EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

El Consumo per cápita

Extenderemos  el concepto de densidad expuesto en los párrafos anteriores, original-mente concebido para la cantidad de población,  a los niveles de consumo de la población existente. Esa extensión nos permite hacer una afirmación primera: El homo consumidorus consume demasiado; lo peor de todo, es que consume demasiado de lo superfluo. Las técnicas de "vender más y mejor" que adoptan las empresas están destinadas, no a informar al consumidor sobre las bondades de un artículo, sino a crearle necesidades artificiales. Con este propósito realizan grandes ofensivas publicitarias que saturan millones de páginas de periódicos, revistas y de Internet; billones de horas de transmisión radial y trillones de horas televisivas anuales. En esta guerra declarada contra la intimidad del consumidor, los respon-sables de la publici-dad recurren a toda suerte de subterfugios psicológicos para lograr que el consumi-dor se fije en el producto anunciado. Estos subterfugios van desde el aviso más o menos equilibrado de las características de un producto, hasta la puesta en escena de las urdiembres más espantosas que la tecnología del mensaje puede inventar. La publicidad se ha convertido en el animal más feroz y sutil de cuantos el mercado ha producido, puesto que ataca al hombre y lo ataca desde todos los ángulos infinite-simales proyectados sobre la envoltura anímica que protege su patrimonio psíquico. Es en esta desmezurada ofensiva que el homo consumidorus, en su versión de  publi-cista, despliega sus estrategias más sofisticadas y, por ello, más letales en contra de la libertad del ser humano, puesto que lo confunde, lo obceca, lo obnubila, lo convierte en un ser acondicionado y falto de todo vestigio de voluntad, para así acondicionado, ponerlo finalmente a disposición del encargado de ventas. Pero el homo consumidorus no considera que esto sea suficiente. El objetivo de producir más y más, hace que va-ya más y más allá en la tarea de estrujar el cerebro del consumidor. En medio de la loca rapsodia de colores, música, mujeres bellas en mallas de baño, escenas suges-tivas de aventuras de alcoba y gritos estridentes de la música del hoy, el empresario instaura el frente de guerra más agresivo que  pueda imaginarse: los sistemas de venta al crédito. El establecimiento de los sistemas de crédito es la puntada final que acaba por completo con la cordura del consumidor, una vez que ya ha sido drogado por la ofensiva publicitaria. Por la venta a crédito el consumidor compra más y paga más por lo que compra. Pero hay algo que es preciso reconocer: la venta a crédito no es un invento del empresario, es una exigencia del mercado.

En esta guerra unilateral de los invasores de la psique humana, surge, por último, la bomba nuclear del gran Pentágono mercantil: la Tarjeta de Crédito. La ilusión de po-der que confiere una tarjeta de crédito a su poseedor es sólo igualable a la que otorga el privilegio de apretar el botón nuclear. Entre billones de transacciones que se rea-lizan anualmente sobre la base de la tarjeta de crédito hay un porcentaje alarmante de compras inmoralmente superfluas que realiza el consumidor. Las necesidades artifi-cialmente creadas por el aparato publicitario de la empresa y la aparente facilidad para adquirir los artículos que supuestamente habrán de satisfacerlas, son los que me permiten dar paso a una segunda versión del concepto de densidad: la densidad extra ocasionada por el incremento incesante del con-sumo de la población de los países ricos y de los círculos de ingresos altos de las naciones pobres.

El afán consumista del homo consumidorus es responsable de gran parte de los proce-sos de inflación que periódicamente azotan a todas las naciones, pero es también el gran depredador del medio ambiente y de los recursos naturales. En síntesis, los es-tragos producidos en el medio ambiente y en los recursos naturales debidos al incre-mento de la densidad por sobre consumo es tan mortal como los que resultan del aumento indiscriminado de la población. Esta guerra fatal que el homo consumidorus ha declarado a la naturaleza tiene que ser frenada. Desgraciadamente la teoría econó-mica actual no está preparada para ello. La supuesta racionalidad del egoísmo no permite tomar en cuenta los avatares que sufre el medio ambiente.

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