Edgardo Adrián López y Roberto Ortiz Lazarte (*)
edadrianlopez@yahoo.com
“El yo es ese amo que el sujeto encuentra en el otro, y que se instala en su
función de dominio en lo más íntimo de él mismo”
Jacques-Marie Lacan
“Aquí no hay más cómplices que tú y yo. Tú por opresor, y yo por libertador”
José Gabriel Tupac Amaru
1. Circunvalaciones
El enfoque en que nos apoyaremos es el de la larga duración y tendrá por objetivo, analizar lo que se desató con el mal llamado “Descubrimiento”, desde 1492 a nuestros días en Latinoamérica (1). Verdad que una de las graves limitaciones del artículo será que no concretiza puntillosamente, cómo operan las dialécticas sociales en los modos de producción (2) que hubo en las Américas, a partir del desembarco de los corsarios españoles, pero aun así, es parcialmente “aplicable” lo que sostenemos (3).
Continuando con lo a exponer, es viable decir que si hemos creído oportuno hacer explícito que en Latinoamérica insiste una contradicción entre la tarea como medio de opresión del otro y el interés de clase correlativo a la emancipación, es para traer a lo Simbólico lo siempre denegado (4). Es contribuir a la integración real de lo Abyecto, con el horizonte de liberar al Yo de la alienación en el otro. O por lo menos, tornar factible que el Yo no sea ese agujero negro para el deseo de emancipación.
En la medida en que lo rechazado en lo Simbólico, implique en el Aplastado la abyección de sí mismo, su auto rechazo, el Yo no sólo estará alienado en el Tú (id est, hará del otro un Saboteador interno), sino que además supondrá que la subjetividad será condición de extrañamiento. Si el sujeto habla de sí a través de un Yo inserto en el campo del Otro, acorde a los Seminarios de Lacan (5), es porque recibe su Ley desde afuera y en cuanto tal, es dominado (6). La palabra curvada por el campo del Otro, es la enajenación misma de la “conciencia” (7).
Sin embargo, la conciencia de clase no es necesariamente, ni una garantía contra la alienación ni el supuesto de un desarrollo lineal. En la colectividad actual, la conciencia de clase de los sometidos puede ser incluso, una estrategia de dominio que borra el conflicto: el obrero es absorbido por una ideología que es presuntamente, la discursivización de sus intereses, pero au fond, el sistema productivo emplea la capacidad de acción para controlar las “irregularidades” individuales. Es precisamente el capitalismo, el que aprendió a hacer de la conciencia de clase una tecnología del Yo. Y es en ciertos movimientos revolucionarios contemporáneos, donde puede apreciarse que la conciencia de clase es adquirida después de tentativas erráticas, aunque siempre propensas a ser neutralizadas o anuladas.
Ahora bien. Lo que anhelaríamos delinear es que la contradicción entre trabajo enajenado e interés de clase, implica una oposición entre proceso histórico y conciencia de clase. Si la historia no es sencillamente, una continuidad lineal, sino que se despliega de manera dialéctica; si la historia es zigzagueante, es porque los agentes oprimidos no se vinculan consigo de forma simple. Los sujetos aplastados se relacionan consigo, a fuerza de auto convertirse en objetos. Esto ocasiona que los agentes oprimidos sean plus ou moins, no activos y que intervengan de manera deficiente en los acontecimientos. Siendo pasivos, no cuentan con la habilidad de revertir la sucesión monótona de formas sociales de dominio. Como tales comunas se siguen unas a otras y parece que en la historia no hubo sino un encadenarse de formas de poder, las dialécticas que respiraron hasta ahora, no fueron tan dialécticas. El asunto es que los sujetos aplastados, no pueden hacer que esa falta de dialéctica en las dialécticas sociales, se modifique y la historia recupere un discurrir dialéctico que lleve al fin, al ocaso de las dialécticas sociales. Como Objeto o mejor dicho, en tanto Sujeto extrañado en su subjetividad, el Esclavo es “responsable” que la historia no sea un desarrollo consecuentemente dialéctico... Esto es, si la historia no se reduce a un despliegue, es porque el Subalterno se coloca a sí mismo como Objeto. Deja transcurrir los acontecimientos por encima de sí, y no es capaz de interferir en el juego del Significante, realizando cortes históricos, devolviéndole al poder su temporalidad.
El Amo o Padre, no es hábil para temporizar los procesos, a causa de ubicarse en el estrato del Significante. Le conviene que la otredad del Esclavo se congele en un topoi fijo. En contrapartida, el Tiranizado guarda la alternativa de la deconstrucción, de la resistencia y del nomadismo, cuya implicancia es que el otro es aquello de lo cual uno no puede estar seguro (8). El Monarca esmerila el enlace con el otro a una función de dominio, en la cual existe una Demanda de Amo para el que se entiende en calidad de Súbdito; con este “mecanismo”, el otro es despojado de movimiento. Id est, no es sino a través de una cristalización del otro como emerge un Lugar “absoluto” en la relación social, contacto que supondría a la inversa, lo fluido.
