Stella Maris Arnaiz Burne
Luz Angélica Ceballos Chávez
“La transición que está viviendo Bahía de Banderas, muestra la cara más agresiva de la modernización, aquélla que llega a través del turismo, ese fenómeno cuyos efectos son más devastadores que una bomba atómica, porque acaba con todos los valores”
Alfredo César Dachary
En Bahía de Banderas, el municipio más joven del estado de Naya- rit pero también el de mayor pujanza económica, el desarrollo del turismo ha propiciado intensos flujos migratorios que han modifi- cado la faz del territorio. Miles de migrantes, sin historia conocida ni credenciales que los identifiquen, se desplazan permanentemente a la región - en un ir y venir constante - desde diferentes estados de la República (Jalisco, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Chiapas y Ve- racruz) a engrosar las filas de los trabajadores de la industria de la construcción y hacinar las colonias marginales existentes, donde la pobreza, la delincuencia y la desesperanza se han instalado y modi- ficado las condiciones de vida de las localidades destino.
Son trabajadores que llegan para permanecer por meses en las co- munidades y luego regresar con sus familias llevando unos cuantos pesos que les permitan sortear sus condiciones de miseria o bien se establecen en las localidades turísticas costeras con sus esposas e hi- jos, para incorporarse luego a un mercado laboral cuya prioridad es la atención de los turistas que desde diversos confines arriban a las playas de la bahía de Banderas, para el disfrute de su tiempo de ocio.
Quienes deciden migrar, viven un doloroso proceso de adaptación a una nueva cultura donde son rechazados por su condición de “gen- te de segunda” que arrebata los empleos a la población nativa. La pérdida de identidad, de referentes y de sentido de vida, así como el alejamiento de los sistemas de control existentes en sus localidades de origen, que acompaña los procesos migratorios, les convierte en clientela natural de diversos grupos religiosos que en regiones turís- ticas tienden a proliferar (César y Arnaiz, 1987) al convertirse en es- pacios naturales de recepción, acogida y apoyo de un gran número de migrantes pobres que llegan a concebir a las congregaciones de dichos grupos como “su familia extendida”.
Pentecostales, bautistas, testigos de Jehová, interdenominacionales, miembros de la Luz del Mundo y católicos, coexisten en un espacio geográfico donde la venta de bienes simbólicos de salvación es una actividad cotidiana. Pero, ¿Cómo inciden estos grupos religiosos en la nueva sociedad que el turismo ha gestado? ¿Cuál es el rol que desde la percepción de sus líderes, deben jugar los miembros de las congregacio- nes, en los necesarios procesos de construcción comunitaria? ¿Tienen éstos claridad del importante papel que los diferentes actores sociales, incluyendo los religiosos, pueden desempeñar en el mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades, sobre todo las turísticas, caracterizadas por la anomia y la pérdida de valores?
Paradójicamente, pese a que en el discurso de los diferentes líderes religiosos, el bien común es un anhelo, su mirada sólo está posada en el nuevo mundo ofrecido, muy alejado de los graves problemas que en Bahía de Banderas asolan a la población y han mermado significativamente la calidad de vida. Están conscientes de las trans- formaciones sociales que el turismo ha traído consigo y sus costos, pero no se involucran en los procesos comunitarios para cambiar el estado actual de las cosas. Una terrible contradicción que tiene consecuencias negativas para todos.
En el presente artículo se analiza el papel de los diferentes grupos re- ligiosos existentes en las localidades costeras de Lo de Marcos, San Francisco y Sayulita, en el proceso de transición que actualmente vive la región y se identifican algunos puntos de coincidencia en la práctica de dichos grupos en el ámbito local y las transformaciones que durante las últimas décadas se han dado en el mapa religioso nacional y latinoamericano.
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