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Observatorio de la Econom�a de la Patagonia

PRESUPUESTO Y EMPLEO P�BLICO:
CONSIDERACIONES PARA UN ENFOQUE REGIONAL

por Miguel A. Mastroscello

 

 

Introducci�n

La producci�n y el consumo de bienes y servicios, junto con la distribuci�n de los ingresos generados, conforman el proceso econ�mico, el cual es llevado a cabo por los agentes econ�micos a los cuales la doctrina suele clasificar en dos grandes sectores institucionales, a saber:

         el sector privado, que involucra tanto a las familias u hogares (las llamadas econom�as dom�sticas) como a las empresas. Las primeras son las que llevan a cabo el consumo de los bienes y servicios generados por la actividad econ�mica, y adem�s son las propietarias de  los factores productivos indispensables para su obtenci�n; las empresas, por su parte, son las unidades productivas por excelencia, que utilizan esos factores para elaborar y vender bienes y servicios.

         el sector p�blico, que comprende la actividad econ�mica de los distintos niveles del gobierno (en el caso argentino: nacional, provincial y municipal) y a los tres poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Al llevar a cabo sus funciones, el gobierno puede actuar tanto consumiendo como produciendo bienes y servicios

 

Antes de continuar, es preciso se�alar que modernamente se reconoce la existencia de un tercer sector (as� denominado) de agentes econ�micos, que proveen bienes y servicios aunque no act�an dentro del paradigma comercial de la empresa privada, y que asimismo no pertenecen al Estado. Son las llamadas organizaciones de la sociedad civil o no gubernamentales, conocidas por ello como ONGs, cuyo papel en servicios tales como los de la educaci�n, la salud y la asistencia social est� creciendo sostenidamente en todo el mundo. Lo mismo ocurre en la Argentina, donde adquieren las formas jur�dicas, siendo las principales las de �asociaci�n civil�, �cooperativa� y �fundaci�n�.

 

La discusi�n doctrinaria

 El rol del sector p�blico en la actividad econ�mica es un motivo de fuertes divergencias entre los economistas.  Los que adhieren a los postulados de la econom�a cl�sica sostienen que el Estado debe limitarse a garantizar las condiciones de competencia y solamente justifican su intervenci�n para corregir eventuales distorsiones en las mismas. Al igual que  en lo atinente a los factores productivos, esta manera de ver el asunto debe atribuirse a la �poca en que escribieron los m�s prominentes autores de esa escuela de pensamiento, como Smith, Ricardo, Mill y Say, entre otros: por entonces el mundo presentaba las caracter�sticas descriptas en sus textos, ya que dichos factores se mov�an libremente,  la demanda y la oferta de bienes estaban atomizadas (muchos y peque�os consumidores y productores), los art�culos ten�an homogeneidad (en el sentido que a un consumidor le resultaba indiferente comprar el bien producido por una u otra empresa) y los precios mostraban un comportamiento flexible. En consecuencia, no hab�a �en la teor�a como en la pr�ctica� motivos para que se produjeran crisis econ�micas, lo que justificaba la idea del Estado gendarme forjada por aquellos te�ricos. La denominaci�n de liberales con que se los conoce, tiene su origen en el apoyo que daban a la instituci�n del mercado como herramienta para tomar las decisiones econ�micas b�sicas, a la cual conceb�an como un �mbito donde los particulares acordaban libremente qu�, c�mo y para qui�n producir. Adam Smith ejemplific� esto con su famosa met�fora de la mano invisible del mercado, la cual ir�a guiando a los individuos de tal modo que, al perseguir el inter�s particular de cada uno, orientar�a esos esfuerzos al beneficio general de la sociedad.

Desde el enfoque cl�sico, entonces, s�lo se admite que el Estado sea el proveedor de aquellos bienes cuyo suministro no puede hacerse mediante el mecanismo de mercado, a los cuales se los denomina bienes p�blicos.  Se trata de todo art�culo o servicio cuyo oferente no puede garantizar (a diferencia de lo que ocurre con los bienes privados) que s�lo quienes pagan tengan acceso al mismo. El ejemplo t�pico de los textos pedag�gicos es el del alumbrado p�blico en una ciudad, donde el pago por parte de los contribuyentes de la tasa que cobra la municipalidad para brindarlo, no excluye de su disfrute �ni puede hacerlo� a los vecinos que han incumplido con esa gabela ni a los turistas o visitantes ocasionales que circulan en horas nocturnas por las calles.

