Raydel Zumeta Fernández*
Enrique Díaz Morales**
Universidad de las Ciencias Informáticas, La Habana. Cuba
Correo: zumeta@uci.cu
RESUMEN
En el presente trabajo se explican los factores sociales que condicionan la aparición de la Bioética en Cuba. Se expone los años 90 marcan el origen formal de la Bioética en Cuba. Se fundamenta que la nueva disciplina no fue acogida con regocijo por muchos funcionarios gubernamentales, quienes tildaron a la misma como un arma ideológica del enemigo. Se atestigua en que los primeros pasos de la Bioética en Cuba fueron dados por sendas escabrosas y matizados por incomprensiones políticas y académicas. Se persigue explicar en este artículo las condicionantes que caracterizaron la eclosión de la Bioética en los años 90, sus avatares, aciertos y desaciertos, con el propósito de descubrir la trayectoria de la materia y coadyuvar a una comprensión de su estatuto epistemológico. El inicio de la trayectoria formal de la Bioética en Cuba en este estudio se ubica en 1990, momento que marcó una nueva ruta en las relaciones sociales de producción en Cuba, al fenecer el campo socialista lo que trajo consigo irreparables pérdidas materiales y espirituales. Se exponen las consecuencias de la subrepticia desaparición del campo socialista. Se abordan las reticencias del poder en el desarrollo de la Bioética en los primeros años de aparición de la disciplina en la isla.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Raydel Zumeta Fernández y Enrique Díaz Morales (2019): “Avatares de la bioética en los inicios de los años 90 del siglo XX en Cuba”, Revista Caribeña de Ciencias Sociales (julio 2019). En línea:
https://www.eumed.net/rev/caribe/2019/07/avatares-bioetica-cuba.html
//hdl.handle.net/20.500.11763/caribe1907avatares-bioetica-cuba
La Bioética es una disciplina cuyo origen se debe a la idea de Van Rensselaer Potter, bioquímico, oncólogo e investigador norteamericano quien acuña el término Bioética (bios: vida y ethos: ética), para mostrar la necesidad de reorientar la filosofía práctica de la vida, para profundizar en el significado de la misma y en ella el sentido de la nuestra.
Esta disciplina pretende humanizar el quehacer de la ciencia y la técnica, a raíz de la maduración del pensamiento contemporáneo propiciada por el auge que adquirió el desarrollo científico y tecnológico en las décadas del 60 y el 70 y los impactos negativos de la misma en las sociedades industrializadas. Su estudio manifiesta una creciente aceptación académica y social; amén de la visión biomédica que inicialmente le estampó a la materia la propuesta del Kennedy Institute of Ethics de la Universidad de Georgetown en Washington, la idea originaria de Potter cobra fuerza en los últimos años del pasado siglo y los primeros del XXI.
En la actualidad se columbra un retorno a la idea original de la Bioética propuesta por Potter, sobre todo en las zonas geográficas de la periferia. En este articulo se asume que es la Bioética, imbuido por los criterios de varios autores cubanos, una materia que promueve la integración de los valores, el conocimiento y la práctica, que busca contribuir a la supervivencia y al mejoramiento de la condición humana que significan hoy: por un lado, eliminar las agresiones, proteger y conservar la naturaleza, prevenir y enfrentar enfermedades y catástrofes, y por otra parte, tiene como fin que las personas puedan adquirir bienes materiales y espirituales necesarios para una vida digna, que exista una relación dialógica entre ellos, que tengan acceso a la educación y que sean protagonistas en la toma de decisiones y en la construcción social.
En América Latina la nueva disciplina irrumpe en los círculos académicos, inicialmente y en consecuencia con la tendencia que prevalece durante gran parte de la evolución de la misma, en el sector biomédico, aunque en los últimos años es intenso el debate acerca de la validez teórica de la visión biomédica de la Bioética para esta zona geográfica y surgen criterios que recaban una mayor contextualización del quehacer de la materia a las peculiaridades del Sur. La academia cubana, amén de las conocidas especificidades que la distinguen del resto de los países latinoamericanos, asimila de igual manera que el resto del continente al nuevo saber, el terreno de las ciencias médicas es el umbral por donde este penetra.
