A través de las historias de indígenas otomíes se analizan los procesos migratorios que éstos han experimentado para establecerse en la ciudad de León, Guanajuato desde hace aproximadamente 15 años. Se revisan algunas de las principales causas que los han orillado a vivir en la ciudad, así como los obstáculos y limitaciones que este sector de la población vive en su proceso de adaptación a la urbe. Este caso abona a la discusión de la multiculturalidad que están registrando las ciudades a partir de la llegada y visibilización de diferentes pueblos indígenas en estos ámbitos.
La población otomí es una de las más antiguas que habita el centro del país. Con la llegada de los mexicas esta población fue desplaza hacia la periferia; y con la conquista española fueron replegados a espacios reducidos de tierra de propiedad privada y de muy baja calidad (Questa y Utrilla, 2006: 12). En la actualidad podemos localizar a los otomíes en diferentes estados del país: Querétaro, Hidalgo, Estado de México, Michoacán, a los que se suman aquellas ciudades y localidades a las que en décadas recientes éstos han migrado en busca de trabajo, como son el DF, Guadalajara, León, Monterrey, San Luis Potosí, entre otras.2
Entre algunos de los principales estudios que refieren la migración otomí hacia las ciudades encontramos el de Lourdes Arizpe (1975) sobre las mujeres indígenas en la ciudad de México que se dedican al comercio ambulante y son llamadas “Marías”. Regina Martínez (2001) en su tesis doctoral analiza el caso de los otomíes en la ciudad de Guadalajara, específicamente estudia las interacciones que esta población establece en la ciudad a partir de 3 ámbitos: casa, comunidad y ciudad. Por su parte, Questa y Utrilla (2006) brevemente nos refieren cómo los indígenas otomíes del norte del estado de México y sur de Querétaro se han integrado al proceso migratorio desde la década de los setenta del siglo XX. Otro estudio es el de Marta Romer (2010), éste trata sobre la lucha que otomíes de Querétaro hacen por el espacio urbano (legalización del terreno que ocupan y ayuda para la construcción de viviendas) tomando como punto de partida el trabajo de Arizpe también en la ciudad de México.
Las razones para tomar la decisión de migrar (individual o colectivamente) son variadas. Para el caso específico de la migración indígena, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos indígenas (CDI) afirma que las principales causas se refieren a:
A lo que se suma una experiencia en la trayectoria migratoria entre algunas de estas poblaciones.
Martínez et al. (2003) proponen que en la actualidad se registran dos fenómenos relacionados con la migración indígena: ocurre la concentración de pueblos indígenas en zonas metropolitanas ya conocidas (DF, Monterrey, Toluca y Puebla); y también se registra cada vez más la presencia indígena en ciudades medias y pequeñas. Tomando en cuenta los estudios anteriormente citados podemos relacionar estos dos fenómenos con los procesos de migración otomí, ya que en un inicio registramos la llegada de estos indígenas a la ciudad de México; y en años recientes encontramos a esta población en ciudades como León, Querétaro y San Luis Potosí. En lo referente a la migración internacional, hacia EU, hay pocas cifras, Questa y Utrilla afirman que se trata de una novedad, al no encontrar empleo en las ciudades tradicionales: DF, Guadalajara, Toluca, Querétaro, San Juan del río y ciudades fronterizas (2006: 49).
Hay que recordar que el fenómeno de la migración es un fenómeno complejo y dinámico, e implica un traslado temporal o permanente con diferentes costos sociales, además de los económicos y materiales. Por ejemplo, para las comunidades de origen los costos pueden verse reflejados en la pérdida de población joven y en edad productiva, así como fracturas del tejido social. En este sentido, Questa y Utrilla mencionan a la migración a las ciudades como un elemento que influyó para que los jóvenes, que aún viven en las comunidades del norte del Estado de México y Sur de Querétaro, dejaran de hablar el otomí y hablaran el castellano (2006: 8).
Antes de finalizar este apartado es importante mencionar que los estudios acerca de migrantes indígenas en las ciudades coinciden en que esta migración es una estrategia familiar. Como mencionamos anteriormente, existen múltiples causas, pero cada vez es más frecuente que las familias completas migren y no sólo un miembro de éstas. En esta línea, en el sur de Querétaro se identifica a la migración temporal de grupos familiares como la más recurrente (Questa y Utrilla, 2006). Esta estrategia también se ve reforzada con las relaciones de parentesco y compadrazgo, que se vuelven necesarias para adaptarse a la ciudad.