Si la estructura El Otro ha de construirse en lo humano (Deleuze), es precisamente en virtud de que el tú transformado en amo en el yo (je), es un Amo con pretensiones de ser Total. El Otro en cuanto “topoi” único para el otro, con el propósito de asimilarlo a la linealidad del dominio, es la conversión del Opresor en alteridad, otredad que operará como referencia en la constitución de la subjetividad del Esclavo.
No hay que descuidar que la “apropiación” por parte del Monarca de lo que significa ser otro, supone la pretensión fatua del Tirano de controlar lo Simbólico. Por situarse en el nivel del Significante, el Amo intenta una propiedad de lo Simbólico que no es factible, desde el momento en que no existe garantía sobre el lugar del otro. Y es a partir de esta pretensión de propiedad en torno a lo Simbólico, como el Monarca hace de su apropiación de los medios de producción sustanciales, un Falo, un Significante Primordial que penetra en calidad de Corte, en la subjetividad del Oprimido. El Amo convierte su espacio no únicamente en un centro de dominio para el “buen empleo” económico de la vida del otro, sino que además, manipula el Inconsciente presentándose ante el Esclavo como poseedor del Falo.
Acorde al que reconstruyera a Freud, el Dominador es tal porque su régimen no apela a derivación o explicación algunas. En la relación de opresión, el Súbdito se inserta en el lugar de la castración a fin de aceptar que el Amo es aquel a quien seguirá incondicionalmente, y al cual demandará el Falo. Por eso, una revolución que expropiase los medios de producción fundamentales y convirtiese la tarea alienada en un trabajo humanizado para que ya no haya tareas, no garantiza sus éxitos. En simultáneo, debe colocar en suspenso la pretensión falocéntrica del Opresor, tentación que hilvana por igual a los sometidos (9). El Tirano puede extraviar su hegemonía sobre los medios de producción esenciales y alrededor de los enlaces sociales, pero mantener la propiedad sobre lo Simbólico. Empero, si la insurgencia se concretara a manera de una lucha por la propiedad del Falo, se apuntala la opresión y se cambia una situación de poder por otra (10). El automatismo de repetición en torno al Falo, la mecanización del deseo del Esclavo, obstruye los procesos de rebeldía.
Es un juego sutil que la subjetividad nazca en relación con la propiedad o no del Significante, porque entonces el sujeto necesita colmar una Falta inviable de satisfacer. Mas, si el agente puede “navegar” transversalmente esa máquina falo/falta, puede incrementar los poderes del deseo. No es sino a causa de que el deseo es producción, continuo hacer, que los pliegues del Inconsciente invaginan la carencia misma, descentrándola, poniéndola en otros espacios, contrariándola con otras territorializaciones de deseo.
3. Perspectivas
En la escala en que la posesión de los medios de producción fundamentales es simbolizada como apropiación absoluta del Falo, a manera de una vida cuya esencia es existir en posesión del Significante, el trabajo extrañado actúa como “ideología”.
En efecto: si comprendemos por ideología una “concepción” en torno a los nexos intersubjetivos y en redor de la biosfera, la tarea enajenada, en cuanto modo particular de constitución de la subjetividad y de uso del mundo, opera en tanto “ideología”.
Ciertamente, el trabajo es gestor de riqueza material pero también de tesoro cualitativo. Si Marx pinceló que la fuerza productiva son varones y mujeres en cuanto individuos, es a causa de que la riqueza inducida por el trabajo es un aspecto cualitativo influyente en la relación con el otro. La tarea condiciona en qué grado el otro en sí, ha de tener o no un significado humano libre de dominio, id est, condiciona si el otro será subordinado a los vínculos de poder para que con ese sometimiento, se legitime el reparto ilegítimo e irracional del tesoro. Es el trabajo el que condiciona si el otro se relacionará consigo, con la sociedad y con la Naturaleza, bajo la simbolización falogofonocéntrica de la apropiación violenta, y no obstante, legitimada, de los medios de producción sustanciales. En un nexo en el cual, tanto en el nivel de lo Real como de lo Simbólico, es exigido que el otro carezca, que su alteridad consista en ser carente, el nacimiento de los sujetos no sólo es conflictivo, sino deshumanizadoramente compulsivo.
La interacción entre la tarea alienada, y la dialéctica compleja entre las fuerzas genéticas y las relaciones productivas, instaura en el vínculo con el otro, la violencia y el conflicto, la imposibilidad de la coexistencia racional, legítima y libre de dominio. Sin embargo, esa complicada interacción no se presenta en cuanto factor de disolución. Los estudios del muriente en Londres, conducen en parte, a plantear por qué dicha dialéctica no lleva desde el inicio, a un estallido social directo. La aporía es pues, que el trabajo enajenado y las comunas desgarradas en grupos antagónicos (como estrategia global de poder), empalman la subjetividad con la otredad, a partir de una no-relación, de una exclusión de esa alteridad.
