Grechel Calzadilla Vega*
Universidad de Las Tunas, Cuba
grechel@ult.edu.cu
RESUMEN: En el artículo se socializan resultados del proceso de sistematización teórica llevado a cabo por la autora, en relación con la importancia de la investigación científica como vía de solución a los problemas sociales inherentes a la formación inicial del profesor de Español-Literatura. Las reflexiones se centran en la relación lengua-cultura, donde el léxico ocupa un lugar central, a la luz del enfoque Ciencia-Tecnología-Sociedad.
Palabras clave: ciencia, tecnología, sociedad, cultura, léxico.
ABSTRACT: In the article results of the process of theoretical systematization are socialized carried out by the author, in connection with the importance of the scientific researches as solution road to the inherent social problems to the Spanish-literature trainee teacher´s. The reflections are centered in the relation language-culture, where the lexicon occupies a central place, by the light of the approach Science-technology-society.
Keywords: science, technology, society, culture, lexicon.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Grechel Calzadilla Vega (2018): “Concepciones acerca de la interrelación ciencia-tecnología-sociedad-cultura y el papel mediador del léxico”, Revista Atlante: Cuadernos de Educación y Desarrollo (septiembre 2018). En línea:
https://www.eumed.net/rev/atlante/2018/09/ciencia-tecnologia-cultura.html
//hdl.handle.net/20.500.11763/atlante1809ciencia-tecnologia-cultura
INTRODUCCIÓN
En el transcurso de la historia de Cuba, la secular tradición educativa ha estado indisolublemente ligada a la ciencia. Destacados pedagogos han sido, consustancialmente, destacados investigadores, hecho evidente en figuras cimeras y trascendentes desde la centuria decimonónica hasta nuestros días: José de la Luz y Caballero, Félix Varela, Enrique José Varona, José Martí, entre otros tantos que nos han legado sapiencia, ejemplaridad y ética científicas. Consecuente con este legado, la Revolución ha mantenido entre sus prioridades una política de acceso gratuito y obligatorio a la educación, a la par de un creciente desarrollo de la investigación científica en esta área, consciente de su importante función para el desarrollo social.
La Política Científica Nacional se fundamenta en los principios marxistas-leninistas y está constituida por las orientaciones generales que sirven de base al desarrollo planificado y armónico, al ordenamiento y al perfeccionamiento de las estructuras organizativas y las funciones de la ciencia y de la tecnología; además de la adecuación de las investigaciones al pronóstico del desarrollo y la aplicación de sus logros a la práctica social. De ahí que la ciencia, la tecnología y la innovación constituyen elementos fundamentales para el desarrollo económico y social del país a corto, mediano y largo plazos (Res. 44, 2012: 1).
Ahora bien, fomentar el desarrollo de investigaciones sociales y humanísticas en el área educativa implica retos importantes: por una parte, desarrollar investigaciones sobre la práctica educativa e introducirlas para su perfeccionamiento y, por otra, formar en los docentes y estudiantes la cultura científica que demandan los momentos actuales. Ambos aspectos están estrechamente relacionados con la voluntad estatal de fomentar el vínculo entre la Educación Superior, la ciencia y la tecnología en pos del desarrollo cultural de la sociedad, enfocado a la transformación cualitativa del proceso formativo que se revertirá en el desarrollo social.
Desde la propia concepción de la Educación Superior cubana aparece su compromiso con la solución de problemas sociales, a través de la formación de profesionales depositarios de una cultura general, comprometidos con el desarrollo del país a partir de la vinculación estudio-trabajo y teoría-práctica, que se materializa mediante las dimensiones investigativa, académica, laboral y extensionista. De este modo, la calidad de la formación del profesional de la educación tendrá un efecto directo en la calidad de la dirección del proceso de enseñanza-aprendizaje y en la formación de las nuevas generaciones que aportarán también al desarrollo de la sociedad.