El estado de Guanajuato pertenece a la región llamada del Bajío; se ubica en la parte centro del país; colinda con los estados de Querétaro, Michoacán, San Luis Potosí, y Jalisco. En la época prehispánica representaba la frontera entre dos ambientes naturales y culturales diferentes: Mesoamérica y Aridoamérica. Sus antiguos pobladores casi desaparecieron con la llegada de los españoles, pero aún podemos encontrar a algunos de sus descendientes en la región noreste del estado.
La población indígena en este estado representa una minoría. El Censo de 1990 registró 8,966 hablantes de idiomas indígenas en Guanajuato, lo que representó cerca del 0.26 % en relación con el resto de la población en el estado (INEGI, 2005). Con respecto a los dos censos siguientes podemos afirmar que en términos proporcionales el número de hablantes aumentó; en el Censo del 2000 y 2010 la población que habla una lengua indígena alcanzó 0.26 % y 0.30 % respectivamente (INEGI, 2000; 2010).
Se ha catalogado como población indígena originaria a los pueblos otomíes y chichimecas que habitan en la región noreste del estado (municipios de San Luis de la Paz, Xichú, Tierra Blanca, Victoria principalmente), y cuyo asentamiento se relaciona con la llegada de los españoles; además de los tarascos o purépechas del sur del estado que han dejado de hablar su idioma y se han aculturado a la sociedad mestiza. La otra categoría se refiere a los indígenas migrantes, que se trata de los pueblos indígenas provenientes de otros estados de México (purépechas, mixtecos, mazahuas, nahuas y otomíes), que han llegado desde la década de los setenta a diferentes ciudades del estado. Estas poblaciones se han establecido, en ocasiones de forma permanente y en otras de forma temporal, en ciudades como Guanajuato capital, Dolores Hidalgo, Irapuato, Celaya, San Miguel de Allende y León.
A continuación presentamos algunas gráficas que muestran la diversidad cultural y la evolución de hablantes de lenguas indígenas en Guanajuato en los años 2000 y 2010.
Como se puede observar en estas gráficas el estado comprende una amplia gama de idiomas indígenas, aunque muchas veces este dato pasa desapercibido. Con respecto al crecimiento de hablantes en estos idiomas, la lengua otomí es la que registró un mayor crecimiento, pasó de 10 a 21% en diez años. En la gráfica no podemos apreciar los municipios donde mayoritariamente se hablan estas lenguas, pero de acuerdo a los datos del INEGI los municipio que registraron mayor número de hablantes de otomí son Tierra Blanca (indígenas originarios de Guanajuato) y León (indígenas migrantes) (INEGI, 2010).
Específicamente el caso de Tierra Blanca en el año 2010 es sorprendente, porque va de unas decenas de personas a miles en 2010. Este cambio se puede relacionar con el resurgimiento de una identidad étnica. Este municipio presentó, al igual que Victoria, una iniciativa de Ley indígena ante el Congreso local en 2008. Lo anterior puede indicarnos una valoración positiva del ser indígena que es reconocida ante instancias del gobierno, como el INEGI.
Con respecto a los indígenas que viven en las principales ciudades (Celaya, Guanajuato, Irapuato, León y Salamanca) representaron en el año 2000 y 2005 cerca del 50 % de la población total que habla una lengua indígena en Guanajuato. En cambio, en 2010 sólo representaron poco más del 30 % (Jasso, 2011).3 Es decir, que los indígenas que viven en las principales ciudades de Guanajuato frecuentemente son indígenas migrantes que vienen de otros estados, o que se han establecido permanentemente en estas ciudades y registran un crecimiento poblacional. Cabe añadir que en Guanajuato este fenómeno migratorio es relativamente nuevo, hay pocos registros y estudios que analicen los procesos de población indígena migrante.