A nuestro entender, la tarea funciona como medio de conducir la lucha de clases en tanto pulsión constante de muerte, hacia un compromiso de clases, en el cual el “contrato” social es despojado de sus rasgos destructivos. Es justamente el trabajo en el contexto de las asociaciones clasistas, el que muestra lo imperioso de producir riqueza violentando la otredad, sin explicitar no obstante, su carácter histórico transitorio y sin revelar ese encubrimiento mismo.
El modo de producción opera entonces, como una política que regula los nexos del otro con su cuerpo, su vida, su subjetividad, es decir, a manera de una biopolítica y de una anatomopolítica. No podría haber tarea alienada sin que varones y mujeres, fuesen ideologizados, socializados, amaestrados, cercenados, en su Inconsciente, por la génesis misma de tesoro, en cuanto “naturalmente” agresiva, violenta. Es que el trabajo como ideología nos impulsa a entender por qué el deseo puede anhelar su propia carencia, humillación y castigo; cuál es la “razón” de que individuos que producen en la miseria, busquen un enlace de demanda y dependencia con el Regente. No es sino atribuyendo a la tarea una función ideológica, como se nos hará viable comprender que la “economía” del Inconsciente y de la génesis de tesoro, se engarcen entre sí, y que hagan posible la subsunción y el autosometimiento de los agentes, al enajenamiento del sistema productivo.
Aparecen pues, series de consistencia variable de demandas y endeudamientos simbólicos, que perpetúan la dependencia inconsciente a la producción, extrañada de una racionalidad humanamente embellecida. El trabajo como ideología muestra cómo el Inconsciente es suscitado en la alienación, puesto del “derecho”, en la derecha; bloqueado, mutilado, encerrado, para “zurcir” a los individuos desde el deseo mismo de sometimiento (voluntad de poder; voluntad esclavitud). La gestación del Inconsciente y del deseo por la labor forzada o penosa, en tanto ideología, no únicamente contradice la alternativa de la emergencia del otro con significado humano, sino que por añadidura, elimina del Oprimido el interés por la emancipación.
4. Discusiones
Procuraremos abordar la pérdida de interés por la liberación, desde la dialéctica del sujeto (interacción no controlada que sería un Ello), y según el rol directriz de la conciencia de clase del Esclavo.
Conocido es que Lacan define al Ello de múltiples formas; una de esas maneras radicaría en acotar al Ello como la dialéctica enrevesada que causa el nacimiento del sujeto, interacción que es en parte, un automatismo inmanejable para el agente (11). Del sujeto (inconsciente), el individuo aboceta que Eso o Ello habla.
“Transponiendo” lo enunciado, acaso sería dable sentenciar que el Oprimido se estructura a partir de un Eso impreciso que chilla, pero que actúa en tal sujeto como una Ley recibida desde el Tirano, norma que es significada en cuanto un Ello indeterminable. Si el Esclavo como sujeto dice un “mensaje” con lógica invertida, es porque su Ello le adjudica un Amo en tanto se asuma Oprimido. Es el Esclavo el que le expresa al otro que sea su Tirano, mas, pretendiendo que ese otro es el que anhela ser el Amo. El Oprimido se compromete en una demanda a causa de Eso.
Si la afirmación “tú eres mi Monarca” es respondida alucinatoriamente por el Súbdito, al proferir que “seré yo quien te siga por doquier”, es a causa de que el Oprimido se dice Sometido en virtud de Eso. De allí que los devenires emancipatorios sean lentos, no lineales, vacilantes, puesto que el Esclavo sólo sabe a medias, que es tal a causa de Ello, siendo Eso algo lábil. La fluidez del Ello parlante, nos permite situar como epígrafe la sentencia de Tupac Amaru II, dado que no hay nada más literal que enunciar que el tú y el yo (je), son cómplices por Eso.
El famoso Esquema ‘L’, ilustra que el Yo en tanto función discursiva está compro/metido con el Tú, a raíz de que el otro es invocado en el discurso. El otro es imaginado, fantasmatizado, fantaseado como tú para que el je obtenga su imagen especular. Si en tanto mera hipótesis, hiciéramos del tú un Superyo o Ley para el je, y si en paralelo, concibiéramos que el Otro es un Tú vuelto extremo, un “más allá” del otro que argamasa el discurso, entonces el tú, como Superyo, es el Otro. La Norma es en efecto, un topoi absoluto que apuntala el discurso y es a consecuencia de ello, que el Otro es un superyo. Mediante esa trans-formación del otro en el Otro, del tú en superyo, es que para el Dominado el explotador asoma como Amo. Esto es, el Oprimido pone a su victimario en la función de sostén del discurso de la subjetividad, y lo convierte en condición de existencia. La alteridad misma adquiere el formato del Tirano, por cuanto no hay otredad posible al margen de la Ley, de la sumisión y por eso, el Esclavo es un sujeto desprovisto de je autosubsistente. Por el contrario, el yo del Oprimido se subordina a su pequeño amo interno y al Gran Déspota que opera en tanto garante de una subjetividad que le viene prestada. Solamente el Monarca es aquél cuya esencia es existir; es el único que puede afirmar “soy el que es”, es decir, el que existe e insiste.
