Dariel Mena Méndez *
Marcela Ximena Parra Pérez **
Universidad de Cienfuegos, Cuba
marcela.parra@utc.edu.ecRESUMEN
¿Qué aspectos distinguen a las prácticas culturales y a los espacios de socialización como fenómenos y ámbitos al interior de un sistema social y comunicativo específico? ¿Por qué son formas de producción simbólica pública? ¿Cuáles son las aportaciones teórico-conceptuales que han realizado aproximaciones consistentes sobre el tema? A estas interrogantes se pretende dar respuesta en el presente artículo luego de una revisión a varios enfoques que desde la perspectiva multidisciplinaria han ofrecido ideas, definiciones, características y dimensiones para su examen. Con ello, pretendemos dilucidar a ambas categorías, las cuales en décadas recientes se han incorporado como ejes de estudio en ciencias de la comunicación en Iberoamérica. Nos apoyamos en autores como: Martín-Serrano (1985), Martín-Barbero (1990, 1997, 2004, 2010), John B. Thompson (1998), Marta Rizo (2005) y otros.
Palabras clave: prácticas culturales, espacios de socialización, producción simbólica pública, socialidad.
ABSTRACT
What aspects distinguish cultural practices and socialization spaces as phenomena and areas within a specific social and communicative system? Why are they forms of public symbolic production? What are the theoretical-conceptual contributions that have made consistent approximations on the subject? These questions are intended to be answered in the present article after a review of several approaches that from a multidisciplinary perspective have offered ideas, definitions, characteristics and dimensions for their examination. With this, we intend to elucidate both categories, which in recent decades have been incorporated as study axes in communication sciences in Ibero-America. We rely on authors such as: Martín-Serrano (1985), Martín-Barbero (1990, 1997, 2004 and 2010), John B. Thompson (1998), Marta Rizo (2005) and others.
Keywords: cultural practices, socialization spaces, public symbolic production, sociality.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Dariel Mena Méndez y Marcela Ximena Parra Pérez (2018): “Prácticas culturales y espacios de socialización: formas de producción simbólica pública”, Revista Caribeña de Ciencias Sociales (febrero 2018). En línea:
https://www.eumed.net/rev/index.html/caribe/2018/02/produccion-simbolica-publica.html
//hdl.handle.net/20.500.11763/caribe1802produccion-simbolica-publica
1. INTRODUCCIÓN
Desde sus inicios los estudios de comunicación social se han nutrido de aportaciones multidisciplinares, que si bien iniciaron otorgando acento a la interpretación de fenómenos en medios masivos; a causa del enriquecimiento epistémico de las últimas décadas, se han experimentado nuevos enfoques que han extendido las categorías analíticas hacia otros procesos, prácticas y espacios sociales.
Las inmensas transformaciones se reflejan, tanto en los escenarios discursivos como en las características de las reflexiones e interpretaciones teóricas que se aportan. Sin dudas, ello ha facilitado la configuración de un campo en constructo que cada vez más se legitima ante el resto de las ciencias sociales que ya contaban con cierta tradición disciplinar. Es meritoria la labor emprendida por las comunidades académicas de Iberoamérica, destacándose los aportes de países como: España, Brasil, México y Colombia.
Hoy se habla de ciencias de la comunicación desde discursos más plurales y esperanzadores. Es en tal sentido que las disciplinas del campo académico y las líneas de investigación científica, se ocupan de otorgar aliento y propiedad a la joven comunicología.
Si bien es cierto que desde la aparición de las primeras aportaciones en el campo de la comunicación, se ha observado un acento en los estudios sobre los medios masivos, también queda claro que no solo lo massmediático es inherente a la categoría comunicación pública.
Articulados por los diferentes procesos y prácticas humanas, así como por la participación de los sujetos sociales en la conformación de sus discursos y otras formas simbólicas, los aportes empíricos permiten comprender cómo la comunicación pública, esencialmente la que transcurre en contextos locales, puede ser estudiada desde otras prácticas independientes del ámbito mediático. Es sobre este tema que estaremos reflexionando en el presente trabajo; considerando, que si bien existen aproximaciones significativas desde los estudios europeos y latinoamericanos, aún no queda muy claro los enfoques que permitan entender a las prácticas culturales y a los ámbitos de socialización, incluyendo los espacios públicos y organizaciones de sociabilidad, como expresiones de un sistema de comunicación pública determinado; máxime cuando se trate de revalidar estos enfoques desde la perspectiva de lo regional y lo local.
Sin embargo, para acercarnos a este objeto de reflexión es justo partir de las postulaciones de Jesús Martín-Barbero, quien desde los años ochenta ha propiciado giros categoriales en la interpretación de los fenómenos comunicativos, no restringiéndose a la comunicación masiva, sino como producción cultural desde los medios y de los propios espacios sociales en que se objetivan y remedan prácticas culturales y comunicativas de todo tipo.
La ciudad‐espacio de comunicación aparece como otra atalaya desde la que vislumbrar cambios de fondo. La estrecha relación entre expansión/estallido de la ciudad y crecimiento/densificación de los medios y las redes electrónicas, está exigiendo pensar la envergadura antropológica de los cambios en los modos de estar juntos, esas nuevas socialidades que empatan con los nuevos escenarios urbanos de comunicación. Escenarios ubicados a múltiples niveles y conformados por ingredientes bien diversos. (Martín-Barbero, 1997: 7).
En dos partes se fracciona el trabajo. Primero, se abordan algunas ideas en torno a la producción simbólica, apoyados en autores como Piera Aulagnier (1977), Thompson (1998) y Rausell & Carrasco (2002). Luego se procuran los fundamentos epistémicos referentes a las prácticas culturales y acerca de cómo los ámbitos de socialización, incluyendo los espacios públicos son expresión de la producción simbólica y plataformas donde se consuma la socialidad.
Se trata de una artículo de revisión y reflexión teórico-conceptual, ocupado en dilucidar este tema y de algún modo desde nuestro contexto latinoamericano y caribeño, contribuir a la legitimación de categorías y dimensiones (no massmediáticas), pero que por su contenido simbólico y por trascender a la esfera de lo público, llegan a adquirir connotación en la sociedad, con puntualidad en los contextos regionales y locales. Se procedió al examen valiéndonos de la revisión bibliográfica documental y del análisis cualitativo de contenido en las referencias consultadas. Otros referentes teóricos fueron: Martín-Serrano (1985), Martín-Barbero (2004) y Marta Rizo (2005).