Nos enfocaremos en la población indígena otomí proveniente del Estado de México y de Querétaro debido a los cambios que esta población ha mostrado en los últimos años y a que hemos encontrado material académico que analiza casos de población proveniente de estos lugares en otras ciudades como Guadalajara o el DF. Además de que esta población se ha mostrado más accesible en el trato y la participación en la investigación. En el siguiente apartado analizaremos las condiciones de vida de esta población en León, a través de las historias de migrantes otomíes que ahora habitan en la ciudad.
León es una ciudad industrial con una economía pujante (particularmente la industria del calzado se ha desarrollado ampliamente en esta región), y una de las del Bajío con mayor inversión internacional. Esto ha propiciado que también se convierta en una zona económica de atracción, y aunque posee las ventajas de las grandes jurisdicciones (cuenta con todos los servicios: educación, salud, vivienda, empleo, industria, transporte, diversión, etc.) también registra grandes necesidades y carencias, ya que los servicios no son para todos o por lo menos no todos tenemos la posibilidad de acceder a éstos. Los migrantes que llegan a esta ciudad se enfrentan a grandes contrastes: una gran acumulación de riqueza y una pobreza extrema que aumenta.
Los primeros registros que se tienen de población indígena en León datan de mediados de la década de los noventa. En 1998, la Universidad Iberoamericana realizó un diagnóstico y registró población mixteca y algunos otomíes que ocupaban los patios de la antigua estación de ferrocarril en esta ciudad desde 1993. En ese diagnóstico se describen las condiciones en que viven los indígenas y las carencias que presentan en términos de servicios de salud, educación y vivienda.4 A continuación se describirán brevemente dos casos de mujeres otomíes que se asentaron, junto con su familia, en la ciudad de León.5
Ana llegó a la ciudad después de que se casó y tuvo a sus cuatro primeros hijos, su esposo se dedicaba al comercio y por temporadas salía fuera del pueblo (Santiago M.). La familia de su esposo empezaba a pasar temporadas prolongadas en la ciudad de León, adonde acudían a vender mercancía o a trabajar en algunos oficios. Ella atendía a sus hijos pequeños, pero no habían podido ahorrar para construirse una casa propia; fue entonces que su esposo le propuso mudarse a la ciudad de León para que los dos trabajaran y pudieran ahorrar, con el objetivo de regresar al pueblo y construir su casa. Así, Ana llego a León sin saber hablar casi el castellano y con cuatro niños pequeños. Se establecieron en un pequeño terreno que recién habían adquirido los papás de su esposo, junto al resto de la familia, en una colonia periférica (Colonia Morelos). Este terreno les pertenece en la actualidad, se lo pagaron en abonos a la madre de su esposo y han construido una pequeña casa de dos plantas. Ana empezó a trabajar en el comercio ambulante vendiendo dulces, semillas y golosinas; en ocasiones se llevaba a sus hijos junto con ella a vender a las calles. Su esposo empezaba a vender frutas y aguas frescas. Hace pocos años él pudo comprar un pequeño carro donde vende estos productos cerca de la actual central de autobuses. Su idea de ahorrar se desvaneció cuando hubo un incendio a un lado de la casa y éste se propago a la suya. En ese momento se extinguieron los pocos bienes que habían acumulado y los ahorros fueron ocupados para nuevamente construir la casa (pero ahora con materiales más duraderos previendo la seguridad de los integrantes) y comprar algunos enseres domésticos. Con los años, nos comenta Ana, su último hijo nació en León, y los otros empezaron a estudiar, entonces fue difícil sacarlos de la escuela para regresar al pueblo.
Sus cuatro hijos mayores están estudiando en la prepa y la universidad, y el menor apenas tiene 2 años y medio. Ella sigue vendiendo papas, frituras, churritos, dulces y refrescos en una parada de transporte público cerca de un centro comercial, su puesto es semifijo, aunque no cuenta con ningún permiso. Le han llamado la atención los inspectores de la Dirección de Mercados del ayuntamiento leones, ya que esa es una zona en la que está prohibida la venta de mercancías, y en dos ocasiones le han levantado y confiscado sus productos; los cuales recogió una vez que pagó la multa respectiva.
Ana nos menciona que a ella le gusta más vivir en su pueblo, que acá es diferente y que a ella le gustaría regresar y que su niño pequeño creciera allá. Sin embargo, sus hijos están en León y la necesitan, así que aunque quiera tiene que estar al pendiente de ellos. En la actualidad, los cuatro hijos mayores de Ana tienen deseos de superarse, todos ellos estudian y aunque entienden el otomí lo hablan poco.
