Nicolás Gerardo Contreras Ruiz
contrr@hotmail.com
I
Mundo frío el nuestro. Los márgenes de la dominación del fetiche dinero se han ampliado consolidando su poder. Toda una tiranía a la que se ven sometidos los más de los modos de expresión de la asociación humana, regodeándose en la ruptura de muchas de las mejores manifestaciones del ser instalado en ellos. Imperio siniestro que ha elevado considerablemente sus niveles de vileza, con el advenir de la vida capitalista a su modo de darse más salvaje, colmando las vidas de todos los asistentes a esta temporalidad aciaga. Forma infame de desarrollarse el existir actual que nos reenvía de golpe al tiempo que alojara la experiencia de una de las mayores atrocidades y aberraciones humanas y, que hace cobrar pertinencia actual, a la célebre expresión de Theodor Adorno a propósito de Auschwitz y del resto de los dispositivos arquitectónicos que encerraran en su geometría la angustia, la agonía, la pesadilla, el horror, de las víctimas del holocausto: el operar de la capacidad para el mal en esos campos de la muerte, exhibición descarnada del mayor desprecio por la vida de los semejantes (1). Una tendencia cuyos ecos no han cesado todavía en nuestra contemporaneidad, ecos lúgubres de aquella sombría capacidad desplazándose bajo otras líneas y formas, y direcciones distintas, encubriéndose en facetas más sutiles, mostrándose en las formas engañosas que da una apariencia exterior benevolente, ocultándose en las imágenes ficticias y oportunas brindadas por la hipocresía. Continuamos viviendo la experiencia de desbordamiento de la mesura, de la medida.
Persistencia de la práctica del crimen determinando nuestro asistir al mundo contemporáneo, preservando y acrecentando los alcances de la sentencia a vivir una ciudad fragmentada, en la arrogancia palmaria que torna indiferente la suerte de lo otro y de los otros; repliegue del sentido de responsabilidad y de compromiso en el esquema concluyente de la exclusividad de lo propio, de lo exclusivo del sí mismo. Arraigo axiomático a la estrechez de una sola forma de mirar al mundo y sus cosas, poniendo al desnudo la incapacidad nuestra para la creación de condiciones de posibilidad del encuentro, de la hospitalidad, del avenirse a y con los demás. Todo un extrañamiento del poder percibirnos, vernos y reconocernos en la alteridad.
Mas, al lado y frente a esa tendencia dilecta de la cultura y sociedad nuestras, han surcado tiempos y espacios modos de ser que le perturban, que le dislocan, que le interrumpen, que le subvierten. Modos de ser situados en una extraordinaria aptitud de saberse y sentirse siendo sólo a partir del semejante, renuncia categórica a los límites marcados por las miserias en que discurre nuestra condición humana de ordinario. Asunción de lo amoroso, del sentido que acompaña originariamente a la palabra religión, el religare, esa disposición al compartir, contraviniendo la rara simbolización que otorga al terreno de la propiedad privada el estatuto de ámbito sagrado, de lo inafectable, de lo no profanable, esa idea que establece para el conjunto de los bienes el carácter de objetualidades cuya posesión aparece determinada por una absurda “capacidad” para falsear, mentir, burlar, pasando sobre los demás, para fracturar aspiraciones y proyectos ajenos. Orientación a hacer participar de lo propio en el abandono de las razones dominantes que le niegan, de las representaciones que le anulan. Darse, brindarse a la otredad, al otro necesitado del afecto y de las expresiones solidarias de quienes comparten con él el plano del mundo; jugarse en la facultad de respuesta a la solicitación -las más de las veces silente- del próximo-prójimo, a su padecimiento, a su sufrir, a su situación doliente. Talento bello de un espíritu fraterno que no por venir a menos en los recorridos de lo acostumbrado, haya que entenderlo como cancelado definitivamente.