1. DESARROLLO
1.1. Producción simbólica pública
Para algunos estudiosos, la producción simbólica se refiere a la actividad psíquica representacional a través de la cual los individuos le otorgan sentido a los objetos, la realidad social y a sí mismos. La perspectiva de la representación tiene su génesis en el entramado intersubjetivo, que a su vez se configura por determinadas funciones simbólicas primarias.
Asevera Piera Aulagnier (1977), “que la actividad representativa es ante todo una actividad sustitutiva, donde la pulsión se entrama en diversos niveles de complejización psíquica que se corresponden con los procesos originario, primario y secundario, de aparición sucesiva, progresiva e inclusiva”. (En: Rego, 2008: párr.5). Por su parte, André Green (2005), afirma que dichas representaciones producto de estas instancias, son parte de una sucesión híbrida, cuya mutua combinatoria y flexibilidad debe ser entendida como parte de los procesos simbólicos creativos y subjetivos.
Según Thompson (1998), en todas las sociedades los seres humanos se dedican a la producción e intercambio constante de informaciones y de contenido simbólico, siendo el desarrollo progresivo alcanzado por los sistemas mediáticos el que ha impactado vertiginosamente en la naturaleza de la producción simbólica y su circulación y consumo en el mundo moderno.
El desarrollo de la comunicación mediática, está estrechamente mancomunado a la reelaboración del carácter simbólico de la vida social “(…) una reorganización de las formas en las que el contenido y la información simbólicas se producen e intercambian en la esfera social, y una reestructuración de las maneras en que los individuos se relacionan unos con otros y consigo mismos”. (Thompson, 1998: 26).
A estos apuntes se añade el criterio de que la recepción de la producción mediática es un proceso dinámico y a su vez hermenéutico. Cuando los sujetos interpretan las formas simbólicas, las incorporan como parte de su propia comprensión individual (de sí y de los otros). “Las utilizan como vehículo para reflejarse a sí mismos y a los otros, como base para reflexionar sobre sí mismos, sobre los otros y sobre el mundo al cuál pertenecen”. (Thompson, 1998: 66).
Cabe señalar, desde la perspectiva de lo local, que las prácticas de producción simbólica ejercen una doble funcionalidad a partir de las singularidades y configuraciones del contexto. Las formas de socialidad mediante signos y símbolos en espacios más rurales por ejemplo, tienden a ser reflejo de un entramado cultural que muchas veces difieren de lo cosmopolita, si bien se remedan patrones reproductivos de la vida citadina más próxima.
(…) la producción simbólica es el ingrediente básico en los procesos de cohesión territorial al construir los sentimientos de identidad y pertenencia (…) el acceso a la práctica y el consumo de cultura satisface unas demandas que van más allá de la mera ocupación del tiempo de ocio y que tiene que ver con la capacidad de desarrollo integral de los ciudadanos a través de sus elementos expresivos y comunicativos; es decir tiene que ver con su calidad de vida. (Rausell & Carrasco, 2002: 4).
Por tanto, la producción, distribución y el consumo cultural son fenómenos que están estrechamente mancomunados a la realidad social. Desde esta perspectiva, la forma en que se estructuran las grandes ciudades, contextualiza también la estructuración de sus escenarios locales, pero no la determinan en su totalidad.
Se pueden establecer varias tipologías de sistemas culturales locales, destacándose los “Sistemas Locales muy próximos a las grandes capitales, pero en los que subsiste cierta lógica propia”. (Rausell & Carrasco, 2002: 6). “Se trata de repensar críticamente las prácticas culturales y de producción simbólica en este nuevo marco estructural, analizando en todo caso bajo la perspectiva de una historicidad diferenciada su nueva relación consigo mismas, con su esfera propia, y con la totalidad del complejo sistema social”. (Brea, 2009: párr.33).
La categoría producción simbólica pública, no muy dilucidada desde el campo de la comunicación, además de lo mediático y de las representaciones humanas, también arropa a todas aquellas prácticas comunicativas/culturales y espacios de socialización que se distinguen por su insoslayable peso en la conformación de lo popular, lo genuino, lo emergente, lo identitario y a su vez, de la memoria histórico-cultural de un pueblo o comunidad determinada; a propósito de aconteceres y expresiones complementarias donde subyacen mitos, ritos y discursos que representan intereses colectivos y sociales.
No debe obviarse que para un estudio ocupado en examinar estas categorías y dimensiones en el campo empírico de la historiografía de la comunicación pública, debe concebirse las mediaciones en los procesos sociales concretos, a saber: los aspectos estructurales, infraestructurales y supra-estructurales, destacándose, la ubicación geográfica, los flujos migratorios (el asentamiento de inmigrantes), el desarrollo económico (del comercio y de negocios locales), la construcción de vías de comunicación, la demografía, las coyunturas políticas, el crecimiento poblacional y la incidencia de la enseñanza pública, de la cultura popular y la religiosidad; lo nacional en diálogo con lo regional y lo local o viceversa.
1.2. Prácticas culturales
Desde el punto de vista epistemológico conviene aludir a Martín-Serrano (1986) en su Teoría Social de la Comunicación, quien además de haber privilegiado en sus postulados los fundamentos teórico-metodológicos para entender las especificidades y mediaciones inherentes a la producción social de la comunicación y concretamente en lo massmediático1 . Asimismo, deja entrever que esta acoge en su seno a otras prácticas simbólicas. Apunta que existen formas de comunicación pública que se realizan en “fechas y lugares establecidos acompañados de ceremonias importantes en la vida de la comunidad, tales como celebraciones religiosas o de mercado”. (Martín Serrano, 1986: 75). En otras de sus reflexiones afirma que, “(…) una Teoría Social de la Comunicación tiene que abarcar todas las manifestaciones de la comunicación mediada institucionalmente, incluidas aquellas que dependían del relato oral”. (Martín-Serrano, 1986: 48).
Como categoría más abarcadora, las prácticas sociales engloban a los acontecimientos en los cuales los sujetos sociales colectivamente se convierten en productores de sentidos y confieren significados a su acción y agencia. “Y dado que las prácticas no se despliegan en el vacío social e histórico, el desafío aquí, entonces, es crear, ampliar y fortalecer los (…) escenarios para el diálogo desde donde se revitalicen los procesos comunicativos”. (Orozco, 1998: párr.17).
