Irene Lara Cuevas
Resumen:
El presente trabajo aborda el estudio de las tipologías joyeras usadas en la corte española desde el siglo XVI hasta la década de 1630, valiéndonos para ello de las representaciones -casi fotográficas en algunos casos por su extraordinario detallismo- realizadas por los pintores de cámara Antonio Moro, Alonso Sánchez Coello y Juan Pantoja de la Cruz. Se estudia qué es una joya, su función y sus valores asociados, como también su diseño y estética, descartando las tipologías menos comunes o las que gozan de menor consideración. Además se describirán las joyas masculinas, femeninas e infantiles, concluyendo nuestro recorrido con el análisis de dos piezas históricas de renombre internacional ligadas a la monarquía española.
Palabras clave: Joyería, Siglo XVI, España, retratos, Corte, La Peregrina, El Estanque.
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1. La joyería pintada como testimonio histórico, iconográfico y tipológico.
La joyería existe desde las primeras civilizaciones y se recurre a su uso para embellecer y exaltar el aspecto de sus portadores; además es un elemento diferenciador de estatus social, empleado siempre como un objeto manifestante de cualquier tipo de poder, siendo a su vez un reflejo y producto de la sociedad en la que es producida1.
Durante el siglo XVI el empleo de alhajas en los ambientes cortesanos era un hecho innegable. Las personalidades de alto linaje adornaban con ellas su cuerpo y sus vestimentas, dejando así constancia de su posición social y su autoridad. Los modelos a seguir y las modas eran impuestas por los monarcas en los diferentes países. Aparte de su valor intrínseco hay que destacar el documental, sociológico, técnico, profiláctico, sagrado, e incluso personal.
Nuestro estudio solo va a hacer referencia a las alhajas más comúnmente usadas por la corte y de las que conocemos su aspecto gracias a diversos ejemplares conservados, a minuciosas descripciones en inventarios y en el Códice de Guadalupe2, a los dibujos de exámenes del gremio de joyeros de distintas ciudades, además de por su representación en los retratos cortesanos.
El motivo principal de utilizar los retratos de corte realizados por los pintores de cámara de los monarcas Felipe II y Felipe III, Antonio Moro, Alonso Sánchez Coello y Juan Pantoja de la Cruz es que son unos documentos fundamentales y muy veraces para conocer el aspecto de las diversas tipologías joyeras renacentistas y manieristas, puesto que su estilo pictórico se caracteriza por el uso de una pincelada muy prieta, un dibujo muy marcado y definido, y un detallismo exacerbado y preciosista.
2. Alhajas y tipologías joyeras durante el reinado de Felipe II y Felipe III.
Las piezas del periodo renacentista y manierista presentan características semejantes al resto de Europa en cuanto a tipología y temas debido al constante intercambio de piezas y al traslado de los joyeros3 a distintos centros de producción.
Las joyas durante el reinado de Felipe II estaban realizadas en oro de veinte quilates, aderezadas con piedras preciosas engastadas a bisel, perlas y esmaltes embutidos4. Combinándose generalmente el uso de esmeraldas extraídas de las minas colombianas, perlas caribeñas y diamantes, estos últimos tintados de negro por su reverso para mejorar su brillo. Las materias primas llegaban a España desde los distintos territorios de la corona en el continente americano, pero también como consecuencia del comercio de España con Oriente encontraremos piezas procedentes de esos países, destacando su presencia a partir del siglo XVII.
Las imágenes más comunes las podemos dividir en tres grupos. Entre los motivos religiosos destacan el uso de la cruz, escenas de la Pasión de Cristo, medallas con la Virgen María, santos protectores, relicarios, monogramas como IHS y AM, el Agnus Dei y el Sagrado Corazón de Jesús. En el grupo de imágenes mitológicas con escenas paganas de la antigüedad, hay que sumar los bestiarios que tendrán gran importancia y desarrollo sobre todo en los pinjantes o brincos; y por último podríamos agrupar las piezas que presentan como motivos decorativos las iniciales del portador, pequeños retratillos portátiles ya fueran pintados o labrados en camafeos, generalmente del monarca, emblemas civiles o cofrades, etc.
