Rolando Jesús González Cabrera*
Juan Carlos Hernández Martín**
Centro Universitario Municipal de Consolación del Sur, Pinar del Río. Cuba
jcarlos63@upr.edu.cu
Resumen
Posterior a la ocupación militar de la isla de Cuba el gobierno interventor tomó una serie de medidas, entre ellas reformas en el sector educacional, un grupo de maestros fueron enviados a Estados Unidos, a la Universidad de Harvard a pasar un curso de verano, para los nuevos métodos y estilos de la sociedad que nos imponían en aquel momento. La poca preparación de los docentes trajo como resultado que además de esta iniciativa se abrieran Escuelas Normales de Veranos en todas las provincias del país donde estos recibían preparación en diversas materias. A pesar de la estancia de estos maestros en Estados Unidos el sentimiento patriótico de amor a la patria y sus símbolos se hizo más arraigado.
Palabras claves: maestros; Harvard; universidad; cursos de verano; historia; cubanos
Abstract
Later to the military occupation of the island of Cuba the government inspector takes a series of measures, among them reformations in the educational sector, a group of teachers went correspondents to United States, to the University of Harvard to pass a course, for the new methods and styles of the society that imposed us in that moment. The little preparation of the educational ones brought as a result that besides this initiative Normal Schools of Summers opened up in all the counties of the country where these they received preparation in diverse matters. In spite of the stay of these teachers in United States the patriotic feeling of love to the homeland and its symbols became more ingrained.
Key words: teachers; Harvard; university; summer courses; history; cuban
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Rolando Jesús González Cabrera y Juan Carlos Hernández Martín (2019): “Cubanos en Harvard. Rumbo al norte. El programa académico. (Segunda parte)”, Revista Atlante: Cuadernos de Educación y Desarrollo (diciembre 2019). En línea:
https://www.eumed.net/rev/atlante/2019/12/cubanos-harvard.html
//hdl.handle.net/20.500.11763/atlante1912cubanos-harvard
Introducción
Durante los finales del siglo XIX Cuba fue escenario de la primera guerra imperialista de la historia. Posterior al tratado de Paris suscrito entre Estados Unidos y España el 10 de diciembre de 1898, el 1ero de enero de 1899 comenzaba para Cuba la ocupación militar por los Estados Unidos. Desde la perspectiva de la nación cubana había concluido el dominio colonial español y comenzaba una nueva etapa que se extendió posteriormente hasta el 1ero de enero de 1959.
En la esfera de la educación se acometieron reformas en todos sus niveles, desde la escuela primaria hasta la Universidad. Señala López Civeira(2000) “En este sentido, el envío de cerca de 1 300 maestros y maestras —la mayoría maestras— a pasar un curso en la Universidad de Harvard fue de los hechos más difundidos y discutidos. La posible incidencia de los nuevos métodos y conceptos en la sociedad cubana, así como lo inusitado de que un grupo de jóvenes mujeres saliera del seno del hogar para un viaje de esta naturaleza”.
Desarrollo
Con posterioridad a la explosión del acorazado Maine en la noche del 15 de febrero de 1898, los Estados Unidos intervinieron en la guerra que libraban los cubanos contra la dominación española. El propósito anunciado por los norteños era contribuir a la independencia Cuba.
En corto tiempo España fue derrotada y el lugar de la carcomida metrópolis europea fue tomado por el naciente imperialismo estadounidense. Los nuevos gobernantes no tardo en dictar disposiciones y ordenanzas para maniatar la isla cautiva. Conjuntamente decenas de colonos, hombres de negocios y aventureros de toda clase llegaron desde el norte, estimulados por la política de neocolonización-anexión de Cuba a los Estados Unidos.
Tenían claro los artífices del expansionismo estadounidense que no es posible subyugar un pueblo mientras anide en uno de sus hijos un ápice de amor a la libertad. El proceso independentista de las Trece Colonias estuvo colmadode esta clase de hombres y mujeres. Así que echaron mano a un procedimiento, que no por más sutil, es menos efectivo: modelar la conciencia de la gente, hasta llevarlos a un inconsciente estado de dependencia y sumisión.
Siguiendo este derrotero los estrategas de la neocolonización-anexión no dejaron un solo detalle a merced de la casualidad, y comenzaron su trabajo invitando a casi la mitad de los maestros cubanos a tomar un curso de verano en la prestigiosa Universidad de Harvard.
La invitación al curso de verano en los Estados Unidos se publicó con prontitud y grandes rótulos en la Gaceta Oficial, el 17 de junio de 1900. Y a toda prisa se orientó efectuar la selección de los educadores que viajarían al norte.