La subjetividad del Esclavo es jibarizada entonces, a la constitución de una Ley, de un Castigo que torna al Oprimido un Interpretante de sí, en la Censura directriz de su deseo. El explotado como Esclavo se relaciona con un superyo, en cuanto secuencia de significantes para ubicarse, no en su propio campo sino en el del Otro auto “consistente” (12). No habría exageración si, acorde a lo anterior, el Súbdito es comprendido en calidad de Víctima y de Testigo de su propio Inconsciente atormentado.
La complicidad del tú y del yo en el Oprimido, inmoviliza el deseo, rompe los pliegues del Inconsciente, lo mecaniza, le resta la fluidez de un líquido, arborificándolo. Hace del Inconsciente un pequeño Estado interno, con su cadena de mandos y Generalato; con un sistema de prefijadas sendas. Casi todo es previsible en un Inconsciente suscitado para mortificar el deseo y para tornar aceptable la sumisión. El Inconsciente maquínico, político, de piezas móviles que se conectan libre/mente, es programado para acoplar al Dominado a su superyo, a causa de Ello.
Pero no hay que creer que la Ley es única y homogénea; su eficacia radica en su fractalidad, en los puzzles a que da lugar. El superyo es un conglomerado de segmentariedades duras que hilvanan al individuo, y lo colocan indistintamente en el espacio de todos los marginales, excluidos, marginados, vulnerables: mujer, hijo, minorías sexuales, alumno, minorías raciales, obrero, discapacitado, etc.
La marginalidad del Sometido consiste precisamente, en su plurisegmentación ocasionada por innumerables líneas de dominio, en ser desencajado y desterritorializado para esparcir estadísticamente, las vías de poder hegemónicas. Y es por ello que la refriega entre las clases, especialmente en el capitalismo del Tercer Mundo y en particular, del que sangra a América Latina, es arrastrada hacia espacios en los que la existencia misma de conflicto es pre/texto para la armonía.
Pero si la subjetividad del Oprimido es ya una “cabeza de playa” para multiplicar y repotencializar los autoritarismos sociales, mal puede esperarse que la lucha de clases, movida en una subjetividad tal, posea como consecuencia ineludible y a priori, una revolución. No podría interpretarse de otra manera, el hecho de que, en la época de la Colonia en Latinoamérica, fuesen los mismos esclavizados quienes aplastaran movimientos de choque y de fuga de la malla del poder social. Son estas situaciones las que evidencian la curvatura de la pelea entre clases, revelando mecanismos que desplazan el estallido colectivo, hacia otras regiones menos esenciales. Si hay crisis, los subsistemas que se fracturan, son aquellos que no poseen un primado funcional y que por ende, no ponen en peligro la capacidad de control, regulación y reproducción del sistema. Incluso, existe una dosificación y “planificación” de las crisis, a fin de desbloquear la presión de una lucha contenida. Por ejemplo, la experiencia de los golpes de Estado en las Américas a partir de 1970, permiten elucubrar que en cierta medida, los estallidos armados fueron “digitados” para desalojar de la conciencia política, la refriega entre clases y con el objetivo de convencer que, por más descompuestas que estén nuestras sociedades dependientes y explotadas, es mejor obedecer todos los nortes que aparezcan oportunamente.
La lucha de clases es ampliada sistemáticamente; la comuna misma abre espacios para que el enfrentamiento entre opresores y oprimidos sea reforzado por el conflicto entre padres e hijos, por la pelea de las mujeres con los varones, etc. Millones de dualismos apuntalan y generalizan la lucha de clases, pero reconducen la pelea hacia un diálogo con el Amo e inducen que se desplace de la conciencia del Esclavo, el acontecimiento de que tal comunicación no es factible mientras subsistan desigualdades. El Oprimido es estimulado a consensuar su propia sumisión, y a simbolizar la refriega entre clases bajo una diferencia susceptible de ser “anulada” en procesos discursivos “libres de dominio” (Edward Bernstein, Habermas, Appel, Offe). La guerra latente es reemplazada parcialmente, por un supuesto “contrato” social teñido de un pacifismo forzado, empujando de la conciencia, la realidad cruda de la lucha misma, desplazando las cosas hacia el “consenso” implícito de las normas colectivas.
