Orlando Peláez Escalona*
Dania Domínguez Castro**
Universidad de Granma, Sede Blas Roca Calderío, Cuba.
e-mail: opelaezec@udg.co.cu
Resumen.
En este trabajo abordamos aspectos acerca de la participación política en el desarrollo de nuestra sociedad a partir de la práctica transformadora del pueblo, teniendo como sustento ideológico la teoría marxista leninista a lo largo de un proceso de casi 60 años de construcción socialista.
La Revolución Cubana apareció en el escenario mundial, como una experiencia “suicida” para algunos y como un “faro de esperanza” para otros.
Su base radica en la participación política de los ciudadanos, en el papel activo de los individuos, hombres y mujeres que conforman la unidad de nuestro pueblo, durante los diferentes momentos de su desarrollo como seres sociales histórico- concretos en la cual la Educación de las amplias masas ha jugado un rol esencial en el desarrollo de una cultura general de todo el pueblo, lo que ha posibilitado crear las bases para el logro de una participación política efectiva en apoyo a la obra creadora de la Revolución y sustentada en la doctrina de Marx, Engels y Lenin.
Palabras claves: Participación Política, Teoría marxista-leninista, Educación.
Abstract: In this paper, we address aspects of the experience of political participation in the development of our society based on the transformative practice of the Cuban people, having as an ideological support Marxist-Leninist theory throughout a process of almost 60 years of socialist construction.
The Cuban Revolution appeared on the world stage, as a "suicidal" experience for some and as a "beacon of hope" for others
Its essence lies in the political participation of citizens, in the active role of the individuals, men and women that make up the unity of our people, of the Cuban Nation, during the different moments of their development as historical - concrete social beings in the which mass popular education has played an essential role in the development of a general culture of the whole people, which has made it possible to create the bases for the achievement of an effective political participation in support of the creative work of the Revolution and sustained in the doctrine of Marx, Engels and Lenin.
Keywords: Political Participation, Marxist-Leninist Theory, Education
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Orlando Peláez Escalona y Dania Domínguez Castro (2020): “Marxismo-leninismo y participación política: papel de la educación en Cuba”, Revista Atlante: Cuadernos de Educación y Desarrollo (marzo 2020). En línea:
https://www.eumed.net/rev/atlante/2020/03/marxismo-leninismo-educacion.html
http://hdl.handle.net/20.500.11763/atlante2003marxismo-leninismo-educacion
Introducción.
Hablar de Marxismo-Leninismo en el siglo XXI es, para a algunos, referirse a temas ya anacrónicos y obsoletos. La caída del muro de Berlín y con este los países de Europa Oriental y la desintegración de la Unión Soviética, se asoció al olvido y dejación de las ideas marxistas leninistas; se había llegado a lo que algunos llamaron “el fin del socialismo real” y con ello la pérdida de identidad del pensamiento de izquierda a nivel internacional. Las fuerzas partidarias de las concepciones neoliberales, adquirieron nuevos matices y aliados en aquellos que dejaron a un lado sus principios y se plegaron a los intereses del gran capital. La práctica parecía indicar la conveniencia de buscar caminos “más seguros y viables” que el de atenerse aferrado a un ideal que para algunos se había extinguido en sí mismo.
Ello planteó un reto para los académicos comprometidos con esos ideales. Defender las ideas, la esencia y la vigencia del pensamiento marxista leninista se convirtió en un desafío de primera magnitud. Pero convencidos, ante todo, de que esa defensa debía provenir de posiciones verdaderamente consecuentes con la obra de Marx, Engels y Lenin. Es así, como no basta con la consulta y la exhortación al discurso formal y dogmático, casi siempre escrito atrás de un buró y de espaldas a la riqueza de matices que presenta día tras día la vida, el desenvolvimiento real de la compleja y contradictoria interacción entre el individuo y la sociedad en su conjunto.
Abordemos brevemente lo que sucedía en cuba previo al proceso del año 1959.
Las luchas independentistas durante el siglo XIX, se frustraron con la intervención militar norteamericana en la guerra cubano-española y la instauración de una república mediatizada, peculiar neocolonial marcada por la penetración yanqui en nuestro país al ser arrebatado el poder a las tropas mambisas, verdaderas triunfadoras en la lucha contra la metrópoli española. Sin embargo, nunca se interrumpió la actividad revolucionaria: se funda el Partido Comunista de Cuba en agosto 1925, dando continuidad histórica al Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martí en 1892 durante el período insurreccional conocido por Tregua Fecunda, con clara proyección estratégica para el desarrollo de la nueva República; tiene lugar un rápido fortalecimiento del movimiento obrero y estudiantil, que mantiene al país en un incesante desarrollo de fuerzas revolucionarias, capaces de implicar a diferentes estratos y grupos sociales. Son hitos significativos en este desarrollo la fundación en 1922 de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) por Julio Antonio Mella, - joven cofundador del Partido Comunista en 1925 con Carlos Baliño y la creación en 1939 de la organización que por primera vez unificó el movimiento sindical, germen de la actual Central de Trabajadores de Cuba (CTC).