Junto con las alhajas, la moda es un elemento fundamental para hacer visible el poder, ya que actúa como marcador sociológico, estando la joya directamente relacionada con el vestido. La corte de la casa Habsburgo se regía por la etiqueta borgoñona desde que Carlos I la introdujo en España durante su reinado. Ésta se caracterizaba por la rigidez que se traspasada a la moda con el uso de prendas que reducían el movimiento del cuerpo y dotaba a la persona de una posición distinguida y aspecto grave como veremos en los retratos siguientes.
2.1. Joyas femeninas.
Los vestidos femeninos5 como las prendas masculinas en menor medida, iban aderezados con una serie de piezas de joyería que formaban parte constitutiva del mismo. Éstas eran cosidas cuando iban a ser utilizadas y descosidas para ser usadas en otros conjuntos. De oro o plata, estaban adornadas con perlas, esmaltes, ámbar para perfumar y piedras preciosas que presentaban de manera generalizada motivos vegetales y geométricos. Todas estabas piezas estaban cuidadosamente registradas e inventariadas por su propio valor intrínseco, aunque a veces las piedras preciosas como diamantes y esmeraldas eran sustituidas por gemas de menor valor como por ejemplo el cristal de roca usado como imitador del diamante.
Comenzamos nuestro recorrido por los cierres de los vestidos que estaban formados por dos piezas, los conjuntos de botonadura, dispuestos generalmente en el cartón de pecho, en las mangas e incluso en la cintura; y las puntas, herretes o cabos, piezas de metal con base triangular o cuadrada que rematan en punta. Éstas se colocan en las cintas de cierre y sujeción de las faltas y mangas enriqueciendo su aspecto (figs. 5, 6, 7)
El siguiente tipo de joya que formaba parte de la indumentaria femenina son las cintas de cadera, ceñidores compuestos de piezas y entrepiezas de orfebrería que se colocaban sobre la forma de V apuntada del cuerpo de la saya, cerrado en la parte baja por una brocha, una pieza de mayor tamaño y profusión decorativa. Generalmente realizadas en oro, iban decoradas en relieve con motivos vegetales y geométricos policromados con esmalte. Su uso comienza a generalizarse a partir de 1530 (figs. 5, 7, 15).
Los aderezos de gorra también tienen gran importancia pues portaban multitud de piezas diferentes. Desde el reinado de los Reyes Católicos los ornatos más comunes eran los brincos, pequeñas figurillas independientes colgadas de dos o tres cadenillas con diversas temáticas figurativas, la mayoría cargadas de simbolismo, relacionadas con emblemas y bestiarios (figs. 1 y 2). El resto de piezas más comunes eran las plumas, penachos, perlas pinjantes, broches con piedras preciosas, medallas, además de camafeos (figs. 5, 7, 15).
Los peinados de la época también se adornaban con cintas enjoyadas o apretadores, además de rosetas y horquillas enjoyadas, siendo muy característico el uso de la toca de papos durante la primera mitad del siglo XVI. Ésta era un velo transparente que caía sobre la cabeza y la parte posterior al cuello, disponiéndose sobre el pecho en dos puntas que se unían con un brinco (fig. 6).
Las joyas que no forman parte constructiva del vestido comprenden un amplio grupo compuesto por el uso ininterrumpido de varias sortijas por mano, caracterizadas por tener un chatón en el frontal con una gema engastada o camafeos con efigies que la mayoría de las veces iban enmarcados por una guirnalda en relieve o/y esmaltada. Las sortijas eran mostradas además en numerosos casos a través de los guantes de piel, ya que estos disponían de unas ranuras dispuestas a la altura de éstas en los dedos. (figs. 4, 5, 6, 7 y 15).
