Marisol Cruz Cruz
Irma Lorena Acosta Reveles (Coord.)
En este escrito se plasman los resultados de un estudio que analizó el trabajo productivo y reproductivo de tres segmentos de mujeres trabajadoras del medio rural en el estado de Zacatecas, reparando en la evolución de sus roles económicos hacia los últimos 30 años, en el marco del neoliberalismo. Asumimos al neoliberalismo como un periodo de cambios radicales en todas las dimensiones de la vida social, con efectos en extremo negativos para la clase trabajadora, y más aun en las naciones subdesarrolladas; es en este contexto que el aprovechamiento del trabajo femenino reporta regularmente mayores beneficios al capital
Las avances productivos en la etapa neoliberal, relacionadas con la innovación constante de tecnología para la extracción del plusvalor, implica también que se demande fuerza de trabajo con características particulares para los nuevos procesos laborales. De ahí las exigencias de mano de obra barata, abundante y flexible En el escenario neoliberal, el trabajo de la mujer rural cumple con esas exigencias. En la constante búsqueda de nuevas y mejores fórmulas para la generación de riqueza, se ha visto en el trabajo femenino muchas ventajas, toda vez que la mejora tecnológica demanda para tareas muy específicas mano de obra no calificada, pero más ágil y dócil; y así las mujeres entran a relevar a los hombres en algunas actividades.
Por otra parte, la realidad nos muestra que las mujeres rurales, además de estar ahora más presente en el mercado de trabajo, siguen realizando la mayor parte de las actividades propias del hogar rural y cuidan de los hijos. Pero no sólo eso, también las encontramos cada vez más como gestoras de recursos públicos, en la actividad política como masa, y en menor medida como líderes natas para atraer servicios a su comunidad. Y es común que todo el trabajo que realizan, en gran parte sin remuneración, lo hagan por ayudar al hombre en su responsabilidad como principal proveedor de recursos para la familia, pues esta forma de pensar sigue presente en el medio rural.
A pesar de la trascendencia del trabajo de la mujer en los campos de cultivo y en las zonas rurales, por tradición se le ha considerado complemento al ingreso de la familia, escasamente se le aprecia como un trabajo necesario para satisfacer necesidades sociales en un sentido más amplio.
Sobre el aporte social del trabajo productivo y reproductivo de la mujer, diferentes enfoques han dado respuestas. Por ejemplo, desde el enfoque de género que hace suyo el sector público, se explica que el ámbito reproductivo o privado es un espacio socialmente construido para la mujer y que el ámbito público o productivo es para el hombre, razón por la cual han emprendido la tarea de visibilizar el trabajo de la mujer para que comience un proceso de empoderamiento. Desde el enfoque neoclásico llama la atención el planteamiento del costo de oportunidad, que hace alusión a que la mujer puede acceder a un salario pero a cambio debe renunciar a dedicarse a las actividades del hogar y el cuidado de los hijos. Desde la Economía Política Marxista también hay respuestas.
Nosotros recuperamos la tesis que parte de señalar las razones del subdesarrollo (Figueroa, 1986), y explica porqué en estas zonas existen excedentes de población. Así podemos entender que la exclusión de la estructura productiva orilla a la población trabajadora a buscar otras formas de sobrevivencia para atenuar su condición de pobreza, impulsando y consolidando formas de producción no capitalista como el comercio informal, la piratería, o la economía campesina. Aquí es donde creemos, tiene sentido el trabajo de la mujer: como el ingreso del jefe de familia resulta insuficiente para reponer y reproducir la fuerza de trabajo, ella también tiene que trabajar para proveer a la familia de lo necesario para subsistir. Sin embargo observamos que incluso con su aporte y esfuerzos la familia no logra escapar al ciclo de reproducción precaria (Acosta, 2007: 8).