Podemos delinear que de todos los modos de producción habidos, el régimen burgués es el que logró a determinado nivel, desterritorializar la pelea entre clases, consiguiendo la ilusión de un contrato democrático electoral viable, entre capital y trabajo. En paralelo, logró la neutralización parcial de los desajustes sistémicos, a fin de subrayar el ideal de diálogo. De ahí que los sindicatos obreros, que debieran ser uno de los tantos arietes en la lucha, sean uno de los infinitos disipadores del conflicto y de los innumerables mecanismos de adaptación para el empleo económico de la alteridad, estructurándose fallidamente, un diálogo entre Tirano y Sometido.
5. Implicaciones
Si la refriega de clases universalizada, por petición del sistema mismo, no acaba en un estallido social incontrolable, sino más bien, en sucesivas deconstrucciones que eternizan las sociedades clasistas, es porque insiste una política social que hace de la “economía” del deseo, una economía de la producción de censuras y castraciones. La diseminación de los muros y de los callejones sin salida para el deseo de insurgencia y para la revolución deseante, no permite que el Oprimido haga coincidir su Inconsciente con el interés por la emancipación. El Inconsciente es gestado con el horizonte de esquivar cualquier saber factible, en torno a cuáles son los rizomas de la sumisión y alrededor de cuáles son las causas que escinden esquizofrénicamente al Súbdito, en su propio Monarca.
Esa política, en cuanto estrategias sociales que vuelven al deseo de liberación, anhelo de sometimiento, convierte en objeto deseable la represión misma. Asoma pues, todo un sistema terapéutico (Reich, Deleuze, Guattari, Jameson) que inyecta miedo, intranquilidad, odio, ira, rencor, a base de infinitos fantasmas terroríficos. El Esclavo no sólo es autodidacta respecto a su propio sometimiento, sino que además, se auto administra espantos “internos”. Y es esta política de creación del Inconsciente, la que hace de la Economía Política (13), una economía productora de cortes en desmedro de los flujos revolucionarios no conscientes, no voluntarios y extra conscientes.
Es de acuerdo a esa política que el nexo de dominio se transforma en una relación edípica, en tanto el triángulo Falo (Papá)-Mamá-hijo es potencializado por otros triángulos. La edipización e infantilización del Inconsciente y que anida en los contactos intersubjetivos, implica que la triangulación del Edipo es multiplicada, trasladada a otros términos para a su vez, triangularlos. Ante la proliferación de triángulos de poder, no hay que interrogarse quién cumple la función paterna o de retoño (aunque eso sea importante), sino qué fuerzas operan en el deseo para encerrarlo en aquéllos. La pregunta es cómo la triangulación edípica familiar, ha sido ampliada para triangular a toda la sociedad, a fin de convertirla en un Edipo interminable, opresor. Buscar cuáles triángulos, objetos sociales represivos tan disímiles como la familia colonial y la hacienda correspondiente, se maquinizan mutuamente, suscitando un contradevenir/familia en la hacienda y un antidevenir-hacienda en la familia. La triangulación edípica de los nexos humanos, el contradevenir/Edipo de las individualidades, la edipización en cuanto tecnología del Yo, son gestadas para endurecer el deseo. Mas, el Opresor no es únicamente edípico, no sufre sólo la vergüenza del incesto o del parricidio, sino que al mismo tiempo, es un verdadero estratega que busca desesperadamente, horadar umbrales para su deseo arborificado, estatizado, subordinado a la demanda del Explotador (14).
La potencia revolucionaria del Inconsciente y del deseo, el poder de inventiva de detenta el Subalterno, en la escala en que el Tirano se estupidiza en un goce frenético y en el extravío del “principio de realidad”, es puesta del “derecho” y a la derecha por las triangulaciones edípicas y fractales. El Rebelde es enraizado en la impotencia, en el pudor de la carencia, en los callejones sin salida de la política regresiva y represiva.
La edipización de la refriega social orienta el saber y el interés, la voluntad y la praxis, la verdad y el conocimiento, a contrapelo de los procesos emancipatorios. Los pone en contradicción; torna el deseo de lucha, sometimiento y sedentarismo autoflagelante.
Desindividualiza al Explotado en un triple movimiento: a) el Sometido no puede imaginarse como respirando sino en contacto con su Amo; b) su humanidad está limitada a la dimensión estrecha de la producción, en su aspecto instrumental unidimensional; c) la clase lo absorbe en su singularidad, anulándolo. Tres formas generales y abstractas de arrebatarle al deseo, todo punto de apoyo en la subjetividad, de inducir una subjetividad estatizada para controlar su nomadismo revolucionario. Formas “lógicas” que bloquean o anulan los grupúsculos, las tribus en camino que cada quien posee en sus desiertos. Ampliación de las soledades y roturación de los oasis; reproducción de la homogeneogénesis por la cual mujeres y varones son masificados y enemistados entre sí (15). Solidificación de las “moléculas” (Gramsci) que en uno u otro punto del poder social, asaltan los centros autoritarios de decisiones. Diseminación de los “virus de inmunodeficiencia”, a fin de que la subjetividad no pueda resistir la humillación del deseo, su sometimiento al aparato de producción.