Pero las sociedades fueron evolucionando a lo largo del Siglo XIX y el siguiente de un modo que, en muchos aspectos, contradec�a los postulados liberales. El desarrollo del sistema capitalista de producci�n, particularmente a partir de la llamada segunda Revoluci�n Industrial �motorizada por el petr�leo� trajo consigo la gran empresa, la diferenciaci�n de los productos y el surgimiento y crecimiento de las organizaciones sindicales de trabajadores, todo lo cual contribuy� a montar un escenario econ�mico con frecuentes y profundas crisis, que las fuerzas del mercado parec�an incapaces de conjurar por s� solas. Fue el turno entonces de John M. Keynes y de sus seguidores, que hicieron la contribuci�n intelectual de adaptar el esquema te�rico a esa nueva situaci�n. La interpretaci�n keynesiana de la crisis hace �nfasis en la insuficiente capacidad del gasto en consumo e inversi�n de las familias y las empresas (la demanda agregada) para absorber el conjunto de bienes y servicios producidos por la econom�a (la oferta agregada), y plantea soluciones supletorias del sistema de libre concurrencia cl�sico. Expresado tambi�n metaf�ricamente, propugna cebar la bomba de la econom�a por el lado de la demanda, para lo cual no solamente admite sino que estimula �bajo ciertas condiciones� una vigorosa participaci�n del Estado en la actividad; el gasto del gobierno deber� cumplir el papel que no alcanza a jugar el sector privado, y adem�s las autoridades redistribuir�n ingresos y controlar�n a los particulares.

El paradigma keynesiano,  que permiti� a las econom�as de Estados Unidos y Europa occidental, primero, y a las del resto del �mbito capitalista a continuaci�n[1], revertir la Gran Depresi�n de 1930 y transitar m�s de tres d�cadas de crecimiento y relativa prosperidad, estuvo as� �ntimamente vinculado a una nueva concepci�n del papel del Estado, que por sus caracter�sticas fue denominado intervencionista. En efecto, los gobiernos fueron avanzando paulatinamente en el ejercicio de su poder coactivo, llevando a cabo controles de precios y de salarios, regulaciones de ciertas actividades econ�micas (empezando por las que presentaban caracter�sticas monop�licas), planificaci�n de las inversiones y las radicaciones de las empresas, y hasta pasaron a tener a cargo actividades productivas en forma directa. En la Argentina, por ejemplo, el intervencionismo estatal se extendi� hasta conformar el Estado empresario, primero en rubros cr�ticos como la producci�n energ�tica y la de otras ramas complejas (en t�rminos de tecnolog�a y requerimientos de capitales), y se fue ampliando luego al transporte, los servicios p�blicos y, en general, a un conjunto de m�ltiples y diversas actividades, tanto de bienes como de servicios.

Tal concepci�n del Estado comenz� a tener dificultades hacia mediados de la d�cada de 1970, cuando surgieron los problemas de financiamiento de los recurrentes d�ficits fiscales que este tipo de pol�ticas generaban, lo cual  se acentu� pocos a�os m�s tarde cuando las profundas modificaciones en los transportes y las comunicaciones conocidas gen�ricamente con el nombre de globalizaci�n, determinaron que la actividad empresaria se viera afectada por la alta presi�n impositiva que el esquema conllevaba. Se verific� entonces un resurgimiento de la tradici�n cl�sica, sustentada por los llamados neoliberales (como los integrantes de la escuela monetarista de Milton Friedman, profesor de la Universidad de Chicago,  y los  economistas del lado de la oferta, que tienen en Arthur Laffer a uno de sus principales referentes), quienes en cierta forma propusieron la vuelta al Estado gendarme.

La d�cada de los noventa en el siglo pasado fue la del achicamiento del Estado en conjunci�n con los planteos neoliberales, pero el nuevo paradigma result� prontamente cuestionado, gener�ndose una renovada pol�mica que llega al momento presente.

