Gerardo Daniel Juárez *
Universidad ICEP. México
gerardo.juarez@outlook.com
Abstract
El presente artículo muestra algunas problemáticas que se viven dentro del sistema educativo, en asignaturas o temas no saldados y la pretensión de competir contra naciones en otro nivel de desarrollo y cómo la educación tanto básica como universitaria, no están preparando para dicho cometido. El ensayo es prácticamente una propuesta de discusión, a fin de ir diseñando el futuro que queremos, anclado en la innovación tecnológica, pero con el alto sentido humano que corresponde a las universidades.
Keywords: Innovación, Tecnología, Patentes, Educación Superior, Educación Básica, PISA.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Gerardo Daniel Juárez (2018): “La universidad que queremos”, Revista Atlante: Cuadernos de Educación y Desarrollo (mayo2018). En línea:
https://www.eumed.net/rev/atlante/2018/05/launiversidad-quequeremos.html
//hdl.handle.net/20.500.11763/atlante1805launiversidad-quequeremos
El presente artículo pretende iniciar una discusión respecto de la identidad que debe guardar una institución universitaria, considerando que la obsolescencia del conocimiento y la tecnología parecen ocurrir más constantemente de lo que se acostumbraba.
En este sentido, se pretende exponer algunas ideas trazando futuros deseables, y dejar a los académicos la reflexión, de cuál ha de ser aquel curso de acción que vamos a elegir, para construir la educación que necesitamos, para un futuro, que aún no está configurado.
Esta discusión no la estimo como nueva, de la revolución industrial a principios del siglo XX, de inicios del siglo XX a la II Guerra Mundial, y de ésta a la era espacial, los cambios también fueron sucediéndose a una velocidad mayor a la ocurrida antes de la revolución industrial.
Es importante que como universitarios, tengamos la apertura a las nuevas ideas, a los proyectos de innovación, sí, pero también a la reflexión filosófica, al diseño de modelos de futuro, y que encaminemos hacia allá los esfuerzos pedagógicos.
Una parte muy importante en los procesos de enseñanza – aprendizaje, la constituye el diseño curricular, cuyo peso es evidente. Asumiendo que esté bien realizado, en el diseño curricular se plasma la filosofía y propósitos de la institución educativa, en un acto concreto: el acto educante.
Pero, ¿quién decide qué es lo que hay que enseñar? ¿Qué saberes actuales serán útiles para los adultos del futuro?
Por años, se siguió la fórmula básica: las personas deben saber leer, escribir y hacer cuentas.
Sin ahondar en las problemáticas propias de la enseñanza del lenguaje y las matemáticas, ampliamente documentadas en los reportes que se han elaborado sobre las pruebas estandarizadas internacionales, es claro que como nación, al menos México, no puede garantizar al cien por ciento, que sus egresados de primaria, estén alfabetizados en los parámetros de lectoescritura y matemáticas, que corresponden a los alumnos en sus 12-13 años, que es la edad promedio en la que egresan del nivel.
Visto de este modo, hace mucho que se advierte (Guevara Niebla, 1992) que el sistema educativo no está cumpliendo sus finalidades. Diagnósticos van y vienen, y lo único cierto que se tiene, es que no se está dando el aprendizaje, al menos, no como se supone que fue planeado. Tenemos el efecto pero, ¿cuál es la causa?
Este asunto no es de poca monta, porque no se trata solo del desperdicio de horas laboradas, de los trayectos, de los costos escolares y los materiales de estudio. La verdadera tragedia en esto, es la evidente debilidad intelectual que mostrarán nuestros jóvenes impreparados, ante un futuro que precisamente exige, una disposición permanente al aprendizaje.
González-Mora (2001), ya advertía que siendo las potencialidades humanas la riqueza de un país, su desarrollo es la principal tarea a realizar, sea a nivel individual o social. Yo puedo aceptar que en el nivel individual o micro social, muchas personas y familias se ocupan del desarrollo integral o al menos de varias vertientes de sí mismos, o sus hijos, si es el caso, sin embargo, cuando aterrizamos en las iniciativas colectivas -llamémosle propiamente gubernamentales-, que se supondría atienden a los más desfavorecidos económicamente, han desarrollado una tendencia de ineficiencia e ineficacia.