Estas a su vez, acogen a las categorías prácticas culturales y comunicativas, depositarias de un entramado simbólico (signos y símbolos) que favorecen las interacciones entre sujetos mediante el lenguaje. Para la profesora cubana, Rayza Portal Moreno (2003),
Podemos definir prácticas comunicativas como aquellas prácticas sociales en las que intervienen al menos dos actores sociales con funciones comunicativas diferenciadas de acuerdo a las circunstancias en que se desarrollen y que generalmente reproducen las regularidades de sus condiciones de existencia. Están sujetas a una serie de mediaciones (culturales, territoriales, históricas) que dejan en mayor o menor medida su impronta en la forma en que se desarrollan, el alcance que puedan tener, pero también en sus posibilidades de modificación ante cambios en el contexto que signifiquen la apertura de posibilidades diferentes. (Portal Moreno, 2003: 69).
Pierre Bourdieu, por ejemplo, las asocia a lo que denomina como habitus: “El habitus como sistema de disposiciones en vista de la práctica, constituye el fundamento objetivo de conductas regulares y, por lo mismo, de la regularidad de las conductas. Y podemos prever las prácticas [...] precisamente porque el habitus es aquello que hace que los agentes dotados del mismo se comporten de cierta manera en ciertas circunstancias”. (Bourdieu, 1987: 40). Vistas desde la dimensión de lo público, estas prácticas han de ser percibidas desde una perspectiva holística, a partir de los puntos de vista que proponen autores de diversas ciencias sociales. En su lugar Galletti & Ferrán aseveran que las prácticas culturales son:
(…) las actividades, discursos y rituales específicos que emergen del contacto individual con el espacio urbano, dentro de un campo cultural determinado (artístico, académico, religioso, deportivas, escolares, científicas, etc.), orientadas a la formación y/o recreación y que, a su vez, expresan la experiencia común y compartida (identidad) de un grupo determinado y materializan y hacen visible la memoria popular. Además, devienen espacios sociales que se van abriendo y consolidando históricamente (procesos de secularización cultural). (Galletti & Ferrán, 2011: 22).
Nómbrese por ejemplo, los festejos carnavalescos, las parrandas, las procesiones y otros rituales religiosos, los juegos, las costumbres y tradiciones culinarias, el pregón y el quehacer de comerciantes ambulantes, la lectura de tabaquería, las manifestaciones teatrales en espacios públicos, las actuaciones periódicas de retretas y de otras modalidades o conjuntos musicales, las parrandas, las charangas y comparsas, los jolgorios campesinos en contextos rurales y semi-rurales, las tertulias y algunas prácticas que por el recurso a la oralidad llegan a alcanzar connotación en ámbitos comunitarios específicos, como pueden ser los cuenteros y juglares.
Las prácticas culturales no son fenómenos estáticos, por lo que pueden perpetuarse, perecer en el tiempo, o simplemente soportar mutaciones en el devenir histórico de la sociedad con apego a “(…) la voluntad subjetiva de los actores y al concierto legitimador que alcancen al interior del Sistema de Comunicación Publica y del Sistema Social”. (Baltar, 2014: 24-30). En tanto, son conformadoras de la cosmovisión e interpretación de la realidad, también como procesos capaces de favorecer cambios y transformaciones sociales significativas, según las circunstancias y el contexto.
El catedrático francés Michael De Certeau (1925-1986), desde sus aportes a la Sociología de la Cultura, ofrece la categoría de prácticas cotidianas las cuales, “(…) se identifican con acciones y sentidos comunes, ordinarios, recurrentes, que se emprenden por todo tipo de sujeto social sin distinciones particulares”. (En: Galletti & Ferrán, 2011: 21). Asimismo, Martha Rizo (2005) alega, que las prácticas culturales tienen una fuerte influencia en la conformación de la identidad de los sujetos sociales.
Resulta un tanto complejo establecer diferencias entre prácticas culturales y prácticas comunicativas, ya que ambas también son expresión y construcción de lo social. Los sujetos producen y reproducen informaciones mediante canales diversos que están presentes en la configuración de lo humano. Son vitales para el establecimiento de las relaciones interpersonales, grupales y sociales; proporcionan la interacción con el entorno en la búsqueda de intereses comunes, se desarrollan en espacios de socialización determinados y están sujetas a mediaciones socioculturales, sociohistóricas, geográficas, económicas, políticas, referenciales, étnicas e ideológicas. Todo ello en su conjunto las hace formas de producción simbólica. Conviene señalar que la autora, Martha Rizo (2005), ofrece la categoría de prácticas culturales-comunicativas, tratando de integrar ambos términos como tema de investigación insertado al interior de la categoría ciudad y comunicación.
Como parte inseparable de la producción simbólica pública de cualquier territorio o comunidad, estas prácticas implican una serie de procesos y factores que les otorgan legitimidad, mediante el reconocimiento y la perpetuación en el tiempo y el espacio, aún y cuando corran el riesgo de perecer en el futuro. Ello implica la presencia de componentes sistémicos estructurales, infraestructurales y supraestructurales; puesto que las mismas, tanto como el sistema mediático, demandan de organizaciones o grupos sociales mediadores, medios y/o recursos y responden o son reflejo expedito de normas, creencias e ideas.
1.3 Espacios de socialización
La necesidad de los sujetos de asociarse libremente y comunicarse con sus semejantes es tan antigua como el propio desarrollo histórico de la humanidad. Recuérdese las tribus como formación económica y social de la Comunidad Primitiva, u otras sociedades que con el transcurso de los siglos emergieron estrechamente vinculadas con el progreso citadino, lo que trajo consigo el fortalecimiento de las relaciones comerciales, mercantiles y sociales, y con ello, el éxodo acelerado desde la periferia hacia ámbitos cosmopolitas.
