Los precios reflejan tanto el valor que tiene un bien para la sociedad como el coste social de producirlo. Como los hogares y las empresas observan los precios cuando deciden lo que van a comprar y a vender, tienen en consideración sin darse cuenta los beneficios y los costes sociales de sus actos. Como consecuencia, los precios llevan a cada uno a obtener unos resultados que en muchos casos maximizan el bienestar de la sociedad en su conjunto.
Con esta declaración nos enteramos que los monopolios y los oligopolios que rigen la economía del mundo actual, obran en beneficio de la sociedad, con muestras increíbles de un altruismo por nadie igualado en la historia. En su “Noveno Principio” dice que los precios suben cuando el gobierno imprime demasiado dinero. Sobre el particular diremos que es cierto, que algunas veces la inflación se debe al incremento de la oferta monetaria, es decir, al excesivo circulante que fluye en una economía. Nadie discute esa verdad. Pero, la pretensión de hacer que al incremento de circulante sea la única causa que produce la inflación, es mirar el mundo con dos taparrabos en los ojos. En ese intento, se desconoce grandes procesos inflacionarios que no son efectos de la especulación que las ganancias de las corporaciones empresariales realizan para aumentar más sus ganancias, tal como veremos en su momento, de la estacionalidad en la oferta de productos agrícolas, del incremento de los precios de los bienes de capital y de los insumos… en fin, hay varias causas que producen efectos inflacionarios, no sólo el incremento del dinero, per se.
En el segundo capítulo, Mankiw, al otorgarse el rango de “científico” declara:
“Los economistas tratan de abordar su disciplina con la objetividad del científico. Enfocan el estudio de la economía de una forma muy parecida a como el físico enfoca el estudio de la materia y el biólogo enfoca el estudio de la vida: elaboran teorías y recogen datos y los analizan para intentar verificarlas o refutarlas.”
Hay algo que es preciso hacer conocer a Mankiw y a todos los marginalistas: nadie podría tomar en serio a un “científico” que habla de la “magia” de la “mano invisible” y escoge un mercado fantasma para lucubrar a discreción, en muestras reiteradas de espiritismo formal.
Mafalda (ese gran conjunto de personajes creados por Quino, el que debería tener un Nobel en literatura por su obra) pregunta:
Esa es una respuesta que pone una mordaza fría a toda generalización conceptual, de aquéllas a las que estamos condenados a escuchar en el mercadeo argumental. Los segregadores de conceptos no se contienen en la tarea de estructurar una idea que abarque el campo acotado de la investigación. Creen que la nueva noción no tendría dignidad suficiente si es que no abarcara el infinito y sus alrededores; universalizan con la eficacia de una fotocopiadora. Pretenden universalizar leyes partiendo del comportamiento del individuo aislado. El individuo aislado y la universalización hacen de las seseras algo así como una fragua de herrero de la que parten dardos de una artesanía calibrada en dos prensas: La generalidad y la particularidad absolutas. Esto es muy extraño. “El consumidor siempre quiere maximizar la utilidad del bien que compra”, dicen los neoclásicos, con suficiencia concentrada y con aires de infalibilidad papal. De esta manera, y de otras parecidas, el herrero de las generalidades, en vez de forjar herraduras, se complace en fundir conceptos universales con devoción sacra. Al otro extremo de la generalidad, habita el que “estudia los hechos y nada más que los hechos. Es el herrero del frente; el que fragua un inventario de singularidades. Su razonamiento es más o menos como sigue: antes de universalizar la maximización de la utilidad, debemos fijarnos cuál es el consumidor tipificado como tal. Será preciso que sepamos que nacionalidad tiene, dónde nació, cuál es su idioma cuánto pesa, su estado civil, su ingreso mensual, su preferencia por lo importado…Nada habrá en el medio entre las dos herrerías del pueblo. Ni siquiera un pedazo de zona oscura con la que el cosmos remienda sus secretos. Nada: si no universalizan un concepto o no lo singularizan al mínimo, seremos un trozo de pulpa para cada moldeador de ideas en el yunque de sólo dos dimensiones. Estos sujetos se parecen a las abejas: todo es percibido o en blanco o en negro. No hay una gama intermedia. Los universalistas de la singularidad dicen, con los bigotes en tren de esgrima, que nada existe, excepto el individuo. Estos defensores del individualismo extremado nos hacen saber que “nadie está por encima de mí”. Cada uno declara: “no aceptaré una opinión ajena a la mía”.
La manía generalizadora de los súper individualistas es asombrosa. Pocas veces se ha visto una teoría tan publicitada como ésa. Para empezar, no toman en cuenta la existencia de las grandes corporaciones transnacionales, conformadas por miles de accionistas. No las toman en cuenta, especialmente, cuando dicen que el impuesto es un robo que el “individuo capaz” sufre por parte del Estado. La publicidad que se otorga a estos defensores del individualismo a ultranza los convierte en una especie en gurús de la “libertad del individuo” a nivel TV satelital. El Neoliberalismo, se opone a la participación del Estado en todos los países, especialmente, en los subdesarrollados que sirven de anfitriones a las transnacionales. En realidad, las transnacionales ya no explotan, sino que expolian los RR.NN y humanos de esos países, al mismo tiempo que establecen salarios de subsistencia para los trabajadores, aunque Mankiw dirá que si estos salarios de subsistencia están por encima del salario “de mercado” deberían ser reducidos por el bien de la eficiencia económica.