Los años 90 marcan el origen formal de la Bioética en Cuba, aunque ya se habían desarrollado eventos y divulgadas memorias escritas que abordaban los problemas cuya solución competen a esta materia. Tuvo gran influencia en su aceptación y aprehensión la publicación de un colectivo de autores cubanos acerca de la definición de los criterios para determinar la muerte humana a partir de la pérdida irreversible de las funciones neurofisiológicas que favorecieron un año más tarde la celebración del I Simposio Internacional sobre Muerte Encefálica en septiembre de 1992 en La Habana.
En este evento se dedicó un espacio para el debate de dilemas y/o conflictos de valores que se generan en el sector sanitario. Hasta esa fecha, si bien ya se conocía el vocablo, no se usaba en la isla la palabra Bioética, de hecho, cuando en esa misma fecha se inauguró en el Hospital Hermanos Ameijeiras el primer comité que estaba encaminado a resolver los casos dilemáticos que se presentaran en esa institución de nivel terciario, así como a la educación en Bioética de todo el personal recibió el nombre de Comité de Ética Clínica y no el de Bioética que era lo que realmente se estaba haciendo en estas comisiones.
El mes de diciembre de ese propio año 92 se realizó la III Jornada Científica del Instituto de Medicina Legal, en el cual se incluyeron temas relacionados con la determinación de la muerte humana; los problemas interpretativos, éticos, morales y culturales que entraña este tópico recaban de nuevas respuestas las cuales, avezados pensadores cubanos, hallaron en la Bioética.
En el año 1994 se instituye, promovida por un grupo multidisciplinario de profesores, la novedosa forma de reflexionar desde el prisma de los valores humanos en varios centros de educación médica superior. El claustro, en un inicio estuvo compuesto, fundamentalmente, por docentes de las universidades médicas de La Habana, Santiago de Cuba y Camagüey, los cuales diseñaron un curso intensivo de 40 horas, sustentado en métodos activos de enseñanza y en el debate científico colectivo (Acosta, 2009).
Sin embargo, a pesar de las substanciales transformaciones que se vivieron en Cuba en el primer lustro de los años 90 de la vigésima centuria, la necesidad de solventar la profunda crisis de la moralidad, sustentadas en profundas carencias económicas, la aprobación que tuvo en algunos espacios, la Bioética no fue acogida con regocijo por muchos funcionarios gubernamentales, quienes la tildaron como un arma ideológica del enemigo; por lo que sus primeros pasos en Cuba fueron dados, sin la validación del poder, por sendas escabrosas y matizados por incomprensiones políticas y la ortodoxia en la academia cubana, más las nuevas prácticas que comienzan a generalizarse en una población que, abrumada por la frustración que la gama de problemas que las insuficiencias materiales acarrean, comenzó de manera ostensible a desatender todo lo ajeno a los problemas económicos.
Para mejor compresión de este transitar plagado de discrepancias hay que destacar el contexto en que se origina y desarrolla en nuestro país, ya que parte de esta historia aun subyace en penumbras amén de haberse institucionalizado ya la enseñanza e investigación de la Bioética, de contar dicha disciplina con un programa de maestría de las cuales han nacido varias tesis, publicaciones diversas, numerosos eventos científicos efectuados.
Siendo ese periodo inicial de la Bioética en Cuba convulso y en gran medida desconocido para las nuevas generaciones que arrostran esta materia se pretende explicar en este artículo las condicionantes sociales que caracterizaron la eclosión de la Bioética en los años 90, sus avatares, aciertos y desaciertos, en aras de elucidar su origen, así como comprender y acomodar sus bases epistémicas a las características de la realidad cubana.
2. DESARROLLO
2.1 Condicionantes socio-económicas en la década del 90.
La década de 1990 marcó una nueva ruta en las relaciones sociales de producción en Cuba. La caída del campo socialista condujo a la pérdida de casi el 70 % de los mercados socialistas, y para hacer más crítica aún la asimetría, el bloqueo se profundizó. Bajo tales condicionantes la isla entró en serias dificultades económicas que, plantea el profesor universitario Esteban Morales, solo recientemente comienza a superar (Morales, 1996).
Ante la catástrofe económica los líderes de la revolución lanzaron en el año 91 el llamado Período Especial, estrategia que consiste en la instauración de una economía de guerra en tiempos de paz para poder arrostrar la crisis a que nos abocaron los hechos acontecidos en la arena foránea a finales de la década del 80 y principio de los 90.