Despliegue de una actitud conmovedora de gente noble de corazón, que nos espeta en la cara la pasividad con que asumimos y permitimos la dominación de la injusticia, que lanza el emplazamiento a mantener viva la esperanza de tornar en algo mejor las variantes de nuestra convivencia, de constituir el ser en algo más, que convoca a la toma de distancia respecto de la fatalidad que estipula la inutilidad de toda acción opuesta a lo indigno, todos los juicios concluyentes sobre el ser y el hacer humanos, las concepciones del ser como algo ya acabado, esa definitividad que conduce las más de las veces a la justificación de lo refractario como algo ante lo cual nada se puede oponer, porque así son y así siempre han sido las cosas, esa sumisión a las variaciones del flagelo sobrellevado por quienes son asimilados a esa otra cara de la vida, a ese otro lado de la existencia. Ambientes sorprendentes de la condición de lo humano donde se apuesta en franca convicción por la defensa de la dignidad asumida desde la orientación hacia la práctica indispensable del don.
II
Pasado reciente de México. Comienzo de la segunda mitad del siglo XX. El México de los años de la efervescencia modernizadora. Modernidad, noción que sintetiza el anhelo decisivo de un sexenio alemanista que a decir de Carlos Monsiváis, se despliega en un ejercicio del poder que requiere de la expansión de la corrupción oficial a los diversos niveles y escenarios de la vida social. Corrupción simulada, encubierta en el montaje lingüístico conformado a partir de esa voz engañosa, muy del agrado de los estafadores de distinta calaña, denominada desarrollismo (3). La idea de modernidad permite articular toda una retórica al servicio del timo, del robo, del pillaje, avocada a la transfiguración de las intenciones y acciones que tienen por objeto el arribo personal, en actos concordantes y consecuentes con el marco conceptual del nacionalismo revolucionario; sirve asimismo, al escamoteo de las acciones de desnacionalización haciéndolas pasar por medidas concernientes al propio proyecto nacionalista. Modernización y desarrollismo sustentados en la anulación de hecho del plano normativo que prioriza el mejoramiento de las condiciones de la vida social, pacto acordado en el Constituyente de 1917. Desarrollismo y modernización que requiere la expansión de los márgenes de la inversión extranjera y nacional, que requiere frenar las aspiraciones de los dispuestos en los espacios de la no posesión, del padecimiento, del hambre y la miseria, que necesita intensificar las estrategias de control sobre los organismos sociales a distancia del aparato de Estado para someterles a su tutelaje brutal. La corporativización libera los restos de una violencia débilmente contenida, desata las jaurías indispensables para el desmantelamiento de la estructura ejidal: persecución y asesinato de sus defensores y dirigentes; para la destrucción de los sindicatos libres: despido, golpes, encarcelamiento, desaparición y eliminación de los sindicalistas que asumen la posición de la necesaria autonomía de sus organizaciones. Proceso de corporativización cuya manipulación de la ingenuidad, neutralización del titubeo, se aseguran gracias al funcionamiento de la maquinaria informativa de siempre, la gran difusora de la simulación, de la tergiversación, de la mentira.
El programa de la modernidad fundamenta y justifica la puesta en censura del disenso, de la crítica y del cuestionamiento respecto de la política oficial. Justifica también el uso y abuso de la fuerza para la preservación de una discutible estabilidad social. El discurso que exalta excesivamente los alcances de las medidas emprendidas por el Estado que apuesta por la constitución de una nación moderna, termina por cautivar a muchos dando por plausible y racional toda acción derivada de ese poder público, porque se insiste y se persuade cínicamente que la patria es primero. Tiempo turbulento, tiempo propicio para el continuarse de la ofensiva de un gobierno articulado a los intereses de las grandes finanzas, de la gran inversión y, de aquellos autoconsiderados acreedores de la sociedad en virtud de su participación y de los servicios prestados a la revolución. Tiempo que marca la puesta en marcha de la pérdida continua de los limitados avances, de las escasas conquistas del campo social de los omitidos, de los prescindibles (4). Puesta en marcha de una maquinaria estatal, desde los mecanismos ideológicos y coercitivos, operar paralelo del convencimiento y del terror. Afirmar en la palabra una apuesta por la democracia para negarla en la acción; sostener en el discurso que se ejerce la facultad de gobernar para el bien común, para recusarle en el asimilarse a las atractivas ofertas del capital nacional y foráneo. El juego perdurable de la doble cara, del doblez de la palabra, del saqueo y de la trampa.
