En 1871, Alfonso Daudet publicó su obra, muy conocida, Tartarín de Tarascón.
En ella describe a un sujeto que tiene una particularidad extraña: si cree algo intensamente, ese algo se transforma, para él, en realidad. Se imagina lo hermoso que sería ir al África en un gran safari para cazar leones. Poco a poco, la idea de ir a cazar leones, por alguna rara conexión eléctrico-química de su cerebro, se convierte en una realidad: la idea de ir a cazar leones se ha alojado en alguna neurita dislocada y ha hecho que se convierte en realidad. Desde ese momento, Tartarín de Tarascón está seguro de que ha ido a cazar leones. Cuando relata los detalles a un grupo de amigos, Tartarín no está diciendo la verdad; pero, esto es lo fundamental, tampoco está mintiendo. Mentir es decir algo que no es cierto con la conciencia de que no es cierto. Pero Tartarín tiene la certeza de que ha ido. Algo similar sucede con los economistas del marginalismo actual. Se imaginan el status que el ser “científicos” les otorgaría ante el mundo y empiezan a desearlo con intensidad progresiva. Poco a poco esa idea se asila en una neurona parecida a la de Tartarín y desde ese momento el deseo ha pasado a ser verdad en el cacumen marginalista: es un científico con el mismo rango que el físico teórico. No dice la verdad, al igual que Tartarín, pero tampoco miente. De todos modos, ante la existencia de varias percepciones que existen en el mundo sobre la Economía, el capítulo de la obra de Mankiw, “Pensando como un Economista” realmente debería decir: “Pensando como un economista del marginalismo”, de tal manera que no se tome la libertad de incluirnos a economistas que, como Krugman, Stilitz, a los que acompaño, rechazan ese dudoso “status”. Con eso estaríamos en paz, sin maldad para nadie, con alegría para todos.
Resumen
La manía de generalizar que tienen los economistas del marginalismo es lamentable, no sólo por lo irreal de sus generalizaciones, sino porque con ellas pretenden poner un velo a la expoliación sin límites de los recursos humanos y naturales que realizan las transnacionales en los países anfitriones. La intención de llevarnos a un mercado idílico en el que hay “millones de consumidores y de firmas” en el que supuestamente consiguen beneficios mutuos, para cubrir la expoliación de las transnacionales es la expresión ideológica de un modelo que deforma el sistema capitalista. El ejemplo de comparar las operaciones de una corporación transnacional con las tareas que realiza un ama de casa, ya es repugnantemente empalagoso.
La Economía Vital considera que si bien el sistema capitalista es uno, las formas en que el sistema se concretan en los países son diversas: van desde el modelo de los EEUU e Inglaterra hasta la República Popular de China, pasando por los países nórdicos y toda la gama existente en los países subdesarrollados. Las culturas y los procesos históricos de cada nación hacen que el capitalismo se exprese en formas que se adecúen a esos procesos. Los institucionalistas de las primeras décadas del siglo pasado supieron entenderlo muy bien.