Pintor costumbrista, dibujante humorístico y caricaturista político español, de gran influencia en la plástica cubana. Nace en Bilbao, España, el 6 de marzo de 1830. Arriba a Cuba en 1850, poseedor de una formación académica y de profundos conocimientos del arte litográfico. Se radica en la ciudad de Cárdenas, donde coincide con la fracasada expedición de tendencia anexionista general Narciso López. Estos hechos parecen haber influido en Landaluze para decidir su ingreso al Cuerpo de Voluntarios y la postura política que asumiría como integrista; y serán la temática de las primeras obras que realiza en Cuba, en 1851, llevadas al grabado en los talleres de la Litográfica Militar y de Louis Marquier. En esa época se vincula al género costumbrista que había tomado auge dentro de la literatura insular e ilustra la obra Los cubanos pintados por sí mismos, publicada en 1852, en La Habana por el español Blas San Millán. Los artículos reunidos en el tomo se acompañan de xilografías, realizadas por José Robles, sobre dibujos de Landaluze y litografías del propio artista. Este trabajo es duramente criticado por Idelfonso Estrada y Juan Clemente Zenea desde las páginas del semanario El Almendares, que este dirigía y en el que Landaluze trabaja como dibujante. Investigaciones posteriores sugieren que Landaluze realiza las ilustraciones desde España, solo guiado por las descripciones de los textos escogidos para el autor del libro, que se revela en la escasa cubanía de los tipos representados, la evidente omisión del sector negro de la sociedad criolla y el desconocimiento acerca del país que este poseía en ese momento. Ya establecido en La Habana, se aventura en el campo literario como dramaturgo. Sin embargo, su obra más sostenida, a la par de la pintura, es la caricatura, que desarrolla a partir de 1857, cuando se incorpora como colaborador al semanario La Charanga (1857-1858), dirigido por Juan Martínez Villergas, a quien le une una fructífera amistad y donde, además del dibujo humorístico, realiza críticas artísticas y de actualidad. En esta época, la fábrica de cigarros de Llaguno y Cía. lanza la serie Vida y Muerte de la Mulata, ilustrada por La Charanga de Villergas. Entre los colaboradores, aparece Landaluce, caricaturizado en el enmarque de las cromolitografías, tocando el bombo, en alusión al seudónimo con que firmaba sus artículos. De su viaje a México junto a Villergas, en 1858, se conservan en la colección del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, varios apuntes donados por su viuda, que revelan la pupila ávida de Landaluze, interesado en acercarse a las costumbres y tipos del país que visita. Años después, en travesía por los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y su natal España, documenta también su paso de viajero curioso por esas tierras. A su regreso a La Habana, colabora en varias revistas de corte humorístico. Funda su propio periódico, Don Junípero (1862-1867), desde donde, entre temáticas generales, se une con la serie de caricaturas Lecturas de los Talleres (1866), a la campaña contra los reformistas que luchaban por introducir en Cuba la lectura en los talleres de tabaquería. Desde las páginas de El Moro Muza, en colaboración con Villergas, sus dibujos humorísticos y leyendas de corte político satirizan, a partir de 1868, la lucha independentista. Pero será en la revista Juan Palomo (1869-1874) donde aparecen las más zahirientes caricaturas de Landaluze contra los caudillos de la insurrección, presentados como borrachos, ladrones e ineptos para empuñar las armas. El tono de las críticas irá en descenso desde 1871, hasta marcar un cambio en su actitud. Este cambio se atribuye al impacto que pueden haber causado en el artista los fusilamientos de los estudiantes de Medicina y el poeta Juan Clemente Zenea, con quien mantuvo una relación amistosa. Su obra se centra entonces, desde el "Almanaque Cómico Político", publicado en Juan Palomo, a satirizar el mestizaje de las razas en Cuba y, desde 1873, colabora con el semanario La Sombra (1873-1874), dentro de una línea netamente costumbrista. En 1872 es nombrado coronel del Cuerpo de Voluntarios y regidor del Ayuntamiento de Guanabacoa. Se traslada a esa villa, donde, junto a la vida militar, se dedica a madurar su obra sobre los tipos populares. Retoma la temática con un mayor conocimiento del país y su pueblo, que supera con creces la visión que pudo aportar en1852. El álbum Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba (1881), editado por Miguel de Villas, con prólogo de Antonio Bachiller y Morales, es una pieza monumental dentro de la obra impresa de Landaluze donde realiza 20 dibujos ilustrativos, impresos en fototipia por Alfredo Pereira Taveira y una cromolitografía. Aunque valorada por algunos críticos como una obra epidérmica y pintoresquista, es reconocida como la que mejor y con más ternura reflejó la vida popular del Siglo XIX en Cuba. Amable, pero satírica, su obra pictórica se desarrolla en escenas de pequeño formato, las que, salvo casuales incursiones en otros géneros, son estampas costumbristas. Sus colores brillantes y planos alcanzan en la pintura calidades similares a las de sus acuarelas, y captan con gran realismo la luz del país. Para el esclavo doméstico, escoge interiores acogedores y refrescados por la sombra de la casa colonial. Para los negros y mulatos libres, las calles de la ciudad ofrecen libertad de movimiento y expresividad a las figuras elegantes y gráciles, siempre alegres, que parecen desconocer las miserias sociales que han lanzado a los criollos a la lucha por su independencia. La visión de la esclavitud que ofrece es festiva en Día de Reyes en La Habana y alcanza algún realismo en el látigo que empuña El Mayoral o en la expresión desesperada de El Cimarrón (1874). No deja de reflejar al centinela español, al comerciante peninsular o al caballero con su dama. Sus campesinos aparecen en fiestas rurales vestidos con impecables camisas blancas y sombreros de yarey, lo cual ha motivado, en no pocos textos, la confusión de que Landaluze es el creador del personaje de Liborio, una personificación del pueblo cubano que viste el mismo atavío, y que nacería de la pluma del humorista, Ricardo de la Torriente, durante la República. Fallece en Guanabacoa el 7 de junio de 1889, acechado ya por la tuberculosis que consumió su salud.
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