Entre las diversas medidas que se aplican en esta etapa una de las que resalta de índole económica es el recorte de los gastos y la estimulación de la producción de bienes de consumo para la exportación a partir del desarrollo del mercado interno. Sin embargo, a pesar de la remarcada contracción de la economía cubana las variaciones del gasto social a lo largo de toda la década de los 90 tuvieron un signo positivo, exceptuando el año 1991.
Desde el exterior se vaticinaba que el desplome de la Revolución cubana era cuestión de días o de semanas. No obstante, se dictaminaron disposiciones dirigidas al logro de la elevación de la eficiencia económica y la competitividad, y la reparación financiera interna; se propusieron, además, soluciones al endeudamiento del país; se promovió la reinserción en la economía capitalista, se incentivó la inversión de capital extranjero, el fortalecimiento de la empresa estatal cubana, condición esta necesaria y sin la cual no puede haber socialismo. También se analizó la necesidad de ampliar y perfeccionar los cambios económicos que fuese necesario hacer, de manera gradual y ordenada.
La finalidad de estas estrategias era, fundamentadas en la protección de los postulados esenciales de justicia social y de las conquistas hasta ahora obtenidas, hacer uso de los mecanismos de las relaciones monetario-mercantiles y de la gestión capitalista de forma controlada, contener el descenso de la economía interna, reactivar la misma e iniciar su recuperación.
Por otra parte, en 1991 se realizó el IV Congreso del PCC. En este cónclave se examinó la situación del país y se enfatizó en la necesidad de salvar la Patria, la revolución y el Socialismo, haciendo loable justicia a la obra que tanta sangre, sacrificio y esfuerzo había costado al pueblo cubano en más de cien años de lucha. Se tomaron importantes acuerdos en lo tocante a las modificaciones a la Constitución, los estatutos del Partido y se asentaron los cimientos de una planificación orientada al sustento de los pilares ideológicos y comenzar la recuperación.
La tenacidad de la revolución cubana provocó un recrudecimiento, por parte de los círculos apátridas de Miami y el gobierno norteamericano, de las campañas difamatorias contra la revolución, la desestabilización ideológica y un sensible incremento del bloqueo económico.
Una de las acciones más significativas de esta política agresiva aconteció a mediados de 1992 cuando el gobierno norteamericano aprueba la "Ley Torricelli" la cual, entre muchos de sus componentes perniciosos, otorga al Presidente de Estados Unidos la potestad de imponer sanciones económicas a países que mantengan relaciones comerciales con la isla y prohibir el comercio de subsidiarias de empresas norteamericanas radicadas en terceros países, por un lado, mientras que por otro el “Track Two” o Carril 2, el cual no aparece de manera explícita en la legislación, pero está compuesto de varios acápites cuya directriz esencial era potenciar la vía de penetración bajo "la ayuda al pueblo cubano, con un contenido velado de aumentar el intercambio académico bilateral'', para socavar la estabilidad nacional” (Milián, 2009). Consideraban los creadores de este segundo carril de la ley Torricelli que con el mismo harían mella en las bases ideológicas de nuestra sociedad, impondría estilos de pensamiento, hábitos y costumbres ajenos a la historia del pueblo de Cuba y sus modos de vida.
Las estrategias económicas trazadas por el gobierno revolucionario lograron preservar la continuidad de nuestro proceso, pero se notaron cambios apreciables en el imaginario cotidiano de la sociedad, como consecuencia de las privaciones materiales y la necesidad de sobrevivir, aupada por la reestructuración de la jerarquía de valores, la irreversible invasión cultural y la desazón espiritual latente.
Varias de las medidas tomadas para salvar la revolución tuvieron resultados que desestabilizaron el modelo económico, que hasta ese momento había predominado. La economía planificada y todos los beneficios que de ella se derivan entraron en peligro de extinción cuando se autoriza la creación de empresas mixtas con capital extranjero, además se permite en el año 1992 a las empresas con 100 % de capital nacional a que puedan operar en dólares.