La otra historia es la de Sonia; ella es una otomí joven con dos hijos pequeños. Ella llego a León siendo una niña. Sus padres viajaron a esta ciudad, junto con sus cinco hijos, en busca de una de sus hijas mayores, quien fue pedida por una señora del pueblo para que la ayudara en la venta de alimentos en la ciudad de León. Los padres de Sonia tampoco contaban con recursos, en su pueblo tenían una pequeña casa y algunos animales que cuidaba la mamá de Sonia, quien además de atender a sus cinco hijos debía hacer labores para los papás de su esposo, especialmente cuando éste salía a trabajar fuera. También había problemas entre el padre de Sonia y su abuelo paterno, por lo que una vez estando en León decidieron quedarse a probar suerte una vez que localizan a su hija. La familia de Sonia se estableció en una colonia periférica, y construyeron una casa de cartón y palos que continuamente sufría inundaciones cuando las lluvias eran muy fuertes. Su padre trabajaba empleándose en actividades para la construcción o vendiendo productos diversos.
Sonia comenta que ella y sus hermanos eran llevados por su padre a pedir dinero en las calles, así, crecen sin ir a la escuela, pues únicamente asistió a la de su pueblo los pocos años que estuvo ahí. Sonia crece en un contexto urbano y pasa de pedir limosna a vender semillas, papás y dulces. Todos los integrantes de la familia se quedan en la ciudad y su madre, que poco sabía castellano ahora lo habla de forma más o menos fluida. Después de diferentes incidentes en su vivienda el papá de Sonia se relacionó con un líder de colonos que luchaba por la legalización o la adquisición de terrenos. Finalmente, y después de participar en marchas y ante las precarias condiciones que exponen al ayuntamiento, su papá se hace de un terreno localizado en una colonia de la periferia (Colonia 1º de mayo). Es entonces que se trasladan a vivir en condiciones también precarias, pero con algo de seguridad. Poco a poco y con el trabajo de todos los integrantes de la familia construyen su casa de materiales no perecederos. Hace pocos meses murió el papá de Sonia en la ciudad de León, su madre y hermanos lo llevaron de vuelta a su pueblo y allá lo enterraron; su madre fue la que más tiempo se quedó, hasta que terminaron los nueve días y se regreso a León, ya que acá están todos sus hijos.
Sonia se casó a temprana edad con un joven que no es indígena, sino que es de la ciudad de León. Ella afirma que este aspecto ha provocado desacuerdos y diferencias con su esposo, ya que en ocasiones no entiende sus prácticas. Sus dos hijos no hablan el otomí solo el castellano. Actualmente la podemos encontrar en una estación de transporte público junto con su hermana, vendiendo papás, dulces y semillas. A ella también le han levantado su mercancía la policía y los inspectores de mercados, incluso se la han llevado detenida por esta razón.
Como podemos observar, en estos casos las mujeres llegan a las ciudades en desventaja con respecto a sus compañeros hombres. Son las menos preparadas y conocen poco el castellano; en sus comunidades inician el proceso de educación formal, sin embargo una vez en la ciudad no puede acceder a este servicio por la necesidad que implica obtener recursos para la sobrevivencia. Las familias de estas mujeres inician el proceso migratorio una vez que existen antecedentes y familia o conocidos ya asentados en el lugar de llegada. Es decir, como familia accionan las redes de apoyo con las que cuentan. Se mantienen como una familia extensa y conforman relaciones de apoyo y solidaridad. Como lo han enunciado algunos autores que han estudiado este fenómeno, estas relaciones ayudan a migrar y a sobrevivir en las urbes, aunque no son exclusivas de estos sectores. En las unidades domésticas de estas mujeres, a excepción de los niños, todos los integrantes trabajan, algunos incluso trabajan y estudian. Como afirma Velasco, “Con los empleos urbanos, el hogar se convierte en una unidad de servicio o comercialización y las mujeres se emplean más allá del plano domésticos” (2007: 190). A la vez, este espacio urbano demanda mayores esfuerzos y crea más expectativas.