A principios de los años 50, se genera un importante movimiento en torno al Partido Ortodoxo, fundado por el viejo luchador antimachadista Eduardo René Chivas (1947), en cuyas filas se comienzan a destacar diferentes líderes. Entre ellos descolló la figura de Fidel Castro, joven abogado y líder de este movimiento, surgido de las filas universitarias y que reúne alrededor de si a lo mejor de la llamada “generación del centenario”, en honor al centenario del natalicio de José Martí, que se propuso que no muriesen los ideales del Apóstol de nuestra independencia. Se gesta así, como única solución a los males que asolaban al pueblo cubano, un período de acción armada que comienza con los asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes de Santiago de Cuba y Bayamo respectivamente el 26 de Julio de 1953 y culmina con el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959.
El Ejército Rebelde constituido por la vanguardia revolucionaria del pueblo, fue el principal protagonista de esa hazaña. Sin embargo, no bastaba con la ruptura de las viejas instituciones de poder: había que establecer y consolidar un nuevo poder, imposible sin la participación política del pueblo en la consolidación y avance del proceso. Los llamados por el Che “gérmenes del socialismo” que se habían gestado durante la lucha guerrillera adquirieron nuevas fuerzas, se trataba entonces de la aparición en la historia de la Revolución Cubana, “ahora con caracteres nítidos, de un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa”.
Pero esa masa no es capaz de generar de modo espontáneo un proceso de transformación social profundo. Las ideas marxistas eran sólo conocidas por una minoría de ese pueblo revolucionario, ¿cómo vincularlas a la práctica revolucionaria y transformadora?
Desarrollo
El compañero Ricardo Alarcón, expresidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en su discurso de apertura de la II Conferencia “La Obra de Carlos Marx y los Desafíos del Siglo XXI”, en el año 2006, se refirió a estos aspectos cuando señaló la importancia decisiva de la relación entre el hombre y su entorno. Importancia expresada genialmente por Carlos Marx en una de sus conocidas “Tesis sobre Feuerbach” cuando afirma:
“La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce pues forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad. (Marx, 1963)
La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”.
El ser consecuente con estas ideas ha sido una de las principales fortalezas del proceso cubano, donde los cambios en las circunstancias ocurren de modo simultáneo a los cambios en las personas como resultado de su actividad, en una muy compleja y contradictoria interacción.
Muchos son los ejemplos de este proceso de desarrollo humano de nuevo tipo.
La Campaña de Alfabetización fue un momento imprescindible en este proceso de transformación para la construcción del hombre nuevo, como premisa y resultado de una socialidad nueva. José Martí escribió “ser cultos para ser libres” y esa frase del Maestro se tradujo en la erradicación del analfabetismo, en menos de un año. A partir de ese momento, se pudo iniciar un proceso de escolarización que no se ha detenido jamás y nos permite contar hoy con una población que rebasa los niveles de escolaridad promedio de cualquier país latinoamericano, e incluso de países de los llamados del primer mundo, con una extensión y universalización de la enseñanza que alcanza los lugares más recónditos del país.
A ello se unen los esfuerzos por el avance en la industrialización y el desarrollo de la base económica en su sentido más integral, cuestión plasmada con mucha claridad en el Modelo Económico de Desarrollo Socialista aprobado en el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, que se propone, en lo inmediato, dejar de ser un país mono-productor de azúcar y comenzar a ampliar las capacidades de producción y exportación de diferentes productos aprovechando el capital humano y científico-técnico existente en nuestro país. Estos esfuerzos se llevan a cabo en las desfavorables condiciones de comenzar las transformaciones a partir de la condición de país subdesarrollado y tener que trabajar durante todos estos años en condiciones de verdadera guerra económica con los Estados Unidos de América, pese a lo cual podemos mostrar avances marcados en el campo de la biotecnología, la informatización, la atención médica, la educación, el deporte, la industria, y el contar hoy con profesionales altamente calificados en diversas esferas de la ciencia y la tecnología que prestan sus servicios en varios países del mundo
En el campo político, luego de importantes transformaciones ya desde los primeros meses posteriores al triunfo de 1959, el país comenzó un proceso de institucionalización en el año 1976, con la constitución del Sistema del Poder Popular, decisivo para el ordenamiento del nuevo “poder público” cubano con su fundamento en promover la participación política desde el ciudadano más simple, del profesional, del obrero, estudiante, campesino, intelectuales, amas de casa en los procesos de dirección, en la labor de Gobierno del Estado como institución, que a su vez tiene que revolucionar su propia esencia. La estructuración del Sistema de Órganos del Poder Popular, donde se integran los representantes propuestos y electos libremente por la población para integrar los órganos locales de poder y gobierno en los municipios, hasta la constitución de la Asamblea Nacional, máximo órgano de poder estatal de la Nación, es columna vertebral de este nuevo ordenamiento. Cuestiones estas que serán perfeccionadas en la medida que se vaya aplicando la nueva constitución aprobada por la inmensa mayoría de nuestro pueblo recientemente.