Este triple proceso de disolución de las series singulares, que ocasionan que una “persona” sea un mundo de relieves únicos, es la extensión coetánea de la evolución de la subjetividad, en contradevenir respecto de la liberación. En cierta medida, la subjetividad procede por genealogía, por condicionamiento del presente por el pasado, con el horizonte de bloquear en el tiempo, el anhelo de lucha del Oprimido (16). Plegar el pasado y el futuro sobre un presente genealogizado, petrificado en binarismos y árboles de descendencia. Organización del interés y de la acción alrededor del “agujero negro” de la subjetividad genealogizada en la tradición de dominio, en la opresión vuelta tradicional. Genealogía que no deja de ser paradójica, en la escala en que el Esclavo no termina por desconocer su pasado en nombre de un pragmatismo burdamente “existencialista”. No hay que ocuparse del tiempo, si el Amo sabe proveer…
Genealogía que es una anti genealogía, un vórtice de su sentido, para que si por un lado, se reconoce una tradición, y por el otro, no se quiere saber del tiempo, el Oprimido sea apresado por ambos flancos en el discurrir sin control de la historicidad. En efecto, la historia objetiva al Subalterno como sujeto desprovisto de competencia rectora de sus propios acaeceres. La historia aflora en tanto producto del mero azar, del sino, en lugar de ser el resultado de la praxis. La Genealogía que funda el dominio en la tradición y que hace factible el abastecimiento del Tirano, causa que la historia sea casi siempre realizada y escrita por el Monarca. La Genealogía reparte la historia entre caras y máscaras, según Eduardo Galeano, no porque mienta o encubra, sino en virtud de que estereotipa las “caras”, empujándolas a ser rostros, de modo que veamos en los demás, opresores y sometidos. No deja de ser imprescindible a esta rostración monocroma de los sujetos, un Discurso que el Esclavo sostiene para textualizar, alucinando, una libertad irreal. Si la Genealogía coloca fuera del alcance del Oprimido la historicidad, si lo enrostra para convencerlo de que el tiempo no es necesario, es para que siendo Dominado en un sistema temporalmente situado, se autoconvenza de una libertad atemporal (17). El ideal de libertad lo somete; le construye un discurso para relacionarse con él como si fuese su otro, discurso sin alusión a lo Real. Los nexos colectivos de dominio y de producción, en cuanto reales, son así elididos por un discurso presuntamente emancipatorio (18). De este modo, el Oprimido puede vivir una supuesta libertad, sin ser pulsado por el interés por la emancipación, o no ser consciente que su interés por la libertad, no debe jibarizarse a lo simplemente discursivo. La libertad así fantaseada, es en última instancia, una estrategia psicótica por la cual el Esclavo se auto afirma como sujeto extrañado sin querer saberlo.
Por consiguiente, la incontestable realidad de la opresión, funciona como una verdad actuando a manera de causa que encima, no es integrada en un conocimiento. Y en la proporción en que el Subalterno transforma su situación de alienado y cosificado, en una verdad que anhela no saber, su interés de emancipación puede sosegarse y puede quedar sin orientarse.
Ahora bien. La contradicción entre esa verdad y su interés de liberación, de modo que a partir de dicha verdad en tanto premisa, no pueda deducirse la imperiosidad de la revolución, significa que el Hostigado es obligado a ser coherente con su sometimiento, a través de una racionalización inconsciente del dominio. Esta racionalización implica un sinsentido. En ese re-pliegue del sinsentido sobre sí mismo, el Oprimido no puede conocer si su interés coincide o no con el interés de su Tirano, puesto que si fuese viable un saber en redor de ello, el sinsentido de su sojuzgamiento se revelaría. El Explotado es empujado en suma, a dar sentido a aquello que no podría tenerlo, id est, el Subalterno legitima su propio avasallamiento mediante “razones”.
El no poder determinar si el interés de su liberación es diferente o no del perteneciente a quien lo explota, supone desconocer qué es el Monarca. Es decir, no poder interpretar cuál es el significado del Amo, desemboca en convertirlo en un Nombre sin referente y en un Origen sin principio. El Tirano como puro Nombre, es imposible de comprender para el Dominado, mientras que en cuanto Principio sin ser estrictamente un Origen, no puede ser interpretado como causa del sometimiento. A pesar de eso, el Opresor en tanto Nombre y en cuanto Origen, se sintetiza en una prohibición para el Esclavo: el no poder significar cuál es la causa del Amo, esto es, la prohibición de elaborar un saber alrededor de las causas del Explotador en tanto Amo. La consecuencia es que el Monarca adopta la función paterna de prohibirle al que asimila ser hijo, ver la causa de la Ley, haciéndole conocer que será castrado (Kafka). El Esclavo como hijo, debe comparecer ante la Norma, pero sin interpretación sobre ella. La Ley o el origen de la paternidad es un saber que no es posible saber (Derrida).