Estas familias siguen recreando la vida comunitaria para enfrentarse a las condiciones de pobreza. Mediante relaciones de apoyo logran adquirir su vivienda, sin embargo no hay una total integración a la ciudad; sino que se forman redes de relaciones a partir de las cuales de establece la convivencia y el apoyo en espacio generalmente privados. En este sentido, la migración para estos individuos y familias indígenas implica la inserción en una nueva cultura. Lo anterior significa que en muchas ocasiones desconocen códigos, prácticas, formas, lógicas de la cultura a la que llegan, sin tomar en cuenta el idioma. Esta situación los hace vulnerables, y ante el desconocimiento y la ignorancia de formas de vida a veces ajenas a su cotidianidad se violentan sus derechos humanos.
Los indígenas que han llegado a la ciudad sufren de discriminación por ser indígenas (específicamente por la asociación que comúnmente se hace con los estereotipos negativos que vienen desde la colonia: indígenas sucios, ignorantes, flojos, etc.), por no ser de la ciudad, y por ser pobres. Su condición de migrantes también provoca que disminuyan sus capacidades de enfrentar y sobreponerse a la situación de carencias (Jasso, 2011). Las mujeres entrevistadas afirmaron que han sufrido discriminación en la ciudad, especialmente cuando las escuchan hablar en un idioma distinto al castellano. Como comentábamos en las historias descritas, las autoridades también han violentado los derechos de estas poblaciones al detenerlas arbitrariamente y tratarlas de forma despectiva, haciendo alusión a que son “Marías”.
En la investigación realizada se han detectado diferentes problemáticas (discriminación, salud, vivienda, educación, empleo, servicios básicos, violencia intrafamiliar, entre otras), pero identificamos que son tres las que tienen mayor relevancia para esta población: discriminación, vivienda y actividad laboral. Para las familias que tienen más años en León la vivienda ya no es un factor de preocupación, en cambio para los que tiene poco de haber llegado es una problemática imperiosa. Generalmente los indígenas que no tienen casa propia rentan o les prestan un cuarto, viven hacinados y no cuentan con todos los servicios, ya que se localizan comúnmente en colonias marginadas.
La otra gran problemática es la actividad laboral. Gran parte de los indígenas migrantes se dedican al comercio informal; venden sus artesanías, dulces, semillas, frituras, bolsas, joyería de plástico o materiales naturales, flores, alcancías, etc. en la calle, en los cruceros, en los lugares de mayor reunión como en el centro, a la salida del estadio, en las estaciones de trasferencia (transporte público). Este tipo de actividad (comercio ambulante) representa el principal sustento para familias completas, pues no solo trabajan los padres, sino que es común que los niños los acompañen, y en ocasiones también vendan mercancía. Las autoridades les llaman la atención, los multan, les recogen sus mercancías e incluso se los lleven detenidos por vender en lugares donde no está permitido el comercio ambulante.
Como comentamos anteriormente, ante el desconocimiento que los indígenas en la ciudad tienen acerca de sus derechos y de la normatividad local, los agentes de la dirección de mercados del municipio los acosan. Si la prohibición del comercio ambulante en los principales cruceros y centros de reunión se hace efectiva, los indígenas se quedarían sin alternativas de trabajo, lo que aumenta su situación de vulnerabilidad.
Los riesgos a los que se enfrentan los comerciantes indígenas al vender en las calles y los cruceros son una constante. No han logrado insertarse en actividades laborales formales, debido a que en ocasiones no cumplen con los requisitos que les solicitan, pues no tiene educación formal o son analfabetas, tampoco cuentan con capacitación en trabajos más especializados. Ante esto, algunos indígenas afirman que prefieren estar vendiendo en la calle a aceptar uno de estos trabajos, ya que no ganan lo mismo, no pueden pedir permisos y los empleos fijos implican jornadas exhaustivas: “Tengo cinco hijos, trabajo en la calle y apenas me alcanza para mantenerlos… creen que lo que ganó en otro trabajo me alcancé? Yo no tengo estudios…” (Representante indígena otomí, 2011). Finalmente, la generación que creció en la ciudad ya no habla el otomí, conoce el lugar de origen de los padres pero aún no se percibe interés por regresar o practicar sus tradiciones.