En este punto es necesario reconocer dos caracter�sticas de las econom�as actuales. Por un lado, que distan de parecerse a las sociedades decimon�nicas (al decir del economista y ex ministro brasile�o Antonio Delfim Netto, �hoy el mundo es mucho m�s keynesiano que liberal�[2]), ya que a�n aquellos pa�ses donde el sistema de mercado ha alcanzado un alto grado de desarrollo, cuentan con instituciones y mecanismos fuertemente arraigados mediante los cuales el gobierno interviene en los asuntos econ�micos: los bancos centrales, las barreras al comercio internacional, los subsidios a determinadas actividades productivas, etc. Por el otro,  que el impacto negativo de la excesiva burocracia estatal sobre el libre desarrollo de los negocios, el desmadre del endeudamiento gubernamental y las dem�s distorsiones en el manejo de las cuentas p�blicas, entre las cuales est�n la excesiva presi�n tributaria, la incapacidad para controlar y reducir la evasi�n impositiva (o incluso la ins�lita tolerancia a esta irregularidad) y el clientelismo asociado a la ejecuci�n del gasto en asistencia social y al sostenimiento de estructuras pol�ticas por lo menos poco transparentes, afectan negativamente el desempe�o econ�mico global, el propio desenvolvimiento gubernamental y, consecuentemente, la calidad de vida de la poblaci�n. En todo caso, puede presumirse que la porf�a entre �mucho estado� y �poco estado�, lejos de saldarse mediante una inexistente ley inmutable y sacrosanta, habr� de continuar, y particularmente en el campo extra-acad�mico seguir� influyendo en los procesos de decisi�n de quienes deben dise�ar y ejecutar pol�ticas econ�micas.

 

 

La opini�n

 

 

�En nuestros d�as contin�a la vieja pol�mica, unos pidiendo "m�s mercado" y otros pidiendo "m�s estado". En una sociedad humana viva, en continua evoluci�n, no hay forma te�rica de resolver la cuesti�n. No puede haber una demostraci�n "cient�fica" de qu� proporci�n entre mercado y estado es la m�s conveniente, o la m�s justa. Diversas personas y grupos, con diversas ideolog�as e intereses, son partidarios de una u otra proporci�n. Se llamen liberales, socialdem�cratas, conservadores, progresistas, laboristas, comunistas, radicales, de izquierdas o de derechas, est�n simplemente presionando en una direcci�n o en otra, hacia el mercado o hacia el estado, con m�s o menos fuerza.  La organizaci�n que adoptar�n las sociedades humanas en el futuro no est� escrita en ning�n libro sagrado ni determinada por ninguna ley hist�rica: ser� la consecuencia de las decisiones que est�n adoptando en el presente un gran n�mero de individuos y grupos sociales. Muchos confiamos en que ese sistema futuro satisfaga nuestros m�s �ntimos anhelos de solidaridad, cooperaci�n y equidad, que permita la desaparici�n del hambre, la miseria y la marginaci�n y que todo ello sea compatible con el respeto a los derechos humanos y el impulso a la creatividad individual.�Juan Carlos Mart�nez Coll

 

             M�s all� de las pol�micas, hay consenso en que las herramientas al alcance del gobierno para influir en los asuntos econ�micos se resumen en tres agrupamientos: la pr�ctica de las regulaciones, la pol�tica monetaria y la pol�tica fiscal.  La primera surge del ejercicio del poder coactivo del Estado y se ejecuta a trav�s del conjunto de normas de distinta jerarqu�a �leyes, decretos y resoluciones administrativas� mediante las cuales impone pautas de comportamiento a los particulares. La segunda tiene el objetivo principal de garantizar la estabilidad monetaria y de los tipos de inter�s y de cambio, adem�s de entender acerca de la circulaci�n de dinero, ejercer la superintendencia de los bancos y  administrar las reservas de divisas del pa�s.