En 1993 se oficializa la doble circulación monetaria, coexisten de esta forma el peso y el dólar. Se fomenta la autonomía empresarial y se descentraliza el comercio exterior. Si se añade a estos factores la creciente falta de control efectivo por parte de los trabajadores y la existencia de una burocracia que no está sujeta a ningún control político por parte de la población, se tendrá como resultado un efecto corrosivo en la moral, en la planificación económica y acelera el proceso de diferenciación social, echando agua en el molino de la contrarrevolución capitalista. La doble circulación agudiza los desequilibrios sociales y económicos, fortalecido tal lastre por la gran diferencia que hay entre el cambio oficial y el del mercado negro. El desarrollo del turismo en el país constituyó un riesgo para nuestro pueblo; drogas, pornografía, prostitución (Donoso, 2000) y otros lastres sociales sin precedentes en la Cuba revolucionaria.
El nivel de vida en el país disminuyó durante los primeros años de los 90 considerablemente, pues se redujo en casi el 50 % lo cual condujo, entre otras condicionantes sociales, a que muchas personas se trasladaran hacia centros laborales mejor remunerados, principalmente relacionados con el turismo lo cual ha redundado en un empeoramiento constante de los demás servicios y en la productividad del trabajo, y que aparezcan violaciones de magnitudes que prácticamente desaparecidas de nuestro entramado por el bienestar social experimentado en las décadas del 70 y el 80. Las carencias materiales afectaron sectores como el de la salud, aunque en esta rama no se percibe ese traslado masivo hacia otros campos como sí sucedió en el terreno de la educación.
Sin embargo, Cuba siguió siendo, gracias a los encomiables esfuerzos del gobierno, una potencia en la educación y la salud. El líder histórico, Fidel Castro, en su discurso de clausura del IV Congreso del PCC reafirmó la continuidad de nuestro proceso revolucionario en varias aristas: “Haremos lo que haya que hacer; trabajaremos lo que haya que trabajar; resolveremos los problemas que esté en nuestras manos resolver; continuaremos en cualquier circunstancia nuestros programas, en primer lugar el programa alimentario, aunque falten piensos y falten fertilizantes; continuaremos desarrollando nuestro programa de biotecnología, industria farmacéutica y equipos médicos” (Castro, 1991).
La Ley Torriceli, si bien constituyó un serio obstáculo en las aspiraciones de la isla por salir de la crisis económica de la primera mitad de los años noventa, las bases conceptuales del proceso revolucionario han logrado subsistir. Afirma Esteban Morales que se trazó el país un modelo propio que la particularizó y diferenció del caos que en esa etapa tuvo lugar en los países ex socialistas, especialmente en Rusia, otrora su principal aliado económico (Morales, 1996).
La segunda mitad de la década del noventa, por ejemplo, mostró el crecimiento en términos económicos de la isla. Precisamente en el año 1994 se expresa la reversión de este decaimiento cuando se muestra que la tasa de crecimiento promedio anual es de 4,7%, superior a la del 3% experimentada por la región latinoamericana. Se nota una mayor independencia económica con respecto a épocas anteriores donde estuvimos sujetos a las tendencias del mercado español, norteamericano o el soviético, comienzan a desarrollarse las relaciones económicas con los países de América Latina y el Caribe, en esencia indica este año la afiliación de Cuba a un mercado al que no había estado integrada desde 1960.
Tal crecimiento económico si bien es plausible por la rapidez con que se logró y bajo las circunstancias en que se dio, no oculta las dificultades económicas que subsisten en la isla. Amén de los daños que ocasiona el bloqueo, persisten problemas internos que socavan la estructura económica del país. La baja productividad agrícola, despersonalización de los medios de trabajo, la falta de compromiso, el afán de lucro y el facilismo, por solo mencionar algunos.
El impacto de la crisis económica de los primeros años de la década del 90 repercute y de manera profunda en los referentes espirituales. Las soluciones para solventar las fisuras económicas no trascendieron este enfoque; en el aspecto moral se mostraron profundos cambios. Las limitaciones de la ética tradicional para solucionar situaciones nacidas en las últimas décadas del siglo XX y acentuadas en los umbrales de XXI y su impacto en Cuba, los importantes avances que se columbran en la ciencia y la tecnología resultantes de las políticas lanzadas por el gobierno desde sus primeros años en el poder, la maduración de la sociedad cubana como consecuencia la crisis de los 90, la crisis de valores y la perentoria invasión cultural del imperialismo mundial, entre otros factores, animan la aparición de nuevas perspectivas académicas que reconstruyan la idea del bien en un país donde las fronteras de lo bueno y lo malo se han fundido en el fragor de la escasez, un concepto sustentado en posiciones holísticas, integradora y unitivas, que incluyan el sentir de la pluralidad contextual, generacional, de género y racial, que retome ese ideal humanista retornando al legado histórico de sus próceres.