Dada la premura, el procedimiento electivo debía ser dinámico y sencillo: los maestros en Consolación del Sur, por ejemplo, se compartieron en dos grupos, quien era elegido debía seleccionar a un compañero en el grupo contrario, hasta completar la cifra asignada al territorio.
“Era emocionante, parecía un juego de niños aquello de escoger al otro compañero que viajaría a Harvard” –decía Antonia Llorens al referirse a los preparativos para el viaje a los Estados Unidos–. “Entre las maestras fui la primera en ser nominada, y a partir de ese momento no tuve un instante de sosiego, pues apenas teníamos unos pocos días para prepararlo todo y partir rumbo al puerto de Matanzas, lugar por el que embarcaríamos hacia el norte”.
En pocos días los 1273 educadores cubanos, casi la mitad de los que existían en el país, estaban listos para viajar a los Estados Unidos. Entonces llegó el día de la partida. Los barcos esperaban en los puertos de Matanzas, Jibara, Cienfuegos, Sagua y Nuevitas. Todo se haría según las normas morales de la época. Las maestras de la región occidental y el promotor de aquella excursión, Alexis E. Frye, embarcaron en el vapor Sedgwick, anclado en el puerto de Matanzas.
En otro de los barcos viajaban los maestros de Consolación del Sur, Oscar Cabrises Reigada y Salvador Valdés. Y apenas comenzó la travesía, un joven educador del pueblo habanero de Batabanó, descubrió algunas cuestiones que tenía en común con aquellos vueltabajeros; era aquel que más tarde inscribiría su nombre entre las glorias de la pedagogía y la investigación histórica de Cuba, Ramiro Guerra Sánchez. Tiempo después se unió a aquel grupo otro gran pedagogo consolareño, el doctor Francisco Rodríguez Contreras, floreciendo entre ellos una relación de amistad tan estrecha que solo la muerte pudo deshacer; afecto que recibió el impulso del apego a la sapiencia, los buenos modales, las tradiciones cubanas, y el común amor a la Patria.
“El día que tomamos el barco para partir a los Estados Unidos, una mezcla de consternación y regocijo se desató en mí”. –Relataba a sus alumnos el poeta, ensayista, narrador y maestro, Oscar Cabrises Reigada–. “Lo primero, porque dejábamos atrás la familia y el terruño querido. Lo segundo, por la expectativa que provocaba en nosotros la travesía, pues al menos para mí, era la primera experiencia a bordo de un navío, y estábamos ansiosos por llegar a nuestro destino en el norte”.
Por su parte, la maestra Antonia Llorens Ubieta dejó escrito aquel momento en su diario de la visita a los Estados Unidos de la siguiente manera:
Junio 26 de 1900. Llegamos a las cinco de la mañana a Matanzas. Al aclarar vimos el vapor en el que partiríamos, el Sedgwick. A las diez y diez (ante meridiano) en una lancha, embarcaron las profesoras de esta ciudad […] en el puerto de Matanzas escribí una carta para mi hermano, la cual entregué a Mr. Frye para que él tuviera la bondad de enviarla al correo, en unión de las de otros profesores que también escribieron a sus familias.
A las dos y media salimos de Matanzas para Cárdenas a recoger las profesoras que allí han de embarcarse. Nadie se ha mareado aún. Este día nos dieron para almorzar comida fundamentalmente cubana, parece que con idea de agradarnos. La comida fue buena y quedamos satisfechas. A las seis de la tarde vimos perfectamente el Cayo Piedra… al poco rato llegamos a la Ciudad –de Cárdenas– donde ancló el vapor para que embarcaran allí las maestras […].
Refería además la educadora consolareña el gran entusiasmo de las excursionistas, quienes buscaban de inmediato un acercamiento amistoso, y apenas lograban su propósito, conversaban animosamente como viejas amigas. De igual forma hacía notar en sus relatos la belleza, los buenos modales y la elegancia de aquellas muchachas, que en breve mostrarían a los norteamericanos las excelencias de la mujer cubana.
Día 27 de junio. Cárdenas. Me levanté a las siete y después de vestirme me sirvieron el café con leche […] A las diez y cinco embarcaron las maestras de Cárdenas. A las diez y media almorzamos. Nos sirvieron un buen almuerzo. A las doce menos cuarto salió el vapor con dirección a Sagua, y tuve el gusto de hablar con MisterFrye, respecto a la demora que tuvimos los maestros de Consolación del Sur con el pago de nuestros haberes en los meses de marzo y abril. El muy atento me explicó lo que pasó, y al preguntarle cuándo serían los exámenes de los maestros, me contestó que probablemente serían en las vacaciones de diciembre. Me ha aconsejado que, aunque no sepa, procure hablar inglés […].
