En la sociolingüística el estudio de la conciencia y la actitud lingüísticas 1 constituye un capítulo relevante. Con el término de conciencia lingüística (CL) se traduce la expresión inglesa languaje awareness (LA) que, según la ALA (Asociación for Lenguaje Awareness), consiste en el conocimiento explícito acerca de la lengua y la percepción y sensibilidad conscientes al aprenderla, al enseñarla y al usarla; implica el acceso al conocimiento que uno tiene sobre el propio conocimiento de la lengua (Martinell-Cruz, 1996: 5).
Dicha conciencia se manifiesta en el uso que hacen los hablantes en todas las dimensiones de la vida donde se emplea el lenguaje; es decir, en la cultura, en la política, en las creencias, en la actividad económica y, sobre todo, en los medios de información (Quiñones, 2006: 1).
Según Humberto López Morales, para que exista conciencia lingüística es preciso que el hablante sepa, por una parte, que dentro de las posibilidades lingüísticas de su comunidad puede utilizar varias formas léxicas o variantes morfológicas “equifuncionales”; y, por otra parte, que también conozca de algún modo la valoración social de los distintos términos (Apud. Morín, 1993: 31).
Entre las múltiples dimensiones de la conciencia lingüística encontramos las siguientes:
1- La dimensión afectiva: La conciencia lingüística afecta a la formación de actitudes, al despertar de la atención y a su fortalecimiento, a la sensibilidad, a la curiosidad o al interés, a la relación entre lo racional y lo emotivo, a la disminución de los efectos del filtro emotivo.
2- La dimensión social: Un desarrollo de la conciencia lingüística redunda en una mayor tolerancia y respeto por otras lenguas y otras variedades, en una mejora de las relaciones entre grupos étnicos y en el incremento del plurilingüismo y la pluriculturalidad2 .
(Apud. Ibid:3)
De estas dimensiones nos interesa la primera, en tanto guarda relación con la formación de actitudes, que es otro de los factores necesarios para el fortalecimiento de la lengua, así como para su aprendizaje 3.
Aunque todavía nos encontramos en un estadío temprano del desarrollo de los estudios sobre actitud lingüística, ésta ya ha sido definida con bastante acierto por varios estudiosos de la sociolingüística. Samoff la ve como la disposición a reaccionar favorable o desfavorablemente a una serie de objetos. Appel, por su parte, la concibe como una postura crítica, valorativa del hablante hacia fenómenos específicos de una lengua, e incluso, hacia dialectos y diasistemas completos (Blas, 2006: 3). Como factor común de estas concepciones resulta que la actitud lingüística es el conjunto de opiniones, ideas y prejuicios que tienen los hablantes con respecto a una lengua o a un hecho específico de ella.
Debemos señalar que puede estar regida por principios muy variados: sicológicos (reacción personal) o colectivos, los cuales pueden ser adquiridos de forma más o menos tardía (aprendizaje), o representar un heterogéneo mundo de experiencias (géneros de conducta) (Alvar, 1982: 25).
Muchos estudiosos han llamado la atención sobre la importancia de las percepciones subjetivas del hablante para el análisis del lenguaje como entidad social. Carranza, por ejemplo, sostiene que las actitudes pueden contribuir poderosamente a la difusión de los cambios lingüísticos, reflejar los patrones de uso y la evaluación social de la variación lingüística (Blas, 2006: 2).
Por otra parte, Humberto López Morales considera importante el estudio de las actitudes lingüísticas por su papel decisivo – junto a la conciencia lingüística – en la explicación de la competencia4 . En su opinión, afectan no sólo a fenómenos particulares y específicos, sino también a lenguas extranjeras que conviven o no en la misma comunidad, al idioma materno y a las variedades diatópicas y diastráticas de éste (Idem).
En este sentido, M. Alvar sostiene que son un elemento intrínseco de la comunidad de habla y hasta de la cosmovisión particular de ésta. Por ello, una de las tareas principales de la sociolingüística es determinar qué elementos forjan tales lazos de solidaridad comunitaria, cómo surgen en el tiempo y qué tipo de cambios pueden afectar a las actitudes lingüísticas (Ibid: 5).
La bibliografía especializada suele reconocer la existencia de dos aproximaciones diferentes al estudio de la actitud lingüística. La primera, calificada de conductista, aboga por el análisis de las actitudes a partir de las respuestas lingüísticas de los hablantes, es decir, a partir del uso real en las interacciones comunicativas. La aproximación mentalista, por el contrario, considera las actitudes como un estado mental interno, o como una variable que interviene entre un estímulo que afecta a una persona y su respuesta a él. Según H. López Morales, el poder de predectibilidad de esta última es lo que ha terminado por hacerla favorita (Apud. Ibid:4).