6. Conclusiones y derivas
La automutilación del Oprimido al escindir la voluntad de la praxis, la verdad del conocimiento (19), el interés de la libertad, se cierra con la oposición fatal entre historicidad y conciencia de clase (Lukács).
Si hemos aceptado en definir al Esclavo como aquel en el cual el Yo no es autosubsistente y auto consistente, y en tanto sujeto que recibe la Norma desde un afuera, era para retomar una idea que desempolvó nuestro buen amigo Marx, en “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”: una clase no se acota únicamente por su posición relativa en el proceso de producción, sino también por el grado de conciencia que detenta (p. 200). En la conciencia de clase como factor co condicionante de la hegemonía específica de un grupo, debemos evaluar la cultura asociada a su posición (Thompson), los intereses en juego (Bourdieu), el tipo de hostilidad y la relación que una clase tiene con el nexo mismo de dominio. En este último caso, el vínculo de opresión aflora en el proceso social como Terceridad (Peirce), id est, a manera de una ley de relaciones posibles. Esa norma aparece en sí, en calidad de sujeto, de forma que entre las clases A y C, la Terceridad involucrada es un B que no sólo pone en contacto a ambos términos, sino a A y C con B en cuanto tal.
Acorde a la posición de clase con referencia al vínculo de dominio, podemos definir “conciencia de clase” como determinada “claridad” ideológico/política, que le permite al grupo efectuar un “mapa” de la situación social y de su funcionamiento, además de otorgarle la competencia para la acción que sea coherente con dicha “cartografía” (Jameson). La clase opresora sería aquel conglomerado que, a causa de su intelección de la sociedad y de su “axioma” de organización, puede universalizar sus intereses particulares de dominio, aparte de controlar los enlaces intersubjetivos mismos. En contrapartida, la clase avasallada es el grupo que posee una ideología deficiente para la interpretación de lo social, además de no ser apta para controlar el proceso histórico. La ineficiencia de esa ideología y de ese saber, no provendría sin embargo, como creía Lukács, de una falsa conciencia, sino del sencillo hecho de que en el Oprimido el conocimiento se halla escandido de la verdad. La ideología coja del Esclavo (que es deficiente a raíz de que no quiere saber en torno a las causas que gestaron un explotador como Amo), no es una falsa conciencia sino la que posee.
La clase sometida en tanto clase alienada en su propia conciencia e (in)capacidad de lucha, es una clase históricamente limitada en la dirección de su emancipación social total. Una “representación” desprolija de la sociedad y de su dinámica, por una auto represión que no permite orientar la praxis, corona en no ubicar el nudo del problema. A su vez, el enmascaramiento inconsciente de lo Real, coloca a la conciencia de la clase apremiada, al servicio del interés por la opresión, propio de la clase explotadora. Por añadidura, la clase dominada no puede participar activamente en el proceso histórico, sino fabulando la lucha misma como una “diferencia” susceptible de ser “eliminada” por un movimiento discursivo, presuntamente libre de dominio. Es decir, desalojando del registro Simbólico la pelea entre clases y sus repercusiones sociales y políticas.
En la escala en que
“[…] los obreros [… olvidan] el interés revolucionario de su clase […], renunciaron [… a] ser potencia conquistadora, se sometieron a su suerte [… y aceptaron que] el proceso histórico [… ocurriese] sobre sus cabezas […]” (p. 155).
Mas, si no rechazan bajo la forma de la psicosis ese interés, los sometidos podrán hacer pasar la revolución por el Inconsciente mismo, podrán emplearlo a manera de una potencia subversiva de la opresión. No es sino porque el gran drama del sujeto Esclavo es intentar que coincidan deseo y revolución, que tiene que descubrirse albergando a su propio Amo. Lo cual implica que toda lucha emancipatoria debe resguardarse de las formas de alienación de las que no desea saber, y que impregnan la cotidianeidad de la existencia. De otra manera, el Oprimido estaría enajenado ya en la alternativa de lucha.
NOTAS
* Roberto Ortiz Lazarte, Lima, Perú., Prof. Adjunto en Sociología, Carrera de Ciencias de la Educación, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta (UNSa.), Salta capital, Pcia. de Salta, Argentina.
1. La investigación fue presentada en el Coloquio de Estudiantes Graduados. Discursividad y poder, organizado del 26 al 27 de marzo de 1992, Universidad del Estado de Arizona, Phoenix, Arizona, Estados Unidos de Norteamérica.