Por �ltimo, la pol�tica fiscal deriva de la necesidad del Estado moderno de realizar erogaciones monetarias para alcanzar sus fines, lo cual exige la obtenci�n de recursos para hacer frente a las mismas.  La forma concreta en que el Estado determina el monto total y la composici�n de las erogaciones y de los recursos expresa la pol�tica fiscal adoptada.  Por el lado de las erogaciones, son instrumentos de la pol�tica fiscal el gasto del gobierno en los sueldos de su personal y en los bienes y servicios requeridos para el funcionamiento de sus distintas dependencias y organismos (gastos de operaci�n); los pagos a terceros sin contraprestaciones como las jubilaciones y los subsidios (transferencias) y la ejecuci�n de obras de infraestructura y otros mecanismos de inversi�n (gastos de capital).  Por el flanco de los recursos encontramos b�sicamente a los impuestos, a los que �como se detallar� m�s adelante� se agregan otros rubros, tanto de car�cter tributario como no tributario. La diferencia entre el total de erogaciones y el de recursos se denomina super�vit, si es positiva, y d�ficit en el caso contrario.  De esta �ltima instancia deriva la cuesti�n del financiamiento del d�ficit fiscal, inevitable en tanto las distintas dependencias p�blicas no pueden dejar de funcionar, la cual lleva al problema de la oportunidad y cuant�a de la emisi�n monetaria y el endeudamiento p�blico, que son los instrumentos con que se lo atiende.

El an�lisis pormenorizado de esta herramienta excede el prop�sito de este trabajo. Ello no obstante corresponde agregar que, en t�rminos generales, los gobiernos nacionales emplean pol�ticas fiscales expansivas, es decir con bajos tipos impositivos y altos niveles de inversi�n p�blica, para combatir los ciclos recesivos, mientras que �por el contrario� acuden a pol�ticas fiscales contractivas (elevaci�n de las al�cuotas tributarias y reducci�n del gasto estatal) cuando quieren moderar el crecimiento para controlar la inflaci�n. 

La pol�tica fiscal, entonces, tiene como instrumentos el dise�o y el monto del gasto p�blico, as� como de los impuestos y tasas que constituyen su fuente genuina de ingresos. Asimismo, y aunque desde un punto de vista estricto pertenece al campo financiero, la cuesti�n de la deuda p�blica conforma un aspecto importante de esta pol�tica. Esos instrumentos est�n documentados en el Presupuesto p�blico, que con el car�cter de ley rige todos los actos del gobierno que requieren un movimiento monetario; de all� que se considere al presupuesto una  ley de leyes, en tanto constituye  nada menos que la expresi�n financiera del plan del gobierno.

En la Rep�blica Argentina, las provincias no tienen injerencia en la pol�tica monetaria �atribuci�n exclusiva del Banco Central� y poseen una reducida capacidad de regulaci�n de las actividades econ�micas, ya que las principales herramientas de este tipo pertenecen a la �rbita del gobierno nacional. Por lo tanto, resulta de especial inter�s el an�lisis de su estructura presupuestaria, expresi�n de la pol�tica fiscal e instrumento primordial �por no decir �nico� de que se dispone en este nivel de gobierno para influir en la econom�a local.


La herramienta presupuestaria.

             Desde un enfoque pol�tico, el presupuesto constituye la principal herramienta de planificaci�n del gobierno: dado que, como se ha se�alado, para cumplir sus actividades el gobierno necesita dinero, tendr� que prever tanto de qu� manera va a recaudarlo como la forma en que habr� de gastarlo. Se comprende, entonces, que el ciudadano tiene la posibilidad de evaluar la capacidad del elenco gobernante, analizando su capacidad para lo primero y su sensatez y transparencia para lo segundo.

            Desde un �ngulo puramente econ�mico, el proyecto de ley de presupuesto que el Poder Ejecutivo eleva al Legislativo constituye un compendio de los medios �escasos y de uso alternativo� que aqu�l se propone emplear para alcanzar los fines �m�ltiples y de distinta jerarqu�a� que busca alcanzar el Estado[3]. Entrando al plano institucional, cuando en el �mbito legislativo ese proyecto es estudiado, discutido, eventualmente modificado y finalmente aprobado, se lleva a la pr�ctica el principio seg�n el cual el pueblo �a trav�s de sus representantes� determina lo que har� el Estado en esta materia. La importancia de ello para el conjunto de la poblaci�n es evidente, no obstante lo cual el proceso de formulaci�n y debate de esta ley no suele concitar la atenci�n popular que merecer�a.

