Si hubiera un bloqueo total y prolongado en el país, los pobladores de las comunidades indígenas serían los únicos que no sentirían las consecuencias del nuevo estado de cosas. Es que están acostumbrados a pautas de consumo que el resto de la población no podría soportar. Los pueblos indígenas pueden alimentarse de charqui, cañahua y chuño; para ellos, la energía eléctrica no es imprescindible y los celulares, teléfonos, TV, automóviles… son algo que no tiene mucha importancia en su cesta de consumo familiar. Si el número de personas que conforman los pueblos indígenas fuera reducido, no habría mayores problemas, pero el hecho es que entre todos ellos superan a la mitad del total de la población boliviana. Esto ya es dig-no de consideración. ¿Por qué? Pues porque el actual modelo económico basado en la supuesta maximización de la utilidad del consumidor y de los beneficios del empresario, no sirve para enfrentar el gran problema que tiene el país: la falta de poder adquisitivo de la mayoría de sus pobladores para aumentar su calidad de vida.
Algunos economistas keynesianos dicen que en los países subdesarrollados hay lo que Keynes llamó el “subconsumo”. Ignoran que el “subconsumo” se aplica a los países desarrollados que tienen tasas muy altas de ahorro, por lo que la demanda no alcanza a vaciar el mercado, lo que trae recesión y desempleo. Al aplicar mecánica-mente este concepto a la realidad nacional, los keynesianos cometen el mismo error de los neoliberales, esto es, acuden a la autoridad foránea en actos de servilismo académico que avergüenza y desmoraliza. En Bolivia no se consume lo suficiente, es cierto; pero es-to no se debe a que la gente ahorre mucho; al contrario, se debe a que no tiene el ingreso suficiente para demandar lo que necesita, mucho menos para ahorrar. La mayor parte de la población boliviana nunca ha logrado el ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades más imperiosas: Los pueblos originarios son los que más han tenido que sofrenar su consumo.
Cuando el empresario nacional se queja de que en Bolivia el mercado es reducido, está reflejando una realidad palpitante, realidad que pide a gritos la necesidad de elevar el ingreso de los estratos pobres del país y de este modo, elevar la capacidad de la demanda efectiva. Pero, en una contradicción dolorosa, los empresarios se oponen a cualquier medida tendiente a lograr este objetivo, con lo que no hacen sino empeorar las cosas y hacer aún más nebuloso el horizonte nacional. La eterna cantaleta de que el desarrollo económico solucionará el problema, pues “la torta será más grande y todos tendrán una porción mayor” ya ha demostrado ser una frase hueca, pues el desarrollo económico, sin el avance social, político, cultural y ambiental, no prevé, sino que causa la depauperación sistemática de la calidad de vida de los segmentos mayores del pueblo boliviano (de todos los países, incluyen-do los desarrollados) La distribución del ingreso es tan o más importante que el mismo desarrollo económico. Un modelo económico para el país debe tomar esta premisa co-mo el cimiento fundamental para erguirse sobre él y otear horizontes más justos y menos lejanos que los que nos ponen ante los ojos aquéllos que defienden el actual sistema económico neoliberal. Las políticas de redistribución del ingreso no deben espantar a nadie, puesto que cuando están bien concebidas y aplicadas, el aumento del bienestar de los demás no hace sino incrementar el propio. Los oligarcas no deberían tener tanto miedo a “un poco menos”; más bien deberían dejar de lado su terrible obsesión por “un poco más”. Nuestra historia ya lo ha demostrado mil veces: un país en el que coexisten oligarcas y mendigos, no puede subsistir como tal.Un modelo económico que ignore este principio, no puede permanecer. El hambre saldrá a las calles, a los caminos y la necesidad imperiosa de cambiar vida por vidas será cada vez más grande. El DELC es el nuevo modelo económico que Bolivia y cualquier país subdesarrollado necesitan.
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