El trabajo de la mujer, por sus cualidades de ser dócil, la delicadeza que le imprime a ciertas mercancías, su puntualidad, escaso ausentismo laboral, y por no exigir mejores salarios ni prestaciones, se ha convertido en sostén de algunos procesos productivos, entre ellos la cosecha de hortalizas que requiere ciertos cuidados para llegar a los grandes centros comerciales con los mejores estándares de calidad o la operación de cierto tipo de maquinaria de alta tecnificación para la mayor extracción de plusvalor. Sin embargo, como no todas las mujeres en edad de trabajar son requeridas por la estructura productiva, buscan por su cuenta maneras para proveerse de lo necesario para subsistir. Consideramos que incluso en estas actividades destinadas a la sobrevivencia se contribuye de algún modo a la necesidad de reproducción del capital. Es el caso de las mujeres que se desempeñan como trabajadoras domésticas, vendiendo productos que recolectan (conejos, ratas de campo, víboras, nopalitos, frutales, hierbas medicinales) y que no requiere de la intervención de la mano del hombre para existir, pero que son de consumo humano.
El Estado y las instituciones que difunden la ideología dominante han tenido mucho que ver en el proceso de integración de las mujeres a las actividades productivas. Es así que tras la crisis económica de mediados de los setenta, se comenzó a resaltar el trabajo de la mujer fuera del hogar, comenzando un proceso de reconocimiento de la labor de las mujeres, cuando en realidad el trabajo de la mujer era necesario para contener la situación de pobreza en que millones de familias comenzaban a entrar. Con el paso de los años, el trabajo de la mujer cobró cada vez más importancia para el capital.
Antes de entrar en materia conviene aclarar que el sustento teórico de este análisis lo proporciona la Economía Política Marxista, por ser la que da una explicación estructural sobre los constantes cambios y transformaciones de la sociedad actual, subdesarrollada, y que afecta a la clase trabajadora orillando a las mujeres a reajustar sus tiempos, tareas y presupuestos, junto con el del resto de los integrantes de la familia. Dada la ausencia de trabajos empíricos, desde la economía política enfocados a indagar en los mecanismos a través de los cuales la mujer rural contribuye a la necesidad de reproducción del capital, es que se pretende llenar este vacío.
Para efectos de este trabajo se considera que las actividades que realizan las mujeres rurales se dividen en dos categorías. La primera tiene que ver con el trabajo reproductivo o destinado a la generación de bienes y servicios de consumo familiar inmediatamente, sin que pasen por el mercado; estas labores son en muchos estudios reconocidas como actividades domésticas porque por lo general transcurre al interior del hogar, aunque no necesariamente. La segunda categoría es el trabajo productivo, que comúnmente transcurre fuera del hogar, pero no necesariamente, como en el trabajo a domicilio.
Pues bien, tanto las actividades reproductivas y productivas femeninas se han modificado a lo largo de los años, y pretendemos que ello encuentra explicación en la modificación de las relaciones sociales de producción derivadas del ajuste estructural de los años ochenta, luego de presentarse la crisis económica mundial de los setenta; es decir, con la llegada de la fase neoliberal. Aquí se presume que ambos tipos de actividades económicas reportan beneficios al capital. Para demostrarlo nos apoyamos en tres colectivos de mujeres: artesanas, jornaleras y mineras. Mediante la generosa colaboración del Instituto de Desarrollo Artesanal de Zacatecas (IDEAZ), así como el apoyo de informantes clave, se pudo dar seguimiento por meses a las jornaleras y mineras, acortando distancias de traslado para la obtención de datos.
Partimos de dar un panorama de la información estadística existente sobre mujeres y sus actividades reproductivas y productivas, hasta el mayor nivel de desagregación, con esto se justificará la pertinencia de obtención de evidencia empírica de tipo cualitativo. Enseguida se concentran los resultados del trabajo de campo sobre tres colectivos: las artesanas de la localidad de Ojo de Agua del Progreso, Genaro Codina; las jornaleras de la agroindustria del ajo y el chile de Chaparrosa, municipio de Villa de Cos, y las mineras de Peñasquito, contratadas directamente por el complejo minero Gold Corp.
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