Las manillas eran grandes pulseras usadas en parejas ceñidas a las muñecas o en el antebrazo. Estaban compuestas por cintas o cadenas adornadas normalmente con piezas y entrepiezas (fig. 15), con frecuencia presentan decoración geométrica y vegetal e iban a juego con la cinta de cadera y la gargantilla6, colocada esta última debajo del cuello de lechuguilla (figs. 5 y 7).
A medida que avanza el s. XVI el uso de pendientes irá decayendo puesto que el tamaño de los cuellos de lechuguilla irá incrementado hasta llegar a cubrir las orejas (fig. 6). Generalmente estaban realizados en oro de los que colgaban perlas periformes.
Las joyas con mayor desarrollo y variantes serán los collares y joyeles que penden de ellos. Los más destacados son las gargantillas anteriormente mencionadas y los collares largos de piezas y entrepiezas de menor tamaño que los anteriores de los que se colgaban distintos joyeles (fig.5). Los collares de perlas eran muy recurridos, dispuestos generalmente con doble vuelta o un nudo en la parte baja (figs.7 y 17), al igual que los rosarios, siendo un signo de demostración pública de la fe, gusto del que participaban todas las clases sociales, distinguiéndose por sus materiales constitutivos (fig.5).
Los joyeles más comunes que colgaban de los collares mencionados y sobre todo de cadenas de eslabones eran las cruces (fig. 6), los camafeos o pequeños retratillos (fig. 5), pomas de olor (fig. 11), medallas religiosas (fig. 5), además de los pinjantes o brincos (figs. 1, 2 y 6).
Por último, hacer referencia al extendido uso de los metales preciosos entre la elite para conformar ricos objetos de lujo, poniendo como ejemplo el uso de la piel de marta decorada con piezas de joyería y gemas preciosas además de perlas, recreando la cabeza y las patas del animal, como se puede ver en el retrato de la reina Isabel de Valois realizado por Pantoja de la Cruz entre 1604 y 1608 (fig. 7).
2.2 Joyas masculinas.
Durante el siglo XVI, con la llegada del Humanismo, y los siglos posteriores, el hombre se adorna tanto como la mujer con joyas, ricos tejidos bordados, pieles, ornamentos y complementos de todo tipo, reflejando el deseo de acentuar la elegancia, la masculinidad y el poder.
Las alhajas usadas por los caballeros manieristas se dividen en dos grupos, las de carácter funcional y las de adorno personal, siendo ambas tipologías un vehículo transmisor del poderío de su portador.
El traje masculino durante el s. XVI se componía, por la parte superior, del jubón, que se ceñía al torso dotándolo de un aspecto de coraza, rematándose con un cuello de lechuguilla, mientras que en la parte inferior los caballeros vestían medias y calzas que daban aspecto abultado a las caderas y a la bragueta. Para calmar el frío usaban la ropilla, abrigos que cubrían parcialmente las calzas, el coleto que no contaba con mangas, o el bohemio a modo de capa corta. La vestimenta general se completaba con zapatos y botas de cuero y terciopelo tintados, además de guantes de piel, sombreros y gorras. El atavío alternativo es la armadura militar que los caballeros vestían en actos importantes y actos solemnes, aunque solo usaban la parte superior, completando el resto de la vestimenta las medias y calzas.
Las joyas más comúnmente usadas como complemento del traje son las botonaduras de los jubones (fig. 8), enfatizando las líneas de la prenda, siempre realizadas en oro y plata y decoradas con ricos esmaltes, perlas y piedras preciosas engarzadas que se descosían al final de la jornada. Los cinturones de los que pendía la espada era un complemento masculino indispensable, destacando de ellos las ricas hebillas de oro y plata con decoración repujada, generalmente motivos vegetales, escudos o iniciales del portador, policromados con esmalte tabicado (figs. 8 y 9).