María de Ibarrola (2012) al referirse a los problemas que arrastra el sistema educativo lo dice con suma claridad: “parecieran ser siempre los mismos: problemas de cobertura; problemas de calidad; de "gestión inadecuada"; de recursos insuficientes”.
Referirme a las problemáticas cuasi-perennes del sistema educativo mexicano, es simplemente para dar contexto a la respuesta que deseo proponer a la pregunta de este apartado, básicamente por lo siguiente: si no hemos sido capaces de garantizar un aprendizaje básico, ¿cómo pretender desempeños superiores y competitividad internacional.
No faltará quien diga que hay mexicanos egresando de Harvard, de Oxford, de Yale, de la Complutense, que algunos trabajan en Google, que hemos tenido astronautas, chicos que ganan un concurso de robótica, que tenemos exitosos directores y fotógrafos en la industria del cine en Hollywood, que por ello somos competitivos.
No revolvamos las cosas, una cosa es que haya logros individuales, y otra que existan logros a nivel sistema (que se supone que invertimos en un sistema educativo).
Si bien existe la posibilidad de que algunos mexicanos puedan desarrollarse exitosamente frente a otras naciones, no cabe duda. Que una muestra equiprobabilística de mexicanos pueda competir en un dual-meet con una muestra de iguales condiciones de Japón, Alemania o España y obtener buenos resultados, no estoy tan seguro.
Según nos relata Villafranco (2016), la OCDE ha identificado seis factores que inciden en el bajo rendimiento escolar:
Así las cosas, el tema del que se habla es: Desigualdad.
La desigualdad se perpetúa, y salvo casos que contra todos los pronósticos, estudiando y trabajando, o con el apoyo de alguna subvención, algún alumno logra superar la desigualdad, esto no es la regla, y por supuesto, el camino no debería ser tan tortuoso.
Desde la comodidad de vivir en una ciudad, o de tener salarios que superan en 5 o más veces el mínimo legal, es muy fácil pontificar sobre cuáles deben ser los propósitos de aprendizaje y decir que incluso en nuestras escuelas no existe esa problemática, pero el golpe de realidad que han significado las cuantiosas inversiones en materia de remediación de la infraestructura educativa, nos dice otra cosa.
En los últimos cuatro años, el gobierno mexicano ha invertido alrededor de $2,400 millones de dólares al efecto (Nájar, 2017), y ello no ha significado –aún- una mejora en los resultados educativos.
Si bien la inversión educativa es importante, y también el que se invierta en formación y actualización docente. Los problemas educativos van más allá, primordialmente en temas curriculares.
En este tópico, donde se decide qué es lo que debe saber un alumno, tiene su propia complejidad.
Referí al inicio de este documento, que la obsolescencia tecnológica es algo que cambia casi a diario, lo que requiere aplicar constantemente innovaciones.
Si de nuestra juventud evaluada por PISA, tenemos que “menos del 1% de los mexicanos mayores de 15 años, logran buenos resultados en ciencias, matemáticas o lectura” (Expansión, 2016), ¿cómo pretendemos que puedan competir de tú a tú con cualquiera?
Estamos en un problema monumental. Por un lado, no podemos garantizar un aprendizaje básico importante a nivel país, por el otro, algunas naciones han dado pasos serios en la formación básica, y ésta, es el cimiento para desarrollar profesionistas competentes.
Por otro lado, y aún con la automatización fabril enfrente, al no tener conocimientos, nuestra mejor perspectiva a nivel nación es tener trabajos con mano de obra intensiva.
¿Qué enseñar? Aquello que sea útil no para ahora, sino para mañana, enseñar a los jóvenes un pensamiento divergente, creativo y crítico, que les permita aportar, mediante la innovación, conocimientos que les garanticen un espacio en el mercado internacional de mercancías, aceptando el trabajo como tal.
