Siguiendo con el análisis de nuestros grupos sociales, diremos que al presente vivimos en una época de transición al cambio, desde que el año 2006 un gobierno indígena decide sobre los destinos de nuestro país. Este momento histórico de transición hace necesaria la revisión de los diferentes grupos que tienen una activa participación en el proceso.
En primer término, es preciso citar al Intelectual. Para el DELC, el intelectual es alguien que se ocupa de los aspectos teóricos de las cosas y de la crítica del statu quo de una nación. Como resultado de ese análisis, tiene la tarea de proyectar una visión de mediano y largo plazo del país, para lo que propondrá un nuevo paradigma de cambio. Ese paradigma estará respaldado por una ideología, la que se consti-tuirá en el cimiento que lo apuntale. En virtud de que para cumplir con su misión tiene que mirar más allá de la simple coyuntura, no es posible pensar en un intelec-tual como alguien interesado en mantener el presente paradigma, puesto que un verdadero intelectual es leal a sus principios y a la humanidad. Una persona proclive a mantener el estado actual de cosas, no puede ser considerada un intelectual.
En segundo lugar, el DELC toma en cuenta al político. En teoría, el político es el personaje que tiene la responsabilidad de aceptar un paradigma y convocar a las fuerzas representativas del país para llevar adelante la tarea conjunta de ejecutar las acciones orientadas al logro de los objetivos que el paradigma incluye. Sin embargo, nuestros políticos han perdido (si es que alguna vez han tenido) esa sensibilidad y esa capacidad. El político criollo es una persona que ha encontrado en la política el medio más adecuado para medrar del Estado Nacional. La corrupción, que incluye el transfugio, el servilismo a intereses foráneos y el entreguismo de los recursos y de la soberanía nacional a las transnacionales, ha hecho del político el personaje que no sólo debe dejar la honestidad a un lado para seguir en la arena política, sino que tiene que abjurar de ella en todo momento y circunstancia, puesto que la honestidad es un principio que no rima con el acto de medrar. El famoso principio de que “la política es el arte de lo posible” ha sido interpretado por el político, en éste y en todos los países del mundo, como el arte de hacer que todo sea posible si es “políticamente necesario”. Un político es leal a sus intereses; a nada más ni a nada menos que a sus intereses. Por estas razones, un político honesto sería tan antinatural como un puerco espín con ruleros.
El tercer personaje es el sindicatero (nos permitiremos este neologismo ya muy popular) En realidad, nuestro sindicatero es un político disfrazado. Ha aprendido el arte de la demagogia y de manipular a sus bases en pos de la redención personal. Su lealtad no está comprometida con nadie, excepto consigo mismo. Ver a un sindicate-ro es ver a un político en la imagen clonada de un espejo.
El cuarto personaje es el empresario. El empresario nacional está obsesionado con una sola idea: recobrar su inversión en el más corto plazo posible, a como dé lugar. La ética propia del empresario le obliga a ser leal con los intereses de los accionistas de la empresa, los que no siempre están en armonía con los intereses nacionales. Nuestro empresario es muy timorato y, al parecer, no ha aceptado aún el papel que la historia le ha asignado: ser parte del nervio motor del crecimiento económico nacional; al contrario, se ha convertido en un defensor a ultranza del statu quo. Por otra parte, su lealtad al empresario transnacional, deviene de una necesidad de amparo, lo que de cualquier manera es un error, puesto que con el proceso de globalización, ese empresario transnacional se encargará de desplazarlo para siem-pre de la historia.
Tanto el político como el sindicatero tienen algo en común: su servilismo. Los dos son serviles con las fuentes de financiamiento que les permiten mantenerse en acción. Cuando los dos se juntan, quiere decir que la mano que les alcanza el estipendio es común a ambos. Entonces hay una expoliación de los recursos nacionales sin que exista mucho alboroto. Pero, cuando las manos que entregan el estipendio comprometido son diferentes, la expoliación de los recursos nacionales se lleva a cabo en medio de bloqueos, huelgas, paros y protestas en general.
El quinto personaje es “el hombre de a pie”, el que anda desorientado en una espe-cie de tierra de nadie donde cae la artillería de los bandos en lucha. Es el que siente la necesidad de cumplir con el rol histórico de hacer una nación consolidada de nuestros grupos culturales desperdigados. Por eso es que este quinto personaje es el que sirve de principio y fin para la instauración del nuevo paradigma de liberación que le ofrece su amigo de siempre: el intelectual, aunque todos los personajes que componen la sociedad boliviana serán tomados en cuenta para que cada uno aporte con su capacidad y su creatividad a la creación, consolidación y fortalecimiento del DELC.
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