Las alhajas más representativas portadas en gorras y sombreros eran las plumas, guarniciones de pasamanería, medallas religiosas y militares, insignias, perlas, piedras preciosas, camafeos y brincos, además de cintas. Todo ello se solía disponer en el lado izquierdo7 (fig. 8). Respecto a las piezas de joyería usadas con total independencia de las prendas debemos destacar el uso de sortijas, collares y joyeles a la altura del pecho que cuelgan de ricas cintas de tela o cadenas de piezas y entrepiezas decoradas con motivos vegetales o iniciales, normalmente labradas en oro o figuradas mediante el uso de esmaltes, gemas y perlas (fig. 10).
Los dijes más comunes son las cruces y las insignias, emblemas o distintivos de una cofradía (fig. 9), cargo o dignidad civil, militar o eclesiástica, que diferencia sus miembros, elevando así su condición social y estatus. La más representada y con mayor importancia hasta nuestros días, será la Orden del Toisón de Oro8, orden de caballería creada en 1430 por Felipe II, duque de Borgoña. Llega a España con Felipe el Hermoso y pasará de generación en generación hasta la actualidad. Confirma a todos sus miembros elegidos por el titular, el rey, como fieles defensores del catolicismo, como dice su lema “collar y fe” y “otra no habrá”, reflejando la condición de que sus miembros no podrían permanecer a otra orden9. Su símbolo es el vellocino de oro que tiene su origen mitológico en la piel de cordero de oro de la Cólquide rescatado por Jasón y los Argonautas y también en el vellocino de Gedeón, enlazándolo directamente con el símbolo del Agnus Dei (fig. 10).
2.3 Joyas y amuletos infantiles.
Al estudiar las joyas infantiles es imprescindible hablar de los materiales usados y de los poderes profilácticos asociados a éstos, ya que aparte de adornar tenían una función más importante, la de proteger a los pequeños de cualquier mal, gesto que muestra la preocupación por la alta tasa de mortalidad infantil de la época. Por lo tanto, podemos dividir las alhajas usadas por los niños en tres grupos tipológicos: el religioso, el de adorno propiamente dicho y el de carácter profiláctico, ya que a pesar de la fe extrema profesada durante en s. XVI, las creencias profanas estaban muy arraigadas entre las distintas clases sociales.
Entre los materiales constitutivos más comúnmente usados desde la antigüedad a los que se les atribuye poderes protectores destacan el cristal de roca al que se consideraba hielo endurecido, el coral que se pensaba sangre de la Gorgona y más tarde de Cristo, o el azabache usado contra los poderes malignos y negativos.
Como muestran los retratos, los infantes de corta edad que aún no se tenían en pie (fig. 11) portan a la cintura un ceñidor de tela o metal conocido como “cinturón de lactante o mágico” del que cuelgan diversos dijes, llevados en algunos casos al cuello. Los más comúnmente usados para la protección son las higas, realizadas generalmente en azabache o cristal de roca (fig. 13). Cuentan con forma de mano con el puño cerrado y el extremo del dedo pulgar asomado entre los dedos pulgar e índice; era usado contra el mal de ojo, como los brazos de coral rojo que normalmente van engastados en un extremo por un casquillo de filigrana para su sujeción. Las higas presentan un cambio compositivo cuando presentan los dedos índice y pulgar uniendo sus puntas. Además, se extiende el uso de campanillas contra las brujas y las garras de animales (tejón generalmente) y avellanas de oro para combatir maleficios.
Otro grupo de dijes combinado con los anteriores son los de carácter religioso, siendo los más comunes las cruces, relicarios (fig. 12), medallas con temas devocionales, pectorales con los anagramas de IHS o AM, retablillos con figuras religiosas o alegóricas e incluso textos con oraciones. La última tipología de dijes destaca por su valor funcional como los sonajeros y las pomas de olor (fig. 11).