Durante el Renacimiento, el desarrollo alcanzado en los planos cultural y social impulsó a la proliferación de las sociedades, gremios, academias y casinos, como puntos de encuentro y reunión. Algunas finalidades de dichos espacios de socialización fueron las de instrucción, recreo, artística y literaria. Por su parte los convulsivos siglos XVII y XVIII en Europa Occidental, impactados por las grandes revoluciones burguesa-inglesas y la francesa, en plena detonación industrial; mediada por los avances científico-técnicos, y consigo el maquinismo, los procesos expansivos asociados a los descubrimientos geográficos, el ensanchamiento de ideologías derechistas y las cuantiosas luchas de la clase obrera, dieron lugar a la conformación y fortalecimiento de grupos sociales de izquierda y de otras posturas políticas y filosóficas. La Ilustración francesa y el movimiento enciclopedista, por ejemplo, trajeron aparejado el auge y desarrollo de salones, academias y sociedades científicas.
Durante los años de las dictaduras en América Latina2 , fueron varios los sectores sociales que desarrollaron prácticas de comunicación esenciales en sus luchas cívicas y políticas, las cuales se distinguieron por tener un carácter clandestino. En tales condiciones, se tributa a lo público de forma particular.
En las sociedades modernas del siglo XX, los espacios de socialización implican un menjunje de procesos comunicativos y prácticas culturales que se articulan cotidiaidnte con la llamada cultura de masas, lo que se ha consolidado a partir del desarrollo tecnológico alcanzado en la postmodernidad del XXI. No escapan de la sociabilidad humana, el desarrollo científico técnico que vive la humanidad, propiciando para los diferentes contextos de asociacionismo y gremiales modos y formas más ágiles y simples de circulación de información, mediante el uso de correo electrónico, chat, la Internet, las redes sociales, los teléfonos móviles, aplicaciones y demás dispositivos que median en dichos procesos.
Confluyen también diferentes formas de sociabilidad en sistemas sociales específicos, baste mencionar los gremios sindicales, las congregaciones religiosas o de caridad, las asociaciones por la paz, de emigrantes y por condición de género, etnia, clase social, ideología, los movimientos obreros, deportivos, artísticos, ecológicos, y hasta aquellas en las cuales grupos de personas se unifican por determinada coincidencia en cuanto a sus preferencias sexuales, su estado físico-motor u otro tipo de discapacidad. Se añaden a este raudal las llamadas sociedades anónimas y/o secretas, como las Logias u otras, que aunque poco investigadas por las ciencias de la comunicación, tributan a lo público toda vez que constituyen espacios de socialización cuyas formas simbólicas se perpetúan, aunque en un marco más estrecho en relación a otros gremios y agrupaciones.
La visión epistémica en torno a los procesos de socialización facilita la comprensión acerca del establecimiento y flujo de las relaciones humanas (grupales y públicas), a partir de las motivaciones, los intereses comunes y necesidades que conducen a la creación de organizaciones en contextos o espacios determinados. En este sentido, se originan prácticas sociales cuyos discursos se enmarcan en lo político, lo comercial, lo cívico y lo religioso (…), según el grupo humano de que se trate y sus características. Autores como Basail y Álvarez (2005), conciben a la socialización como un proceso abstracto y de índole universal, que involucra de un modo u otro a todos los seres humanos.
Por consiguiente, los espacios de socialización son aquellos escenarios de producción y reproducción simbólica, en los cuales median intereses colectivos y donde se remedan patrones culturales que configuran la identidad de sus miembros. “Los espacios de socialización son los lugares e instancias donde transformamos los modos de pensar, sentir y actuar en relación con nosotros mismos, con los otros y con la colectividad (la familia, la escuela, el trabajo, las organizaciones comunitarias y las intermedias, las iglesias, los partidos (…)”. (Toro & Rodríguez, 2001: 36).
A los nexos que se establecen entre la identidad y los procesos configurativos de los espacios de socialización urbanos, le atañen como asiento los mecanismos de apropiación espacial, permitiendo a los sujetos sociales el establecimiento de determinadas prácticas comunicativas en el entorno, al posibilitar “(…) cargar de significado a un espacio, así como, integrarlo como elemento representativo de su identidad social urbana”. (Valera, 1997: 17-30). Asimismo, muchos de los espacios de socialización funcionan como “(…) asideros para sobresalir en la sociedad (…)”. (Baltar, 2014: 49).
La ciudad3 , por su parte, ha de ser considerada como la plataforma fundamental de los procesos de sociabilidad, al poseer una multiplicidad de espacios indeterminados de encuentros en los cuales se conexa todo tipo de prácticas sociales. De Certeau percibe a la ciudad como un “(…) lugar de transformaciones y de apropiaciones, objeto de intervenciones pero sujeto sin cesar enriquecido con nuevos atributos: es al mismo tiempo la maquinaria y el héroe de la modernidad”. (De Certeau, 2000: 147).
Marta Rizo (2005), asevera que la ciudad es definida como productora de formas de sociabilidad, en las cuales los procesos comunicacionales son percibidos desde la heterogeneidad misma.
La relación entre lo objetivo y lo subjetivo, dimensiones básicas de la cultura y, por ende, de la identidad cultural, puede ser mirada y objetivada en las prácticas culturales, a partir de ejes analíticos y organizadores de la ciudad como son lo público y lo privado, lo central y lo periférico y, en una dimensión más simbólica, lo legítimo y lo ilegítimo. Así, la ciudad no se reduce a su dimensión espacial o campal, pero tampoco es sólo un conjunto de representaciones incorporadas por los sujetos. Es una compleja combinación entre ambas dimensiones. (Rizo, 2005: 218).
La cultura citadina se caracteriza por un menor grado de homogeneidad en relación a la pueblerina; puesto que “(…) la ciudad está compuesta por una pluralidad de estratos, por una diversidad de grupos culturales distintos”. (Baltar, 2014: 50). Por consiguiente, en la ciudad como espacio de socialización,
(…) todos los tipos culturales coexisten, se codean, se conocen entre sí y se frecuentan como esas casas proustianas en las que el Duque se codea con el zapatero remendón, Charlus se cruza con Jupian; el estudiante come con el obrero, el provinciano auvernés paga los estudios del estudiante de medicina (La Misa del Ateo, de Balzac) y el pequeño burgués baila con la obrera coqueta” (Molino, en Giménez, 2004: 191) Otros autores piensan a la ciudad como un sistema de comunicación; entendido sistema como un conjunto complejo e interrelacionado de espacios, actores y acciones en actividad constante. (Molino-en Giménez, 2004: 191).
