Una población-territorio se identifica no sólo por medio de la exhibición de sus características propias, sino también por el sentido de pertenencia que los habitantes hayan desarrollado con relación a su unidad existencial. El sentido de pertenencia, “la querencia”, al hábitat propio es lo que otorga a una población-territorio el alma, esa fascinación que despierta las emociones de los visitantes cuando son convocados por el ansia de conocer lo que la población-territorio tiene para ofrecerles. Una población-territorio que carezca de sentido de pertenencia y de orgullo de pertenecer en esa unidad no tendrá ningún rasgo poético que fascine y que despierte la emoción del peregrino. En realidad, la fuente del turismo es la población-territorio hecho poema, debido a sus interacciones recíprocas y al producto que resulta de ellas. Cuando los visitantes observan el comportamiento de los anfitriones y el placer que éstos sienten en compartir sus tesoros con los invitados, entonces fluye entre unos y otros una corriente que Octavio Paz llamaría “mágica” por el estremecimiento emocional que sacude al que ofrece y al que recibe. Por eso es que considero al acto de visitar una población-territorio es un acto verdaderamente poético, cuya experiencia se repite cada vez que la repetimos. La culminación de esta relación entre anfitrión y visitante se produce cuando el peregrino siente que ya ha dejado de ser tal debido a que ha desarrollado también un sentido de pertenencia a la población-territorio que ha visitado; en esta experiencia, el visitante siente que su propia población-territorio ha absorbido el que alguna vez fuera extraño y lejano.
Voy a dar un ejemplo de lo que deseo expresar con lo anotado en los párrafos anteriores. Hace varios años hubo un convenio entre los parlamentos bolivianos y los suecos para hacer intercambios de visitas entre parlamentarios y funcionarios de ambas instituciones. Cuando los visitantes del parlamento sueco llegaron, los llevé a un tour por el Lago Titicaca, en una lanchita, de las típicas que hay en nuestro lago. De pronto me di cuenta que uno de ellos, de pie en la lancha y de frente a la bri-sa fría que le rozaba la cara, no dejaba de pronunciar unas palabras extrañas en su idioma, por lo que me permití pedirle a uno de sus colegas la traducción de lo que decía; la respuesta no pudo haber sido más gratificante; la persona que estaba de pie en la lancha mientras ésta surcaba las aguas, plenas de azul, repetía con gran emoción: ¡Pensar que estoy en el Lago Titicaca! ¡Pensar que estoy en el Lago Titicaca! La emoción nos embargó a todos y también me enseñó algo cuya aplicación se vuelve útil después de tantos años: la población-territorio debe tener su propia historia y, lo que es más importante aún, debe tener su propia leyenda. Nada fascina tanto a tantos como sentir en los poros, el hecho de que está asistiendo a la concreción de lo que sucedió siglos o milenios atrás.
Al final del presente capítulo, mostraré una de las muchas maneras que hay para lograr captar la curiosidad de los visitantes potenciales a una población-territorio determinada. Por el momento es necesario decir que la imagen que se quiere proyectar sobre la población-territorio necesita de grandes artífices para esculpirla y darle la forma final.
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