Al referirse a la relación entre la ciencia, la cultura y la sociedad, Núñez (2007) afirma que la actividad que denominamos ciencia se desenvuelve en el contexto de la sociedad, de la cultura e interactúa con sus más diversos componentes. Al hablar de ciencia como actividad nos referimos al proceso de su desarrollo, su dinámica e integración dentro del sistema total de las actividades sociales y, tal como asegura Núñez (2007), el enfoque de la ciencia como actividad ofrece un excelente punto de partida para explorar sus relaciones con el marco cultural en que ella actúa.
La ciencia supone la búsqueda de la verdad bajo un estricto rigor que conduce a la mayor objetividad. Y este es uno de los rasgos que la identifica dentro de la actividad humana y de sus relaciones sociales, pues la ciencia es penetrada por determinaciones práctico-materiales e ideológico-valorativas, tipos de actividad a las cuales ella también influye considerablemente. Implica, así mismo, producción, difusión y aplicación de conocimientos.
Desde esta perspectiva, por tanto, se entiende que en el desarrollo social la ciencia desempeña un decisivo papel, en tanto constituye un sistema de conocimientos ordenados que transforma la cosmovisión, cuya veracidad se comprueba y puntualiza constantemente en la práctica social. Como sistema de conocimientos es una forma de la conciencia social, ya que se encamina a la solución de problemas culturales, espirituales y materiales, que se generan en la sociedad.
Estos conocimientos se producen en el proceso de interacción del sujeto con el objeto, es decir, en la actividad, la cual solo es posible en la práctica. Además, la ciencia es también una profesión debidamente institucionalizada, portadora de su propia cultura y con funciones sociales bien identificadas; es método, tradición acumulativa de conocimiento, factor principal en el mantenimiento y desarrollo de la producción.
De esta manera, los estudios sobre ciencia y tecnología permiten la comprensión e interpretación de estos como procesos sociales, lo que influye en la visión de la realidad de los hombres en cada época histórica, condicionando el modo en que se relacionan con la naturaleza y también su capacidad para transformarla a favor de sus necesidades.
A su vez, el desarrollo e interacción social han generado contradicciones profundas y antagónicas. Estas contradicciones, dadas en los hechos, fenómenos y procesos sociales, son consideradas problemas sociales, que pueden generarse también desde la propia ciencia.
Los problemas sociales pueden ser de diversa naturaleza: problemas del hombre consigo mismo, en la relación hombre-hombre, en la relación hombre-naturaleza, y es precisamente con la ayuda de la ciencia y la tecnología que se pueden solucionar.
Ante la interrogante de cómo dar solución a estos problemas sociales, la actividad científica resulta la vía más efectiva para resolverlos. Para Guadarrama (s/f: 3), “el cambio de correlación entre el saber filosófico y el científico, y en especial entre la ciencia y la técnica, han privilegiado en la actualidad la actividad científica y desplegado su radio de acción más allá de la naturaleza, para que esta encuentre su verdadera realización en la sociedad y en la cultura humana”.
La actividad científica es definida como un proceso y resultado de carácter creativo o innovador que, con el empleo de métodos científicos, pretende encontrar respuesta a problemas trascendentales y con ello hallar rasgos significativos que aumenten y enriquezcan el conocimiento humano. Implica la caracterización lógica y rigurosa de una serie de etapas o tareas del proceso del conocimiento.
Movido por el interés de buscar solución a diversos problemas, surgidos en el transcurso de su vida social, el hombre acude a la investigación. Como resultado de la misma aumentan y se enriquecen sus conocimientos de manera creativa e innovadora, a la vez que determina las vías de inserción en la práctica social, con lo que se justifica la lógica de la ciencia.
DESARROLLO
La definición de ciencia ha sido tratada por muchos autores y, como consecuencia, ha ido perfeccionándose a tono con la naturaleza mutante de su desarrollo. En la actualidad, guarda un estrecho vínculo con la filosofía y su comprensión, lógicamente, está en dependencia de la posición filosófica que asumamos.