El consejo del superintendente Frye a la maestra Antonia era sin dudas un velado recordatorio, al estilo norteamericano, acerca de lo provechoso que sería para los planes de su país, respecto a Cuba, que los criollos apartasen un poco de la querencia lingüística cervantina, y se aproximaran al idioma de Shakespeare, para entender mejor aquella Norteamérica soberbia e insolente. Luego quedó demostrado, que no era aquella exigencia del intelectual norteño la primera piedra de un puente para la comunicación franca entre el norte y la isla cautiva, sino un axioma que buscaba iniciar por algún lado el enrarecimiento cultural de los cubanos.
Ahora bien, aun para el más perspicaz de aquellos jóvenes, era difícil imaginar algo tan mezquino, porque uno de los episodios más interesantes de sus vidas estaba en marcha. Únanse a ello las deferencias de los organizadores y el amable gesto del pueblo de los Estados Unidos, que perentoriamente costeó la excursión.
Viajar en forma gratuita a Harvard, disfrutar de los adelantos de aquel país de vanguardia con todas las bondades imaginables, superaba cualquier expectativa juvenil, por lo que, inmersos en las emociones de aquella aventura, el arrullo tierno del ambiente marino y la calidez de las nuevas compañías, escribió Antonia Llorens estas líneas que cierran en su libreta de notas el día de la partida:
Me siento a esta hora perfectamente. Llevamos un tiempo magnífico, y casi todo el pasaje va muy animado sobre cubierta. Voy en compañía de la señorita Adam, a quien tengo muchísimo que agradecer por las atenciones que conmigo tiene. He tenido el gusto de conocer y tratar a la simpática señora Landa Barzaga y a sus señoritas hermanas […].
El día 28 de junio llegó el vapor Sedgwickal puerto de Sagua la Grande, actual provincia Villa Clara, el último en la hoja de ruta que cumplía el acorazado norteamericano al norte de Cuba. Embarcaron las maestras que allí esperaban. Y tras un prolongado pitazo el buque echó andar en dirección a Boston.
Apenas partió el último navío, el jefe interventor estadounidense en Cuba, Leonardo Wood, comunicó al rector de Harvard, Mr. Eliot, la salida hacia los Estados Unidos de los vapores de la expedición: Según Wood (1900), el día 25 de junio de 1900 zarpó el Mc Pherson desde Gibara, a bordo viajaban 206 personas (110 hombres y 96 mujeres). El 26 lo hicieron el Crook desde el puerto de Matanzas con 295 hombres y el Buford partía también el día 26 desde Cienfuegos, con 51 hombres y 67 mujeres, para un total de 118. Por su parte el Mc Clellan zarpó desde Nuevitas con 156 pasajeros y 70 pasajeras, el día 28. Por su parte el Sedgwick se hizo a la mar con 428 féminas. Y concluye testificando el gobernador militar de la isla, que en total partieron 1273 maestros.
Cuando supimos que ya viajábamos a los Estados Unidos, todo el pasaje vino a cubierta para contemplar como desaparecían en el horizonte las costas cubanas. Se notaba cierta melancolía en las miradas. –Comentaba el maestro Cabrises Reigada a sus alumnos–. ¡Todo era en extremo emocionante! Y si algo perturbaba de vez en cuando nuestro encanto era el recuerdo de las bondades en tierra, porque en ocasiones los movimientos del barco hacían estrago en quienes no éramos ni por asomo hombres de mar […].
Día 29 de junio de 1900. “Camino a Boston he pasado la noche muy bien –escribió Antonia en su diario–, me levanté a las ocho, almorcé a las once y comimos a las seis […] Continúo muy bien de salud […] con muchos deseos de llegar a Boston”.
Pero al día siguiente, un inesperado suceso advierte a la expedición cubana, que los barcos navegaban muy cerca del litoral de Carolina del Norte.
Día 30 de junio de 1900. “Me levanté a la hora de costumbre, y después de tomar el desayuno y más tarde almorzar, subí a cubierta. A las doce comenzó a notarse que el buque se balanceaba más de lo natural. Preguntamos todos la causa, y nos dijeron que comenzábamos a pasar el Cabo Ateras […]”.1
El paso de los vapores cerca de Carolina del Norte hizo vivir a los excursionistas momento de mucha aprensión. Cabo Hatteras, en Outer Banks, era conocido como el cementerio del Atlántico, porque fue testigo de horrendos naufragios, y sus aguas escenario aterrador de historias que referían la desaparición de muchos marinos A finales del siglo XIX habían construido en el litoral un enorme faro, que contribuyó a reducir el riesgo de zozobrar en sus peliagudas aguas, pero las revoltosas corrientes marinas eran las mismas, y en ellas navegaban los maestros cubanos que se hacían a la mar por primera vez.