Donde además, conviven otros aconteceres como la circulación y entrecruce constante de personas: obreros, niños, ancianos, mendigos y hasta discapacitados mentales que deambulan de un lado a otro. Todos, o casi todos, con un destino cualquiera, en correspondencia con el horario de tales recorridos, ya sea para asistir al trabajo o centro de estudio, a una tienda o comercio y hacer determinada compra, distraerse y tomar aire fresco, acudir a alguna celebración pública, a la misa en la parroquia, o sencillamente para retornar a casa.
Es en las ciudades donde se lleva a cabo gran parte de la vida cotidiana, sea por el mero disfrute de los espacios de convivencia, por las intervenciones de índole política, social y cultural que allí se manifiestan o por los traslados de un espacio a otro a los que nos vemos obligados a realizar a través de los distintos sistemas de transporte, que en sí mismos son todo un campo de estudio etnográfico y de comunicación, en los que se ponen de manifiesto el carácter y el grado de avance de una sociedad. (ORBICOM, 2017: 1).
Las calles de los centros urbanos son espacios de socialización por excelencia en los cuales producen y reproducen prácticas de comunicación pública muy conocidas por todos, el pregón y los vendedores ambulantes, el grupo de teatro actuando en la vía pública, un conjunto musical desde un portalón que logra aglomerar a los transeúntes en un punto específico, los altavoces de las radios comunitarias, un mitin político desde una avenida, un desfile cívico, los pasquines y cárteles con anuncios incrustados en los fustes de electricidad o en las puertas de los comercios, el vendedor de periódicos y revistas, el negociante de los billetes de lotería y los altoparlantes transmitiendo alguna información de interés. “Los escenarios que trazan los imaginarios desde los que la gente siente y se representa su ciudad: acontecimientos, personajes, mitos fundadores, lugares, olores y colores, historias, leyendas y rumores que la narran e identifican”. (Martín-Barbero, 1997: 7).
Es justo mencionar que entre los aportes más actuales de Jesús Martín-Barbero relacionados con este tema figura, el trabajo Comunicación y ciudadanía en tiempos de globalización, publicado en la Revista Foro en su número 71 de 2009, pero que luego se editó bajo el título Comunicación, espacio público y ciudadanía en la edición especial de la Revista Folios de 2010. El autor realiza un análisis interpretativo relacionado con el tema que nos ocupa en diálogo con lo la globalización y las representaciones sociales en la contemporaneidad, las mediaciones políticas y tecnológicas. Explica cómo el uso de las redes electrónicas permite en las sociedades postmodernas “construir grupos que, virtuales en su momento acaban territorializándose, pasando de la conexión al encuentro y del encuentro a la acción”. (Martín-Barbero, 2010: 49).
Podemos señalar también la presencia de la tecnología en los espacios de socialización y públicos como un fenómeno que se impone en todos los sentidos. Con el desarrollo tecnológico actual es común en muchos lugares la proyección de audiovisuales de TV utilizando las paredes de los grandes edificios como base. Todo ello se inserta en las formas y modos de estructuración de la sociedad postmoderna como una macro plataforma de producción simbólica pública.
Referirse a los espacios de socialización, requiere de otros enfoques y miradas que nos permitan descifrar además, aquellos procesos que ocurren en sistemas organizacionales 4, tales como, sociedades, clubes o gremios. Aunque estos términos pueden ser utilizados para fines específicos, a su vez les atañen ciertas pautas equivalentes, a saber: afinidad, comunión, congregación, mutualidad, paridad, identidad, comunidad, hermandad, consorcio, alianza, miembros con igualdad de derechos; sociabilidad, reunión de personas con mutuo fin y sometidas a una misma regla; agrupación voluntaria en la cual los miembros están organizados en torno a ciertos objetivos, ya sea de carácter recreativo, económico, político, laboral, cívico, cultural, religioso y otros.
En los espacios de asociacionismo o gremiales, es común la celebración de determinadas prácticas comunicativas y culturales, tales como, reuniones, asambleas, tertulias, ritos, ceremonias, cultos, bailes, cenas, brindis, juegos y cantos. Muchos, en correspondencia con su capacidad económica, logran la publicación de sus propios medios de comunicación impresos, audiovisuales y digitales, incluyendo Memorias y Reglamentos.
Como escenarios de socialización5 humana, son también resultado de la necesidad de expresión y auto-legitimación, como grupos de individuos sumidos en sociedades en constante configuración y desarrollo, lo que coadyuva en la reproducción de ideologías, cosmovisión, objetivos o metas, donde los miembros comparten saberes, interactúan entre sí de forma cooperativa, los articulan doctrinas filosóficas y sienten la necesidad de expandir sus conocimientos y desarrollo al ámbito de
Asimismo, los espacios de socialización no escapan de las limitantes clasistas, en correspondencia con las peculiaridades de los distintos sistemas sociales. Numerosas luchas políticas y civiles a lo largo y ancho de la historia de la humanidad, han encontrado su encauce mediante tales escenarios, e incluso en la búsqueda de consenso para la solución de conflictos locales, regionales, nacionales e internacionales.
Ejemplos de espacios de socialización (con características de asociacionismo) más significativos de Cuba durante la Colonia, y luego en la República Neocolonial, constituyeron: los Clubes Progresistas6 , integrados por negros, pardos y mulatos libres; los Casinos Españoles, que agrupaban en su membresía a los emigrantes y descendientes hispanos en la Isla; los Liceos, constituidos por cubanos blancos con cierta posición económica y social (mercaderes, comerciantes, políticos, intelectuales y artistas); las Sociedades y Casinos Chinos, como espacios de integración de los asiáticos establecidos en el país, mas no escapan de este caleidoscopio, los Clubes de Leones, las Logias, sindicatos, gremios, organizaciones de caridad, beneficencia y socorro que aportaron a la preservación del acervo cultural y contribuyeron al desarrollo social, específicamente en contextos locales mediante el emprendimiento de obras públicas, incluida la construcción de edificaciones, escuelas, calles, puentes y parques, espacios que en la actualidad constituyen inmuebles de considerable valor patrimonial.