Amén de las alertas que suscitaron las sacudidas en la sociedad, muchos de los decisores de las políticas públicas no tuvieron la lumbrera suficiente para avizorar en la Bioética los elementos para sustentar con un conveniente marco axiológico los rumbos nuevos que ahora enfrentaba la revolución cubana.
2.2 Las reticencias del poder en el desarrollo de la Bioética en la década del 90.
A decir de muchos bioeticistas cubanos las condicionantes políticas de los años 90 signaron el devenir de la Bioética en la isla. Los conflictos que se dieron en este período, las agresiones y desmanes que sufrieron los partidarios del nuevo modo de reflexión no son reseñados en la literatura amén de que se ha hecho mención en algunos textos de lo difíciles que fueron estos primeros cinco años para el desarrollo de la Bioética en Cuba.
Muchos de los entrevistados plantean la hostilidad y el escepticismo por parte de algunos funcionarios hacia el nuevo saber. Sin embargo, sus respuestas no explicitan los hechos negativos individuales que tuvieron que arrostrar, los eventos que cerraron sus puertas a los temas Bioéticas, las instituciones que miraron de reojo la asimilación de la nueva disciplina, la señalización de las personas que en nombre de principios inexistentes tanto desde lo jurídico, lo histórico como lo ético, el temor de desviaciones ideológicas y el desconocimiento de qué de la Bioética sirvieron de barrera al debate bioético en el país. La bibliografía consultada tampoco muestra el impacto del factor político en el recorrido de la nueva disciplina, lo cual obliga al estudio de la conformación de ese pensamiento en el período posterior al 59 para comprender la influencia de esta condicionante social en la trayectoria de la Bioética. Es fundamental el desarrollo de este punto
En 1961 se crea la Escuela de Ciencias Políticas, la cual perteneció a la Facultad de Humanidades de la Universidad de la Habana, y cuya dirección recayó en los Profesores Raúl Roa García y Pelegrín Torras de la Luz. El propósito de esta institución fue, inicialmente, formar futuros diplomáticos y periodistas y tuvo un influjo decisivo en la formación de la actual generación de politólogos cubanos. Estos centros, además estuvieron se caracterizaron por el sesgo marxista que se le imprimió a toda la política educacional y cultural de la Revolución en aquellos años fundacionales y los años que le precedieron.
Sin embargo, en dicha institución y de manera particular en las publicaciones del titulado órgano oficioso del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Habana Pensamiento Crítico, primaba el apotegma expuesto por el Profesor Roa en su obra Historia de las Doctrinas Sociales:
“En la historia de las doctrinas sociales hay que penetrar con el ademán sereno y la pupila limpia de prejuicios y su exposición académica debe estar presidida por la más pulcra objetividad. En ningún terreno, como en el de nuestra ciencia, son tan múltiples y variados los criterios, las perspectivas y las soluciones propuestas. Cada estudiante queda, por consiguiente, en libertad absoluta de adoptar el que estime por conveniente o de no adoptar ninguno.
Ni se propone ni se impone: se expone. El espíritu científico y la intolerancia son incompatibles. El espíritu científico se nutre y enraíza en la libertad de investigación y crítica. La intolerancia –“esa extensión hacia fuera del dominio exclusivo ejercido dentro de nosotros por la fe dogmática”– intoxica la inteligencia, deforma la sensibilidad y frustra la actividad científica, que es impulso libérrimo hacia la conquista y posesión de la libertad” (Alzugaray, 2005).
En los años iniciales de su exposición, apunta Carlos Alzuragay Treto, este tópico se materializó no sólo en la revista mencionada, sino que estuvo presente en toda la labor editorial. La Editora Polémica fue la más distinguida en este sentido al facilitarle al pueblo cubano el acceso a las obras marxistas de Trotski, Preobrazhensky, Deutscher, Marcusse y otros. Por otra parte, loable es la labor de difusión de libros sobre análisis político de la cultura y el cine que hizo el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC), con trabajos de Gramsci, Lukacs, Labriola y otros (Alzugaray, 2005).