“[…] A este tiempo se ven cuatro o cinco vapores a alguna distancia, y muchas pasajeras mareadas, –afirma Antonia– pero yo me encuentro diviidnte, y quiera el cielo ¡que así termine mi viaje! Nos aseguran que llegaremos a Boston el lunes”.
La llegada a Boston en fecha tan cercana al 4 de julio, día de la independencia de los Estados Unidos, sugería preparar a los expedicionarios del Caribe para su participación en ellas. Una breve nota en el diario de Antonia revela la forma en que lo hacían las maestras a bordo del Sedgwick, a pesar de los mareos y el poco tiempo que restaba para llegar a su destino en el norte.
Primero de julio de 1900 ¡Qué noche he pasado tan mareada ¡Al ir a acostarme me dieron fatigas, y pasé toda la noche en un estado nauseoso! Fui a levantarme por la mañana y me fue imposible, las pobres Ma. Adam y luego Paula Concepción me atendieron mucho, la primera me hizo tomar una taza de té, y la segunda me llevó un pomo de agua de colonia compuesta con sales para que me pasaran las fatigas, lo que no sucedió, y me vinieron los vómitos, por lo que no pude levantarme hasta la diez […] y lo hice siempre acompañada de Ma. Adam. Ella la pobre me vistió y me hizo salir a almorzar
En el salón de comer se encuentran muchas parejas ensayando el himno americano y el cubano para cantarlos a nuestra llegada a Boston. A pesar de estar casi todas mareadas, ya se nota animación, porque según nos dicen, llegaremos mañana temprano. ¡Dios nos los conceda!
Salvo algunos momentos en que el mar encolerizaba y sacudía un poco el estómago de los noveles viajeros, el buen desarrollo de la travesía, y el entusiasmo de las maestras que viajaban en el Sedgwick, confortaban al dinámico y solícito superintendente Frye; siempre al tanto de cada detalle de aquella excursión.
Mr. Frye va muy animado –escribió Antonia– y dice que se siente muy orgulloso de su empresa. Por nuestra parte, creo que tenemos mucho que agradecerle, pues duramente la travesía, no ha tenido él para nosotras más que atenciones y cariño, y ya se le ha visto atendiendo a una mareada, ya estableciendo una conversación con cualesquiera de las maestras, y todas en general las atiende lo mismo.
En el momento que pongo estas líneas, Mr. Frye se encuentra arreglando los grupos de la manera que deseamos estar en Cambridge. Hemos formado nuestro grupo, Ma Adam, La Nena y yo. Y por mi parte, voy muy satisfecha de las compañeras que llevo, lo que deseo es llegar para comunicarle a mi familia nuestra llegada, pues tengo la seguridad que esperan impacientes noticias mías, por mi parte puedo decir que no los olvido.
Ha cambiado la temperatura y ya se nota un aire bastante fresco. Me he abrigado mucho, y al hacerlo, no he olvidado a mi hermana que tanto me recomendó esto.
Después de arreglado nuestro grupo, solicitaron agregarse a él las señoritas Amparo Arredondo y Amparo Tejano, y ellas se lo suplicaron a Mr. Frye que accedió a ello. Estas señoritas las conocimos a nuestra salida de La Habana, y durante la travesía han estado siempre unidas a nosotras.
Cuando la expedición de los maestros cubanos se aproximó a la costa de Massachusetts en busca del puerto de Boston, un deslumbrante paisaje ribereño complementó la emoción colectiva.
“Me habían hablado sobre la hermosura del panorama costero del norte americano –comentaba el maestro Cabrises a sus alumnos–, pero al contemplar el litoral de Massachusetts pensé, que a veces las palabras no pueden describir lo que Dios regaló a ciertos lugares […]”.
Los estadounidenses suelen nombrar a esta zona del noreste, “Estado Bahía”, por la profusión y belleza de sus entrantes y salientes. Buzzards, Cabo Cod, y toda la ensenada de Massachusetts, exhiben atractivos pueblos y ciudades ribereñas con un excelente acceso portuario; aspecto que destaca esta zona como uno de los principales centros marítimos de Norteamérica.
Al entrar en la Bahía de Boston avistaron los históricos muelles de aquel puerto, y decenas de vapores con banderas de diferentes países. En el litoral los enormes almacenes, los edificios de la ciudad antigua, y el ajetreo de los obreros portuarios, que andaban ligeros en sus cuadrillas manipulando toda clase de mercancías.