Sin embargo, hablar de todo este proceso como algo lineal y ascendente sería caer en una peligrosa trampa de triunfalismo que pondría en peligro el indispensable progreso, el continuo perfeccionamiento de este proceso transformador y con ello la propia sostenibilidad e invulnerabilidad del proceso revolucionario cubano.
Fidel Castro en su discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en noviembre del 2005 alertó sobre estos peligros.
Cuba no salió incólume de la caída del campo socialista. En menos de un año se perdió un mercado que garantizaba más del 85% de las importaciones del país, el consumo de petróleo pasó de casi 13 millones de toneladas del crudo a poco más de 3 millones de toneladas, con el consiguiente deterioro de la producción energética que afectó a la industria en general, con una sensible repercusión en la calidad de vida de la población. (Castro, 2009, p.5)
Cuba llegó a tener niveles de consumo calórico en el año 1993 inferiores a los de Haití. La crisis económica llegó a niveles impensables…, pero a pesar de todo ello, nunca llegó a convertirse en una crisis política, precisamente por las fortalezas ideo políticas desarrolladas durante los años de Revolución en ese protagonista indispensable: el pueblo cubano. (Domenech, 1996, pp. 19-22)
No obstante, en unos casos aparecieron y en otros cobraron fuerza, conductas sociales no acordes con los valores que preconizaba nuestra sociedad, tales como el consumo de drogas, la prostitución y un peculiar auge en los delitos de corrupción. Todas ellas representando una amenaza principalmente para la reproducción social por su potencial implicación en las más jóvenes generaciones.
La revolución atravesó por innumerables momentos de peligro, pues además de enfrentar una difícil situación económica interna, no se puede olvidar la existencia de un entorno altamente hostil en contra de nuestro país, caracterizado por la existencia de un bloqueo de casi 60 años por parte de la potencia más poderosa del planeta, que se recrudece cada vez con las llamadas Enmienda Torricelli y la Ley Helms Burton y sobre todo en los momentos actuales con la aplicación del título Tres de dicha Ley que establecen nuevos cercos de bloqueo que traspasan las fronteras territoriales de los Estados Unidos y que tienen como objetivo supremo asfixiar de hambre al pueblo cubano para provocar un cambio de régimen en nuestra patria, ejemplo más que elocuente de esta política es la crisis energéticas que enfrentamos en estos momentos, producto a la persecución a las compañías navieras y armadoras que transportan el combustible a nuestro país
Los clásicos del marxismo no vivieron, ni podían predecir las agudas situaciones de un desarrollo global neoliberal. Mucho menos pensar en desarrollar un proceso socialista en las condiciones de Cuba en los años noventa del siglo XX. Ante todo, porque eran científicos, y nunca se plantearon dejarnos escritas recetas preestablecidas para la elaboración del futuro comunismo. Mucho menos, ninguno de los viejos manuales de marxismo había previsto estas situaciones, ni podía aportar salidas teóricas que contribuyeran a resolver y a salir de esta coyuntura. Entre otras razones, sobre todo por el lastre imperdonable de castrar el legado de Marx, Engels y Lenin, excepcionalmente rico en su dialéctica y creatividad.
Es precisamente en coyunturas como esta, donde se refuerza la importancia para el movimiento socialista de una teoría revolucionaria que parta de la práctica revolucionaria y transformadora de los pueblos, una teoría creativa, viva y fresca nacida de cada pueblo, acorde a su historia, sus tradiciones, capaz de convertir en propias, las mejores ideas del desarrollo de la humanidad.
Es en momentos como estos, que se manifiesta en todo su valor lo que es un requerimiento permanente del pensamiento emancipador socialista: un pensamiento liberador que tenga en cuenta al individuo como el protagonista del proceso de construcción socialista en su doble rol de sujeto individual y a la vez sujeto social, capaz de transformarse y a la vez transformar su comunidad, su barrio y su país.
El principal reto de nuestra sociedad lo constituye sin dudas, la formación de ese sujeto; de una mujer, un hombre, un joven, capaces de enfrentar las nuevas relaciones de capital, donde el mercado impera como el dueño universal y absoluto del desarrollo del ser humano.
La globalización, en su actual expresión neoliberal, actúa frontalmente contra la formación del individuo socialista, creando una cultura del yo sin nosotros y del nosotros sin el yo. Ahora necesitamos un sujeto que sea capaz de relacionar e integrar en una unidad de nuevo tipo, el yo con el nosotros.