Aún en el supuesto que en la división internacional del trabajo se haya decidido que México sólo aporte trabajo agrícola y mano de obra barata en las maquiladoras, no podemos condenarnos a vivir eternamente sojuzgados a los designios del capitalismo mundial, debemos encontrar nuestro lugar, nuestra tecnología y asegurarnos de que los jóvenes realmente adquieran competencias necesarias para la vida y el aprendizaje continuo, y que tengan la capacidad de innovar a niveles comparativos con otros países, no siendo sólo consumidores de los avances tecnológicos.
Poniéndolo en contexto, según un análisis de la OCDE de 1994 a 2012 (Gobierno de México, 2017), México siempre ha sido deficitario en la Balanza de Pagos Tecnológica (BPT), que mide las transferencias de dinero, por pagar el uso de tecnología y patentes extranjeras, mientras que España y Alemania fueron mejorando de ser deficitarias a ser superavitarias, en tanto que Estados Unidos, Japón y Reino Unido, siempre han sido superavitarias en el período de referencia (OCDE, 2013). Así las cosas, el comportamiento reflejado en esta balanza se explica de una sola manera: país que tiene tecnología, país que puede venderla y generar recursos.
Los países que carecemos de ella, debemos pagar regalías, uso, y la asistencia extranjera, sacando de nuestro país las divisas, para pagar por dichos servicios.
La cosa es muy clara: se requieren innovadores, ¿los tenemos? ¿O estamos preparando simplemente piezas para el modelo de producción de mano de obra intensiva? Es claro, seguimos preparando para la manufactura, en vez de la mente factura. En vez de trabajar con ideas y tecnología, seguimos preparando personas “para la talacha1 ”.
Todo trabajo es digno, muy cierto, pero desafortunadamente, no todos los trabajos son bien remunerados, y las empresas, en su vorágine por lograr los resultados financieros que se les piden, tienden a disminuir los costos, conteniendo los de mano de obra.
Si queremos un futuro promisorio para nuestros jóvenes, y un poco de tranquilidad económica para los beneficiarios de los sistemas de pensión y jubilación, se requiere crear un polo de tecnología y conocimientos, que apalancado en esto, produzca beneficios económicos y un círculo virtuoso de riqueza.
Habrá quien pueda decir, que los intentos de parques tecnológicos en Querétaro, Guadalajara y Monterrey, con sus clúster de electrodomésticos, aviación y electrónica son cosas que ya se están haciendo.
Sí, de hecho se están haciendo, el problema grave que tienen es la falta de talento para cubrir las plazas que se requieren para operar las industrias. Se habla que México tiene un déficit de 30 mil ingenieros (Moreno, 2017), y si las industrias los necesitan y no los tienen en el país, ¿para quién será el beneficio de esas plazas? Si se da, obviamente, para los profesionistas que a nivel mundial deseen ejercer su práctica en México.
Este ejemplo, nos permite conocer la dimensión e importancia de las cifras de PISA, no es sólo que nos perjudique salir mal en la foto, al obtener los últimos lugares del ranking. Lo que nos perjudica es que no estamos formando personas para el futuro, y sin tecnología propia, ni perspectiva de trabajos de altos salarios (hablo otra vez a nivel general), nos estamos dirigiendo a un círculo vicioso de pobreza.
Ya alguna vez Delors (1996) y Morín (1999), describieron su perspectiva sobre la educación en sus textos “La educación encierra un tesoro” y “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, por otro lado, en un punto de vista más concreto, menos subjetivo, la Unión Europea lanzó el proyecto Tuning, para establecer bases comparativas y literalmente “afinar” la educación2 .
Más allá de todo lo comentado, es claro que para tener una buena educación universitaria, y que la matrícula se enfoque a las carreras que necesitamos, se requiere tener un buen fundamento, y ese solo lo da la educación básica.
En la reforma educativa más reciente lanzada en México, se pretende articular ya debidamente los saberes, en un sistema de educación básica que va desde el preescolar a la educación media superior, aún y considerando que se logren sus propósitos, el camino que queda por andar es azaroso.
