EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

De los argumentos


Hay varios argumentos teóricos que se manejan para tratar de convencer a todos que un aumento de salarios, sin su correspondiente incremento de la productividad, es no-civo. Analizaremos los más importantes.

La Productividad

Se afirma con gran convicción y deformación de la realidad, que “la productividad es el medidor inapelable de los niveles salariales.”

Sobre el particular, diremos que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) define la productividad como la relación entre lo producido y lo insumido. La gene-ralidad de semejante afirmación no sólo tienta, sino que impele a las mentes deduc-tivas a estable-cer la existencia de diferentes clases de productividad. Así, se tendría la productividad del capital, la de las materias primas, del trabajo... Todo esto parece-ría muy bien, incluso a los teóricos de las revisiones fundamentales, pero tiene la des-ventaja de plantear problemas que han quitado el sueño a los académicos del neocla-sicismo y consortes, desde que David Ricardo formulara la pregunta: “¿Es el Capital producto-vo?”, es decir, ¿tiene facultad de crear valor? La pregunta no pareció impre-sionar a muchos en aquella época, hasta que Carlos Marx la tomó en sus manos para hacer de ella la base fundamental de las leyes económicas de su percepción de la historia del mundo: sólo la fuerza de trabajo tendría la capacidad de crear valor.

La escuela marginalista fue la primera en reconocer, desde el punto de vista académi-co, el impacto de la afirmación, evaluar su contenido, estimar lo que eso significaba para el futuro del capital y en dar la voz de alarma: si el valor fuera creado únicamente por la fuerza de trabajo, entonces el total del excedente pertenecería a los trabajado-res. Eso “no podía ser”, puesto que todo el mundo sabía, desde Adam Smith, que el producto se repartía entre el capitalista, el asalariado y el rentista, por lo que, la teoría marxista habría sido superada por los hechos y que era un imperativo poner las cosas en su lugar. Luego de concienzudos estudios y de investigaciones en el mundo de las matemáticas, declararon que solamente la utilidad y la escasez podían conceder valor a un bien; esto es, si algo tenía valor se debía a que no existía en abundancia, pero tenía utilidad. En este tren de cosas, los precios relativos de los factores de producción (capital y trabajo) dependían de su escasez y utilidad relativas, con lo que el concepto de “valor” fue exiliado del léxico económico y sustituido completamente por la pala-bra “precio”; así, la ciencia económica se deshizo de toda sociología crítica y pasó del status de Economía Política al de Teoría Económica. En realidad, la cosa no estaba tan mal, excepto por la absolutización que le otorgaron a las matemáticas, las que, de ser un simple instrumento de análisis, pasó a constituirse en el medio y el fin supremos de la disciplina económica.

De las primeras escuelas marginalista s de entonces a las escuelas de hoy, las que ba-san sus lucubraciones en el marco del principio de marginalidad, entre ellas, la  neo-clásica sólo hubo un paso de refilón; de éstos al FMI, un simple cambio de domicilio y del Fondo a la sesera de nuestros burócratas de la explotación, nada más que un flujo continuo de instrucciones. Por razones que expongo con mayor sistema en mi obra en actual preparación “Indagaciones sobre el Modelo Neoclásico” cuando hablemos de “productividad” se supondrá que nos estaremos refiriendo a la productividad de la mano de obra. No existe otra clase de productividad. Cualquier mejora en la organi-zación de la empresa, en la tecnología y en el conocimiento en general, se refleja y expresa únicamente en el trabajor. Establecido el concepto, ahora es necesario analizar algunos de los principales determinantes de la productividad.

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