En el capítulo dos, al interpretar los datos de las grabaciones y demostrar la preferencia de uso de la segunda persona del singular como desfocalizadora del centro deíctico, implícitamente enfocaremos la actitud de los hablantes hacia el fenómeno en cuestión, partiendo del uso real que de él hacen, con lo cual nos acercaremos a la concepción conductista. Sin embargo, aplicaremos la mentalista en la realización de las encuestas, pues en ella quedará explicitada la actitud de los informantes hacia dicho uso desde un punto de vista más subjetivo, que resultará muy vinculado a la conciencia lingüística (Vid infra Capítulo 2, acápite 2.5). En nuestra tesis, por consiguiente, trabajamos con ambas aproximaciones.
Entre los modelos mentalistas, H. López Morales distingue tres hipótesis fundamentales:
a) Las actitudes contienen tres componentes, divididos a su vez en diferentes parámetros: cognoscitivos (percepciones, creencias y estereotipos), afectivo (emociones y sentimientos) y conativo (tendencia a actuar y reaccionar de cierta manera con respecto al objeto).
(Ibid: 5)
En cuanto a esto, nos adherimos al criterio de López Morales, quien tercia el debate, decantándose por un planteamiento más próximo a la tercera hipótesis. Para él, la actitud está dominada por un solo rasgo, el conativo, y la separa del concepto de creencia que es, junto al ‘saber’ proporcionado por la conciencia lingüística, el que las produce. Mientras las actitudes sólo pueden ser positivas o negativas, nunca neutras dado su carácter conativo, las creencias sí pueden estar integradas por una supuesta cognición 5 y por un integrante afectivo. No obstante, para la presente investigación nos servirán las percepciones, consideraciones 6 y creencias de los hablantes en la revelación de su actitud ante el uso de la segunda persona del singular desfocalizadora.
Vale destacar que los test de actitudes más divulgados son los de aceptabilidad e inseguridad lingüísticas. Se trata de una serie de preguntas directas que son formuladas al hablante para que juzgue acerca de la gramaticalidad y/o aceptabilidad de ciertos rasgos lingüísticos presentes en una serie de construcciones (Ibid: 8); los resultados son comparados con el uso real que hacen de los mismos. Este tipo de pruebas son más útiles para la medición de las actitudes subjetivas hacia tales rasgos, lo cual llevamos a efecto en nuestra investigación (Vid infra Capítulo 2 acápite 2.5).
Para la solución de nuestro problema científico – y como eje de nuestro estudio de la segunda persona del singular como desfocalizadora del centro deíctico personal en la ciudad de Puerto Padre-, realizamos un análisis de la conciencia lingüística de los hablantes con respecto a este uso y a su preferencia (Vid infra Capítulo 2, acápite 2.5). Para ello nos valimos de la encuesta oral, cuyos resultados contrastamos con los de las grabaciones, que nos ofrecieron el uso real.
1 Los conceptos de actitud y conciencia lingüísticas están muy vinculados a los de creencia y prestigio. Para más información vea Martinell- Cruz (1996), Blas (2006) y Quiñones (2006).
2 Al entrar en contacto las lenguas nacionales e internacionales, las hablas locales y las variedades sociales, permiten una diversidad lingüística que ayuda a que los hablantes tomen conciencia de su propia lengua y sean responsables de su uso (Quiñones, 2006: 2). En este punto de la conciencia los lingüistas refieren la incidencia de factores no sólo sociales, sino políticos y económicos, así como la cuestión de imposición de lenguas, que amenaza la conciencia lingüística del hablante, aunque en realidad no logre volcarla por la influencia en el proceso de elementos como tradición, arraigo, actitud, ideología, etc.
3 La actitud lingüística es considerada un factor determinante en el proceso de aprendizaje de lenguas [Vid .Alvar (1982), Blas (2006)].
4 Entendemos en este caso por “competencia” el conocimiento lingüístico de que dispone el hablante para codificar y descodificar mensajes lingüísticos (Cifuentes. Apud. Bidot, 2007: 88).
5 Se habla de una “supuesta cognición”, pues aunque las creencias pueden estar ocasionalmente basadas en la realidad, en gran medida no aparecen motivadas empíricamente (Blas, 2006: 5).
6 Las actitudes vienen de la consideración de los ítemes léxicos como prestigiosos o no prestigiosos (Blas, 2006: 7).