Sin contratiempo llegaba la expedición cubana a su destino. La travesía fue, sin lugar a dudas, el primer recuerdo imperecedero de aquel viaje; porque unido a la experiencia de hacerse a la mar por primera vez, los bisoños maestros compartieron en tertulias, bailes, y toda clase de intercambio propiciador de nuevas amistades.
Y a contrapelo de cualquier advertencia al partir de casa, o del sermón del párroco pueblerino, aquellos jóvenes comenzaban a disfrutar las delicias que existían más allá de los límites del hogar.
La llegada a Boston
Cuentan que en 1898 partieron de los muelles de Boston unos navíos, que con prisa trasladaban abundante pertrecho de guerra para los soldados estadounidenses, a quienes se les había dado la inflexible orden de arrebatar a España la colonia de Cuba. Pero algo muy diferente regresaba ahora al histórico puerto en los barcos de la armada estadounidense: eran los hombres y mujeres más capacitados en la isla antillana, para dar continuidad al ideal mambí de Cuba libre.
Ahora bien. ¿Continuarían fieles a su patriótico encargo después de aquel paseo por el norteño país? De su labor dependía en buena medida que el futuro de Cuba sumiera nuevamente en oprobios, o retomara el principio de libertad que nació en la manigua. La prueba demandaba gran discernimiento, pues había también en el itinerario un sin fin de momentos inspiradores; y las aguas del puerto de Boston debieron recordarles uno muy importante: La fiesta del té, primera acción contestataria de los colonos norteamericanos contra la dominación inglesa.
En el muelle nos esperaba una comisión de bienvenida integrada por cubanos y estadounidenses –relataba Antonia–. Había profesores y alumnos de la Universidad de Harvard, traductores y autoridades de Boston. ¡La emoción era inmensa! El pueblo americano nos recibió con mucho ceremonial y cariño. Había banderitas cubanas por todas partes, también las de Estados Unidos, porque muy próximo estaban las celebraciones del 4 de julio, y Boston tenía mucho que ver en ello […]
El periódico Boston Journal se encargó de ofrecer la primicia. Lo hizo con un artículo hermoso, de esos que se escriben para dar la bienvenida a ciertos amigos. Y en aquellos elogios a los recién llegados, el “candoroso” reportero no pudo substraerse de exponer una realidad, que el gobierno estadounidense trataba de manipular para facilitar al trust el total control de Cuba:
[…] América ve en estos maestros de la juventud cubana, la principal fuerza motriz para llevar a cabo el establecimiento de la nación cubana, fuerza ejercida en las escuelas de la Isla, sobre las jóvenes inteligencias, que pronto tomarán la dirección de su Gobierno, y encontrará su más completo efecto en los años venideros.
En 1900 la ciudad de Boston se había erigido en la capital de Maine, New Hampshire, Vermont, Massachusetts, Rhode Island y Connecticut, lo que se conoce históricamente como Nueva Inglaterra. Su economía era sólida, y había logrado una posición de primer orden en el campo de las finanzas, la educación y la medicina. Gozaba de gran modernidad y limpieza. Aseguraban algunos expedicionarios cubanos, que los bostonianos eran liberales y apasionados, incondicionales a las costumbres que les habían legado sus predecesores: los primeros colonizadores de los Estados Unidos.
Únase a ello que después de la Guerra de Secesión, hubo proyectos federales para el desarrollo integral del país, pero en el año 1900, cuando los maestros de la mayor de las Antillas viajaron a los Estados Unidos, las ciudades del noreste continuaban a la vanguardia tecnológica, industrial y cultural; por lo que una vez en tierra, hubo novedades que causaron asombro a los recién llegados. Es el caso de los carros movidos por energía eléctrica en los que fueron trasladados a Cambridge. Ingenios que, a la vista de aquellos cubanos, acostumbrados a las volantas y galeras tiradas por bueyes, asomaban como armatostes de fantasía.
[…] Mientras tomábamos los carros eléctricos que nos llevarían al pueblo de Cambridge, no había otra cosa que gestos de amabilidad hacia nosotras […] –aseguraba Antonia en sus relatos–. Ya en aquellos vehículos, quedamos admiradas por el confort y la ligereza con que andaban…
Cambridge queda muy cerca de la ciudad de Boston. El clima era agradable. La limpieza y el orden eran sus atributos más sobresalientes. Los hogares, muchos de ellos de madera, parecían sacados de un estuche de regalos. Acompañadas de jóvenes estudiantes de Harvard y algunas señoras norteamericanas que cuidaron de nosotras con mucho celo, fuimos a las residencias que nos hospedarían […].