            Estas dos fases iniciales �programaci�n y sanci�n legislativa�  del proceso presupuestario preceden a otras tres no menos importantes.  La siguiente es la etapa en la que el gobierno lleva a cabo sus actividades con arreglo a lo establecido en la ley; transcurre a lo largo del a�o y se le conoce como la fase de ejecuci�n del presupuesto.  Simult�neamente con ella se lleva a cabo la etapa de registraci�n, en la que se asientan contablemente todos los movimientos financieros a que da lugar la acci�n gubernativa.  Por �ltimo, en la etapa de control se verifica �a trav�s de organismos espec�ficos de auditor�a y, a sus respectivos turnos,  de los poderes Legislativo y Judicial�   que todos los gastos y contrataciones hayan sido llevados a cabo en legal forma.

            La visi�n del presupuesto como un proceso permite comprender que no se trata de un asunto que dependa exclusivamente de la cartera econ�mica del gobierno (la cual, por cierto, desempe�a al respecto un rol principal) sino que involucra a la totalidad de los distintos estamentos estatales. Por ejemplo, la adquisici�n de insumos hospitalarios es resorte del ministerio de salud, que prepara el pliego de licitaci�n, adjudica la compra a los proveedores y lleva a cabo la operaci�n administrativa tendiente a lograr que los materiales lleguen en el momento y la disposici�n adecuados a los diferentes establecimientos.

La t�cnica presupuestaria tradicional admite distintas clasificaciones de las erogaciones, que no son m�s que enfoques diferentes para presentar la misma informaci�n; la preferencia por una u otra depende, como se ver�, de las preguntas que el observador pretenda contestar. En la Argentina se han usado hist�ricamente tres de ellas: funcional, econ�mica e institucional, que pueden ser analizadas como las tres caras de un imaginario prisma del presupuesto de gastos, a saber:

         Clasificaci�n funcional - Es la que permite determinar los montos asignados en el presupuesto a cada una de las finalidades del Estado, tales como defensa y seguridad, servicios sociales, desarrollo de la econom�a, etc. Adem�s, cada finalidad se desagrega en funciones; por ejemplo, la finalidad Servicios sociales se discrimina en las funciones salud, educaci�n, promoci�n social, etc.

Esta cara del prisma responde  la pregunta para qu� gasta el gobierno

         Clasificaci�n econ�mica - Presenta una discriminaci�n entre las erogaciones  corrientes y las de capital, seg�n sus consecuencias sobre el patrimonio del Estado. Las primeras no lo modifican, y comprende los gastos destinados a incorporar bienes de consumo y servicios, dividi�ndose, a su vez, en

-gastos de operaci�n, que son los que se aplican al funcionamiento de la administraci�n (sueldos, honorarios, traslados, vi�ticos, insumos en general).

-los intereses de la deuda, que si bien son pagos  derivados de la existencia de endeudamiento,  no lo disminuyen y por lo tanto tampoco afectan el patrimonio de la administraci�n.

-transferencias, que son gastos sin contrapartidas, tales como las jubilaciones y pensiones de los sistemas de reparto,  los subsidios a sectores carecientes de la poblaci�n, la coparticipaci�n de recursos a otros niveles de gobierno (de la Naci�n a las Provincias y de �stas a los Municipios), etc.

Por su parte, las erogaciones de capital son aquellas que modifican el patrimonio estatal, b�sicamente incorporando bienes que servir�n para llevar a cabo otras actividades: edificios, equipamiento hospitalario, computadoras, etc. Se discriminan a su vez en

-inversi�n f�sica o real, compuesta por los gastos que permiten incorporar al patrimonio (tanto de la administraci�n estatal como del pa�s) un nuevo bien de capital (p.ej. construcci�n de un edificio).

-bienes preexistentes, que son las erogaciones que aumentan el patrimonio del Estado, aunque no el del pa�s. Es el caso de la adquisici�n por parte del gobierno de un edificio que era propiedad de un particular.

-inversi�n financiera, constituida por fondos destinados a pr�stamos, por ejemplo los que se otorgan a particulares para la construcci�n de viviendas.