Añade Alzuragay que en la labor ensayística y en sus discursos políticos, los principales dirigentes de la Revolución, primordialmente nuestro líder histórico Fidel Castro, Ernesto “Ché” Guevara y Carlos Rafael Rodríguez, promovieron una visión del marxismo alejada de todo esquematismo y dogmatismo. En este período el pensamiento del Che ejerce gran influencia en los jóvenes politólogos cuyas ideas gravitaban alrededor de la revista Pensamiento Crítico y que dejó de ser publicada en una etapa que muchos de nuestros intelectuales han denominado el quinquenio gris, provocado por la contaminación de nuestra ideología por los códigos del realismo socialista proveniente de la extinta Unión Soviética.
Las dos décadas siguientes, o sea, la del 70 y la del 80, fueron escenario de la agudización de esta situación y por tanto inhibió el desarrollo de las ciencias políticas cubanas. Desparece precisamente en este decenio la Escuela de Ciencias Políticas y parte de sus funciones fueron asumidas por la Escuela Superior del Partido Comunista de Cuba Antonio “Ñico” López la cual tendría como objetivo central la formación de cuadros para el Partido y expedía y expide, al menos hasta el 2005, un título de Licenciado en Ciencias Sociales. Los politólogos que en ella trabajan, dirigidos por su Rector, Raúl Valdés Vivó, se caracterizan por su apego a los clásicos del marxismo (Marx, Engels y Lenin).
Por otra parte, bajo la influencia del dogmatismo que emanaba de los centros de estudio e investigación de la antigua Unión Soviética, se modificaron programas de estudio y desaparecieron algunas de las publicaciones señaladas, aunque otras, como La Revista Casa, mantuvieron el vínculo con el pensamiento político latinoamericano y caribeño. Para las ciencias sociales soviéticas, el materialismo histórico sustituía no sólo a la ciencia política, sino también a la sociología. Por tanto, los estudios de la política se basaron en los manuales soviéticos y eran asumidos dentro del programa de Filosofía marxista II, obligatorio para todas las carreras universitarias (la primera parte se dedicaba al materialismo dialéctico).
Estos elementos favorecieron que la inflexibilidad ganara terreno, tanto en la conceptualización teórica como en el método de análisis y que en los años posteriores el desarrollo de las ideas políticas en Cuba fueran tildadas por más de uno como ortodoxas y rígidas, amén de que muchas personalidades se autonombraran a sí mismas marxistas sin examinar la desunión existente entre su declaración de partidismo filosófico y el desconocimiento, subestimación o no utilización del método de análisis del marxismo, el materialismo dialéctico e histórico (Amaro, 2008). La destacada bioeticista cubana María del Carmen Amaro Cano al respecto recordó la advertencia de Gramsci a los marxistas de su época:
“Marx no ha escrito un credillo, no es un mesías que hubiera dejado una ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles, absolutas, fuera de las categorías del tiempo y del espacio” (Amaro, 2008).
Afirma Amaro Cano que, en Cuba, tal como sobrevino en otros lugares, los dogmáticos apoyados en la ortodoxia petrificaron la teoría del marxismo obviando la esencia de las herramientas metodológicas que esta aporta. El primer lustro de quehacer bioético en Cuba estuvo signado por los ataques dogmáticos ante el temor que entraña la penetración ideológica implícita en la política norteamericana hacia la isla. La incomprensión, la crítica irracional a lo diferente, el aislamiento de temas por lo conflictos que emanan de sus análisis restaron fuerza moral y credibilidad a los principios metodológicos marxistas.
Apunta Ambrosio Fornet lo siguiente y así lo reseña Amaro Cano:
“La defensa de la validez histórica de nuestro proyecto de nación conjuntamente con la unidad son las principales armas que garantizan nuestra superioridad sobre enemigos y adversarios, (…) enfatizar en discrepancias y desacuerdos equivale a mostrar al enemigo nuestras fisuras por otro lado establecer pactos de silencio acarrean riesgos que socavan las bases teóricas de nuestro sistema, crean un clima de inmovilidad, un simulacro de unanimidad que nos impide medir la magnitud real de los peligros y la integridad de nuestras filas, en las que a menudo se cuelan locuaces oportunistas”(Amaro, 2008).
Implica todo esto la imposibilidad de percibir nuestras falencias y debilidades colectivas, además conlleva al temor de elaborar preguntas y por tanto a la pobreza del debate, lo que en última instancia conduce al estancamiento cultural, económico, político y social.
