltiples y con distintas lógicas a fin de llamar a escena la escritura.
Una pedagogía audiovisual, orientada a la “enseñanza” de la lengua y la literatura, no puede ignorar los efectos suscitados por la interface sociedad/tecnología, que ritma la dinámica del archidiscurso massmediático –su alteridad incómoda, fantasmática, (in)verosímil.
NOTAS
(*) Ponencia interpelada en las VI Jornadas Regionales de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales, del 17 al 20 de mayo en la Universidad Nacional de Jujuy, San Salvador de Jujuy, Pcia. de Jujuy, Argentina.
(**) La docente se desempeña como Profesora Adjunta Regular en la Carrera de Ciencias de la Comunicación y en la Carrera de Letras, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta (UNSa.), Salta capital, Pcia. de Salta, Argentina.
El otro profesor es Doctor es Humanidades con Orientación en Historia, docente Adjunto interino de Sociología, Carrera de Ciencias de la Educación, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta (UNSa.), Salta capital, Pcia. de Salta, Argentina.
(1) La “dromosfera” (Virilio 1997: 60) es una Archiescritura (Carrique 1995; Derrida y Stiegler 1998: 15, 52/53) en la que lo mass-mediático es el discurso que atraviesa, reconstruye y deconstruye a los otros discursos o prácticas sociales. Algunos de los elementos que intervienen en su gramática son: la velocidad; un flujo omnipresente de electrones; el tiempo digital; las pantallas de computadoras (que, por el auge de la simulación, compiten con las cámaras); etc.
(2) Muchos pensadores contemporáneos (Lyotard, Baudrillard, Castoriadis, Derrida, Guattari entre otros) sostienen que las mutaciones tecnológicas del capitalismo han vuelto caducos los análisis de Marx. Por ejemplo, Michel Onfray (1999: 167) comparte la idea sugerida por Vivian Forrester (1998) de que ha llegado el fin del trabajo. A su vez, sugiere que un pensamiento crítico tendría por “personaje categorial” a un libertario (que sería libertino, hedonista, cínico y un “dandy”), en lugar del “viejo” revolucionario marxista “setentista” que como tal, estaría atravesado por microfascismos (Deleuze y Guattari 1988). Una crítica cultural materialista (Jameson 1995 a: 23), creemos, asimilaría lo revolucionario a lo libertario y hedónico, ya que un horizonte emancipatorio no deja de lado la alegría, la belleza de provocar placer en los otros.
(3) En la semiótica contemporánea, la idea de “texto” fue muy productiva en sus consecuencias. Sin embargo, los mass/media, con sus devenires enoncivos n-dimensionales, hacen visible que la textualidad es un juego de poder contra la diseminación.
(4) La “reducción” de la oralidad al plano de la lengua escrita conlleva un gran esfuerzo cerebral, por cuanto es imprescindible comunicarse con la computadora con una dicción “perfecta” que, además, tenga presente el “estilo” que impone el software (por ejemplo, para la puntuación existen operaciones que no tienen conexión con las normas comunes del dictado).
(5) Lo transversal es una “línea” de incidencia que atraviesa diversos registros o “paralelas”; en consecuencia, varios “puntos” ubicados a distancias y espacios diferentes quedan “interconectados” (Guattari 1976).
El rizoma es un “conjunto” de flujos, articulaciones débiles, corrientes moleculares; en suma, aquello “blando” y “abierto” que se opone a lo duro, lo estructural, el estrato, lo molar, lo mayor, etc. (Deleuze y Guattari 1988: 9/32). La era teletecnológica permite operaciones “caóticas” y “desordenadas”, aun cuando finalicen en una sostenida argumentación de formato “clásico”.
(6) A pesar de que lo observado por Kristeva está apenas esbozado, podemos inferir que las poli-enunciaciones de los “textos” de la videosfera no sólo tienen vínculos de inclusión, presuposición, anticipación, complementariedad, sino que son contradictorias entre sí y con la enunciación/hegemonía del texto que ha “capturado” o cristalizado la multivalencia de la significancia.
(7) Para Deleuze y Guattari (1988: 72 y ss.) es viable concebir la formación de universos asemióticos, id est, carentes de signos pero que todavía son capaces de “expresar”. El código genético, la disposición de los cristales, los fractales, las capas geológicas “dicen” algo sin “mediar” signos. Si bien los humanos significamos tales manifestaciones, ellas asoman a manera de una “escritura” de la Naturaleza. Luego de este nivel de lo asemiótico, continuaría el gran corpus de lo semiótico. Al respecto, Lotman (1979: 70, 84, 90) sugiere que lo asemiótico es necesario como núcleo de las estructuras significantes. Nietzsche (1967 a: aforismo 1049, 386; 1967 b: aforismo 1061, 390-391), por su lado, afirma que las diferentes semiosis se conforman porque nos resistimos a un devenir inaprehensible del mundo. No obstante, allí todavía persisten distinciones “internas” que ensamblan lo “asígnico” con el “signum”. Para el detalle de las semióticas que se inscriben en esta “totalidad”, cf. op. cit. (1988: 122/124), y Carrique y López (1997: 33-57; 1999).
Empero, a las apuntadas por los mencionados autores podemos agregar una semiótica extrasignificante, que consistiría en el “ronroneo” de las cosas (los ruidos del mundo cotidiano), “murmullo” que tiene gran relevancia en un “texto” audiovisual y que pasa desapercibido en la rutina de nuestro vivir (en la que no obstante, conviven la lengua oral, la lengua escritura y lo mediático). También habría una semiótica infrasignificante, definida por los fantasmas que “pululan” entre una subjetividad cualquiera y la “manipulación” de lo “real” (en un “navegante” de Internet, insisten series de “procedimientos” memorizados que guían su uso).
(8) En conexión con lo que “propiamente” es enseñar, ilustrar en el vivir, y (sobre)vivir en la lengua la literatura (en especial, cuando existe un lenguaje/Amo, un monolingüismo del Otro), remitimos a Derrida (1995; 1997). La praxis de la enseñanza se enmarca en lo que puede y debe decir un padre, un maestro a aquel que “no tiene luz” (alumnus) o al que recibe la herencia (el hijo) para saber, por fin, qué sería vivir-enseñar/aprender.
BIBLIOGRAFÍA
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