Con el desarrollo del capitalismo se alcanza un metabolismo en el cual todo interviene según la lógica única del capital, incuso el ser humano, que vale en tanto es visto como posibilidad de acumular y es una oportunidad para explotar.(Marx, 1973, p.140)
Es una acción orientada a lograr productos máximos con medios mínimos. Pero no con el sentido de eficiencia y racionalidad del uso de los recursos objetivamente escasos a disposición de la especie humana. Se eligen los fines según la utilidad que cada sujeto humano calcula para lograr su máxima ganancia. La persona humana se constituye en un fragmentado homo economicus. Pero lo peor de esa fragmentación reduccionista es que esta perspectiva no se limita sólo a esta esfera económica, hoy es asumida también por el pensamiento político, social, cultural, religioso e inclusive espiritual. Todo el sistema se transforma en un engranaje de funcionamiento. Todo es un insumo para crecer con tasas máximas de ganancia para los representantes del capital. La salud y la educación, se transforman, junto con el individuo, en capital humano.
Por esto, cobran hoy nueva vigencia las célebres palabras de Rosa Luxemburgo cuando afirmaba que la disyuntiva era “socialismo o barbarie’’ a las que, con todo respeto, debemos añadir hoy:… Si no desaparecemos antes como especie humana.
El Che en su artículo “El socialismo y el hombre en Cuba”, ya alertaba sobre la necesidad de subvertir revolucionariamente esta lógica perversa del desarrollo, cuando planteaba:
“La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia. (Guevara, 1965, p.17)
En el esquema de Marx se concebía el período de transición como resultado de la transformación explosiva del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países que constituyen ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin. En estos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son sus propias contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el sistema.”
Cada país aportará sus propias enseñanzas a la construcción y desarrollo de la necesaria nueva lógica del comportamiento humano, a las vías y modos específicos para trascender el metabolismo reproductivo del capital en cada caso histórico concreto, pero sin perder la brújula de esa esencia transformadora. Esos aportes no pueden ignorar la obra de Marx, Engels y Lenin, que representan una herencia viva y actuante, rejuvenecida y con nuevas fuerzas, para construir el futuro indispensable que ya da sus primeros pasos en el accionar de las fuerzas revolucionarias de todo el mundo.
Cuba ha asumido su responsabilidad en esta lucha, con modestia pero con firmeza y decisión, sintetizada hace ya varios años por nuestro Fidel cuando se refirió a la necesidad de una reforzada y permanente “batalla de ideas”, que es potenciada en los momentos más duros del Período Especial durante la crisis económica de los años 90, y contribuyó y contribuye al fortalecimiento y consolidación del socialismo, como la mejor respuesta a todos aquellos que se cuestionan la existencia de la revolución cubana, a la vez de constituir el mejor antídoto para enfrentar los obstáculos, las insuficiencias y deficiencias propias del difícil e inexplorado camino de la construcción socialista, el “viaje a lo ignoto” como le ha calificado el compañero Raúl Castro.
El concepto de Revolución de Fidel, es uno de los ejemplos más fehacientes del pensamiento revolucionario cubano, síntesis de una obra cuyas raíces se encuentran en la lo más auténtico y valioso del pensamiento marxista-leninista, y de todo el pensamiento estratégico de la revolución cubana desde el siglo XIX hasta nuestros días:
“Revolución es sentido del momento histórico, es cambiar todo lo que debe ser cambiado, es igualdad y libertad plena, es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos, es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos, es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional, es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio, es modestia, desinterés, altruismo solidaridad y heroísmo, es luchar con audacia, inteligencia y realismo, es no mentir jamás ni violar principios éticos, es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y de las ideas.
Revolución es unidad, independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, es la base de nuestro patriotismo, de nuestro socialismo, de nuestro internacionalismo. (Fidel 2006)”
Se destaca aquí un importante aporte a la teoría revolucionaria, por el papel que se asigna al sujeto político, y a sus nuevas cualidades definitorias, sujeto transformador, que se genera como resultado del propio proceso. La “revolución” deja de ser asociada tan solo a la lucha por la toma del poder por los desposeídos y pasa a ser concebida como un proceso transformador donde el hombre es el principal protagonista de los cambios, a partir de su práctica social revolucionaria.
En este proceso de configuración del sujeto, de este hombre y mujer del siglo XXI, será condición imprescindible que cada individuo sea consciente de sus derechos; capaz de ir más allá de su individualidad, conciliar efectivamente ésta con el colectivo, con la sociedad como un todo, poseedor de una actitud responsable y solidaria que lo mueva a la lucha contra los presupuestos sociales, económicos y políticos de la sociedad capitalista; todo ello como escalón inmediato indispensable en un proceso mucho más complejo de trascender el alienante modo de reproducción del capital, expresión culminante de siglos de explotación, y comenzar así a dejar atrás la prehistoria de la humanidad. Será entonces necesario comenzar a legitimar al sujeto como actor y productor y dejar a un lado a ese homo economicus que se subordina al poder del capital. Sólo así concebimos el proceso de construcción del hombre nuevo, al que Fidel se refiere como protagonista de esa revolución que aparece como la salida digna a los conflictos que enfrenta hoy la sociedad y que será capaz de conducirnos al mundo mejor que soñamos gestar.