Los maestros recibieron alojamiento en los dormitorios de los estudiantes de la Universidad de Harvard, que gustosos los ofrecieron para los invitados cubanos. Y sobre aquel momento en que hacían su entrada al insigne centro de estudios, uno de aquellos educadores dejó para la posteridad la siguiente impresión, al ver desplegada la bandera cubana:
Al llegar a Cambridge y dirigiéndonos a los alojamientos que nos habían designado, nuestra vista tropezó con algo que nos conmovió y electrizó de tal modo, que no fuimos dueños de contener nuestros sentimientos de regocijo y gratitud: el ver ondear enhiesta y elevada sobre el edificio central de la Universidad […]nuestra bella y querida tricolor. Lo que sentimos […] lo comprenderán nuestros valientes hermanos los libertadores, cuando recuerden el momento en que, vagando por los campos de Cuba, divisaban un campamento cobijado por tal gloriosa enseña. Tras acomodarse en los respectivos de alojamiento, los organizadores pusieron en marcha el programa. La primera actividad de los docentes cubanos en el norte fue una peregrinación al árbol de Washington; lugar en el que colocaron una hermosa corona de laureles, y honraron la memoria del prócer estadounidense. A media noche hubo cientos de fuegos artificiales y disparos al aire. Luego al día siguiente –4 de julio– los norteamericanos hicieron un alto en el trabajo para celebrar con fiestas y comidas la efeméride. Al respecto, decía Antonia:
Durante la celebración del día de la independencia cantamos el himno americano; y el nuestro. A cualquier lugar llevábamos nuestra enseña patria. Y siempre tuvimos por respuesta prolongados aplausos y hermosos saludos del pueblo americano…
Una observación necesaria en el programa de Harvard para los maestros cubanos
Apenas terminada la Guerra Civil en los Estados Unidos señala Howard Zinn (2002) un periódico de aquel país publicó lo siguiente: “Llama la atención el tono severo de la maestra, los alumnos quietos y silenciosos están subyugados a su voluntad. El ambiente espiritual de la clase es de desánimo y frialdad”. Pero una sociedad nueva, dinámica, soberbia y deseosa de tomar para sí la riqueza del mundo, precisaba de un hombre distinto: menos indiferente, y más interesado en hacer fortuna a cualquier precio. Así que los artífices del modelo imperialista estadounidense percibieron la utilidad de rearticular al ciudadano en aquel contexto, donde los monopolios y el capital tenían la última palabra. La Universidad de Chicago, patrocinada por el multimillonario John Davison Rockefeller, estuvo entre las primeras instituciones en mostrar interés en la familia, la escuela y la comunidad. Ahora la instrucción del niño debía estar en correspondencia con la era de la electricidad y la tecnología. La educación haría el resto, convirtiéndolo en un sujeto que aportara con fibra y creatividad al lucro del Trust; siempre conforme con el modesto lugar que le ofrecían aquellos pulpos inclementes en el reparto de las riquezas.
A tono con las aspiraciones de la naciente potencia, asomaron principios para la formación del ciudadano, que justificaban la visión paradigmática que tenían los estadounidenses de su modelo formativo. Algo de esto se nota en la segunda edición del libro Principies of Sociology(Principios de la Sociología), de Edward Alsworth Ross, uno de los padres fundadores de esta ciencia en Norteamérica. En este manual se evoca la perspectiva global de la educación implementada en los Estados Unidos, al referirse a las cualidades civilizadoras de la sociedad estadounidense y sus escuelas. Ross aseguraba, que los centros de enseñanza en su país, habían reemplazado a la iglesia medieval al aportar la cohesión, concordia y obediencia necesarias para las sociedades modernas. Asunto que en casi todo el mundo era un problema por resolver.
A finales del siglo xix los institutos en los Estados Unidos se prepararon para entregar obreros con cierta calificación, afines a su sistema industrial en pleno desarrollo; no obstante, en los programas escolares se hacía mucho énfasis en la asignatura de historia, según la versión yanqui, con la idea de formar al nuevo “patriota americano”. Se establecieron juramentos de lealtad al título de profesor para controlar la calidad del maestro. La revisión de los libros de texto se encargó a funcionarios del gobierno, conjuntamente con los expertos docentes, y los estados vetaban ciertos contenidos que consideraban lesivos al nuevo orden de cosas.
Pero, a juzgar por la memoria pedagógica de entonces, queda claro que una de las proposiciones más tentadoras para hipotecar el futuro cubano, desde la escuelita criolla, fue la de John Dewey; un estadounidense muy respetado entonces como filósofo, psicólogo y educador. Dewey aseguraba que “el maestro posee la llave para el futuro de la sociedad, al rehacer las cualidades internas del niño”. Añadía que este aventajaba a cualquier otro medio como reformador social.