Juego perverso que ha privado de sentido a las palabras, que ha sustraído la significación del lenguaje a la condición de sonidos enrarecidos, insustanciales, incomprensibles. El concepto de justicia desestimado en el aseguramiento del continuo estrecharse del círculo del privilegio económico y social e inversamente, en la ampliación de los márgenes de la pobreza; el concepto de lo nacional plasmado en el ceñir el destino del país a los intereses del gran capital sin importar su procedencia; el de democracia, en el cierre de las posibilidades de constitución de una asociación humana configurada desde todos. Un extraño significado de la ley, de la norma, en la actitud de someter y sojuzgar la disensión y los desacuerdos procedentes de la voluntad de los ubicados en la fuerza de trabajo del petróleo, del ferrocarril, del magisterio, de la mina… Frustrar su orientación al margen de las directrices gubernamentales, invalidar las convicciones e intereses diversos a los objetivos de las grandes finanzas, de la gran empresa; situar en el terreno de la codificación penal a toda tendencia desviada de los cánones oficiales de dirección del país, toda una vieja costumbre de percepción del orden del mundo de la vida a la manera de un solo ordenamiento vertical, instalada en la relación que establece la facultad de mando para las élites y el deber de la obediencia para las bases… Un derecho fabricado para adecuarse a la ocasión y circunstancia conveniente a ocultos u oscuros intereses e intenciones, un no lugar para la rectitud, para la decencia, para la honradez. México es ese sitio ajeno al desarrollo de una vocación dirigida a la construcción de ámbitos propicios a la experiencia de la democracia, porque la modernidad sólo es edificable a partir de la iniciativa de los situados en los terrenos del privilegio y beneficio económico-financiero.
Una integridad sindical es lo impensable, para el esquema general que apunta a los propósitos del proyecto de nación alemanista. Los sindicatos deben marchar acorde con esa perspectiva, deben ser forzados al abandono de su razón de ser, mediatizados a través de la imposición de dirigentes dispuestos a circunscribirlos a las líneas decisivas de los planes oficiales. Firme aliado es el dinero, su poder seductor, la fascinación que despierta en la condición humana, hace casi imposible sustraerse a la oferta de un porvenir asegurado. Suelo nutricio para la corrupción, ese saber explotar la funesta tendencia cultural mexicana de la fácil sumisión a la vileza. En suma, un espléndido campo de cultivo para nuestro “prometedor” desarrollo capitalista. Arturo Garmendia alude a la condición de los obreros sin cabeza (5). Obreros a la deriva en el juego de las composiciones y componendas político-sociales de un régimen que profundiza su carácter de podredumbre. Sin embargo, los de abajo resisten pese a todo, su indignación ante la descomposición del sistema político despierta el coraje necesario para volverse en la firme decisión de preservar lo logrado históricamente. ¿Conciencia amplia de los costos supuestos en esos logros? Parece ser el caso. No sólo aparecen en juego los derechos, las conquistas sociales; detrás de ello se ubica la sangre derramada de generaciones precedentes, el sacrificio de incuantificables vidas en la apuesta por la apertura de cauces a otras condiciones de vida social, de cultura, de país. Resistencia confrontada a variados obstáculos y desafíos, porque el hechizo cautivador del enriquecimiento personal penetra la intimidad humana atrapándole en su red, porque el poder político somete férreamente a sus modelos llevando el pensamiento a la convicción plena del deber de acatar incondicionalmente las órdenes y mandatos de la autoridad, porque las gallinas de arriba siempre deben cagar a las de abajo.