La construcción y el desarrollo del hombre nuevo socialista deberán necesariamente marchar aparejada al desarrollo de los fundamentos materiales de esa sociedad. Pero entendiendo en primer lugar que es el individuo, en su concepción integral y no fragmentada, como ha transcurrido durante siglos, el elemento esencial de esa base material.
Ello implicará la educación y formación de nuevas cualidades y valores, la sociedad deberá convertirse en la gigantesca escuela donde se geste ese hombre nuevo que protagonizará ese nuevo mundo, al cual todos se refieren y que nosotros afirmamos que solo será posible alcanzar como resultado del permanente e infinito proceso de autoperfeccionamiento del individuo socializado en un nuevo modo de desarrollo humano: el comunismo como proceso. El Che indicó en el conocido artículo antes mencionado hacia las complejidades que ello implicaba:
“El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.
Todavía es preciso acentuar su participación política consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total consciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación.
Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo.”
Avanzamos así en la permanente construcción de un pensamiento marxista- leninista en el siglo XXI, fundamento indispensable para una práctica revolucionaria de desarrollo verdaderamente humano, que toma el legado más valioso de sus predecesores y que se nutrirá con nuevas fuentes de pensamiento revolucionario entre las cuales, sin duda, habrá un importante aporte del pensamiento latinoamericano que cada día cobra más pujanza a partir de los procesos de transformación político-social que se están desarrollando en el continente latinoamericano, sumido durante siglos a diferentes coloniajes y que hoy aparece, como un horizonte de esperanza para millones de hombres y mujeres de todo el mundo.
Es así como si bien cada país, necesita definir sus propios objetivos acorde a sus problemáticas específicas, la Educación, aparece como una opción que promueve a partir de su propia esencia, al diálogo como factor básico para la comunicación, acompañado de principios éticos y políticos, que constituyen una tríada inseparable en un proceso de formación como sujetos de la historia, solidarios y capaces de transformar sus realidades.
Desde la subjetividad la Educación contribuye a la formación de valores y una cultura de paz que promueve la democracia y el respeto a la integridad humana.
Se trata de educar para que tenga sentido, como decía Freire, de que “pueden cambiar las generaciones, pueden cambar las sensibilidades, pero no puede cambiar la necesidad de nuevos caminos de lucha”. En la consecución de hombres y mujeres con un desarrollo pleno; de ciudadanos portadores de nuevos patrones de producción y de consumo, respetando la sustentabilidad de los recursos y del medio ambiente.
Oscar Jara nos recuerda que "es preciso construir otro tipo de poder sobre la base de otra lógica y de otros valores: un poder asumido como servicio; un poder entendido como responsabilidad asignada en relación a la cual hay que rendir cuentas; un poder que suponga ejercicio compartido y no atribuciones concentradas".
Esta necesidad de nueva educación no es privativa de los países subdesarrollados sino que es un reflejo de la crisis de muchas sociedades, por ello Freire afirmaba que “la confrontación no es pedagógica, sino política” (Jara, 2005, p14)
Se trata de una educación con una intencionalidad política encaminada a la construcción de poderes capaces de transformar la sociedad y convertirla en escenarios compatibles para desarrollo pleno de los hombres y mujeres que la componen. Hay quienes pretenden negar la unidad dialéctica entre lo político y lo pedagógico, ante lo cual Freire constataba: “Para mí, la educación es un proceso político-pedagógico. Esto quiere decir, que es sustantivamente político y adjetivalmente pedagógico” (Freire, 2010, Conferencia de prensa)
En América Latina, la educación es básicamente una educación para la participación política preparando “grupos de acción social” que contribuyan a una legitimación de la ciudadanía reconstruyendo el nuevo poder que deberá ocupar en cada una de los contextos, donde se desarrollen estos procesos.
Nos referimos a la construcción de una ciudadanía participativa que incluye la acción en diferentes espacios de poder, de todos los sujetos que componen la sociedad teniendo en cuenta su heterogeneidad, sus diferentes ritmos participativos y sus acciones; acordes a la cultura, tradición e identidad de cada uno de los pueblos; re-elaborando así sus propias agendas para producir cambios en un sentido integral, que incorpora las dimensiones, ética, política y educativa de la Educación.
No se trata de procesos lineales, sino que por lo general se hace necesario enfrentarse a limitaciones, esquematismos, miedos y desconocimiento, porque estos procesos revolucionan y exigen la búsqueda de verdaderas estrategias educativas que faciliten la puesta en práctica de iniciativas. Se exige de una participación política de las autoridades y gobiernos unidos al accionar de los educadores y de todos los ciudadanos.
Por ello es que para lograr experiencias exitosas se hace necesario la incorporación consciente y comprometida del Estado visto en su representación a nivel local y territorial lo cual implica una estrategia de doble sentido donde la acción educativa se dirige en sentido de las autoridades y de la ciudadanía si queremos lograr propuestas realmente exitosas y sustentables.