Así que ajustados a estos axiomas socio-pedagógicos, durante seis semanas, y con excepción de los domingos, los maestros cubanos recibieron conferencias de Pedagogía, Geografía, Psicología e Historia de Hispanoamérica; además un número abrumador de lecciones sobre la historia de los Estados Unidos.
Al parecer, otra historia, la Cuba, se integraba a la hispanoamericana. Y a juzgar por la poca referencia que hacen de esta asignatura quienes dan fe de aquel diseño curricular, para los especialistas de Harvard, la isla mambisa no tenía entonces suficiente tradición que contar. Las enseñanzas del presbítero Félix Varela, la precoz postura de José A. Saco contra la anexión, las lecciones de hidalguía de Céspedes, Agramonte, los Maceo y Martí, eran asuntos menores en aquel momento.
La sangre derramada en la epopeya libertaria cubana, aun tibia en los recuerdos de aquellos maestros, fue suplantada en la versión Norteamericana del aprendizaje por la acción bienhechora de los soldados de William Rufus Shafter, el bloqueo naval americano que rindió al Almirante Cervera en la bahía de Santiago de Cuba; los rough riders de Theodore Roosevelt tomando en solitario la loma de San Juan; y la impecable estrategia de aquel héroe distante, el presidente estadounidense William McKinley.
Igualmente, irrisorio resulta la prioridad que daba el programa de Harvard a la enseñanza del idioma inglés, del cual recibían los educadores de la isla dos extensas lecciones diarias.
The Cubanstakegreatinterest in thestudyofEnglish… –Los cubanos tomangraninterésenelaprendizaje de inglês– asegurabaelHarvard Graduates Magazine. Otro rotativo, el Donahue’s Magazine, publicó en agosto de 1900 un artículo titulado: Boston’s Cuban Guests, –Invitados Cubanos en Boston–. En uno de sus párrafos decía:
Allseemtofeelthat, nowthatthestudy of English in the Cuban schools has beenmadecompulsorythose of themwho do notposses a good knowledge of thislanguagewill be leftbehind in therace –Todo parece indicar, que ahora que se ha hecho obligatorio el estudio del idioma inglés en las escuelas cubanas, quienes no posean un buen conocimiento de esta lengua quedarán rezagados en la carrera.
Por su parte, la maestra Antonia Llorens refería, que no solo en las aulas de Harvard se practicaba el idioma inglés, también lo hacían en los ratos de solaz, cuando intercambiaban experiencias con los jóvenes estadounidenses, que amablemente los acompañaban a cualquier parte. De igual forma ocurría en la convivencia diaria con las familias norteamericanas que las acogían con mucho cariño.
Otro de los excursionistas, Oscar Cabrises Reigada, regresó tan hechizado por el idioma de Shakespeare, que una vez en su pueblo natal –Consolación del Sur– publicó un periódico dirigido a los niños con el nombre Baby; libelo propalador de interesantes escenas norteamericanas, casi siempre experiencias del propio maestro vueltabajero en aquel viaje, salpicadas con palabras y frases en idioma inglés.
Una muestra elocuente de la prioridad que dieron los organizadores del curso al aprendizaje de la lengua oficial en los Estados Unidos, nos la ofrece la acuciosa investigadora Marial Iglesias Utset (2002), en su memorable ensayo “Las metáforas del cambio en la vida cotidiana 1898-1902”. Se trata de las declaraciones de una de aquellas excursionistas, Elena Cancio, publicadas en el Herald de Nueva York:
There were but few of the teachers who were able to speak any English when they arrived here in June… Solo unos cuantos maestros sabían algo de inglés cuando llegaron aquí en Junio. Luego continúa diciendo en aquel idioma, que durante la estancia en el norte todos habían aprendido un buen número de palabras, y estaban deseosos de continuar aprendiendo. Finalmente asegura: In a fewyearsnothingbut English will be spoken in Cuba. –En pocos años en Cuba no se hablará más que inglés.
Un detalle tan preocupante como la dejación que hizo el programa de aspectos notables de la historia de Cuba, o la exagerada dosis de idioma inglés, era lo relacionado con la preparación metodológica de aquellos educadores. Pues aun tratándose de un magisterio joven, carentes de los rudimentos didácticos para ejercer la profesión, solo recibían tres horas semanales de metodología y procedimientos para la enseñanza; lo cual contrastaba con las dieciocho lecciones que se impartían de Historia de los Estados Unidos, en igual período.