Octubre de ese año aciago. Mes que remite a las vicisitudes trágicas vividas por la colectividad conformada en el último bastión de la lucha trabajadora que confronta e impugna los excesos y abusos de ese régimen retirado de la preceptiva Constitucional, que ha erigido un sistema político avocado a asegurar la prioridad de la preservación de la exclusividad que determina la posesión del acervo financiero, industrial, comercial y agrario. El último de los baluartes de la fuerza de trabajo, la gente recia y tenaz de la mina, gente perteneciente a toda una tradición donde el sentido de lo colectivo es lo más valorado de lo humano, porque el recorrido de la vida en ese espacio tiene que ver con un profundo arraigo a la interdependencia, porque en la vida de cada uno va la de los demás, porque cada uno se juega y es jugado en los otros, porque la palabra compañero adquiere un significado traducido en el orgullo del sentirse perteneciendo al ámbito dignificante de la condición humana, reivindicante de su integridad. Nueva Rosita y Cloete, Coahuila, 5000 trabajadores defendiendo la pertinencia del principio del interés común, del desarrollo de la coexistencia bajo la indispensable práctica del intercambio orientado a la creación de la experiencia de la democracia, soportando el criminal proceso de desgaste y desarticulación de sus organismos, jugándose todo y todos ante la amenaza de ser reducidos a condiciones infrahumanas, sosteniéndose ante el acto intimidatorio que amenaza con clausurar sus logros y arremete contra sus lugares familiares, ante toda esa lectura de la vida asociada que concluye en el axioma incuestionable de que el desarrollo de la misma se funda en el incremento incesante de la tasa de ganancia. Toda una atmósfera dantesca que desplaza al carácter de letra muerta el plano de la normatividad, violentando los cauces de la convivencia, cancelando el sentido del reconocimiento y del respeto; cuadro funesto alimentado en la noción que domina la función de lo público: el servidor público invertido en lo público al servicio del servidor. Expresión patética que resume una de las variadas orientaciones del sistema político mexicano, esa actitud que José Revueltas calificara apropiadamente como democracia bárbara (6). Toda una práctica de la infamia de un régimen ciego y sordo a los anhelos y aspiraciones de justicia de los siempre omitidos, de los olvidados de siempre, de los dispuestos en lo prescindible. Consigna oficial: mostrarse ajeno e imperturbable, apático ante el reclamo válido de los que en cada jornada laboral aparecen situados en el hilo delgado que separa la vida de la muerte. Opción trabajadora: profundizar el margen de la lucha, llevar el argumento y las razones de la acción a las conciencias de la opinión pública del país. Consenso y acuerdo de la necesidad del éxodo, de recorrer las distancias que separan los espacios de los centros de trabajo del centro neurálgico de la geografía mexicana. Mostrar la integridad en los rostros, la firmeza del corazón, ejercer la palabra para llevar las razones legítimas a los apáticos, ejercer la voz para mostrar a los ingenuos la impertinencia de confiar en la mentira de un gobierno putrefacto y del dispositivo de información a su servicio.