No es una educación “en abstracto”, neutral, “aséptica”; es la educación para un nuevo poder, el poder de los individuos sobre sí mismos como parte del todo humano e incluso en su indispensable interacción con la naturaleza. No es la educación para reproducir dominios de unos sobre otros, ni el aberrante dominio de la naturaleza por el hombre. Necesita del poder para su propia realización práctica, que niegue la naturaleza anterior de ese poder, la trascienda en una efectivamente humana auto dirección social.
Es así como la Educación en el caso cubano encuentra su espacio y dentro del poder revolucionario transformador orienta el desarrollo de una cultura participativa que potencie la equidad, la eficacia, la eficiencia y la responsabilidad en la gestión pública y, por otro, a modificar, en correspondencia, la organización y funcionamiento actuales del aparato estatal en el nivel local, para que el ciudadano pueda transformarse en actor principal de la gestión pública y por ende, de la materialización de sus intereses colectivos y de sus proyectos de vida.
En este escenario, el ámbito municipal, en la unidad de los diversos espacios socializadores del individuo como productor- consumidor, por la cercanía de los centros de decisión a las necesidades específicas y cotidianas de los ciudadanos, es clave para establecer nuevos tipos de relación entre el Estado y la comunidad.
El proceso educativo deberá entonces enfrentar diferentes desafíos ante lo nuevo, fundamentalmente a la falta de un hábito participativo. Es aquí donde las mediaciones pedagógicas, los instrumentos didácticos, son caminos y herramientas de estos procesos, en este llamado “parto educacional”, a partir de nuestra práctica y dirigida a la transformación de nuestra sociedad socialista.
El desarrollo del proceso revolucionario promovió desde los primeros momentos, importantes avances socioculturales en la mayor parte de la población, a través de un singular proceso de auto transformación masas-individuos: en las acciones masivas, en un contexto de progreso cultural en todos sus sentidos pero sobre todo marcado muy fuertemente por los aspectos de la cultura política. Se produce así un desarrollo importante de los individuos como actores de las transformaciones, que, a la vez que los involucra crecientemente, genera en igual medida nuevas demandas de participación política.
Aparece así una permanente necesidad de búsqueda y promoción de vías y modos más efectivos para esa participación política, acordes a las peculiaridades propias de cada contexto histórico y sobre todo, respondiendo cada vez más, a las demandas de autorrealización social de los individuos, portadores del proceso transformador como actores plenos y protagonistas de los procesos de transformación que se generan a partir de sus acciones.
Ello hace imprescindible el desarrollo de un nuevo tipo de participación política, que tenga como elemento sustantivo, la posibilidad real de una ampliación de la base democrática del control social en las acciones del Estado.
Es así como la participación política popular constituye la base de nuestra democracia dirigida a un ejercicio real de distribución del poder, que promueve la participación política de los individuos.
Pero no basta con reconocer que existe necesidad de nuevas vías de participación política. La situación es más compleja y se hace importante identificar estos modos y vías, e implementarlos. En última instancia porque todo ello pasa por cambios que operan en la espiritualidad de las personas, pues una participación política consciente y comprometida en el proceso es algo que requiere de una “cultura participativa”.
El concepto de participación política, adquiere así una importancia esencial ante cualquier análisis y guarda una estrecha relación con el concepto de “poder”. Históricamente los que dirigen, los que ostentan poder o autoridad han sido los que han tenido la posibilidad de participar políticamente decidiendo, mientras que a los dirigidos, se les ha reducido su libertad o se les ha limitado la participación política a los niveles de consulta, o ejecución de tareas decididas por otros. La participación política es un derecho, y es ante todo un sistema, un proceso dinámico. Ignorarlo genera conductas de autoritarismo – dominación- subordinación en los actores del proceso social. Y responsable es no sólo en el que lo ignora, sino en el que no lo favorece.
¿Qué significa participar políticamente?
En los últimos tiempos son frecuentes las argumentaciones en pos de la participación política sustentada en criterios de eficacia de los recursos, necesarias para cubrir las necesidades existentes: la participación política (entendida en la mayoría de los casos como colaboración) resultaría la vía por excelencia para incrementar la eficacia de los proyectos sociales. Se acude a las argumentaciones técnicas cuando se hace de la participación política una herramienta necesaria a todo proceso de trabajo social para enriquecer con la información que aportan los sujetos, adecuarse a sus necesidades y posibilitar la ampliación de sus conocimientos y competencias, así como enriquecerse a partir de sus propios aportes.
La participación política constituye un proceso desarrollador, no sólo porque los que participan logran nuevos saberes, sino porque también desarrollan capacidades para la auto superación, para la independencia cognoscitiva, la convivencia y la comunicación, para el trabajo colectivo, pero sobre todo porque aprenden una nueva manera de actuar y de conducirse más democráticamente en un colectivo, porque aprenden a apreciar el saber de los demás, porque desarrollan valores de humildad, solidaridad, tolerancia, firmeza, patriotismo, en fin valores éticos que son indispensables en un hombre que pretendemos cambie el mundo hacia un estadio superior.(González, 2006, p. 11)
La participación política se concibe entonces, a partir de tres principios o componentes básicos: querer, saber y poder.
