Adentrarse en el complejo pero siempre fascinante mundo de las ideas, particularmente en aquellas elaboradas por personalidades significativas en la historia de nuestra patria, nos revela, cual enciclopedia viva, el contexto en que estas se generan, los rasgos culturales imperantes en una época dada y en última instancia a los elementos aportadores a la ideología ético-político que a ella le corresponden.
El carácter abierto a la universalidad del conocimiento, a la vez que la sabia práctica del electismo escudriñador que históricamente le es propio, permiten valorar al pensamiento progresista cubano, en desarrollo permanente, la mejor escuela para las nuevas generaciones, incluso respetando las peculiaridades que el decursar socio-histórico impone.
La importancia del relevo generacional en el presente conflictivo que discurre en nuestra patria, en enfrentamiento antinómico, entre logros y yerros, creatividad y dogmatismo, debe valorarse no meramente a partir de la edad de los nuevos protagonistas, sino particularmente en la autoctonía ideológica de la juventud que la .representa, liberada de formas nocivas de pensar, concebir, interpretar, aplicar y especialmente actuar, ya caducas e inoperantes en las nuevas realidades. Lo que implica rebasar los esquemas empleados en su formación, conservar los positivos y crear los que deben primar en el futuro inmediato o mediato. Ello implica la perentoriedad de enseñarles a pensar con cabeza propia, así como la capacidad de adaptarse a las nuevas realidades con creatividad y no ceñirse al calco de métodos y estilos de trabajo, hartamente probados por su inoperancia.
La juventud, llamada a ser la fuerza dirigente en nuestra sociedad, única forma posible de salvaguardar una tradición revolucionaria que abarca varias centurias, debe desterrar de una vez y para siempre la aberrante tendencia en los representantes del poder constituido a marcar una notable distancia entre el discurso y la actuación, la pervivencia de la doble moral y la vacua retórica, solo creadoras de zombies mentales. Concienticen el justo derecho a su personal espacio para desplegar el ejercicio soberano de las ideas, de tan urgente aplicación en las nuevas circunstancias, que le permitan el ser capaz de aprehender y aprender, en el extraordinario legado axiológico del precedente pensamiento progresista cubano, que abonado con la generosa sangre de sus mejores hijos, reclama la necesaria ejemplaridad que exige el oficio de servidor público, como autoridad representativa investida de poder, dado para servir e históricamente plagado de carencias; solo factible de construir, y por ende de objetivarse, en el hacer virtuoso.
Es perentorio rescatar el ideario de nuestros próceres y mártires de las formales efemérides, celebraciones onomásticas, fríos mármoles y retóricos discursos, en aras de lograr su permanencia en lo conductual para la fructífera construcción de una ideología, en permanente enriquecimiento, siempre en tránsito a lo trascendente.
Ese afán de servicio, patriotismo y solidaridad, presente en tal legado ideológico, nunca negado a su fecunda apertura al universo de las ideas, nos permite rememorar lo expresado con enjundia visionaria, por uno de nuestros Padres Fundadores, José Agustín Caballero, que consustancial a su época y coyuntura histórica, resulta aplicable con racional mesura, a nuestro presente, siempre amoldada a sus peculiaridades, intereses y necesidades, cuando expresa como…”…"ni es razón, ni es posible, que a la distancia en que está el Nuevo Mundo del antiguo, pueda Gobierno ninguno, situado en Europa, gobernar a los pueblos con conocimiento de sus necesidades locales y con arreglo a ellas. […] Pronto reconocerán las Cortes generales en esta interesante discusión que, remotas y separadas, situadas en opuestos climas del Globo y gobernadas por diferentes usos y costumbres, fundados en su diversa localidad, población, industria y recursos naturales, debe respetarse, en estas remotas Provincias, el privilegio inherente que las asiste en primer lugar: para prestar el sello de su consentimiento y sumisión a las leyes universales que han de ligar todos los miembros con la cabeza; y en segundo lugar: para consultar sus propias leyes provinciales y reglamentos domésticos, que sólo ellas pueden conocer y dictar para su propia conservación y conveniencia, siempre a reserva de la ulterior sanción del Monarca, o sea Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo de la Nación". (1)