Núñez (1991) confirma que la filosofía marxista tiene entre sus tareas prioritarias ayudar a pensar los problemas relativos al desarrollo social, a identificar los fines de este y los medios que son coherentes con ellos; a su vez, debe contribuir a imaginar modelos de desarrollo alternativos a aquellos que la práctica ha demostrado inoperantes o inalcanzables y a definir las fuerzas materiales e intelectuales y sus relaciones, que deben permitir su realización. Y añade que el proceso de producción de conocimientos debe ser explicado en relación con la trama social en que se inserta, lo que constituye una indicación esencial para el estudio de la ciencia.
No obstante la toma de partido por el criterio anterior, se considera oportuno referir otras maneras de entender la ciencia que, resumidamente, se exponen a continuación.
Así, en el Diccionario filosófico abreviado (Rosental e Iudin, 1981) la ciencia se define como una forma de la conciencia social; constituye un sistema, históricamente formado, de conocimientos ordenados cuya veracidad se comprueba y se puntualiza constantemente en el curso de la práctica social; donde la fuerza del conocimiento científico radica en el carácter general, universal, necesario y objetivo de su veracidad. Lo anterior confirma el criterio de Núñez (2007) de que:
A partir de la opinión anterior se asume la ciencia como una forma específica de la actividad social, dirigida a la producción, distribución y aplicación de los conocimientos acerca de las leyes objetivas de la naturaleza y la sociedad. Aún más, “la ciencia se presenta como una institución social, como un sistema de organizaciones científicas, cuya estructura y desarrollo se encuentran estrechamente vinculados con la economía, la política, los fenómenos culturales, con las necesidades y las posibilidades de la sociedad dada” (Kröber, 1986 apud Núñez, 2007: 37).
En íntima relación con la ciencia se encuentra la tecnología, que desde hace ya varios años ha adquirido una gran connotación en el contexto educativo cubano. Núñez (2007) afirma que ambas no son solo productos de una actividad humana especializada, sino procesos sociales de producción, difusión, aplicación y valoración. Esta concepción implica que toda evaluación de la correlación entre el conocimiento científico y tecnológico y los procesos productivos tiene que estar mediada por el análisis del contexto social que la condiciona.
González, López y Luján (1998: 13) afirman que la tecnología contemporánea se basa en la ciencia, pero no se deriva de ella directamente; de modo que entre ellas más que relaciones lineales causales se puede hablar de una compleja dialéctica.
Este criterio se toma en consideración, en tanto se entiende la tecnología como el conjunto de conocimientos —tanto científicos como empíricos, teóricos y prácticos—, métodos y procedimientos para el diseño, producción y distribución de bienes y servicios, impulsado por la satisfacción de necesidades de la sociedad.
A partir de estos presupuestos se precisa la posición de la ciencia y la tecnología con respecto al sistema social y su consideración como procesos que determinan el desarrollo de la sociedad.
Esta última, por su parte, es definida por Marx (1973: 532) como “el producto de la acción recíproca de los hombres, un determinado nivel de desarrollo de las facultades productivas, que corresponde a una determinada forma de comercio y de consumo. A determinadas formas de desarrollo de la producción, del comercio de consumo, corresponden determinadas formas de la conciencia social, una determinada organización de la familia, de estamentos o de las clases; en una palabra, una determinada sociedad civil”.
Los hombres viven y se desarrollan en sociedad, en los que influyen un grupo de factores que permiten la apropiación de conocimientos, hábitos, actitudes, herencia cultural, valores, normas y patrones sociales. Se asume, por tanto, la educación como una forma determinada del comportamiento social y un tipo específico de relación social (Blanco, 2001).