No obstante, las arbitrariedades del diseño curricular concebido por los eruditos de Harvard, estos no encontraron juicioso rarificar de súbito los referentes históricos de los invitados; y mientras tomaron clases en el alto centro de estudios, estuvo expuesta la bandera cubana. Deferencia que se repetía en establecimientos y viviendas de Cambridge.
Respecto al uso público de nuestra enseña nacional durante la estancia de los cubanos en aquel hospitalario pueblo estadounidense, el maestro Ramiro Guerra (1954) escribió:
Los días 3 y 4 de julio, con motivo de las fiestas nacionales, fue izada la bandera de Estados Unidos en la universidad. En compensación, fueron entregadas a los niños y niñas de las escuelas públicas de ese país más de tres mil banderitas cubanas, que habrían de portar en todos los actos cívicos de esos días.
Otro tanto ocurría con el componente extracurricular del programa de Harvard. Este ofrecía oportunidades a los visitantes cubanos para que compartieran con los alumnos, profesores y el pueblo estadounidense.
“En las plazas de la Universidad nos reuníamos con muchachas y muchachos americanos, casi todos estudiantes de Harvard, siempre estaban deseosos de intercambiar con nosotras” –relataba la maestra Antonia–. “En ocasiones paseábamos por las calles de Cambridge, y a pesar de nuestras diferencias idiomáticas, nos hallábamos perfectamente en su compañía. Era un momento muy divertido, porque en ocasiones se suscitaban toda clase de enredos tratando de entendernos en idiomas tan diferentes […].”
En el prólogo del libro “Los Americanos en Cuba” del acucioso investigador, escritor y mambí Enrique Collazo se afirma por Le Riverend(1972): […]porque es uno el sentimiento leal del pueblo americano, y otro el que impulsa en su desarrollo la política artera y falaz de sus gobernantes […].Tan acertado resulta el razonamiento, que mientras los adalides de la neocolonización-anexión proyectaban reprogramar la conciencia de los maestros cubanos, la reciprocidad entre criollos y estadounidenses era sobresaliente: en los teatros no cobraban la entrada a los invitados del Caribe. Los estudiantes del norte se esforzaban por aprender el idioma español, conocer las costumbres cubanas, y aplicarse a la sensual cadencia del danzón, guiados por las maestras y los maestros de la isla tropical.
Hubo otros espacios en los que intercambiaron cubanos y norteamericanos durante su estancia en Boston, es el caso de la práctica del béisbol, deporte en el que ya había buen desarrollo en el país anfitrión; unas veces los criollos lo hacían como meros espectadores en los estadios, otras como jugadores aprendices.
Muchas fueron las expresiones de cariño de los estadounidenses hacia los maestros cubanos por aquellos días; hasta hubo quien no pudo ocultar su extrema simpatía por la independencia de Cuba, e hizo votos por un futuro promisorio para la isla mambisa. Respecto a este particular, Ramiro Guerra recordaba el cerrado aplauso de los presentes en el Sander’sTheatrede Harvard, cuando el profesor Gaspar de Coligny, al concluir su primera conferencia de Historia de las Colonias Españolas, expresó en perfecto castellano:
“[…] De la universidad de Harvard no regresarán los maestros habaneros y del resto de las provincias, sino los maestros y las maestras de Cuba, los encargados de formar a las primeras generaciones de posguerra. Entre todos construirán y reconstruirán los imaginarios nacionalistas con base en la ideología del independentismo.
[…] cubanos, podéis admirar la grandeza de este país, pero no os dejéis deslumbrar por ella […] Y no olvidéis nunca, frente a tales grandezas, las cuales deben ser fuente de inspiración para vosotros, un viejo refrán español que expresa pintorescamente lo que acabo de expresar: «Más vale ser cabeza de ratón que cola de león»”.
Referencias bibliográficas
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Según un informe de Leonardo Wood al Rector de Harvard Mr. Eliot Root, fechados el 29 y 30 de junio de 1900. Tomado de: The President and The Treasurer of Harvard College 1899-1900(1901). Cambridge PublishedbytheUniversity.
Según un cotejo de lo expresado por ex alumnos del maestro Oscar Cabrises Reigada en la década de 1920, en entrevista sobre la visita de los maestros consolareños a los Estados Unidos en 1900.
Según un cotejo de lo expresado por ex alumnos del maestro Oscar Cabrises Reigada en la década de 1920, en entrevista sobre la visita de los maestros consolareños a los Estados Unidos en 1900.
Thomas S. Popkewitz: Universidad de Wisconsin-Madison Curriculum History: Early 20th Century American Schooling as Cultural Theses About Who the Child is and Should Be, en: http://www.ugr.es