En la urdimbre de la producción espiritual en que decursa la medianía del siglo XIX cubano, matriz de nuestra ideología, siempre inconclusa, en su permanente empeño de reflejar una realidad en infinito cambio y transformación, conviven, en sus peculiares y cambiantes fisonomías, las aspiraciones reformistas, anexionistas y autonomistas, hasta converger en el independentismo, con su invalorable contenido ético político. A este proceso le es relativamente afín la cosmovisión sociológica que Don Fernando Ortiz aplicara al nacimiento de la cubanidad cuando expresa como…”… hay cubanos que no quieren ser cubanos y hasta se avergüenzan y reniegan de serlo. En ellos la cubanidad carece de plenitud, está castrada […]. No basta para la cubanidad tener en Cuba la cuna, la nación, la vida y el porte; aún falta tener la conciencia. La cubanidad no consiste meramente en ser cubano por cualquiera de las contingencias ambientales que han rodeado la personalidad individual y le han forjado sus condiciones; son precisas también la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser […]. La cubanidad para el individuo no está en la sangre, ni en el papel ni en la habitación. La cubanidad es principalmente la peculiar calidad de una cultura, la de Cuba. Dicho en términos corrientes, la cubanidad es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes […]. Pienso que para nosotros los cubanos nos habría de convenir la distinción de la cubanidad, condición genérica de cubano, y la cubanía, cubanidad plena, sentida, consciente y deseada; cubanidad responsable, cubanidad con las tres virtudes, dichas teologales, de fe, esperanza y amor […]. Acaso se piense que la cubanidad haya que buscarla en esa salsa de nueva y sintética suculencia formada por la fusión de los linajes humanos desleídos en Cuba; pero no, la cubanidad no está solamente en el resultado sino también en el mismo proceso complejo de su formación, desintegrativo e integrativo, en los elementos sustanciales entrados en su acción, en el ambiente en que se opera y en las vicisitudes de su transcurso. Lo característico de Cuba es que, siendo ajiaco, su pueblo no es un guiso hecho, sino una constante cocedura. Desde que amanece su historia hasta las horas que van corriendo, siempre en la olla de Cuba es un renovado entrar de raíces, frutos y carnes exógenas, un incesante borbor de heterogéneas sustancias. De ahí que su composición cambie y la cubanidad tenga sabor y consistencia distintos según sea catado en lo profundo o en la panza de la olla o en su boca, donde las viandas aun están crudas y burbujea el caldo claro”. (2)
Traspolando tal visión conceptualizadora a la formación de nuestra ideología, afloran muchos rasgos comunes en la etapa procesal de su mutua formación, por ser ambas, en última instancia, fenómenos de marcada complementariedad. En este caso su raigambre cultural, como factor definitorio y la multiplicidad de aportes a su conformación; que confluye a un común resultado identitario y de decursar ambas en una constante cocedura.
Las tendencias del ideario político, portadoras de su peculiar eticidad, presentes en el relativamente largo camino del transitar formativo del pensamiento cubano, se revelan en diferentes contextos, tanto en lo espacial como temporal, en posteriores construcciones sociales, históricas, económicas y culturales, así como en las diversas formas de expresarse, aunque alternando en sus primacías. Indagar las razones de tal comportamiento obliga a una reflexión de índole multifactorial. Solo en el estudio de los correspondientes hechos históricos, como contexto propicio que se revela en el ideario individual de sus personalidades más significativas, con sus aportes, logros y manquedades, resulta posible la comprensión de las fuentes nutricias de nuestra ideología. Y para ello es indispensable la oposición a las creencias, ya secularmente tradicionales, que permea a las capas dirigentes, en las diferentes épocas históricas, el de sentirse monopolizadoras de la verdad y de la actuación inteligente, el negar al pueblo, aún en sus representantes más modestos y menos ilustrados, el derecho inalienable de ejercer, con plena libertad, el oficio de pensar.