Como fenómeno social ejerce una influencia determinante en la formación de la personalidad del estudiante, al prepararlo desde lo individual para su inserción plena y activa en la sociedad. En este proceso el ser humano, ser social, por su condición humana aparece ligado indisolublemente a la comunicación como forma de interrelación con sus semejantes. Desde los fundamentos de la filosofía marxista-leninista se relaciona el trabajo con el surgimiento de la comunicación, como una necesidad de tipo social.
El lenguaje es, por tanto, una actividad social y una forma de acción conjunta en la que los individuos colaboran para lograr una meta común. La importancia del lenguaje fue advertida por los clásicos del marxismo, quienes se refirieron al decisivo papel de este no solo en la socialización progresiva del ser humano, sino incluso en la hominización del antropoide, con lo que refrendaron la importancia de la comunicación, pues sin lenguaje no podía hablarse de sociedad ni de verdadera praxis.
Desde una posición dialéctico-materialista, por tanto, se considera que la comunicación “es un concepto que designa el intercambio de actividad (…), así como sus resultados, ya sean conductas, experiencias, en fin, el intercambio del proceso y resultado de la actividad humana y la cultura”, ya que “en la comunicación se sintetizan en unidad orgánica los conocimientos, los valores y la praxis social e individual” (Pupo, 2006: 63), lo que permite asumir la actividad comunicativa como un tipo específico de actividad.
A su vez, en concordancia con Rodríguez (2001: 100-101), se asume que la dialéctica objetiva determina la subjetiva, o sea, “la dialéctica del contenido del pensamiento determina la dialéctica de sus formas”; así, tanto las categorías, como las leyes y principios de la lógica dialéctica constituyen formas discursivas del pensamiento, de modo que su examen “permite esclarecer los fundamentos lógico-gnoseológicos del conocimiento y de la actividad práctico-revolucionaria contemporánea”.
De este modo, tanto en el proceso de socialización como en el de individualización, el conocimiento y dominio de la lengua resultan aspectos indispensables para una comunicación e inserción social eficientes.
De este modo, se considera que, de manera particular, en la realización del lenguaje en la sociedad el conocimiento léxico ocupa un lugar preponderante, ya que para llevar a cabo prácticas socioculturales. En suma, para producir cultura se necesita, ante todo, de una adecuada disponibilidade léxica. Téngase en cuenta que la lengua es el primer acercamiento del ser humano a la realidad y el léxico es el reflejo de esta.
Al respecto, Martí destacó la interinfluencia entre pensamiento y lenguaje (Domínguez, 1990: VII), donde la palabra constituye el eslabón básico del sistema de modelación primario que contribuye al logro eficiente de los procesos de comprensión y producción discursivas. Y apuntó que no “hay nada mejor para agrandar y robustecer la mente que el uso esmerado y oportuno del lenguaje” (Domínguez, 1990: 39).
Para Figueroa (1983), por su parte, el nivel lexical resulta central y el más directamente ligado a la vida social, y junto con el sintáctico sirve de sostén al pensamiento. De esa manera el conglomerado total de significados adquiere relevancia para lo social y se manifiesta en las relaciones socioculturales.
El léxico está condicionado por los cambios sociales, políticos, culturales o económicos que se suscitan tanto a nivel individual como social; todo lo que existe es nominado y significado a través de las unidades léxicas, tiene su reflejo en el vocabulario. De esta manera, en el proceso de enseñanza-aprendizaje del léxico la relación individualización-socialización resulta imprescindible. Se debe partir del componente motivacional del individuo para lograr la asimilación objetiva de las unidades contextualizadas, que constituirán su competencia léxico-semántica, el reflejo de la realidad asimilada en su cosmovisión.
A su vez, la pertenencia de ese individuo a un grupo social presupone que se compartan en su interior conocimientos, ideologías, normas y valores, representaciones sociales que son connotadas a través de usos léxicos específicos.