Según datos de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), las universidades públicas concentran el 67% de la matrícula, mientras que las particulares atienden al 33% de los 4 millones y medio de mexicanos que concurren a la educación superior (ANUIES, 2017).
De todas ellas, una buena parte cumple acaso los mínimos para otorgamiento de autorización y reconocimiento de validez oficial (RVOE), y son instituciones enfocadas en la enseñanza, es decir, sin innovación, dedicadas a reproducir un conocimiento probablemente obsoleto, ante la dinámica de la tecnología y el mercado.
Laura Islas (2017) nos informa que en México “se contabilizan 2 mil 180 escuelas de nivel superior públicas y 3 mil 163 privadas”, en tanto que la Federación de Instituciones Mexicanas Particulares de Educación Superior (FIMPES), tiene afiliadas alrededor de 109, algunas con sistema multicampus. De todas ellas, 86 están acreditadas, es decir, reúnen un estándar de calidad superior al puro otorgamiento del RVOE, lo cual reflejaría un 78% de instituciones acreditadas. (FIMPES, 2017).
Viéndolo desde esta perspectiva, es ínfima la cantidad de instituciones particulares con estándar de alta calidad, un 2.7% del total. La pregunta es, ¿podemos abordar el futuro con tan pocas instituciones de calidad y una educación básica deficiente? En este análisis no se incluyen las universidades públicas, éstas tienen sus propias problemáticas que abordaré en subsecuentes colaboraciones.
Me enfoco en cifras de las privadas, porque se asumiría en la lógica de mercado que surgen para ofertar bienes y servicios en mercados que otros no pueden o no quieren atender, y muchos comparten la noción de que lo privado es mejor que lo público.
Pero en general, más allá de la división de privadas y públicas, ¿qué universidades preparan para el futuro? ¿Cuál es el enfoque que debe tener la universidad de cara al futuro?
Las grandes universidades tienen plantillas docentes de primer nivel, trabajan un currículo flexible y están enfocadas a trabajar cada materia con proyectos de innovación tecnológica, ¿qué pueden hacer las universidades de no tan gran tamaño y por tanto sin tantos recursos financieros disponibles? Encontrar un punto de apoyo, una palanca para mover su crecimiento, y trabajar sobre ello.
Si una universidad desarrolla expertisse en un tema, debe asociarse a través de redes académicas e industriales, con otras instancias que estén en búsqueda similar y trabajar en pro de dicho objetivo.
A lo que deben dirigirse, es a producir conocimiento rentable, es decir, proyectos de innovación tecnológica, susceptibles de patentar y vender, para con esos recursos, seguir invirtiendo en el desarrollo institucional.
La universidad que se requiere, es una universidad protagonista en lo científico y tecnológico, pero dotada de un sentido humano y un énfasis en la formación, no en la habilitación de mano de obra, creo que debemos ser más que eso.
Para participar activamente del quehacer educativo mundial, como protagonistas y no como comparsas, el sistema educativo requiere enfocarse en llenar el gap existente entre nuestra realidad, contra un ideal estándar, y en trabajar un currículo enfocado en la innovación y desarrollo tecnológico.
Ambas vías nos deberían llevar, si queremos que esto funcione a:
Ser educador no es fácil, menos en tiempos como los actuales de constante cambio, de complejidad y caos.
No tenemos muy en claro hacia dónde va el futuro, porque precisamente hemos sido comparsas y no actores principales o constructores de él. Lo que sí podemos establecer, es que más que información, los alumnos requieren formación, como seres analíticos, éticos, creativos e innovadores, para lo cual necesitamos docentes con las referidas características, y ya sea que utilicemos la tele-formación o los tengamos presencialmente, cada escuela o universidad debe abastecerse de talentos para realizar dicha formación.
Así las cosas, queda sembrada la idea: si queremos cambiar algo, hay que iniciar por cosas muy concretas, pero realizables, logros que puedan ser pequeños, pero que nos lleven a un camino. Construir día con día ese futuro que deseamos para que la universidad retome el papel protagonista que le corresponde en el mundo científico y tecnológico, siempre con un enfoque humano, ésa es la tarea.