El querer ha sido una opción predominantemente mayoritaria en la población cubana, expresada a partir del compromiso revolucionario del pueblo como ha quedado demostrado en innumerables ocasiones a lo largo de nuestra historia posrevolucionaria, como han sido: la aprobación de la I y la II Declaración de La Habana, de la Constitución de la República aprobada en 1976, los procesos electorales del Poder Popular, la aprobación de los Lineamientos de la política económica y social aprobada por VI y VII congreso del PCC y más recientemente la nueva Constitución Socialista donde la inmensa mayoría de la población ha expresado su Sí por la Revolución
El querer participar siempre será un reto sobre todo cuando nos referimos a las generaciones más jóvenes que sin haber tomado parte en las luchas por la conquista del poder político, mantienen su apoyo a la Revolución, en momentos en que el sistema enfrenta situaciones que van desde carencias materiales hasta la aparición de manifestaciones que en el campo de lo ideológico, presentan un panorama complejo, haciéndose necesario el rescate del pensamiento marxista-leninista, y por qué no, decir también “guevariano y fidelista” para enfrentar las contradicciones que desde lo muy sutil, hasta lo más declarado amenazan el pensamiento revolucionario, pretendiendo así lacerar la necesidad y continuidad del socialismo como proceso para la consecución de una sociedad comunista, como la única salida posible para el mantenimiento de un ideario de justicia y libertad humana.
El poder participar políticamente cuenta con importantes potencialidades en la estructuración y principios de funcionamiento del sistema de Órganos del Poder Popular, que facilita y promueve la participación política del ciudadano de base en la función de gobernar a partir de la figura del Delegado del Poder Popular, que permite vincular los intereses de los individuos, barrios y comunidades en los diferentes escalones del sistema de Gobierno cubano.
Sin embargo, aún si bien desde lo conceptual ello está garantizado, no se puede olvidar que estos procesos están mediados por la actuación de hombres y mujeres que los matizan a partir de la subjetividad y el accionar de quienes los protagonizan. Ello significa que en esta dirección pueden aparecer contradicciones a partir de quienes aceptan la participación política, siempre que ella no signifique el ocupar sus supuestos “espacios de poder”, apareciendo reservas en cuanto a la capacidad de participación política de las masas populares en las estrategias, soluciones y planificación de recursos, entre las más reconocidas.
A nuestro juicio, ello está vinculado a limitaciones asociadas a “saber participar”. Se trata, de la necesidad de generar procesos de socialización dirigidos a acrecentar y consolidar capacidades en los individuos y grupos que conforman el escenario del proceso social cubano propiciando que se generen o reconstruyan intereses, aspiraciones, cultura e identidad, todos ellos elementos indispensables para alcanzar un desarrollo humano pleno y sostenible al que aspiramos, ostenten todos los ciudadanos.
Para la transformación raigal de la sociedad que hoy requerimos, es imprescindible la toma del poder por los más desposeídos, pero no podemos quedarnos en ese momento, mucho menos en su primer acto formal indispensable, de destrucción de la vieja maquinaria estatal. Se trata de garantizar la puesta en marcha de un ejercicio real de poder antes, durante y posterior a este momento para una nueva práctica transformadora y revolucionaria.
Se hace necesario que en las nuevas estructuras se promuevan nuevas vías de participación política, donde los individuos en sus prácticas cotidianas se apropien de esas potencialidades y las transformen en verdaderos procesos autogestionarios de transformación y desarrollo local.
Sin duda, ello no es un proceso ni fácil, ni espontáneo. El cambio en las mentalidades, valores, sentimientos de los involucrados, requiere de espacios de formación que involucran desde el ciudadano simple hasta el funcionario y dirigente a cualquier nivel. Se hace entonces imprescindible el desarrollo de procesos educativos, que partan de la práctica, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada contexto, la historia de cada pueblo y sean capaces de transformar sus realidades.
Se genera así, un nuevo desafío para la Educación que rebasa la educación de las masas populares e involucra a la formación de una “pedagogía democrática en las acciones del gobierno”; determinada por la participación política consciente de la población a partir de la apropiación de su papel protagónico durante el desarrollo de procesos que implican una transformación social desde el ejercicio de un verdadero poder popular.
La práctica en la Educación reconoce el carácter político de la educación, asume una opción por el fortalecimiento de las organizaciones sociales y movimientos populares gestados desde la base; trabaja en la creación o el desarrollo de las condiciones subjetivas que posibilitan la construcción de ese sujeto histórico, capaz de adelantarse a su emancipación. Es la generación de propuestas pedagógicas coherentes con las intencionalidades anteriormente expuestas.