Por �ltimo, y como ac�pite diferenciado, se detalla la amortizaci�n de la deuda es decir, los pagos de cuotas del capital adeudado, que al disminuirlo tambi�n provocan una variaci�n del patrimonio estatal.

Esta clasificaci�n responde acerca de en qu� gasta el gobierno.

         Clasificaci�n institucional. Agrupa los gastos  a nivel de las distintas jurisdicciones org�nicas: primero por los poderes del Estado, luego por los ministerios  y secretar�as y luego por las restantes unidades administrativas (subsecretar�as, coordinaciones, direcciones, etc.).  Responde a la pregunta sobre cu�les �reas del gobierno efect�an el gasto.

El siguiente es un cuadro sin�ptico donde se presentan las tres clasificaciones aludidas:

 

El prisma de las erogaciones presupuestarias

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Clasificaci�n

Funcional

Finalidades

Funciones

 

Administraci�n

Gubernamental

Legislativa

Judicial

Direcci�n ejecutiva

Administraci�n fiscal

Otras

Seguridad y

Defensa

Polic�a interior

Sistema penal

 

 

 

Servicios

sociales

Salud

Educaci�n y cultura

Deporte y recreaci�n

Ciencia y t�cnica

Trabajo

Vivienda

Promoci�n social

Servicios sanitarios

Otros servicios

 

 

Servicios

econ�micos

Energ�a y miner�a

Transporte

Comunicaciones

Agric. y ganader�a

Industria

Comercio y turismo

Finanzas

 

 

 

Clasificaci�n

Econ�mica

 

Corrientes

Operaci�n

Intereses de la deuda

Transferencias

 

 

de Capital

Inversi�n real

Bs. Preexistentes

Inversi�n financiera

Amort. de la deuda

 

 

 

Clasificaci�n

Institucional

 

 

Poder

Ejecutivo

Direcci�n superior

Mrio. Educaci�n

Mrio. Salud

Mrio. Econom�a

Otros ministerios

Org.descentralizados

Poder Judicial

Poder Legislativo

�rganos de control

 En cuanto a los recursos, la clasificaci�n m�s usual es la econ�mica, que los divide �como en el caso de las erogaciones� en corrientes y de capital.  Los primeros son los que no modifican el patrimonio estatal, y a su vez se agrupan en  tributarios (que son,  esencialmente, los impuestos) y los no tributarios, donde se incluye a la amplia gama de ingresos fiscales que refleja el rol creciente que el Estado ha venido desempe�ando en las sociedades modernas; se trata de las tasas retributivas de servicios (aranceles de los hospitales;  tasas municipales por alumbrado, barrido y limpieza; tasas por inspecciones y habilitaciones comerciales; etc.), as� como de las multas, aplicadas por el ejercicio del poder de polic�a en distintos �mbitos, etc.

El grupo de los recursos de capital comprende a los ingresos que modifican el patrimonio del Estado, como por ejemplo los que tienen como contrapartida la venta de tierras fiscales u otros activos fijos, o el aumento del pasivo p�blico (uso del cr�dito).

El documento presupuestario est� conformado, adem�s de la parte dispositiva,  por un conjunto de planillas donde se presentan los gastos combinando las distintas clasificaciones y en forma convenientemente detallada, de modo de facilitar la labor de los �rganos de control.


El tama�o del sector p�blico.

             La literatura t�cnica recomienda varios mecanismos para medir el tama�o del sector p�blico, siendo el m�s sencillo el que se basa en la proporci�n con que la actividad del gobierno participa en la conformaci�n del PBI provincial; el indicador as� definido, al que llamaremos coeficiente del valor agregado, evidencia si la dimensi�n estatal es significativa,  al compararlo con el aporte que realiza el sector privado a la generaci�n de riqueza. Otro indicador, que acaso resulte un poco m�s refinado para la Argentina y especialmente para el nivel provincial, dada la base estad�stica disponible, es el que relaciona al personal ocupado en el Estado con el de la econom�a en su conjunto, al cual por ello se designa como coeficiente del factor trabajo. Al respecto, conviene hacer una digresi�n.