Completando el grupo de joyas portadas por los pequeños infantes, que no contaban con ninguna simbología y que son comunes a la de los adultos y niños de mayor edad se encuentran las pulseras y sortijas aderezadas con piedras preciosas (fig. 11), destacando el uso de la esmeralda y el diamante, y esmaltes de colores, además de grandes pectorales con las iniciales del personaje portador o el escudo heráldico familiar, camafeos con la efigie de alguno de sus antepasados, santos o con escenas mitológicas o religiosas.
3. Joyas con nombre propio. La Peregrina, El Estanque y el “Joyel Rico” de los Austrías.
Las siguientes piezas históricas, conocidas internacionalmente por su matiz legendario, han estado ligadas desde antiguo al prestigio y poder de la monarquía española, siendo símbolos de ésta, a la vez que exponente del suntuoso gusto manierista.
La Peregrina (figs. 15, 16 y 17) es una perla periforme de 58 quilates y medio, pescada en Terarique, Panamá, hacia 1515 y traída desde allí en 1580 por el aguacil de la ciudad, Diego del Telves, como ofrenda a Felipe II10.
Su nombre era sinónimo de raro y especial en la época, aunque también es conocida como “La Margarita”, “La Huérfana” y “La Sola” ya que no era común encontrar perlas de ese tamaño, peso y buen oriente. Numerosos artistas especializados en el campo de la orfebrería hicieron referencia a ella, según Giacomo da Trezzo tenía un valor incalculable, mientras que Juan de Arfe incluía en la segunda edición de su Quilatador de oro, plata y Piedras (1598), una descripción de la perla a la que compara en tamaño con una aceituna cordobesa.
El Estanque es un diamante de 100 quilates que fue comprado por Felipe II en Amberes a Carlo Affetato, estando aun sin tallar, pagando por él 8.000 coronas, con motivo de sus esponsales con Isabel de Valois. Varias descripciones de la época nos permiten conocer su aspecto y características, insistiendo en su gran tamaño reseñado como un huevo de paloma, de buena calidad y ausencia de inclusiones, estando solo tallado cuadrado en tabla por el anverso mientras que el reverso estaba cubierto por una guarnición de oro labrado con motivos vegetales y frutales, esmaltado en oro blanco y rojo que componía en joyel y el cónclave.
A la pieza anterior estuvo unida la famosa Peregrina formando parte del conocido “Joyel Rico” de los Austrias como perla pinjante, del que se desconoce su autoría a pesar de la relevancia del conjunto, usada por la familia real durante ocho generaciones. Se han conservado numerosas descripciones de la pieza al completo y su uso en diferentes ceremoniales por los miembros de la familia real a través de inventarios, escritos de cronistas o literatos de la época, además de su representación en numerosos retratos que lo presentan dispuesto en el pecho, sujeto mediante una cadena o gargantilla o como adorno de vestido sujeto a éste por un lazo, mientras que la perla la encontramos en numerosas representaciones sola como adorno del tocado de reinas y de monarcas que la usaban como aderezo de gorra (figs. 15 y 17).
El “Joyel Rico” con todas sus piezas, junto con toda la colección real de joyas, pasó a manos del rey José I Bonaparte durante la ocupación francesa. La perla fue regalada por éste a su cuñada, Hortensia de Holanda, para sufragar la carrera de su sobrino, Napoleón III, quien la vendió al Duque de Abercorrn como regalo para su esposa. La siguiente noticia sobre la gran perla acontece en la década de 1910 cuando la joyería R.G. Hennells & Sons de Londres compra la pieza al duque por 35.000 £, con la intención de revenderla. El rey Alfonso XIII intenta adquirirla, pero finalmente el elevado precio se lo impide, pasando a manos de Judge Geary y posteriormente a ser propiedad de Henry Hutingdon.