Para Cuba el reto es grande. La participación política se ha incrementado, pero la transformación efectiva de nuestra realidad implica el fortalecimiento de una cultura de participación política que, desde el ámbito local, construya propuestas democráticas e incluyentes coherentes con nuestro proyecto social socialista. (Miranda, 2005, p 13)
La formación de estos “sujetos para la participación política” pasa además por un crecimiento humano de los involucrados haciendo realidad el principio de la formación del hombre nuevo, al que concebimos estrechamente vinculado a los siguientes elementos: (Valdés, 2016, p. 4)
A-) La “capacidad de soñar”, aparece como una necesidad en la perspectiva de futuro de los ciudadanos que permite establecer estrategias de vida que van más allá del inmediatismo que caracteriza en muchos casos propuestas de transformación en proyectos interventivos que van a la solución del problema inmediato, sin dar espacio a la potencialidad de los grupos en diseñar su futuro.
B-) La necesidad de un cambio en la concepción de vida de los ciudadanos, que se deberán sentir responsables de su accionar como miembros de una sociedad donde se vele por el cumplimiento de verdaderos procesos de democratización y será una premisa indispensable de estos procesos.
Esto será posible a medida que se desarrollen cambios en la comunicación entre los individuos, que se pase de la “escucha pasiva” al diálogo enriquecedor en que se promueve el análisis y la reflexión entre individuos y grupos y se favorezca la superación de barreras y conflictos, que entorpecen y frenan procesos de integración y desarrollo.
La necesidad de privilegiar los valores culturales, potenciar la identidad de grupos y comunidades, recrear el gusto por lo estético y el disfrute de la creación, constituyen igualmente elementos imprescindibles de estas transformaciones. La promoción de sujetos creadores constituye uno de los retos principales en experiencias de este tipo.
El “poder del pueblo”, frase muy utilizada como consigna representativa de la participación política debe ir acompañada de una transformación y preparación que defina el posicionamiento de los individuos para el ejercicio de ese poder.
El ejercicio del poder por el pueblo que se expresa en la labor cotidiana de gobernar, deberá constituir un proceso integrador desde la base, a partir de las propias estructuras y organizaciones, creadas y surgidas del seno de la revolución, pero que deberán recobrar su papel como vanguardia y líder de esos procesos de empoderamiento ciudadano. (Aguilera, 2009, p. 3)
Se trata en primer lugar de adecuar las organizaciones existentes en los barrios y en los diversos espacios socializadores, desde el momento de producción material, a las necesidades del entorno en cada momento, entendido hasta la totalidad del sistema social. Esto requiere de la eliminación de barreras, dadas con mucho peso en la subjetividad de los individuos que las conforman. Decisivo es interiorizar que la participación política demanda un crecimiento ético, político, organizativo, de derecho de los ciudadanos, que deben ser potenciados a través del sistema del Poder Popular y demás instituciones políticas y de masas en nuestro país
Cuba tiene todas las condiciones para ser ejemplo de democracia de nuevo tipo, que potencia y realiza efectivamente el ejercicio de poder del ciudadano simple hasta los más altos niveles de la labor de Gobierno, articulando los intereses desde lo individual con los intereses de la nación.
Se deben vencer además las barreras de la exclusión que por diferentes motivos, marcan a una parte de la población como aislados del centro del ejercicio de poder, en procesos en los cuales son muchas veces utilizados como objetos de manipulación.
Se plantea en toda su diversidad, la necesidad de una “cultura política participativa” que integre demandas, potencialidades e intereses de los ciudadanos a través de la unidad de acción de las organizaciones en las cuales milita y a través de las cuales podrían canalizar estas inquietudes en sus diferentes escenarios de actuación, en correspondencia con los requerimientos de la etapa actual de nuestro proceso de construcción social.
El análisis de esta perspectiva desde el escenario cubano, si bien no admite generalizaciones para otros espacios, brinda elementos a tener en cuenta en cualquier propuesta participativa, si nos referimos a la potencialidad de generar procesos de participación política capaces de proporcionar nuevas aristas e iniciativas de desarrollo social.
El sueño de la participación política será entonces como el sueño de la utopía, que el amigo y educador popular mexicano Carlos Núñez siempre nos hace recordar refiriéndose al conocido escritor Eduardo Galeano cuando decía: “La utopía es algo que está en el horizonte. Yo camino hacia la utopía diez pasos y la utopía se alejó diez pasos; Y camino otros veinte y se vuelve a alejar otros veinte y siempre así. Entonces la pregunta es ¿para qué sirve la utopía? Y la respuesta es simple: para caminar, para ir hacia adelante”.
Con la participación política puede que suceda algo parecido, siempre surgirán nuevos desafíos y aspiraciones en lograr una participación política realmente efectiva, pero en el camino a seguir será esencial la educación y preparación de los sujetos en su marcha construyendo esa realidad, que potenciará la nueva sociedad que aspiramos alcanzar: una sociedad plena de individuos plenos, en el ejercicio de sus potencialidades.
Conclusiones:
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