            El tama�o del Estado en la Argentina est� en buena medida asociado a un elevado n�mero de empleados p�blicos, lo que se verifica pr�cticamente desde sus or�genes o poco menos, y ello debido a causas que se suelen calificar �quiz� eufem�sticamente�  como de �ndole pol�tica. En realidad, el problema deriva, en primera instancia, de un procedimiento para la contrataci�n de agentes p�blicos claramente divorciado del m�s m�nimo criterio de racionalidad administrativa, llevado a cabo no obstante la existencia de una normativa legal estableciendo requisitos (incluyendo, por supuesto, el de la idoneidad)  para el ingreso a la planta de personal,  que repetidamente parece haber seguido la suerte asignada en el Siglo XVI por el conquistador espa�ol Hern�n Cort�s a la Real C�dula que prohib�a la instituci�n de la encomienda: �se acata pero no se cumple�.

La verdadera g�nesis de esta anomal�a ha sido su utilizaci�n como mecanismo de dispensa de favores pol�ticos, a consecuencia del cual las sucesivas camadas de empleados ingresantes con cada elenco gubernativo fueron deposit�ndose �a la manera de �capas geol�gicas�� sobre la estructura estatal. Probablemente por estos mismos motivos, es dif�cil encontrar en el Estado argentino, a cualquier nivel, casos de aplicaci�n org�nica y controlada de mecanismos de evaluaci�n �con premios y castigos� del desempe�o de los trabajadores del sector.

Adem�s de ello, en muchas provincias pertenecientes a regiones d�bilmente integradas �o, directamente, no integradas�  al esquema productivo del pa�s, el empleo estatal ha operado forzosamente como un mecanismo encubierto de subsidio a la desocupaci�n, siendo utilizado como un paliativo para resolver r�spidas cuestiones sociales. En los �ltimos a�os, a ambas caracter�sticas se ha adicionado el nocivo efecto del clientelismo aludido m�s arriba, completando un circuito que en muchos casos fomenta y hasta realimenta la hipertrofia e ineficiencia estatales.

Este panorama se basa en una generalizaci�n que, como cualquier otra, puede estar viciada de cierta dosis de arbitrariedad. Sin embargo, la existencia de honrosas excepciones �durante ciertos per�odos y/o en algunos niveles y/o jurisdicciones� no resta validez al cuadro general descripto.

Volviendo al coeficiente del factor trabajo antes enunciado, se trata de la proporci�n que representa el componente estatal en la utilizaci�n del capital humano por parte de la econom�a en su conjunto. En otros t�rminos, es la relaci�n o raz�n entre el n�mero de empleados en el sector p�blico sobre el personal ocupado por toda la econom�a. N�tese que el denominador, de acuerdo con la definici�n m�s aceptada del factor trabajo, excluye a los patrones y cuentapropistas.

En el cuadro inserto a continuaci�n se presenta una comparaci�n entre los valores de este indicador, calculados para el total del pa�s, por regiones[4] y por provincias,  para los a�os 1991 y 2001:

 

 

Indicador del tama�o del sector p�blico

 

 

Coeficiente del factor trabajo

 

 

Pa�s/Regi�n/provincia

A�o 1991

A�o 2001

 

 

      Total del pa�s

27,9

28,7

 

 

         Regi�n pampeana

24,5

26,2

 

 

Pcia. Buenos Aires

22,5

25,8

 

 

Cdad. Buenos Aires

24,2

22,5

 

 

C�rdoba

27,9

25,1

 

 

Entre R�os

35,4

37,9

 

 

La Pampa

34,7

41,5

 

 

Santa Fe

26,4

28,3

 

 

         Cuyo

30,9

31,8

 

 

Mendoza

28,3

29,8

 

 

San Juan

38,0

35,4

 

 

San Luis

32,3

34,2

 

 

         Noroeste

39,5

39,4

 

 

Catamarca

56,2

52,4

 

 

Jujuy

40,5

41,9

 

 

La Rioja

55,6

52,3

 

 

Salta

35,6

34,4

 

 

Santiago del Estero

38,6

39,7

 

 

Tucum�n

34,3

34,3

 

 

         Nordeste

35,1

40,1

 

 

Chaco

31,9

40,5

 

 

Corrientes

38,6

39,2

 

 

Formosa

49,3

52,7

 

 

Misiones

28,3

34,4

 

 

         Patagonia

38,7

41,3

 

 

Chubut

35,7

36,4

 

 

Neuqu�n

40,5

48,0

 

 

R�o Negro

31,7

33,2

 

 

Santa Cruz

57,0

51,6

 

 

Tierra del Fuego

41,8

44,7

 

 

Fuente: elaboraci�n del autor en base a datos de los Censos Nacionales de Poblaci�n de 1991 y 2001.