Sobre las imputaciones que recibió la Bioética, plantea la destacada autora María del Carmen Amaro que fue la disciplina acusada por estas posiciones ortodoxas de ser arma del enemigo dado su lugar de procedencia, su validez fue cuestionada aduciendo que es un genuino producto norteamericano, cuya aplicación es efectiva para el contexto de esa sociedad neoliberal, caracterizada por un desmedido crecimiento económico a expensas del desarrollo humano; donde la exaltación del principio de la autonomía, sustentado en las bases de la filosofía neoliberal, centraliza su atención en la libertad individual desconociendo los intereses o derechos sociales en general (Amaro, 2008). Estos criterios, con los cuales coinciden muchos intelectuales dedicados a las cuestiones Bioéticas, muestran que no ha habido un acercamiento real al tema por parte de esas personas, pues los pensadores que realmente han incursionado en ella reconocen la necesidad de aplicarla, fundamentarla desde nuestra filosofía y transmitirla a una sociedad asediada por la universalización de los patrones culturales occidentales.
La Bioética, aduce Amaro Cano es la expresión dialéctica del desarrollo de la ética, si bien su origen estuvo signado por la tendencia principalista que le impregnó el pensamiento anglosajón de los años 60 y 70, su paso por la Europa continental le incorporó el cultivo de las virtudes morales de los profesionales de la salud, en la mayoría de los casos desde posiciones neokantianas.
Su llegada a América Latina implicó un proceso de transculturación teniendo en cuenta las particularidades de nuestro espacio geográfico. Fenómeno este que en Cuba se hizo más evidente, pues en la isla la fuerte influencia del pensamiento marxista y la rica tradición humanista cubana redimensionó los planos de la Bioética, lo que se destaca en varios eventos internacionales (Amaro, 2008).
Bravo Matarazzo destaca sobre la importancia que reviste la incorporación de la Bioética como reajuste teórico y cosmovisivo resultante de los nuevos problemas o conflictos de valores que arrostran los cubanos en los años 90:
“En estos momentos de transición económica de la sociedad cubana, con la introducción de inversiones extranjeras y otros factores de conflicto que ponen en peligro una escala de valores establecidos durante el proceso revolucionario, muchas personalidades del país alertan sobre la necesidad de privilegiar las cuestiones de la ética. En este sentido, las enseñanzas del pensador José Martí, del sacerdote e intelectual patriota Félix Varela, y de Che Guevara, son cada vez más estudiadas y propagadas en la Isla” (Bravo, 1999).
Amén de las posiciones de la ortodoxia el triunfo de la flexibilidad dialéctica se hizo patente gracias al esfuerzo y la visión de futuro de quienes defendieron la asimilación de la Bioética, en un inicio como solución a los conflictos o problemas de valores de nuevo tipo que tienen lugar en los servicios sanitarios. A mediados de la década de 90 surgen en la isla varias instituciones que serán expresión del grado creciente de aceptación de la nueva disciplina. Hay que destacar que la ciencia política cubana en ese momento comienza a brindar los frutos de la estrategia trazada a inicios de la década con el propósito de rebasar el estancamiento a que estuvo abocado dicha ciencia.
La incomprensión que sufrió la Bioética restó velocidad al proceso de institucionalización de la misma. No obstante, la caída del campo socialista, la intensificación de la agresividad del imperialismo y su injusto bloqueo económico, las consecuencias de la globalización neoliberal a partir de los años 90 vista de frente por los cubanos, la agudización de la crisis económica en el país, y el resquebrajamiento de su sistema de valores morales, por un lado, y la pujanza de varios intelectuales comprometidos con el desarrollo de la disciplina, en su mayoría trabajadores del sector de la salud, por otro, abonaron el espacio para el debate y la reflexión bioético, el cual se comenzó a hacer respondiendo a necesidades sentidas y sin definir desde un inicio una base epistemológica acorde a las características de nuestro país.
En la actualidad el pensamiento bioético realizado en Cuba vislumbra ciertas vacuidades teóricas y prácticas (la medicalización de la nueva ética, su concepción de ética aplicada que solapa su holismo), por un lado, mientras que por otro, muestra una gran originalidad y contextualización del estatuto epistemológico en consonancia con nuestro cuadro axiológico. Su agitada evolución más allá de debilitarla, solidifica su existencia; de sus enfoques caducos emergen otros más flamantes, revolucionarios, necesarios.