En la concepción pedagógica martiana, fundamento de la Educación cubana, “El fin de la educación no es hacer al hombre nulo, por el desdén o el acomodo imposible al país en que ha de vivir; sino prepararlo para vivir bueno y útil en él”. De este modo, en las ideas del Apóstol, de profunda raigambre lingüística, el proceso de enseñanza-aprendizaje del léxico como parte sustancial de la lengua constituye el reflejo de la realidad histórico-social, forma parte de la cultura, es su vehículo de transmisión y se convierte en un mediador instrumental para el desarrollo de la cultura general que le permite al individuo insertarse en la sociedad y servir a ella.
Una revisión sobre el tema de la relación ciencia-cultura nos conduce a afirmar que las ideas que la han circundado han estado a menudo disociadas. Por ejemplo, Castro Díaz-Balart (2001) afirma que es un hecho que la sociedad no reconoce los valores culturales de la ciencia, ya que para la mayoría de los ciudadanos ciencia y cultura son términos que se contradicen y excluyen mutuamente.
Al respecto, Núñez (2007: 34) refiere que "no lo deberían estar si interpretamos la cultura como el espacio de toda la actividad creadora de los hombres, expresiva de su libertad. Examinar los rumbos de la creatividad y sus obstáculos es decisivo para entender las diferentes sociedades, sus tendencias de desarrollo, su vitalidad y capacidad de respuesta al reto que plantea el ambiente físico y social y las relaciones competitivas o hegemónicas que entre ellas se establecen. Para responder a esta expectativa, la cultura deberá pensarse como el proceso de asimilación, producción, difusión y asentamiento de ideas y valores en que se funda la sociedad; es el conjunto de representaciones colectivas, creencias, usos del lenguaje, difusión de tradiciones y estilos de pensamiento que articulan la conciencia social, es el ámbito en que se producen y reproducen nuestras formas de vida y nuestra ideología; vista así la cultura es un mecanismo de regulación social”.
De este modo, ha quedado manifiesta la implicación social de la ciencia y la cultura, pero, ¿cómo se relacionan ambas?
La respuesta a esta interrogante conduce por varios caminos. Núñez (2007) expone al respecto que en el interior de la cultura la ciencia se comporta como una subcultura sostenida por un tipo de actividad particular, la actividad científica, de sus grupos practicantes. Como cualquier otra, la actividad científica posee sus propias características y su desarrollo responde, más que a incentivos personales, a la educación que tiene lugar en su interior.
No hay dudas de que la ciencia es un fenómeno sociocultural complejo que posee sus propias fuerzas motrices, lo que la aleja de todo condicionamiento casual lineal y mecánico entre ella y la sociedad.
La ciencia tiene su propia eficacia, autonomía relativa y capacidad de influencia sobre las restantes actividades e instituciones sociales. Es capaz de acceder a la vida material y espiritual de la sociedad, penetrándola y permitiéndose actuar como un factor decisivo en el desarrollo de esta.
¿Y qué es la vida material y espiritual de la sociedad? Se trata, en efecto, de la cultura, del conjunto de valores materiales y espirituales que ha creado la humanidad a través de los siglos.
Para Valdés (2007: 1) “la cultura material está constituida por los valores materiales, las fuerzas productivas y los vínculos que se establecen entre los seres humanos en las relaciones de producción que, a su vez, generan las económicas y las sociales”. La cultura espiritual, por su parte, “está representada por toda una gama de resultados obtenidos en el campo de la ciencia, la técnica, el arte, la literatura y la construcción, a lo que se suman los conceptos filosóficos, morales, políticos, religiosos, etcétera”.
El autor citado afirma, además, que la división entre cultura material y espiritual es relativa, pues la elaboración de objetos o instrumentos de trabajo o de cualquier tipo es imposible sin la participación del pensamiento; mientras que el resultado de la producción espiritual —ideas, normas, preceptos, imágenes— tiene una determinada forma material de manifestarse —libros, esculturas, notas musicales, diseños, cuadros, gestos. (Valdés, 2007)
La búsqueda de la coherencia en las relaciones entre las categorías conduce a la siguiente interrogante, ¿qué lugar ocupa la lengua dentro de la cultura?