1.1.2. Los espacios públicos: algunas nociones conceptuales
Sujeta a numerosas discusiones disciplinares, entre las que figuran las referentes al campo de la sociología, las ciencias políticas, los estudios arquitectónicos-urbanísticos y la comunicología, ha estado en los últimos años la concepción de espacio público. A pesar de ello, pocas veces han sido examinados como ámbitos multidiscursivos al interior de un sistema de comunicación. Quizás ello se deba la perspectiva desde donde se indagan (sociológicas, psicológicas, sociopolíticas o socioculturales); o a la insuficiente existencia de bases teórico-metodológicas que desde la comunicología diseñen una sólida plataforma conceptual y metodológica para su análisis.
Los sitios en los cuales se producen y reproducen sentidos de carácter simbólico-culturales, y desde donde se fusionan los intereses colectivos y comunitarios, son los llamados espacios públicos, y por tanto, han de ser considerados como plataformas primarias en la producción de comunicación pública, aún y cuando no posean igual complejidad respecto al sistema mediático.
Desde la Comunidad Primitiva, los aborígenes contaron con espacios en los que realizaban sus ceremonias y otros rituales. En las antiguas civilizaciones se destacaron con peculiaridad los Coliseos (en Roma) y las plazas públicas (en Grecia), donde el recurso a la oralidad fue una práctica que adquirió una connotación mucho mayor.
En el contexto de la Edad Media en Europa Occidental, las plazas de esparcimiento valieron para la ejecución de actividades comerciales como el pregón, y otras de corte religioso, como la ejecución de las condenas dictadas por los tribunales de la santa inquisición. Pudieran mencionarse también, los juglares, cuenteros y las representaciones teatrales y carnavalescas donde el lenguaje brusco ocupó un lugar significativo.
En el Renacimiento se convirtieron en escenarios propicios para el discurso artístico (la plástica y la literatura), mientras que durante el XVIII, en plena consolidación de la Revolución Industrial, Londres contaba con más de 200 Coffee-houses, por poner solo un ejemplo. Francia y Alemania por su parte, dieron cabida a la construcción de extensos salones de baile y para la discusión de asuntos públicos.
La consolidación de la clase obrera en Europa y Latinoamérica durante los siglos XIX y XX convierte a las plazas, los parques y las avenidas en escenarios bullicios y agitados, dado entre otras cosas, por las demandas y reclamos sociales para expresar acuerdos u oposiciones políticas. No escapan de estas circunstancias la delincuencia, los atropellos y otras formas de violencia física y simbólica. “(…) Son lugares donde los desacuerdos pueden ser marcados simbólica y políticamente (…)”. (Low, 2005: s.p).
Hay espacios que logran alcanzar cierta condición de globalidad o significación universal 7, en dependencia de la magnitud del acontecimiento que en ellos se genere. La muy polémica Plaza de Mayo en Buenos Aires, Argentina, durante los años de la dictadura (1976-1983); se llegó a convertir en un ejemplo clave de lo señalado. Recuérdese las tantas proclamas de las Abuelas de la Plaza de Mayo cuyos reclamos por los hijos y nietos perdidos, llegaron a generar procesos de comunicación pública que trascendieron al concierto internacional.
Es allí donde surgen los primeros elementos simbólicos, tales como, las banderas de lucha o consignas, el pañuelo blanco en la cabeza y la apropiación de espacios públicos que tiene como ejemplo más destacado la irrupción en la plaza-en Buenos Aires circulaban alrededor de la pirámide de Plaza de Mayo (…). Todos los elementos enunciados fueron claves en la construcción identitaria y como horizontes posibles frente al silenciamiento hegemónico efectuado por los militares. (Bello & Villa, 2010: párr.6).
Otros procesos similares alrededor del mundo se efectúan diariamente con similar pujanza en calles, mercados, cementerios, ferias, teatros, centros comerciales e instituciones en general; convirtiéndose en asideros de comunicación pública por excelencia, y a su vez, testigos de lo popular, lo identitario, lo cotidiano y lo emergente.
Para comprender algunas de las especificidades inherentes a los espacios públicos como ámbitos de socialización y de producción simbólica, hemos decidido dedicar las líneas que siguen a sistematizar conceptualmente los puntos de vista que diversos autores han ofrecido al respecto.
Jugen Habermas (1987), fue uno de los primeros autores ocupados en el examen de la categoría espacio público, asociado a otros conceptos muy debatidos en los últimos años como, publicidad y opinión pública. En uno de sus trabajos apunta que el espacio público puede ser definido a partir de tres características fundamentales:
Luego de la observación a estos rasgos ofrecidos por Habermas, conviene destacar, que si bien en la contemporaneidad se puede hablar de inclusividad desde perspectivas más plurales y humanistas; también se sabe que históricamente no ha sido así. Se trata de una posición que pudiera someterse a exámenes comparativos desde la perspectiva diacrónica entre la teoría y la práctica en cualquier contexto social.
De todos modos, acoger a los encuentros ciudadanos desde la heterogeneidad misma, las discusiones de asuntos políticos y sociales, donde se insertan los aconteceres cívicos, las prácticas comunicativas y culturales, las actividades comerciales y gremiales, y las diferentes manifestaciones religiosas y de otras creencias, son propósitos comunes de los espacios públicos.
Para Jesús Cuenca Bonilla (2013), el espacio público desempeña un papel esencial “(…) en la comunicación de los ciudadanos, la inmediatez de la información que presenta facilita la heterogeneidad de discursos en los que se incluyen los artísticos”. (Cuenca, 2013: 1). Ello se evidencia en la diversidad y espontaneidad en que transcurren los procesos sociales, los que son determinantes en la configuración de la identidad y de la ideología de una nación o comunidad específica.
El filósofo francés Michel Foulcault (s.f) supone que en la contemporaneidad “una acepción fundamental para las prácticas comunicativas es la del espacio público, un escenario virtual que se forma originado en la interacción de los habitantes de una ciudad”. (Cuenca, 2013: 1).
Carrera (2007), asevera que: “Las reflexiones en torno al espacio público están vinculadas a una amplia gama de procesos, escenarios, canales, mecanismos e instituciones; por mencionar algunos: elecciones, medios de comunicación, opinión pública, encuestas, cultura política, acceso a la información, sistema de partidos, y especialmente la participación (...)” (Carrera, 2007: 1).