Recorrido asombroso que despierta conciencias, que abre espacios a la aproximación fraterna, a la inspiración a una relación interhumana hermanada, que propicia la toma de distancia de las almas y los corazones respecto de las inclinaciones a la estrechez, al egoísmo, a la ruindad. La ayuda de la gente situada en los puntos tocados por el recorrido de la caravana, emerge espontáneamente. El don brotando y fluyendo en el sentir de lo apremiante del apoyo que se debe brindar, en la respuesta ineludible al llamado de la voz interior, al emplazamiento tácito a colaborar con quien lo requiere, la diafanidad en la consideración de que se es parte de los demás, el sentimiento de que el padecer ajeno es algo que concierne a lo propio, que lejos de mirarnos agotados en el territorio de la escisión, el sentido de la condición de lo humano surge en el encuentro, en el acercamiento. Refiere José Revueltas: “Atilano tenía razón: el pertenecer a la caravana era para sus componentes, en cada una de las poblaciones que tocaban, igual que un ábrete Sésamo. Al paso de los mineros –que transitaban silenciosos y erguidos por las calles- yo vi salir a los niños y a las mujeres de Saltillo con regalos. Y más adelante, en las pequeñas rancherías, he visto como las ancianas salían a la carretera con las canastas de alimentos, que entregaban, con lágrimas en los ojos, a éste o aquél, al primero que encontraban, sin distinguir a quién, ni reparar en la persona, pues a fin de cuentas aquello era como un presente plural y sin nombre, ofrecido a esa caminante multitud anónima que parecía dirigirse, inexorable, hasta el sitio mismo de su tierra de Canaan” (7). Desprendimiento de lo propio, de los bienes que en esas zonas se ubican en lo imprescindible porque ahí jamás sobra el alimento, porque ahí siempre falta algo. Triunfo del compartir, de ese ir a una recusando la priorización de lo individual, denegando la idea del yo antes que todo. Generosidad, desinterés, necesidad de instalarse en la simbolización de lo común, de la comunidad, percibirse y comprenderse en la responsabilidad por la otredad.
III
Tiempo contemporáneo, siglo XXI, muchos sesgos y transformaciones en la fisonomía de los ámbitos que acompañan a la vida en común ya, desde el referente de ese pasado. Cambios y variaciones que no han afectado el funcionar normal de nuestra democracia bárbara. Barbarie que mantiene interrumpida la posibilidad de ampliación de experiencias de permeabilidad, de flexibilidad y apertura en esa vida en común, de la disminución de los niveles de dispersión en el recorrido de la ciudad. Barbarie que ha acrecentado el territorio de lo marginal, de lo periférico, de lo dispuesto en las zonas perturbadoras del olvido, forzando a profundizar los modos de persistencia en el existir. El desarraigo se ha constituido como uno de esos modos, una de las opciones en la búsqueda de la salida de la precariedad que supone condiciones de vida concernientes a nuestras propias mezquindades, una forma de enfrentar a ese ambiente de barbarie habitual en la aspiración a incorporarse a una sociedad y cultura ajenas; transposición del espacio geográfico mexicano para alcanzar la promesa impedida del último de los imperios del planeta, el norte hegemónico en el panorama del capitalismo desquiciado y desquiciante. Opción casi exclusiva de lo mexicano en el pasado, el éxodo ha expandido su radio de influencia incorporando los anhelos de mujeres y hombres cuyo origen y pertenencia se ubican más allá de la segmentación fronteriza que separa el plano central del continente, del país nuestro. Un fenómeno ya demasiado próximo a nosotros, muy al alcance de nuestra mirada, algo ubicado en el acontecer familiar del día con día de nuestro mundo, una parte inherente al discurrir frecuente de nuestro existir.