En 1969 la Peregrina sale a subasta en la galería neoyorkina de Parke Bernet, pujando por ella Alfonso de Borbón y Dampierre, nieto de Alfonso XIII, pero finalmente fue adquirida por el actor Richard Burton con la intención de regalársela a su esposa, Elisabeth Taylor. De nuevo la perla fue subastada tras la muerte de ésta en 2011, junto a una gargantilla diseñada por la actriz y Cartier en 1972 para llevarla. Su precio de salida en la subasta era de 2.000.000$ rematándose por 11.842.500$.
Mientras, se especula que el Estanque fue recuperado por Fernando VII, engarzándolo en la empuñadura de una espada para su suegro, Felipe de Parma Dos Sicilias, con motivo de su enlace con María Cristina, desconociéndose su paradero desde entonces.
Notas:
1ARBETETA MIRA, L., El arte de la joyería en la Colección Lázaro Galdiano. Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, Caja Segovia y Obra Social y Cultural, 2003, p. 6.
2 El Códice de Guadalupe (Siglos XVIII y XIX) recoge la descripción de ciertas piedras del tesoro de la Virgen extremeña y los nombres de algunos de sus donantes, destacando los dibujos y grabados detallados que acompañan las descripciones.
3Las piezas de joyería son anónimas ya que sus artífices no marcaban sus obras, aunque existen varias excepciones en las que se produce el caso de que el realizador de la joya es un artista de estimado renombre internacional y se conoce el encargo y su autoría.
4 ARBETETA MIRA, L., La joyería española de Felipe II a Alfonso XIII. Madrid, Editorial Nerea, 1998, p. 28.
5 Para mayor información véase COSGRAVE, G., Historia de la moda: desde Egipto hasta nuestros días. Barcelona, Editorial Gustavo Chili, 2006, pp. 111-139.
6 Tanto los collares de garganta como las cintas de caderas se ampliaban y acortaban para así adoptarse a la silueta de la usuaria. Véase en: MULLER, P.E., Joyas en España 1500-1800. Madrid, Ediciones el Viso, 2012, p. 61.
7 Hay crónicas en las que se indican que el uso de la pluma y los aderezos en gorras y sombreros dispuestos en el lado izquierdo se debe a que en Francia, país enemigo durante el reinado de la Casa Habsburgo en España, la usaban en el lado contrario y no querían imitarlos, aunque existen excepciones. BENIS. C., “La moda en la España de Felipe II”, en PÉREZ SÁNCHEZ, A. E. y otros., Alonso Sánchez Coello y el retrato en la corte de Felipe II. Madrid, Museo del Prado, Editorial El Viso, 1990, p. 84.
8 Para un breve resumen de la historia de la Orden de Toisón de Oro véase: RAYÓN, F. y SANPEDRO, J.L., “La Peregrina” y “Los toisones de Suiza”, en Las joyas de las reinas de España. La desconocida historia de las alhajas reales. Barcelona, Editorial Planeta, 2004, pp. 187-205.
9 Los collares de la orden están numerados y son entregados en forma de nombramiento honorífico, pero a la muerte de su propietario han de ser devueltos al titular de la orden, el monarca.
10 Véase HERNÁNDEZ PERERA, J., “Velázquez y las joyas”. Archivo Español de Arte, XXXIII, 1960, pp. 264-265. Hernández aporta datos más concretos sobre la perla que el resto de expertos como la fecha de su pesca y el lugar, conocido como La Isla Rica de las Perlas, e incluso una segunda versión de cómo llegó a manos del rey Felipe II.
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Fuentes de Internet:
CHRISTIE´S. Sale 2623. The Collection of Elisabeth Taylor: The Legendary Jewels. (1).Evening Sale. 13 Diciembre 2011. Nueva York, Rockefeller Plaza. http://www.christies.com/lotfinder/jewelry/la-peregrina-a-natural-pearl-diamond-5507887-details.aspx (Consultado: 04/04/2013)