Existen dos dimensiones que se pueden atribuir según Szklowin Ciras (2002)
Manifiesta también, que los espacios públicos deben ser analizados como un universo multidimensional y dinámico que se sostienen por una trama de procesos comunicativos diversos.
La gente con sus prácticas sociales, las empresas con sus actividades comerciales, las calles-con sus fachadas, mobiliario, vidrieras, publicidad, transportes-y los espacios verdes, etc., constituyen el soporte físico de la comunicación urbana. Esta se desarrolla en escalas imbricadas (local/barrial/urbana/metropolitana/regional/global) articuladas por redes de flujos comunicacionales que configuran múltiples niveles de discursividad social. (Ciras, 2002: párr.5).
En J. Freire (s.f) 8, se observa cómo el espacio público debe cumplir con dos requisitos fundamentales, facilitar procesos de comunicación en dependencia de su estructura o diseño, y estar sujetos a normas institucionales o de gobierno que propicien un uso activo y compartido. Nótese aquí los componentes infraestructura y supraestructura.
Para Schmucler y Terrero, “La concepción del espacio, la percepción del sentido de la ciudad, los modelos imaginados para la construcción del hábitat, los rasgos atribuidos a la cultura urbana, podrían ser vistos como variables derivadas de este principio estructurante de la ciudad: la comunicación”. (Schmucler & Terrero, 1992: párr.3).
Como categoría de estudio, los espacios públicos deben ser examinados como ámbitos donde los acontecimientos culturales y comunicacionales o la fusión entre ambos, son procesos ineludibles. Asevera Carlos E. Guzmán Cárdenas, que ello implica admitir que en su consumo se edifican las lógicas comunicativas e integrativas de una sociedad. “Se suele imaginar el consumo como un lugar de lo suntuario y lo superfluo. Sin embargo, al consumir la ciudad cultural también se piensa, se elige y reelabora el sentido social de lo público. (Guzmán, 2008: párr.8), al tiempo que favorece la riqueza simbólica de un determinado contexto sociohistórico y se convierte en cómplice de distintas posturas ideológicas a la vez9 .
En algunas fuentes se establecen clasificaciones como: los lugares físicos o abiertos (plazas, prados, mercados y glorietas) y los espacios institucionales o cerrados, entidades u organizaciones que propician aconteceres de carácter colectivo o comunitario (casinos, clubes, bibliotecas, museos, cafés…). Todos en su conjunto se insertan en la categoría espacios de socialización.
De este modo el espacio público es un lugar abierto a la comunidad o la sociedad en general. “Como escenario de la interacción social, el espacio público cumple con funciones materiales (al dar soporte físico a las actividades colectivas) y funciones simbólicas (permite el intercambio y el diálogo entre los miembros de la comunidad)”.10 También queda claro que están sujetos a mediaciones sociohistóricas y socioculturales.
La calidad del espacio público es hoy una condición principal para la adquisición de la ciudadanía. El espacio público cumple funciones urbanísticas, socioculturales y políticas. En el ámbito de barrio es a la vez el lugar de vida social y de relación entre elementos construidos, con sus poblaciones y actividades. En el nivel de ciudad cumple funciones de dar conexión y continuidad a los diversos territorios urbanos y de proporcionar una imagen de identidad y monumentalidad. (Borja, 2001: 7).
Este autor coincide pleidnte con lo formulado por Marta Rizo (2005), al dejar por sentado que los espacios públicos tienen la virtud fundamental de convertirse en plataformas de representaciones humanas y de socialización, “Este último aspecto es de vital importancia si consideramos que la socialización es posible gracias a la interacción comunicativa entre sujetos sociales, y entre sujetos y objetos”. (Rizo, 2005: 210).
Entre los conceptos más abordados en torno a este tema se hallan: socialidad, ritualidad y tecnicidad, aportados por Martín-Barbero. Conviene detenernos en el primero (socialidad),
(…) es la trama que forman los sujetos y los actores en sus luchas por horadar el orden y rediseñarlo, pero también sus negociaciones cotidianas con el poder y las instituciones. Desde ella emergen los movimientos que desplazan y recomponen el mapa de los conflictos sociales, de los modos de interpelación y constitución de los actores y las identidades…es la apropiación cotidiana de la existencia y su capacidad de hacer estallar la unificación hegemónica del sentido (…). Lo que en la socialidad se afirma es la multiplicidad de modos y sentidos en que la colectividad se hace y se recrea, la diversidad y polisemia de la interacción social. (Martín-Barbero, 1990).
La socialidad se conforma en la red de vínculos construidos por los sujetos a partir de las representaciones y quehaceres cotidianos desde los diferentes ámbitos, la familia, la colectividad de un barrio o comunidad y las interacciones institucionales. Se refiere a las formas de convivencia y de interacciones cotidianas entre los actores, lo cual pudiera estar relacionado con la categoría societal.
Desde el punto de vista empírico en el campo de la historiografía de la comunicación, es necesario entender que el valor de un determinado estudio sociohistórico que intersecte espacios y prácticas sociales diversas en una misma investigación, requiere de la interpretación del “(…) devenir de las prácticas, instituciones, sistemas comunicativos y su relación con la transformación histórica de las sociedades”. (Amaya, 2008: 111).
Asumir esta posición entraña mayor responsabilidad para el desarrollo de cualquier investigación científica, al ampliarse el espectro empírico de modo particular. Tales criterios enriquecen y diversifican los estudios de esta naturaleza desde los contextos locales de cualquier sociedad y permite asimismo, romper con las tradicionales investigaciones que privilegian a la comunicación masiva y al examen de los productos comunicativos massmediáticos11 .
Es justo también resaltar algunas aportaciones más actuales que desde diferentes comunidades académicas iberoamericanas, organizaciones de investigación y centros de estudio se han ocupado en privilegiar en sus intereses de investigación a la categoría comunicación, ciudad y espacios de socialización, además de las derivaciones de la misma.
La Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC), cuenta con 19 Grupos Temáticos que se ocupan del examen de diferentes áreas de estudio; el GT 15 lleva por título Comunicación y ciudad. Evidencia del intento por legitimar esta categoría, la cual en su concepción acoge a las prácticas culturales/comunicativas y a los espacios de socialización/públicos lo constituye la presentación de numerosas ponencias en los distintos eventos de la organización. Para el XIII Congreso Latinoamericano de Investigadores de la Comunicación Sociedad del Conocimiento y Comunicación: Reflexiones Críticas desde América Latina, en fecha del 5 al 7 de octubre de 2016 en la ciudad de México, pudo constatarse en las Memorias un total de 31 ponencias de diferentes países que giraron en torno a este tema, en diálogo con la participación ciudadana, las representaciones sociales, el consumo alternativo, el subdesarrollo, las prácticas comunicacionales en el escenario urbano, la disputa del poder político, el consumo cultural, las representaciones del imaginario urbano, la competitividad urbana, componente étnicos y flujos migratorios, etc.
Tanto la idea de mediación de Jesús Martín Barbero como su propuesta de pensar en términos de matrices los procesos sociocomunicacionales confluyen con la perspectiva de intersecciones espaciales del abordaje “de cerca y de adentro” de la ciudad, porque esas mediaciones se materializan en entornos urbanos, que dan espesor a la experiencia concreta de sujetos y grupos situados, que al mismo tiempo participan activamente en la construcción y mantenimiento de diversas geografías de poder.(García-Vargas, Jessica Retis & Román-Velázquez, 2016: 123-138).
Al realizar una revisión al documento oficial que hace alusión a los Grupos Temáticos de la Red Internacional de Historiógrafos de la Comunicación (RIHC), se halla el GT. 5 Comunicación, cultura y sociedad, “Para los intereses de la RIHC, aquí se estudia la producción simbólica pública (no massmediática), los discursos, los soportes simbólicos, las prácticas culturales y los espacios de socialización que forman parte de la vida cotidiana y se convierten en portadoras y generadoras de identidades y subjetividades”. (RIHC, 2017: 3).
También en el marco de la Séptima Reunión Anual de la Red Internacional de Cátedras UNESCO en comunicación (ORBICOM), se ha convocado para el Congreso Internacional con el tema Comunicación, ciudad y espacio público en la fecha 8, 9 y 10 de mayo de 2018 en Lima, Perú.
Para la cita se propone un total de 13 ejes temáticos, a saber: inclusión y exclusión social; seguridad, vigilancia y violencia; la ciudad como narrativa; mediación social; representaciones mediáticas de la ciudad; espacio público virtual; multiculturalidad e interculturalidad en la ciudad; intervenciones artísticas y culturales en la ciudad; ciudadanía y activismo; política y espacio público, etc.
Es en este sentido que se ha de investigar a la comunicación pública, como “(…) un recurso universal para las interacciones expresivas a todos los niveles de la vida social (…)” al dar “cauce al intercambio de información privada, económica, cultural, política, religiosa, etc.”. En esencia, “Desde la perspectiva de su posible influencia cognitiva, la comunicación pública es una de las actividades enculturizadoras que intervienen en la socialización de las gentes”. (Serrano, 1985: 36-76). Conviene concluir con el criterio de que “(…) en comunicación no hay entelequias sino construcciones vivas otorgadas por los sujetos mediante sus prácticas cotidianas”. (Fernández & Salazar, 2014: 4-7).
CONCLUSIONES
Luego de la exploración teórico-conceptual y las reflexiones particulares ofrecidas sobre las categorías prácticas culturales y espacios de socialización al interior de la concepción de producción simbólica pública, se arriban a las conclusiones siguientes:
Además de la visión hacia lo massmediático, los estudios culturales y los aportes derivados de las disciplinas sociales en las últimas décadas, han dispuesto que otros procesos, prácticas y espacios se inscriben al interior de la comunicación pública en su condición sistémica. Se trata de fenómenos que nacen y emergen desde las regiones, sus pueblos y comunidades, desde donde se expresan heterogéneas formas de producción y reproducción de modos de pensar, sentir y actuar. Sin embargo, desde el punto de vista empírico, aún siguen siendo los objetos y procesos al interior de los sistemas mediáticos los que mayor atención ocupan en resultados de investigaciones en pre y postgrado de Comunicación Social y Periodismo. A ello se añaden, las minúsculas miradas a dichos fenómenos desde la perspectiva histórica.
La información de interés social no solo es producida por medio de la tecnología, de hecho, no fue la tecnología quien tuvo la primicia. Recuérdese que por el recurso a la oralidad y desde los propios espacios de socialización, los sujetos sentaron las bases de lo que llegara a denominarse siglos más tarde sociedad de la información. Por tanto, para el estudio de un sistema de comunicación pública, o para quien recurre a la categoría de producción simbólica pública sustentado en el paradigma hermenéutico, debe saberse que tanto prácticas culturales como espacios de socialización, se convierten en subcategorías de análisis de mucho valor para enfoques reflexivos y sociohistóricos desde la comunicología.
Analizar o reflexionar desde un asiento diacrónico e hermenéutico en torno a las prácticas culturales y sobre los espacios de socialización desde ámbitos urbanos regionales y locales, requiere visualizar y poner en diálogo la incidencia de procesos y fenómenos que son vitales en la conformación de la sociedad, a saber: migración, economía, procesos políticos, la cultura popular, el contexto geográfico y sus potencialidades, migración, las vías de comunicación entre pueblos y ciudades, las representaciones sociales, el factor étnico y demográfico (el crecimiento poblacional), la incidencia de la enseñanza pública (y privada), la reproducción de patrones socioculturales de los centros urbanos más próximos, o lo que pudiera entenderse como los diálogos entre lo local, lo regional y lo nacional. Solo de esta forma es posible la comprensión de los procesos de comunicación desde la metodología interpretativa.
Si bien se adolece de fundamentos teórico-metodológicos que puedan servir de asiento para el examen de estos fenómenos desde los ámbitos regionales y locales; los aportes de Martín-Serrano, Martín-Barbero, Thompson, Bourdieu, Raymond Williams y recientemente los de Marta Rizo; se convierten en basamentos complementarios que propician dimensiones analíticas, vitales para entender las prácticas culturales-comunicativas y los espacios de socialización como formas de producción simbólica pública, y a su vez, como categorías de análisis en el campo de la historiografía de la comunicación.
En síntesis, este trabajo constituye un intento por demostrar que la comunicación pública, además de al ámbito massmediático, arropa a otros procesos y fenómenos que examinados desde la perspectiva dialéctico-interpretativa, resultan de mucho valor para el ensanchamiento epistémico de las ciencias de la comunicación.
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