Como suele acontecer con los viejos escritos que son reelaborados, se hicieron ciertas modificaciones.
2. Aunque no sea el objeto de lo a debatir, estableceremos que luego de la invasión sobrevivieron modos de producción tribales que de hecho, continúan hasta hoy en regiones como el Amazonas. En paralelo, se desintegraron versiones autóctonas de lo que parecen haber sido Estados redistribucionistas e “hidráulicos”, sin clases, cuyos ejemplos ejemplares fueron las comunas mayas, aztecas e inkas. Poco a poco, se conformaron sociedades pre capitalistas de un carácter peculiar, pero sin que se las pueda abocetar de “feudales”, que integraron la periferia del capitalismo europeo en ciernes. Las guerras de Independencia, alteraron la manera de engarce de esa periferia al modo de producción burgués más desarrollado, pero no modificaron el estatus precapitalista, en unos casos, y en otros, estimularon un capitalismo mercantil en determinadas esferas económicas y en ciertas áreas.
Lo que surge de estos brochazos muy, muy gruesos es que la dinámica europea no puede trasladarse mecánicamente a la destruida América Latina.
3. Otra barrera y que no es menor, es su hegelianismo, su lacanismo y la impronta de Lukács. Empero, esas tendencias son disparadoras y por esto es que mantenemos sus resonancias.
4. Una de las paradojas con las que tenemos que bregar es que hablamos en tanto colonizados y que manipulamos teorías foráneas, para concebirnos más allá del trauma de la colonización y de los modelos de pensamiento europeos.
Para algunos, la salida sería renegar de lo aportado por lo extranjero, tal cual lo sostienen determinados intelectuales localistas. Para nosotros, cierto marxismo es impostergable a los fines de concebir las “líneas de fuga” por las que introducir devenires revolucionarios y revoluciones anti burguesas o decididamente, socialistas.
5. Como una forma de subvertir en lo mínimo esa situación de colonización, omitiremos las referencias propias del “aparato erudito”.
6. Otra de las condiciones de arranque y de los condicionamientos que debemos atender, es que el lenguaje que empleamos es una jerga para iniciados en las mismas lecturas que nos sirven para socavar el Discurso del Amo, lenguaje que no obstante, impone una exclusión contra los que no están familiarizados con la jeringonza académica. Entonces, el lenguaje que tendría el alucinado propósito de incitar a la rebelión, no podría ser decodificado a causa de la forma en que se expresa el “mensaje”.
Uno de los “justificativos” es que la jeringonza universitaria se combate con una jerga que parece ser igual, pero que detenta otros efectos y quiere otros objetivos que el mero lucirse.
El otro, acaso más hondo, es que la jeringonza académica tiene que ser empleada para combatir en el mismo campo universitario, contra él: la sociedad burguesa se destruye también, en el plano desestimado de la teoría y no únicamente en el estrato del militantismo y del “luchismo” frenético.
Por último, no debe perderse de vista el año y el lugar en que esta conferencia fue pronunciada: USA; 1992.
7. Entrecomillamos el lexema para esquivar en la medida de lo posible, las Metafísicas vinculadas con semejante término.
8. Es una de las dolorosas y sanas enseñanzas del amor de pareja.
9. Todas estas elucubraciones se efectuaron a partir de las prolongadas reflexiones que se articularon en lo que alguna vez fue un topoi de libertad, el box 211 del viejo edificio de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Salta, previo a que se introdujera la peste del dominio y se suscitaran excomuniones.
10.No había que esperar a los postestructuralistas al estilo de Foucault, Deleuze o Guattari para atisbarlo.
11.Las nociones de “sujeto”, “individuos”, “agentes” no son sinónimos, pero el estilo al que siempre, siempre respetamos, nos compelen a efectuar tales “homologaciones”.
12.Esa consistencia no es de ese tono…
13.En el doble sentido de “conocimiento” que se ocupa de lo económico y en cuanto esfera de lo humano.
14.Es la triangulación edípica la creadora de la alucinación ideológica de que el Oprimido, debe ser necesariamente bloqueado en su deseo, de que Edipo es universal e inevitable, que la subjetividad tiene que constituirse por la carencia, de que no es posible implementar artimañas de anti Edipo en todos los hojaldres.
15.Es uno de los objetivos que cumplen los torneos deportivos, en especial, los de fútbol.
16.¿Para qué rebelarse, si la situación de dominio fue genealógicamente idéntica en el pasado y lo será en el presente, travestido de futuro?
17.Y sin embargo, a la par que esculpimos “burbujas de tiempo” para refugiarnos de la erosión de lo cotidiano, habrá que intentar la hazaña de vivir sin tiempo, sin su despotismo…
18.Es uno de los riesgos que habita incluso, en lo que escribimos.
19.En ocasiones, el conocimiento, la sabiduría, arriban tan tarde, que advienen con la muerte despiadada o en la cornisa de su abismo.
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