Senda del norte, elección atestada de elementos paradójicos, conjunción de la esperanza y el quebranto, de la fe y el desconsuelo. Abatimiento y lamento de las almas de los forzados a dejar las familiaridades más queridas, abatimiento y lamento que deben guardarse para sí custodiados por el pudor que niega el exhibir las propias debilidades porque se debe ser fuerte ante los demás compañeros de esa doliente ruta. Sentimientos que salen al exterior desde la cobertura aportada por lo impersonal del canto popular, palabra, acordes y notas melancólicas condensadas en el título de Paso del norte, confiriendo profundo sentido al tiempo actual. Si los omitidos de México han enfrentado y sufrido los riesgos que implica el transferirse a una sociedad y cultura ajenas, haciéndose acreedores al estatuto de criminalidad por la supuesta violación de la convención que escinde el territorio (rechazo, el odio, la xenofobia, de los que ven en ese arribo a la zona del actual imperio del planeta, una de las grandes amenazas a su estilo de vida), hay que imaginar –tal vez sólo podamos imaginar- las vicisitudes del infierno por el que tienen que pasar las mujeres y hombres de Centroamérica y de más al sur. Una transición que expone descarnada la condición bestial de lo humano que se regocija, abiertas las fauces y baba destilando, ante el inminente provecho que se puede extraer de ese drama de aparecer situado en una tierra extraña. Desventura de la condición migrante: transitar las sendas siniestras y aviesas de las variantes de ese paso del norte no sólo aparece situada en aspectos de lo que despectivamente damos en llamar lo gringo, ella se muestra en el pensamiento y acción de seres que comparten rasgos culturales mexicanos con quienes tienen la desgracia de encontrar a su paso los pertenecientes al campo migrante, al éxodo forzado desde las formas del coexistir de nuestro sur continental. Un paso del norte que diversifica, que prolonga su sentido para esa gente, que incrementa el peligro, acrecentando la inquietud y el temor, profundizando la añoranza, la nostalgia, la tristeza, la pena, la desdicha. Canto popular que ha desplazado su sentido hacia la expresión del dolor de un mayor número de humanos, rebasando espacios y tiempos.
Si la marcha del hambre sobre el desierto y la nieve, nos muestra un modo del desarraigo recuperado a manera de dispositivo exigido por la situación que apremia a resistir a toda una ofensiva criminal montada desde un aparato estatal articulado al gran capital, todo un intento de contrarrestar el imponerse de la injusticia, de la arbitrariedad, del abandono de una razón pertinente por lo execrable cuyo rumor degradante recorre impune las formas de nuestra existencia, los desheredados de ahora, esos condenados de la tierra -como los llamara pertinentemente Frantz Fanon- del tiempo actual, asumen el destierro como una de las únicas vías de sobrevivencia a los efectos criminales de la forma actual de acontecer del sistema capitalista. Modo contemporáneo del éxodo, medio generador de líneas de fuga respecto de los submundos, de los planos de infrahumanidad que acompañan la regularidad del curso de nuestro existir presente. Al igual que la marcha del hambre, pone al descubierto las grandes carencias nuestras en el transcurrir de la diaria convivencia, en la rutina donde son reiteradas las mismas gesticulaciones y lamentaciones inútiles, en lo habitual que limita la perspectiva de la mirada ocultando lo que nos es más próximo; poniendo en cuestión nuestra predilección por la miseria, el exceso de olvido en nuestros gastados usos de día con día, esos signos que condicionan nuestra percepción orientándonos a asumir como algo natural la relación inversa entre la extensión de la precariedad y la reducción terminante de la prerrogativa y del beneficio económicos. Destierro “voluntario”, retiro de lo más propio del ser mismo que denuncia y revela la dispersión de lo intersubjetivo traducida en riqueza insultante a un lado de la vida, pobreza extrema en el otro lado, una existencia arrojada a un recorrido en el límite. Una expatriación que deja ver el funcionar patético de una racionalidad avocada frenéticamente a la acumulación de capital, a la ampliación del mercado, a la concentración del poder, una racionalidad que precipita a innumerables vidas a la expiación de una culpa que no les corresponde. Expulsión callada, impersonal, porque de ello nadie es situable en el terreno de la causa. En suma, una respuesta irrebatible a la tendencia catastrófica del capitalismo salvaje, oposición al fatalismo concretado en las formas de resignación que llevan a la aceptación de lo injusto, del abuso y de la muerte. Perseverar en la espera activa de una vida digna, sobreponiéndose al dolor que acompaña la escisión respecto de todo aquello que tiene que ver con uno, los seres, lugares y espacios portadores del sentido de lo familiar, de las tradiciones y simbolizaciones propias.