Generalmente cuando se habla de cultura no se advierte la presencia de un importante elemento que, a la vez que es parte de ella, cumple con una función elemental, sirve para que esta se manifieste. Se trata del lenguaje.
Aunque es frecuente alternar sinonímicamente las categorías lenguaje y lengua, se considera oportuno precisar sus definiciones antes de abordar el papel de ambas como elementos de identidad cultural, en tanto el lenguaje de la ciencia ha de ser necesariamente monosémico.
Para Sapir (1974), el lenguaje es la forma acabada con que se expresan todas las experiencias susceptibles de comunicación, que puede sufrir infinitas variaciones en cada individuo, sin que por eso pierda sus contornos característicos; como todo arte, el lenguaje se está remodelando incesantemente y constituye la obra gigantesca y anónima de incontables generaciones.
A su vez, el lenguaje es definido por Marx (apud Figueroa, 1983) como la envoltura material del pensamiento debido a su doble función, comunicativa o semiótica y cognoscitiva o noética, que revela su íntima relación con el pensamiento, con lo que destaca la relación dialéctica entre ambos generada en el proceso de aprehensión y transformación de la realidad y, de modo general, en la comunicación: la actividad noética se nutre de la actividad sensoperceptual, que le aporta sus contenidos de base a partir de la relación ser humano-medio; mientras que la actividad semiótica acompaña a la praxis como elemento instrumental y, mediante un proceso de interiorización, enriquece la actividad noética.
El lenguaje se considera la capacidad humana que permite transmitir los pensamientos, por tanto, forma de comunicación por excelencia que surge de la vida en sociedad. De ahí su carácter eminentemente social.
La lengua, por su parte, constituye el sistema de signos lingüísticos creado por cada comunidad para el ejercicio de la facultad del lenguaje. Es un código, un conjunto ordenado e integrado de elementos (signos lingüísticos), que permiten la estructuración de los mensajes particulares.
Para Roméu et al. (2013: 3) constituye un sistema, cuyos componentes están unidos mediante relaciones de solidaridad y dependencia; los signos articulados constituyen las unidades del sistema y la relación de los elementos que lo integran determina su estructura. A la lengua se le denomina también idioma y se considera una abstracción, ya que existe solo en los hablantes que la usan, es decir, en el habla, que constituye la realización concreta de la lengua por cada uno de los hablantes.
Una lengua es la manifestación particular en una determinada comunidad de individuos de esa facultad general y específica de los seres humanos que es el lenguaje. El lenguaje es, pues, conceptualmente más amplio, ya que abarca la suma de imágenes verbales, con sus reglas de relación y funcionamiento, y el fenómeno humano del habla.
En el proceso de formación inicial del profesor de Español-Literatura, es necesario destacar que su aspiración de convertirse en hablante culto trasciende lo individual, dada su misión social. Es un sujeto que aprende para sí y que aprende también para enseñar a aprender a otros, de modo que para contribuir a su transformación necesita hacer un uso eficiente de la facultad del lenguaje y dominar de manera eficiente su lengua materna. Debe, a su vez, conocer y saber usar competentemente un número considerable de palabras en cualquier contexto de interacción comunicativa; o sea, debe ser portador de una adecuada disponibilidad léxica.
De manera general, es posible afirmar que existe una estrecha relación entre la ciencia, la tecnología, la educación y la cultura —y la lengua como parte de esta, como su vehículo de transmisión— que tienen su reflejo en la sociedad.
El lenguaje como actividad libre del ser humano y también como producto de esa actividad constituye, sin dudas, un fenómeno cultural. Todo acto lingüístico es un acto creador que se funda en un saber; en cuanto acto creador, el lenguaje posee todas las características de aquellas actividades creadoras del espíritu, cuyos resultados no son materiales o en que lo material no es determinante, y que se llaman conjuntamente cultura.