La migración indígena a las ciudades no es un fenómeno nuevo, sino que en los últimos años se ha acentuado. Esto se debe a factores de atracción y factores de expulsión combinados. En la ciudad estos indígenas encuentran servicios que en sus comunidades resultaba de difícil acceso o representaban un gasto mayor. Sin embargo, las condiciones en las que viven siguen siendo precarias.
La pobreza que también experimentan los indígenas en la ciudad se combina con el racismo y la discriminación. Como atinadamente menciona Hiernaux, la integración indígena a la ciudad también es “afectada por la discriminación racial que organiza las relaciones interétnicas entre indígenas y no indígenas” (citado en Velasco, 2007: 192). Esto disminuye las posibilidades de incorporación en igualdad de derechos y oportunidades.
Encontramos que en una ciudad como León, los indígenas que recorren las calles se agrupan y apoyan entre ellos. Como algunos nos comentan, no salieron de sus casas porque quisieran sino por necesidad. Principalmente, la descomposición de la economía campesina los ha obligado a buscar otras formas de supervivencia. En esta línea, la cultura dominante y hegemónica no permite que la diferencia sea valorada positivamente. Si seguimos fomentando el dominio de la cultura occidental los estereotipos, prejuicios, las relaciones de subordinación con respecto a la población indígena no cambiarán y no será posible que se reviertan las situaciones de marginación y discriminación que viven. Además, se cerrarán las puertas a otro tipo de conocimientos igualmente complejos, que contribuyen a propiciar alternativas de convivencia digna y respetuosa entre todos los pueblos. Las ciudades que están presentando un acelerado crecimiento aún no se perciben como diversas y multiculturales, se trata de sociedades tradicionalistas que prefieren ignorar las carencias y situación de riesgo que vive un amplio sector de la población, catalogado como “diferente”.
No obstante lo anterior, los indígenas que residen en León han iniciado procesos de negociación con el ayuntamiento y se acaba de aprobar el Consejo Interinstitucional Indígena Municipal, en el marco de la también recién aprobada Ley para la protección de los pueblos y comunidades indígenas en el estado de Guanajuato (en el pasado mes de marzo del 2011). Esta ley incluye un breve apartado acerca de indígenas migrantes; faltaría entonces revisar y valorar las posibilidades, oportunidades y contextos favorables que pueden originarse a raíz de este documento para los pueblos indígenas que viven en la ciudad de León.
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Jasso M., I. J. (2011). “Vulnerabilidad y población indígena en León, Guanajuato”, Revista Ide@as, no. 77, noviembre, CONCYTEG, México
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Martínez, M. A., J. García E. y P. Fernández (2003). Indígenas en zonas metropolitanas, consultado en junio de 2011, recuperado de www.conapo.gob.mx/publicaciones/2003/
Questa R., A. y B. Utrilla S. (2006). Otomíes del norte del estado de México y sur de Querétaro, México: CDI
Romer, M. (2010). “La lucha por el espacio urbano: un caso otomí en la ciudad de México”, Antropología. Boletín Oficial del INAH, no. 88, INAH, México, enero-abril, pp. 78-86
Velasco O., L. (2007). “Migración indígena a las ciudades de México y Tijuana”, Revista. Papeles de población, no. 52, abril-junio, UAEM, México, pp. 184-209
2 En el censo del año 2000 entre los pueblos indígenas de mayor movilidad se identificaron a los otomíes, con 2.3 % de población que vive fuera de su lugar de nacimiento, después de los mixtecos, mazatecos, zapotecos, totonacos y nahuas (Martínez et al, 2003: 156).
3 En el año 2000 se registraron aproximadamente 2.6 millones de indígenas viviendo en las ciudades y zonas metropolitanas; es decir, uno de cada cinco vive en estas localidades (Martínez, et al, 2003).
4 Estos mixtecos emigraron de San Andrés, Oaxaca, con dirección a Guadalajara, donde ya antes habían incursionado algunos de sus paisanos, sin embargo, ante los embates del clima y el cansancio tomaron un descanso que se convertiría en algo más, y es entonces que se da el primer asentamiento en la entidad con cinco familias (Aranda y Sandoval, 2008: 8).
5 Los nombres de las informantes han sido modificados para conservar su anonimato.
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