El desarraigo actual, al igual que el de la caravana del hambre, nos descubre también el lado opuesto de la condición miserable de lo humano, esa dimensión que no se ha desprendido del sentido de la horizontalidad, de la disposición a entenderse siendo parte de todo y de todos, que mira los espacios vitales de lo humano ajenos a los modos de la exclusividad. Aspecto instalado en la comprensión de lo imprescindible del diálogo, del despliegue del sentimiento fraterno en el desprendimiento de lo propio en beneficio de quienes lo necesitan, del ejercicio vivo del don. Los pertenecientes a la caravana del hambre vivieron la experiencia de esa actitud en el desbordarse de la sensibilidad de la gente sencilla y condescendiente del norte y de varios sitios más del país. Los asimilados a la opción migrante actual, sobre todo los procedentes de Centroamérica, viven el invaluable apoyo de otras generaciones humanas sitas en los espacios tocados por el paso del ferrocarril, medio privilegiado que aloja la esperanza de alcanzar la tierra prometida en este tiempo y espacio.
Walter Benjamin, en sus provocadoras Tesis de Filosofía de la Historia, ponía en cuestión a la historia escrita desde el historiador historicista que, en la relación establecida culturalmente con aquellos que han vencido o con los herederos de éstos, se excede en la memoria para instalarlos en el cortejo triunfal del acaecer de la vida social, los dominadores que exhiben su victoria pasando sobre aquellos que hoy yacen en la tierra. Exceso de memoria que tiene como correlato un exceso de olvido de las historias de aquellos sometidos al dominio de los triunfadores, de los instalados en la posesión del progreso y del botín ahí dispuesto. La historia de los vencedores hace de las demás historias relatos sin relevancia. Sin embargo, éstas emergen a pesar de aquéllas demandando su sitio en la conciencia social y cultural, más allá de los mitos fundadores y de las figuras heroicas de ayer y de hoy. Contrahistorias compuestas de ese pensamiento narrativo a que refiere Michael Carrithers (8), que envían a apuestas por preservar la integridad y dignidad humanas, narraciones y testimonios donde se deja de lado el compromiso avieso de la exaltación y sobrevaloración de la iconografía del vencedor, para restituir el valor pertinente a las acciones arrojadas a lo irrelevante, subsumidas o situadas en lo indiferente. La otra historia, una de cuyas partes aparece ubicada en uno de los espacios que alberga la vida de mujeres y hombres, vinculada a las líneas ferroviarias, al paso de locomotoras y vagones de diversa carga rumbo al norte, carga material pero también humana: La Patrona en el Estado de Veracruz. Historia de uno de los múltiples aspectos de los vencidos, conjunción de las vidas de los poblantes de ese lugar a la de los transferidos centroamericanos. Espacio de encuentro, de avenimiento, pueblo del fluir de la solidaridad, de la ayuda. Comunidad propicia al reparto de los panes y los peces, al socorro al necesitado, al reposo al cansado, a la cura del lastimado y del enfermo, al vestido, al beber al sediento, pero sobre todo al brindarse del afecto, del aprecio, de la esperanza para esos desprovistos de más allá de México. Zona de la constante puesta en suspenso del egoísmo y del despliegue continuo del don, del arraigo en el sentimiento del compartir, del salvar vidas y del sentido de la re-humanización de lo humano. Alivio y mitigación de angustias, de desesperanzas y pesadillas, de las variadas experiencias de dislocamiento del ser, supuestas en ese cruce obligado por un territorio mexicano dominado por el abuso de todo tipo.