Cuando analizamos el lenguaje estamos ante una forma de cultura, quizás la más universal de todas y la primera que distingue inmediata y netamente al hombre de los demás seres de la naturaleza. En consecuencia, la lengua constituye un importante instrumento para la educación, si no el más importante, al considerarla per se como cultura, a la vez que condición previa para el desarrollo de esta.
Como se ha expresado anteriormente, existen ineludibles nexos entre la ciencia, la educación y la cultura, de ahí que la actividad investigativa sea consustancial a la Educación Superior. A su vez, el quehacer de la ciencia tiene su sustento en el método científico, definido por Lage (2001: 189) como “una adquisición de la cultura que, como forma de conocimiento, puede y debe estar al alcance de una proporción cada vez mayor de los seres humanos”.
Las relaciones socioculturales se establecen como instrumento de mediación entre el lenguaje y el conocimiento. Sobre la base de esa dinámica se internalizan los recursos léxicos que, a la vez, configuran la competencia léxico-semántica. La mediación se realiza a través de la contextualidad, que se nutre de la conciencia lingüística del sujeto en relación con el conocimiento que él logra del mundo.
La conciencia lingüística es entendida como “la capacidad del hablante de identificar a través de la lengua las características socioculturales de las personas a partir de sus discursos, así como el respeto hacia la lengua materna y la valoración de esta, de sus normas y usos correctos, y su defensa como base de la identidad cultural” (Domínguez, 2011: 5).
Esa configuración se produce mediante la selección y el reacomodo del comportamiento comunicativo de acuerdo con las exigencias de la práctica social. Así, la selección y el reacomodo suponen la planificación léxica y su producción es más o menos completa, de acuerdo con la calidad del proceso de planificación.
El léxico repercute sobre el desarrollo cognitivo, afectivo y social y desempeña un papel fundamental en el proceso de aprendizaje, pues la cantidad y calidad de palabras conocidas condicionará las habilidades para la producción de significados; además, constituye el vehículo de transmisión de la cultura, de la relación lengua-mundo y un elemento central en la configuración de la cosmovisión individual.
El léxico posee dimensiones que abarcan cuestiones antropológicas, sociológicas, psicológicas y puramente lingüísticas que influyen en la comunicación y que, por tanto, deben ser consideradas en su didáctica.
Por tanto, el proceso de enseñanza-aprendizaje del léxico debe integrarlas en función de su importancia para la interacción comunicativa, en la aspiración máxima de convertir a los profesores de Español-Literatura en individuos cultos, portadores de una modélica competencia comunicativa que les permita dirigir el proceso formativo en su rol como profesional de perfil amplio y también en lo personal.
CONCLUSIONES
La lengua constituye una entidad simbólica de alta complejidad, un bien que es a la vez individual y social y que heredamos de generación en generación con su carácter unitario en lo diverso.
La variedad cubana del español constituye un importante factor preservador de la identidad cultural de la nación y es un logro histórico social del pueblo cubano, que en su devenir hizo suyo el español hispánico adaptándolo a nuestras necesidades de existir, de sentir, de manifestarnos y comunicarnos, y lo moldeó hasta convertirlo en una modalidad específica de una lengua multinacional.
Por ende, la lengua española en su variedad cubana, nuestra lengua nacional, es el soporte idiomático de nuestra cultura y ella misma trasluce el proceso gestor de la nación que la habla.
De ahí que en una época como la nuestra, signada por la globalización, debamos estar muy atentos a la evolución de la variedad cubana del español, fundamentalmente en cuanto al estado en que la entregaremos a las futuras generaciones. Y esa preocupación deviene responsabilidad no únicamente de lingüistas, en su misión de describir su estado o en el llamado de atención respecto de algún fenómeno particular.
La responsabilidad es de todos los cubanos, pero sobre todo de maestros y profesores que nos servimos de ella y servimos a ella en nuestra actividad, al transmitir y fomentar la cultura en su más alta expresión.
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