 

             Una primera reflexi�n que surge al cotejar estas cifras se refiere al �mbito nacional, y es que contrariamente a lo que podr�a esperarse, teniendo en cuenta el programa de privatizaciones que se ejecut� precisamente en el per�odo intercensal referido, el tama�o del sector para el total del pa�s �medido de esta forma� no s�lo no disminuy�, sino que creci� casi 3%. Incluso en las regiones mejor dotadas de recursos, tanto humanos como materiales, y por lo tanto m�s integradas al conjunto de la econom�a nacional, el indicador tuvo similar comportamiento, creciendo al mismo ritmo que el nacional en el caso de Cuyo y cerca de 7% en la regi�n pampeana. Una primera conclusi�n, que habr�a que corroborar con m�s informaci�n, es que el denominado ajuste fiscal de los a�os noventa probablemente se haya concentrado en la esfera del Estado nacional y no haya sido acompa�ado en las jurisdicciones provinciales, incluso en las m�s importantes. Cabe se�alar que el cuadro precedente ha sido elaborado con datos censales en los que la poblaci�n ocupada por el sector p�blico, no aparece discriminada por niveles (Naci�n-provincias-municipios) sino agregada.

            Continuando el an�lisis, se observa que en la Patagonia el indicador, para los dos a�os considerados, se ubica bastante por encima del nacional, habiendo pasado a ser en 2001 la regi�n en la que el sector gubernamental alcanza un mayor tama�o relativo, superando en este rubro a las dos empobrecidas regiones del norte. Asimismo, se comprueba que en Tierra del Fuego el mismo tiene una dimensi�n significativa, siendo s�lo inferior a los de Neuqu�n y Santa Cruz. Esta �ltima constituye, junto a Catamarca, Formosa y La Rioja, el conjunto de las cuatro provincias en las que el empleo p�blico supera al privado.

            Estos guarismos confirman que el empleo p�blico ha sido en la Patagonia, una herramienta a la que se ha recurrido para suplir carencias en la generaci�n de trabajo formal por parte del sector privado.  En una importante medida, ello debe atribuirse a la escasa integraci�n territorial del pa�s, cuya actividad econ�mica todav�a se concentra mayoritariamente en el �rea que abarca a la regi�n de la Pampa H�meda y las provincias de C�rdoba y Mendoza.  El mantenimiento de esta situaci�n, que a principios del Siglo XX el economista Alejandro Bunge ya expon�a con su �teor�a del abanico�, constituye uno de los mayores fracasos de las pol�ticas econ�micas de diverso signo que se aplicaron en el pa�s. Por cierto, la Patagonia es una de las regiones m�s afectadas por esta malformaci�n, lo cual se manifiesta a trav�s de su baja densidad poblacional y la hipertrofia de su sector primario de producci�n.

 

[1] Recu�rdese que en esa �poca, y  hasta fines de los a�os ochenta, en Europa oriental y vastas zonas de Asia prevalec�an las pol�ticas econ�micas de �ndole marxista, de planificaci�n r�gidamente centralizada. 

[2] De un reportaje publicado en el diario �La Naci�n� de Buenos Aires, el 18 de agosto de 2004.

[3] Esta relaci�n entre medios y fines, extendida a la econom�a en general, es la definici�n de la disciplina modernamente m�s aceptada. La formul� el economista ingl�s sir Lionel Robbins en 1932.

[4] Las mismas se han conformado seg�n el criterio de �regiones estad�sticas� adoptado por el Instituto Nacional de Estad�stica y Censos (INDEC).


Para citar este art�culo puede utilizar el siguiente formato:

Miguel A. Mastrocello: "Presupuesto y empleo p�blico: Consideraciones para un enfoque regional" en Observatorio de la Econom�a de la Patagonia. En http://www.eumed.net/oe-pat/
 


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