Historia ajena a la hipocresía, a la falsedad, a la simulación. Contrahistoria que viene escribiéndose desde la sensibilidad bella de gente reacia a renunciar a las posibilidades de la autenticidad, de la franqueza, de la sinceridad. Mujeres y hombres, sobre todo mujeres, de una extraordinaria claridad de pensamiento respecto del mundo de la vida, en cuanto que no existen excusas para participar en el disfrute, en la alegría, pero también en el dolor, en el sufrimiento, en la pena. Gente que tiene claro el padecimiento supuesto en el forzado abandono de lo propio, ese desquiciante extrañamiento del yo, de la propia identidad donde son puestos en quiebra el ser y las almas, porque ellas y ellos lo han vivido y lo viven en carne propia, esa necesidad de ir al norte, necesidad y melancolía compartida que les aproxima a los viajeros de más al sur. “Tengo mi hijo en Estados Unidos y una hermana… y de por sí se nos parte el alma y damos de comer”. “Mi hija siempre ha vivido por fuera, de migrante, y le dice a la gente: ‘mi madre está sembrando y yo estoy cosechando”. “Tiene uno hijos, cuñados que el día de mañana a la mejor se aventuren”. “Imagínese lo difícil que es para ellos. Mi esposo se fue a Sonora en camión, pero ellos cruzan en tren, en el sol”. Discurso simple, sencillo, ajeno demasiado ajeno a las voces rimbombantes de nuestra oficialidad, voces de la simulación, del engaño y la trampa. Ajeno también a la palabra de Dios emitida desde los edificios fríos de piedra inanimada, palabra vacía que establece el divorcio entre pensamiento y acción, entre fe y obras. Historia de mujeres y hombres que para vergüenza nuestra, persisten en el pensar y en la acción orientada a la creación de condiciones de posibilidad de la mejoría en la condición humana.
Bibliografía
Adorno, Theodor, Dialéctica negativa, Taurus, Madrid, 1989.
Benjamin, Walter, Tesis de Filosofía de la Historia.
Carrithers, Michael, ¿Por qué los humanos tenemos culturas?, Alianza, Madrid, 1995.
Fanon, Frantz, Los condenados de la tierra, FCE, México, 1988.
Monsiváis, Carlos, Amor perdido, Era-SEP, México, 1986.
Pereda, Carlos, Crítica de la razón arrogante, Taurus, México, 1999.
Revueltas, José, México, una democracia bárbara, Obras completas, t. 16, Era, México, 1983.
Visión del Paricutín, Obras completas, t. 24, Era, México, 1986.
Semo, Enrique (Coordinador), México, un pueblo en la historia, Alianza, México, 1989.
NOTAS
1. Adorno, Theodor, Dialéctica negativa.
2. Pereda, Carlos, Crítica de la razón arrogante, Taurus, México, 1999.
3. Monsiváis, Carlos, Amor perdido, Era-SEP, México, 1986, p. 34.
4. Al respecto, ilustrativo es aquel texto de Serrat que afirma: “Corren buenos tiempos para la bandada de los que se amoldan a todo con tal que no les falte de nada. Tiempos fabulosos para sacar tajada de desastres consentidos y catástrofes provocadas. Tiempos como nunca para la chapuza, el crimen impune y la caza de brujas”. Los tiempos del periodo alemanista en México son precisamente esos tiempos a que alude el cantautor catalán. Por desgracia, no reducidos a esa época.
5. Garmendia, Arturo, “Los obreros sin cabeza”, en, Enrique Semo (Coordinador),
México un pueblo en la historia, Alianza, México, 1989.
6. Con el título de México una democracia bárbara, José Revueltas lleva a cabo
un análisis pertinente de las prácticas sostenidas en el escenario de la vida
política de nuestra sociedad. Las variadas tendencias ahí actuantes, unas más
otras menos, participan del fluir de la barbarie que acompaña a los hábitos
ejercido en el discurrir del ser de lo político en México, la política a la
mexicana.
7. Revueltas, José, Visión del Paricutín, Obras completas, t. 24, Era, México, 1986, p. 149.
8. Carrithers, Michael, ¿Por qué los humanos tenemos culturas?, Alianza, Madrid, 1995.
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